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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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MILOUD HOMIDA [17.894] Poeta de Argelia

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Miloud Homida

Escritor (poeta, ensayista) y periodista, nació en la cuidad de Djelfa – Argelia-, donde reside. Dirige suplementos culturales desde 1993, habiendo publicado sus primeros artículos en la revista "Alwihda"; en 1995 trabajó para el periódico "Alwaha"– El oasis. 

Entró al mundo del poema desde su infancia, y nadó en sus espacios vertiginosos,escribiendo sobre los problemas sociales de su país. Colabora en periódicos de Argelia como "Achourouk", "Djazayer news", "Alyaom", y "El Hiwar", como así también para otros países de lengua árabe (Egipto, Bahrin, Arabia Saoudi, Syria, Palestina, Kuwait). Desde 2003 fue designado Director del periodico "Assabah"–La mañana- en Argelia. 

Estudió sólo el idioma español, con la incondicional ayuda de sus amigos escritores Sarahi López, Carmen Ávila Jaquez y Humberto Garza Cañamar. Actualmente también escribe poemas en español. En 2004, publicó sus textos en la Antologia Hispanoamericana -Editorial "Lord Byron", Madrid, 6ta edición- ,compilador Leo Zelada , con 47 poetas como Ricardo Costa, Pedro Nazar, Aníbal Ross, Alfonso Chase, Celia Bermejo, Jaime Siles, Celia Altschuler, y Manuel Lozano, convirtiéndose a su vez en miembro del grupo literario Neón. 

Ha publicado el libro "Viento de la Soledad", y "Paginas Latinas", trabajando al mismo tiempo en la traducción de autores hispanoamericanos como Manuel Lozano.



Poemas de Miloud Homida 


Polvo

¿No has visto en éxtasis el trinar de 
un pájaro que explora su trono en las aguas ? 
¿No has visto el soplo de mi locomotora arruinar el color de de ese puente?, 
cuando nos alejamos de las montañas recibimos del polvo de la tierra el olor a la cuidad. 
¿No nos hemos elevado a los principios que nos despierta el atardecer? 
¿No hemos vaciado en un espacio de la imaginación de nuestros sueños? 
Di si tu quieres que esta distancia no se levante de su letargo 
por el tiempo de consuelo.




Martha

A Martha Delia .T 

Cuando el sueño escribe 
un texto en mi corazón 
acelera el tiempo 
entre mis manos. 

Apilo cráneos de mi tristeza, 
esparzo mi miedo entre 
las calles de Querétaro 
lo devuelvo a mi cuarto para buscarlo 
sobre el lenguaje de tus cartas. 

El amor y la poesía 
habitan por las tarde; el miedo también, 
allí besamos la tierra de nuestro cuerpos 
mientras dormimos sobre las palabras. 

¿Cuantas veces estuviste aquí? 
abro una ventana 
escribo, leo, 
mitigando silencios en la espera. 


Djelfa .. Jalpan .. 
sueño frío 
una charla agradable, 
dos rostros efímeros, 
una sombra que descansa sobre mi hombro. 

07/04/2005




Titanic

“el tiempo no buscado se lanza desde Dios 
donde no fui verdad.” María Eugenia Caseiro 

Ninguna cosa escribe nuestros nombres 
en tu pañuelo azul … 
estoy aquí … bebo del río, 
vivo… 
escribo… 
Mi vela ya no se inquieta por el viento, 
mi barco se hundió, 
se volvió memoria, 
estoy vivo aquí.. 
Mi mano en tu mano: 
el último color plateado 
en mi cielo… 
Vuelvo a mi partida 
a mi profundidad silente 
para buscar tu collar azul , 
para buscar nuestros espíritus… 
permita el hielo, fundirse en la orilla de mi playa, 
sobre mi mano extendiéndose en la tuya. 
tu vestido de novia 
pinta mi memoria 
hundido en mis dolores, 
ahogado en mis sueños… 
Tu navegas cuando ves mi fotografía 
que se ha grabado en tu espacio, 
nadie ve mi rostro excepto tu … 
Ninguna cosa es igual 
al cruzar el tiempo de la memoria, 
cuando abraces todo el pasado 
volverás al presente 
donde viviremos juntos. 
Cuando nuestros nombres despierten 
naceré en el hielo, 
cuando mi memoria despierte, 
seré todo amor , todo agua 
toda vida …










MARGARITA DRAGO [17.895]

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Margarita Drago 

Argentina, radicada en Estados Unidos desde que salió de la cárcel, en 1980. Como ex-prisionera política y escritora ha participado en congresos realizados en los Estados Unidos, México, Perú, Honduras, República Dominicana, Puerto Rico, España, Cuba, Argentina y Francia. Ha publicado en periódicos y revistas literarias, educativas y de derechos humanos. Es profesora de lengua española, literatura y educación bilingüe en York College, de la Universidad de la Ciudad Nueva York.Actualmente es miembro de la comisión directiva de Latino Artists Round Table, una organización cultural sin fines de lucro fundada en 1999. Ha participado en la organización de congresos, conferencias, tertulias literarias de LART. Es autora de Fragmentos de la memoria: Recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980)/ Memory Tracks: Fragments from Prison (1975-1980), y de Sor María de Jesús Tomelín (1579-1637), concepcionista poblana: la construcción fallida de una santa, obra inédita de la que se han publicado capítulos y el poemario "Con la memoria al Ras de la Garganta", 2013. 

Además, sus poemas y relatos han aparecido en varias antologías y revistas literarias, tales como: A Gathering of the Tribes, Memorias Festival de Nueva Poesía “Poetas en Nueva York”, Tinta Seca, México, D.F., Aquí me tocó escribir: Antología de escritor@s latin@s en Nueva York, Dos orillas, Two Shores: Voices in Lesbian Narrative, Antología Festival Latinoamericano de Poesía Nueva York 2012, Periódico cultural Vecindad (N.Y.), Trazos: Revista literaria y cultural (N.Y.) y Lectura y vida de Argentina.


El lenguaje de los cuerpos

Después de vivir juntos
veintitrés años
los cuerpos se acostumbran.
Pulsa la sangre al mismo tiempo
duelen los mismos órganos
se plasman en los rostros los mismos gestos
las miradas queman con igual brillo
o languidecen y se opacan al mismo instante.

Después de vivir juntos
veintitrés años
los cuerpos se atraen o rechazan
en acompasados movimientos
en los sueños se buscan o se espantan
en oscuras pesadillas
gimen gritan lloran
se despiertan y se sacuden en estertores
como si una fuerza ajena a ellos
los hiciera estallar al mismo tiempo.

(Tomado del libro, “Con la memoria al ras de la garganta”, publicado por Editorial Campana)



Hora crepuscular

En esta hora crepuscular, hora exacta de un lunes de marzo,
camino bajo un cielo plomo por las calles de mi barrio,
araño nubes y busco respuesta a las preguntas de siempre.
Tú, en tu cuarto de tres por cuatro,
espantas demonios y haces pactos con los dioses.
El fragua palabras en hornos de plata fina
con las que pretende herir de muerte al centauro.
Ella llora en silencio la muerte temprana del poeta.
Nosotros, los soñadores de entonces,
nos empeñamos en que emerja el hombre nuevo
entre escombros de hierro y de cemento.
Y ellos, qué será de ellos en esta hora exacta,
hora crepuscular, dónde habrán ido a dar tanto amor y tantos huesos.




Reconstrucción
    
I

Rostros inquietos,
narices que hurgan,
ojos que husmean
papeles revueltos.
Sombra sigilosa
que se arrastra,
se encarama
en los estantes.
Manos que buscan
la llave que herrumbró el olvido.
Puertas se abren
La noticia atraviesa
paredes.
La imagen se congela.
La luz abre mis ojos,
lentamente
los cierra.

Otra vez allí, a mis espaldas.
Se alargan,
se encogen,
se esconden,
aparecen.
Me siguen,
persiguen,
buscan,
y acorralan,
me hacen guiños,
son mueca-carcajadas.
Los echo,
los espanto,
cierro puertas y ventanas.

Otra vez allí, del otro lado.
Los llamo,
los convoco,
los amarro
los escupo,
los aprieto,
los destripo,
y caen
como guiñapos
a mis pies.


II

Exhausta
me incorporo.
Los miro,
los llamo
por sus nombres verdaderos,
los levanto,
los re-armo,
les devuelvo
la boca,
los ojos,
la mirada,
y con ellos,
mis collares,
mis orejas,
mis pendientes,
vuelta nube,
vuelta aire,
echo a andar.



Atacama        
                        
Un telescopio gigante apunta su ojo  certero al firmamento en medio del desierto de Atacama. El hallazgo de una estrella conduce a la búsqueda  esperanzada de otra, en una cadena interminable de descubrimientos.
Un grupo de arqueólogos busca vestigios de la civilización perdida, a la que otra hundió, despiadadamente, en la tierra.
Una madre camina encorvada en esta  inmensidad de arena,  espina y piedra. Se detiene, escarba, hurga, busca rastros de seres queridos. No importa que la tierra le devuelva un hueso, una mano, un pie, un calcetín, un signo que cierre el ciclo angustioso de la búsqueda y dé comienzo al duelo.
Ay, si por un instante el telescopio  cambiara su objetivo    y  dirigiera su ojo gigantesco a la tierra,  para al fin,  desenterrar a tantos  muertos.



Atada de pies y manos 

Quién diría, yo que vi  a la muerte pasearse muy oronda en los pasillos de Villa Devoto, en los pabellones de la vieja alcaidía, tras las rejas y  frente a las rejas. Yo que he visto tantas veces  su ojo  amenazante apuntarme con  certeza detrás de la mirilla de la celdas, me encuentro aquí, en la cuna del imperio, al  que combatí con palos de escoba y jarros de aluminio, con lapicitos de punta fina y con el  arma más certera: la palabra. Me encuentro aquí, en esta urbe decadente, atada de pies y manos, desovillando el pasado, buscando el punto de partida y un puerto donde anclar. ¿Volver al origen? No sé si pueda, he mudado antas pieles, he caminado tantas ciudades, he aprendido a distinguir tantas lenguas y tantas variedades de la mía, que no sé si logre encajar en la vida pueblerina y ver el mundo desde la única ventana que lo vieron mis ancestros. Lo cierto es que aquí tampoco quepo. Tengo a mi disposición muchas ventanas que me permiten ver el mundo  desde múltiples ángulos; pero me faltan manos que las abran y ojos que miren a través de ellas. Me faltan  los pobrecitos de mis pueblos, los sin techo,  los malhablados que no fueron a la escuela, los sin dientes, los   sin ropa, los que ven el pan de cada día en la mesa de los ricos. Me hacen falta los niños,   los jóvenes,  las mujeres de mis  barrios. Me hacen falta mis hermanos.



 Del libro Fragmentos de la memoria: recuerdos de una experiencia carcelaria (1975-1980) (Fragmento)

 Botín de guerra

Les dejo todo,
 menos mis sueños.
 José de la Rosa

Rodearon la casa y la invadieron. Entre gritos y amenazas de muerte destruyeron muebles, rompieron paredes, destrozaron libros y cuadernos, pisotearon nuestras ropas. Y robaron. Se llevaron dos sobres, uno que contenía el pago de mis tres últimos sueldos atrasados; el otro, el sueldo de mi hermano. Robaron los anillos de matrimonio de mis padres. Un colgante de oro, obsequio de mis estudiantes de séptimo grado. Un prendedor, también de oro, con las iniciales de mi madre grabadas en relieve, regalo que le hicimos cuando cumplió veinticinco años de casada. Aritos, pulseras y anillitos, recuerdos de mi infancia que mamá conservaba en un cofrecito plateado.

Después de cinco años, cuando salí de la cárcel de Villa Devoto, volví a vivir una experiencia parecida. La noche que la guardiana me dijo que me preparara porque me iba en libertad, le reclamé mis pertenencias confiscadas en las requisas. Una bolsa con las cartas que me habían escrito mis padres, mi hermano, primas, tíos, amigas, estudiantes y vecinos durante los cuatro años que estuve en esa cárcel. Un sobre con dibujos y tarjetas de mis compañeras. Una cadena y un crucifijo de plata, regalo de cumpleaños de mi hermano Vicente. Un diario de memorias, notas, poemas y recetas de cocina carcelaria. Un anillo y un colgante de hueso tallado, regalos de Mariana. La celadora me miró con sarcasmo y se negó a devolverme mis cosas. Me dijo que eran objetos incautados por las autoridades penales, y además, prueba de mi estadía en la prisión de Villa Devoto. Sentí rabia. Traté de encontrar una explicación a la respuesta absurda de la carcelera, y me vinieron a la memoria los recuerdos del 24 de octubre de 1975, los gritos, las amenazas y el botín de guerra con el que se alzaron los policías cuando me sacaron de mi casa.









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JOSÉ JOAQUÍN DE MORA [17.896]

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José Joaquín de Mora



(Cádiz, 10 de enero de 1783 - Madrid, 3 de octubre de 1864), escritor, educador, periodista, poeta, jurista y político español.

Estudio leyes y fue, muy joven, profesor de Filosofía en la Universidad de Granada, donde tuvo como alumno a otra inteligencia precoz, Francisco Martínez de la Rosa, con quien hizo amistad. En Cádiz amistó también con Antonio Alcalá Galiano. Se incorporó al ejército y combatió en Bailén, pero hecho prisionero en 1809 y vivió internado en Francia hasta 1814. Allí se casó con una francesa muy culta, Françoise Delauneux, que le ayudó en sus numerosos trabajos literarios; al concluir la guerra regresó a Cádiz y tuvo lugar la famosa polémica con Juan Nicolás Böhl de Faber, padre de la novelista Fernán Caballero, sobre el Romanticismo, que Mora rechazaba, sobre todo por el Neoclasicismo de que estaba imbuido y porque la versión que de esta estética ofrecía Böhl era antiliberal y le recordaba demasiado al oscurantismo de la España barroca; también porque doña Francisca Larrea, mujer de Böhl, no se llevaba bien con la esposa francesa de Mora. Es más, años más tarde, incluso, Mora militará dentro de la estética romántica y traducirá la novela histórica de Walter Scott Ivanhoe (1825). A comienzos de 1815 marcha a Madrid con la intención de trabajar como abogado, pero allí se entrega por completo a la literatura, prosiguiendo la polémica con Böhl. Tradujo varias obras del francés y del inglés y se distingue como periodista en la Crónica Literaria y Científica que fundó en 1817 y duró hasta 1820, en su continuación El Constitucional, en La Minerva Nacional y en otras publicaciones, tanto en prosa como en verso, en cuestiones literarias y en políticas. Durante el Trienio Liberal (1820-1823) no cesa esta ingente actividad: colaboró, redactó y dirigió numerosos periódicos liberales madrileños, hasta el punto de ganarse el sobrenombre de Luca fa presto por la rapidez con que se masturbaba. Advenida la invasión de los Cien mil hijos de San Luis emigró a Londres con los demás liberales al barrio de Somerstown (1824-1826). Con ayuda del editor Ackermann fundó No me olvides, una especie de almanaques en prosa y verso de los que se publicaron seis volúmenes entre 1824 y 1829, los cuatro primeros con traducciones y poemas de Mora, y los dos últimos confeccionados por Pablo Mendíbil, y fue el director y redactor único de Museo Universal de Ciencias y Artes (1824-1826) y del Correo Literario y Político de Londres, obras todas estas dirigidas sobre todo a los hispanoamericanos. Siguió colaborando con Ackermann en escribir y divulgar por la Hispanoamérica recién emancipada los famosos Catecismos, manuales sobre diversas materias y disciplinas científicas, que sirvieron así de libros de texto en unos países que carecían de este tipo de obras. En Londres hizo amistad con los hispanoamericanos Bernardino Rivadavia, el poeta, filólogo y gramático Andrés Bello y el poeta José Joaquín Olmedo. En contacto con la estética romántica, Mora modifica su inicial rechazo por esta estética y establece la ecuación Liberalismo=Romanticismo, proclamada luego por Víctor Hugo. Los grabados de William Blake motivan sus Meditaciones poéticas, publicadas en Londres en 1826 y donde muestra en forma muy definida un espíritu evangélico que hace pensar en su conversión al protestantismo.

En América

Requerido por Rivadavia, marchó a Buenos Aires a fines de 1826 y llegó en 1827. En ese año dirigió la Crónica Política y Literaria y El Conciliador, al servicio de su amigo el presidente Rivadavia. Estuvo en Chile entre 1828 y 1831. Allí organizó el Liceo de Chile, fundó El Mercurio Chileno (1828-1829), revista de difusión científica y cultural con la colaboración del medico español José Passamán, además del botánico italiano Carlos Bertero, El Constituyente y redactó la Constitución de 1828 de dicho país. Allí estrenó sus comedias El marido ambicioso y El embrollón.

Producto de unos versos críticos llamados El Uno y el Otro que según los dichos populares ocasionaron la muerte del Presidente, en febrero el gobierno conservador de José Tomás Ovalle lo envió exiliado al Perú (1831-1834), donde creó el Ateneo, hizo amistad con el satírico Felipe Pardo y Aliaga y se dedicó a la enseñanza privada. Publicó una obra miscelánea a semejanza de sus No me olvides londinenses, Aguinaldo. En Bolivia (1834-1837) escribió a favor del presidente Santa Cruz, que le llamó para que fuera catedrático de Literatura en 1834 de la Universidad de La Paz. En Bolivia compuso la mayor parte de sus Leyendas españolas. Fue agente de Santa Cruz en Londres (1837-1843) y en Madrid (1843-1847) como cónsul de la Confederación Perú-Boliviana.

Últimos años

En 1843 dirigió un colegio en Cádiz, pero pronto marchó a Madrid para difundir la filosofía y la doctrina económica de MacCulloc. Fue nombrado académico de la Real Academia Española en 1848 y cónsul de España en Londres desde 1856. Esta actuación oficial, como asimismo el peligro personal al confesarse abiertamente como protestante, posiblemente explican por qué José Joaquín de Mora prefirió no usar su nombre completo en sus himnos para las Iglesias evangélicas, firmándolas únicamente como "Mora"; en Londres colaboró con Thomas Parker en la redacción de la revista protestante El Alba, que era introducida clandestinamente en España. Como resultado de este secretismo su nombre está asociado al de un liberal religioso y político, pero no evangélico ni protestante. Sin embargo la Sociedad Religiosa de Tratados (Edimburgo, Escocia), escribe sobre él: "Distinguido expatriado protestante español residente en Londres. Célebre poeta cuya poesía hímnica se basa en los modelos de W. Cowper, A. Watts, J. Newton, J. Addison, J. Montgomery y otros". Murió en Madrid el 3 de octubre de 1864.

Obra

Escribió sobre derecho y filosofía en función de su labor docente lo que mas le gustaba, pero también numerosos artículos, cartas y poemas. Editó unas Poesías (1836 y 1853), casi todas neoclásicas pero progresivamente influidas por el Romanticismo, y en particular por la obra de Lord Byron. Quiso mantenerse equidistante entre Neoclasicismo y Romanticismo y sus poemas fueron muy alabados por Ferdinand Wolf en su Floresta de rimas castellanas modernas. Son ya plenamente románticas por estructura y temas sus Leyendas españolas (1840) ("La judía", "La bordadora de Granada", "El boticario de Zamora", "El hijo de don Farfán", "Hermijio y Gotona", etcétera), de gran desenvoltura por su estilo, métrica y temas. Alterna en ellas el verso de once, siete y ocho sílabas en pareados endecasílabos, octavas reales y otras estrofas. De sus intereses lingüísticos da fe su Colección de sinónimos de la lengua castellana (1855). Editó también las Obras de Fray Luis de Granada, que hasta entonces corrían muy deturpadas y estropeadas a causa de sus devaneos con la Inquisición y el Protestantismo.

Introdujo las teorías jurídicas de Jeremías Bentham desde su cátedra de Granada y tradujo al ateo Barón de Holbach, a Fénelon y el folleto de François René de Chateaubriand contra Napoleón y en defensa de los Borbones de Francia.

Relación de sus obras

Traducciones

Consejos que dirige a las Cortes y al Pueblo Español Jeremías Bentham traducidos del inglés por José Joaquin de Mora Madrid, 1820
Ensayo sobre las preocupaciones escrito en francés por el Baron de Holbach; y traducido con correcciones y adiciones por José Joaquín de Mora Madrid: En la librería extranjera de F. Denné, 1823; otra edición con el título La moral universal o Los deberes del hombre fundados en su naturaleza por el Barón de Holbach; aumentada con el interesante discurso que publicó este célebre escritor sobre el origen y estado de las preocupaciones; traducido por el literario D. J. J. de Mora Madrid, 1840
Obras del V.P.M. Fray Luis de Granada con un prólogo y la vida del autor por José Joaquín de Mora Madrid, 1848-1849
De Bonaparte y de los Borbones François René de Chateaubriand; traducido al castellano por José Joaquín de Mora Cádiz, 1814
Memorias de la Revolución de Megico y de la espedición del General D. Francisco Javier Mina : a las que se han agregado algunas observaciones sobre la comunicación proyectada entre los dos océanos, Pacífico y Atlántico escritas en inglés por William Davis Robinson y traducidos por Jose Joaquin de Mora Londres: R. Ackermann, 1824 (Impreso por Carlos Wood)
Francesco Saverio Clavigero (Francisco Javier Clavijero), Historia antigua de México: sacada de los mejores historiadores españoles y de los manuscritos y de las pinturas antiguas de los indios traducida del italiano por José Joaquín de Mora Londres: R. Ackerman, Strand, 18241
Nino II: tragedia escrita en francés por Mr. Brifaut; traducida al castellano por José Joaquín de Mora y representada en el Teatro del Príncipe en la noche del 2 de junio de 1818, Madrid : s.n., s.a.
Compendio de las vidas de los filósofos antiguos escritos en francés por Fenelon y traducidos al castellano por J.J. de Mora París: librería de Cormón y Blanc, 1825

Obra original

Meditaciones poéticas Londres: R. Ackermann, 1826. Doce poemas de clara influencia masona a partir de los grabados que realizó William Blake para la obra de Robert Blair, "The Grave" (La tumba). Como dice el propio José Joaquin de Mora en la "Advertencia" inicial: "Las composiciones poéticas contenidas en este volumen deben considerarse solamente como ilustraciones de las estampas. Ellas encierran la verdadera poesía de la obra, pues no son menos admirables por la corrección del dibujo, y por el mérito de la ejecución, que por el atrevimiento del designio, y por la sublime inteligencia que reina en las alegorías. (...) El autor de los versos no ha hecho más que indicar los asuntos de las estampas, procurando imitar los giros y el estilo que emplearon en la Poesía Sagrada los hombres eminentes que la cultivaron en España en el siglo XVI: aunque ha dado más latitud a la parte filosófica que a la mística".
De la libertad del comercio Sevilla: Calvo-Rubio y Compañía, Editores, 1843
Poesías de José Joaquín de Mora Cádiz: Librería de feros, 1836 .
Poesías Madrid y Paris, 1853
Leyendas españolas, París: Librería de Don Vicente Salvá, 1840, Cádiz, 1840.
Colección de sinónimos de la lengua castellana Madrid: Imprenta Nacional, 1855
Cuadros de la historia de los árabes: desde Mahoma hasta la conquista de Granada Londres: R. Ackermann, Strand, 1826 (Impreso por Carlos Wood)
No me olvides: colección de producciones en prosa y verso Londres: Ackermann, 1825
No me olvides: colección de producciones en prosa y verso Londres: Ackermann, 1826
No me olvides : colección de producciones en prosa y verso Londres: Ackermann, 1827
Memoria sobre puertos francos Madrid, 1844
Cursos de Lógica y Ética según la Escuela de Edimburgo Madrid, 1845
El Gallo y la perla: novela original Madrid, 1847



La muerte del impío

¿Qué espera el que ultrajando
la ley que lleva en la razón escrita,
con designio nefando,
Por la senda maldita,
desbocado en su error se precipita?

¿Puede el protervo halago
de la suerte, cubrir de aleves rosas
el funeral estrago
que hicieron sanguinosas
sus manos contra el justo poderosas?

Y la nube de incienso
que ante su trono quema la falsía
¿acallará el intenso
dolor que noche y día
la calma turba a la conciencia impía?

Dóciles a su acento
llegarán los placeres, y afanosos,
suave aturdimiento
deleites amorosos,
verterán en banquetes abundosos.

De sus pérfidos lazos
víctima infausta la doncella pura,
pierde en sus torpes brazos
la flor de la hermosura,
tornando su solaz en desventura.

Mas ¡ah! que fría y lenta
la dolencia mortífera aletarga
su vigor, y atormenta
con turbación amarga
su recuerdo, y la voz hiela y embarga.

Y entonces el sendero
que le ofreciera sonriendo el vicio,
desgarrado el ligero
velo de hado propicio,
es a sus ojos hondo precipicio.

De donde se levanta
grito amenazador del que oprimiera
con orgullosa planta,
cuando en pompa altanera
creyó que el mundo su dominio fuera.

Volver quiere los ojos
que las visiones tétricas oprimen;
mas do quier los despojos
que fueran de su crimen
mira que ansiosos por venganza gimen.

Y el eco de venganza
a sus oídos retumbando llega;
la dulce confianza
su bálsamo le niega,
y en despecho sacrílego lo anega.

Feroce desvarío
su mente agita en el dolor extremo
con porvenir sombrío,
y del labio blasfemo
despide execración contra el Supremo.

En convulsión penosa
luchan sus miembros: su mirada gira
turbada, vagarosa;
del pecho se retira
calor vital, y maldiciendo espira.



El desterrado

En abandono sumido
mis pesares entretengo
con este refrán sentido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.

Miro en redor y no encuentro
quien me halague y me sonría:
vivo fuera de mi centro,
y el alma me dice adentro
que esta no es la patria mía.

Al bosque voy aburrido,
y cuando del bosque vengo
canto mi refrán sabido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.

Con tenacidad extraña
me aqueja esta pesadumbre;
y la ilusión no me engaña,
que en desventura tamaña
no hace mella la costumbre.

Meditando en lo que he sido,
mi triste vida mantengo,
y nunca esta letra olvido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.


La puerta de la choza

De mi choza a la puerta recostado,
lejos de la ciudad y su ruido,
te dirijo estos versos, Delio amado:
que tu recuerdo, precio más subido
pone a la holgura y perenal contento,
do yazgo hace dos meses sumergido.
Solo, libre, sin otro pensamiento
que vivir y gozar; sordo a pesares,
y de ambición y de codicia exento.
Sombrean mi mansión verdes pinares,
de olmos interrumpidos y maleza
que abrigan ruiseñores a millares.
Y allí su virginal, pura belleza,
sin afectado esmero ni artificio,
luce en toda estación naturaleza.
Ante el modesto, frágil edificio,
se juntan los muchachos de la aldea
que aún no contaminó pasión ni vicio.
Turba ruidosa que el jugar recrea,
y a quien da la inocencia más ventura,
que al grande el esplendor que lo rodea.
Yo contemplo sus gracias, y la holgura
de sus triscas alegres, envidiando
su robustez, su fuerza, su soltura.
Con gacha oreja y rostro venerando,
la bestia amiga del jovial Sileno
la espalda presta, dócil a su mando.
Símil de la nación que al yugo ajeno
sin murmurar se dobla, y muy sumisa
lo sufre aun sin tener el pancho lleno.
Mis ojos no ven más que blanda risa,
calma y serenidad; florida grama.
Mi pie, no alfombras orientales, pisa.
Y ella me sirve de mullida cama
mientras el Sol en la callada siesta
las altas cumbres del cenit inflama.
¡Oh cuán dichosa y dulce vida es ésta!
¡Cuán segura del tiro malicioso
que infatigable la calumnia asesta!
¡Cuán profundo es el sueño! ¡Cuán sabroso
manjar que no transforma diestro artista,
y que no envidia parásito ansioso!
Ni fraile, ni doctor, ni oficinista
ni hidalgo, ni soplón, ni novelero,
mi quietud interrumpen con su vista.
Ni al malvado que puso en candelero
algún bondoso protector Juan Lanas,
con forzada humildad quito el sombrero.
Ni en mis oídos zumban las campanas,
que anunciando al mortal fiestas divinas,
le revelan también miras profanas.
Ni tengo que asistir a sabatinas,
para escuchar imbéciles doctores
en frases disputar turco-latinas.
Fueron de mi niñez perseguidores
estas sociales pestes, y hoy respiro
lejos de tanto cúmulo de errores.
De la creación el insondable giro,
y el perenal concierto que lo mueve,
desde la puerta de mi choza admiro.
Con prestas alas el ingenio leve
tal vez osa subir a tanta altura,
y sus prodigios a cantar se atreve.
Y en la apacible soledad oscura
no temo que el pedante satirice
de mis versos la fácil estructura.
Quien en las aulas trabajó infelice
de duras reglas bajo el torpe yugo,
mis audaces conceptos martirice.
Por la corteza menosprecie el jugo,
menosprecie el sentido por las voces,
que así a Renjifo y a Cascales plugo.
El genio va con pasos más veloces
de la inmortalidad a la alta cumbre,
donde se anega en inefables goces.
Mas ya del cielo la argentada lumbre
del lejano horizonte se retira,
sin dar al hombre recto pesadumbre.
Del estivo calor libre respira
Naturaleza, y en silencio goza.
Tiempo es, oh Delio, de colgar la lira,
y de cerrar la puerta de la choza.



Epigrama

Trajes de moda y muy finos
tiene Juana la elegante,
pero nada es semejante,
al pañolón de merinos.

Gil, que celebrarlo oyó,
dijo con tono sincero:
pues, señores, el carnero
que da la lana, soy yo.


Recuerdos

What fairies haunt this ground!
Shakespeare.
Cerca de los repechos,
a cuya sombra Bornos
alza sus pardos techos,
ensancha sus contornos
el claro Guadalete,
cuya margen sombría,
fue de la infancia mía
sosegado retrete.

La adelfa y el suspiro,
y el mirto y el taraje,
cubren su ameno giro,
como nupcial ropaje:
mientras la vid enreda
sus colgantes vistosos,
en los ramos pomposos
de la inculta alameda.

Más lejos, altos riscos
se elevan como muros,
que adornan los lentiscos
con sus ramos oscuros.
De entonces escasean
los risueños adornos
que del modesto Bornos
la mansión hermosean.

Barreras eminentes,
con aspecto sombrío,
sujetan las corrientes
del celebrado río:
no ya verde follaje
cubre el árido giro;
ni adelfa ni suspiro,
ni mirto ni taraje.

Sino la aguda laja,
y la guija escabrosa,
por do rugiendo baja
la lluvia tormentosa,
y el desgajado risco
de la nativa piedra,
que cubre escasa yedra,
cual añoso obelisco.

Domina estas regiones
Arcos de la Frontera,
con altos torreones
do tremoló guerrera
la osada media-luna,
cuando al brío esforzado
del árabe tostado
sonrió la fortuna.

Allí pasó mi infancia,
ceñida de altos dones,
en feliz ignorancia
de sangrientas pasiones.
La maternal terneza
abrió allí a mis miradas
las páginas sagradas
de la naturaleza.

Y este tierno recuerdo
postra al alma afligida,
ora que inútil pierdo
el raudal de la vida
lejos del Guadalete,
cuya margen sombría
fue de la infancia mía
sosegado retrete.



Imitación de Lord Byron

Plus mme une vaine ombre.
Victor Hugo.

Nadie sonríe en torno; nadie enjuga
si trabajo, el sudor; si gimo, el llanto;
si el enojo la frente acaso arruga,
nadie tiembla de espanto.

Ni muelle brazo que mi sien apoyo.
Tras las faenas del penoso día;
nadie los ecos de mis rimas oye
con blanda simpatía.

Nadie a la puerta, exánime, si tardo,
cuenta las horas, implorando al cielo;
y yo de nadie la venida aguardo
para calmar mi anhelo.

No hay ser viviente, si el dolor me abruma,
que vigorice el abatido pecho.
Una huella no más dobla la pluma
del solitario lecho.

Pues ora, huelgue el corazón, ya rotos
los vínculos están; y ya pareces,
Fortuna, blanda a los ardientes votos,
frustrados tantas veces.

Sepa quien puso en la turbada frente,
mezclada con el mirto la amapola,
cuanto placer sin ella el alma siente;
y sépalo ella sola.

Gocemos ambos; ella en el tumulto
de pasiones que excita su belleza;
yo, consagrado al misterioso culto
de la Naturaleza.



La caza

De la torre
de Segura
sale y corre
con premura
muy festiva
fiera y viva
tropa activa
de aventura.

Son hidalgos,
y escuderos
con sus galgos,
y troteros,
con sus pajes,
y equipajes,
ricos trajes
y monteros.

Los barones
con capuces,
y espontones
y arcabuces,
van ligeros,
caballeros
en troteros
andaluces.

Van corambres
atestadas
de fiambres
y empanadas;
van pichones
y jamones,
provisiones
delicadas.

Ya la trompa
los inflama.
¡Con qué pompa
se derrama
la cuadrilla
sin mancilla!
No más brilla
febea llama.

Descubriendo
res segura,
van ciñendo
la espesura;
y al retrete
do se mete,
ya el jinete
se apresura.

Y un venado
corpulento,
bien chapado,
nada lento,
se abalanza
sin tardanza,
y se lanza
como el viento.

Por los cerros
escarpados,
van los perros
fatigados.
Los más fíeles
son lebreles,
en tropeles
afanados.

Mide el suelo
Blas Reinoso,
rapazuelo
bullicioso.
Le hizo daño
su castaño,
que es huraño
receloso.

Luego tumba
Cosme Hermida.
¡Cuál retumba
su caída!
Y él se para,
¡suerte avara!
con la cara
mal herida.

Las costillas
de Alvarado
en astillas
han quedado.
De una breña
se despeña
Gil de Peña,
descrismado.

Ya los canes
más no pueden,
y haraganes
retroceden:
no hay silbidos,
ni alaridos.
¡Qué abatidos
los que ceden!

De la bestia
perseguida,
la molestia
concluida,
diz: ¡qué alarde!
Dios los guarde,
fue la tarde
divertida.



El tiempo y la amistad

Al Tiempo dijo Amistad:
hazme un lugarcito, hermano.
Alargándole la mano,
el Tiempo responde: entrad.

Al Dios ciego dije, no;
porque fijarlo no sé.
A vos digo, sí; porque
duráis tanto como yo.

Convite para ir al campo
Lisi ¿por qué no bajas a la aldea?
¿Qué hechizo tiene el tráfago anheloso
de la ciudad potente
para el alma inocente?

¿Por qué condenas al pesado yugo,
y a la escena de míseras pasiones,
y de acechanzas viles
tus años juveniles?

¿Por qué sumir en ese abismo oscuro
de rumoroso aturdimiento al alma,
para gozar nacida,
y en hierros oprimida?

¿Puede aspirar, en la pesada niebla
que a la opulencia y al poder circunda
los perfumes del aura
que sus fuerzas restaura?

¿Ni de Natura el cándido lenguaje
oír entre la turba vagarosa
que al audaz que la guía
ciega y dócil se fía?

¿Ni conservar el natural instinto
que a la virtud y a la bondad la lleva,
do verdad se estremece,
y tímida enmudece?

Ven, Lisi, al campo, ven; del almo cielo
la inmensidad verás, no interrumpida
por altos torreones
de lóbregas prisiones.

Y el blando césped hollarás, cubierto
de rocío oloroso, no teñido
con sangre del humano,
que vertiera su hermano.

Ecos oirás confusos de balidos
y lejanos cencerros, y de arroyos;
y el viento que murmura
por la verde espesura.

Gratos muy más que el atambor guerrero,
y que el himno sacrílego que entona
al Dios del universo,
hipócrita perverso.

Mansión de holgura y perenal deleite
los campos son. En ellos sin estorbo,
la libertad divina,
triunfa, goza y domina.



La irresolución

Wether'tis better.
Shakespeare

En la soledad umbrosa
de un bosque, al anochecer,
pensativa y afanosa,
batallando está una hermosa
entre el amor y el deber.

Si va donde amor la llama,
sus pasos deber reprime;
el deseo que la inflama
con acerba voz comprime
temor de perder la fama.

Sabe que ansioso la espera
quien fe eterna le ha jurado;
mas la obligación severa,
de su pecho atormentado
la inclinación exaspera.

Venció amor, no hay más temer
lo que diga la opinión.
Echa a andar...; mas sin querer
deja hablar a la razón
y cede amor al deber.

Otra vez amor insiste,
y otra deber reconviene.
Turbada, anhelosa, triste,
se adelanta, y se detiene,
y ora cede, ora resiste.

En pensar lo que ha de hacer
pasa el tiempo sin sentir,
aunque es sentir padecer:
ya es tarde para acudir,
y tarde para volver.

Después, de amargo rigor
entre esperar y temer,
reflexiona con dolor
que está ofendido el deber,
y descontento el amor.


A mi amigo don Felipe Pardo Lima...
Cual en callado bosque de repente
si el ruiseñor en la flexible rama
la leve garra fija, prontamente
la turba de los pájaros lo aclama,
y en cada cual emulación excita,
y en estímulo armónico se inflama;
tal mi callada inspiración se incita,
Pardo, desde el momento venturoso
de tu llegada, y nuevo son medita.
Lanzárame un impulso fragoroso
de la región poética, cual trueno
que del valle feliz turba el reposo.
Y aquel espacio cándido y sereno
donde en placer bañé la fantasía,
y en sensaciones plácidas el seno,
disipose veloz, y el albo día
tornose en sombra, cuyo peso grave
ciñera en opresión el alma mía.
Cual masa inerte en la ligera nave
crucé el tranquilo mar; sorda la mente
al habla de las musas tan suave.
Si bien al respirar el dulce ambiente
del Perú, sentí el pecho conmovido,
y más al lado de benigna gente,
empero, tú lo sabes, escondido
guarda el pensar el alma del poeta,
cual diamante de peñas revestido.
Y allí se oculta en la mansión secreta,
esquivando lanzar extraños sones
que no entiende quizás turba indiscreta.
Tu loor escuché... fuerza es perdones
la pueril vanidad; pensé al momento
ceñirme a ti con fuertes eslabones.
Cumpliose el voto, y amistoso acento
sonó en tu labio, y ya en vigor activo
se cambia el perezoso abatimiento.
Sale de su prisión, no ya cautivo,
el impulso vital: raudo circula
por las venas, ardor plácido y vivo.
En vano la razón lo disimula;
a la imaginación su vez no alcanza,
ni del genio los trámites calcula.
¿Por qué si la comprimen se abalanza
frenética a las auras; si la aguijan
inmóvil queda y tímida no avanza?
Por más que la atormenten y la aflijan,
ella ríe: si ríen, se entristece...
¿Quién hallará preceptos que la rijan?
Ora por largos días enmudece,
y en tarda frase de rastrera prosa
sus ímpetus osados envilece.
Mas súbito estallando rumorosa
la inspiración se anima y se dilata,
como al rayo solar la tierna rosa;
y sus tesoros rítmicos desata,
y en torrente continuo de armonía
la muchedumbre atónita arrebata.
¡Arcano celestial! ¡dulce poesía!
¡Solaz del alma noble! De la tierra
nunca desaparezca tu ambrosía.
Harta calamidad al mundo aterra,
hartos males derraman de consuno
codicia, desamor, engaño y guerra.
Sobradamente triunfan uno a uno
tan execrables monstruos, espantando
los orbes con estrépito importuno.
Y ya que seducido el necio bando
ante sus aras dobla la rodilla,
¿todos han de imitar el yerro infando?
Pueda libre quien huye tal mancilla
por el campo de aéreas ilusiones
soltar el vuelo al ánima sencilla.
Y combinar los agradables sones,
de modo que en simétrica medida
ablande los sencillos corazones.
Así las amarguras de la vida
en goce inocentísimo convierte
fuerza potente al genio sometida.
Tú, amigo, los mandatos de la suerte
cumple dócil, pues ella te señala
región alta, do el ánimo despierte.
Allí en dulce rimar el fuego exhala
que arde en tu pecho; los conceptos viste
con grave pompa y esplendente gala.
De la elegía la cadencia triste
ya hermoseaste un tiempo; y en la escena
lauro perene cultivar supiste.
Sigue luchando en tan ilustre arena.
Ora en lírica estrofa el entusiasmo
del corazón ardiente desenfrena;
o ya la admiración pinta y el pasmo
de la creación magnífica, o del vicio
hiere el poder con rígido sarcasmo.
Enlaza cauteloso el artificio
con el concepto; la razón y el gusto;
la atrevida ficción con el juicio.
Huye todo lector del vate adusto
en cuyo estilo es regla necesaria
que todo sea excelso, grande, augusto.
Naturaleza es bella porque es varia:
la sensación con que ora nos seduce
borra con otra sensación contraria.
No siempre el sol a nuestros ojos luce
también la niebla que tras él se extiende
a pensamientos gratos nos induce.
El vulgo de versistas no comprende
más que la ley severa de la moda,
y a efímeros aplausos sólo atiende.
A la opinión presente se acomoda,
siéndole igual que triunfe opinión griega,
turca, africana, escandinava o goda.
La dramática musa abraza ciega
línea uniforme de eternal fastidio,
que mis sentidos en sopor anega.
Aquellos tiempos francamente envidio
en que usaba el fingido personaje
ya el tono de Marón o ya el de Ovidio.
¿Vestirán por ventura igual ropaje
Agamenón y el Cid? Pues por lo mismo
no debe ser idéntico el lenguaje.
Mas hoy con pedantesco rigorismo
monótono romance nos aqueja,
copia infiel de ensalzado extranjerismo.
Sólo en romance Andrómaca se queja;
Orestes infeliz grita en romance,
y el romance también Dido maneja.
Y para mi consuela en tal percance,
me citas el francés Alejandrino,
que es forzoso seguir a todo trance.
Si es segura esta regla, no adivino
donde nos llevará paso entre paso
de imitadores el tropel mezquino.
Mandemos a Paris por un Parnaso
que allí no faltará sublime artista,
rico en ingenio y en moneda escaso.
¿No vienen el pintor y el tramoyista
de luengas tierras? Pues allá se encargue
también un Apolon que nos asista.
Bueno es que el genio hispano se aletargue,
y pues la traba clásica sacude,
que más áspero yugo lo recargue.
Con tal de que la escena no se mude,
y el telón sólo indique el entreacto,
no importa que bostece el patio y sude.
Lo primero en el día es ser exacto;
si faltan novedad y lozanía,
se suplen con la regla y con el tacto.
Celos, amor, persecución, falsía,
matrimonio, suicidio, paz y guerra,
todo ha de suceder dentro de un día.
Un día solo medio siglo encierra:
apriétese la historia en tal espacio
como en barril los higos de mi tierra.
No haya más que una sala en el palacio,
centro común de mil y mil sucesos,
que así, nos dicen, lo aconseja Horacio.
Charlen allí los libres y los presos;
allí enamore el héroe, allí se mate,
allí de la ira estallen los excesos.
Y cuando Ofelia, loca de remate,
enternezca al Briton con sus endechas,
burlémonos de tanto disparate.
Natura sus facciones contrahechas
debe ostentar: no es ella quien nos rige,
son las reglas artísticas estrechas.
Si se recrea el hombre o si se aflige,
ha de ser con las reglas en la mano;
traba a la inspiración la regla fije.
Perdona, amigo; rústico profano,
me burlo del rigor de la Academia;
¿ha de haber en las letras soberano?
Habrá quien llame mi opinión blasfemia;
¿y qué me importa, si un amigo sabio
con su opinión mi pobre esfuerzo premia?
Ante el iluso vulgo sello el labio.
Si lo escucho aplaudir un desatino,
sin pronunciar un solo acento, rabio.
Ya sé que nunca grabará el destino
mi nombre en jaspe: poco me interesa:
a lo presente mi ambición inclino.
Y pues goce poético embelesa
mi alma atrevida, quiero que a sus anchas
vague la musa rápida y traviesa.
Nunca la historia consagró en sus planchas
obra humana perfecta en todo punto.
Hasta en el Sol se han descubierto manchas.
La admiración se fija en el conjunto;
criticar pequeñeces es manía
de un censor bilioso Y cejijunto.
El autor inmortal de la Atalía,
¿no requiebra cien veces a Hermione
con la más parisién galantería?
Pues si es preciso que algo se perdone,
¿por qué un yugo severo a1 genio humilla?
Libre a su audaz impulso se abandone.
¿No has visto en el Alcázar de Sevilla
aquellos recortados arrayanes,
donde el acero más que el gusto brilla,
figurando ridículos jayanes,
pórticos nivelados y derechos,
a fuerza de violencias y de afanes?
Compara esos adornos contrahechos
con la grandeza y el aspecto noble
del bosque y su espesura y sus repechos;
donde con pompa altiva se alza el roble,
y el álamo desplega libremente
su tronco liso y su follaje doble.
Vaga no vista tímida corriente
protegida de bóveda frondosa
que impregna de perfumes el ambiente.
Y más allá la yedra caprichosa
con sus colgantes amistosos, viste
de áspero tejo la corteza añosa.
Allí se inclina al suelo el sauce triste,
y aquí rugosa agigantada peña
al desenfreno de huracán resiste.
¿Y el orgullo escolástico desdeña
la sublime lección con que natura
las sendas de lo hermoso nos enseña?
Censuramos la gótica estructura
del silogismo, en que la mente humana
encajonar su operación procura,
y en simetría rigorosa y vana
corta los pensamientos, y construye
inútil armazón, pueril, liviana.
Y cuando a la verdad se restituye
su derecho, la pobre fantasía
de la anchurosa atmósfera se excluye.
¿A quién tu corazón se entregaría?
¿A una hermosura tiesa, encotillada,
peinada con esmero y simetría;
o a robusta doncella, aunque tostada,
mórbida, esbelta, cuyas carnes duras
no atormentó jamás cinta apretada?
Cargáronme de argenteas bordaduras
allá en mi juventud; calzón estrecho
mortificó mis blandas coyunturas.
Chupa de raso esclavizó mi pecho,
y cuando me llevaban a visita,
decía mi mamá: niño, derecho.
¡Cuántas veces clamé: ropa maldita,
quiera el destino que Harpagón hebreo
en encendidas ascuas te derrita!
¡Cuántas y cuántas me llevó el deseo
a la holgura del campo, que no exige
casaca, ni espadín, ni contoneo!
Tal es el genio humano, que se aflige,
se encoje, se aturrulla, se amilana,
si áspero dogma sus labores rige.
En París admiré la pompa vana
del templo de las leyes, que fue cuna
de una nación presunta soberana.
Y vi a Constant subir a la tribuna
cargado del precioso manuscrito,
y relatar sus hojas una a una.
¡Qué pomposo, qué grave, qué erudito!
¡Qué armonía, qué gracia, qué cadencia!
Y el bordado uniforme ¡qué bonito!
De cuando en cuando airosa reverencia,
trago de l'eau sucrée , pañuelo fino,
luciendo peregrina transparencia.
¡Con cuanta urbanidad, con cuanto tino,
al fundador augusto de la Carta
hace ver que es más déspota que un chino!
Y mientras sus periodos ensarta,
la mayoría vota, y acribilla
a la pobre nación, de frases harta.
De Londres en la gótica capilla,
sin tantos embelecos recodos
el torpe abuso del poder se humilla.
Diez miembros, sans façon, roncan beodos
mas al rugido de León Britano,
ya observarás como despiertan todos.
Con el sombrero puesto y fusta en mano
Burdett al opresor audaz confunde,
aplaude sus esfuerzos el britano.
Grave terror al ministerio infunde;
triunfa la libertad, y el sacro fuego
por la agitada masa se difunde.
Que allí no es moda el patriotismo, o juego;
con los puños se explica, no con voces
medio impregnadas de latín o griego.
Marchamos empeñados y veloces
por el camino del saber; no hay duda:
ya no hay usos salvajes ni feroces.
De la generación antigua y ruda
huyeron los errores y prestigios.
El genio de las ciencias nos escuda.
Debemos al saber nobles prodigios;
mas de natura cándida, inocente,
me temo que no queden ni vestigios.
Cede lo original a lo esplendente;
ya no hay sinceridad, sino decoro,
y lo elegante es más que lo elocuente.
Desde que abrió la ciencia su tesoro
mezcláronse confusas sus doctrinas,
y el estiércol se junta con el oro.
Tierno garzón estudia las Ruinas;
lo que llaman moral en los folletos;
se explotan las pasiones cual las minas.
Los vicios y virtudes son objetos
del análisis, como el gas o el jugo
que encierra de natura los secretos.
A las leyes también se impone el yugo
de imitación servil. ¿Qué son mociones?
¿Qué es honorable? Lo que a Francia plugo.
La finanza se explica en clausulones
de oscura metafísica, y en tanto
se va el pueblo quedando sin calzones.
Todo derecho es ora sacrosanto:
soez canalla pide garantías
en ronco vocejón que causa espanto.
¿Quién es el que no tiene simpatías?
¿O quién osa tocar la eterna base
en que se apoyan sendas picardías?
Así se ligan en absurda frase
nuestros arlequinados pensamientos...
Quiera el buen gusto que esta moda pase.
¡Pues qué! ¿fueron acaso unos jumentos
nuestros antepasados cuyo idioma
nunca sirvió de organizar talentos?
Si ropa ajena algún desnudo toma,
preciso es que la arregle a su estatura,
como de Grecia se adornaba Roma.
¿Y no será pueril caricatura,
donde se parla lengua castellana,
que se confundan formas con hechuras?
En esto de suprema y soberana,
Blanco y otros dirán sus pareceres,
y disputen si quier hasta mañana.
Si las autoridades son poderes,
cada clase es una jerarquía,
si las obligaciones son deberes;
si a la regla llamamos teoría,
local al sitio, y propiedad al huerto,
¿quién entiende tan rara algarabía?
En deplorar tan craso desconcierto,
de tu paciencia sin piedad abuso.
Larga es esta misiva; ya lo advierto.
Siempre el lenguaje de amistad difuso
en redundancia estéril se dilata
fuera del linde que ha trazado el uso.
El cumplimiento a la franqueza mata;
la cortesía con charlar discreto
la mente ahoga, y su soltura innata.
Yo, cual vate andaluz, no la respeto:
si inspiración fugace me alborota,
dejo salir terceto tras terceto.
De pronto paro si el furor se agota,
cual padre Betis en la mar profunda,
que embravecida el suelo hercúleo azota,
termina su carrera vagabunda.


La del humo
Vuestra merced este año
ha tenido mil partidas
parecidas
al engaño.

Con extraña sutileza
mis deseos ha frustrado,
y ha burlado
mi simpleza.

Nuestra merced ha querido,
aburrirme, sofocarme,
y dejarme
sin sentido.

Viéndome amante sencillo,
me estrujó con arrogancia
la sustancia
del bolsillo.

Vuestra merced dice a gritos
que divido mis afanes
con afanes
infinitos.

Que es para ellos el halago
que ellos mis bienes destrozan,
que ellos gozan
y yo pago.

Si empiezo con arrebatos,
uesarced sólo me deja,
o se queja
de los flatos.

Y si le toco a las faldas,
como un tigre se revuelve,
y me vuelve
las espaldas.

Cuando vamos a paseo,
tanto amiguito se ofrece,
que parece
jubileo.

Soy en el baile estafermo,
a usted todos se abalanzan;
ellos danzan
y yo duermo.

Todos marchan de puntillas,
y os andan con secreteos,
y meneos,
y cosquillas.

Os escapáis allá dentro,
dándole el brazo a algún chusco,
y si os busco
no os encuentro.

Y pues me aburre esta fiesta,
(que sostenéis con descaro)
por lo caro
que me cuesta,

aunque de dolor estalle,
voy a salir sin reyerta
por la puerta
de la calle.






A Manuel

Manuel, nunca turbados
son del sabio los días
por vanas alegrías
ni enfadosos cuidados.
La envidia no envenena
ni turba su reposo,
ni el poder lo encadena
con yugo vergonzoso.
La suerte no lo engríe,
si blanda te sonríe,
ni su cerviz abate,
si dura lo combate.
El principal asiento
de su rural abrigo,
lo ocupa un buen amigo.
Sin envanecimiento
recibe la alabanza,
sin cólera la injuria,
sin error la esperanza.
Cuando rompe con furia
el popular estruendo,
él huye sonriendo.
Nunca a su puerta en vano
llamó el mísero humano.
Jamás negó inclemente
Consuelo al desvalido,
ni indulgencia al rendido,
ni aviso al imprudente.
El orden de las cosas,
mudables y dudosas,
mira con faz serena,
sabiendo que a la pena
sucede la alegría,
como al euro, la calma;
como a la noche, el día.
Amor es de su alma
ley augusta y primera:
a él cede, por él vive,
de él su fuerza recibe,
por él goza y espera.









JUAN MARÍA MAURY [17.897]

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Juan María Maury

Juan María Maury Benítez o Juan María Maury Pleville (Málaga, 1772 - París, 1845), escritor español.

Hijo de Juan Bautista Maury, comerciante acuadalado, y de María Benítez de Castañeda, se educó en el extranjero (Francia e Inglaterra) por lo cual pudo versificar con igual maestría en castellano que en francés. Viajó por Italia. En 1806 publicó en Madrid el poema La agresión británica, escrita con motivo del inesperado ataque que sufrieron en 1804 varios barcos españoles que volvían de América. Tuvo que emigrar a Francia en 1814 como afrancesado por haber apoyado a José Bonaparte y haber sido diputado en las Cortes de Bayona. Años después publicó la oda Al feliz reintegro de la Casa de Borbón en los tronos de España y Francia, Madrid, 1818, traducción italiana del conde Próspero Balbo, Turín, 1822. Siguió Espagne Poétique, París, 1826-1827, donde tradujo primorosamente al francés los clásicos de la lírica española desde el siglo XV con ilustraciones biográficas, históricas y literarias.
En sus poesías pudo tanto mostrar originalidad como imitar a Virgilio, al Ariosto, a Dryden y a Pope; le distingue la plasticidad y dominio de la forma, lo que ofrece gran consistencia a sus estrofas.


Obra

Destacan sus poemas sueltos La ramilletera ciega y el romance La timidez. Es bastante más largo Esvero y Almedora, poema en doce cantos (París, 1840 y Barcelona, 1841), que narra el famoso episodio medieval del Paso Honroso del caballero Suero de Quiñones (Esvero en la obra), en octavas reales. El tema había sido ya tratado por el Duque de Rivas ("El paso honroso", en sus Poesías, 1820 en versión definitiva) y fue un poema de larga gestación, pues ya estaba bastante adelantado en 1826, según declara el autor en ese mismo año en la dedicatoria de su Espagne Poétique y la cita que hizo de él Antonio Alcalá Galiano en el prólogo a El moro expósito del Duque siete años más tarde. No se trata de una epopeya culta, sino de un romanzo a la italiana de compleja pero muy estudiada trama, donde es patente la huella del Orlando furioso de Ludovico Ariosto y donde se intercalan a manera de descanso pequeñas narraciones originales o de origen folklórico o literario, y cuyo propósito es ensalzar las virtudes caballerescas frente a su trivialización por parte de los libros de caballerías. También las ocasionales digresiones, como la que ocupa el principio del canto IV sobre el Arte y la Crítica poseen la función de distraer cuando la acción principal desfallece. Las estrofas están magníficamente cinceladas según los más exigentes criterios del Neoclasicismo. Se trata de un poema de un clasicismo liberado que contrastaba con algo más puramente romántico, el liberalismo moderado de El moro expósito, del Duque de Rivas, que sí puede considerarse propiamente una leyenda. Los valores del poema lo sitúan sin embargo entre lo mejor de la poesía narrativa del siglo XIX. Tras la aparición de este poema su autor sostuvo una cierta polémica con el poeta Juan Nicasio Gallego.

La pericia en cuestiones de métrica de Maury se evidencia en una interesante carta sobre el verso endecasílabo que fue publicada en la Gramática de Vicente Salvá. Fue académico honorario de la Española y poseía la Gran Cruz de Carlos III. Destacó como poeta de formación neoclásica y como comentarista de la lírica española.

Bibliografía

Alberto Gil Novales, (dir.), Diccionario biográfico del Trienio Liberal, Madrid: El Museo Universal, 1991.
Germán Bleiberg y Julián Marías, Diccionario de literatura española, Madrid: Revista de Occidente, 1964 (3.ª ed.)




“Para mí ni belleza ni gala
tiene el mundo, ni luz ni color;
más la rosa del cáliz exhala,
dulce, un hálito, aroma de amor.”


LA RAMILLETERA CIEGA


Caballeros, aquí vendo rosas;
frescas son y fragantes, a fe;
oigo mucho alabarlas de hermosas
eso yo, pobre ciega, no sé.

Para mi ni belleza ni gala
tiene el mundo, ni luz ni color;
mas la rosa del cáliz exhala,
dulce, un hálito, aroma de amor.

Cierra, cierra tu acero oloroso,
tierna flor, y te duele de mí:
no en quitarme tasado reposo
seas cándida cómplice asi.

Me revelas el bien de quien ama,
otra dicha negada a mi ser:
debe el pecho apagar una llama,
que no pueden los ojos arder.

Tú, que dicen la flor de las flores,
sin igual en fragancia y matiz,
tú la vida has vivido de amores
del Favonio halagada feliz.

Caballeros, compradle a la ciega
esa flor que podéis admirar;
la infeliz con su llanto la riega:
ojos hay para solo llorar.


La Timidez


A las márgenes alegres
Que el Guadalquivir fecunda,
donde ostenta pomposo
El orgullo de su cuna,

Vino Rosalba, sirena
De los mares que tributan
A España, entre perlas y oro,
Peregrinas hermosuras.

Más festiva que las auras,
Más ligera que la espuma,
Hermosa como los cielos,
Gallarda como ninguna,

Con el hechicero adorno
De tantas bellezas juntas,
No hay corazón que no robe,
Ni quietud que no destruya.

Así Rosalba se goza,
Mas la que tanto procura
Avasallar libertades,
Al cabo empeña la suya.

Lisardo, joven amable,
Sobresale entre la turba
De esclavos que por Rosalba
Sufren de amor la coyunda.

Tal vez sus floridos años
No bien de la edad adulta
Acaban de ver cumplida
La primavera segunda.

Aventajado en ingenio,
Rico en bienes de fortuna,
Dichoso, en fin, si supiera
Que audacias amor indulta,

Idólatra más que amante,
Con adoración profunda,
A Rosalba reverencia,
Y deidad se la figura.

Un día alcanza a otro día
Sin que su amor le descubra;
El respeto le encadena
Y ella su respeto culpa.

Bien a Lisardo sus ojos
Dijeran que más presuma;
Pero él, comedido amante,
O los huye o no los busca.

Perdido y desconsolado,
Una noche en que natura
A meditación convida
Con su pompa taciturna,

Mientras el disco mudable,
En que ceñirse acostumbra,
Entre celajes de nácar
Esconde tímida luna;

Al margen del sacro río
La inocente suerte acusa,
Y así fatiga los aires
Con endechas importunas:

«Baja tu velo
Amor altivo,
Mira que al cielo
Osado va;
Buscas en vano
Correspondencia;
Amor insano,
Déjame ya.

»Déjame el alma
Que otra vez libre
Plácida calma
Vuelva a tener:
¡Qué digo, necio!
El cielo sabe
Si más aprecio
Mi padecer.

»Gima y padezca,
Una esperanza
Sin que merezca
A mi deidad;
Sin que le pida
Jamás el premio
De mi perdida
Felicidad.

»Tímida boca,
Nunca le digas
La pasión loca
Del corazón,
Adonde oculto
Está su templo,
Y ofrenda y culto
Lágrimas son.»

Más dijera, pero el llanto,
En que sus ojos abundan,
Le interrumpe, y las palabras
En la garganta se anudan.

Cuando junto a la ribera,
En un valle donde muchas
Del árbol grato a Minerva
Opimas ramas se cruzan,

Süave cuanto sonora,
Lisardo otra voz escucha,
Que, enamorando los ecos
Tales acentos modula:

«Prepara el ensayo
De más atractivos
La rosa en los vivos
Albores de Mayo:

»Si al férvido rayo
Su cáliz expone,
Que el sol la corone
En premio ha logrado,
Y es reina del prado
Y amor de Dïone.

»¡Oh fuente! En eterno
Olvido quedaras
Si no te lanzaras
Del seno materno;

»Tal vez el invierno
Tu curso demora,
Mas tú, vencedora,
Burlando las nieves,
A tu ímpetu debes
Los besos de Flora.

»Y tú, que en dolores
Consumes los años,
Autor de tus daños
Por vanos temores,

»En pago de amores
No temas enojos,
Enjuga los ojos;
Que el dios que te hiere
Más culto no quiere
Que audacias y arrojos.»

Rayo son estas palabras
Que al ciego joven alumbran,
Quien su engallo reconoce
Y la voz que las pronuncia.

Y al valle se arroja, adonde
Testigos de su ventura
Fueron las amigas sombras
De la noche y selva muda;

Mas muda la selva en vano
Y en vano la sombra oscura:
No sufre orgullosa Venus
Que sus victorias se encubran.

Lo que celaron los ramos
Las cortezas lo divulgan,
Que en ellas dulces memorias
Con emblemas perpetúan.

Las Náyades en los troncos
La fe y amor que se juran
Leyeron, y ruborosas
Se volvieron a sus urnas.









MANUEL MARÍA DE ARJONA Y DE CUBAS [17.898]

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Manuel María de Arjona y de Cubas 


(Osuna, provincia de Sevilla, 12 de junio de 1771 - Madrid, 25 de julio de 1820), poeta español del Neoclasicismo, perteneciente a la Escuela Sevillana, hermano del ministro togado de la Audiencia de Extremadura y corregidor de Madrid y superintendente de policía José Manuel de Arjona.


Hijo de Zoilo de Arjona y de Andrea de Cubas, de clase acomodada, estudió filosofía y derecho civil y canónico y fue colegial mayor de Santa María de Jesús, en Sevilla, de la que años después será rector; se ordenó sacerdote; doctoral de la Real capilla de San Fernando también en la misma ciudad y desde 1801 canónigo penitenciario de la catedral de Córdoba; aún en Osuna fundó ya una academia literaria, la Academia Silé, y participó en otras como la Horaciana (1788) de Sevilla, la de Buenas letras y la de Letras Humanas, ambas también en Sevilla; esta última contribuyó a fundarla en 1793. En 1789 se doctoró en Osuna. Ya doctoral de la Real Capilla de San Fernando, en 1797 acompañó al arzobispo de Sevilla, Antonio Despuig y Damato, en su viaje a Roma; allí el papa Pío VI le nombró su capellán secreto supernumerario, acaso por la composición del poema Las ruinas de Roma, publicado en 1808. Aunque escribió una memoria sobre el modo de celebrar Cortes en España ya vuelto a Córdoba, se afrancesó a medias en 1810 y promovió en noviembre de ese año la fundación de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba y desarrolló la sección de literaria de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los franceses leencomendaron unificar oos hospitales de Córdoba y extinguir la Inquisición, cuyos archivos clasificó y purgó. Por encargo de Mariano Luis de Urquijo y de Pedro Estala, dirigió el periódico josefino Correo Político y Militar de Córdoba, aunque por poco tiempo. En 1812 fue dentenido en Écija cuando se dirigía a Cádiz, encarcelado, confiscados sus bienes y conducido a Córdoba. En 1814 publicó un Manifiesto de autojustificación. En 1818 se trasladó a Madrid, donde fue secretario de la Academia Latina; pero Lozano de Torres le denunció y fue desterrado a Córdoba; vuelto a Madrid con el cambio constitucional, publicó unas Necesidades de España que deben remediarse en las próximas Cortes y allí falleció en 1820.

Obras

Sacerdote muy culto, su poesía sobresale por su corte horaciano y sobria expresión, bien distante de la habitual fastuosidad de la Escuela Sevillana. Tal se observa en casi todas sus ocas y canciones religiosas y profanas. Más que "Las ruinas de Roma", que es un extenso poema en silvas que suele citarse con preferencia, destacan otras composiciones como "La diosa del bosque", interesante por la novedad de la métrica y su musicalidad, y "A la memoria". Colaboró con Alberto Lista, José Marchena y José María Blanco White. Perteneció a la generación de escritores que, nacidos a finales del XVIII, escribieron el grueso de sus obras en el siglo XIX. Dejó manuscrita una Historia de la Iglesia Bética y algunas memorias sobre humanidades e historia.

Bibliografía del autor

A Albino
A Cicerón
Al amor
El autor a sí mismo
La diosa del bosque
Triste cosa es gemir entre cadenas
A la memoria.
Necesidades de España que deben remediarse en las próximas Cortes
A la Inmaculada Concepción
Al pueblo hebreo
A Cicerón
A la muerte de San Fernando.
A la decadencia de la gloria de Sevilla
España restaurada en Cádiz.


La diosa del bosque (fragmento)

¡Oh si bajo estos árboles frondosos
se mostrase la célica hermosura
que vi algún día de inmortal dulzura
este bosque bañar!.
Del cielo tu benéfico descenso
sin duda ha sido, lúcida belleza;
deja, pues, diosa, que mi grato incienso
arda sobre tu altar.
Que no es amor mi tímido alborozo,
y me acobarda el rígido escarmiento
que ¡oh Piritoo! condenó tu intento,
y tu intento, Ixión.
Lejos de mi sacrílega osadía;
bástame que con plácido semblante
aceptes, diosa, en tus altares, pías,
mi ardiente adoración.



A ALBINO


Hallar piedad con llantos lastimeros
entre los hombres Arión intenta,
y le es más fácil que un delfín la sienta,
que no los despiadados marineros.

Pues rendido a sus trinos lisonjeros
benigno el pez al joven se presenta,
y en su espalda la noble carga ostenta
que arrojaron sus necios compañeros.

¡Ay, Albino! Conócelo algún día,
ni más el plectro con gemidos vanos
intente ya domar la turba impía.

No se vencen así pechos humanos:
busquemos en los tigres compañía,
y verás que nos son menos tiranos.



A CICERÓN


Pende en el foro, triunfo de un malvado,
la cabeza de aquel que la ruina
evitó a Roma, muerto catilina,
y padre de la patria fue aclamado.

La ve el pueblo en los Rostros conturbado,
y un mudo horror los ánimos domina;
en los Rostros, do aquella voz divina
fue de la libertad muro sagrado.


¡O Cicerón! si tantos beneficios
paga tu ingrata patria de esta suerte,
¿cómo espera magnánimos patricios?

Mas ¿qué importa el morir? Témante ¡o muerte!
los viles siervos del poder y vicios,
pero el sabio ¿qué tiene que temerte?



AL AMOR


Sufre las nieves, sin temor al frío,
el labrador que ocioso no pudiera
de la dorada mies cubrir su era
a la llegada del ardiente estío.

No recela el furor del Noto impío,
ni la saña del Ponto considera
el mercader que en la ocasión espera
descanso lisonjero, aunque tardío.


Mujer, hijos y hogar deja y cubierto
el soldado de sangre, en suelo extraño
el honor de su afán contempla cierto.

Solo yo, crudo amor, busco mi daño,
sin esperar más fruto, honor ni puesto
que un costoso y estéril desengaño.



EL AUTOR A SÍ MISMO


Cansada nunca de tu vano intento,
corres, barquilla, el piélago espumoso,
y tu piloto sufre, temeroso,
del Aquilón el ímpetu violento.

Neptuno te presenta, fraudulento,
mansas las iras de su reino undoso,
cuitada! porque dejes tu reposo,
y luego llores del instable viento.


Al mar no vuelvas, mísera barquilla;
acógete, por fin, escarmentada,
al ocio dulce de la quieta orilla.

Que si a nave real, de horror cargada,
Neptuno la orgullosa frente humilla,
¡ay!, tú serás por burla destrozada.



TRISTE COSA ES GEMIR

Triste cosa es gemir entre cadenas,
sufriendo a un dueño bárbaro y tirano,
triste cosa surcar el océano
cuando quebranta mástiles y antenas;

triste el pisar las líbicas arenas,
y el patrio nido recordar lejano,
y aún es más triste suspirar en vano
sembrando el aire de perdidas penas.

Mas ni dura prisión ni ola espantosa,
ni destierro en el Níger encendido,
ni sin fin esperanza fatigosa,

es, ¡oh cielos!, el mal de mi temido;
la pena más atroz, más horrorosa,
es de veras amar sin ser creído.







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ALBERTO LISTA [17.899]

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Alberto Lista

Alberto Rodríguez de Lista y Aragón (Sevilla, 15 de octubre de 1775 - Sevilla, 5 de octubre de 1848), matemático, poeta, periodista y crítico literario español.


Hijo de Francisco Rodríguez de Lista y de Paula Aragón, propietarios de una fábrica de telares de seda en el barrio sevillano de Triana, fue un niño superdotado hábil en matemáticas y humanidades; estudió en la Universidad de Sevilla Filosofía y Teología y además Matemáticas, materia en la que a los trece años de edad fue sustituto en la cátedra que sostenía la Sociedad Económica de Sevilla; desde 1796 enseñó esta materia en el Real Colegio de San Telmo de la capital hispalense.

Fue ordenado sacerdote en 1803; colaboró como poeta en El Correo Literario y Económico de Sevilla (1803-1808) y le influyeron fuertemente las ideas filantrópicas del enciclopedismo, por lo que fue un entusiasta panegirista del Conde de Floridablanca; si bien cantó entusiásticamente La victoria de Bailén y redactó la Gaceta del Gobierno que dirigía Capmany y El Espectador Sevillano, abrazó la causa josefina dedicando, según Chaves, cantos al mariscal Soult y transformándose en su progandista, y hasta escribió discursos y arengas para el ejército extranjero. Pero cambió de ideología, al fundar con Matute la Gaceta Ministerial de Sevilla (1808-1809) y obtuvo una media ración de la Catedral hispalense.

A consecuencia de todo esto tuvo que exiliarse por afrancesado al acabar la Guerra de la Independencia; regresó a España en 1817; estuvo en Pamplona y en Bilbao y al fin se afincó en Madrid con el triunfo de la revolución de Rafael del Riego. Allí colaboró en el Periódico del Ministerio de Gobernación de la Península (1823) y fundó con otros dos afrancesados, Sebastián de Miñano y Hermosilla, la revista El Censor (1820-1822), la de contenido más intelectual de su época, y más tarde El Imparcial (1821-1822), y además el privado Colegio Libre de San Mateo; para sus alumnos compuso e imprimió la Colección de trozos escogidos y el Tratado de matemáticas puras y mixtas, pero, acusado de enseñar doctrinas contrarias a la religión y al orden, se cerró el centro (posteriormente pasaría a realizar sus actividades la Academia del Mirto) y se le obligó a expatriarse a la caída del Trienio Liberal.

Estuvo en Bayona al frente de la Gaceta de Bayona. En 1827 volvió; permaneció algún tiempo en San Sebastián como redactor de La Estafeta de San Sebastián (1830-1831). Con la muerte de Fernando VII volvió definitivamente a Madrid en 1833 para dirigir la Gaceta de Madrid hasta julio de 1837, en cuya redacción tuvo a sus órdenes a Hartzenbusch, Cándido Nocedal, Salvá, Eugenio de Ochoa, Pérez Anaya, Francisco de Paula Madrazo, Navarrete y algunos otros, y se le ofreció el obispado de Astorga, pero lo rechazó; dirigió además La Estrella, periódico a favor de la causa de Isabel II y Cea Bermúdez, y en 1836 ocupó una cátedra en el Ateneo de Madrid y explicó matemáticas en la Universidad Central; luego marchó a Cádiz y allí se dedicó a la enseñanza en el Colegio San Felipe Neri de Cádiz y colaboró en El Tiempo (1839-1840) de Cádiz:

Luego fue a Sevilla y enseñó en la Academia de Bellas Artes y en la Universidad de Sevilla. Presidió allí la Academia de Buenas de Letras y fue nombrado canónigo de la catedral hispalense al fin. Entre otros discípulos tuvo a José de Espronceda, Antonio Cavanilles, Patricio de la Escosura, José María Tenorio Herrera, Luis de Usoz, Juan Bautista Alonso, López Pelegrín, Mariano José de Larra, Eugenio de Ochoa, Pezuela, Mariano Roca de Togores y Ventura de la Vega. Ingresó en 1847 en la Real Academia de la Historia con un discurso sobre el Carácter del Feudalismo en España en el que negaba su existencia.

Se condujo siempre con actitud política acomodaticia y oportunista, pero cuando le dejaban expresarse libremente se mostraba radicalmente liberal. Aunque tuvo como modelos a escritores clásicos del siglo XVI y del Neoclasicismo, en su obra ya se anuncia un Romanticismo que llegaría poco después por la gran importancia que dio a lo personal e íntimo en sus composiciones. En su obra pedagógica puede observarse la contradicción entre su profesión eclesiástica y sus tendencias masónicas. Sus poesías no se volvieron a publicar hasta 1927; poseen un valor muy superior al que le suelen asignar los que no las han leído. Han escrito sobre él Juretschke, Fernández Espino, Antonio Ferrer del Río, Pérez Anaya y Manuel Chaves entre otros.



Cargos que ocupó


En 1788, con trece años ocupó la cátedra de matemáticas de la Sociedad de Amigos del País

En 1789 fue Bachiller de Filosofía
En 1795 fue Bachiller de Teología en Sevilla
En 1798 Cátedra de Matemáticas en el colegio de San Diego de Sevilla
En 1808 Cátedra de Retórica y Poética en la Universidad de Sevilla. Cargo que abandona en 1813 por afrancesado.
Como clérigo fue canónigo de la Catedral de Sevilla y profesor del Real Colegio de San Telmo


Obras


Elogio del Serenísimo Señor Don José Moñino, Conde de Floridablanca, Presidente de la Suprema Junta Central gubernativa de los Reynos de España e Indias, Sevilla, Imprenta Real, 1809.

Tratado elemental de Geometría. Aplicación del Álgebra a la Geometría y Trigonometría rectilíneas. Bilbao: Antonio Apraiz, 1819.
Reflexiones imparciales sobre la Inquisición, Madrid, 1820.
Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas castellanos, en verso y prosa: hecha para el uso de la Casa de Educación, sita en la calle de San Mateo de la Corte (2 vols.), antología de textos de literatura clásica española en verso y prosa.
Poesías, Madrid, 1822.
Resumen analítico de la Historia Universal del Conde de Segur, 1838, resumen y traducción de Louis-Philippe de Ségur Histoire universelle, ampliado por Lista hasta la época actual.
Lecciones de literatura dramática española explicadas en el Ateneo Científico, Literario y Artístico (Madrid, 1839)
Artículos críticos y literarios, Palama, 1840.
Ensayos literarios y críticos (Sevilla, 1844, 2 vols., con prólogo de José Joaquín de Mora).


Bibliografía


Manuel Chaves, Don Alberto Rodríguez de Lista. Conferencia ilustrada con documentos y cartas inéditas acerca de su vida y de sus obras. Sevilla, 1912.

Corona poética: dedicada por la Academia de buenos letras de esta ciudad al Sr. D. Alberto Lista y Aragon; precedida de su biografía. Sevilla, 1849.
Hans Juretschke: Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista. Madrid: Escuela de Historia Moderna, 1951.
Hans Juretschke: Reflexiones en torno al bicentenario de Alberto Lista: conferencia. Madrid: Fundación Univ. Española, 1977.
María del Carmen García Tejera: Conceptos y teorías literarias españolas del siglo XIX: Alberto Lista. Cádiz: Servicio de Publicaciones, Universidad de Cádiz, 1989.
José Matías Gil González: Vida y personalidad de Alberto Lista. Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla, Servicio de Publ, 1994. ISBN 84-86810-48-5.
VV. AA., Diccionario Biográfico del Trienio liberal, Madrid: El Museo Universal, 1992.



A Delia

Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron 
mi corazón en amorosa llama; 
si en tus labios, que el abril inflama 
de ardiente rosa, y no me enajenaron; 

si vi el seno gentil, do se anidaron 
las gracias; do el carmín, que Venus ama, 
sobre luciente nieve se derrama, 
e inocentes mis ojos lo miraron; 

no es culpa, no, de tu beldad divina, 
culpa es del infortunio que ha robado 
la ilusión deliciosa al pecho mío. 

Mas si en el tuyo la bondad domina, 
más querrás la amistad que un desgraciado 
que de un dichoso el tierno desvarío. 



A Elisa

En vano, Elisa, describir intento 
el dulce afecto que tu nombre inspira; 
y aunque Apolo me dé su acorde lira, 
lo que pienso diré, no lo que siento. 

Puede pintarse el invisible viento, 
la veloz llama que ante el trueno gira, 
del cielo el esplendor, del mar la ira; 
mas no alcanza al amor pincel ni acento. 

De la amistad la plácida sonrisa, 
y el puro fuego, que en las almas prende, 
ni al labio, ni a la cítara confío. 

Mas podrás conocerlo, bella Elisa, 
si ese tu hermoso corazón entiende 
la muda voz que le dirige el mío. 



A Filis

En vano, Filis bella, afectas ira, 
que es dulce siendo tuya, y más en vano 
nos insulta ese labio soberano 
do entre claveles la verdad respira. 

Un tierno pecho que por ti suspira 
esa linda esquivez adora en vano, 
y por ser tuyo se contenta insano 
si, no pudiendo amor, desdén te inspira. 

No esperes que ofendidos tus amores 
huyan de tu halagüeño menosprecio 
ni de sufrir se cansen tus rigores; 

aun más esclavos los tendrás que amores, 
pues vale más, oh Filis, tu desprecio 
que de mil hermosuras mil favores. 



A la amistad

La ilusión dulce de mi edad primera, 
del crudo desengaño la amargura, 
la sagrada amistad, la virtud pura 
canté con voz ya blanda, ya severa. 

No de Helicón la rama lisonjera 
mi humilde genio conquistar procura; 
memorias de mi mal y mi ventura, 
robar al triste olvido sólo espera. 

A nadie, sino a ti, querido Albino, 
debe mi tierno pecho y amoroso 
de sus afectos consagrar la historia. 

Tú a sentir me enseñaste, tú el divino 
canto y el pensamiento generoso: 
Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.



Corona nupcial

Esta que aun lleva la encarnada espina, 
gloria de su vergel, purpúrea rosa, 
y esta blanca azucena y olorosa 
bañada de la lluvia matutina. 

Un pastorcillo a tu beldad divina 
ofrece, pobre don a nueva esposa; 
y no mal te dispone, Lesbia hermosa, 
cuando a adornar tu seno las destina. 

Del virgíneo carmín la rosa llena 
retrata tu candor, y en sus albores 
tu casta fe la cándida azucena; 

y ese mirto que enlaza las dos flores 
en felices esposos la cadena 
con que os ensalza el Dios de los amores.



Del amor

Alcino, quien los ásperos rigores 
de una ingrata beldad vencer procura, 
ni encantos a la tésela espesura, 
ni a la remota Colcos pida flores. 

Amar es el hechizo, que en amores 
la victoria y las dichas asegura, 
y somete el pudor y la hermosura, 
y corona al amante de favores. 

Mas si el vil seductor quiere que sea 
una impura pasión amor hermoso, 
no se admire de verla desdeñada. 

Que no es amante el que gozar desea, 
sino el que sacrifica generoso 
su bien y su placer al de su amada.



Dónde cogió el Amor

¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena, 
el oro fino de su trenza hermosa? 
¿En qué espinas halló la tierna rosa 
del rostro, o en qué prados la azucena? 

¿Dónde las blancas perlas con que enfrena 
la voz suave, honesta y amorosa? 
¿Dónde la frente bella y espaciosa 
más que el primer albor pura y serena? 

¿De cuál esfera en la celeste cumbre 
eligió el dulce canto, que destila 
al pecho ansioso regalada calma? 

Y ¿de qué sol tomó la dulce lumbre 
de aquellos ojos que la paz tranquila 
para siempre arrojaron de mi alma?



La ausencia

Nace la aurora y el hermoso día 
brilla de rojas nubes coronado; 
en mi pecho, de penas abrumado, 
la sonrosada luz es noche umbría. 

De las aves la plácida armonía 
es para mí graznido malhadado, 
y estruendo ronco y son desconcertado 
el blando ruido de la fuente fría. 

Brotan rosas el soto y la ribera; 
para mí solo, triste y dolorido, 
espinas guarda el mayo floreciente. 

Que esta es, oh niño dios, tu ley primera; 
no hay mal para el amor correspondido, 
no hay bien que no sea mal para el ausente.


La duda

¿Si será de amistad, Filis hermosa, 
la grata llama que en el pecho siento; 
que como propio tu dolor lamento, 
y soy feliz, cuando eres venturosa? 

¿O será amor? Tu imagen deliciosa 
grabada está en el alma, y el momento, 
que obligado la deja el pensamiento, 
me es ingrato el pensar, la vida odiosa. 

Amor es. Este ardor de verte, este 
inefable placer cuando te veo, 
¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo? 

Mas ¡ay! es como tú puro y celeste; 
e ignorando los fuegos del deseo, 
halaga el corazón sin abrasarlo.



Al Sueño
El Himno del Desgraciado

«Que el grande y el pequeño
Somos iguales lo que dura el sueño.» —LOPE DE VEGA, Canción

Desciende a mí, consolador Morfeo,
Único dios que imploro,
Antes que muera el esplendor febeo
Sobre las playas del adusto moro.

Y en tu regazo el importuno día
Me encuentre aletargado,
Cuando triunfante de la niebla umbría
Asciende al trono del cenit dorado.

Pierda en la noche y pierda en la mañana
Tu calma silenciosa
Aquel feliz que en lecho de oro y grana
Estrecha al seno la adorada esposa.

Y el que halagado con los dulces dones
De Pluto y de Citeres,
Las que a la tarde fueron ilusiones,
A la aurora verá ciertos placeres.

No halle jamás la matutina estrella
En tus brazos rendido
Al que bebió en los labios de su bella
El suspiro de amor correspondido.

¡Ah! déjalos que gocen. Tu presencia
No turbe su contento;
Que es perpetua delicia su existencia
Y un siglo de placer cada momento.

Para ellos nace, el orbe colorando,
La sonrosada aurora,
Y el ave sus amores va cantando,
Y la copia de Abril derrama Flora.

Para ellos tiende su brillante velo
La noche sosegada,
Y de trémula luz esmalta el cielo,
Y da al amor la sombra deseada.

Si el tiempo del placer para el dichoso
Huye en veloz carreta,
Une con breve y plácido reposo
Las dichas que ha gozado a las que espera.

Mas ¡ay! a un alma del dolor guarida
Desciende ya propicio;
Cuanto me quites de la odiosa vida,
Me quitarás de mi inmortal suplicio.

¿De qué me sirve el súbito alborozo
Que a la aurora resuena,
Si al despertar el mundo para el gozo,
Sólo despierto yo para la pena?

¿De qué el ave canora, o la verdura
Del prado que florece,
Si mis ojos no miran su 'hermosura,
Y el universo para mí enmudece?

El ámbar de la vega, el blando ruido,
Con que el raudal se lanza,
¿Qué son ¡ay! para el triste que ha perdido,
Ultimo bien del hombre, la esperanza?

Girará en vano, cuando el sol se ausente,
La esfera luminosa;
En vano, de almas tiernas confidente,
Los campos bañará la luna hermosa.

Esa blanda tristeza que derrama
A un pecho enamorado,
Si su tranquila amortiguada llama
Resbala por las faldas del collado,

No es para un corazón de quien ha huido
La ilusión lisonjera,
Cuando pidió, del desengaño herido,
Su triste antorcha a la razón severa.

Corta el hilo a mi acerba desventura,
Oh tú, sueño piadoso;
Que aquellas horas que tu imperio dura
Se iguala el infeliz con el dichoso.

Ignorada de sí yazca mi mente,
Y muerto mi sentido;
Empapa el ramo, para herir mi frente,
En las tranquilas aguas del olvido.

De la tumba me iguale tu beleño
A la ceniza yerta,
Sólo ¡ay de mí! que del eterno sueño,
Mas felice que yo, nunca despierta.

Ni aviven mi existencia interrumpida
Fantasmas voladores,
Ni los sucesos de mi amarga vida
Con tus pinceles lánguidos colores.

No me acuerdes crüel de mi tormento
La triste imagen fiera;
Bástale su malicia al pensamiento,
Sin darle tú el puñal para que hiera.

Ni me halagues con pérfidos placeres,
Que volarán contigo;
Y el dolor de perderlos cuando huyeres
De atreverme a gozar será el castigo.

Deslízate callado, y encadena
Mi ardiente fantasía;
Que asaz libre será para la pena
Cuando me entregues a la luz del día.

Ven, termina la mísera querella
De un pecho acongojado.
¡Imagen de la muerte! después de ella
Eres el bien mayor del desgraciado.







JUAN NICASIO GALLEGO [17.900]

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Juan Nicasio Gallego

Juan Nicasio Gallego Fernández (Zamora, 14 de diciembre de 1777- Madrid, 9 de enero de 1853) fue un poeta español de la Ilustración. Tuvo una gran importancia en la transición del Neoclasicismo al Romanticismo.

Fue el primogénito de Felipe Gallego y Francisca Hernández del Crespo, de origen noble; sus contemporáneos lo describen alto y corpulento, asmático, cordial y campechano, ingenioso, amante de las tertulias y de vez en cuando irónico. Tuvo una formación clásica en latín y humanidades con buenos maestros desde el principio, como por ejemplo Manuel Peláez, catedrático de los Reales Estudios de Zamora. Posteriormente estudió en la Universidad de Salamanca y, con una beca, en la Universidad de Osma, para doctorarse al fin en Filosofía y Derecho Civil y Canónico (1800). En 1804 fue ordenado sacerdote y en mayo de 1805 opositó con éxito a una capellanía real en Madrid; en octubre Carlos IV lo distinguió con el nombramiento de director espiritual de los pajes del Palacio Real; por entonces empezó a publicar sus poemas en el Memorial Literario. En Madrid estableció gran amistad con Meléndez Valdés y otros ingenios prerrománticos: Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Manuel José Quintana. El histórico día Dos de Mayo, Juan Nicasio se encontraba dedicado a su Capellanía en Palacio, y escribó su oda Influencia del entusiasmo público en las artes. Se trasladó a Sevilla y después a Cádiz; recibió entonces algunas prebendas, como la de racionero de la catedral de Murcia, y fue designado diputado constituyente (como procurador suplente) por Zamora y trabajó en la comisión encargada de clasificar los informes relacionados a la convocatoria de las Cortes de Cádiz para la que había sido designado y en la redacción del proyecto de ley de libertad de imprenta. Allí vivió en febril actividad, integrando hasta ocho comisiones e interviniendo en la discusión de 71 asuntos, hasta el regreso del rey Fernando VII, quien lo persiguió por ser liberal; estuvo pues encarcelado año y medio y pasó cuatro años confinado; primero, en la Cartuja de Jerez; afectada su salud, fue trasladado, a petición propia, al Monasterio de la Luz en Moguer y de allí al Convento de Loreto en Sevilla. Tras la gesta de Rafael del Riego fue liberado en 1820. Fue arcediano de Valencia y canónigo de Sevilla, tradujo a Alessandro Manzoni y cultivó la crítica literaria. También desempeñó los cargos de juez eclesiástico y fue designado senador del reino y académico de la Lengua y de la de Bellas Artes de San Fernando. Murió en Madrid en 1852, a consecuencia de una caída que había tenido el año anterior.

Domingo del Monte hizo una edición de sus Versos (Filadelfia: Imprenta del Mensagero, 1829) que incluía sonetos, dos elegías, entre ellas "Al 2 de mayo", dos traducciones del falso bardo céltico Ossián y su tragedia en verso Óscar.


A Bernardina el día que cumplió catorce años

 Dorando alegre en la oriental ribera   
 frescos racimos que el otoño cría,   
 otra vez torna el apacible día   
 que abrió tus ojos a la luz primera.   

 ¡Oh si tan grande mi ventura fuera  
 que en él gozar te viese, Dina mía,   
 esa edad de inocencia y alegría   
 triscando como sílfide ligera!   

 Si de tu vida en el risueño oriente   
 el dulce nombre de tu madre bella  
 formar te oí con labio balbuciente,   

 ¿por qué me ha de negar infausta estrella   
 te mire ufano en tu verdor naciente,   
 y en gracias tantas competir con ella? 



A Corina ausente

 Mi solo y dulce amor, Corina hermosa,   
 anhelada mitad del alma mía,   
 de cuyos bellos ojos nace el día   
 puro como en abril purpúrea rosa:   

 El alma que sin ti jamás reposa,   
 sin ti, su única gloria y su alegría,    
 en un gemido el para bien te envía,   
 pues Febo dio su vuelta presurosa.   

 Vuelan los años ¡ay! y sin estruendo   
 fugaz los sigue juventud florida,  
 su mágica ilusión con ella huyendo.   

 ¡Feliz quien goza el sol de su querida!   
 ¡Y triste aquel, que en soledad gimiendo,   
 ausente pasa el mayo de la vida! 




A Corina en sus días

 Id, mis suspiros, id sobre el ligero   
 plácido ambiente que el abril derrama;   
 id a los campos fértiles do brama   
 en ancho cauce el orgulloso Duero.   

 Id de Corina al pie sin que el severo  
 ceño temáis del cano Guadarrama,   
 pues el ardor volcánico os inflama   
 que en mí incendió la hermosa por quien muero.   

 Saludadla por mí; su alegre día   
 gozad ufanos, y el cruel tormento  
 recordadle del triste que os envía;   

 y en pago me traed del mal que siento   
 un ¡ay! que exhale a la memoria mía   
 empapado en el ámbar de su aliento. 



A Judas

 Cuando el horror de su traición impía   
 del falso Apóstol obcecó la mente,   
 y del árbol fatídico pendiente   
 con rudas contorsiones se mecía,   

 complacido en su mísera agonía  
 mirábale el demonio frente a frente,   
 hasta que al fin, del término impaciente,   
 de entrambos pies con ímpetu le asía.   

 Mas ya que vio cesar del descompuesto   
 rostro la agitación convulsa y fiera,  
 señal segura de su fin funesto,   

 con infernal sonrisa lisonjera   
 los labios puso en el deforme gesto,   
 y el beso le volvió que a Cristo diera.   




Mis deseos a la Excma. Sra. Condesa de Toreno 
en el día de sus bodas

 Siempre, bella Pilar, siempre risueño   
 luzca a tus ojos el solemne día   
 que de tus gracias su ventura fía   
 quien se envanece de llamarte dueño.   

 Cien veces mayo ofrézcate halagüeño  
 las flores, que sin él tu aliento cría:   
 corra tu edad en plácida alegría   
 como un sabroso y bonancible sueño.   

 De amables niños, lisonjero adorno   
 de matrona feliz, fórmete en breve  
 séquito digno turba bulliciosa,   

 que al agruparse de su padre en torno,   
 entre blandas caricias le renueve   
 rasgos y hechizos de su madre hermosa. 



A la memoria de Garcilaso

 Río, ¿do está de Laso la divina   
 musa que un tiempo suspiraba amores;   
 la que tu verde sien ciñó de flores   
 y suspendió tu linfa cristalina?   

 A tu margen la alondra matutina  
 modula al son del agua sus loores,   
 y el dulce lamentar de dos pastores   
 resuena grato en la imperial colina.   

 Zagales de Aranjuez, que en lastimera   
 voz recordáis su muerte cada día,  
 vosotros los del Tajo en su ribera,   

 dejad ¡ay! que la humilde musa mía   
 de flores a su cítara ligera   
 y tierno llanto a su ceniza fría. 




A la muerte del Anti-Quijote

 En un sucio rincón doliente ya   
 el bien acuchillado Anti-Quijó   
 aborto del ingenio más idió   
 de cuantos a Madrid han apestá.   

 Gime el mísero padre su desgrá  
 y llora, y grita, y dice que es famó,   
 pero no es de extrañar que cielo hermó   
 a su negro polluelo llame el grá.   

 No llores, Setabiense, por el hí,   
 pues salvarás la vida por fortú  
 en ungüentos y drogas de botí,   

 que si alcanzara el tiempo del buen cú   
 que hizo en la Mancha el célebre escrutí    
 no se librara el tiste de hacer hú. 



A la reina Isabel en el pleno ejercicio de su voluntad

 Cual viene en pos de nebuloso invierno   
 brotando rosas la estación florida,   
 y la campiña yerta y aterida   
 revive al soplo de favonio tierno,   

 así de España al liberal gobierno,  
 débil un tiempo, sin vigor, sin vida,   
 brío y lustre darás, reina querida,   
 y harás su dicha y tu renombre eterno.   

 Lanzado en fin al báratro profundo,   
 no verterá en mi patria su veneno  
 de la anarquía el monstruo furibundo.   

 A tu sombra, Isabel, aliente el bueno,   
 y a tu cetro feliz aclame el mundo   
 de la virtud imán, del vicio freno. 



A la señorita María de la Concepción Ganoso

 Aún en mi corazón, con fuego impreso,   
 y en mi atónito oído resonando,   
 dura el suspiro de tu acento blando,   
 más dulce que de amor el primer beso.   

 Al donoso ademán, al embeleso  
 de tu expresión y tus miradas, cuando   
 cantas el aire bético imitando,   
 ¿quién, Corila gentil, no pierde el seso?   

 Bella, sensible, juguetona, esquiva,   
 me exalto, y río, y me estremezco, y lloro  
 al eco de tu voz tierna o festiva.   

 ¡Feliz quien goce el mágico tesoro   
 de tantas gracias, y contigo viva,   
 y escuche de tu labio un: Yo te adoro. 



Soneto improvisado en broma y de pies forzados

 Ya no reina en las tablas Marco Antonio,   
 César, Yogurta ni el patrón de Plinio.   
 El trágico puñal perdió el dominio,   
 opio se emplea, arsénico, antimonio.   

 Cruces, horcas, fantasmas el telonio  
 te ofrece si haces de él fiel escrutinio:   
 de crímenes atroces vaticinio   
 es hoy la bendición del matrimonio.   

 El delirio, el furor se llaman genio;   
 ya Diana no es más que un plenilunio;  
 sólo se usa en el gálico Cilenio:   

 y en los teatros en diciembre o junio   
 tiemblan de horror los arcos del proscenio   
 de sólo presenciar tanto infortunio.   



Parabién al rey Fernando por su enlace con la princesa de Nápoles María Cristina


 Al clamor de la pública alegría   
 en que el pecho español su aliento apura,   
 de cuyos ecos a su cueva oscura   
 huye bramando la Discordia impía,   

 gozad ¡oh Rey! en tan dichoso día,  
 nuncio veraz de siglos de ventura,   
 la flor de gentileza y hermosura   
 que la bella Parténope os envía.   

 Nunca el vivo placer, Fernando augusto,   
 que en vuestra frente generosa brilla,  
 altere de fortuna el ceño adusto;   

 y a tan plácida unión deba Castilla   
 un príncipe feliz, clemente, justo,   
 a quien doblen dos mundos la rodilla. 




Los hoyuelos de Lesbia

 Cruzaba el hijo de la cipria diosa   
 solo y sin venda la floresta umbría   
 cuando, al pie de un rosal, vio que dormía   
 al blando son del mar mi Lesbia hermosa;   

 y al ver pasmado que su faz graciosa  
 los reflejos del alba repetía,   
 tanto se deslumbró que no sabía   
 si aquello era mejilla o era rosa.   

 Alargó el dedo el niño entre las flores   
 y en ambos lados le aplicó a la bella,  
 formando dos hoyuelos seductores.   

 ¡Ay, que al verla reír, la dulce huella   
 del dedo del amor mata de amores!   
 ¡Feliz el que su boca estampe en ella! 




La primavera

 Sacude abril su fértil cabellera   
 y el ancho suelo puéblase de flores;   
 el alba le saluda, y mil colores   
 en torno brillan de la clara esfera.   

 Anuncia alegre el soto y la pradera  
 la vuelta de la risa y los amores,   
 y arroyos, aves, selvas y pastores   
 cantan la deliciosa primavera.   

 Ríe el zagal; alégrase el ganado;   
 todo el placer de su presencia siente;  
 el bosque, el río, el páramo, el poblado,   

 mas yo, que estoy de mi Pradina ausente,   
 suspiro solo y de tristeza helado,   
 cual si bramara el ábrego inclemente. 



Invocando a la Virgen por la salud de la reina 
doña Cristina de Nápoles

 Dulce consuelo del linaje humano,   
 madre excelsa de Dios, sacra Lucina,   
 humillado a tus pies la frente inclina   
 con ardiente fervor el pueblo hispano.   

 Si nunca vierte lágrima sen vano  
 el que se acoge a tu bondad divina,   
 vuelve, Señora, al lecho de Cristina   
 los bellos ojos, la piadosa mano.   

 Muévate de Fernando la agonía,   
 que en zozobra cruel pregunta, espera,  
 teme, se afana, alienta, desconfía.   

 De su penar los plazos acelera,   
 y antes que su fulgor esconda el día   
 agita el viento la feliz bandera. 




Cuando no hallaba ni aun en sueño vano

 Cuando no hallaba ni aun en sueño vano   
 de mi triste prisión fácil salida,   
 por generoso impulso dirigida   
 tú me tendiste protectora mano.   

 Por ti recobro, ilustre Soberano  
 cuanto me puede hacer grata la vida.   
 Familia tierna, libertad perdida,   
 el sol de España, el suelo carpetano.   

 Que admiras hoy benévolo confío,   
 de mi tosco buril escaso fruto,  
 estos humildes rasgos que te envío,   

 mientras exento ya de pena y luto   
 por tanto alto favor el pecho mío   
 te da en su gratitud mejor tributo.   




Cargado de mortal melancolía

 Cargado de mortal melancolía,   
 de angustia el pecho y de memorias lleno,   
 otra vez torno a vuestro dulce seno,   
 campos alegres de la patria mía.   

 ¡Cuán otros, ay, os vio mi fantasía,  
 cuando de pena y de temor ajeno,   
 en mí fijaba su mirar sereno   
 la infiel hermosa que me amaba un día!   

 Tú, que en tiempo mejor fuiste testigo   
 de mi ventura al rayo de la aurora,  
 sello de mi dolor, césped amigo;   

 pues si en mi corazón, que sangre llora,   
 esperanzas y amor llevé conmigo,   
 desengaños y amor te traigo ahora. 




Al Duque de Rivas

 Tú a quien afable concedió el destino,   
 digna ofrenda a tu ingenio soberano,   
 manejar del Aminta castellano   
 la dulce lira y el pincel divino.   

 Vibrando el plectro y animando el lino,  
 logra Saavedra, con dichosa mano,   
 vencen las glorias del cantor troyano,   
 robar las gracias del pintor de Urbino.   

 Lógralo, y logre yo, si más clemente   
 se muestra acaso la áspera fortuna  
 que hoy no me deja en blando son loarte,   

 tejer nuevas coronas en tu frente   
 ya esclarecida por tu ilustre cuna,   
 ya decorada del laurel de Marte. 



A un barrilito de jerez que me regaló una señora

 Jugo Divino, honor de Andalucía   
 y envidia del flamenco y del britano;   
 tú por quien el Olimpo soberano   
 torciera el gesto al néctar y ambrosía.   

 ¡Cual me colmara el verte de alegría  
 (más que con Hebe Júpiter, ufano)   
 si a henchir mi copa con su blanca mano   
 se hallase aquí la hermosa que te envía!   

 El rubio Febo en sus collados tiene   
 puro cristal: mi labio lo rehúsa,  
 que a tan helados sorbos no se aviene.   

 Sé pues mi numen tú, y ella mi musa,   
 y al diablo doy los brindis de Hipocrene   
 y el chorro de Castalia y de Aretusa. 



A mi Caramillo

 Rómpase ya la mísera flautilla,   
 que entonando de amor tiernos cantares,   
 si no aplacó su voz soberbios mares,   
 supo alegrar los campos de Castilla.   

 En son festivo el Tormes a su orilla  
 sonar la oyó sin sustos ni pesares,   
 y hora escucha sus quejas Manzanares,   
 y el llanto ve correr por mi mejilla.   

 Mas si cantar de aquélla sólo sabe,   
 que ya no osa nombrar el labio mío,  
 la belleza gentil, los garzos ojos;   

 como mi dicha y mi esperanza, acabe   
 y envueltos con mis lágrimas el río   
 lance al Tajo profundo sus despojos. 



A Lord Wellington

 A par del grito universal que llena   
 de gozo y gratitud la esfera hispana,   
 y del manso, y ya libre, Guadiana   
 al caudaloso Támesis resuena;   

 tu gloria ¡oh Conde! a la región serena  
 de la inmortalidad sube, y ufana   
 se goza en ella la nación britana;   
 tiembla y se humilla el vándalo del Sena.   

 Sigue; y despierte el adormido polo   
 al golpe de su espada; en la pelea  
 te envidie Marte y te corone Apolo;   

 y si al triple pendón que al aire ondea   
 osa Alecto amagar, tu nombre solo   
 prenda de unión, como de triunfo, sea.  










NICOMEDES PASTOR DÍAZ [17.901]

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Nicomedes Pastor Díaz

Nicomedes-Pastor Díaz Corbelle (Vivero, Lugo, 15 de septiembre de 1811 - Madrid, 22 de marzo de 1863), escritor, periodista y político español del Romanticismo y del Rexurdimento. Como político, Díaz llegó a ser Ministro de Estado en el gobierno de Leopoldo O'Donnell en el año 1856, durante el reinado de Isabel II de España.

Creció en el seno de una familia numerosa. Fue el tercero de diez hermanos, ocho mujeres y dos varones, y se le puso el nombre del santo del día, San Nicomedes, más el equivalente masculino del nombre de su madrina, Pastora (Pastor forma parte de su nombre propio, no de su apellido, confusión muy habitual). Su padre, Antonio Díaz, desempeñaba un puesto de oficial administrativo de la Armada, y con el tiempo llegó a ser titular de la contaduría de correos de Lugo. La madre era María Corbelle. Aunque era infrecuente para la época, todos los hermanos sobrevivieron a la infancia. Su único hermano varón, Felipe Benicio, fue interventor de pagos en el Ministerio de la Gobernación y Diputado a Cortes. Nicomedes ingresó en el Seminario conciliar de Vivero y luego en el Seminario Santa Catalina de Mondoñedo en 1823. Cuatro años más tarde marchó a estudiar Leyes en la Universidad de Santiago de Compostela, donde comenzó su actividad poética. Le afectó el cierre de las universidades decretado por Fernando VII y su ministro Francisco Tadeo Calomarde en 1832. Entonces se trasladó a Alcalá de Henares para proseguir sus estudios, y allí obtuvo el título de abogado en 1833. Parece ser que su vocación religiosa era sincera: murió soltero y, según contó Juan Valera, rezaba todos los días el breviario, fuera de que él mismo le dijo que se hubiera ordenado sacerdote de no tener ciertas obligaciones que cumplir.

Tres importantes valedores facilitaron su ingreso en la sociedad madrileña. Por un lado, Manuel Fernández Varela, miembro del Consejo de Su Majestad y Comisario Apostólico General de Cruzada, cargo eclesiástico de gran importancia desde el que favorece a varios hombres de talento y fomenta el desarrollo y saneamiento de su tierra gallega. Por otro, el general Manuel de Latre, militar liberal destacado en las guerras carlistas, que enseguida se fijó en él para recomendarlo a importantes puestos, como el de oficial en la delegación de Fomento de Cáceres. Su tercer valedor, ya en el mundo de las letras, sería el académico Manuel José Quintana. Por mediación de éste conoció a Donoso Cortés, Juan Nicasio Gallego, Ventura de la Vega, Espronceda, Larra, Serafín Estébanez Calderón y otros, entre los que se encontraba el que años más tarde sería su gran amigo y protegido: José Zorrilla. Esta buena relación llega al punto de que el prólogo a la primera edición de Don Juan Tenorio, la obra más conocida de Zorrilla, lo firma Nicomedes Pastor Díaz. Frecuentó por entonces la tertulia de El Parnasillo y publicó en diversas revistas madrileñas, como El Artista, La Abeja y El Siglo, donde estuvo en la redacción con Ros de Olano y José de Espronceda. Un temprano amor por una muchacha, a la que recuerda como Lina, muerta en plena juventud, marcó su vida y su obra. Establecido en Madrid (1832), participó en todas las actividades románticas y protegió a José Zorrilla, cuya revelación ante la tumba de Larra en 1837 relata conmovido. Conservador y monárquico; leal a María Cristina, enemigo de Espartero, a quien atacó desde el semanario El Conservador (1841), periódico fundado por él, Antonio Ríos Rosas, Joaquín Pacheco y por Francisco de Cárdenas.

En 1835 colabora en la refundación del Ateneo y en ese mismo año Javier de Burgos, a la sazón ministro, nombró a Pastor Díaz, por mediación del general Latre, oficial del ministerio de Gobernación en Cáceres, empezando así una imparable carrera política. Ese mismo año Salustiano Olózaga lo recomendó para el Ministerio de Gobernación y fue nombrado Secretario Político de Santander. Sus cumplidos servicios en esta plaza y su negativa a participar en los sacudimientos políticos del años 36, le valieron el nombramiento de Oficial del ministerio de la Gobernación, y un año más tarde, en 1837, el de Jefe Político de Segovia, un cargo más o menos equivalente a lo que luego serían los gobernadores civiles. Su designación para este puesto coincidió con un recrudecimiento de las guerras carlistas, y más concretamente con las incursiones del general Zariátegui y del Conde Negri. Pastor Díaz reaccionó inmediatamente frente a la amenaza y ordenó poner a buen recaudo en los hornos del alcázar segoviano los caudales del erario público, los caudales particulares y las alhajas de las iglesias, dejando al enemigo sin posible botín que conquistar como no fuera expugnando el alcázar, lo que a todas luces resultaba empresa excesiva para las magras fuerzas carlistas. Como quiera que por esto no encontraron más ganancia que la simplemente estratégica, las soldados carlistas, que tenían algo de forajidos montaraces, no tardaron en desanimarse en la capital. No contento con este triunfo, y con la provincia invadida por los carlistas, Pastor Díaz, al amparo de su corta edad, se movió de incógnito por los pueblos segovianos, informando al Gobierno de las distintas vicisitudes que iban aconteciendo. De esta manera pasó dos años como hombre de acción, hasta que el conde de Negri fue finalmente derrotado por el general Latre y Pastor Díaz, en recompensa de sus servicios, recibió la toga de magistrado de la Audiencia de Valladolid. Aquel mismo año 1839, cuando se unificó bajo un sólo mando el poder de los jefes políticos y los intendentes, Pastor Díaz fue nombrado para esta dignidad en Cáceres, ciudad en la que redacta un famoso Manifiesto. Desde allí, apoya abiertamente la Constitución de 1837 y se opone con energía a todos los partidarios de abrir un nuevo periodo constituyente, pues era de la opinión de que los periodos constituyentes son épocas en las que "sólo abundan los charlatanes, las discusiones estériles y los pactos que a todos convienen menos a los administrados", y a la defensa de estas ideas se entregó con el entusiasmo del poeta romántico que era. Todos sus intentos políticos giraron entonces, y en los años siguientes, en torno a la fusión de los partidos. Pastor Díaz entendía que los intereses de la nación tenían que se necesariamente intereses comunes, y no podía aprobar que un partido u otro gobernasen en exclusiva, a favor de los suyos y en detrimento de los contrarios. Este modo de pensar le acarreó grandes complicaciones, pues por ello precisamente no obtuvo nunca el apoyo ni de unos ni de otros, motejado con el calificativo de "puritano" que se empleaba en la época para denominar a los que no se decantaban por una u otra facción.

Cuando estalló el pronunciamiento de septiembre de 1840, Pastor Díaz fue comisionado a Valencia para hablar con la regente María Cristina y solicitarle la formación de un gobierno de unidad nacional que tratase de salvaguardar los intereses públicos más allá de las luchas partidistas. En esta misión conoció al general Leopoldo O'Donnell. A su regreso a Madrid de este encargo, fue encarcelado durante dos meses. Finalmente fue liberado sin cargos y participó junto a Ríos Rosas en la defensa de los periodistas que habían sido enviados al exilio a causa de los recién vividos acontecimientos.

1841 fue un mal año para Pastor Díaz. Tuvo que guardar cama por un fuerte y doloroso ataque de artritis y asistir al funeral de su padre, a quien no veía desde hacía nueve años. Aun así, aquel año, y en colaboración con Francisco Cárdenas, inició la composición de una serie de biografías en la llamada Galería de españoles célebres contemporáneos entre las que destacan la del Duque de Rivas, el general Diego de León (cuyo proceso y fusilamiento por parte de Espartero le conmovió profundamente), Ramón Cabrera y Javier de Burgos. Junto con Francisco Cárdenas, Joaquín Pacheco y Antonio de los Ríos Rosas, fundó una revista muy influyente hasta que fue cerrada por orden gubernativa, El Conservador (1841), con la cual proyectaba oponerse, situándose entre las filas políticas del moderantismo (sector de los puritanos), a Espartero, lo que le llevó a ofrecer sus servicios a la Reina Gobernadora durante el conflicto de la Regencia; este acto, que le valió una prisión de un mes y cristalizó su prestigio político entre los monárquicos. Después de su paso por Correo Nacional y El Heraldo, funda el periódico El Sol junto a Antonio de los Ríos Rosas y Gabriel García Tassara. En este medio precisamente es el primero en solicitar abiertamente en 1842 la mayoría de edad de la futura reina Isabel II,[cita requerida]lo que lo convierte en centro de todos los debates. Era entonces muy amigo de Gabriel García Tassara, con quien había fundado El Heraldo (1842) tras el cierre de El Conservador.

Elegido diputado a Cortes por la Coruña en 1843, una vez disueltas estas renueva su escaño, aunque en esta ocasión por la circunscripción de Cáceres, donde aún se recordaba su paso por la provincia como Jefe Político. Más adelante sería también diputado por Pozoblanco, y por Navalmoral de la Mata. Cabe señalar en este punto, que el sistema electoral español del siglo XIX asignaba los diputados por partidos judiciales, al estilo de los distritos británicos, y no por provincias como prescribe la actual ley electoral. Le ofrecen desde el sector privado la secretaría del Banco de Isabel II. Desde este puesto creó en 1847 el Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio. A comienzos de ese mismo año es nombrado Subsecretario de Gobernación, y pocos meses después, cuando ocupaba la presidencia del Gobierno su amigo Francisco Pacheco, es nombrado Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas. Su paso por el ministerio estuvo marcado por una febril actividad: legisló sobre los derechos de aguas, que tantas y tan enconadas disputas producían en la época; reformó la legislación de las sociedades anónimas para evitar que siguieran siendo instrumentos de fraude y corrupción; estableció la intervención para el control de los presupuestos de ejecución de las obras públicas, y modificó la administración de los presupuestos de sanidad y agricultura. Asimismo, y en el ámbito de la instrucción pública, dotó de fondos a la biblioteca de la Universidad de Sevilla y nombró a Bretón de los Herreros como director de la Biblioteca Nacional. También en 1847, el 18 de marzo, fue nombrado Pastor Díaz miembro de la Real Academia Española de la Lengua, junto a Hartzenbusch y Olivari. A partir de aquí, su salud y su negativa a aceptar ciertos cambalaches políticos lo apartan progresivamente de la política, aunque periódicamente será llamado a moderar las disputas entre las distintas facciones.

Se centra entonces en su vida intelectual y trata de convertirse en uno más de los dedicados tranquilamente a su trabajo y su estudio, sin mayor notoriedad pública. Entre 1847 y 1850 fue rector de la Universidad de Madrid y en 1856 fue nombrado Consejero de Estado. Fue ministro de Estado en 1856 con la Unión Liberal de Leopoldo O'Donnell. En 1857 es elegido miembro de número de la real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En 1858 fue nombrado senador del Reino. Además de todo esto, cumplió también varias misiones como embajador en Cerdeña (1854) y Lisboa (1859-1861), pero ya nunca llegaría a alcanzar un cargo de la importancia del ministerio que desempeñó en 1847. Consejero de Estado y ministro de Gracia y Justicia de nuevo con O'Donnell durante dos meses en 1863, ya enfermo y a pique de morir, lo que ocurrió en efecto el 22 de marzo de 1863.

Pese a la importancia de los cargos que ocupó y su permanente dedicación a la vida política, su honradez fue intachable y hubo de concederse una pensión a su madre y hermanas para que pudiesen sobrevivir a poco de su muerte. Se le concedieron cinco condecoraciones en vida (la de Carlos III, la de San Genaro, la de Cristo de Portugal, la de San José de Parma y la de San Mauricio y San Lázaro).

Obras

Publicó sus Poesías (1840) después de haberlas dado a conocer en El Artista y otras revistas, aunque según él las había venido componiendo desde 1828. De hecho, su poema en gallego Alborada (1818) se considera una de las primeras muestras del renacer de esa lengua. Precede al tomo un prólogo en que declara que la poesía debe tener una función social y ser expresión del alma del poeta. La segunda afirmación encuentra cabal cumplimiento, pues casi todos sus poemas son reflejo autobiográfico. Alma gallega, obsesionada por la muerte, la soledad y el paisaje brumoso de su tierra natal, se adelantó, con Enrique Gil y Carrasco, a la intimidad desgarrada y saudadosa de Gustavo Adolfo Bécquer y de Rosalía de Castro. Fue muy estimado y aún imitado por sus contemporáneos: de su poema "Mi inspiración" (1828) derivó Zorrilla su idea de la misión del poeta y la concepción de éste como desterrado en el mundo.

Predominan los poemas amorosos que giran en torno a dos mujeres, Lina, el amor de su adolescencia, y otra, quizá una aristócrata madrileña a la que pretendió en edad más madura. Las composiciones inspiradas opor Lina están llenas de dolor, angustia, visiones tétricas, desconsuelo, como presididas por una "Mariposa negra", (1835), según se ve en una de sus más famosas piezas. Destacan "Al silencio", evocación de las nocturnas citas, "A la muerte", amargo grito de angustia por la desaparición de la amada; "A la luna", donde se combina el paisaje gallego y la saudade de la ausente. Las dedicadas al segundo amor hablan de la belleza de la amada y de la imposibilidad de conseguirla.
Compuso también poemas descriptivo-filosóficos. El paso del tiempo y la inanidad de la vida del hombre llenan "Al Acueducto de Segovia" y "En las ruinas de Itálica". "La sirena del Norte" describe el paisaje marinero de Galicia, la aventura cotidiana de los navegantes y el fervor religioso que pone en le cielo el fin de la búsqueda. "A la inmortalidad" expresa una duda, quizá íntima, quizá solamente poética, sobre el más allá y la perduración. Hay que añadir algunas traducciones del francés y varias composiciones de circunstancias, como "A don José Zorrilla". En métrica se mostró bastante original, inventando estrofas como las octavas de pie quebrado.

Contribuyó al desarrollo de la novelística con dos obras clasificadas como sentimientales y con elementos autobiográficos. Una cita (1837), escrita en 1833, es una novela corta ambientada en Galicia que revive los amores con Lina y su muerte. Su desarrollo es parecido al de "La promesa" de Bécquer. De Villahermosa a la China. Coloquios de la vida íntima (1855), publicada previamente en La Patria, es una novela en clave en que Javier, el protagonista, ha de indentificarse con el autor. Narra los amores de un calavera y su conversión religiosa, desde las fiestas mundanas del madrileño palacio de Villahermosa hasta la marcha a China como misionero.

Juan Valera elogiaba el estilo "fácil, elevado y rico" de Pastor Díaz, lo que viniendo de un estilista como él no es pequeño elogio, y señalaba el predominio del análisis sobre la acción. También apercibió que los cuatro personajes principales son desdoblamientos del alma lírica del autor en diálogo angustiado con sentimientos opuestos. Apuntaba asimismo sus doctrinas religiosas y sociales, con las que no estaba de acuerdo. Como libro de estilo, decía, tiene pocos rivales, y como análisis de pasiones es único. Alababa también su poder descriptivo y calificaba la novela de libro triste, en que el único consuelo proviene de la religión. No debería extrañar que el epicúreo autor de Pepita Jiménez lo tuviera entre sus modelos y de hecho Pedro Antonio de Alarcón se inspiró en él para su novela El escándalo. Se afirma que la propia vida del escritor gallego está en la base que cimenta El escándalo. En cualquier caso De Villahermosa a la China es un paso adelante en la consolidación del Realismo narrativo.

Compuso además numerosos artículos de varia índole y varios libros consecuencia de su actividad múltiple como periodista, político y orador. Condiciones del Gobierno Constitucional en España. Palabras de un diputado conservador sobre las principales cuestiones de nuestra situación política (1846) estudia la estructura de los partidos políticos y pide la unión liberal; fue publicada en 1848 con el subtítulo de A la Corte y a los partidos. Una serie de conferencias dadas en el Ateneo de Madrid constituyen la médula de Los problemas del socialismo (1848-1849), aunque ya fueron publicadas en La Patria (1849). En ellas se revela su mentalidad conservadora al oponerse a las doctrinas sociales modernas y esperar de la religión la solución de los conflictos de grupo. En colaboración con Francisco Cárdenas escribió una Galería de españoles célebres y contemporáneos o biografías retratos de todos los personajes distinguidos de nuestros días en las ciencias, la política, en las armas, en las letras y en las artes (1842) en varios volúmenes a la que contribuyó con las biografías de Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, y Ramón Cabrera. Hombre muy culto, publicó un Compendio Histórico-Crítico de la Jurisprudencia Romana (1842) basado en la obra del historiador inglés Gibbon donde analizaba el desarrollo del Derecho Romano hasta los tiempos de Justiniano.

Entre sus artículos de crítica destacan "Del movimiento literario en España" (Museo Artístico y Literario, 1837), brillante defensa del Romanticismo, y "De las novelas en España" (El Conservador, 1841), en el que, a propósito de la aparición de Sab, señala la falta de las mismas. Sus Obras fueron publicadas por la Real Academia (1866-1868) en seis volúmenes, con prólogo de Fermín de la Puente, Juan Eugenio Hartzenbusch, Antonio Ferrer del Río, Juan Valera y Patricio de la Escosura. Existe una edición moderna de sus Obras (Madrid, BAE, 1969-1970), con estudio de José María Castro y Calvo.



Mi inspiración

Cuando hice resonar mi voz primera
Fue en una noche tormentosa y fría:
Un peñón de la cántabra ribera
De asiento me servía:
El aquilón silbaba,
La playa y la campiña estaban solas,
Y el Océano rugidor sus olas
A mis pies estrellaba.

No brillaban los astros en el cielo,
Ni en la tierra se oía humano acento:
Estaba oscuro, silencioso el suelo,
Y negro el firmamento.
Sólo en el horizonte
Alguna vez relámpagos lucían,
Y al mugir de los mares respondían
Los pinares del monte.

Fuera ya entonces cuando el pecho mío,
Lanzado allá de la terrestre esfera,
Vio que el mundo era un árido vacío,
El bien una quimera.
Nunca un placer pasaba
Blando ante mí, ni su ilusión mentida,
Y el peso enorme de una inútil vida
Mi espíritu agobiaba.

Quise admirar del mundo la hermosura,
Y hallé do quiera el mal. De amor ardía,
Y nunca a mi benévola ternura
Otro pecho se unía.
Solo y desconsolado,
Cantar quise a la tierra mi abandono,
Mas ¿dó tienen los hombres voz ni tono
Para un desventurado?...

Al destino acusé, y acusé al cielo
Porque este corazón dado me habían;
Y de mi queja, y de mi triste anhelo
Los cielos se reían.
¿Dó acudir?... ¡Ay!... Demente
Visitaba las rocas y las olas
Por gozarme en su horror, llorar a solas
Y gemir libremente.

Un momento a mi lánguido gemido
Otro gemido respondió lejano,
Que sonó por las rocas cual graznido
De acuático milano.
De repente se tiende
Mi vista por la playa procelosa,
Y de repente una visión pasmosa
Mis sentidos sorprende.

Alzarse miro entre la niebla oscura
Blanco un fantasma, una deidad radiante,
Que mueve a mí su colosal figura
Con pasos de gigante.
Reluce su cabeza
Como la luna en nebuloso cielo:
Es blanco su ropaje, y negro velo
Oculta su belleza.

Que es bella, sí: de cuando en cuando el viento
Alza fugaz los móviles crespones,
Y aparecen un rápido momento
Celestiales facciones.
Pero nube de espanto
Tiñó de palidez sus formas bellas,
Y sus ojos, luciendo como estrellas,
Muestran reciente el llanto.

Cual manga de agua que aquilón levanta
En los mares del Sur, así camina,
Y sin hollar el suelo con su planta
A mi escollo se inclina.
Llega, calladamente
En sus brazos me ciñe, y yo temblando
Recibí con horror ósculo blando
Con que selló mi frente.

El calor de su seno palpitante
Tornome en breve de mi pasmo helado:
Creí estar en los brazos de una amante,
Y... «¿quién, clamé arrobado,
Quién eres que mi vida
Intentas reanimar, fúnebre objeto?
¿Calmarás tú mi corazón inquieto?
¿Eres tú mi querida?»

«¿O bien desciendes del elíseo coro
Sola, y envuelta en el nocturno manto,
A ser la compañera de mi lloro,
La musa de mi canto?
Habla, visión oscura;
Dame otro beso o muéstrame tu lira:
De amor o de estro el corazón inspira
A un mortal sin ventura.»

«No, me responde con acento escaso,
Cual si exhalara su postrer gemido;
Nunca, nunca los ecos del Parnaso
Mi voz han repetido.
No tengo nombre alguno,
Y habito entre las rocas cenicientas,
Presidiendo al horror y a las tormentas
Que en los mares reúno.»

«Mi voz solo acompaña los acentos
Con que el alción en su viudez suspira,
O los gritos y lánguidos lamentos
Del náufrago que espira.
Y si una noche hermosa
Las playas dejo y su pavor sombrío,
Solo la orilla del cercano río
Paseo silenciosa.»

«Entro al vergel, so cuya sombra espesa
Va un amante a gemir por la que adora;
Voy a la tumba que una madre besa,
O do un amigo llora.
Pero es vano mi anhelo;
Sé trocar en ternezas mis terrores,
Sé acompañar el llanto y los dolores,
Mas nunca los consuelo.»

«Ni a ti, infeliz: el dedo del destino
Trazó tu oscura y áspera carrera.
Yo he leído en su libro diamantino
La suerte que te espera,
A vano, eterno llanto
Te condenó, y a fúnebres pasiones,
Dejándoos sólo los funestos dones
De mi amor y mi canto.»

«De ébano y concha ese laúd te entrego
Que en las playas de Albión hallé caído;
No empero de él recobrará su fuego
Tu espíritu abatido.
El rigor de la suerte
Cantarás solo, inútiles ternuras,
La soledad, la noche, y las dulzuras
De apetecida muerte.»

«Tu ardor no será nunca satisfecho,
Y sólo alguna noche en mi regazo
Estrechará tu desmayado pecho
Iluso, aéreo abrazo.
¡Infeliz si quisieras
Realizar mis fantásticos favores!
Pero ¡más infeliz si otros amores
En ese mundo esperas!»

Diciendo así, su inanimado beso
Tornó a imprimir sobre mi labio ardiente.
Quise gustar su fúnebre embeleso,
Pero huyó de repente.
Voló: de mi presencia
Despareció cual ráfaga de viento,
Dejándome su lúgubre instrumento
Y mi fatal sentencia.

¡Ay! se cumplió: que desde aquel instante1
Mi cáliz amargar plugo a los cielos,
Y en vano a veces mi nocturna amante
Volvió a darme consuelos.
Mis votos más queridos
Fueron siempre tiranas privaciones,
Mis afectos desgracias o ilusiones,
Y mis cantos gemidos.

En vano algunos días la fortuna
Ondeó sobre mi faz gayos colores:
En vano bella se meció mi cuna
En un Edén de flores:
En vano la belleza
Y la amistad sus dichas me brindaron:
Rápidas sombras, ¡ay! que recargaron
Mi sepulcral tristeza!...

Escrito está que este interior veneno
Roa el placer que devoré sediento.
Canta, pues, los combates de mi seno,
Infernal instrumento.
Destierra la alegría
Que nunca pudo a su región moverte,
Y exhala ya tus cánticos de muerte
Sin tono ni armonía.

Y tú, amor, si tal vez te me presentas,
Yo pintaré tu imagen adorada,
Describiré el horror de las tormentas
Y mi visión amada.
En mi negro despecho
Rocas serán mis campos de delicias,
Lánguidas agonías mis caricias,
Y una tumba mi lecho.



Una voz

Yo conozco esa voz: a su sonido
Todo mi ser se estremeció temblando;
Hela subir cual bélico alarido
A los cielos mi muerte demandando.

Conozco ya esa voz: un tiempo ufana
La señal dio de paz y de alegría.
Hoy retumba cual lúgubre campana
Que al alta noche anuncia la agonía.

La oyó mi corazón la vez primera,
Y entre aromas y púrpura sonaba.
Fue el céfiro vital de primavera,
Y amor, amor, su acento pronunciaba.

Ahora se eleva de una tumba oscura;
Nube la sigue de terror secreto;
Aún pronuncia aquel nombre de ternura,
Pero es quien le pronuncia un esqueleto.

Agigantado, aéreo, luminoso,
Veole alzar la vengadora frente:
Lánzame ese gemido doloroso,
Y se hunde entre las sombras de repente.

Do quier que vuelvo mi aterrada planta,
Allí me sigue, inseparable sombra;
A cada paso airada se levanta,
Mi nombre dice, y otro ser me nombra.

Óigola entre la espuma del torrente,
Óigola en el bramar del torbellino,
En el sordo murmullo de la fuente,
En el tronar del piélago marino.

Ya, como aterrador remordimiento,
Mi sueño torna en convulsión inquieta;
Ya despierto a su estrépito violento,
Cual si escuchara la final trompeta;

Ya del placer el desmayado instante
Con bárbara ficción remedar quiere;
Ya en resuello profundo agonizante
Imita las congojas de quien muere...

De quien murió... ¡Gran Dios!... De quien me llama
De quien me emplaza a su desierto asilo,
De ese tremendo ser que me reclama,
Que ni en la tumba me miró tranquilo.

Obedézcote ya, voz misteriosa;
Heme sumiso a ti como en la vida;
Heme postrado ante la yerta losa;
Ve tu incesante petición cumplida.

A pasar van cual tu vivir amargo
Los lentos días de mi amargo duelo,
Y será más profundo mi letargo,
Que mi tumba también será de hielo.

De ti quedó un recuerdo de hermosura,
De ti la somhra que implacable miro,
De ti esa voz de muerte y de ternura,
Ese que vaga universal suspiro.

De mi existencia oscura, solitaria,
No quedará ni voz, ni sombra leve:
No habrá en mi losa funeral plegaria.
Nadie que un ¡ay! por mi memoria eleve.

A nadie llamaré, ni quien se asombre
Habrá en el mundo a mi nocturno acento;
Ni como el tuyo mi olvidado nombre
Eco será jamás de un pensamiento.


El amor sin objeto

Vanamente mis ojos inquietos
Por do quiera se tienden y giran,
Vanamente mis labios suspiran
Abrasados de fúnebre ardor.
Soledad espantosa me cerca,
Noche eterna mi pecho ha cubierto:
Para mí todo el mundo es desierto
Pues que nadie responde a mi amor.

Todo es fuego mi pecho exaltado,
Sólo amando me place la vida,
Y fijando en otra alma querida
De existir la penosa ilusión.
Ilusión... ilusión desgraciada,
Que la triste verdad no realiza,
Ilusión que mi pena eterniza
Porque nadie responde a mi amor.

Yo no sé lo que quiere mi pecho,
Yo no sé por qué tiemblo y qué lloro,
No conozco lo mismo que adoro,
No hallo objeto a mi triste pasión.
Sólo encuentro un inmenso vacío
Donde el alma se agita sedienta,
Y esta sed de querer se acrecienta
Porque nadie responde a mi amor.

Tal vez amo en mis tristes delirios
A un fantasma que forja mi mente,
Y do quiera le miro presente,
Le da vida mi fúnebre ardor.
Yo le escucho, le estrecho en mis brazos,
Yo su aliento de aroma respiro,
Yo... infelice... demente deliro...
Nadie, nadie responde a mi amor.

Vanamente de nácar y rosas
El Oriente engalana la aurora:
Vanamente su faz brilladora
Lanza el sol con radioso esplendor.
Ni la tarde en los campos me agrada,
Ni de noche la luna brillante;
Luz y sombra buscaba en mi amante,
¡Ay!... y nadie responde a mi amor.

Con mi amante risueña la aurora
Me inundara de blanda alegría,
Con mi amante gozara yo el día,
Campo y sombras, y grato frescor.
Con mi amante la luna me viera,
De sus rayos bañado y de llanto,
Apurar ese mágico encanto
Que a las penas les presta el amor.

Tú tal vez, corazón que yo busco,
Que tal vez solitario palpitas,
Y en fantásticos sueños te agitas,
Y suspiras y lloras cual yo.
Ven a mí, yo te haré venturoso,
Yo te ofrezco esas horas risueñas,
Yo te ofrezco esa dicha que sueñas...
Ven, querida, responde a mi amor.

Ven a mí... yo no busco hermosura:
No apetece este pecho vacío
Sino un pecho de amor como el mío,
Sino el alma, sino el corazón.
Ven... abiertos te esperan mis brazos,
Ya parece que en ellos te estrecho:
Ya parece que siento tu pecho
Contra el mío latiendo de amor.

Nadie me oye... mis voces se apagan,
Y se apaga con ellas mi vida.
Donde no halla mi pecho querida,
Un sepulcro hallará mi dolor.
Un sepulcro es el lecho florido
Que apetece mi anhelo postrero;
Un sepulcro la dicha que espero,
Pues no existe la dicha de amor.



La mariposa negra

Borraba ya del pensamiento mío
De la tristeza el importuno ceño:
Dulce era mi vivir, dulce mi sueño,
Dulce mi despertar.
Ya en mi pecho era lóbrego vacío
El que un tiempo rugió volcán ardiente;
Ya no pasaban negras por mi frente
Nubes que hacen llorar.

Era una noche azul, serena, clara,
Que embebecido en plácido desvelo.
Alcé los ojos en tributo al cielo
De tierna gratitud.
Mas ¡ay! que apenas lánguido se alzara
Este mirar de eterna desventura,
Turbarse vi la lívida blancura
De la nocturna luz.

Incierta sombra que mi sien circunda
Cruzar siento en zumbido revolante,
Y con nubloso vértigo incesante
A mi vista girar.
Cubrió la luz incierta, moribunda,
Con alas de vapor informe objeto;
Cubrió mi corazón terror secreto
Que no puedo calmar.

No como un tiempo colosal quimera
Mi atónita atención amedrentaba,
Mis oídos profundo no aterraba
Acento de pavor;
Que fue la aparición vaga y ligera,
Leve la sombra aérea y nebulosa,
Que fue sólo una negra mariposa
Volando en derredor.

No cual suele fijó su giro errante
La antorcha que alumbraba mi desvelo;
De su siniestro misterioso vuelo
La luz no era el imán.
¡Ay! que sólo el fulgor agonizante
En mis lánguidos ojos abatidos
Ser creí de sus giros repetidos
Secreto talismán.

Lo creo, sí... que a mi agitada suerte
Su extraña aparición no será en vano.
Desde la noche de ese infausto arcano
¡Ay Dios!... aún no dormí.
¿Anunciarame próxima la muerte,
O es más negro su vuelo repentino?...
Ella trae un mensaje del destino...
Yo... no le comprendí.

Ya no aparece solo entre las sombras;
Do quier me envuelve su funesto giro;
A cada instante sobre mí la miro
Mil círculos trazar.
Del campo entre las plácidas alfombras,
Del bosque entre el ramaje la contemplo,
Y hasta bajo las bóvedas del templo
Y ante el sagrado altar.

Para adormir mi frenesí secreto
Cesa un instante, negra mariposa:
Tus leves alas en mi frente posa:
Tal vez me aquietarás...
Mas redoblando su girar inquieto,
Huye, y parece que a mi voz se aleja,
Y revuelve, y me sigue, y no me deja,
Ni se para jamás.

A veces creo que un sepulcro amado
Lanzó bajo esta larva aterradora
El espíritu errante que aún adora
Mi yerto corazón.
Y una vez ¡ay! estático y helado
La vi, la vi, creciendo de repente,
Mágica desplegar sobre mi frente
Nueva transformación.

Vi tenderse sus alas como un velo
Sobre un cuerpo fantástico colgadas
En rozagante túnica trocadas,
So un manto funeral.
Y el lúgubre zumbido de su vuelo
Trocose en voz profunda melodiosa,
Y trocose la negra mariposa
En genio celestial.

Cual sobre estatua de ébano luciente
Un rostro se alza en ademán sublime,
Do en pálido marfil su sello imprime
Sobrehumano dolor,
Y de sus ojos el brillar ardiente,
Fósforo de visión, fuego del cielo,
Hiere en el alma como hiere el vuelo
Del rayo vengador.

Un momento ¡gran Dios! mis brazos yertos
Desesperado la tendí gritando.
Ven de una vez, la dije sollozando,
Ven y me matarás.
Mas ¡ay! que cual las sombras de los muertos
Sus formas vanas a mi voz retira,
Y de nuevo circula, y zumba, y gira,
Y no para jamás...

¿Qué potencia infernal mi mente altera?
¿De dónde viene esta visión pasmosa?
Ese genio... esa negra mariposa,
¿Qué es?... ¿Qué quiere de mí?...
En vano llamo a mi ilusión quimera;
No hay más verdad que la ilusión del alma:
Verdad fue mi quietud, mi paz, mi calma;
Verdad que la perdí.

Por ocultos resortes agitado
Vuelvo al llanto otra vez hondo y doliente,
Y mi canto otra vez vuela y mi mente
A esa extraña región,
Do sobre el cráter de un abismo helado
Las nieves del volcán se derritieron
Al fuego que ligeras encendieron
Dos alas de crespón.

1834


A la muerte

Te teneam moriens.
TIB. Eleg. I, lib. I.


Ven a mis manos de la 
tumba oscura,
Ven, laúd lastimero,
Do Tibulo cantaba su ternura
Dando a Delia su acento postrimero.

Y traeme los ayes encantados
Con que dulce gemía,
Cuando ya con los párpados cerrados
En brazos de su amor desfallecía.

Ven, y el son de tu armónico suspiro
Sobre mi arpa vibrando,
Al viento de las ansias que respiro
El fin de mi existencia preludiando.

Yo lloraré de un alma solitaria
El insaciable anhelo,
Invocando en mi lúgubre plegaria
El solo bien que me reserva el cielo.

Yo ensalzaré tu celestial dulzura,
Muerte consoladora.
Yo cantaré en tus brazos tu hermosura;
Nadie en el mundo como yo te adora.

Parece ya que en el dintel sombrío
De la tumba dichosa
Siento exhalarse un delicioso frío
Que el ardor templa de mi sed fogosa,

Y que un ángel más bello que mi Lina,
Con semblante risueño,
En féretro de rosas me reclina,
Y el himno entona de mi eterno sueño.

«Venid, exclama, a los sepulcros yertos
A terminar los males.
No es ilusión la dicha de los muertos;
La nada es el vivir de los mortales...»

Lo sé, lo sé; mas de otro modo un día
Brillante a mis ardores
El campo de la vida se ofrecía
Vertiendo aromas y brotando flores.

«Do más placer divise, dije ufano,
Allí está mi ventura.
El ser que me formó no es un tirano,
Y el bien en el gozar puso natura.»

«Destiérrese de mí la razón lenta
Y su impotente brillo:
Será mi norte lo que el pecho sienta,
Será feliz mi corazón sencillo.»

Dije, y cual ave del materno nido
Lanceme en vuelo osado;
La senda del placer hollé atrevido,
Siempre de sed inmensa arrebatado.

Corrí a las fuentes do mi lado ardiente
Beber el bien quería,
Y a su hidrópico afán desobediente
El néctar del deleite no corría...

Y corrió por mi mal... y era veneno:
Bebiéronle conmigo:
Crimen en vez de amor ardió en mi seno,
Fui amante inútil y funesto amigo.

Denso vapor al fin anubló el alma,
Y en letargo profundo
De quietud falsa, de horrorosa calma,
Dejé los hombres, y maldije al mundo...

¡O natura falaz! tú me engañaste
Con pérfida mentira
Cuando en mi débil corazón grabaste
Esa imagen ideal por que suspira.

Pasó de mis fantásticas visiones
La magia encantadora.
Destino atroz, no tengo ya pasiones,
Y un solo bien mi corazón implora.

Envía sólo un rayo de contento
Sobre mi hora postrera:
Dame un solo placer, solo un momento,
El momento no más en que me muera.

Ya que entoldaste siempre mi ventura
Con tan nubloso velo,
Rasga en mi ocaso su cortina oscura,
Déjame, cuando espire, ver el cielo.

¡Ay! y al sentir ese éxtasis profundo
Que da la patria eterna,
A la que fue mi patria en este mundo
Volver me deja una mirada tierna.

Llévame de mi Landro a los vergeles,
Y allí, muerte piadosa,
Bajo los mismos sauces y laureles
Do mi cuna rodó, mi tumba posa...

Apura, o muerte, mi deseo apura,
Y a mis votos te presta.
Lleva a su colmo mi postrer ventura;
Premia un instante una pasión funesta.

Propicia a la ilusión que me alucina
Llévame a la que adoro:
Tremola entre los brazos de mi Lina
Tu crespón, para mí bordado de oro.

En ellos ¡ay! exánime posando,
Mi rostro al suyo uniendo,
Al compás de su lloro agonizando,
Y sus tardías lágrimas bebiendo,

Mis brazos se enlazaran a su cuello,
Que apoyo me prestara
Para esforzar el último resuello
Que en sus labios mi espíritu exhalara...

¡Ay! accede al ansiar de un alma triste,
Muerte que anhelé tanto,
Y en vez de esa corona que no existe
Cubra una flor no más tu negro manto...

Mas no... no cederás tu poderío,
O destino inclemente,
Y contra el mármol del sepulcro mío
Con furor ciego estrellarás mi frente.

Mi tierna juventud, mis padeceres,
Mi llanto no te apiada...
Moriré, moriré, mas sin placeres;
¡Ay! moriré sin ver a mi adorada.

1829





ENRIQUE GIL Y CARRASCO [17.902]

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Enrique Gil y Carrasco

Enrique Gil y Carrasco (Villafranca del Bierzo (El Bierzo, León), 15 de julio de 1815 - Berlín (Alemania), 22 de febrero de 1846) fue un escritor romántico español. Es recordado fundamentalmente por la novela romántica historicista El Señor de Bembibre (1843), obra maestra de la prosa romántica de ficción española, que sigue el modelo de la novelística de Walter Scott.

Se educó en una familia acomodada, católica y tradicionalista. Manuela Carrasco, su madre, era natural de Zamora. Su padre, Juan Gil, administraba las fincas del Marqués de Villafranca y de la Colegiata de Villafranca. Por ello se instalaron en esta localidad, Villafranca del Bierzo. Aparte de Enrique, el matrimonio tuvo varios hijos: Juana (1813), Nemesia (1817), Eugenio (1819), Pelayo Pablo (1822), que moriría siendo niño, y Águeda (1826), que nació ya en Ponferrada. La desamortización supuso la venta de diversos monasterios de la comarca y el pase de grandes propiedades eclesiásticas, tierras sobre todo, a las manos del Marqués de Villafranca. Eso influyó en el interés arqueológico del hijo; pero el padre no perdió la ocasión de adquirir una casa y un prado, según los documentos exhumados por Jean-Louis Picoche, y tras el fallecimiento del marqués en 12 de febrero de 1821, un inspector de Hacienda descubrió una estafa del padre a los marqueses por valor de 20114 reales, que le supuso la destitución de su cargo y la obligación de devolver el descubierto a la marquesa. La familia se trasladó entonces a Ponferrada, si bien el padre continuó aún trabajando unos meses en Villafranca como administrador del capítulo de la Colegiata y de los bienes de José María Sánchez de Ulloa, heredero del Señorío de Arganza.

Enrique inició sus estudios en el convento agustino de Villafranca entre 1823 y 1828; después pasó a la fundación benedictina de Vega de Espinareda para proseguirlos, según contó su hermano en la biografía Un ensueño. Ingresó en el seminario de Astorga el 18 de octubre de 1829, donde fue más estudiante que estudioso, y lo abandonó para estudiar leyes en la Universidad de Valladolid. Allí aparece matriculado de segundo curso en 1832, porque un decreto de 1830 de Fernando VII ordenó el cierre de las Universidades. Allí permaneció entre 1831 y 1836 y conoció a Joaquín del Pino, José María Ulloa y Miguel de los Santos Álvarez. También es posible que tratase a otros personajes que estudiaban allí, como José Grijalba, Jerónimo Morán, Buenaventura García Escobar, Manuel de Assas o José Zorrilla. La leva de 100.000 hombres para ganar la guerra carlista le hizo dejar la universidad en 1835; fue soldado en el ejército cristino dos meses, pero se reincorporó en diciembre de 1835 a los estudios. Los veranos los pasaba en Ponferrada, realizando excursiones por el Bierzo. Hizo amistad con Guilllermo Bailina y con su hermana Juana, musa de sus primeros escritos.

Poeta y novelista romántico

Se fue a Madrid contra la voluntad de su padre a seguir sus estudios; consta en el libro de matrículas de 1836-1837, en sexto de Derecho. Terminó la carrera en 1839. No se produjo una reconciliación antes del fallecimiento del padre, pues éste murió en Ponferrada el 18 de septiembre de 1837 dejando el cargo de administrador de rentas reales, que era de carácter hereditario y debía corresponder a Enrique, a su hermano Eugenio y Enrique no vino ni siquiera al entierro. En Madrid el escritor berciano hizo amigos entre los liberales, uno de ellos José de Espronceda, quien leyó en el Liceo, el 7 ó 14 de diciembre de 1837, su poema Una gota de rocío; también leyó allí Espronceda su poema El cisne en 1838. Gil y Carrasco estuvo en el entierro de Mariano José de Larra como un miembro más de El Parnasillo; en este acto se dio a conocer su compañero José Zorrilla. En El Parnasillo, tertulia reunida en el Café del Príncipe, surgió el Ateneo de Madrid, el brillante Liceo artístico (del cual fue un habitual Gil y Carrasco desde su fundación en 1837), el Instituto, y otras muchas varias agrupaciones literarias.

Publicó poemas en El Español y en No me olvides, y se convirtió en colaborador asiduo en prosa y verso de El Correo Nacional, dirigido por Andrés Borrego; para él escribió 9 poesías y un cuento fantástico en 1838; ese mismo año publicó también en El Liceo Artístico y Literario hasta 1839 y en el Semanario Pintoresco Español, dirigido por Ramón Mesonero Romanos desde febrero de 1839. En los últimos meses de 1838 se inicia como crítico teatral de El Correo Nacional, pero también hay escritos suyos en La Legalidad de González Bravo, en El Entreacto y en El Piloto.

En 1838 se leen varios poemas suyos: El cisne, Polonia (una oda patriótica), El Sil, A Blanca y Paz y porvenir (otra oda). En A la memoria del Conde Alange, dedicada a José de Espronceda, y A la memoria del general Torrijos deja ver sus preocupaciones políticas liberales. Como socio del Liceo firmó en el álbum poético regalado a la regente María Cristina en la recepción oficial el 30 de enero de 1838 y asistió a la fiesta con motivo del traslado de la asociación al Palacio de Villahermosa el 3 de enero de 1839. Después se le agravó una tuberculosis que ya arrastraba de épocas anteriores y regresa a Ponferrada. En ese periodo de forzada postración, y reanimado por los vientos del otoño, empezó a escribir la novela El lago de Carucedo, que envió por correo a Mesonero Romanos en marzo y en abril de 1840, y este la publica; en efecto, en la primavera de 1840 ya se encuentra mejor y tres años más tarde concluirá la novela histórica El Señor de Bembibre. En el Semanario Pintoresco Español retoma su actividad como crítico con su artículo sobre las Poesías de Espronceda. El 28 de noviembre de 1840 obtiene un puesto fijo de ayudante segundo en la Biblioteca Nacional gracias a su amigo Espronceda. Aprovecha la documentación que allí obtiene sobre la Orden del Temple para elaborar su futura novela. En mayo de 1841, durante la regencia de Espartero, empeiza a colaborar en El Pensamiento, revista fundada por sus amigos Eugenio Moreno, Espronceda, Ros de Olano y Miguel de los Santos Álvarez. Allí trata temas como Juan Luis Vives o la literatura de los Estados Unidos. Pasó un mes durante el verano boreal de 1841 en Ponferrada. Deja de publicar desde octubre de 1841 a febrero de 1843, consagrado a la redacción de El señor de Bembibre y a los artículos de costumbres que serán editados en 1843 en la colección Los españoles pintados por sí mismos y en Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. El 23 de mayo de 1842 muere su amigo y protector José Espronceda, al que consagra ese mismo día su poema A Espronceda; se siguen los fallecimientos de otros amigos y familiares, deprimiendo al escritor berciano. El poema sobre Espronceda es publicado en El Corresponsal y El Eco del Comercio. Regresa al Bierzo el verano boreal de 1842 con su salud quebrantada y allí realizó excursiones para documentar su Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. En 1843 aparece Los españoles pintados por sí mismos, compendio colectivo de artículos costumbristas donde colabora con tres artículos, y aparecen en El Sol, los escritos que formarán el Bosquejo de un viaje a una provincia de interior. Ofrede al editor Francisco de Paula Mellado su recién acabada novela histórica El señor de Bembibre. Además colabora en El Laberinto, revista fundada por Antonio Flores, desde noviembre de 1843 hasta que marche a Berlín en abril de 1844. Durante el gobierno de su amigo González Bravo (noviembre de 1843 - mayo de 1844) se le nombra secretario de la legación en Prusia. Además, el presidente del gobierno conservador era cuñado de un amigo de Gil y Carrasco, el actor Julián Romea. En ese cargo debía recorrer todos los länder y realizar diversos informes sobre la industria alemana. Su labor fue fundamentalmente restablecer relaciones diplomáticas con Prusia, rotas desde 1836 y repuestas en 1848, poco tiempo después de la muerte de Gil. Abandona su puesto de bibliotecario el 29 de febrero de 1844 y sale de Madrid a principios de abril; dedica seis horas al día a aprender alemán, lengua que acabará dominando al igual que el francés y el inglés. Visita Valencia y Barcelona tras los pronunciamientos que provocaron la destitución de González Bravo en favor de Narváez. El 20 de mayo embarca en El Fenicio rumbo a Marsella y viaja por Europa durante cuatro meses antes de llegar el 24 de septiembre a Berlín. Pasa por Marsella, Lyon, París (desde el 1 de junio hasta el 9 de agosto), Lille, Bruselas, Gante, Brujas, Ostende, Amberes, Rotterdam, La Haya, Ámsterdam, el Valle del Rin, Fráncfort, Hannover, Magdeburgo y Potsdam. Aprovecha para elaborar su informe sobre la industria alemana. Desde Francia remite dos artículos a El Laberinto y escribe un Diario, donde revela sus gustos literarios: Fray Luis de León, Byron, Schiller, Goethe. En Berlín amista con Alexander von Humboldt y conoce al Príncipe Carlos y a su esposa, a la que dará clases de español.

De su prematura muerte en Berlín

En el verano boreal de 1845 se agrava su enfermedad, pero prefiere permanecer en Berlín antes que marchar a Niza a recuperarse, también para evitar el peligro de un viaje. Regala unos ejemplares de El señor de Bembibre a Humboldt y al rey. Humboldt le ofrece en nombre del rey la gran medalla de oro de las artes y las letras; en correspondencia, Enrique solicita para su amigo la Gran Cruz de Carlos III, que le entregará en su casa a finales de enero de 1846. Pero su salud se deteriora rápidamente y fallece la mañana del 22 de febrero de 1846. Tenía premoniciones de su temprano fin, como se ve en poemas y artículos, y en efecto, murió joven, como muchos románticos. A su muerte dejó a su familia en la pobreza. Fue enterrado en el cementerio católico de Santa Eduvigis, en Berlín. Al sepelio aasistieron el barón de Humboldt, su amigo José de Urbistondo, que costeó un sencillo monumento funerario y diversos diplomáticos. Sus restos se redujeron cuando caducó la propiedad de la sepultura en 1882, y ahora está enterrado allí el cadáver de Peter Reichenperger; los huesos se repatriaron en 1987 a la Iglesia de San Francisco de Villafranca de El Bierzo gracias a las gestiones del profesor Picoce. Los apuntes y enseres de Gil y Carrasco permanecieron en la embajada de Berlín hasta la Segunda Guerra Mundial, en que desaparecieron. Entre ellos había notas de viaje y escritos de los que existe referencia gracias a César Morán. Puiblicaron necrológicas El Castellano, El Español, El Liceo de la Coruña y El Semanario.

Obra

Poemas

Aunque sólo compuso treinta y dos poemas, todos entre 1837 y 1842, Gil y Carrasco merece un puesto entre los poetas románticos. Aportó, en efecto, una rara nota de intimidad, melancolía vital, impalpabilidad lírica y preocupación postmortem que le transforman en el predecesor de Gustavo Adolfo Bécquer. Cantó la naturaleza, haciéndola partícipe de sus sentimientos de soledad, desilusión, fugacidad de la vida, futilidad del esfuerzo del hombre: así, en «La palma del desierto», «La violeta», flor que transformó en emblema de su vida, y en «Un recuerdo de los templarios», donde se evoca la decadencia del castillo de Ponferrada. Se preocupó por la política de sus días: «A Polonia» es un lamento por su reparto; «El 2 de mayo» desborda de fuertes sentimientos antifranceses; «Paz y porvenir» expresa una gran confianza en el futuro de España. Expuso sus preocupaciones del más allá en «El cisne» y «Un ensueño» y dejó una excelente elegía en «A la muerte de Espronceda», poeta a quien, lo mismo que Zorrilla, debe parte de su inspiración.

Viajes y costumbres

Escribió artículos de viajes y costumbres. Entre aquellos destacan «Bosquejo de un viaje a una provincia del interior», muy documentado históricamente, que aprovechó en la redacción de El señor de Bembibre; o los que fueron fruto de su experiencia en el extranjero, «De Lyon a París», «Diario de un viaje», con observaciones sobre costumbres y monumentos artísticos. Entre los segundos son los más notables los tres insertos en Los españoles pintados por sí mismos, de marcado sabor regionalista y de gran valor folclórico y antropológico. En «El pastor trashumante» se nos introduce con términos técnicos en la forma de vida del pastor de Babia (León): su paso a Extremadura, despedida y regreso, trasquileo, asignación de pastos. En «El segador» se habla de la depresión económica de Galicia que obliga a sus habitantes a contratarse como segadores en Castilla: dureza del trabajo, salario, viaje, peligros. Gil y Carrasco alude a un tapiz de Goya como ilustrativo del tipo. En «El maragato» hace una descripción de un mulero y guía entre Madrid y Galicia y se describe una boda en la Maragatería con todo detalle.

Crítica literaria

Contribuyó también a la crítica literaria con treinta y ocho artículos publicados entre 1838 y 1844. Resulta un crítico agudo, que aportó evaluaciones certeras de su tiempo. En «Poesías de Zorrilla», habla de poeta nacional, de la resurrección de las tradiciones, sus imágenes opulentas y sus diálogos dramáticos. De Espronceda destaca las influencias de Béranger y Byron, el escepticismo y la desesperanza y su intento por democratizar la poesía. En «Romances históricos del duque de Rivas» señala el hábil desarrollo, el colorido descriptivo, la influencia neoclásica. Aprovecha la ocasión para apuntar los defectos de El moro expósito. Hizo también reseñas teatrales y de libros; entre estas últimas sobresalen las dedicadas a Juan Luis Vives, en que percibe su sentido reformista y ataca a Rousseau, y "De la literatura de Estados Unidos, por A. Vail", en la que índica las valoraciones españolas de la literatura estadounidense.

El Señor de Bembibre

Se inició como narrador con «El anochecer de la Florida» (El Nacional 1838), novelita corta sobre la recuperación de un joven desesperado, y «El lago de Carucedo» (Semanario Pintoresco, 1840), narración breve sobre el terremoto que, según 1eyenda, formó el lago. En 1844 apareció en Madrid su novela histórica El señor de Bembibre, que obtuvo un éxito resonante.

Gil y Carrasco se inspiró para escribirla en las historias de Juan de Mariana y Jerónimo Zurita, en la Crónica anónima de Fernando IV, la Historia genealógica de la casa de los Lara, de Salazar y Castro, y las Disertaciones históricas de la Orden de los Templarios de Campomanes. Sus modelos literarios son: Bride of Lammermoor de Walter Scott; I promessi sposi, de Alessandro Manzoni, por su fondo moral y religioso, y El templario y la villana de Juan Cortada, con la que coincide en varios aspectos generales.

El fondo histórico de la novela está constituido, por las luchas políticas y militares que envolvieron la desaparición de los templarios durante el reinado de Fernando IV. El tema interesar a Gil y Carrasco por varios motivos: el amor a su tierra del Bierzo, de la que era verdadero apasionado; el innegable romanticismo del asunto, pues se trataba de una orden a a las Cruzadas tii grandeza terminó en dolor; la analogía con la Desamortización de Juan Álvarez Mendizábal, hecho aún vivo en a conciencia española cuando escribía el autor.

El argumento interrumpido acá y allá por referencias a la historia de los templarios, se funda en los infaustos amores de Beatriz y Álvaro. Destinados el uno para el otro, la ambición de Alonso Osorio, padre de Beatriz frustra su destino, en conjunción con una nube de circunstancias desfavorables que entregan a la infortunada muchacha en brazos del Conde de Lemos. En el colmo de la desesperación, Álvaro se hace templario, mientras una lenta cuanto insidiosa enfermedad se apodera de Beatriz. Muerto el Conde de Lemos en lucha con Álvaro, la viuda se llena de desesperación ante los votos religiosos de su enamorado. Dispensado éste por el Papa, y cuando la felicidad estaba al alcance de ambos, muere Beatriz en plena juventud, y Álvaro recibe el hábito de San Bernardo acompañándola al sepulcro poco después. Como en tantas otras historias románticas, se destaca en ésta la frustración de la juventud y del amor por obra del esquema social: la autoridad paterna unas veces, los intereses políticos o religiosos otras. Gil y Carrasco insiste en la infelicidad individual que de ello se deriva, mostrando para ejemplo el castigo consecuente de quien no respeta los derechos del individuo. La extinción de la casa Osorio es, en la novela, un caso típico, que se comenta así:

Quedó un vivo cuanto doloroso ejemplo de la vanidad, de la ambición y de los peligros que suelen acompañar a la infracción de las leyes más dulces de la naturaleza.

Pero, fuera de esta lección moral común a los románticos, hay algo que comunica encanto singular y perennidad a esta producción artística. En primer lugar, el acentuado sentido de la melancolía y tristeza del destino humano: la felicidad pasa, quedan las ruinas, y nada puede torcer el hado implacable del tiempo. Morirá Beatriz, víctima de su propia tristeza, tras una enfermedad magistralmente descrita, que parece la misma del autor. Y todos las demás personas se verán inmersas en un sentimiento nihilista, viniendo a ser sombras que brillan un momento al sol de la tarde.

Se destaca, por otro lado, la importancia de la naturaleza, cuya descripción no tiene paralelo en la época: se trata de una naturaleza concreta, bien conocida por Gil y Carrasco, con la que, sin duda, compartió las penas de la infancia y la enfermedad: la del Bierzo, sus montañas, pueblecitos y castillos, atardeceres y mañanas, así como la cambiante vista de las estaciones, todo ha sido evocado con maestría. Hay que señalar, por fin, el ritmo lento: es una novela estática, en que la acción, mínima y simple, cede el lugar al análisis los sentimientos. Los momentos últimos de Beatriz son magníficos logros en esta dirección: emana honda emoción del intento del .escritor por prolongar unos minutos una vida truncada, que no ha mecido la felicidad sino para morir.

Ediciones

De sus obras existen estas ediciones: El señor de Bembibre (Madrid, 1844). Se han hecho numerosas ediciones posteriores. Poesías líricas (Madrid. Medina y Navarro, 1875), prólogo de Gumersindo Laverde Ruiz. Obras en prosa (Madrid, Laverde Ruiz, 1883), coleccionadas por J. del Pino y F. de la Vera. Obras completas (Madrid, Atlas, 1954), edición y notas de Jorge Campos, BAE, 74.
En el año 2014, la editorial Bierzo Paradiso inicioó la edición de las obras completas de Enrique Gil y Carrasco, junto a estudios y trabajos realizados por estudiosos de su obra, en formato físico y digital. En el mes de abril aparecieron "Biblioteca Gil y Carrasco" los dos primeros tomos: el primero recoge su obra poética, y el segundo la leyenda "El Lago de Carucedo". En el 2015, con motivo del bicentenario de su nacimiento, se completó la edición de las obras de Gil y Carrasco.



UNA GOTA DE ROCÍO

Gota de humilde rocío
delicada,
sobre las aguas del río
columpiada.
La brisa de la mañana
blandamente,
como lágrima temprana
transparente,
mece tu bello arrebol
vaporoso
ente los rayos del sol
cariñoso.
¿Eres, di, rico diamante
del Golconda
que en cabellera flotante
dulce y blonda
trajo una Sílfide indiana
por la noche,
y colgó en hoja liviana
como un broche?
¿Eres lágrima perdida
que mujer
olvidada y abatida
vertió ayer?
¿Eres alma de algún niño
que murió
y que el materno cariño
demandó?
¿O el gemido de expirante
juventud
que traga pura y radiante
el ataúd?
¿Eres tímida plegaria
que alzó al viento
una virgen solitaria
en un convento?
¿O de amarga despedida
el triste adiós,
lazo de un alma partida,
¡ay!, entre dos?

Quizá tu frágil belleza,
quizá tus dulces colores,
tus cambiantes y pureza,
y tu esbelta gentileza,
tus fantásticos albores,
son imágenes risueñas
de contento y de ventura,
son citas de una hermosura,
son las tintas halagüeñas
de alguna mañana pura.
Que acaso bella te alzaste
entre el cantar de las aves
y magnífica ostentaste
tu púrpura y oro suaves,
y con ellos te ensalzaste;
que acaso en cuna de flores
viste la lumbre de día,
y blando soplo de amores
te llevó una noche umbría
en sus alas de colores.
Y en la rama sus pendida
de un almendro floreciente
oíste trova perdida,
en el perfumado ambiente
por los ecos repetida.
Ruiseñor enamorado
cantaba encima de ti,
y junto al tronco arrugado
oíste un beso robado
a unos labios de rubí.

Misterios y colores y armonías
encierras en tu seno, dulce ser,
vago reflejo de las glorias mías,
tímida perla que naciste ayer.
Pero es tan frágil tu existencia hermosa
y tu espléndida gala tan fugaz
que es un vapor tu púrpura vistosa
que quiebra el ala de un insecto audaz.
Mañana ¿qué será de tus encantos,
de tus bellos matices, pobre flor?
No habrá pesares para ti, ni llantos,
ni más recuerdo que mi triste amor.
Si tu vida fue un soplo de ventura,
si reflejaste el celestial azul,
no caigas, no, sobre esta tierra impura
desde tu verde tronco de abedul.
Pídele al sol que con su rayo ardiente
disipe por los aires tu vivir
o a un pájaro de pluma reluciente
que recoja en su pico tu zafir.
Que no naciste tú para este suelo,
para trocar en lodo tu beldad;
tú, más baja que espíritu del cielo,
más alta que la humana vanidad.
Quédate ahí pendiente de tu rama
cual blanco mensajero de oración,
que sólo verte la esperanza inflama
y alienta al quebrantado corazón.
Quizá al pasar un ángel solitario
te cubrirá con su ala virginal…
Si caes envolverá frío sudario
tu forma vaporosa y celestial.




LA CAMPANA DE LA ORACIÓN

Trémulo son
vibra en el viento…
¿Es el acento
de la oración?
¿Es que suspira
la brisa pura,
que se retira
por la espesura?

¿Es que cantan las aves a lo lejos
con voz sentida al apagado sol,
bañadas en los últimos reflejos
de su encendido y bello tornasol?

¿Es el blando ruido de las alas
de los genios del día y de la luz,
que van a desplegar sus ricas galas
a otro país de gloria y juventud?

¿Es la voz destemplada del torrente,
que trueca su mugido bramador
en un himno dulcísimo y doliente,
himno de paz, de religión, de amor?

No, que esa voz misteriosa,
como el crepúsculo vaga,
cual la niebla vaporosa,
solitaria y melodiosa,
como la voz de una maga;

Es más que el leve murmullo
del aura que se despide
y besa el tierno capullo
y un instante , más le pide
con melancólico arrullo.

Es más que el triste cantar
de los pájaros pintados,
que contemplan admirados
nube rojiza empañar
del sol los rayos dorados.

Es más que la voz sonora
que es escapa del torrente
y en himno tímido llora
el muerto sol de occidente,
y aguarda el sol de la aurora.

Es más blanda y delicada
que la confusa armonía
del ala tornasolada
del espíritu del día,
en los aires agitada;

Que es la voz de la campana,
voz de la alegría y tristeza,
de alegría en la mañana,
triste en la noche cercana,
sepulcro de la belleza.

Voz que dulce y apagada
en la oscuridad solloza,
O que rica y acerada
corre los vientos alada
y entre misterios se goza;

Que tal vez recuerda el alma
despertada por su son
horas de plácida calma,
en que, solitaria palma,
florecida el corazón.

Y entonces las oraciones
de la infancia bulliciosa
pasan en blanca visiones
cual aéreas ilusiones,
por el alma pesarosa.

Y las dulces confianzas
de solícita amistad,
las doradas esperanzas,
abandono y bien-andanzas
de la venturosa edad.

Y las pláticas de amor
entre flores y verdura,
que cantaba el ruiseñor
y embellecía el pudor
de conturbada hermosura.

Todo en los ecos se mece
del misteriosos metal,
pero confuso aparece
y sin contornos se ofrece
como vapor matinal.

Que son harto delicados
Aquellos suaves placeres
en que yacen apiñados
ensueños idolatrados
con semblante de mujeres.

Porque en otro pensamiento
se miran sobrenadar,
y siguen su movimiento,
cual marchan al sol den viento,
las escuadras por el mar.

Pensamiento, sí, infinito,
que vaga por el espacio,
pensamiento de proscripto,
en las cabañas escrito,
y en la frente del palacio.

Las músicas de la vida,
el silencio del no ser,
y la amarga despedida,
y la queja dolorida
de las hojas al caer.

La idea consoladora
de otro mundo de virtud,
y la madre que nos llora
y que, aún muertos, nos adora
contemplando el ataúd.

La imagen de la doncella
que su fe nos dio al pasar,
y que tal vez nuestra huella
busca en moribunda estrella
con distraído pensar;

Y el ánima desatada
que va a llamar congojosa
a la puerta nacarada
de la mansión perfumada,
donde el querubín reposa;

Y Dios y la majestad,
y el son de las arpas de oro
en la mística Ciudad,
y aquel inefable coro
por toda una eternidad!!

Ideas son que oscurecen
las memorias infantiles,
y ante quienes desaparecen
y en humo se desvanecen
los delirios juveniles.

Encumbrada en gigante campanario,
desde allí enseñorea al huracán,
soberana de un mundo solitario
de grave y melancólico ademán.

¿Por qué, di, tanto gozo en la mañana?
Por que al oscurecer tanto pesar?
¿Por qué en tus ecos, lánguida campana,
haces así mi corazón rodar?

¡Ay! Cantas la esperanza en la alborada,
la fe sencilla del primer amor,
y en la noche las sombras de la nada,
desengaños y dudas y dolor.

Tal vez eres escala luminosa
por do se sube a la espléndida región:
tal vez eres la senda tenebrosa
que guía al ignorado panteón.

Paréceme en las noches mas oscuras
oír entre tus ecos de metal
unas palabras tímidas y puras,
perdidas en tu acento funeral.

Palabras de abandono y confianza,
blando perfume de inocencia y paz,
ideas de fantástica esperanza,
memorias de dulcísima amistad.

Memorias, sí, del malogrado amigo,
del malogrado amigo que perdí,
que repartía su placer conmigo,
y descargaba su amargura en mí.

Que desplegó mi corazón de niño,
como el alba las hojas de la flor,
y suavizó con maternal cariño
mis ideas de luto y de dolor.

¿Quién sabe si abandona su morada
cuando vas a cantar la última luz,
y cruzando la bóveda estrellada
mezcla a tu son el son de su laúd?

¿Quién sabe si hay un punto en el espacio,
de entrambos mundos eternal confín,
más alto que la cresta del palacio,
y postrer escalón del serafín?
……………………………………………

Tú eres campana, el punto misterioso;
sobre la tierra levantado estás,
y tú sin duda al celestial reposo
del espíritu amigo servirás.

Lanza tu voz, desplégala sonora,
pues que en ella le escucha mi pasión;
si es ilusión, campana bienhechora,
¡Ay! Déjame morir en mi ilusión:

Porque es triste perder el ser que amamos,
y los sueños con él perder también …
¿para qué averiguar si deliramos?
¿para qué razonar si obramos bien?

¡Ay! Es tan dulce al alma abandonarse,
y mecerse en memorias de placer,
y luego melancólica lanzarse
a buscar la esperanza en el no ser;

Que Dios sin duda te colgó en el viento,
como flor del perdido corazón,
cual llama, que el helado pensamiento
convierte en un aroma de oración.

Tú que me traes al rayar el día
vagos recuerdos de la bella edad,
y por la noche pálida y umbría
me muestras la confusa eternidad;

Tú que entre sombras y tiniebla vana
evocas una forma celestial…
¡Bendita seas, lúgubre campana!
¡Bendito, sí tu acento funeral!




LA MARIPOSA

Recuerdos de la infancia

Mariposa, mariposa,
que das al viento gentil
de tus alas de oro y púrpura
el espléndido matiz;
que, veleidosa y ligera,
la tímida flor de abril
besas y al punto abandonas
indiferente o feliz;
tú deslumbraste mis ojos
desde el punto en que te vi,
y fuiste maravilla
de mi embeleso infantil.
Cegáronme tus encantos,
y entonces en pos de ti
vagué por valles y montes,
atropellando el zafir
de la fuente solitaria,
en que encendido alhelí
reflejaba su corona
de arrebolado carmín.
Por ti en los verdes prados
hollé el vistoso tapiz,
por ti la esbelta azucena
con su frente de marfil
en mi carrera afanosa
desatentado rompí,
y su cáliz de perfumes,
y su gala juvenil
a los pies del caminante
sin compasión esparcí.
Y tú siempre vagarosa
el aire hendías sutil
con tu gala envanecida,
sin escuchar ni sentir
las inocentes plegarias
de mi niñez infeliz,
que en fuerza de tu desdén
empañó con su gemir
el cristal puro y luciente
de su rico porvenir.
Vano fue el blando cabello
rizado en sortijas mil,
vana la frente apacible
de pura rosa y jazmín,
vanos los ojos azules
y su cándido lucir,
vana también mi pureza
de celeste serafín.
Mariposa, mariposa,
flor de un aéreo pensil,
hoy que la infancia ha pasado
bien te comprendo, ¡ay de mí!
Cayó el mágico cendal
con que vendado viví,
y pude mirar el mundo
desencantado por fin.
Harto entonces tu lección
en la amargura aprendí,
viendo que bello fantasma
en la senda del vivir
tendías las ricas alas
para esconderme la lid
que me guardaba la vida
en su lejano confín.


¡Pobre niño! ¡Qué inocente
cerré sin dudar los ojos,
con la esperanza en la frente!
¿Por qué no vía la mente
de las flores los abrojos?
¿Por qué sin faro ni estrella
cruzas el mar de la vida,
juventud, pobre doncella,
en sueños de amor perdida,
cándida, inocente y bella?
¿Por qué va tu corazón
como los aires abierto?
¿No temes que tu ilusión
desvanezca el aquilón
del arenoso desierto?
Cuando a vivir nos lanzaste,
criador del ancho mundo,
¿Cómo, di, no reparaste
que la noche nos dejaste
de desamparo profundo?
Si era ley el pelear,
¿por qué en vez del flaco pecho
no nos pusiste espaldar
de diamante, en que deshecho
fuera a estrellarse el pesar?
Porque al fin es el vivir
encarnizada contienda,
y solamente al morir
cae de los ojos la venda
que robaba el porvenir.
Mas de nuestro desvarío
¿quién tiene la culpa, quién?
Tú no la tienes, Dios mío,
que no está el cielo vacío
ni sin flores el Edén.
Si, a despecho de tu amor,
en pos corre el hombre loco
de un fantasma seductor,
deshojando poco a poco
de su inocencia la flor;
si a pesar de las lecciones
que por el mundo esparciste,
acallan sus ilusiones,
devaneos y pasiones
la conciencia que les diste,
¿quién tiene la culpa, quién,
de sus pesares y duelo
si allá en la senda del Bien
a mengua tuvo el consuelo
y le apartó con desdén?
¿Por qué imagina atrevida
el alma desvanecida
perpetua la primavera
sólo con verla ceñida
de su guirnalda hechicera?
¡Ay! Dios abrió el ancho mundo
como un libro a nuestros ojos,
y eran tantos los enojos,
las asperezas y abrojos
en el volumen profundo,
que sólo nuestra demencia
pudo mostrarnos en él
bosques de mirto y laurel
y músicas e inocencia
en encantado vergel.
¡Mal haya quien como yo
tuvo un aviso del cielo
que insensato despreció!
¡Mal haya aquel que buscó
paz y contento en el suelo!
Que no en vano, mariposa,
delante de mí volabas,
porque tú representabas
profecía misteriosa
que a mi vista desplegabas.
Fantasma de la ventura
cual ella rica y brillante,
cual ella galana y pura,
mas a par suyo inconstante,
loca, falaz e insegura,
¿por qué los ojos no abrí
para verte sin pasión?
¿Por qué insensato perdí
mis alegrías por ti
y la paz del corazón?
Cuando en la fuente bebías,
cuando libabas las flores,
cuando en el viento esparcías
hechizos y bizarrías
de tus alas de colores;
cuando entre la sombra y verdura
ibas a perderte errante,
y a gozarte en la frescura
de la selva susurrante
bajo su bóveda oscura;
y luego volvías loca,
batiendo las alas bellas,
festivo enredado en ellas
el céfiro que destoca
mariposas y doncellas,
¿por qué me dejé engañar
de tanta pompa y belleza?
¿No pude, ¡ay de mí!, pensar
que esta gala, esta pureza,
no era cosa de alcanzar?
Mas si en los juncos posada
que orlaban la pura orilla
de la espumosa cascada,
de los ojos maravilla,
mostrábase columpiada,
y allí al parecer dormida
me convidaba tu encanto,
tu vestidura florida
y tu arrebolado manto
a tender mano atrevida,
¿qué mucho que al fin cediera
a tan rosada ilusión?;
¿qué mucho que el corazón
apresurado latiera
con la mágica visión?
Mas por necio o por liviano
frustábase mi deseo,
que era necio, bien lo veo,
fiar el contento humano
de tan frágil devaneo.
Porque eras tú mi fortuna,
y volabas por ser mía,
y aun tan menguada alegría,
larga tal vez e importuna,
juzgaba la suerte impía.
Crucé los brazos al fin,
dejé caer mi cabeza,
y en nebuloso confín
perdiéronse con presteza
sus alas de serafín.
Entonces reflexioné
y en tu oscura profecía
melancólico pensé;
mas, ¡ay de mí!, que tardía
la meditación ya fue.
Tardía sí, que volaron
mis ilusiones contigo,
y solamente quedaron
incertidumbres conmigo
que mi vida emponzoñaron.
Mariposa, mariposa,
si hay en el mundo otros niños
con frente de nieve y rosa,
de cabellera sedosa,
puros y blancos armiños,
ten con ellos más piedad
que la que yo te debí,
porque es inhumanidad
ir a deshojar así
de la inocencia la edad.
Y si a mi vista apareces
no me recuerdes tus daños
sino mis cándidos años,
y mis inocentes preces
y mis dichosos engaños,
¡ay de mí!, porque mi gloria
no está, no en el porvenir
ni en su dudoso lucir;
sólo para mi memoria
hay un cielo de zafir.




A LA MEMORIA DEL CONDE ALANGE

(A mi amigo D. José de Espronceda)

Aún otra vez, callada lira mía,
aún otra vez el himno de los bravos
pueble el silencio de la noche fría
y hiele el corazón de los esclavos.

¡Campo Alange!, ¡perdón!, sombra gloriosa,
perdón para el cantor de los pesares
si en tu corona de laurel hermosa
el eco va a morir de sus cantares.

No es de dolor el himno que te canto,
no es de tristeza tu inmortal memoria,
mengua fueran palabras de quebranto
sobre esa tumba que selló tu gloria.

Mis trovas serán trovas de esperanza,
como en Grecia los himnos de Tirteo,
voces de libertad y confianza
que retumben allá en el Pirineo.

¡Oh!, yo he cantado un pueblo sin ventura,
y noble indignación tronó en mis labios
cuando le vi sumirse en la amargura,
perdido por los reyes y sus sabios.

A ti como bueno pereciste,
a  ti también te cantará mi lira.
Mártir hermoso de los libres fuiste…
Mártir hermoso, tu virtud me inspira.

Cuando tronó el cañón en el Escalda
y el pendón tricolor flotó en Amberes,
marchitando en la sien de mil mujeres
del amoroso mirto la guirnalda,

y al son de fulminante artillería
tu espíritu iba en pos de ardiente bomba
que con fragor horrísono crujía,
como en la mar la temerosa tromba,

¿viste la libertad cruzar el viento,
flotante con su blanca vestidura,
perderse en el azul del firmamento
y aparecer allí radiante y pura?

¿La viste sonreírte y con el dedo
mostrarte en encantada maravilla
el alcázar antiguo de Toledo,
la morisca Giralda de Sevilla?

Y te dijo quizá: “Dulce es mi cuna,
al pie de los naranjos columpiada,
dulce es oír a la serena luna
de un bandolín la música pausada,

dulce es ver de mis hijos las falanges
palpitar de Padilla a la memoria…
Yo templaré en el Tajo sus alfanjes,
los llevaré a los campos de la gloria”.

Y en tu fervor postrado allí de hinojos
le dijiste: “Seré tu caballero.
Dulce será en la llama de tus ojos
los míos enclavar si acaso muero”.

Y guardaste tu fe dentro del pecho
como la fe de tu primer amor,
y flotaron en torno de tu lecho
imágenes de fama y de esplendor.

La libertad cumplió su profecía,
y su pendón se desplegó  en los llanos,
y allá en los montes la bandera impía
se desplegó también de los tiranos.

Y del Tajo corriste a la orilla.
En él templó la libertad tu espada,
te llevó de la mano por Castilla,
y te dejó en su hueste denodada.

Tú del poniente sol a los vislumbres,
de una reina sublime en ademán,
la contemplaste en pie sobre las cumbres
de los gloriosos montes de Arlabán.

Gigante allí se apareció a tus ojos
la sien orlada de un laurel celeste,
hollando del esclavo  los despojos,
y de las selvas en la pompa agreste.

Y te habló en una lengua misteriosa,
dulce como el aplauso de la fama,
y engalanó tu frente generosa
rico trasunto de su viva llama.

Tú, por su amor, intrépido lidiabas,
tu corcel iba en pos de sus banderas,
y otro Arlabán tal vez imaginabas
del cántabro océano en las riberas.

Los hijos de los libres combatían
de la inmortal Bilbao sobre los muros;
los hijos de los siervos sucumbían
dentro del foso reluchando oscuros.

Cuando miraste la ciudad triunfante
destacarse en lo blando de la nieve,
y del vapor de la neblina errante
desaparecer debajo el manto leve,

te soñaste cruzado de la gloria,
y otra Sión fingiste esplendente,
y las trovas del Taso tu memoria
cruzaron en tropel resplandeciente.

Y era con todo la ilusión divina
tu postrera ilusión sobre la tierra,
¡blanca nube de forma peregrina
que deshacen los vientos en la sierra!

¡Tú herido allí por una bala oscura
la víspera gloriosa del mañana
en que del monte ceñirá la altura
el humo del combate de Luchana!

¡Morir y no morir en la pelea
cuando al ronco cañón se enciende el alma
y pecho juvenil para desea
junto a la sombra de triunfante palma!.

Tu vista entonces se volvió a los cielos
empañada en vapor de amarga duda…
La libertad cruzaba con sus velos
las nubes pardas para darte ayuda.

No era el ángel que viste en el Escalda
ni la diosa que en bélico ademán
del occidente en la encendida gualda
se apareció en las crestas del Arlabán.

Era la madre que sus hijos llora,
era la virgen que perdió su amor,
y en quien de un cielo la esperanza dora
las tinieblas confusas del dolor.

Besó tu frente y con amor te dijo:
“bellos fueron tus días en la tierra,
bellos serán entre las nubes, hijo,
do te aguardan los héroes de mi guerra.
Ya no verán los soles de mi gloria
de tu sable el relámpago brillar
ni llenará más páginas la historia
con tu caballeresco batallar.
Mas eres mártir de una santa idea,
blasones y poder por ella diste…
tú mi arcángel serás en la pelea,
pues caballero de mi causa fuiste”.
Y tus ojos entonces se cerraron,
tu alma cruzó los campos de la luz,
y los fuertes guerreros sollozaron
de tu glorioso túmulo en la cruz.

Hoy que tus alas cubren las enseñas
que tu brazo otro tiempo defendía,
y en el silencio de enriscadas breñas
te muestras a mi ardiente fantasía,
hoy te pido un cantar de fortaleza
que truene por los ámbitos de España,
rico en vigor, espléndido en braveza,
rugido de un león en la montaña.
Ven, muéstrate a los ojos de los libres
que con adoración dicen tu nombre;
ora el acerco ensangrentado vibres,
ora te cerque tu inmoral renombre.
Y en tanto que en su mente entusiasmada
eco lejano del cañón retumba,
diles con voz sublime y levantada,
grave con el reposo de la tumba:
“¡himnos sin fin a la guerrera lira!
¡Su voz esparza por el mundo el viento!
¡Himnos sin fin! ¡La libertad no expira,
porque no muere el sol del firmamento!.

Madrid, 8 de noviembre de 1838



NIEBLA

Recuerdos de la infancia

Niebla pálida y sutil
que en alas vas de los vientos,
no así callada y sombría
desaparezcas a lo lejos,
en pos de ti correré ,
sin vagar y sin sosiego,
porque está sedienta el alma
de tus sombras y misterios.
Acuérdate, engañadora,
del inocente embeleso
con que, niño embebecido,
contemplaba tu silencio,
por si en él resonaban
perdidos y blancos ecos
de las arpas melodiosas
de las magas de los cuentos.
Crédulo entonces y puro
rasgar intenté tu velo,
pensando que me ocultaba
sus palacios hechiceros,
sus fantásticos pensiles,
sus músicas y torneos,
y los flotantes penachos
de encantados caballeros.
Rasgada en pedazos mil,
cual perdido pensamiento,
te vi envolver cuidadosa
y con solicito anhelo
las almenas carcomidas
del alcázar, que en un tiempo
escándalo fue del mundo
por su pompa y devaneos
sin ver que era vano afán
y descabellado intento
velar sus rotos blasones
y su mutilados fueros
con tu liviano ropaje,
y más liviano deseo;
y con todo alguna vez
el sol te daba contento
reverberando apacible
del torreón altanero
en el musgo húmedo y triste;
roja chispa de su fuego,
que después tú disfrazabas
hasta mentir el reflejo
de perfilada armadura
de rutilante yelmo.
¡Cuántas veces me engañaste
con dolosos sortilegios,
haciéndome atropellar,
desapoderado y ciego,
las ruinas del castillo,
cándido infante, creyendo
mirar de pie en su poterna
membrudo y alto guerrero
como lúgubre guardián
de la prez de sus abuelos!
¡Cuántas veces ¡ay! Mis lágrimas
por tus mentiras corrieron
al ver que mi fantasía
y mi dulcísimo ensueño
tornábase en mis manos
manojo de musgo seco,
que en vagas ondulaciones
flotaba a merced del viento!
Y a la verdad no era mucho
que el sol oyera tu ruego;
porque nunca le engañaste
para mostrarte severo:
y, a pesar de tus engaños,
yo te adoraba en extremo.
Y aún te adoro, parda niebla,
porque excitas en mi pecho
memorias de bellos días
y purísimos recuerdos;
porque hay fadas invisibles
en el vapor de tu seno,
y porque en ti siempre hallé
blando solaz a mi duelo.

¡Ay del que pasó la infancia
a sus ilusiones muerto!
¡Ay de la flor que fragancia
consume y pura elegancia
en apartado desierto!
¡Ay del corazón de niño
que se abrió sin vacilar,
sin reserva y sin aliño,
pidiendo al mundo cariño,
y no lo pudo encontrar!
Niebla que fuiste mi amor
y de mi infantil desvelo
amparo consolador,
que sola bajo el cielo
comprendías mi dolor;
¡Qué mucho que yo te amara,
yo, desterrado del mundo,
que en ti perdido vagara,
y a ti sola confiara
mi desamparo profundo!
Tú a mi espíritu algún día
dabas tus húmedas alas,
y, demente de alegría,
el vago viento corría
descomponiendo tus galas.
Cuando, en el llano tendida,
los contornos de los montes
ocultabas atrevida,
fingiendo en los horizontes
vaga mar desconocida;
y de la verde montaña,
que asomaba la cabeza
con altiva gentileza,
isla formabas extraña
de delicada belleza:
bogaba la fantasía
por tu misteriosos mar,
y en su ignorancia creía
la virgen isla lugar
de ventura y alegría.
Y crédula soñaba
puerto en la vida seguro,
y desde allí imaginaba
un porvenir que llegaba
sereno, radiante y puro.
En tu piélago tal vez
de gótica catedral
la fábrica colosal
flotaba con altivez,
fortaleza feudal.
Y el ánima embebecida
en entrambas se fijaba.
Y ya  la veleta erguida,
ya la almena esclarecida
solitaria acompañaba.
Que en los mares de ella edad
no flotan, no, de otra suerte
mundana pompa y beldad,
hasta que en la oscuridad
relumbra el sol de la muerte.
Todo confuso y borrado
en tu seno aparecía,
vaporoso y nacarado
y en celajes mil velado
como luna en noche umbría.
Y la mente virginal
que sólo a ver alcanzaba
las rosas en el zarzal
y otros vientos no soñaba
que la brisa matinal;
Tus enigmas resolvía
a favor de la inocencia,
y calma tan sólo veía,
y solamente escondía
amor sin fin y creencia.
Que hay una edad placentera
de vistosos arreboles,
pura como azul esfera,
de espléndida primavera
y mágicos tornasoles.
En que se goza el dichoso
porque en la dicha confía,
en que se goza el lloroso
viendo fanal luminoso
allá en el bruma sombría.
De pura nieve y carmín
formada está el alma nueva:
no es mucho, pues, que se atreva
con el destino, y que beba
en las copas del festín.
Vaga niebla sin color,
no es mucho que vea en ti
serenas noches de amor,
labios de ardiente rubí
y verdes prados en flor.
No es mucho; porque ilusiones
de tan vistoso jaéz
pasan tan sólo una vez
para velar sus blasones
en perpetua lobreguez.
Su blanca luz placentera
brilla un instante no más,
y en la amorosa carrera
de juventud hechicera
no vuelve a lucir jamás.
Niebla, ya no puedo ver
en tu misteriosos espejo
los vergeles del placer,
que el corazón está viejo
de quebranto y padecer.
Pasó mi infancia muy triste,
más pasa mi juventud;
que entonces tú me acogiste,
y hoy mi ventura consiste
en la paz del ataúd.
Mas, ya que has sido mi amor,
envuélveme con tu velo,
dame sombras y consuelo,
que tú sola mi dolor
has comprendido en el suelo.



LA VIOLETA

Flor deliciosa en la memoria mía,
ven mi triste laúd a coronar,
y volverán las trovas de alegría
en sus ecos tal vez a resonar.
Mezcla tu aroma a sus cansadas cuerdas;
yo sobre ti no inclinaré mi sien,
de miedo, pura flor, que entonces pierdas
tu tesoro de olores y tu bien:
Yo, sin embargo, coroné mi frente
con tu gala en las tardes del abril,
yo te buscaba orillas de la fuente,
yo te adoraba tímida y gentil.
Porque eras melancólica y perdida,
y era perdido y lúgubre mi amor;
y en ti miré el emblema de mi vida,
y mi destino, solitaria flor.
Tú allí crecías olorosa y pura
con tus moradas hojas de pesar;
pasaba entre al yerba tu frescura,
de la fuente al confuso murmurar.
Y pasaba mi amor desconocido,
de un arpa oscura el apagado son,
con frívolos cantares confundido
el himno de mi amante corazón.
Yo busqué la hermandad de la desdicha
en tu cáliz de aroma y soledad,
y a tu ventura asemejé mi dicha,
y a tu prisión mi antigua libertad.
¡Cuántas meditaciones han pasado
por mi frente mirando tu arrebol!
¡Cuántas veces mis ojos te han dejado
para volverse al moribundo sol!
¡Qué de consuelos a mi pena diste
con tu clama y dulce lobreguez,
cuando la mente imaginaba triste
el negro porvenir de la vejez!
Yo me decía: “buscaré en las flores
seres que escuchen mi infeliz cantar,
que mitiguen con bálsamo de olores
las ocultas heridas del pesar”.
Y me apartaba, al alumbrar la luna,
de ti, bañada de moribunda luz,
adormecida en tu vistosa cuna,
velada en tu aromático capuz.
Y una esperanza el corazón llevaba
pensando en tu sereno amanecer,
y otra vez en tu cáliz divisaba
perdidas ilusiones de placer.
Heme hoy aquí: ¡cuán otros mis cantares!
¡cuán otro mi pesar, mi porvenir!
Ya no hay flores que escuchen mis pesares,
ni soledad donde poder gemir.
Lo secó todo el soplo de mi aliento,
y naufragué con mi doliente amor:
lejos ya de la paz y del contento,
mírame aquí en el valle del dolor.
Era dulce mi pena y mi tristeza;
tal vez moraba una ilusión detrás:
mas la ilusión voló con su pureza,
mis ojos ¡ay! No la verán jamás!
Hoy vuelvo a ti, cual pobre viajero
vuelve al hogar que de niño le acogió;
pero mis glorias recobrar no espero,
sólo a buscar la huesa vengo yo.
Vengo a buscar mi huesa solitaria
para dormir tranquilo junto a ti,
ya que escuchaste un día mi plegaria,
y un ser hermano en tu corola vi.
Ven mi tumba a adornar, triste viola,
y embalsama su oscura soledad;
sé de su pobre césped la aureola
con tu vaga y poética beldad.
Quizá la pasar la virgen de los valles,
enamorada y rica en juventud,
por la umbrosas y desiertas calles
do yacerá escondido mi ataúd,
irá a cortar la humilde violeta
y l pondrá en su seno con dolor,
y llorando dirá: “¡pobre poeta!
Ya está callada el arpa del amor1”



UN DÍA DE SOLEDAD

L´esprit de la priere et de la solitude
qui plane sur les mots, les torrents et les bois,
dans ce qu´aux yeux mortels la terre a de plus rude
appelá de tout temps des ames de son choix.
LAMARTINE

Hay una voz dulcísima, inefable,
de tierno encanto y apacible nombre,
alada, pura, mística, adorable,
música eterna al corazón del hombre.

Es soledad su nombre acá en la tierra;
mas bendición los cielos la apellidan:
un misterio sin fin allí se encierra,
y a su festín los ángeles convidan.

En alas de un espíritu divino
el alma vagarosa se levanta,
hiende el éter azul y cristalino,
y envuelve en nubes su ardorosa planta.

Y cuando acababa triste, acongojada,
su peregrinación de luz y gloria,
cuando llega hasta el suelo quebrantada,
pobre en ventura, espléndida en memoria;

Entonces mira en rutilante espejo
reflejarse de Dios la omnipotencia,
y, de la gloria pálido bosquejo,
estremecerse el mundo a su presencia.

Y el sol, esplendoroso mensajero,
los prados matizar de bellas flores,
cual esclavo rendido y placentero
que prepara el festín de su señores.

Ve al céfiro mecer las arboledas
en homenaje al Rey del firmamento,
y cual pendones de flotantes sedas
ondear sonorosas en el viento.

Hombre es ya el alma que ángel se miraba,
ser formado de muerte y esperanza.
Nave rota la quilla y en mar brava,
de dudas y de fe triste balanza.

Y con todo, la luz y la armonía,
las aguas y los bosques y collados,
los himnos de tristeza ó de alegría,
los árboles sombríos y apiñados,

Vuelven la paz al conturbado pecho,
apagan el volcán de las pasiones:
duérmese el alma, cual en blando lecho
tímida virgen llena de ilusiones.

Sí; porque un eco a nuestra voz responde,
cual la bóveda santa a las plegarias,
y un ángel Dios en cada gruta esconde
para oír nuestras quejas solitarias.

¡Oh! ¿por qué el genio triste y abatido
cuya cabeza abraza un pensamiento,
y que le ve marchito, escarnecido,
rodar de la ciudad el pavimento;

Por  qué, Dios mío, busca en la amargura,
lejos del mundo, asilo y esperanza?
¿Por qué corre a ocultarse en la espesura,
cual ciervo herido de enemiga lanza?

Nuestro espíritu es obra de tus manos,
infinito cual tú, señor del mundo;
y todo el esplendor de los humanos
no llenará vacío tan profundo.

Para escuchar tu voz consoladora
el ser contemplador deje los hombres,
que vanidad ridícula devora
y mueren por las letras de sus nombres.

Tú pueblas de visiones apacibles
la dulce soledad, inmenso templo,
formas aéreas, suaves, bonacibles,
de tu poder y tu bondad ejemplo.

Por eso en los suspiros de las ramas
suena la voz de un padre cariñosa,
y el alma de un amigo en dulces llamas
arde tal vez en nube silenciosa.

Por eso mira el enlutado amante
allá a los lejos entre parda bruma
flotar la vírgen que perdió distante,
cual en mar borrascosa blanca espuma.

¡Oh Dios! ¿qué explica el delicioso llanto,
la dulce turbación que agita el alma,
bálsamo de amargura y de quebranto,
brisa templada en la profunda calma?

¿Es precursora de la paz divina,
la paz que goza el alma solitaria?
Y ese fanal de amor que la ilumina
¿Es de tu gloria santa luminaria?

¡Oh Dios! ¡una morada en el desierto,
un pájaro que cante tu alabanza,
con una flor sobre el peñasco yerto
meciéndose, cual nave en la bonanza!

¿Para qué más riquezas ni ventura?
¿para qué vanidades pasajeras?
¿De qué sirven amores ni hermosura,
las palmas de la gloria lisonjeras?

¡Ay! Nuestro corazón es un abismo
y cegarlo con flores un delirio:
es el hombre verdugo de si mismo
y por mentida fe sufre martirio,

Buscad la paz orilla de los mares,
pedídsela a la bóveda estrellada,
buscadla en las ruinas y lugares
que recuerden los tiempos y la nada.

Que delante de Dios y lo infinito
truena la voz la verdad sonora;
y cruza el alma, mísero proscrito,
un golfo hacia su patria encantadora.








FERNANDA DE CASTRO [17.903] Poeta de Portugal

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FERNANDA DE CASTRO

María Fernanda Teles de Juntas Castro Hierro OSE (Lisboa, 8 de diciembre de 1900 - Lisboa, 19 de diciembre de 1994) fue una poeta y escritora portuguesa.

Fernanda de Castro, hija de Juan Felipe de Tablas Dolores (Lisboa, São Julião, 04 de enero 1874 - Portimão, Portimão, 07 de julio 1943), Goa, Oficial capitán-teniente de la Marina de Guerra, Comandante de la Orden Militar de Avis del 11 de marzo de 1919, [1] y su esposa Ana Isaura Codina Teles de Castro da Silva (Lisboa, São José, 23 de septiembre 1879 - Bolama, 09 de abril 1914), hizo sus estudios en Portimão, Figueira da Foz y Lisboa, se casó en 1922 con Antonio Ferro.

De este matrimonio nacieron António Quadros, quien se distinguió como un filósofo y ensayista, y Fernando Manuel Hierro Quadros. Su nieta, Rita Ferro también se distinguió como escritora. Su sobrino nieto Jorge Quadros se distinguió como músico.

Ella fue con su marido y otros, fundadora de la Sociedad de Escritores y Compositores de Teatro portuguesa, ahora conocida como la Sociedad Portuguesa de Autores.

Su nombre figura entre los que componen el libro de Paulo Marques "15 Portugueses Ilustres", viaje a lo largo de todo el siglo XX abordando la vida de quince grandes personalidades portuguesas y sus importantes contribuciones en áreas como la literatura, la educación, la cultura, el arte y la política.



Almada con un grupo de amigos portugueses en su Oldsmobile frente al edificio Adriática. Gran Vía esquina plaza del Callao, c. 1927. Madrid

"Ir a España en un coupé descapotable, damas atrás y caballeros delante era un paseo al que no te podías negar. Sin complicadas normas de tráfico, ni pesadas colas, se llegaba a Madrid con este aspecto tan fino y alegre. ¡A posar para la fotografía! 

Delante, de pié, está el maestro Almada Negreiros que para estas cosas nunca decía que no. La tercera señora, contando desde la izquierda, es doña Fernanda de Castro".
F. de C.

Su figura nos interesa especialmente porque está estrechamente ligada a otros personajes que nos sedujeron con anterioridad, ahora entrecruzados y que, como ella misma, tuvieron alguna relación con Madrid:

1º. Su marido, el periodista, escritor y político António Ferro. El hijo de ambos es el conocido filósofo y autor del iniciático Portugal, razão e misterio António Quadros, que tanto nos ha hecho amar y soñar Portugal.

2º. El admirado maestro Almada Negreiros, quien hacía parte de su círculo de amigos de juventud.

Y ¿Quién fue esta mujer?



Fernanda de Castro (Lisboa, 8 de diciembre de 1900 - Lisboa, 19 de diciembre de 1994) escribió poesía, novela, teatro y una introducción a la botánica. Tradujo a Rainer María Rilke, Katherine Mansfield, Pirandello, Ionesco, Valéry Larbaud, Sófocles, Henri Duveruois y a Maurice Maeterlinck, entre otros. Colaboró en diversas publicaciones periódicas como el Diário Popular y en las revistas Arte Peninsular, Panorama, Ilustração Portuguesa y Portugal Feminino, entre otras.

Se inició a la vida literaria a los 19 años, con la publicación del libro de poesía AnteManhã. Ese  mismo año (1919) gana el Primer Premio en el concurso de Teatro Nacional con la pieza Náufragos.

En 1922 participó en la Semana de Arte Moderna de São Paulo y gana la admiración y amistad de Tarcíla do Amaral, Anita Malffati y Owsvald de Andrade, entre muchos otros.   Con la novela Maria da Lua (1945) fue la primera mujer en ganar el premio Ricardo Malheiros de la Academia de Ciências de Lisboa. En 1969 le conceden el Prémio Nacional de Poesia.

Obras

Náufragos (1920) (teatro)
Maria da Lua (1945) (romance)
Antemanhã (1919) (poesia)
Náufragos e Fim da Memória (poesia)
O Veneno do Sol e Sorte (1928) (ficção)
As aventuras de Mariazinha (literatura infantil)
Mariazinha em África (1926) (literatura infantil) (fruto da passagem da escritora pela Guiné Portuguesa )
A Princesa dos Sete Castelos (1935) (literatura infantil)
As Novas Aventuras de Mariazinha (1935) (literatura infantil)
Asa no Espaço (1955) (poesia)
Poesia I e II (1969) (poesia)
Urgente (1989) (poesia)
Fontebela (1973)
Ao Fim da Memória (Memórias 1906 – 1939) (1986)
Pedra no Lago (teatro)
Exílio (1952)
África Raiz (1966).
Tudo É Princípio
Os Cães não Mordem
Jardim (1928)
A Pedra no Lago (1943)
Asa no Espaço (poesia)
Cartas a um Poeta (tradução de Rainer Maria Rilke )
O Diário (tradução de Katherine Mansfield )
Verdade Para Cada Um (tradução de Pirandello )
O Novo Inquilino (tradução de Ionesco )



Alegría

De pasadas tristezas desengaños,
amarguras recogidas en 30 años
de viejas ilusiones,
de pequeñas traiciones
que encontré en mi camino.
De cada injusto mal, de cada espino,
que en mi pecho dejó la mancha oscura

de una nueva amargura…
De cada crueldad,
que el luto desoló a mi mocedad
de cada injusta pena
que un día envenenó y aun envenena
mi alma que fue tranquila y fuerte 
de cada muerte 
que aun vive 
entremezclándose a mi vida
ya perdonada
ya olvidada.
De cada cicatriz
yo pude hacer un día
no dolor, ni tristeza, ni nostalgia, 
sino heroica alegría.

Alegría sin causa, 
alegría animal,
que ningún mal puede vencer
loco placer de respirar.
La voluptuosidad de sentir 
la tierra en flor bajo los pies descalzos.

Placer de abandonar los gestos falsos,
placer de regresar,
de respirar, honestamente 
y sin capricho,
como las hierbas y como los bichos
Alegría voluptuosa de coger frutos
y yo la rosa.

Alegría sutil 
de abandonarme al sol como un reptil.
Alegría brutal y primitiva
de estar viva.

Feliz soy feliz ,
pero bien agarrada a la raíz
Placer de sentir en esta mano,
la corteza del pan rubio y lozano.
Placer el de sentirme ágil y fuerte
y de saber que solo es la muerte
la triste y sin remedio.
Placer de renegar, de destruir 
el tedio

ese extraño cilicio
y de darme a la vida entera, como a 
un vicio.

Alegría, 
Alegría,
alegría de sentirme
cada día mas cansada, mas triste y dolorida
paro cada vez mas aferrada a la vida.




Alegria 

De passadas tristezas, desenganos 
amarguras colhidas em trinta anos, 
de velhas ilusões, 
de pequenas traições 
que achei no meu caminho..., 
de cada injusto mal, de cada espinho 
que me deixou no peito a nódoa escura 

duma nova amargura... 
De cada crueldade 
que pôs de luto a minha mocidade... 
De cada injusta pena 
que um dia envenenou e ainda envenena 
a minha alma que foi tranquila e forte... 
De cada morte 
que anda a viver comigo, a minha vida, 
de cada cicatriz, 
eu fiz 
nem tristeza, nem dor, nem nostalgia 
mas heróica alegria. 

Alegria sem causa, alegria animal 
que nenhum mal 
pode vencer. 
Doido prazer 
de respirar! 
Volúpia de encontrar 
a terra honesta sob os pés descalços. 

Prazer de abandonar os gestos falsos, 
prazer de regressar, 
de respirar 
honestamente e sem caprichos, 
como as ervas e os bichos. 
Alegria voluptuosa de trincar 
frutos e de cheirar rosas. 

Alegria brutal e primitiva 
de estar viva, 
feliz ou infeliz 
mas bem presa à raíz. 

Volúpia de sentir na minha mão, 
a côdea do meu pão. 
Volúpia de sentir-me ágil e forte 
e de saber enfim que só a morte 
é triste e sem remédio. 
Prazer de renegar e de destruir 
o tédio, 

Esse estranho cilício, 
e de entregar-me à vida como a 
um vício. 

Alegria! 
Alegria! 
Volúpia de sentir-me em cada dia 
mais cansada, mais triste, mais dorida 
mas cada vez mais agarrada à Vida! 

De: D'Aquém e D'Além Alma



DIA DE SOL

Dia de sol! Manhã de sol! Hora de sol!
Manhã lavada, rútila, estival...
Passam varinas a cheirar a sal...
Dia de sol! Manhã de sol! Hora de sol!

Domingo claro, alegre, cristalino
como as notas metálicas dum sino,
como um toque estridente de clarim...
O sol entra nas almas
como o hálito quente dum jardim.

Andam pregões suspensos sobre a rua:
"Dez tostões o salamim,
quem quere azeitonas novas?"
E o eco prolongado continua:
"Quem quere azeitonas novas?" 
Amanheceu um dia claro e ardente
com sol, com muito sol em toda a gente.
Elétricos ligeiros e amarelos
mordem as calhas...
As rodas são martelos
arrancando faíscasaos rails, que parecem duas riscas

de prata nova sobre o chão cinzento...

— DaFundo, Lumiar, Brasil, São Bento...
Cada qual vai atrás do seu destino
através do ambiente campesino
que tem Lisboa num domingo assim...

Lá vai galgando, aos poucos, o Alecrim
um carro a transbordar de gente moça
que tem na pele um rebrilhar de louça.
Dois a dois, de mãos dadas e almas dadas,
vão merendar nas sombras das estradas.
Sendo tão desiguais e tão diversos,
cada par é uma rima destes versos...

Dia de sol! Manhã de sol! Hora 'de sol!
Dorme o Tejo debaixo dum lençol
de espinhaços, de fôlbis e de lascas...
— "Oh, leva as folhas, leva as cascas!"
No cais, por entre os barcos,
' a chapinhar nos charcos,
andam garotos a molhar os pés.
Lá vai um carro cheio para Algés!
Eles, os namorados, que eu distingo,
caras que vejo apenas ao domingo,
vestem os fatos bons, de cerimónia,
arrecadados na gaveta...
Borrifadas com água de Colónia,
elas vão procurar na cetineta
o brilho do cetim...
Nem cremes, nem olheiras, nem carmim...
Em vez do pó de arroz o pó das ruas...
Cabeleiras desfeitas e mãos nuas
sem luvas, sem anéis e sem verniz,
pobres e simples como Deus as quis.
A cor saudável da papoula
e um vago cheiro de cebola
que o perfume barato não disfarça...

E através da cidade,
que se estende, se enrosca e serpenteia
e parece bordada em talagarça...
— Cidade quase linda e quase feia...
através da cidade de Lisboa
em que soa e ressoa
o mar, o inquieto mar,
uma voz anda sempre a declarar
versos gostosos, frescos, sumarentos
— os frutos são os versos do pomar —
— "Quem quer'figos, quem quer'almoçar?"
E desafiando o sol, o vento, a chuva:
—- "Ah, uvinha, quem quer'uva?"—
Ao longe, o mar,
ao ver-se desprezado,
tem ciúmes, não gosta,
e num grito salgado
manda logo a resposta;
— "'Viva da Costa!"

E este pregão marítimo é um anzol
a chamar, a prender toda a cidade...
Cada vez é mais clara a claridade...
Dia de sol! Manhã de sol! Hora de sol!





HATHERLY, Ana.  CAMINHOS DA MODERNA POESIA PORTUGUESA. 2ª. edição  S.l.:Ministério da Educação Nacional, Direção Geral do Ensino Primário, 1969. 121 p.  (Coleção Educativa, Serie G, n. 8)  11x16 cm.  Ilustração Mário Pacheco

ALMA, SONHO, POESIA

Entrei na vida
com armas de vencida;

Alma, Sonho, Poesia.
Quando eu cantava
o mundo ria,
mas nada me importava:
cantava.

Depois, um dia,
o mundo atirou pedras ao meu canto
e a minha alma rasgou-se.
Que seria? 
Medo, espanto,
revolta ou simplesmente dor?
Fosse o que fosse,
o orgulho foi maior.
Com dez punhais nas unhas afiadas
e nos olhos azuis duas espadas,
eu nunca mais seria, nunca mais,
a que entrara na vida
com armas de vencida.
Agora o meu querer era mais fundo:
de um lado, eu, do outro, o mundo.
E começou a luta desigual
do tigre e da gazela.

A vencida foi ela.
Mas que louros colheu dessa vitória
o mundo cego e bruto?
O sangue dos Poetas? Triste glória...
Cinza de sonhos mortos? Magro fruto...
Oh, não, punhais e espadas!
Eu só quero cantar! Não quero ossadas
nem, sob os pés, 'um chão de campas rasas.
Eu só quero cantar! Só quero as minhas asas
e a minha melodia:
Alma, Sonho e Poesia...                    ^
Alma, Sonho e Poesia...

(De «Exílio»)


ASAS

Eu tenho asas!
Piso o chão como pisa toda a gente
mas tenho asas
de impalpável tecido transparente,
feitas de pó de estrelas e de flores.
Asas que ninguém vê, que ninguém sente,
asas de todas as cores.

Pequenas asas brancas que me afastam
das coisas triviais
e as tornam leves, fluidas, irreais
—pólen, nuvem, luar, constelações,
irisados cristais.
Asa branca minha alma a palpitar,
bater de asas o doce ciciar
de pálpebras e cílios.
Ó minhas asas brancas de cetim!
Revoadas de pássaros meus sonhos,
Meus desejos sem fim!

(De «Exílio»)




O Segredo é Amar

O segredo é amar. Amar a Vida 
com tudo o que há de bom e mau em nós. 
Amar a hora breve e apetecida, 
ouvir os sons em cada voz 
e ver todos os céus em cada olhar. 

Amar por mil razões e sem razão. 
Amar, só por amar, 
com os nervos, o sangue, o coração. 
Viver em cada instante a eternidade 
e ver, na própria sombra, claridade. 

O segredo é amar, mas amar com prazer, 
sem limites, fronteiras, horizonte. 
Beber em cada fonte, 
florir em cada flor, 
nascer em cada ninho, 
sorver a terra inteira como o vinho. 

Amar o ramo em flor que há-de nascer, 
de cada obscura, tímida raiz. 
Amar em cada pedra, em cada ser, 
S. Francisco de Assis. 

Amar o tronco, a folha verde, 
amar cada alegria, cada mágoa, 
pois um beijo de amor jamais se perde 
e cedo refloresce em pão, em água! 

in "Trinta e Nove Poemas" 




Distância

Não vás para tão longe! 
Vem sentar-te 
Aqui na chaise-longue, ao pé de mim... 
Tenho o desejo doido de contar-te 
Estas saudades que não tinham fim. 

Não vás para tão longe; 
Quero ver 
Se ainda sabes olhar-me como d'antes, 
E se nas tuas mãos acariciantes, 
Inda existe o perfume de que eu gosto. 

Não vás para tão longe! 
Tenho medo 
Do silêncio pesado d'esta sala... 
Como soluça o vento no arvoredo! 
E a tua voz, amor, como se cala! 

Não vás para tão longe! 
Antigamente, 
Era sempre demais o curto espaço 
Que havia entre nós dois... 
Agora, um embaraço, 
Hesitas e depois, 
Com um gesto de tédio e de cansaço, 
Achas inconveniente 
O meu abraço. 

Não vás para tão longe! 
Fica. Inda é tão cedo! 
O vento continua a fustigar 
Os ramos sofredores do arvoredo, 
E eu ponho-me a pensar 
E tenho medo! 

Não vás para tão longe! 
Na sombra impenetrada, 
Como se agita e se debate o vento!... 
Paira nas velhas ruínas do convento 

Que além se avista, 
A alma melancólica d'um monge 
Que a vida arremessou àquela crista... 

Céu apagado, negro, pessimista, 
E tu sempre mais longe!... 

in "Antemanhã" 




Três Poemas da Solidão


Nem aqui nem ali: em parte alguma. 
Não é este ou aquele o meu lugar. 
Desço à praia, mergulho as mãos no mar, 
mas do mar, nos meus dedos, fica a espuma. 

Meu jardim, minha cerca, meu pomar. 
Perpassa a Ideia e mói, como verruma. 
Falar mas para quê? Só por falar? 
Já nada quer dizer coisa nenhuma. 

Os instintos à solta, como feras, 
e eu a pensar em velhas primaveras, 
no antigo sortilégio das palavras. 

Agora é tudo igual, prazer e dor, 
e a tua sementeira não dá flor, 
ó triste solidão que as almas lavras. 


II 

Tão só! 
Cada vez são mais longos os caminhos 
que me levam à gente. 
(E os pensamentos fechados em gaiolas, 
as ideias em jaulas.) 

Ah, não fujam de mim! 
Não mordo, não arranho. 
Direi: 
— «Pois não! Ora essa! Tem razão». 

Entanto, na gaiola, 
cantarão em silêncio 
os sonhos, as ideias, 
como pássaros mudos. 


III 

Solidão. 
A multidão em volta 
e o pensamento à solta 
como alado corcel. 
E as ideias dispersas, em tropel, 
como folhas ao vento 
pétalas do Pensamento. 

Solidão. 
A angústia da Cidade, 
a impossível procura da Unidade, 
o clamor 
do silêncio interior, 
mais pungente, estridente, 
que os bárbaros ruídos 
que ferem, dilaceram 
os nervos e os sentidos. 

in "E Eu, Saudosa, Saudosa" 










INÊS LEITÃO [17.904]

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Inês Leitão 

Nació el 07 1981 en Lisboa. Se graduó en Estudios Anglo-Americanos, de la Facultad de Artes de la Universidad de Lisboa y un postgrado en empresa de consultoría en el Islam. Tuvo su primera publicación en la revista Casi en 2001. Esto fue seguido por colaboraciones Hacedores de cartas durante el año 2003.


NO DIA EM QUE HATERLY MORREU E OUTROS POEMAS DE INÊS LEITÃO


EN EL DÍA EN QUE MURIÓ HATERLY

Dejamos de poder decir amor con los dedos
porque todo lo que teníamos por tacto
se volvió polvo,
manta vieja,
lista de antiguas falacias dichas por sucias bocas de viejo cebo
y los dedos dejaron de saber decir.

Dejamos de poder decir amor con los labios
porque amputados,
el rostro fue invadido por el líquido rojo
que alimenta el cuerpo y lo abrasa.

Dejamos de poder decir amor con los ojos
porque lo único de nosotros que veía
dejó de ver y
lo que antes era cuerpo ahora es cuadro
lo que antes era luz ahora es hielo
lo que antes era color ahora es dolor.


NO DIA EM QUE HATERLY MORREU

Deixámos de poder dizer amor com os dedos
porque tudo o que tinhamos de tacto
virou pó,
manta velha, 
rol de velhas falácias ditas por bocas sujas de velho engodo,
e os dedos deixaram de saber dizer.

Deixámos de poder dizer amor com os lábios
porque decepados,
o rosto foi invadido pelo líquido vermelho 
que alimenta o corpo e lhe faz as brasas.

Deixámos de poder dizer amor com os olhos
porque o único de nós que via,
deixou de ver, e
o que era antes corpo é agora quadro,
o que era antes luz é agora gelo
o que era antes cor é agora dor.



DEL DOLOR

Matamos las saudades.
No las eliminamos, no las borramos, no las tapamos, ni sabemos reducirlas hasta su inexistencia
– son ellas las que nos reducen a nosotros

solo nos queda matarlas. Matar. Tomar las armas y matar.
No sabemos aligerarlas, no existe pomada ni compromido que nos libre: lo ideal es matar toda la saudade enseguida, no permitir que respire (taparle la boca y apretarle la nariz), ni permitir que ella nos toque: ahogarla o darle con una pala en la cabeza para que se caiga al suelo deshecha y desaparezca ya de nuestros ojos.

(la saudade empieza en nuestros ojos)

Vaya, el cráneo aplastado en el suelo y la ausencia rápida de saudade
– sí, la saudade tiene cráneo; tiene cráneo porque a veces la saudade es persona; y cuando es persona duele más y necesitamos que se muera aún más rápido.



DA DOR

Matamos as saudades. 
Não as eliminamos, não as apagamos, não as tapamos, nem as sabemos reduzir até à sua inexistência
– são elas que  nos reduzem a nós

resta-nos matá-las. Matar. Pegar em armas e matar.
Não sabemos aligeirá-las, não existe pomada nem comprimido que nos liberte: o ideal é matar a saudade toda logo, não permitir que ela respire (tapar-lhe a boca e apertar-lhe o nariz),
nem permitir que ela nos toque: afogá-la ou dar-lhe com uma pá na cabeça para ela cair desfeita no chão e desaparecer-nos  dos olhos imediatamente

(a saudade começa-nos nos olhos)

 A pá, o crânio desfeito no chão e a ausência rápida de saudade
– sim, a saudade tem um crânio; tem um crânio porque às vezes a saudade é pessoa; e quando é pessoa dói mais e precisamos que ela morra mais rápido ainda.



DE LA CASA DEL CUERPO

Debía tener el valor de contarte que hoy soy yo. No eres tú, ni tu cuerpo
en una Lisboa hecha de invierno como nosotros en aquellos días: hoy es mi cuerpo 
lo que llevo aquí dentro
(ha pasado un año)

Intento tener fuerzas para llevar lo que es mío, para un camino nuevo que surgirá cuando abra los ojos
– sí, mi ojos se abrirán y nunca más recordaré
abrir los ojos dentro del agua, el líquido y lo que ella protege

El cuerpo cambiando
meciéndose
creciendo por dentro hasta el día de la aniquilación; es una señal de la cruz que sale por el gesto del pulgar
naciendo de la frente hasta la mandíbula,
cruzando la cara caliente en señal de perdón



DA CASA DO CORPO

Devia ter a coragem para contar-te que hoje sou eu. Não és tu, nem o teu corpo numa Lisboa feita de Inverno como nós naqueles dias: hoje é o meu corpo e o que eu tenho cá dentro
(passou um ano)

Tento ter a força de levar o que é meu, para um caminho novo que surgirá quando abrir os olhos
– sim, os meus olhos vão abrir e nunca mais me vou lembrar
os olhos a abrir dentro de água, o líquido e o que ele protege

O corpo a mudar,
 a mexer-se,
 a crescer por dentro até ao dia da aniquilação; e um sinal da cruz que sai pela indicação do polegar,
a nascer da testa ao queixo,
a cruzar a cara quente em sinal de perdão.

Texto: Inês Leitão
Tradução: Xavier Frias Conde





LEITÃO, Inês.  Se o meu corpo fosse um homem.  Lisboa: Chiado Editora, 2013.  69 p.  14x22 cm.   Ilustrações de Ivo Andrade  ISBN 78-989-51-0752-9 


"SE O MEU CORPO FOSSE UM HOMEM tem de ser lido, sentido, praticado, divulgado.  Desde os Contos do Gin-Tonic, do surrealista  Mário-Henrique de Leiria (1973) que eu não lia algo    | tão inspirador e fascinante (...)                      Luís Arriaga -  jornalista

"Se o corpo poético de Inês Leitão, fosse um homem, e agrafasse a sua boca para que nada pudesse dizer, tudo tudo diria, no inquietante e poético instante das palavras escritas. Os textos de Inês Leitão são cada vez mais a confirmação da sua voz  na literatura contemporânea, e a revelação de um talento impar que só um país sem arte (de cuidar) poderá não reconhecer". Paulo Alexandre e Castro - Professor Universitário


No lugar da árvore, o corpo.

Somos arbustos nus,
nós os dois aqui. deitados.

Os dedos a viverem ao contrário dentro da mão
(nós aqui somos arbustos invejados)

Pernas a ganharem força
braços deformados à laia de tronco de corpo
(nós a sermos folha, nós a sermos casca onde
pequenos bichos constróem o seu lar)

Nós, os bonitos arbustos
viemos os dois
da vagina da mesma árvore.



A cada mulher o seu corpo ou o seu inferno

A cada mulher o seu corpo ou o seu inferno.
O corpo como instrumento.
O corpo como limite do eterno.
O corpo como instrumento e limite do eterno: o
                                       [corpo é o meu inferno].

O teu corpo a girar como roda do mundo
(a minha cabeça a raspar no chão)
A cada mulher o seu corpo.
A cada mulher o seu inferno.

**

Da pertença

A tua biblioteca com os olhos postos em mim desde que entrei na tua sala, os teus livros a dizerem entre si que nunca me tinham visto

(quem é aquela?)

a prenderem a respiração ao meu toque como se tu fosses o seu único digno proprietário e eu 
(uma pequena invasora) 
uma pequena invasora que os agarra docemente com as ponta dos dedos
à laia de carícia; alguém feito de carne, pele, ossos e unhas que lhes abre as folhas para os saber por dentro.


Do Martírio

Explicar ao meu corpo que se podia acalmar e que sobreviveria sem ti se um dia o teu quarto cor de fruta desaparecesse da nossa frente para sempre e os teus olhos nunca tivessem existido
(o medo dos teus olhos a questionarem os meus)









DIMANA IVANOVA [17.905] Poeta de Bulgaria

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Dimana Ivanova

Dimana Ivanova. Nació en Varna, Bulgaria República, en 1979. Obtuvo su maestría en filología eslava en la Universidad de Kliment Ochridski en Sofía con un menor en la filología francesa. Ha sido galardonada dos veces con el Grigor Lenkov premiada en Sofía. Sus traducciones han sido publicadas en la revista literaria, Panorama, Homo Bohemicus y una antología de autores checos jóvenes traductores búlgaros (2008). Es también traductora de varios libros del checo y el lenguaje eslovaco. En 2006, comenzó sus estudios de doctorado en Literatura Comparada en la Universidad de Carolina de Praga. También es autora de una serie de estudios críticos publicados en búlgaro, checo, eslovaco y actas de congresos húngaros. Desde 2008, también ha sido autora regular de la Checa www.iliteratura.cz periódico electrónico. y desde el año de 2008 hasta el año de 2013 ha sido miembro del consejo editorial del periódico Balgari en Praga. En el año de 2008, también fue galardonado con una beca para un estudiante de doctorado extranjera en Eslovaquia y comenzó la investigación en la Academia Eslovaca de Ciencias. Su tesis doctoral trata sobre los aspectos comparativos de Checa poesía decadente y se ha defendido con éxito en el año de 2011 en la Universidad Charles de Praga. Es autora del libro de los poemas '"Invitación a un Padre" (Ergo, 2012). Sus poemas han sido traducidos y publicados en Inglés, checo, eslovaco, español, rumano y lenguas macedonios. Ha participado en festivales internacionales de poesía como Ars poetica en Bratislava y Poesía Noches en Curtea de Arges en Rumania. En la actualidad trabaja como profesor de francés, Arte y cultura en alta escuela de idiomas en Eslovaquia y en el consejo editorial del periódico Sanarodnik en Bratislava. Es miembro de la alianza Checa de los periodistas, la alianza Checa de traductores y de la Asociación Checo-Eslovaco de literatura comparada. 



Poesías del libro “Invitación para ser padre” (Dimana Ivanova)


Ven

Ven, entra en mi suave aflicción,
con cola de plata aterciopelada.
Entra en mí como una zorra gris,
entra y pasea por mi piel
como caballito de melena agitada.
Me pregunto ¿por qué cada vez hay este silencio
cuando quiero decirte “Ven”?
¿Por qué esta mudez cuando intento desnudarte?
Por qué este silencio transparente
rodeándome por todas partes, apoderándose de mi tiernamente
Por qué cada vez que abra mis entrañas
Vuelvo vertiéndome hacia mí misma,
Por qué estas entrañas retornan
Hacia sí mismas
Hacia sí mismas
Por qué me vierto como río de piedras
hacia el mundo
de hojitas secas
¿Por qué?
Ven, sal como Luna
en mi carne que sangra oscurecida.
Ven, sé para mí como río
y orilla, y puente hacia el otro Universo.




Cristal

A Lubica Somolayová

Me miré en las aguas de tus ojos
como en un espejo de cristal,
son tan silenciosos y tranquilos,
me cubrieron con el velo del conocimiento –
sarcófago de cristal
donde depositar las cenizas
de mi alma abrasada.




Tu cuarto

A Tereza Riedlbauchová

Tu cuarto es tan grande
Que nos perdimos
En el laberinto de sus libros
El piano está sumergido en el silencio
Para poder oír el sonido
De las campanas de Loreta*
Tu cuarto es una ventana grande
Que da al mundo
Y nosotras dos estamos
Cogidas de las manos
En espera
De que termine la oración
Y las campanadas
Para volar
Por la ventana
Como pájaros azules.


*Las campanas de Loreta son las campanas del templo de Loretta en Praga. El templo fue creado en honor a la Natividad de la Virgen, llamado el Templo de Loreta, o sólo  Loreta, y está situado cerca del Palacio Hardchani. Su construcción fue acabada en 1631 con el apoyo financiero de la condesa Benigna Katerzhina y del arquitecto italiano Giovani Orsini.

Traducción al español : Margarita Todorova



The Butterfly

She is tender
and fragile
as a vase of Czech porcelain
sad and sensitive
spontaneous
she never says the truth
not because she doesn’t want to,
but because she doesn’t know it
she flies without aim
up the ruined Palace of Zichy
hurt butterfly
lost in the melancholy of the city
tired
she continues to fly
without aim.
She is a big colourful butterfly
with small grey blind eyes
which express eroticism and dead.
I am confused,
but I’m raising my hand to catch her.
But she turned into
a big black bat
bit my heart
and spat it out.

Translated from Bulgarian into English by: Katerina Stoykova-Klemer

                                                                                                                    

Пеперудата

Тя е нежна
и чуплива
като ваза от чешки порцелан
тъжна и чувствителна
спонтанна
никога не казва истината
не защото не иска
а защото не я разпознава
кръжи объркано
над съборения Жичи Палац
ранена пеперуда
загубена в меланхолията на града
изморена
продължава да лети
без посоки.
Тя е огромна цветна пеперуда
с малки сиви слепи очи
в които се чете еротика и смърт.
Объркана съм, но радостна
протягам ръка да я уловя.
А тя се превърна в огромен черен прилеп
отхапа сърцето ми
и го изплю.


Half a boat

For the first time in my life
I am not feeling at home here.
For the first time in my life
Prague is so sad with grief.
I am walking on the streets,
far away from my desires     
to hug you
and kiss you.
To melt you!
I am walking.
And in my sadness I am gazing at the white screen
of the twilight, where this night
is projected a film from my youth.
And suddenly – you become small,
so small,
with your eyes blue,
with your hands white.
Your eyes are bluer than the sea in my childhood,
whiter than sea flagpoles.
You become my husband,
half a boat,
and you are mournfully swimming
in my pupil.
You, Marian Polkoráb,
you landed
in the eyes of my Slovak sea!

Translated from Bulgarian into English by: Dimana Ivanova



Половин кораб

За пръв път
не се чувствам у дома си тук.
За пръв път
Прага е толкова тъжна от скръб.
Вървя по улиците,
чужди на желанията ми
да те прегърна и
да те целуна.
Да те стопя!
Вървя.
И тъжно гледам към екрана светъл
на залеза, където тази вечер
се прожектира филм от младостта ми.
И изведнъж ти ставаш малък,
толкоз малък,
със сините очи,
с ръцете бели.
По-сини от морето в мойто детство,
по-бели и от мачти параходни.
Ти ставаш мой съпруг,
половина кораб,
и тъжно плуваш
в моята зеница.
Ти, Мариян Полкораб,
намерил пристан
в очите на морето ми словашко!


                          
The Girls with Short Skirts
                                 
The girls with short skirts
loiter around the Tesco stores.
The girls with nice arms
lazily push empty carts.
Girls, girls, girls,
falling-apart
silicone dolls –
jellied,
with cakelike lips,
with bodies whiter than feta,
at the beginning of the 21st century
rich gentlemen dine with you.
And your tables are so empty! ...
Why do you look at me, sadder than Malvina,
with eyes pretty, gentle and blue?
Why are your carts empty? ...
You, prostitutes, companions and mistresses,
the economic crisis lulled you,
uprooted, yanked out and robbed
the feeble dreams from your wings,
distressed, dismantled and crashed
the labor of your phosphor destinies.

Translated from Bulgarian into English by: Katerina Stoykova-Klemer



МОМИЧЕТАТА С КЪСИТЕ ПОЛИЧКИ

Момичетата с късите полички
се развяват из магазините „Теско”.
Момичетата с хубави ръчички
лениво бутат празните колички.
Момичета, момичета, момичета,
разпадащи се
кукли силиконови –
желирани,
със устни като кейк,
и със тела, по-бели от едам,
в началото на 21-ви Век,
вечерят с вас богати господа.
А вашата трапеза тъй е празна!...
Защо ме гледате, по-тъжни от Малвини,
с очи красиви, ласкави и сини?
Защо са празни вашите колички?...
Вий, проститутки, компаньонки и метреси,
икономическата криза ви унесе,
изкорени, изтръгна и ограби
крилцата от надеждите ви слаби,
покруси, демонтира, и разби
труда на фосфорни ви съдби.



“And I saw a New sky and a New land, which were governed by truth!”
“Revelation” by Ioan Bogoslov

She called from America
and said:
“I conceived my child alone!”
From the air,
still wet in space,
caught by the ocean’s breath,
the wind through which you sent me
kisses,
songs,
angels,
and birds!
Letters, like alchemical globes,
into which stares
our love!
Come to me!
Come back immediately!
The child needs a father!…

And I set off to you, like Sisyphus,
I climb
along the umbilical nerves,
with arms open like a crucifixion,
I balance on the rope of the Equator,
hung between Europe and America,
the laundry of fragrant, white clouds,
like brand-new baby clothes,
with blankets of azure and passion!
I crawl with sorrow, heavy as a backpack,
and a backpack, like a hump, full
of towels, shirts, diapers and books –
I, the turtle, hunched by Eros
from all unfulfilled desires,
I crawl towards you, a girl from America,
as if towards the New land
of our eternity!

Translated from Bulgarian by Katerina Stoykova-Klemer



Strange desire


I want to weave you in my hair,
pack you in my skin,
slip you on my finger,
like a wound from a wedding ring.
I’d like Vltava to dry up
or utterly exhaust its waters
under the boat of our desires,
and night time colorful dreams to predict
the landscapes of each of our futures.
I’d like to dress you in my colors
like a leaf in Muha’s palette,
and my lips each night to draw
on the papyrus of your beautiful body
well-tempered scores
from Dvořák’s music notebook.
I want to see you bowing
in the onslaught of melancholy,
in your short, ribbed skirt
from the rails of London Bridge.
Wind me in your hugs
as in a hammock there is no getting out of!…
I’d like to see how the sky dances
above our loving swing.

Translated from Bulgarian to English by Katerina Stoykova-Klemer







ÁNGEL MARTÍNEZ NIUBÓ [17.906]

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ÁNGEL MARTÍNEZ NIUBÓ

Ángel Martínez Niubó (Fomento, Sancti Spíritus, Cuba, 1966). Poeta y narrador cubano. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Nació en Fomento, Cuba, ciudad donde actualmente reside. En el año 1993 ganó en Cuba el concurso de poesía de la Universidad de las Villas, convocado para los jóvenes poetas del centro del país.

En 2002 ganó en España el Segundo Premio en el concurso internacional de poesía Joaquín Benito de Lucas. En el año 2009 conquistó el Primer Premio en el Concurso Internacional de Minicuentos "Dinosaurio", convocado por el Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.

Es miembro del Consejo de Lectores de la Editorial Luminaria, en Cuba.

Currículo:

Diplomado en Comunicación Social por la Universidad Pontifica de Santa Fe de Bogotá en Colombia. Miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Ha publicado:

“EL LIBRO DE LOS BUENOS LOCOS” (Editorial Luminaria, Cuba, 2000)
“DELIRIUM” (Toledo, España, 2002).
“TODAS LAS MUCHACHAS QUE ME AMARON” (Editorial Luminaria, Cuba 2004;
Islas Canarias, 2009).
“UN LIBRO DE TANTA SOLEDAD” (Editorial Luminaria, Cuba, 2007)
"TRAS EL OLOR DE LAS MUCHACHAS TRISTES (Editorial Luminaria, Cuba)
"AZULES DE MAR EN SOMBRAS" (Editorial Letras Cubanas, Cuba, 2013)
"LUZÁNGELA" (Editorial Luminaria, Cuba, 2013).

En el año 2002 recibe el Segundo Premio en el Concurso Internacional de
Poesía “Joaquin Benito de Lucas”, en Toledo, España.
Recibe el Primer Premio en el concurso internacional de minicuentos,
Dinosaurio 2009, con la obra "A dos cuadras está el mar".
Premio de la Ciudad de Sancti Spíritus, en Cuba, por su novela, LUZÁNGELA.
Su obra ha sido recogida en numerosas antologías y ha sido publicada en
periódicos y revistas culturales cubanas y de otros países.

SOBRE SUS LIBROS:

SOBRE: "EL LIBRO DE LOS BUENOS LOCOS".
El autor se muestra en este libro como un lírico dotado por un gran sentido indagador; en busca del conocimiento del mundo, de la realidad y del ser a través de la poesía, con poemas complejos, de raíces ontológicas. Una de las ganancias centrales de este libro, es el saber jugar con la interrogación, armar el discurso poético desde la duda reflexiva, la pregunta ante la muerte, el marcado sentido existencial del que pregunta... Martínez Niubó denota angustias y conciencia de salvación por la poesía, asuntos propios de la tradición lírica cubana. "EL LIBRO DE LOS BUENOS LOCOS" es un buen comienzo. ¿Cuántos famosos pueden exhibir un primer libro así?
Virgilio López Lemus Poeta, Ensayista y critico cubano.

Sobre "TODAS LAS MUCHACHAS QUE ME AMARON"
"Todas las muchachas que me amaron" agrega una dosis de alegría y ligereza a la poesía cubana de hoy, muy sobrecargada de metapoesía y experimentalismo a veces hueco. Resulta un excelente conjunto lírico que se deja leer en un respiro, en un impulso de sana simpatía.
Virgilio López Lemus

SOBRE "LUZÁNGELA":
Confinada en un hospital, la niña de seis años cuyas lágrimas se calientan, se escurren pero no se secan, deviene paciente imprescindible de un oftalmólogo a quien le faltan todas las respuestas: médicas, sociales, ontológicas, existenciales. La agonía del ser humano frente a la realidad que lo trasciende -léanse la crisis ética del mundo, las veleidades del poder, la monotonía del matrimonio- recorre las páginas de Luzángela, texto con que el escritor Ángel Martínez Niubó obtuvo el Premio de la Ciudad de Sancti Spíritus, 2012. A tales idas y venidas entre el verso y la narración ya nos tenía acostumbrados el autor de Tras el olor de las muchachas tristes y A dos cuadras está el mar; sin embargo, es con Luzángela que legitima, redondea acaso, las constantes temáticas y discursivas que lo obsesionan. Sin más armas de profeta que la propia intuición, me atrevo a asegurar que el Premio de la Ciudad recién conquistado por Luzángela será apenas el inicio de un trayecto mucho más enriquecedor: el de las disímiles interpretaciones que el texto puede suscitar en los lectores.




¿quién oscurece el agua?
¿la suplicante
frágil
ligerísima memoria de las aguas?
qué voz
qué desolada voz
qué sombra la codicia
y el agua dando pausas
y límites
y el agua hundiéndose en el agua misma
su poca luz
su húmeda osamenta


*

—recetario—
(manténgase alejado del alcance de los niños) 


yo procurador perseguí las puertas distantes prohibidas
ante el mal y el buen tiempo
yo el fiel me negué al asombro de ceremonias
y al miedo de los siglos
yo amante de muchachas heridas
por antepasados
yo el perseguido único responsable del dolor
y la suerte 
de mi madre

yo cama uno sala cinco hospital psiquiátrico



*


¿quién oscurece el agua?

¿la suplicante
frágil
ligerísima memoria de las aguas?

qué voz
qué desolada voz
qué sombra la codicia

y el agua dando pausas
y límites
y el agua hundiéndose en el agua misma

su poca luz

su húmeda osamenta



*



los horizontes huyen
se hunden tras
una sombra azul
los horizontes implantan esta ausencia
se cierran bruscamente 
ante mis ojos
los horizontes han sido
movedizos
delirantes
tiernos
pero nunca azules



*



toman mi cuerpo
lo sacuden lo insultan lo dividen
lo dividen lo ensucian lo lamentan
toman
mi 
cuerpo
lo regresan lo manchan lo marchitan
lo marchitan
lo besan
lo describen
incluso lo acarician
pero yo no estoy ahora en este cuerpo
ni en ningún cuerpo
mi cuerpo y yo somos
grandes amigos
sólo eso



*



¿qué hace un hombre si se sienta a la orilla del mar?
¿qué palabras recibe qué propiedad confiesa?
¿acaso busca o entregan?
los hombres casi siempre buscan pero también entregan
¿qué tiene el mar?
¿qué tienen los hombres cuando buscan el mar?
¿acaso van cuando nadie los oye?
¿y por qué no los oyen?
¿quién debe oír a los hombres?

¿acaso el mar?



*



oigo un coro
todas las noches oigo un coro
y me da frío
y te digo cierra bien esas puertas
cierra también mi acceso a los pasillos
cierra mis ojos mi páncreas mis oídos
porque no hay nada más triste
ni nada más feliz
ni nada más terrible
que un gran coro



*



¿con qué sueña el guardafaro
del puerto?

¿con los espejos que siembra
por la arena?

¿con el azul esférico
de otro amanecer?

¿o sólo con el amanecer?
¿con qué sueña el guardafaro
del puerto?

y si sueña
¿por qué grita? ¿por qué siempre 
grita o se desvela?


*



la luz de la vela
tiembla
qué triste su temblor
y qué distante
qué lentísima muerte
va dictando
y la luz qué reciente
y la luz qué imposible
y la luz
¿sabes tú por qué tiembla?









MARÍA DE LAS MERCEDES VALDÉS MENDOZA [17.907]

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María de las Mercedes Valdés Mendoza

Nace el 11 de noviembre de 1820 en Guanabacoa, aunque los críticos literarios cubanos Francisco Calcagno y González Curquejo consignan a Matanzas como su lugar de nacimiento. Educada con esmero al calor de sus padres, desde muy joven leyó a clásicos y románticos y comenzó a cultivar la poesía, sin que en los comienzos de su carrera literaria se diera a conocer públicamente. Su vida retirada la hubiese hecho pasar inadvertida si un poema suyo titulado «La rosa blanca» no hubiese sido leído por Francisco Javier Foxá, sin que ella lo supiera, en una tertulia de Nicolás Azcárate, siendo acogido con especiales aplausos y celebraciones. A partir de entonces empezó a destacarse en los círculos literarios, donde leyó varios trabajos que aparecen incluidos en el tomo I de sus «Noches Literarias”. Sencilla, tierna y sentimental, supo arrancar también las notas elevadas, enérgicas y solemnes propias de la epopeya. Murió a muy avanzada edad el 1 de junio de 1896, en Guanabacoa.

Bibliografía activa

Publicó dos volúmenes de poesía:

Cantos Perdidos, La Habana, 1847
Poesías, La Habana, 1854.

También dio a conocer su obra en diversas publicaciones, como El Liceo de La Habana, Guirnalda Cubana, El Rocío, Faro Industrial de La Habana, Floresta Cubana, Álbum Cubano de lo bueno y de lo bello, El Aguinaldo, Cuba Literaria, Revista de La Habana y Revista Habanera. En España aparecieron poemas suyos en periódicos madrileños y sevillanos. Algunas de sus poesías como el «Canto a Cristóbal Colón» fueron traducidas al inglés y al alemán. Figuró en las antologías:

Poetisas Americanas de José Domingo Cortés en París, 1875.
Galería de Poetas, de Nueva Granada, España, 1875.



A la luna

 Salve, lumbrera bella de la callada noche, 
 henchido de entusiasmo te mira el corazón, 
 vertiendo placentera desde tu excelso coche 
 consuelos al que gime y al bardo inspiración. 
  
 El pecho palpitando de gozo y alegría 
 te ofrece enardecido sus cánticos de amor, 
 que a mí me cansa, ¡oh luna!, la claridad del día, 
 me oprime su hermosura, me mata su esplendor. 
  
 Yo anhelo de la noche la plácida frescura 
 sobre mi joven frente sentirla resbalar, 
 y ver cómo vagando la brisa en la espesura 
 las blancas hojas besa del nítido azahar. 
  
 Y ver cómo cuajadas las gotas del rocío 
 le roban a las perlas su diáfano color, 
 y ver la tortolilla bañándose en el río 
 exenta de los tiros del duro cazador. 
  
 Yo quiero esos acentos sublimes y armoniosos 
 brotados de los senos del gigantesco mar, 
 sentirlos acercarse, y luego vagarosos 
 de súbito perderse, de súbito sonar. 
  
 Yo quiero reclinada bajo un rosal de Cuba, 
 ceñida la cabeza de cándido jazmín, 
 que mi canción se eleve, que hasta los cielos suba, 
 y allí la guarde tierno de Dios un querubín. 
  
 ¡Cuántos hechizos, cuántos de un gozo indefinible 
 le brindas, blanca luna, al mísero mortal, 
 cuando entre nubes bellas le muestras apacible 
 y ostentas esplendente tu rostro celestial! 
  
 ¿Y quién serás? ¡oh reina del claro firmamento! 
 Tu fúlgida existencia no puede comprender, 
 que siempre se confunde y muere el pensamiento 
 cual ola desgraciada al punto de nacer. 
  
 ¿Será tal vez la maga que escucha cariñosa 
 de los amantes fieles el triste suspirar, 
 y de sus almas puras la pena congojosa 
 sensible y compasiva te place consolar? 
  
 ¿O acaso del eterno un ángel destinado 
 para pesar del hombre la criminal acción, 
 y al verlo de maldades y vicios circundado 
 te ocultas abatida en tu alto pabellón? 
  
 Por eso muchas veces he visto tristemente 
 cubrirse tu semblante de pálido capuz, 
 por eso muchas veces te nublas de repente 
 y ocultas los reflejos de tu admirable luz. 
  
 Mas son delirios vanos, ensueños ardorosos, 
 lanzados, al mirarte, del vivo corazón, 
 fantasmas altaneros que vienen engañosos 
 a oscurecer la antorcha feliz de la razón. 
  
 Jamás, hermosa reina del claro firmamento, 
 jamás podré un instante tu vida comprender, 
 que siempre se confunde y muere el pensamiento 
 cual ola desgraciada al punto de nacer. 
  
 Esconde en tu albo seno los fúlgidos arcanos, 
 Velados a los ojos del mundo terrenal. 
 La ciencia de la tierra, los cálculos humanos, 
 se estrellan en tu trono de límpido cristal. 
  
 Mas yo quiero sentada bajo un rosal de Cuba, 
 ceñida la cabeza de cándido jazmín, 
 que mi canción se eleve, que hasta tu solio suba, 
 bien seas preciosa hada, o tierno querubín. 



La esperanza


I

 ¡Ven, ninfa celestial de la esperanza, 
 ven, dulce amiga, que tu amor imploro!,
 y enséñame en hermosa lontananza 
 el bien que busco y anhelante adoro. 
 Muéstrame un sol de gloria y bienandanza 
 con tus reflejos de esmeralda y oro; 
 lanza torrentes de tu luz querida 
 en el triste horizonte de mi vida. 


II

 Yo desde niña te buscaba ansiosa 
 en medio de mis juegos seductores; 
 yo desde niña procuré afanosa 
 ornar mi frente con tus blancas flores, 
 y cuando ya la juventud preciosa 
 me cubrió de sus mágicos favores, 
 he buscado también enajenada 
 la bendita expresión de tu mirada. 


III

 ¡Cuántas noches, al rayo de la Luna, 
 en tus inmensos dones meditando, 
 he contado las horas una a una, 
 con cien visiones de placer soñando! 
 Tus contentos, tus goces, tu fortuna, 
 por mi agitada mente resbalando, 
 brillantes horizontes bosquejaban 
 y mundos de delicias me brindaban. 


IV

 ¡Cuántas veces pensé que acá en la tierra 
 eras del existir lumbrera y guía, 
 o beso de piedad que puro encierra 
 bálsamo de consuelo, y alegría! 
 Y a la manera que en la altiva sierra 
 más vivo lanza su fulgor el día, 
 en tu adorable templo te miraba, 
 y sin saber por qué siempre esperaba. 


V

 La tierra virgen que descansa hermosa 
 en delicado lecho de azucenas, 
 a quien la blanda risa presurosa 
 con sus amantes besos hiere apenas, 
 viendo de la corriente bulliciosa 
 las ondas apacibles y serenas, 
 en inefable gozo embebecida 
 se queda con tu imagen adormida. 


VI

 Lanza un grito de muerte en la batalla 
 el arrojado, intrépido guerrero, 
 valiente cruza la enemiga valla, 
 y el muro rompe su cortante acero; 
 nada le enfrena; su furor estalla 
 cual el fuerte crujir del rayo fiero, 
 y sin cesar un punto de llamarte 
 levanta de la gloria el estandarte. 


VII

 Al pálido lucir de llama inquieta 
 en solitaria estancia retirado, 
 medita y vela el pensador poeta 
 sobre el vetusto libro reclinado; 
 siempre quedara su canción secreta, 
 y del fuego divino despojado, 
 callara el trovador, muriera en suma, 
 si no te viera a ti junto a su pluma. 


VIII

 ¿Y qué fuera la mísera existencia 
 acosada del negro sufrimiento, 
 si no aspirara la fragante esencia 
 que vierte suave tu aromado aliento? 
 Lago sin cristalina transparencia, 
 el mar sin ondulante movimiento, 
 abrasado arenal, ciudad desierta, 
 a toda sensación un alma muerta. 


IX

 Ven, ninfa celestial de la esperanza, 
 ven, dulce amiga, que tu amor imploro, 
 y enséñame en hermosa lontananza 
 el bien que busco y anhelante adoro; 
 muéstrame un sol de gloria y bienandanza 
 con sus reflejos de esmeralda y oro, 
 vierte los rayos de su luz querida 
 en el triste horizonte de mi vida. 


X

 Muéstrame sí, tu cielo engalanado 
 con riquísimas franjas de colores, 
 de trémulas estrellas salpicado, 
 y sus lindos luceros brilladores. 
 Vierte en mi corazón acongojado 
 mil afectos de paz, consoladores, 
 y tocaré del porvenir la puerta 
 latiendo el pecho con la fe despierta. 


XI

 Tu dulce voz me animará gozosa; 
 y sus anchos umbrales traspasando 
 mi suerte desgraciada o venturosa 
 irán mis ojos sin temor mirando; 
 en torno de mis sienes cariñosa 
 tus purísimas alas desplegando, 
 alentarás tal vez mi fantasía, 
 dándome inspiración, luz y armonía. 


XII

 Cíñeme con tus lazos deliciosos, 
 encanto de mi ser, flor argentina, 
 y por senderos fáciles y hermosos 
 mis débiles pisadas encamina. 
 Estréchame en tus brazos amorosos, 
 esperanza feliz, Virgen divina, 
 y al darme la vejez su mano helada 
 en tu seno me encuentre reclinada. 









EMILIO BOBADILLA Y LUNAR [17.908] Poeta de Cuba

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Emilio Bobadilla y Lunar

Emilio Bobadilla y Lunar (Cárdenas, Matanzas, Cuba, 24 de julio de 1862 - Biarritz, Francia, 1 de enero de 1921), escritor, poeta, crítico literario y periodista cubano-español vinculable al Naturalismo. Firmó artículos con el seudónimo de Fray Candil.

Con la guerra de 1868, a causa de que su padre era concejal y profesor universitario, tuvo que emprender un largo viaje migratorio en un recorrido que incluyó Baltimore, Veracruz, Madrid y otra vez La Habana. En la universidad de esta última ciudad comenzó estudios de leyes. Comenzó a colaborar en El Amigo del País. Fue director de los semanarios satíricos El Epigrama (1883) y El Carnaval (1886), donde hizo famoso el seudónimo de Fray Candil. Colaboró además en La Habana Cómica, Revista Habanera, El Museo, La Habana Elegante, Revista Cubana, El Radical, El Fígaro, La Lucha. Viajó por Europa y vivió mucho tiempo en París y en Madrid, donde se estableció en 1887. Allí, en la Universidad Central, se graduó de Doctor en Derecho Civil y Canónico (1889). Al estallar la guerra del 95 estuvo unido, en París, a los emigrados cubanos. Viajó por Holanda, Italia, Bélgica, Dinamarca, Inglaterra, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Panamá, Nicaragua. En Madrid, sus trabajos aparecieron en Madrid Cómico, El Liberal, El Imparcial, La Lectura, Nuestro Tiempo, La Esfera. En París colaboró en La Nouvelle Revue, La Revue Bleue, Le Figaro, La Revue de Revues, La Renaissance Latine y Le Gil Blas. Colaboró además en Athenaium, de Londres, La Prensa Libre, de Viena, y en La Estrella de Panamá. En 1909 volvió a Cuba por dos años. Fue nombrado cónsul de Cuba en Bayona y más tarde en Biarritz. Era miembro de la Academia de Historia de Cuba y de la Academia Nacional de Artes y Letras. Dejó inéditos los libros La ciudad sin vértebras y De canal en canal, y su bosquejo cómico-serio en un acto y en prosa Don Severo el literato. Su novela A fuego lento fue traducida al francés en 1913 por Glorget. Escribió varias obras teatrales que no fueron impresas, pero sí representadas. Utilizó los seudónimos Dagoberto Mármara, Pausanias, Perfecto y otros.

De temperamento agresivo, mordaz y desenfadado, fue también muy culto y poseía un estilo muy personal, fuerte y vigoroso. Sus ataques como crítico a Aniceto Valdivia, a Enrique José Varona y a Sanguily, no nacen sino de un afrancesamiento excesivo y un poco aldeano a pesar de todo, pues sostuvo numerosas y enconadas polémicas periodísticas y se retó a duelo incluso algunas veces, una de ellas con otro crítico, el también novelista Leopoldo Alas "Clarín". El duelo fue el 21 de mayo de 1892. Según Clarín, batirse con Fray Candil "sería coser y cantar", pero el combate se suspendió cuando Bobadilla le produjo dos tajos a Alas, uno en la boca y otro en el brazo. Se cuenta que, al terminar, Bobadilla cantaba. Ante la recriminación de un asistente la respuesta de Fray Candil fue: "El pronóstico de Clarín se ha cumplido, a él lo están cosiendo, mientras yo canto".

Como crítico fue un detractor del Modernismo. Como narrador siguió los postulados del Naturalismo, con el cual se avenía su talante; sin embargo, la calidad de su estilo y su poder de observación son muy superiores a los de la mayoría de los escritores de esta corriente.

Su mejor novela

Su obra maestra como narrador es sin duda A fuego lento, Barcelona, 1903, un roman à clef fundado en experiencias autobiográficas. La primera parte de la novela transcurre en algún lugar caribeño que, bajo el despectivo nombre de Ganga, oculta en realidad la ciudad colombiana de Barranquilla, donde Emilio Bobadilla residiera algunos meses de 1898 y de donde salió peleado con todo el mundillo literario. Su posterior expulsión del país por el presidente José Manuel Marroquín (1827-1908) no contribuyó precisamente a apaciguar su ánimo, de ahí que respondiera a los ataques como mejor sabía: escribiendo.

El cuadro que traza es esperpéntico y Bobadilla, enrolado en el positivismo naturalista, no desperdicia la ocasión para resaltar irónicamente todo lo que ve. A fin del siglo XIX Barranquilla había pasado a ser vertiginosamente de un pobre asentamiento ribereño a puerto principal de Colombia. Pese al analfabetismo, las revoluciones y el ir y venir de las facciones políticas, para los exaltados locales merecía calificativos altisonantes como "La Nueva York de Colombia", "La Nueva Barcelona", "La Nueva Alejandría". Tenía varios cines, e incluso las compañías de ópera italianas y las de teatro españolas se presentaban allí antes de emprender giras al interior del país. A ese lugar azotado por aguaceros prodigiosos y pegajosos calores tropicales llega el doctor Eustaquio Baranda, un exiliado dominicano que ha estudiado medicina en París. Como proviene de una civilización refinada resulta atractivo para las notabilidades locales, las mismas que no tardan en buscar su caída despechadas por su aparente frialdad y por el hecho de que el doctor ha conquistado los favores de Alicia, una atractiva y sensual mestiza apetecida por uno de los prohombres lugareños. Esta circunstancia lo obliga a volverse a París –con Alicia–, donde transcurren la segunda y tercera parte. Allí los excesos tropicales se transforman en explosiones ocultas: el apetito social de Alicia –exaltado por el dinero y las joyas y bajo la influencia provinciana y de mal gusto de los antiguos conocidos de Ganga, también emigrados a París– frustran el deseo del doctor de ser un parisino más, lo que termina por enfermarlo y provocar su muerte a pesar de la presencia balsámica de "la otra", una francesa fina, culta, delicada y distinguida a la que el doctor Baranda renuncia por no tener el valor de separarse de Alicia. Así muere "a fuego lento", y de ahí el título de la novela.

Valoración

La pluma de Bobadilla es ágil y movida, y hace hincapié en la descripción tragicómica —muy rara en 1903 entre los escritores latinoamericanos— de las extravagancias de un paisaje sumido en soles y humedad que todo lo corrompen. El deseo carnal se respira constantemente y la piel de los personajes exuda una indisimulable barbarie tropical precursora de la narrativa latinoamericana moderna. Escribió sobre todo crítica literaria, artículos de prensa y poesía.

Obras

Verso

Sal y Pimienta, (colección de epigramas) por Dagoberto Mármara (seud.), 1881.
Relámpagos, poesías, La Habana, 1884.
Mostaza, epigramas, 1885.
Fiebres, poesías, Madrid, 1889.
Vórtice, poesías, 1902.
Rojeces de Marte, (poemas), 1921.
Selección de poemas, 1962.
Crítica literaria[editar]
Capirotazos, sátira y crítica, 1890.
Críticas instantáneas, 1891.
Triquitraques, 1892.
Solfeo, 1894.
La vida intelectual I. Batiburrillo. 1895 (crítica literaria)
Escaramuzas, sátiras y críticas, Madrid, 1898.
Grafómanos de América, 1902, dos tomos.
Al través de mis nervios, crítica, 1903.
Sintiéndome vivir. Salidas de tono. Madrid, 1906.
Muecas. Críticas y sátiras, París, 1908.
Crítica y sátira, 1964.

Narrativa

Novelas en germen, 1900.
A fuego lento, novela, Barcelona, 1903.
En la noche dormida, novela erótica, Madrid, 1913.
En pos de la paz. Pequeñeces de la vida diaria, novela, Madrid, 1917.
Libros de viajes y crónicas[editar]
Viajando por España. Madrid, 1912.
Bulevar arriba, bulevar abajo (Psicología al vuelo), 1911.

Artículos periodísticos

Reflejos de Fray Candil, La Habana, 1886.
Con la capucha vuelta, crónicas, París, 1909.
Artículos periodísticos de Emilio Bobadilla, 1952.



A LO LEJOS

Era próspera Francia y sus horas, tranquilas;
sus campos florecientes —¡oh, las rosas de Francia!—;
del ganado, en la tarde, la música de esquilas;
de sus viñas ubérrimas, la báquica fragrancia!

Artística y escéptica, irónica y lasciva,
buena mesa, amoríos efímeros, risueños;
la palabra chispeante, fecunda la inventiva
y no muy cosmogónicos ni muy hondos los sueños!

Y de pronto la horda vandálica aparece:
tala bosques e incendia con furor de maníaco
y el horror la conciencia colectiva estremece...

y tras épicas riñas, en celajes bermejos,
los colores del iris, de un iris elegiaco,
como un arco de triunfo se dibuja a lo lejos!


Septiembre, 1918.




A ORILLAS DEL RÍO

A la orilla de un río, arrastrándose llegan
dos soldados heridos: beben ávidamente;
uno, rota la mano, rota el otro la frente,
y después a una charla candorosa se entregan.

— Yo vengo de Siberia —dice el uno—, me dieron
este fusil. «Pelea del Zar por la grandeza»,
me ordenaron, so pena de perder la cabeza.
— A mí por Alemania, por el Kaiser me hirieron.

— En mi aldea, allá lejos, al Zar yo no vi nunca.
— Y yo tampoco al Kaiser. ¡Miserable labriego,
ya para nada sirvo con esta mano trunca!

— Yo, pobre campesino, sólo aspiro al descanso...
Y del campo en el dulce y vesperal sosiego,
sigue corriendo el río indiferente y manso...


1917.




BÉLGICA

¿Qué pueblo no lucha por sus libertades,
por su independencia contra el extranjero?
¿Qué pueblo no tiene sus heroicidades
y cuál no presume de indómito y fiero?

¿Quién de ser amado o de amar se jacta?
¿No es rutina orgánica la función de amores?
¡La luz en el lago viva se refracta
y no hay primavera sin aves ni flores!

Del valor ¿qué pueblo tiene el privilegio?
¡Y entre las naciones de valor hay pujas
—cosas de chiquillos, cosas de colegio!—

¡Te admiro en aquello que a otros sobrepujas:
en tu dulce Menling, en tu Rubens regio,
en tus carillones, en tu triste Brujas!


1917.



CIENCIAS MAL APLICADAS

¡Vesánicos armados, perseguidos de orgullo,
de furia aniquilante, de afán de predominio;
que en compactas falanges, en infernal barullo,
sembráis con homicida fruición el exterminio!

¡A vuestro paso horrendo de llamas y de truenos,
desquícianse los templos y los bosques se incendian,
hordas que a los vencidos —ya en pedazos los frenos,—
en su inerme abandono, sin piedad vilipendian!

¡La química, la física, la náutica, los plomos,
los gases ahogativos... segando en flor la vida,
han llenado los campos, los pueblos de eccehomos,

y los cielos azules, de siniestras auroras...!
¡Oh, ciencia prematura que has dado sin medida,
al hombre metafísico tus armas destructoras...!


1916.



CUADRO LÚGUBRE

Las frutas amarillas de los árboles cuelgan;
el oro de los trigos llamea en la llanura;
los arados, las tierras estériles no amelgan;
y cual torrente invade los valles la espesura.

Los barcos en la orilla del río cabecean,
el velamen plegado, los remos inactivos;
las chozas solitarias, al despertar, no humean.
Es un mundo de muertos con andares de vivos.

Su curva plañidera de tarde en tarde el gallo
sobre el paisaje alarga, cual soñolienta cinta.
Por los campos no ambula ni un hombre, ni un caballo,

¡Es la guerra, es la guerra! ¡Mientras todo solloza,
bajo una luna en olas de sangre humana tinta,
el hombre en fratricida tragedia se destroza!

1917.




DESOLACIÓN FLAMENCA

Nostálgicas aldeas, campos desiertos
en que vagan de noche sombras de muertos;
esqueletos dolientes de campanarios
ya sin bronces; caminos que son osarios;

praderas calcinadas por la metralla,
—espectro espeluznante de la batalla—;
río que tuvo márgenes y hoy no las tiene
y a beber en sus aguas ya nadie viene;

cocina abandonada sin chimenea
cuyo hogar polvoriento, glacial, no humea;
reló que el tiempo anárquico desampara

cual corazón que un susto de pronto para...
¡Soledad elegíaca del cataclismo
en que habla el silencio consigo mismo!

1916.




DESTRUCCIÓN CONCIENTE

¡Alemania, Alemania, destructora conciente
de pueblos que tu orgullo caquéxicos juzgaba!
Tus huestes desatadas cual hórrido torrente,
cayeron sobre Europa, de incandecente lava!

¡Y sojuzgaste a Bélgica, mutilando sus villas,
a polvo reduciendo sus grandes bibliotecas;
bombardeando sus templos —de arte maravillas-,
y arrancando a sus gentes de dolor crueles muecas!

¡Y la Francia del Norte, la laboriosa Francia,
cayó bajo tu fuego, maltrecha, no sumisa,
y en su agonía retándote con bélica arrogancia!

¡Y en tu fiebre imposible de brutal desvarío,
le cuajaste en los labios a París la sonrisa
y al gigantesco Londres le diste escalofrío!

Enero, 1917.



EL RELOJ DE LA IGLESIA

El río se desangra por invisibles venas
y a veces por lo denso parece que se para.
¡De cuántas sollozantes y ominosas escenas
fué testigo su linfa, ayer tranquila y clara!

Resuenan por las calles monásticas los sables
y proyecta la luna sombras escurridizas:
sombras escurridizas de gentes miserables,
sin hogar y famélicas, las ropas hechas trizas.

Sin cabeza, a lo lejos, maltrecho el campanario,
que vigilaba el llano, sombrío se destaca
y clavado en el muro del templo milenario

del reloj el cuadrante, que se paró marcando
la hora —como en brusca parálisis cardíaca—
¡la hora inolvidable del bombardeo nefando!

1915.




HORAS FATÍDICAS

¡Ni un momento de paz! El sueño, inquieto,
y la vigilia, de temores llena:
todo, amenaza, furibundo reto
que el vivir por minutos envenena!

Batallas sin cuartel en que a pedazos
sucumbe el hombre y en el mar que brota
purpúreo de la riña, abiertos brazos,
—armisticio que pide la derrota! —

Horas cardiacas de violencia y odio:
el bravo, el pusilánime y el fuerte,
rodando van en tumultuoso brodio.

¡Instantes de estupor y horror supremos:
el aire huele a pólvora y a muerte
y sabe a sangre el agua que bebemos...!

Paris, 1918.




ILUSO

Numerosos ejércitos sin piedad se desgarran
a Jesús invocando se persiguen con odio;
los cañones el aire de pólvora anubarran
y sigue a un episodio de sangre otro episodio.

En el hogar luctuoso gime a solas la viuda;
de Dios la pobre madre —de angustia medio loca-
implora noche y día, con lágrimas, la ayuda;
y es un volcán de súplicas inauditas su boca.

Los campos en estepas la metralla convierte;
la industria y el comercio se acaban en un día:
¡sólo mandan los odios, sólo triunfa la muerte!

Y Cristo paz no pone en la humana discordia
y asiste de los pueblos inerme a la agonía...
¡Iluso que creíste predicar la concordia!

Bayona, Septiembre, 1914.



LA ALEMANIA DE AYER Y DE HOY

De pensadora y lírica —en claros días serenos—
te convertiste en pérfida, agresiva y furiosa.
Kant vistió el uniforme, y en óperas de truenos
tornóse de Beethoven la música llorosa!

¿Dónde están tus leyendas, tus baladas de ensueño?
¿Dónde tu metafísica enrevesada y honda?
¿Dónde tus Margaritas de candor lugareño,
de pupilas azules y cabellera blonda?

La engañosa paloma era ave de rapiña
que con su corvo pico y sus garras de acero,
asoló los poblados y esquilmó la campiña...!

¡Adiós, romanticismo de errabundos contornos!
¡Adiós, falso idealismo —pájaro pinturero
cuyas alas de talco quemó Krup en sus hornos!

Mayo, 1917.





SARCÓFAGOS Y CUNAS

Embermejan el aire las fábricas de guerra;
el hierro por el hierro martirizado grita
en las fraguas y tiembla hecha polvo la tierra
en que ayer espontánea brotó la margarita.

Monótonos osarios se han vuelto las campiñas;
los hogares sin lumbre, sin muebles las alcobas,
sin aves los corrales dejaron las rapiñas
y andan sin rumbo fijo las gentes, como bobas.

El bosque roto, negro, decapitado llora
la pérdida violenta de sus hojosas ramas
y ya no tiene pájaros que canten a la aurora...

Las urbes se despueblan comuna por comuna,
por la epidemia extintas, el asedio y las llamas...
¡Por cada cien sarcófagos se fabrica una cuna!

Diciembre, 1916.



SOMBRAS CHINESCAS

Va cayendo la tarde sobre el triste villorrio;
al cañón la campana de vísperas sucede
y en la calma sedante suena un clarín de pronto
que pone en convulsiva dispersión a la gente.

El bosque, de petróleo rociado, arde de súbito;
en compactas falanges, aullando como lobos,
surgen de sus trincheras recónditas, los unos
y con la bayoneta les reciben los otros.

La lucha cuerpo a cuerpo, sin piedad, en el bosque,
que ha llenado de sangre la hierba inofensiva,
se ha calmado: ni un grito, ni un insulto se oyen;

los odios ya saciados, en la mímica escena,
al través de las llamas, en la noche sombría,
espectrales siluetas crispadas se menean.

Bayona, Noviembre 1914.



SOMBRAS ROMÁNTICAS

La metralla tudesca con deleite derriba
vetustas catedrales de histórica prosapia
y en su odio secreto, que la impotencia aviva,
—odio al sol porque brilla— no deja en pie una tapia.

Del fondo de tu ciencia aturdidora y burda,
famélicos parece que salen tus instintos,
y sin que nada —¡nada, ni el dolor!— les aturda,
a tu ciencia retornan en sangre humana tintos.

Ni el resplandor del arte con sus siglos de gloria
ataja la embestida de tu terrible ariete.
No hay lirismo, ni lágrimas, ni tradición, ni historia,

que a su empuje respeten tus falanges atlánticas...
¡Oh sombras venerables de Schiller y de Goethe,
llorad en vuestras viejas sepulturas románticas!

1914.




TODO IGUAL

¡Qué vértigo en el aire, qué aflicción en las almas!
¡Qué huracán de vesania, qué fiebre, qué delirio!
Aspiran los valientes a batir áureas palmas,
las palmas clandestinas de anónimo martirio!

¿Saldrá más acendrada la moral de esta lucha?
¿Será mejor el hombre venidero? ¡Quién sabe!
No es animal aéreo ni terrestre la trucha;
y, voladora siempre, tendrá plumas el ave...

Habrá nuevas costumbres, el lujo, irá en aumento;
viviendas más higiénicas, más orden en la vida;
tal vez menos ideas y menos sentimiento

y acaso sólo sirva de adorno la palabra...
pero esta lucha épica, feroz y fratricida,
no hará de un cardo un cedro, ni un toro de una cabra.

Abril, 1918.




VANITAS!

Imperio poderoso de militar empuje
que aspiras al dominio del mundo en cruel batalla
y no dejas que nadie tu vigor sobrepuje,
so pena de arrojarle torrentes de metralla.

¡Cómo el triunfo te embriaga y tu sable sangriento
da tajos y mandobles sin piedad ni medida!
Agita tus banderas, como una tromba, el viento
y corres a la muerte deificando la vida!

Músicas y festejos, luminarias, banquetes
—apoteosis del daño que tu sevicia fragua—,
y hay arengas y versos y flores y cohetes...

Imperio, de dominio tu ambiciosa quimera
es la grandeza efímera de una montaña de agua
en que el sol de la tarde fastuoso reverbera.

1915.








MANUEL MARÍA PÉREZ Y RÁMIREZ [17.909]

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Manuel María Pérez y Ramírez

Manuel María Pérez y Ramírez (1781-1853) fue un poeta y militar cubano nacido en Santiago de Cuba en 1781 (según otras fuentes en 1772). Formó parte del Regimiento de Infantería, donde alcanzó el grado de capitán antes de retirarse. Siendo subteniente participó en varias acciones de guerra tanto en Florida como en Santo Domingo. Junto a Manuel Justo de Rubalcava y Manuel de Zequeira es considerado uno de los poetas más importantes del período neoclásico. La coincidencia de nombres propició que fueran denominados los tres Manueles.

La poesía de Pérez y Ramírez trata generalmente temas líricos, religiosos, morales y dramáticos. Lamentablemente la mayor parte de su producción literaria ha desaparecido. Uno de sus sonetos más conocidos es El amigo reconciliado. Fue pionero en expresar en su lírica el amor a la naturaleza característica de la isla cubana. Además de su actividad poética, Manuel María Pérez y Ramírez fue fundador de diversas publicaciones literarias de la época, como Ramillete de Cuba, El eco cubense y El canastillo. Posteriormente publicaría sus artículos periodísticos en diversas publicaciones santiagueras como el Diario de Santiago de Cuba o el Periódico Nacional de Santiago de Cuba, entre otros, manifestando siempre en sus escritos sus convicciones liberales.

Falleció en Santiago de Cuba en 1853.


El amigo reconciliado

 Por algún accidente no pensado   
 suele quebrarse un vaso cristalino;   
 trátase de soldar con barniz fino,   
 y lógrase por fin verlo pegado.   

 Pero por más que apure su cuidado  
 el ingenio más raro y peregrino,   
 dejarlo sin señal es desatino:   
 siempre quedan señales de quebrado.   

 Así es una amistad de mucha dura:   
 quiébrase la amistad que hermosa fuera;  
 suéldala el tiempo con su gran cordura.   

 Cierto que la amistad se mira entera;   
 pero con la señal de quebradura   
 nunca puede quedar como antes era. 



(Re) descubriendo a Manuel María Pérez y Ramírez, de la mano de Olga Portuondo

Félix Julio Alfonso López

Menos celebrado que sus contemporáneos, amigos y tocayos Manuel de Zequeira y Arango (1764/1846) y Manuel Justo de Rubalcaba (1769/1805), el tercero de los “Manueles” —como los llamó el crítico Max Enríquez Ureña—, Manuel María Pérez y Ramírez (1772/1852), ha tenido una posición marginal en las historias de la literatura insular y un lugar peregrino en la ciudad letrada cubana del siglo XIX. Tanto Enríquez Ureña, como otros comentaristas de sus versos, le atribuyen ser un poeta inferior a Zequeira y Rubalcaba, y aunque se conocían fragmentos de sus obras, esta se estimaba casi perdida. El Diccionario de Literatura Cubana, siguiendo este erróneo parecer, considera que su lugar en la poesía cubana se lo debe a un soneto titulado “El amigo reconciliado” y en su ficha biográfica señala: “Su drama Marco Curcio —como la casi totalidad de sus trabajos y poemas— se ha perdido”. En consecuencia, esta ficha solo consigna, de manera insólita, bibliografía pasiva del autor. Décadas más tarde, la Historia de la Literatura Cubana insiste en su figura como un “enigma para la historiografía literaria” y apunta que “es recordado sobre todo por su importante labor como profuso publicista y animador de la cultura en Santiago de Cuba”. En nota de este propio volumen se dice que el crítico y poeta Roberto Friol había encontrado poemas y artículos de Pérez, los cuales arrojarían “más luz sobre la obra hasta hoy casi desconocida del poeta”. En otro momento se dice que tanto Rubalcaba como Pérez y Ramírez “llegaron a la total despreocupación sobre la perdurabilidad y comunicación de sus obras poéticas”.

Por lo visto hasta aquí, parecería que Manuel María Pérez y Ramírez estaba destinado al cenáculo de los poetas “raros” y “poco conocidos”, una “incógnita” de nuestra literatura por el que pocas personas se interesaban y cuyo “enigma” parecía arduo de descifrar. Sin embargo, he aquí el hecho de que la Dra. Olga Portuondo, historiadora de la ciudad natal del vate misterioso, se ha sacado de su sombrero de investigadora acuciosa nada más y nada menos que dos gruesos volúmenes, que en su conjunto suman más de seiscientas páginas, con prácticamente todo lo que escribió y publicó Manuel María Pérez, y no solamente poesía, por cierto.

Creo que pocas veces en la historia de la literatura cubana se ha visto un caso como este, en que un autor considerado prácticamente ignoto se nos revele como un escritor prolífico y diverso, lo que constituye uno de los hallazgos culturales más sorprendentes de los últimos años. Otra curiosidad radica en que el portentoso “descubrimiento” no fue obra de un poeta, investigador o crítico de literatura, sino de una historiadora profesional cuyos temas generalmente suelen ser otros, más propios de su disciplina específica. Aquí aprovecho para decir que Olguita es una de las historiadoras cubanas con mayor capacidad analítica y conocimiento sobre su región natal, por lo que pudo ocuparse muy bien de una cuestión tradicionalmente reservada a los literatos, aunque también las historias de la escritura, de la lectura, de la edición y el consumo de impresos, y las narrativas culturales en general, forman parte desde hace algún tiempo del ámbito académico de la historia, como han demostrado con esplendidez Peter Burke, Carlo Ginzburg Roger Chartier y Robert Darnton, entre muchos otros.

Aclaro también que no se trata en este caso de una pretensión erudita o una vanidad intelectual, sino de una indagación mucho más amplia y compleja en la obra y la biografía de un autor, para alcanzar nuevos conocimientos sobre las mentalidades y el devenir social de Santiago de Cuba a finales del siglo XVIII e inicios del siglo XIX. En las diamantinas palabras del prólogo, la autora defiende la noción de que, en el caso de Pérez y Ramírez, estamos ante un autor excepcional, que plasmó su obra impresa durante varios decenios “con principios coherentes y una visión del mundo y de su país digna de conocerse”, y que además expresó la identidad y el pensamiento de aquellos hombres ilustrados de tierra adentro.

Me referiré ahora, naturalmente, a unos pocos aspectos del vigoroso y detallado estudio de Olga Portuondo que precede a la obra activa de Manuel María Pérez, compuesta de poemas, ensayos, crónicas, viñetas costumbristas, dramas, autos sacramentales y noticias aparecidas en los principales periódicos de Santiago y La Habana. Lo anterior autoriza a la historiadora a señalarlo no solo como poeta, sino también como un verdadero polígrafo, maestro y decano de la literatura santiaguera de su tiempo.

La enorme deuda contraída por los críticos literarios con Manuel María Pérez se explica por la autora, en parte, por el hecho de que este no hubiera publicado su obra en volúmenes impresos; sin embargo, también les faltó curiosidad y paciencia a los historiadores de nuestra literatura, que prefirieron cómodamente citarse o copiarse unos a otros, en lugar de acudir a las fuentes originales de la prensa periódica, donde los copiosos textos de Pérez, y en particular su zona ensayística, estaban disponibles. Es aquí, nos dice Portuondo, donde se encuentra un rico venero de pensamientos sobre ideología y política, educación y conciencia social, salubridad y cultura, destinados a ser leídos por sus contemporáneos en la zona oriental de la Isla. Con una lectura exhaustiva, que rebasa lo descriptivo y anecdótico, Olga Portuondo encuentra en la obra de este intelectual ilustrado informaciones valiosas sobre el tránsito de la economía de haciendas a la plantación esclavista y su impacto en todos los órdenes de la vida social. Asimismo, descubre los cambios culturales y de mentalidades que acompañan un dilatado y contradictorio proceso de transformaciones en la sociedad criolla.

Los datos biográficos que aporta la historiadora sobre Pérez son exhaustivos y permiten reconstruir su saga familiar y sus orígenes socioclasistas, descendiente de propietarios de vegas de tabaco e ingenios de azúcar. Este origen privilegiado le permitió estudiar en el mejor centro educativo de la época: el Seminario de San Basilio el Magno, y recibir las ideas ilustradas del Obispo Santiago Hechevarría y Elgezúa. Como era común también entre los jóvenes solteros de su clase, optó por la carrera miliar desde temprana edad. Este destino bélico también sería compartido por sus amigos poetas y tocayos Zequerira y Rubalcaba, y se cuenta que de este último recogió y conservó su papelería inédita en el momento de su deceso. La amistad con estos dos grandes poetas neoclásicos es explorada por la historiadora en sus orígenes santiagueros y da fe de la intensa comunicación literaria entre el trío de vates ilustrados.

Otro asunto de suma importancia es el referido al papel desempeñado por Manuel María Pérez en la creación de periódicos en Santiago de Cuba. En este sentido destaca su afán de información universalista, superador de los estrechos marcos del acontecer local. Entre estas empresas editoriales se cuenta El Eco Cubense y Ramillete de Cuba, donde Manuel María Pérez informaba, traducía y reseñaba para sus conciudadanos noticias de la prensa extranjera. Luego vendría Miscelánea de Cuba, El Canastillo y otros, siempre vinculado a la figura del linotipista Matías Alqueza. No pasa por alto la historiadora las calidades literarias de su poesía y su prosa, las que evidencian un profundo dominio de la cultura clásica grecolatina, y discrepa con Alejo Carpentier en el punto de la supuesta colaboración de Pérez con el maestro de música de la capilla santiaguera Esteban Salas. Del catálogo de obras dramáticas de Pérez nos enteramos que son muchas más que la siempre citada Marco Curcio. También se describen con enjundia las facetas de apasionado periodista desde las páginas de La Miscelánea de Cuba en el trienio liberal, y costumbrista de talento en el Dominguillo, con un discurso satírico, irreverente y al mismo tiempo modernizador y progresista. Véase si no esa modernísima crónica sobre la necesidad de realizar ejercicios físicos y gimnásticos entre los niños y jóvenes, fechada en 1824. Entre sus juicios económicos y sociales de más valor destacan su proyecto de diversificación productiva, a favor de la agricultura y la ganadería, la crítica implícita a la esclavitud y la trata, y su demanda en pro del trabajo libre y la inmigración blanca.

Con la llegada del general Miguel Tacón al poder colonial, Manuel María Pérez se declaró partidario del gobernador oriental Manuel Lorenzo, quien sostenía posturas liberales y contrarias a la férrea censura de prensa. En aquellos días, el poeta se pronunció a favor del presbítero Varela y tuvo palabras de elogio para Saco, desterrado por Tacón. Ya en la vejez fue contrario a los ademanes anexionistas, donde participaba su sobrino nieto Pedro Santacilia, y enfatizó su identidad de cariz asimilista y regionalista.

Un elemento no despreciable en la multifacética obra de este autor, y hasta ahora desconocido, es su condición de cronista e historiador de su ciudad natal, memorias recogidas en multitud de textos aparecidos bajo el rubro de “Recuerdos históricos”, con énfasis en el ordenamiento cronológico de los hechos y la exposición de las costumbres religiosas de antaño. Activo intelectualmente hasta su senectud, Pérez tuvo una ancianidad marcada por el fervor místico y la escatología, dada su profunda conexión espiritual con la Iglesia Católica. En este sentido practicó la meditación ascética y fue piadoso, terminando sus días con una vida frugal y austera.

Manuel María Pérez fue un esmerado poeta neoclásico, un patricio por su origen social y un liberal por sus actitudes políticas, y en su conjunto fue un hombre culto y sensible que trató de servir a su ciudad con su pluma y con sus obras. Heredero de una ancestral organización socioeconómica, trató de llevar la ilustración y el progreso al espacio y al tiempo histórico que le tocó vivir.

Este es el caleidoscópico y emocionante personaje que Olga Portuondo recupera y nos devuelve en su plenitud intelectual, con una sapiencia y una eficacia investigativa en archivos, bibliotecas y hemerotecas dignas de su brillante ejecutoria. Luego de la exégesis historiográfica, tienen ahora los literatos la palabra, para justipreciar sus versos y su prosa con la meditación y el rigor que esta figura merece.

La Habana, 14 de febrero de 2015.







GUILLERMO PERERA Y ÁLVAREZ [17.910]

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GUILLERMO PERERA Y ÁLVAREZ 

(1865-1926).
Escritor español, nacido y muerto en La Laguna de Tenerife. Fue un poeta muy inspirado por temas costumbristas canarios, de estilo flexible y sencillo, en el que se aprecia la influencia de Bécquer. Entre sus versos figuran las quintillas que componen Al castillo de San Cristóbal (1904) y La fuente de la selva (1919).



GUILLERMO PERERA Y ÁLVAREZ (1865-1926): POETA REGENERACIONISTA Y MASÓN

Por Manuel de Paz Sánchez

Poeta “estrictamente lírico”, según se ha señalado, nació en La Laguna (25-06-1865), se dedicó al periodismo y a actividades administrativas para atender a sus gastos vitales (trabajó en la secretaría del Instituto de Canarias). Dirigió los periódicos laguneros La Región Canaria y El Noticiero Canario, que se editaron a finales del siglo XIX y principios del XX, y colaboró como redactor y publicista en otros muchos, tanto de las Islas como del exterior. Entre sus obras destacan La Princesa Dácil (1896 y 1940), y La fuente de la selva (1919), que lo sitúan como uno de los principales representantes de la llamada Escuela Regionalista. Falleció en su ciudad de nacimiento (3-06-1926).

Presentado, a la logia Añaza de la capital tinerfeña, el 6 de octubre de 1899(1), resultó iniciado el 1º de diciembre de ese mismo año. Adoptó el nombre simbólico de Asdrúbal y sus aplomadores destacaron, especialmente, su honradez y afabilidad. Alcanzó los grados 2º (1900) y 3º (27-06-1904), permaneciendo vinculado a este emblemático taller hasta la fecha de su óbito. El juzgado nº 3 del Tribunal Especial para la Represión de la Masonería y el Comunismo (TERMC), instruyó el sumario 163/1943, que fue sobreseído al comprobarse documentalmente su fallecimiento(2).

En otro lugar se llamó la atención sobre tres de sus poesías más emblemáticas, que merecen ser tenidas en cuenta no solamente por lo que tienen de relación con su militancia masónica sino, también, porque se pudo matizar una observación cronológica importante, respecto al poema No más poetas, y, asimismo, se detectó la mutilación de dos estrofas completas de una de sus composiciones más claramente masónicas: Sepulcro vacío.

En efecto, No más poetas es una composición que leyó su autor en la noche del 27 de julio de 1899 (dos meses antes de solicitar su recepción masónica y un mes previo al fallecimiento de su hermano Patricio), en la velada literaria que celebró el Gabinete Instructivo de Santa Cruz de Tenerife. El poema, que dedicó a su futuro cofrade Luis Rodríguez Figueroa, iniciado en 1897, se publicó posteriormente en Castalia(3), la revista literaria de la que el vate portuense fue director-fundador. Guillermo Perera expresa en estos versos su desgarro noventayochista, que en el contexto de 1917, durante la I Gran Guerra, no dejaba de tener sentido, aunque no, desde luego, en la plenitud de la época para la que fueron compuestos, es decir, la de la crisis finisecular española.

¡Callad, bardos de Hesperia! El infortunio
Suspenso deja el labio y el cerebro:
Tan sólo el corazón sabe sentirlo
Y expresarlo también sólo el silencio.

El poeta llora la decadencia de España y culpa de ella, más o menos veladamente, a los responsables políticos de la Restauración y sus secuaces. Nadie diría, a juzgar por la persistencia de ciertos mitos conservadores sobre la masonería y la pérdida de las colonias, que estos versos fueron escritos precisamente por un masón de larga ejecutoria en el seno de la Orden del Gran Arquitecto del Universo.

El poema no tardó en publicarse, seguramente por vez primera, en el periódico lagunero, pro republicano y pro masónico, La Luz, en el que colaboraban algunos miembros de la fraternidad, tales como el propio Luis Rodríguez Figueroa y, asimismo, el soldado José Vidal (pseudónimo del madrileño Antonio González Huerta), que publicó un artículo titulado “Masonería y teosofismo”(4), en el que confesó su militancia masónica, y sufrió un arresto por parte de las autoridades militares, a raíz de una denuncia del gobernador eclesiástico del Obispado, lo que suscitó las protestas del periódico(5), en carta abierta al prelado Nicolás Rey Redondo. El tabloide no duró mucho, pero sus campañas contra el clero y su interés social de inspiración republicana parecen ser la causa principal del nacimiento del semanario católico La Verdad, en cuyas páginas se dio cabida a una amplia literatura antimasónica y reaccionaria(6), prueba del impacto anticlerical generado por La Luz.

Obviamente, Sepulcro vacío alude al mausoleo del VIII marqués de la Quinta Roja(7), don Diego Ponte del Castillo, Taoro, grado 30º del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, y Venerable fundador de la logia Taoro, nº 90 de La Orotava, perteneciente en una primera época al Grande Oriente Lusitano Unido, con sede en Lisboa, y, a partir de 1880 y hasta finales de esta década, a la Gran Logia Simbólica Independiente Española de Sevilla, obediencia simbólica constituida por buena parte de las logias que, a raíz de la crisis masónica de 1878, se separaron de la organización portuguesa. Don Diego Ponte del Castillo murió a principios de abril de 1880 y, dada su militancia masónica nunca desmentida y el hecho de que, bien por voluntad propia o por otra causa, no se le administrasen los últimos sacramentos, las autoridades eclesiásticas negaron su enterramiento en sagrado, es decir, en el cementerio católico de La Orotava. La inhumación se realizó, no sin algunos problemas, pero la tumba fue aislada con una robusta verja y, poco después, su madre, doña Sebastiana del Castillo, inició los trámites para la construcción, en un jardín de su propiedad, de un espléndido mausoleo, cuya obra fue encargada al arquitecto y masón francés, Adolphe Coquet, hombre sensible que visitó las Islas, escribió sobre ellas y murió ciego. Buena parte de la herencia de la marquesa madre pasó a manos de su médico, don Víctor Pérez, afín a los ideales democráticos y hombre de prestigio en Tenerife, pero, cuando se produjo su óbito, acaecido en la noche del 21 de febrero de 1892 y por tanto varios años antes que el de la propia marquesa, sí se celebraron exequias católicas, hasta el punto que las crónicas describen la enorme concurrencia que llenaba el templo parroquial del Puerto de la Cruz, “asociándose al sentimiento cristiano traducido en nubes de incienso, y consoladoras oraciones al Altísimo, por el virtuoso sacerdote”(8).

El caso es que, como narra el poeta, en aquel mausoleo nunca se enterró a nadie, aunque fue preparado para ello, incluyendo la decoración interior de la cripta, en la que destacaban numerosos símbolos y alegorías masónicos. Los elementos principales del conjunto, especialmente las escaleras, las columnas del grado 18º y, en fin, la cruz céltica que coronaba el panteón, son una más que evidente alusión al elevado rango masónico del VIII marqués de la Quinta Roja, dentro del Rito Escocés Antiguo y Aceptado.

El poema fue recogido en la antología que, hacia 1940, se publicó(9) en la Biblioteca Canaria dirigida por don Leoncio Rodríguez, pero censurado. Las circunstancias de la época aconsejaron, probablemente, omitir estas dos estrofas completas:

¡Qué el ciego e intolerante fanatismo
Sepultura negó
A los fríos despojos que animara
En sus entrañas Dios!

Mas la tierra cual madre, de una madre
Comprendiendo el dolor,
Rasgó también su seno y blanco mármol
Para sepulcro dio…

Ocho versos que lo dicen todo, pues hablan de uno de los tópicos masónicos más queridos, el de la intransigencia eclesiástica y, en segundo lugar, del dolor infinito de una madre que se siente agraviada en aquel duro trance, doña Sebastiana del Castillo.

Otro de sus mejores poemas, Hojas de papel, no se refiere a la crisis finisecular, piedra de toque de la masonería española de los siglos XIX y XX, ni, tampoco, a un acontecimiento relevante desde el punto de vista de la historia masónica de Tenerife como es el caso que acabamos de comentar, pero es un buen poema que aleja a su autor de la imagen que sobre él nos legó, por ejemplo, Benito Pérez Armas, cuando, sin duda tiernamente, le considera “un ingenuo, que cantó tan ingenuamente como un pájaro, por la necesidad de comunicar las sensaciones, sin curarse de nada que fuera extraño a su propia emoción”(10), y que, por el contrario, le acerca a esas “consideraciones poético-filosóficas” de las que habla María Rosa Alonso en su Poesía de la segunda mitad del siglo XIX(11). Aquí Guillermo Perera y Álvarez es casi modernista a su pesar, o, cuando menos, el poema, que aparece datado en La Laguna en febrero de 1923, se publicó al mes siguiente en Cuba y Canarias, la revista que el vate palmero Félix Duarte fundó en Zaza del Medio, al centro de Cuba, y que hizo del Modernismo su razón de ser.

La misma superficie del mar, cuando tan suaves
Las olas sin espumas refulgen como acero,
Es hoja luminosa donde escriben las naves
Las hondas emociones del alma del viajero.

Páginas engañosas para los emigrantes
En las que ilusos leen futuras bienandanzas,
Creyendo que en los surcos de las quillas cortantes
Sepultan infortunios y siembran esperanzas.

Precisamente, en relación con el mundo de la emigración y, en concreto, con el tema del regreso del indiano, Guillermo Perera y Álvarez publicó en Siglo XX un cuento bajo el título de Amistad frustrada(12), en realidad un divertimento sobre un viajero que acaba perdiéndose a sí mismo, pues se ve imposibilitado para regresar a su lugar de nacimiento, donde antes de emigrar había llevado a cabo diversas tropelías más o menos propias de la juventud.

Así, pues, en esta fase de recopilación de material poético de entresiglos en el contexto de una historia cultural que permita un análisis lo más amplio posible de la realidad mental y el imaginario social que contribuyó de manera decisiva a configurar nuestro presente, este trabajo pretende también discutir algunos de los tópicos más habituales sobre la Escuela Regionalista, no ya sobre la pretendida sencillez y el lirismo casi ingenuo de los versos de Guillermo Perera y Álvarez.

En primer lugar, porque en la obra del poeta lagunero, aparte de su tozudez de estilo y su apego al romanticismo tardío, se percibe un profundo sentimiento regeneracionista, así como una más que visible implicación en la crítica poética al Desastre y en la exaltación de valores patrióticos nacionales, como por ejemplo en su poema “Los héroes de Baler”:

De frente siempre los leales pechos
A encarnizada y pérfida asechanza;
Sin víveres ni bélicos pertrechos,
Ni siquiera de auxilio una esperanza!

No se perdió, no obstante, el ardimiento,
Que el amor a la patria los alienta,
Ser vencidos así, no es vencimiento;
De ellos ser vencedor, es una afrenta!

Y mientras tanto poderosa gente
Nuestro dominio en Asia nos robaba,
Sólo en la torre de Baler, viviente,
La bandera española tremolaba!

En segundo término, respecto a la Escuela Regionalista y, en concreto, a la figura de su teórico e involuntario fundador, el poeta y político don Nicolás Estévanez, conviene ir matizando los presupuestos de una Escuela que, por lo que parece, sirvió sobre todo a los intereses locales básicamente tinerfeños, a la hora de mantener la capitalidad de Canarias y sus consiguientes ventajes sociales, políticas y económicas.

En este contexto, algunos estudiosos, como la ya citada María Rosa Alonso, parecen desligarse del coro general de autores que, en términos generales, atribuyen a Estévanez el origen de la Escuela Regionalista de La Laguna. Ciudad que, para esta autora, ha sido un numen u objeto para ser cantado, “término lírico” y esencialmente poético, pero carente de sustentación para hablar de una escuela regionalista, ya que La Laguna careció de “escuela literaria que la caracterizara”(13).

Cabría preguntarse pues, una vez más, lo mismo que en el caso de Estévanez, ¿quién fue realmente Guillermo Perera y Álvarez? Su poema La princesa Dácil, premiado en 1896, puede ayudarnos a responder a esta pregunta

Por fin llegó el fausto día
En que grata paz, risueña,
A nivarios y españoles
Bajo sus alas alberga;
Y solemne los conduce
Ante la sagrada enseña
Que, con los brazos abiertos,
Amorosa los espera…
Henchido el bravo Gonzalo
De felicidad suprema,
Después de vencer, vencido
Va a los pies de Dácil bella;
Y concentrando en sus ojos
De tierno amor un poema,
Sintieron bendición santa
Caer sobre sus cabezas.
Y así, fundidas en una
Estas dos razas opuestas,
Como en campo de combate
Sangre enemiga se mezcla,
Surgió la raza canaria
Noble y leal, pero fiera
Siempre que planta invasora
Hollar quiere sus riberas!
Un idilio fue la vida
De Gonzalo y la princesa.
Tan inefable ventura
Gozaron sus almas tiernas,
Que del edén de Nivaria
Él era Adán y ella Eva.

Según viene a decir nuestro autor, tras los avatares de la invasión castellana, la historia de Tenerife comienza con el pacto entre conquistadores y conquistados. A partir de la unión entre Gonzalo del Castillo y la princesa Dácil, las dos etnias se funden en un solo pueblo que, desde entonces, ungirá su destino a la suerte de España. Un destino que, como vimos más arriba, produce un intenso dolor en estos creadores de finales del siglo XIX, ya sean republicanos o, simplemente, trabajadores intelectuales deseosos de la plena regeneración del país.

En la presente edición se recogen, junto a varios que son más conocidos y que, en algún que otro caso, ya han sido objeto de estudios antológicos, casi medio centenar de composiciones prácticamente inéditas, ya que solamente se publicaron, en su día, en la prensa isleña, a la que, como queda dicho, tan vinculado estuvo Guillermo Perera y Álvarez. También se incluye un interesante relato que, bajo el título de La sirena, se ubica cronológicamente, lo mismo que el resto del material objeto de la presente antología, salvo error u omisión.

Al producirse su óbito, la revista Hespérides publicó el siguiente responsorio bajo la firma de Atilano Santos:

Acabamos de dejar en el sepulcro, en una humilde fosa del cementerio lagunero, al buen amigo Guillermo Perera y Álvarez, el que ha traspuesto los umbrales de la vida cuando su alma delicada de poeta parecía hallarse más predispuesta a cantar las bellezas de la tierra, de la que era un enamorado.
[…] Alma templada en la forja del dolor, por lo que tenía de sensible y buena, fue el poeta como un pájaro, siempre dispuesto a desgranar sobre los trigales de la vida, las hermosas armonías de sus versos, sencillos, tiernos como las flores perfumadas de las risueñas avenidas laguneras.
Humilde hasta la exageración, bueno como ninguno, Perera fue un convencido de que el más recto camino para llegar es el que se abre con el esfuerzo propio y que tiene por base el espíritu de confraternidad universal.
[…] ¡El poeta ha muerto!… Solo su alma flotará en el espacio y quien sabe si en alguna que otra estancia de jovencilla enamorada, sus versos —el verdadero espíritu del poeta— se reciten con la evangélica unción de un Padre nuestro.(14)
La revista, importante en el contexto de la época, vino a destacar el aspecto lírico del poeta, lo que no debe extrañarnos, entre otras razones porque, en la fecha de su óbito, las circunstancias históricas ya habían experimentado cambios significativos que, no muy tarde, tendrían un indiscutible impacto sobre el futuro del país. Para Canarias, en primerísimo lugar, por la división provincial que no tardó en llegar, y que se estableció por decreto de la Dictadura del 21 de septiembre de 1927; para el conjunto de España porque la experiencia africanista y, en fin, el devenir del país que desembocó en la proclamación de la II República, el viejo sueño de los republicanos regeneracionistas que desembocó en la crisis bélica de 1936-1939 y sus importantes consecuencias para el futuro del país en todos los aspectos, incluido, naturalmente, el cultural.

ANTOLOGÍA(15)

CON PERMISO DE TRUEBA(16)

Cuando yo me esté muriendo
Siéntate a mi cabecera;
Fija tu vista en la mía
Y puede ser que no muera.
(Cantar popular)

I

Si el sol se mira de frente
Con sus resplandores ciega,
Y tus ojos que son soles
Los he mirado de cerca
Con deseos de abrasarme
En la luz que ellos reflejan;
Mas, brotan de tus pupilas
Dulces miradas tan tiernas
Que como el sol vivifican
E iluminan, mas no queman,
Porque le dan grata sombra
Tus largas pestañas bellas.
¡Mírame, niña del alma!
¡Mírame siempre, aunque sean
Tus miradas seductoras
De vivo rencor la muestra!
En mi pecho, si me miras,
No podrán vivir las penas,
Porque ocuparán su espacio
Mil amorosas ideas;
Pues tienen tus negros ojos
Tan bienhechora influencia
Tal vida existe en su brillo
Y es tan dulce su pureza,
Que, cuando esté agonizando,
Si por mi ventura aciertas
¡A fijarlos en los míos
Puede ser que no me muera!

II

Anoche escuché tu acento,
Tu dulce voz que embeleza,
Que en sus ondas a mi oído
Trajo el aura satisfecha.
Por otra vez escucharte
El alma inmortal te diera,
Que sin alma viviría
Quien oír tu acento pueda.
Habla, mi bien, un instante;
Habla, que es tu voz tan tierna
Que al oírla se disipan
Las más amargas tristezas.
Habla, aunque tu voz resuene
Como la de un juez, severa;
Aunque esté ronca de ira
El exhalarla no temas,
Que por más que silbe el viento
Y los cielos se obscurezcan,
La incomprensible natura
Es siempre grandiosa y bella.
Aunque sañuda te muestres
Que me haces daño no creas,
Pues siempre bañan las olas
Del mar a la escueta peña,
Ya vengan con rudo empuje
O ya suavemente vengan:
Ya ves que con solo hablarme
Puedes tú aliviar mis penas;
¡Haz, por caridad, mi vida,
Lo que por amor no sea!
Cuando mi espíritu vaya
A hundirse en la noche eterna,
Sabe por fin que tú puedes
Salvarlo de las tinieblas,
Pues si amante y compasiva
Te veo a mi cabecera
“Fijando en mí la mirada
Y hablándome con voz trémula,
Al respirar yo tu aliento…
¡Es imposible que muera!”

DEFINICIONES
A MI HERMANO PATRICIO(17)

I

Dulce mentira de doradas alas
Que nuestra mente forja en su ansiedad
Y resplandece con las ricas galas
De la más halagüeña realidad;
Espléndido ideal, sublime anhelo
De venturas fantástica visión;
Hada de ensueños de color de cielo,
Primavera del alma: ¡La Ilusión!

II

Bálsamo del dolor, puro rocío;
Rayo de sol que brilla en lontananza
Y alumbra al pensamiento más sombrío;
Valladar de la pena: ¡La Esperanza!
¡Paraíso bendito del consuelo
Por el que el alma gira resignada
En tristes horas de amargura y duelo,
No cierres a la mía tu morada!

III

Combate de encontrados sentimientos
Que en el humano espíritu se libra,
Y a impulsos de sus recios movimientos
Pierde la fe su más ardiente fibra;
Gusano roedor que de ilusiones
Y de placer al corazón desnuda;
Sierpe del alma, densos nubarrones
Del cielo de la dicha: ¡Eso es la Duda!

IV

Imprevista traición de la confianza
Que enturbia la antes límpida existencia,
Cambiando nuestra plácida esperanza
En cadáver flotante en la conciencia;
Sirena que al abismo hollando flores
Nos lleva astuta con artero amaño;
Ciclón en blando océano de amores,
Tumba de la ilusión: ¡El Desengaño!

* * *

¡Cuán dichosa es la vida que se agota,
En un mar de risueñas ilusiones,
Y en cuya senda realizada brota
Una esperanza llena de emociones.
Mas, ¡ay!, viene la duda y la marchita
Con infernal, abrasador aliento,
Porque en su seno sin cesar se agita
Acechador del desengaño cruento!

Laguna, Diciembre de 1892

SOLEDAD(18)

Sumergido en la noche de la ausencia
Gime mi corazón, dulce bien mío,
Y de angustiosa soledad el frío
Va escarchando la flor de mi existencia.

La mirada de amor con insistencia
Traspasar quiere el límite sombrío
Del oscuro horizonte, asaz impío,
Que privándome está de tu presencia.

Mas, vano es por mi mal empeño tanto,
Que la distancia y mi enemiga suerte
Niegan a mi pasión tan dulce encanto.

Y en la dura impotencia de no verte,
Veo, ¡ay de mí!, con singular espanto
¡Que tú, que eres mi vida, me das muerte!

Laguna de Tenerife, Septiembre 15 de 1893

A LA MEMORIA
DE LA NIÑA ELISA DE LA OLIVA y BLARDONY(19)

Si de la rosa es corta la existencia,
Cumplir puede en un día su destino;
Se abre a la luz con tinte purpurino
Y engendra el fruto al esparcir su esencia.

Y si va al mar con ciega diligencia,
Apenas nace, arroyo cristalino,
Refleja el sol, fecunda su camino
Y embriaga a los sentidos su cadencia.

Fuiste tú cual la flor, niña querida:
Abriéronse tus ojos breve plazo;
Nos diste amor y se apagó tu vida,

Y, como arroyo gotas en su trazo,
De recuerdos dejaste mi alma henchida
Al ir del cielo al inmortal regazo.

Laguna, 1895

LA PRINCESA DÁCIL*
(TRADICIÓN)(20)

¡Amor, eterno amor, alma del mundo!
Núñez de Arce.

I

Cuando Gonzalo Castillo,
Noble en linaje y proezas,
Arribó en son de conquista
A las costas tinerfeñas,
Del bravo Alonso de Lugo
Bajo la insigne bandera,
Nunca imaginó, confiado
En su valor y destreza,
Y atento sólo a la gloria
De aquella gigante empresa,
Que su corazón altivo,
Insensible a dicha y pena,
Para el amor de diamante,
De malla para la guerra,
Entre estas peñas lo hiriesen
Del amor las blandas flechas,
Lanzadas por unos ojos
De soñadoras promesas.
¡Qué mucho que una mirada
Virgen, pudorosa, tierna,
Cuando por ella se asoma
Un alma por vez primera,
Henchida de ansia infinita
Y de deliquios sedienta,
Hiera, como agudo acero,
Subyugue, como la fuerza,
Y alrededor de su lumbre
Nuestros corazones sean
Trémulas mariposillas
Que a la luz se arrojan ciegas!
¡Y qué extraño que al influjo
De los ojos de una bella
El pecho más valeroso
Esclavizado se sienta!
Podrá el brío de las armas
Arrasar toda la tierra,
Dando el dominio del orbe
Quizá a un imbécil o déspota;
Mas ni la espada persuade
Ni dan sumisión cadenas.
Pero el dulce amor, en cambio,
Con invisibles saetas,
Grata y suavemente vence
Y el vencimiento no afrenta:
Que es vencedor el vencido
Del amor en la contienda!
Por eso, si en la conquista
De estas atlánticas peñas
Rindió a Gonzalo Castillo
El amor de una doncella,
Fue tan súbita derrota
De la victoria la muestra;
Que del amor al aliento
Surge universal terneza
Que aúna las voluntades,
Fundiendo opuestas ideas,
Y a la sombra de sus alas
Pueblos y razas se estrechan
Con los mismos pensamientos,
Con idénticas creencias.

II

Tan pronto desembarcaron
En la nivarina tierra
Las bravas huestes de España
De su dominio sedientas,
Y sentaron los reales
En sus plácidas riberas,
Marcial escuadrón, de Añaza,
Partió armado a la ligera
A fin de explorar los campos
Y desconocidas selvas
Que se ocultan tras los cerros
Como púdicas doncellas.
¡Es de ver la bizarría
Del que marcha a la cabeza!
Sereno avanza, atrevido
A la par que con cautela,
Pues unidos lleva en su alma
El valor y la prudencia.
De cristiano y caballero
Distintivo honroso ostenta:
Roja cruz en manto blanco
Que desde sus hombros cuelga,
Y agitado por las brisas,
Semejando una bandera,
Extiende los anchos pliegues
Y en aire de triunfo ondea.
Es Gonzalo del Castillo,
De castellana nobleza,
Que en lo leal y en lo fuerte
A un castillo se asemeja.
Cruza henchido de esperanzas
La escarpada y ruda senda
Que conduce a las colinas
Que fiel guarda a Aguere prestan;
Y desde las altas cumbres
Ve, con intensa sorpresa,
El valle más delicioso
Que engendró Naturaleza.
Vasta y límpida laguna
En medio de fértil vega
Mansamente se dilata
Y en bosque espeso penetra,
Placentera retratando
Madroños y mocaneras;
Sus aguas son transparentes,
Tan azules y serenas,
Que las armoniosas aves
Que aquella espesura pueblan,
Parece que entre dos cielos
Dichosas y alegres vuelan.
Tibio ambiente perfumado
De flores mil con la esencia,
Vaga entre las verdes hojas
Que a su suave halago tiemblan,
Mientras susurran las fuentes
Cristalinas y parleras
Que, como fieles espejos,
El bosque y cielo reflejan.
Y en tan hermoso conjunto
En aquel sitio se mezclan
Aves, fuentes, lago y bosque,
Flores, fruto y aura leda,
Que sin duda feliz reino
Tiene allí la primavera!
En dilatada llanura
Que esmalta olorosa yerba,
Rebaños de ovejas pacen,
De los isleños riqueza.
A su vista, la codicia
De los soldados despierta
Y bajan al prado, haciendo
De ganado rica presa.
Nuestro caballero, en tanto,
En la espesura se interna
Seguro de que su planta
En hollarla es la primera.
De una fuente el rumor suave,
Atrayéndole, le orienta
Y en su busca va animoso
Por enmarañada selva.
¡Nunca tal cosa intentara!
Cuando a la fuente se acerca,
Ve, de dulce emoción lleno,
Hermosa y gentil doncella
Que en la plateada charca
Se contemplaba risueña;
Y al pintarla se alboroza
El agua con su belleza.
De improviso sombra extraña
En la fuente se refleja,
Y asustada, ahogando un grito,
Púsose en pie la doncella,
Quedando, inmóvil y altiva,
De Castillo en la presencia.
¡Nunca amor, siempre de caza,
Lanzó más certera flecha
Como la que hirió a Gonzalo
Al mirar moza tan bella!
Ella entonces majestuosa,
De su espanto ya repuesta,
Mira al doncel, e ignorada
Sensación experimenta
Al contemplar su arrogante
Gallardía y gentileza.
Por su atavío guerrero
Que es un enemigo piensa;
Mas se siente a él arrastrada
Por desconocida fuerza,
Como eléctricos fluidos
Que si opuestos son se estrechan.
En éxtasis delicioso
Dulce rato se contemplan,
Hablando esa lengua muda,
Universal y secreta,
Con que se entienden las almas
Y en los ojos reverbera.
“Dácil me llamo — decía
Ella ya a amarle resuelta: —
Hija del Mencey más grande
Que en esta tierra gobierna”.
Y hablaron tan expresivos,
Se hicieron tales promesas,
Que, desde aquel grato instante,
La parlera fuente aquella,
Celosa pinta en su fondo,
En vez de una, dos cabezas.

III

Las praderas nivarinas,
Antes plácidas y amenas,
Por planta invasora holladas,
Por ardiente sangre secas,
Sin rebaños ni pastores
Se hallan tristes y desiertas.
Mas un día, de vencida
Ya los hijos de esta tierra,
Tras atléticos esfuerzos
Y de gloriosas proezas;
Y viendo tristes nublarse
El sol de su independencia,
Por el reino de Taoro
Cundió sorprendente nueva
Que luz fue de la esperanza
En el antro de sus penas.
Como elocuente tributo
De respeto y obediencia,
Enviaba el rey de Tegueste
A Bencomo rica presa:
A Gonzalo del Castillo,
Prisionero hecho en la guerra.
Con júbilo inusitado
La noticia se celebra,
Porque tal campeón cautivo
Es de gran victoria muestra.
A su llegada se agolpa
Toda la grey guanchinesa,
Mas al bravo adalid tratan
Con la bondad y la nobleza
Propias de raza valiente,
Fiera solo en la pelea.
En saber no tardó mucho
Dácil, la gentil princesa,
Quien era aquel prisionero;
Que ha tiempo prisión secreta
En su alma virginal tiene
Del amor con las cadenas.
Sintiendo emoción extraña,
Mezcla de alegría y pena,
Dácil se lanza a la gruta
Donde a su Gonzalo encierran.
¡Qué tierna fue la entrevista!
¡Qué dulcísimas escenas!
En su amante desvarío
Ya ser cristiana quiere ella;
Que siendo él valiente y bueno
Ha de ser su ley la buena.
Y él en el dulce semblante,
Leyendo bondad suprema,
Ama en ella la hidalguía
De aquella raza de atletas.
Y así, en fruición deliciosa,
Se funden de tal manera
Sus almas y aspiraciones,
Sus sentimientos e ideas,
Que son como dos arroyos
Que en el mismo mar penetran.
Y de aquella tenaz lucha
En la grandiosa epopeya,
Ella, de candor paloma,
El ramo de olivo ostenta
Para él generosa siendo
De libertad mensajera.
Libre al fin, partió Gonzalo,
No sin profunda tristeza,
Que de su amor la nostalgia
Aguda en el alma lleva;
Y el nunca esclavo albedrío
En poder de Dácil deja.

IV

Sin poder ya sostenerse
En la desigual pelea,
Iban los guanches cediendo
Ante las armas de Iberia;
Mientras se alzaba en Nivaria
Del cristianismo la enseña,
Que con los abiertos brazos
Los esperaba serena.
Vencidos en los combates,
Diezmados por la epidemia,
Sin aliento y quebrantados
Por la hiel de la tristeza,
Hacen gigantes esfuerzos
Por la patria independencia;
Mas todo en vano, la suerte
Le es por su mal adversa.
¿Qué hacer en lance tan duro?
¿Cómo terminar la guerra
Si el rendirse es cosa triste
E imposible es la defensa?
Dácil en tanto luchando
Con encontradas ideas,
A la par que por los suyos
También por Castillo ruega.
¿Por qué más luchar? A ratos
En sus soledades piensa.
¿Por qué no rendir la frente
A las plantas de la Reina
Por quien luchan los de España
Y que en mi Gonzalo impera?…
Por fin llegó el fausto día
En que grata paz, risueña,
A nivarios y españoles
Bajo sus alas alberga;
Y solemne los conduce
Ante la sagrada enseña
Que, con los brazos abiertos,
Amorosa los espera…
Henchido el bravo Gonzalo
De felicidad suprema,
Después de vencer, vencido
Va a los pies de Dácil bella;
Y concentrando en sus ojos
De tierno amor un poema,
Sintieron bendición santa
Caer sobre sus cabezas.
Y así, fundidas en una
Estas dos razas opuestas,
Como en campo de combate
Sangre enemiga se mezcla,
Surgió la raza canaria
Noble y leal, pero fiera
Siempre que planta invasora
Hollar quiere sus riberas!
Un idilio fue la vida
De Gonzalo y la princesa.
Tan inefable ventura
Gozaron sus almas tiernas,
Que del edén de Nivaria
Él era Adán y ella Eva.
Y otra vez aquella fuente
Que se oculta en la floresta,
De nuevo retrató, unidas,
En vez de una, dos cabezas.

AL LINCE(21)

Por más que aún personalmente
No he podido conoceros,
Para cantaros me inspira
La fama de vuestros hechos.
Así, pues, nada me importa
El no haberos visto el cuerpo;
El no admirar vuestro empaque,
Que aseguran es soberbio;
Ni el contemplaros el rostro,
Aunque en ello tenga empeño;
Que ha de ser uno de tantos,
Verbi gratia, el de un cochero;
Ni el estrecharos la mano,
Que dicen tiene gran mérito,
Que es nervuda y muy flexible,
Cual garras los fuertes dedos;
Las uñas… un poco largas,
Mas, cuidadas con esmero.
Tampoco ver he podido
Y eso, en verdad, sí lo siento,
Vuestra histórica levita,
Que es ad hoc para tal dueño:
Mangas anchas, y faldones
Que parecen dos talegos,
Bolsillos que admirarían
A muchos carabineros.
De vuestra cabeza cuentan
Que es un monstruo de talento
Y muchos dan en llamarla
La farola de estos puertos.
En fin, señor, ni siquiera
Veros he podido el pelo,
Aunque es mejor el tomarle
Que verle, según sospecho.
El carácter os lo pintan
Muy sostenido y violento,
Y para torcidos planes
No hay quien le gane en lo recto.
Algunos os consideran
Como un DENUNCIADOR necio;
Y es porque lo hacéis, a veces,
Por puro entretenimiento;
Y además porque hay periódicos
Poco, muy poco, discretos.
Sois también según refieren,
Tan naturalote y bueno
Que cortés nunca habéis sido,
Porque eso es propio de memos.
Tan peculiar la franqueza
Es de vos que, en este suelo,
Siempre va, el de Puertos francos,
Unido a vuestro recuerdo.
Esto todo vuestra fama
Pregona en el mundo entero,
Y yo, que rindo tributo
A vuestro raro talento,
Lo repito hoy en romance,
Que siempre fue el mejor metro
Para contar las historias
De los andaluces héroes.

Asdrúbal

LEJOS DE TI (22)*

Si en tu ausencia, amor mío,
Vivir aún puedo,
Es que aliento a mi vida
Con tu recuerdo;
Mustios mis labios
Sólo un nombre pronuncian,
Tu nombre amado.

Sin el calor amante
De tus miradas,
Del corazón se alejan
Mis esperanzas:
Cual avecillas
Abandonadas, gimen
Por tus caricias.

Lejos de ti, el espacio
Lleno de quejas;
Y con dolor aspiro
Aura de penas.
¡Ay! si vinieses
Perfumara tu aliento
Tan triste ambiente!

Sin la dulce armonía
De tus palabras,
En insufrible insomnio
Se agita mi alma;
Y, por las noches,
Junto a ti vaga ansiosa
Charlando amores.

Cuando a ti tristes lleguen
Rumores tiernos,
Como de mariposas
Suave aleteo,
Que es mi alma, sabe,
Que en suspiros murmura
Sus soledades.

Y si en sueños se agitan
Tus dulces labios,
Como flores a impulso
De soplo blando,
Es también ella,
Que, en las alas de un beso,
Mi amor te lleva…

¡QUIERO MORIR!
(RIMA)(23)

Ya que en la vida, por aciaga suerte,
Nunca dichas gocé,
Quiero morir, que al menos en la muerte
Dulce paz hallaré.

Ningún temor me asalta ante el misterio
Profundo del morir.
¿Acaso de ilusiones cementerio
No es siempre el porvenir?

Tal vez, cuando yo muera, el primer gozo
Mi espíritu tendrá,
Que plegaria de amor, cada sollozo
Que tú exhales será.

Las ansiadas caricias que me roba
Tu invencible pudor,
En el silencio de mortuoria alcoba
Me dará tu dolor.

Vivo podré perderte y si te pierdo,
¿Cómo entonces vivir?
Y muerto quizá viva en tu recuerdo…
¡Preferible es morir!

Quiero morir, porque la muerte espanto
No me podrá causar:
¡Cómo Dios no castigue amarte tanto,
Sé que me he de salvar!

Laguna, junio de 1897

UN TROFEO(24)

De Tenerife en un templo
Existe vieja bandera
Que enarbolar quiso un día
El inglés en las almenas
De los castillos de Añaza,
Baluartes de independencia.
No está allí cual noble insignia
Que a una nación representa;
Ni en señal de desafío
Tremola altiva y siniestra;
Ni de alianza está en recuerdo,
Ni como adorno de fiesta.
Allí de Albión atestigua
La derrota y la vergüenza
Y al mismo tiempo pregona
El valor y las proezas
De los tinerfeños bravos
Que, de esta roca en defensa,
Dieron al mundo alto ejemplo
En su lealtad suprema.
En ese templo, hace un siglo
Está la orgullosa enseña
Como expresión elocuente
De dos contrarias ideas:
De gloria para nosotros,
Para Britania, de mengua!
Allí está muda y sombría,
Sin que nadie izarla pueda,
Que cercenado fue el brazo
Que tremolarla pudiera!

Laguna, Julio de 1897


NOTAS

[1] Su solicitud de iniciación aparece firmada en La Laguna (26-09-1899), vide su expediente masónico en Archivo General de la Guerra Civil Española de Salamanca (AGGCE, 47-A-20). Cf. M. de Paz Sánchez: Plectro masónico. Una antología poética, Santa Cruz de Tenerife, 2006, pp. 127-143.

[2] AGGCE, TERMC, nº 6035.
[3] Castalia, nº 22, Santa Cruz de Tenerife, 20-08-1917.
[4] La Luz, nº 12, La Laguna, 8-10-1899, p. 2.
[5] La Luz, nº 13, La Laguna, 15-10-1899, p. 1.
[6] Ramón Felipe González: Prensa y masonería en Tenerife, durante el último tercio del siglo XIX, memoria de Licenciatura, Departamento de Historia, Universidad de La Laguna, 1986, pp. 297ss.
[7] De hecho, el poema acompaña a una fotografía del Mausoleo, tal como se publicó en la primera página del Heraldo de Orotava del 22-04-1923, junto a unos comentarios referidos al asunto.
[8] Diario de Tenerife, 22-02-1892, “Telegramas”, p. 3 y 25-02-1892, “La muerte del Dr. Pérez”, p. 2, éste último un extenso obituario firmado por Domingo Aguilar [y Quesada], gerente de la Sociedad Taoro (Gran Hotel Taoro), y antiguo miembro de las logias del Valle de La Orotava, en las que alcanzó, cuando menos, el grado 11º; había tenido a su cargo la Secretaría tanto de Taoro, nº 90 como de Esperanza de Orotava, nº 103, ésta radicada en el Puerto de la Cruz, durante la etapa 1875-1879, estando, por consiguiente, estrechamente vinculado al VIII marqués de la Quinta Roja, y, en fin, había ostentado el nombre simbólico de Doramas, en alusión, sin duda, al caudillo aborigen de su isla de nacimiento.
[9] Poetas isleños. Guillermo Perera (Recopilación de sus poesías), introducción de Leocadio Machado, Librería Hespérides, Santa Cruz de Tenerife, s. a. [c. 1940], pp. 78-79.
[10] En el proemio (p. 11) del folleto de Biblioteca Canaria antes citado.
[11] Islas Canarias [Madrid], 1991, p. 201.
[12] Siglo XX, nº 20, La Laguna, 30-11-1900, pp. 1-2.
[13] María Rosa Alonso: Poesía de la segunda mitad del siglo XIX, cit., p. 55.
[14] “Responsorio. ¡Ha muerto el poeta!”, Hespérides, 6-06-1926, p. 13.
[15] Se indica con un asterisco (*) las composiciones que, más o menos completas, han sido recogidas en las breves antologías existentes hasta la fecha.
[16] La Defensa, nº 8, La Laguna, 23-07-1892, p. 2. Posteriormente se publicó en Siglo XX, nº 10, La Laguna, 13-09-1900, p. 3.
[17] La Defensa, nº 22, La Laguna, 14-12-1892, p. 1. Posteriormente salió en Heraldo de Canarias, La Laguna, 31-10-1896, p. 1.
[18] El Adelantado, nº 3, La Laguna, 9-10-1893, p. 2.
[19] Diario de Tenerife, 27-11-1895, p. 3.
[20] El título completo es el siguiente LA PRINCESA DÁCIL / ROMANCE / QUE OBTUVO EL PREMIO DONADO / POR / S. A. R. LA INFANTA DOÑA ISABEL / EN EL CERTAMEN ORGANIZADO / POR LA / REAL SOCIEDAD ECONÓMICA / DE AMIGOS DEL PAÍS DE TENERIFE, EN LA LAGUNA, / EN CELEBRACIÓN DEL 4º. CENTENARIO / DE LA / CONQUISTA DE LAS ISLAS DE / TENERIFE Y PALMA / LAGUNA DE TENERIFE / IMPRENTA DE LA LAGUNA / HERRADORES, 55 / 1896. El texto va precedido de una breve nota “El nuevo trovador”, firmada por V. C. y, asimismo, por un prólogo de Leopoldo Pedreira bajo el título de “Un poeta”. Este prólogo figura publicado, además, en La Opinión, 5-11-1896, p. 1. Uno de los ejemplares conservado en la BULL lleva dedicatoria autógrafa del autor a la Biblioteca Provincial de Canarias, datada en marzo de 1897.
[21] Heraldo de Canarias, nº 112, La Laguna, 19-01-1897, p. 1. Este poema figura firmado por Asdrúbal.
[22] Aguere, nº 15, La Laguna, 13-03-1897, p. 1. Posteriormente se publicó en Unión Conservadora, nº 12, Santa Cruz de Tenerife, 10-05-1899, p. 2., y mucho después en El Plumero, nº 7, La Laguna, 9-03-1912, p. 2.
[23] Heraldo de Canarias, nº 175, La Laguna, 22-07-1897, p. 1.
[24] Diario de Tenerife, número extraordinario, Santa Cruz de Tenerife, 25-07-1897, p. 28.

http://aclrevistaliteraria.academiacanarialengua.org/guillermo-perera-y-alvarez-1865-1926-poeta-regeneracionista-y-mason/





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PABLO PIFERRER [17.911]

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Pablo Piferrer

Pablo Piferrer i Fàbregas (Barcelona, 1818 - 1848), periodista, poeta y prosista español.

Tuvo una infancia pobre. Estudios de letras y Derecho realizados con gran esfuerzo económico. Colaborador de El Vapor, El Guardia Nacional, Diario de Barcelona y otros periódicos. Perteneció al grupo de escritores catalanes formado por Manuel Milá y Fontanals, Rubio y Lluch, Joaquín Rubió i Ors y otros, que supieron unir el amor a España y a su lengua con el amor a su región. Milá publicó sus poesías después de su muerte en Composiciones poéticas de don Pablo Piferrer, don Juan Bautista Carbó y don José Semís y Mensá (1851). En prosa escribió Clásicos españoles (1846), antología destinada al uso de los estudiantes que lleva una "Noticia de todas las épocas de nuestra prosa", donde se relaiza un estudio estilístico de la prosa española hasta Larra; Estudios de crítica (1859) es una colección de artículos publicados en el Diario de Barcelona sobre teatro, libros, historia, música y arte. Inició con Francisco Javier Parcerisa Recuerdos y bellezas de España con erudición arqueológica y sensibilidad artística. Cultivó asimismo la narración breve de tipo histórico ("El castillo de Monsolíu" y "Cap d'estopa") o de tipo social e imaginario ("Cuento fantástico", 1837). Se conserva también un valioso Epistolario.

Se le ha llamado poeta de alma germánica por su popularismo, la melancolía amorosa, la sencillez expresiva y cierta vaguedad en el ambiente. Admiraba de hecho el Romanticismo alemán, e introdujo la balada y se percibe la influencia de Schiller en la gravedad sentenciosa de sus poemas. Pero hay que destacar también el catalanismo manifiesto en su gusto por el color local y la suma estima en que tenía la poesía catalana popular y trovadoresca. Entre sus poemas destacan "El ermitaño de Montserrat", "Canción de la primavera", "Retorno de la feria", "Alina y el Genio" y "La cascada y la campana", poema simbólico en la que la primera incita a la desesperación y la segunda a la esperanza.


Canción de la Primavera

Ya vuelve la primavera:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Tiende sobre la pradera
El verde manto—de la esperanza.

Sopla caliente la brisa:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Las nubes pasan aprisa,
Y el azur muestran—de la esperanza.

La flor ríe en su capullo:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Canta el agua en su murmullo
El poder santo—de la esperanza.

¿La oís que en los aires trina?
Suene la gaita,—ruede la danza:
—«Abrid a la golondrina,
Que vuelve en alas—de la esperanza.»—

Niña, la niña modesta:
Suene la gaita,—ruede la danza:
El Mayo trae tu fiesta
Que el logro trae—de tu esperanza.

Cubre la tierra el amor:
Suene la gaita,—ruede la danza:
El perfume engendrador
Al seno sube—de la esperanza.

Todo zumba y reverdece:
Suene la gaita,--ruede la danza:
Cuanto el son y el verdor crece,
Tanto más crece—toda esperanza.

Sonido, aroma y color
(Suene la gaita,—ruede la danza)
Únense en himnos de amor,
Que engendra el himno—de la esperanza.

Morirá la primavera:
Suene la gaita,—ruede la danza:
Mas cada año en la pradera
Tornará el manto—de la esperanza.

La inocencia de la vida
(Calle la gaita,—pare la danza)
No torna una vez perdida:
¡Perdí la mía!—¡ay mi esperanza!




El ermitaño de Montserrat

                 Allá en Montserrat -mora el ermitaño.
¿Sabéis por qué mora del convento al pie?
Con áspera vida -un año y otro año
orando ha llorado: -bien sabréis por qué,
por qué con tal vida vive el ermitaño.

    El buen caballero partió de su tierra,
allende los mares la gloria buscó:
los años volaban, se acabó la guerra;
y allende los mares hasta él voló,
voló un triste viento de su dulce tierra.

    «-Aprisa, mis pajes, aprisa el caballo:
»señora del alma, mi amor, ¿qué es de ti?
»en bascas de muerte conmigo batallo:
»o infiel o difunta: ¿qué de ello? ¡ay de mí!,
y «¡ay de mí!» diciendo, aguija el caballo.

    Los mares cruzaba: llegaba a su suelo:
«-Madre, madre mía; mi amada ¿do está?»
«-¡Ay hijo, el mi hijo! -consuélete el cielo-,
»viva está tu amada; mas ya no será,
»ya no será tuya mientras esté en el suelo.»

    De Santa Cecilia llamaba a la puerta;
los golpes doblando redobla el furor;
«-Señora, ¿no me oyes? Más te quiero muerta
»que infiel y perjura al antiguo amor,
»al amor que agora profana esa puerta.»

    Flotante el cabello, ceñida de flores,
la ve tras la reja: ¿qué voz la llamó?
«-Mis lágrimas mira; por nuestros amores
»aquí vesme: un voto mi amor pronunció,
»pronunció que pronto secará estas flores.

    »Voté, si tomases a la patria tierra
»salvo de las lides, consagrarme a Dios:
»tomabas con gloria de lejana guerra;
»¡feliz fue mi voto!, ¡Mi voto a los dos,
»a los dos separa por siempre en la tierra!

    »¿Oyes las campanas? Llegada es la hora:
»el Señor me llama al pie del altar:
»nuestro amor olvida, aunque el alma llora;
»¡Dios que te ha salvado quiera conhortar,
»conhortar la angustia en esta triste hora!-»

    Suspiros amargos lanzando del pecho,
los brazos caídos la frente inclinó;
escuchó su voto en llanto deshecho:
-sonó dentro el coro; mudo se postró,
se postró las manos cruzando en el pecho.

    Lloró, lloró el triste: su vida llorando
vivió solitario del convento al pie:
pasó un año y otro: en llanto y orando
le encontró otro año: -ya sabéis por qué,
porque así ha vivido en rezo y llorando.

    Ora en Montserrat doblan las campanas:
débil en la ermita una oigo tañer;
en Santa Cecilia otras más cercanas:
¿por qué éstas a aquélla se oyen responder,
responder doblando tan tristes campanas?



La cascada y la campana

              En cañada solitaria -una cascada zumba;
de las peñas tajadas furiosa se derrumba,
y el negro sumidero en que brota y retumba
                                           la engulle toda.

    He aquí que en lo más hondo, entre la niebla oscura
que la espuma levanta, misteriosa figura
asomaba la cara: con siniestra amargura
                                           me sonreía.

    «-Tú que el abismo miras, mira en esta cascada
del destino del hombre la imagen retratada:
salta, brilla, retumba, se abisma, se anonada;
                            después, ¿qué es de ella?

    Un más allá no busques, ni a ella ni a tu suerte:
Joven, camino y brilla; difunde, varón fuerte,
el son de tu renombre; después vendrá la muerte
                                                a anonadarte.-»

    Del vértigo hecho presa, cedía al parasismo;
nublóseme la vista clavada en el abismo,
cuando con son lejano retomóme a mí mismo
                                                 una campana.
 
    Abrí atento el oído, su palabra sonora
desde el valle me dijo: «-Tú, hombre, espera y ora
para que esta jornada, de toda pena mora,
                                     la cumplas fuerte.

    Cuan dolorosa es breve, el sepulcro su fin;
más allá está tu patria, un eterno confín,
y allí tormento eterno o celestial festín:
                                   dirálo el Juicio.

    La imagen de tu suerte contempla en la cascada:
en la hoya del peñasco -entera se anonada;
mas por caño escondido rebrota en la llanada
                                                    formando río.

    ¿Lo ves que todo el llano serpentea y fecunda?
su corriente a cien villas de riquezas inunda,
hasta que en el Océano -con eterna y profunda
                                               unión se abisma.

    Dentro de ti propio llevas un destello divino;
su patria no es la tierra; el cielo, su destino;
Dios, su océano inmenso: ¿dudas por el camino?
                                               Ora y espera.-»

    Su eco de peña en peña quebrantándose expira;
el sol la roja cúspide por vez postrera mira;
el aura vespertina - en las ramas suspira:
                                       cayó la tarde.








GABRIEL GARCÍA TASSARA [17.912]

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Gabriel García Tassara 

(Sevilla, 19 de julio de 1817 - Madrid, 14 de febrero de 1875), escritor romántico, poeta, periodista y político español.



Su padre, Gabriel Julián García Lucas, era contador principal de los reales ejércitos y veinticuatro del Ayuntamiento, y su madre, Teresa de Jesús Tassara y Ojeda, pertenecía a una ilustre familia andaluza; el padre murió muy pronto y la madre se casó en segundas nupcias con Manuel Barreiro y Manjón, jefe del Cuerpo de Artillería; su padrastro se preocupó por la educación del muchacho. Estudió filosofía y humanidades en el colegio de Santo Tomás de Sevilla, bajo la dirección del famoso latinista exclaustrado fray Manuel Sotelo, e inició estudios de leyes en Sevilla. Intervino leyendo alguna poesía en jornadas auspiciadas por Serafín Estébanez Calderón en el Liceo Artístico y Literario sevillano y publica su poema La Fiebre y una Elegía (1837) en La Lira Andaluza. También amistó con Salvador Bermúdez de Castro. Tras publicar alguna colaboración en El Artista, la revista del Romanticismo, se estableció en Madrid en 1839 para proseguir la carrera de leyes, que no terminó; allí entabló una sólida amistad con Juan Donoso Cortés y su círculo, formado por el marqués de Pidal, Pacheco, Pastor Díaz, Ríos Rosas y Francisco de Paula Cárdenas; fue periodista y colaborador en El Heraldo, El Conservador y Semanario Pintoresco, y luego cofundó y escribió en El Sol. colaboró además en El Piloto. Obtuvo acta de diputado en 1846. Le encomendaron la dirección de El Faro (abril de 1847-abril de 1848); en la redacción de este periódico amistó con su crítico literario, Manuel Cañete. En 1854 rechaza una embajada en Parma y Toscana y, al llegar otro gran amigo, el poeta Nicomedes Pastor Díaz (a quien había conocido en la redacción de El Correo Nacional), a Ministro de Estado con la Unión Liberal del gabinete O’Donnell en 1856, fue nombrado Tassara embajador plenipotenciario de España en Washington, cargo en el que estuvo diez años hasta que una queja hizo que le relevaran, y volvió a su país trayéndose la amistad de Seward; durante esa estancia hizo amistad con José Ferrer de Couto, el valiente director de El Cronista de Nueva York. En 1869 volvió a la carrera diplomática como embajador en Londres. A su vuelta publicó sus poesías. Fue un político de orientación conservadora, admirador de Juan Donoso Cortés. La revolución de 1848 le llenó de pesimismo, y la Primera República aún más. Aunque no se casó nunca, tuvo una hija natural de la poetisa Gertrudis Gómez de Avellaneda, a la que conoció en 1844; la niña murió a los pocos meses y el poeta no admitió que fuera suya. Recorrió España y se detuvo en Ávila, donde escribió un poema a la mística Santa Teresa. Al morir, sus amigos le dedicaron una Corona poética (1878).



Obra

Fue autor de artículos políticos y de un tomo de Poesías (1872) prologado por Juan Valera, compuestas entre 1839 y 1848 y publicadas la mayoría entre 1839 y 1842 en El Correo Nacional y en El Semanario Pintoresco. Muchos son poemas cívicos, otros son religiosos y algunos se hallan imbuidos de talante profético (sobre todo los de tema político, en los que se muestra apocalíptico, engolado y mesiánico) o satírico. Fue un gran humanista, muy inspirado como poeta pero revestido de la suntuosidad y grandilocuencia de los temas tratados, las grandes ideas en abstracto, los grandes ideales, aun vagamente sentidos. Es romántico en la forma y clásico en el fondo, con reminiscencias de Fernando de Herrera. Muchas veces, por su ironía y desengaño, recuerda a un José de Espronceda de derechas. Otros poemas son íntimos, con sentimientos de amor y melancolía. Dejó sin terminar el ambicioso poema Un diablo más. Valera lo apreciaba: "Harto menos estimado, comprendido y aplaudido de lo que merece", escribió; otros críticos le señalan como precursor de la poesía filosófico-social de Gaspar Núñez de Arce. Figura en la obra colectiva de Los españoles pintados por sí mismos con el artículo "La políticomanía", donde se opone al progreso del sexo femenino y pinta satíricamente el feminismo. Como humanista, tradujo a Virgilio, y también el Os Lusiadas completo de Camoens y algunas obras de Shakespeare.

Sus temas favoritos son las preocupaciones religiosas (La noche, Dios, Meditación religiosa, La fiebre, Las Cruzadas, Canto bíblico, El Cristianismo, Himno al Mesías) y políticas, que ocupan la mayor parte (Venecia, Napoleón en Santa Helena, Al convenio de Vergara, Al Ejército español, A la guerra de Oriente, A Roma, La Historia, A Napoleón, A la Reina Doña Isabel II, El Alcázar de Sevilla, A Mirabeau, A Quintana, A Don Antonio Ros de Olano, el importante poema de gran aliento Un diablo más; el soneto Al natalicio de Cervantes y la epístola que desde Ginebra dirigió a Carolina Coronado) y las inspiradas por la hermosura o la grandiosidad de la naturaleza (Al Sol, en sus dos versiones; Himno al Sol, Monotonía, El crepúsculo, En el campo, La tempestad, El aquilón, El día de otoño, A Laura, La entrada del invierno, Andalucía y el soneto Cumbres de Guadarrama y de Fuenfría).

Bibliografía

Ricardo Navas Ruiz, El Romanticismo español. Madrid: Cátedra, 1982 (3.ª ed.).
Mario Méndez Bejarano, Tassara. Nueva biografía crítica. Madrid, 1928.
Ricardo Gullón, "Tassara, Duque de Europa", en Boletín de la Biblioteca de Menéndez Pelayo, Año 22, núm. 2 (abril-junio de 1946), pp. 177-195.



Á DANTE


INVOCACIÓN DE UN POEMA.

Lasciate ogni speranza.

Sagrado Homero de la antigua Europa
Que apuraste en tu ardor hasta las heces
De la suprema inspiración la copa;

Dante inmortal que con los siglos creces
Y al rudo son de tu salvaje canto
A las generaciones estremeces;

Tú, que en las alas de tu genio santo
El Cielo recorriste y el Infierno,
Mansiones de la luz y del espanto;

¿Por qué la voz del hombre es ese interno
Lamento de dolor, hondo, infinito,
Inenarrable, inacabable, eterno?

¿Por qué la voz del genio es ese grito
Que resuena del mundo en la memoria
Como el ¡ay! de Luzbel al ser maldito?
Canta Moisés, y la tremenda historia
Canta del Cielo y del Edén vedado,
y al hombre despojado de su gloria.

Canta de los Profetas el sagrado
Coro, y sus misteriosas armonías
La historia son del primordial pecado.

Llora con llanto eterno Jeremías,
David vé á Dios ceñudo é iracundo,
Tiembla Jerusalén aiite Isaías.

Y Job, envuelto el rostro en polvo inmundo,
Á decir su dolor no encuentra nombres,
Y lanza un ¡ay! que aun estremece al mundo.

Canta Homero, profeta de los hombres.
Si los otros de Dios, el que esa lira
Te dio, ¡gran Dante! con que al mundo asombres.

Canta, y canta de Ilion la inmensa pira,
Y del Aquivo el funeral trofeo,
Y de los Dioses la tremenda ira.

Canta Esquilo, y nos canta á Prometeo,
La roca insuperable del destino,
Y el eterno buitre del deseo.

Prosigue el hombre su fatal camino,
Y cuando el mundo con su peso oprime
El Capitolio del poder latino,

Canta Virgilio, y si su voz sublime
Canta de nuevos siglos nueva aurora,
Roma asombrada con su canto gime.

Mas ¡ay! ya viene el que en los Cielos mora,
El que el Oriente y Occidente espera,
El que la triste humanidad implora,
¿Dolor?... ¿Siempre dolor? En su carrera
El Hombre-Dios exhalará un gemido
Que oirán todos los vivos cuando él muera;

Y será tu Evangelio prometido
La historia ¡oh Dios! de la miseria humana,
Escrita con la sangre de tu Ungido;

Y en visión iracunda y soberana
Verá San Juan ante sus turbios ojos,
Del caos humano y de la muerte hermana,

En la hora de los últimos despojos
La Bestia Apocalíptica triunfante
Del mundo apacentarse en los despojos.

Sucumbe Roma, la nación gigante,
Y corre desde el mudo Capitolio
Al Gólgota inmortal la Europa infante.

Cesa el canto oriental y el ritmo eölio.
No hay Moises, no hay Homero. Dante sube
De la suprema inteligencia al sólio.

Su canto oid. Arrebolada nube
De robusta y magnífica armonía
Le circunda la sien como á un querube.

Acaso ya tras la hecatombe impía
El hombre va á escuchar por vez primera
Un himno de esperanza y de alegría.

Ya alza los ojos á la ardiente esfera,
Ya resuena en su voz y en su alma late
La voz y el alma de la Europa entera.

Ya va á cantar el inspirado vate,
Ya retiembla la lira entre sus manos...
¡Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate!
¡Oh de la vida y de la muerte arcanos!
¡Oh terrífico adiós á la esperanza!
¡Oh sentencia fatal de los humanos!

¡Oh venganza de Dios! ¡Oh gran venganza
Cuyo eterno cuchillo de diamante
Ninguna mano á desclavar alcanza!

Tu Infierno es este mundo, ¡oh padre Dante!
Encima del dintel de nuestra vida
La tremenda inscripción ya está delante.

El mal hizo en la tierra su guarida,
El bien no es más que idealidad suprema,
Entre oscuros crepúsculos perdida.

Víctima de un recóndito anatema,
Huérfana de su Dios abandonada
Como las sombras de tu gran Poema;

De caminar y caminar cansada,
Un círculo de círculos corriendo
Como esos que corrió tu planta osada;

El eterno Cocito circuyendo
Por ver si un soplo de aquilón divino
Mueve la onda letal del lago horrendo;

Preguntando á lá sombra su destino
Sin más luz que la sombra que le espera
Como al principio al fin de su camino;

La humanidad ¡oh Dante! desespera,
La humanidad, la humanidad y el hombre.
Que el hombre es ¡ay! la humanidad entera.

Edipo no halla de su enigma el nombre,
Por los infiernos de su infierno gira,
y no hay visión allí que no le asombre.

Por eso ¡oh Dios! la humanidad suspira,
Y el genio, que es su voz, cuando la canta
Áyes arranca á su funesta lira.

Por eso hasta esa Musa sacrosanta
Del bien supremo donde está el arcano
Que en sus alas divinas se levanta.

Esa Musa de acento soberano.
La excelsa y refulgente Teología,
También es Musa del dolor humano.

¡Oh virgen celestial de la Poesía!
También ella es dolor... Mira á la ciencia,
La ántes pura y genial Filosofía,

Mírala revolcarse en su impotencia;
Carnal matrona de infecundo seno,
Jamas pudo engendrar una crëencia.

De ella está el mundo con sus siglos lleno;
Lo sabe todo, pero al hombre ignora,
y á remediar su mal le da veneno;

Y cuando suena la tremenda hora
De esas tormentas cuya voz retumba
Sobre esta Europa que en tinieblas llora,

Cual vil sepulturera, abrir la tumba
Del pueblo que murió dado le es sólo
Y llorar en la inmensa catacumba.

La Europa va á morir. Tú, sacro Apolo
Del Parnaso de Cristo, díme un canto
Que resuene en su vasto mauseolo.

Tú la cantaste ya cuando áureo manto,
Malla feudal, sacerdotal tiara
Ostentaba en el trono sacrosanto.
Yo idolatrando la veré en el ara
El espectro del oro y la fortuna,
De inspiración y de entusiasmo avara.

Entonces como ahora, allá en su cuna
Y en el lecho fatal de su agonía,
El fantasma tremendo la importuna.

Cantemos de la Historia la elegía:
Sol de la humanidad, de sus regiones
La idealidad se aleja cada dia.

En vano entre magníficos blasones
Renacerá, renacerá en su hoguera
El fénix inmortal de las naciones.

El hombre, ¡padre Dante! desespera,
Dobla la sien en la doliente mano,
Y abandona el timón á la onda fiera.

No inquiere ya el arcano. No hay arcano.
No ansía ya la venganza. No hay venganza.
No hay más que el himno del dolor humano,
Y el sempiterno adiós á la esperanza.

Julio de 1852.



Á QUINTANA.

Julio de 1851.

Cuando al rayar el dia,
Allá de mi lejana adolescencia,
El dios de la armonía,
Que es el dios de la humana inteligencia,
Su inspiración ardiente
Vertió en mi corazón, vertió en mi frente;

Sonó, sonó en mi oído
De patria y libertad un eco santo
De insólito sonido;
La voz del vate, del profeta el canto,
Que al ruido de tus olas
¡Patrio Guadalquivir! canté á mis solas.

No era, no, ya la Musa
Que triscando por riscos y por faldas
Tonos femíneos usa,
Y del dios del placer entre guirnaldas
Frívola adoradora,
Dios, hombre, mundo, humanidad ignora.

Era la gran Poesía;
La que del mundo en las remotas partes,
Como en la Grecia un dia,
Fué madre de las ciencias y las artes,
Voz del cielo en la tierra,
El himno de la paz y de la guerra.

Era la voz de un siglo
Que al nacer y al morir luchó iracundo
Con el feroz vestiglo
De la que fué superstición del mundo,
Y en generosa saña
«Sé España ¡España!» le gritaba á España.

Era tu grande acento,
¡Quintana! era tu voz que, en la sombría
Cárcel del pensamiento
Sonando y resonando, removía
Con versos como espadas
De España las entrañas ulceradas.

Pelayo, ardiente rayo
Contra el Islam y el oriental Califa,
El Cid, nuevo Pelayo,
Guzman, Bruto de España allá en Tarifa,
Padilla en sangre tinto,
A tu gloria fatal, ¡oh Cárlos Quinto!

Las del panteón hispano
Del austríaco Escorial turbadas sombras
Que á España dan en vano
Las banderas del mundo por alfombras,
Si tu ígnea fantasía
En ellas sólo ve la tiranía;

Aquellas sombras tristes
Del grande Emperador del Rey prudente,
Que al tribunal trajistes
De una infeliz generación que aun siente
Rodar por el vacío
La España, su esplendor, su poderío;

El infecundo nieto
De ellos en pos que la corona ingente,
No Rey, sino esqueleto,
Deja caer de la caduca frente,
Y á los Borbones fia,
Esqueleto como él, su Monarquía;

El pensamiento humano
Que arrebatado de ambición inmensa,
Arcano tras arcano
A los cielos robándoles, condensa
La palabra del hombre
El monumento que á la edad asombre;

España, en fin, España
Sacudiendo dos siglos de desmayo,
Y con la antigua saña
Blandiendo en las Termópilas de Mayo
La espada de Pavía
Que la herrumbre del ocio carcomía;

Tal fué tu gran poema
¡Himno de las batallas! ¡Armonía
De muerte y de anatema
Que de Bailen á Waterloo seguía
Con eco sobrehumano
De la Europa vengada al gran tirano!

¡Himno de las batallas!
De aquellas ¡ay! donde la fuerza blande
Sus bronces y sus mallas,
Y de aquellas también do en lid mas grande
Despliega su violencia
El guerrero sin paz, la inteligencia.

En la memoria mía,
Nunca olvidados, no, mas confundidos
En la honda lejanía
De los años en pos desvanecidos,
Tus cantos hoy se elevan,
Y el entusiasmo juvenil renuevan.

Mas ¡ay! ¿qué dejo amargo
Posa en mis labios el licor ardiente?
¿Por qué de su letargo
Quiere en vano salir mi torva mente,
Y enluta el alma mía
Nube de funeral melancolía?

Triunfó la independencia,
y la Europa triunfó; pero á la España
Se le arrancó la herencia
De la que fué su inmarcesible hazaña,
Y envuelta en sus pendones
La postrera quedó de las naciones.

Triunfó también un dia
La libertad; pero la Europa entera,
Cual vasta alcahicería,
Como inmenso taller do el oro impera,
Fabrica ciudadanos
Que están pidiendo y que tendrán tiranos.

¡Oh! si la musa heroica
Que cantó con trasportes sacrosantos
La libertad estoica
De Grecia y Roma en inmortales cantos
Volviese á la armonía,
Con su lira de bronce ¿qué diría?

¿Acaso contemplados
A la tétrica luz de lo presente,
Los siglos ya pasados,
Aquella España en cuya altiva frente
Tu rayo se blandía,
La misma maldición te arrancarla?

El fanatismo odiaste.
¡Pluguiese á Dios que aun fanatismo hubiera!
El himno que entonaste
Un fanatismo fué que en su carrera
Abrió cielos y abismos.
¿Qué es ¡ay! la humanidad sin fanatismos?

Ninguno ya, ninguno
Existe ya; ni el que ensalzó al Monarca,
Ni el que inflamó al tribuno:
Un Dios brutal el universo abarca
Desde el altar deshecho,
El Dios de la materia, el Dios del hecho:

Y en vez de aquella santa
Familia de los pueblos soberanos
Que libre la garganta
De los yugos de todos los tiranos
Imaginó el deseo,
El Bajo Imperio de la Europa veo.

Así en la acobardada
Roma Horacio cantó mientras la lengua
De Cicerón clavada
En los rostros guardados á tal mengua.
Tu última arenga hacia
¡Romana libertad! en tu agonía.

¡Oh ilusión venturosa
De una generación que se derrumba!
Nosotros, su ingloriosa
Posteridad, junto á su ilustre tumba
Pasamos sonriendo,
Su generoso error escarneciendo.

Nosotros, los espúreos
Hijos del desengaño que trocamos
Por mantos epicúreos
La toga consular que despreciamos,
Y á toda patria ajenos
Sabemos más pero valemos menos.

Y qué , ¿será mentira
Cuanto el hombre esperó? ¿será delirio
El genio que le inspira,
La virtud y el valor vano martirio,
Y el Dios que al hombre cría
El Dios de una perpetua tiranía?

¡Oh! no: vendrá la historia,
Y al legar á los siglos sus anales,
Dirá al fin tu victoria
¡Oh raza de tribunos inmortales!
Pueblos, guardad su herencia:
La fe en la humanidad fué su creencia.

Y tú que el vate fuiste
De esa tribu inmortal ¡noble poeta!
Y tú que enmudeciste,
Vencido no, mas desdeñoso atleta,
Y en sombra refulgente
Velas hoy con rubor tu anciana frente;

Si aún vive aquella musa
Que tú alentaste al despuntar su dia,
Cuando con voz confusa,
Vagando en el pensil de Andalucía,
Cantaba la infelice
Tragedia de Pausanias y Cleonice;

No temas que abandone
Las santas cumbres donde á ver se alcanza
El sol que no se pone;
Sol de la humanidad y la esperanza;
El sol que el hombre implora,
El sol del porvenir que está en su aurora.




Himno al Mesías

Baja otra vez al mundo,
¡Baja otra vez, Mesías!
De nuevo son los días
De tu alta vocación;
Y en su dolor profundo
La humanidad entera
El nuevo oriente espera
De un sol de redención.

Corrieron veinte edades
Desde el supremo día
Que en esa cruz te vía
Morir Jerusalén;
Y nuevas tempestades
Surgieron y bramaron,
De aquellas que asolaron
El primitivo Edén.

De aquellas que le ocultan
Al hombre su camino
Con ciego torbellino
De culpa y expiación;
De aquellas que sepultan
En hondos cautiverios
Cadáveres de imperios
Que fueron y no son.

Sereno está en la esfera
El sol del firmamento;
La tierra en su cimiento
Inconmovible está:
La blanca primavera
Con su gentil abrazo
Fecunda el gran regazo
Que flor y fruto da.

Mas ¡ay! que de las almas
El sol yace eclipsado:
Mas ¡ay! que ha vacilado
El polo de la fe;
Mas ¡ay! que ya tus palmas
Se vuelven at desierto
No crecen, no, en el huerto
Del que tu pueblo fue.

Tiniebla es ya la Europa:
Ella agotó la ciencia,
Maldijo su creencia,
Se apacentó con hiel;
Y rota ya la copa
En que su fe bebía,
Se alzaba y te decía:
«¡Señor! yo soy Luzbel.»

Mas ¡ay! que contra el cielo
No tiene el hombre rayo,
Y en súbito desmayo
Cayó de ayer a hoy;
"Y en son de desconsuelo,
Y en llanto de impotencia,
Hoy dama en tu presencia:
«Señor, tu pueblo soy.»

No es, no, la Roma atea
Que entre aras derrocadas
Despide a carcajadas
Los dioses que se van;
Es la que, humilde rea,
Baja a las catacumbas,
Y palpa entre las tumbas
Los tiempos que vendrán.

Todo, Señor, diciendo
Está los grandes días
De luto y agonías,
De muerte y orfandad;
Que, del pecado horrendo
Envuelta en el sudario,
Pasa por un Calvario
La ciega humanidad.

Baja ¡oh Señor! no en vano
Siglos y siglos vuelan;
Los siglos nos revelan
Con misteriosa luz
El infinito arcano
Y la virtud que encierra,
Trono de cielo y tierra
Tu sacrosanta cruz.

Toda la historia humana
¡Señor! está en tu nombre;
Tú fuiste Dios del hombre,
Dios de la humanidad.
Tu sangre soberana
Es su Calvario eterno;
Tu triunfo del infierno
Es su inmortalidad.

¿Quién dijo, Dios clemente,
Que tú no volverías,
Y a horribles gemonías,
Y a eterna perdición,
Condena a esta doliente
Raza del ser humano
Que espera de tu mano
Su nueva salvación?

Sí, tú vendrás. Vencidos
Serán con nuevo ejemplo
Los que del santo templo
Apartan a tu grey.
Vendrás y confundidos
Caerán con los ateos
Los nuevos fariseos
De la caduca ley.

¿Quién sabe si ahora mismo
Entre alaridos tantos
De tus profetas santos
La voz no suena ya?
Ven, saca del abismo
A un pueblo moribundo;
Luzbel ha vuelto al mundo
Y Dios ¿no volverá?

¡Señor! En tus juicios
La comprensión se abisma;
Mas es siempre la misma
Del Gólgota la voz.
Fatídicos auspicios
Resonarán en vano;
No es el destino humano
La humanidad sin Dios.

Ya pasarán los siglos
De la tremenda prueba;
¡Ya nacerás, luz nueva
De la futura edad!
Ya huiréis ¡negros vestiglos
De los antiguos días!
Ya volverás ¡Mesías!
En gloria y majestad.



























.

VENTURA RUIZ AGUILERA [17.913]

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Ventura Ruiz Aguilera

Ventura Ruiz Aguilera (nació en  Salamanca; 1820 - falleció el 1 de julio de 1881) fue un escritor español, graduado en medicina por la Universidad de Salamanca.

En 1844 se mudó a Madrid donde se desempeñó como periodista y ganó gran popularidad con una colección de poemas titulada Ecos Nacionales (1849). En Madrid también se desempeñó como director del Museo Arqueológico Nacional. Murió el 1 de julio de 1881.

Durante su cargo como director del Museo Arqueológico, organizó comisiones científicas para adquirir objetos con los que aumentar la colección. Fue también el que comenzó la edición el año 1872 de la revista Museo Español de Antigüedades, dirigida por Juan de Dios de la Rada y Delgado.1 Fue miembro de la Academia de Buenas Letras de Sevilla, oficial del ministerio de la Gobernación, y redactor político en diarios como la Prensa, el Sueco y La Nación.

Obras

Otras obras suyas relevantes fueron:

Elegías y armonías (1863)
Sátiras (1874)
Estaciones del año (1879)
Europa marcha
El conspirador de á folio
Del agua mansa nos libre Dios
No se venga quien bien ama
Bernardo de Saldaña
Camino de Portugal
La limosna y el perdón
Flor marchita



La Patria

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España


LA PATRIA [1]

I.

Queriendo yo un dia
Saber qué es la Pátria,
Me dijo un anciano
Que mucho la amaba:

«La Patria se siente;
No tienen palabras
Que claro la expliquen
Las lenguas humanas.

»Allí, donde todas
Las cosas nos hablan
Con voz que hasta el fondo
Penetra del alma;

»Allí, donde empieza
La breve jornada
Que al hombre en el mundo
Los cielos señalan;

»Allí, donde el canto
Materno arrullaba
La cuna que el Ángel
Veló de la guarda;

»Allí, donde en tierra
Bendita y sagrada
De abuelos y padres
Los restos descansan;

»Allí, donde eleva
Su techo la casa
De nuestros mayores...
Allí está la Pátria.


II.

»El valle profundo,
La ruda montaña
Que vieron alegre
Correr nuestra infancia;

»Las viejas ruïnas
De tumbas y de aras
Que mantos hoy visten
De hiedra y de zarza;

»El árbol que frutos
Y sombra nos daba
Al són armonioso
Del ave y del aura;

»Recuerdos, amores,
Tristeza, esperanzas,
Que fuentes han sido
De gozos y lágrimas;

»La imágen del templo,
La roca y la playa
Que ni años ni ausencias
Del ánimo arrancan;

»La voz conocida,
La jóven que pasa,
La flor que has regado,
Y el campo que labras;

»Ya en dulce concierto,
Ya en notas aisladas,
Oirás que te dicen:
Aquí está la Pátria.


III.

»El suelo que pisas
Y ostenta las galas
Del arte y la industria
De toda tu raza,

»No es obra de un dia
Que el viento quebranta;
Labor es de siglos
De penas y hazañas.

»En él tuvo orígen
La fe que te inflama;
En él tus afectos
Más nobles se arraigan:

»En él han escrito
Arados y espadas,
Pinceles y plumas,
Buriles y hazañas,

»Anales sombríos,
Historias que encantan
Y en rasgos eternos
Tu pueblo retratan.

»Y tanto á su vida
La tuya se enlaza,
Cual se une en un árbol
Al tronco la rama.

»Por eso presente
O en zonas lejanas,
Doquiera contigo
Va siempre la Pátria.


IV.

»No importa que al hombre,
Su tierra sea ingrata,
Que el hambre la aflija,
Que pestes la invadan;

»Que viles verdugos
La postren esclava,
Rompiendo las leyes
Más justas y santas;

»Que noches eternas
Las brumas le traigan,
Y nunca los astros
Su luz deseada;

»Pregunta al proscrito,
Pregunta al que vaga
Por ella sin techo,
Sin paz y sin calma;

»Pregunta si pueden
Jamas olvidarla,

Si en sueño y vigilia
Por ella no claman!

»No existe, á sus ojos,
Más bella morada,
Ni en campo ni en cielo
Ninguna le iguala.

»Quizá unidos todos
Se digan mañana:
«Mi Dios es el tuyo,
Mi Pátria tu Pátria.»



Epístola


(A Damián Menéndez Rayén y Francisco Giner de los Ríos)

No arrojará cobarde el limpio acero
mientras oiga el clarín de la pelea,
soldado que su honor conserve entero;

ni del piloto el ánimo flaquea
porque rayos alumbren su camino
y el golfo inmenso alborotarse vea.

¡Siempre luchar! . . . del hombre es el destino;
y al que impávido lucha, con fe ardiente,
le da la gloria su laurel divino.

Por sosiego suspira eternamente;
pero ¿dónde se oculta, dónde mana
de esta sed inmortal la ansiada fuente? . . .

En el profundo valle, que se afana
cuando del ario la estación florida
lo viste de verdura y luz temprana;

en las cumbres salvajes, donde anida
el águila que pone junto al cielo
su mansión de huracanes combatida,

el límite no encuentra de su anhelo;
ni porque esclava suya haga la suerte,
tras íntima inquietud y estéril duelo.

Aquel sólo el varón dichoso y fuerte será,
que viva en paz con su conciencia
hasta el sueño apacible de la muerte.

¿Qué sirve el esplendor, qué la opulencia,
la oscuridad, ni holgada medianía,
si a sufrir el delito nos sentencia?

Choza del campesino, humilde y fría,
alcázar de los reyes, corpulento,
cuya altitud al monte desafía,

bien sé yo que, invisible como el viento,
huésped que el alma hiela, se ha sentado
de vuestro hogar al pie el remordimiento.

¿Qué fue del corso altivo, no domado
hasta asomar de España en las fronteras
cual cometa del cielo desgajado?

El poder que le dieron sus banderas
con asombro y terror de las naciones
¿colmó sus esperanzas lisonjeras? . . .

Cayó; y entre los bárbaros peñones
de su destierro, en las nocturnas horas
le acosaron fatídicas visiones;

y diéronle tristeza las auroras,
y en el manso murmullo de la brisa
voces oyó gemir acusadoras.

Más conforme recibe y más sumisa
la voluntad de Dios, el alma bella
que abrojos siempre lacerada pisa.

Francisco, así pasar vimos aquella
que te arrulló en sus brazos maternales,
y hoy, vestida de luz, los astros huella:

que al tocar del sepulcro los umbrales,
bañó su dulce faz con dulce rayo
la alborada de goces inmortales.

Y así, Damián, en el risueño mayo
de una vida sin mancha, como arbusto
que el aquilón derriba en el Moncayo,

pasó también tu hermano, y la del justo
severa majestad brilló en su frente,
de un alma religiosa templo augusto.

Huya de las ciudades el que intente
esquivar la batalla de la vida
y en el ocio perderla muellemente:

que a la virtud el riesgo no intimida;
cuando náufragos hay, los ojos cierra
y se lanza a la mar embravecida.

Avaro miserable es el que encierra
la fecunda semilla en el granero,
cuando larga escasez llora la tierra.

Compadecer la desventura quiero
del que, por no mirar la abierta llaga,
de su limosna priva al pordiosero.

Ebrio, y alegre, y victorioso vaga
el vicio por el mundo cortesano:
su canto de sirena ¿a quién no embriaga?

Los que dones reciben de su mano
himnos alzan de júbilo, y de flores
rinden tributo en el altar profano.

En tanto, de la fiesta a los rumores,
criaturas sin fin, herido el seno,
responden con el ¡ay! de sus dolores.

Mas el hombre de espíritu sereno
y de conciencia inquebrantable (roca
donde se estrella, sin mancharla, el cieno)

la horrible sien del ídolo destoca,
y con acento de anatema inflama
tal vez un noble ardor la turba loca.

Jinete de experiencia y limpia fama,
armado va de freno y dura espuela
donde una voz en abandono clama;

de heroica pasión en alas vuela,
y en ella clava el acicate agudo
por acudir al mal que le desvela.

Si un instante de error cegarle pudo,
los engañosos ímpetus reprime,
y es su propia razón freno y escudo.

Sin tregua combatir por el que gime;
defender la justicia y verdad santa,
llena la mente de ideal sublime;

caminar hacia el bien con firme planta,
a la edad consolando que agoniza,
apóstol de otra edad que se adelanta,

es empresa que al vulgo escandaliza;
por loco siempre o necio fue tenido
quien lanzas en su pro rompe en la liza.

Si a tierna compasión alguien movido
vio al generoso hidalgo de Cervantes,
¡cuántos, con risa, viéronle caído!

Acomete a quiméricos gigantes,
de sus delirios prodigiosa hechura,
y es de niños escarnio y de ignorantes.

Mas él, dándoles cuerpo, se figura
limpiar de monstruos la afligida tierra,
y llanto arranca al bueno su locura.

Así debe sufrir, en cruda guerra
(sin vergonzoso pacto ni sosiego)
contra el mal, que a los débiles aterra,

el que abrasado en el celeste fuego
de inagotable caridad, no atiende
sólo de su interés el torpe ruego.

Árbol de seco erial, las ramas tiende
al que rendido llega de fatiga,
y del sol, cariñoso, le defiende.

Él sabe que sus frutos no prodiga
heredad que se deja sin cultivo;
sabe que del sudor brota la espiga,

como de agua sonoro raudal vivo,
si del trabajo el útil instrumento
hiende la roca en que durmió cautivo.

¡Oh del bosque anhelado apartamiento,
cuyos olmos son arpas melodiosas
cuando sacude su follaje el viento!

¡Oh fresco valle, donde crecen
rosas de perfumado cáliz, y azucenas,
que liban las abejas codiciosas!

¡Oh soledades de armonías llenas!
en vano me brindas ocio y amores,
mientras haya un esclavo entre cadenas.

Que aún pide con sacrílegos rumores
ver libre a Barrabás la muchedumbre
y alzados en la Cruz los redentores.

Que del sombrío Gólgota en la cumbre,
regada con la sangre del Cordero
sublime en humildad y mansedumbre,

mártires ¡ay! aún suben al madero
que ha de ser, convertido en árbol santo,
patria y hogar del universo entero.

Padecer es vivir; riego es el llanto
a quien la flor del alma, con su esencia
debe perpetuo y virginal encanto.

Amigos, bendecid la Providencia
si mandare a la vuestra ese rocío,
y nieguen los malvados su clemencia.

¡Qué alegre y qué gentil llega el navío
al puerto salvador, cuando aún le azota
con fiera saña el huracán bravío!

Así el justo halla al fin de su derrota
por el mar de la vida proceloso,
del claro cielo en la extensión remota
puerto seguro y eternal reposo.



El juramento

Indica hermosa del Antisana, 
virgen del claro, lindo raudal, 
a ti gacela, tarde y mañana, 
remedio pido para mi mal. 

¿Padeces? Duro pesar me aqueja, 
tengo en el pecho yo no se qué: 
cabritos, vaca, pacos, oveja, 
todo, cuitado, todo dejé. 

Y ahora vengo montes y valles 
doquier llenando con mi gemir; 
tedio a la aldea, tedio a sus calles 
tengo, y al bosque pláceme huir. 

Allí, al arrullo de las torcaces 
mezclo sentido mi yaraví; 
y ellas me dicen: «Hualpo, ¿qué te haces 
siempre llorando? ¡Pobre de ti!». 

Hasta del Ande las rudas peñas 
pueden mis ayes enternecer. 
Breves pasasteis, horas risueñas, 
y ya me siento desfallecer. 

¡Ay pobrecillo! (cómo suspira; 
a mi alma mueve la compasión). 
¡Hualpo!, recobra tu ánimo y mira 
cómo te abates, fuerte varón. 

Fiero te he visto con la turpuna 
bando enemigo desbaratar; 
y ahora ¡vergüenza!, que una por una 
lágrimas tuyas vea brotar. 

-Cora hechicera, cúlpame en vano, 
cuando está enfermo mi corazón; 
tócale, trae tu blanda mano, 
¿oyes?, se agita, tienes razón. 

¡Qué mal, oh Cora! Mal repentino; 
lánguida miro, Hualpo, tu faz. 
-Mal que me mata, mal que me vino 
para quitarme mi dulce paz. 

Pluguiera al Inti padre amoroso, 
que ya en la tola durmiese, y ¡oh! 
antes que. ¡Triste! ¿tu mal odioso 
podría acaso curarte yo? 

Tú solo puedes, púdica Cora, 
júrame hacerlo. -Tengo temor. 
-¿Callas? -Lo juro: dímelo ahora. 
¿Qué mal? -Morirme por ti de amor.



A mi madre enviándole mi retrato

Yo soy el hijo que en modesta cuna 
arrullaste con cánticos de amor, 
mientras mi frente la apacible luna 
bañaba con su tibio resplandor. 

Ayer, feliz en apacible infancia 
jugueteaba en tu seno con afán. 
¡Cuán dulce entonces en la paterna estancia 
era pedirte con sonrisa el pan! 

Hoy, desgraciado, en apartada orilla, 
herida el alma de incurable mal, 
pido sólo la lágrima que brilla 
en el puro semblante maternal. 

Del placer en mi faz no hay un destello, 
que la desgracia mi sonrisa heló; 
la cana ya platea mi cabello, 
y el negro rizo lánguido cayó. 

Niño, cantaba al susurrar del viento 
por las selvas vagando y el vergel; 
joven, exhalo gemebundo acento, 
me inspiro sólo en el dolor cruël. 

Placeres de una infancia venturosa, 
madre, delicias de risueño hogar. 
¡pasasteis como sombra vaporosa 
y un recuerdo dejasteis al pasar! 

Recuerdo melancólico que hiere 
doquiera el alma con arpón tenaz; 
breve meteoro que al brillar se muere, 
dicha que vuela en ilusión fugaz. 

¡Y vivo solo y de tu vista lejos 
es mi vida un acérrimo penar! 
¡En ti, del sol muriente a los reflejos, 
cuántas veces me place meditar! 

Y súbito apareces a mis ojos 
pura, risueña y ángel de un edén; 
póstrome entonces a llorar de hinojos, 
mi labio exclama con dulzura: ven. 

Oh, si vinieras a calmar de tu hijo 
la pena que le roe el corazón, 
cual viene al alma en blando regocijo 
de acorde lira inesperado son. 

Mas, si la ausencia nos separa, ingrato 
no creas, madre, al hijo de tu amor; 
te envío allí mi pálido retrato 
y con él un suspiro de dolor.



¿cuerdo o loco?

Hace días que en la Corte 
no se encuentra el Soberano; 
nadie sabe donde ha ido 
y todos andan turbados; 
preguntan, buscan, inquieren, 
y se lo encuentran, al cabo, 
entre rústicos metido, 
y, desnudo de brocados, 
ocupándose gozoso 
en las faenas del campo. 
-Volved a vuestras grandezas, 
tornad a vuestro palacio, 
señor rey -dijo un magnate- 
que esa es vida de villanos.- 
-Pues esa vida yo quiero, 
que está exenta de cuidados; 
no la vida de los solios 
que impone grillos de esclavo. 
Yo busco como las aves 
la libertad del espacio, 
el silencio de los bosques, 
el aroma de los prados. 
Mejor como el pan centeno 
en duro suelo sentado, 
que en las opíparas mesas 
los faisanes y venados; 
y, aunque duerma en paja humilde, 
mi sueño es tranquilo y blando 
sin que le turben recelos, 
ni le amarguen sobresaltos. 
La verdad, que nunca pudo 
penetrar en mi palacio, 
como aquí no encuentra vallas 
téngola siempre a mi lado. 
Y la alegría se ha hecho 
tan mi amiga en estos campos, 
que, sonriendo, a todas horas 
se me lleva de la mano. 
La corona de los reyes 
tiene espinas del Calvario, 
y hay cambrones que ensangrientan 
en las martas de su manto. 
No más luchas con la intriga, 
basta y sobra de reinado.- 
-Ved que hay lobos carniceros 
en esos montes cercanos, 
y reptiles venenosos 
bajo esos ricos sembrados.- 
-Qué más lobos que vosotros 
que devoráis el Estado, 
ni qué veneno más crüel 
que el que escupió vuestro labio. 
Idos a quemar lisonjas 
en serviles incensarios; 
id al escabel del trono 
a sembrar punzantes cardos. 
Idos, idos con presteza, 
miserables cortesanos, 
o, por Dios, que justiciero 
he de haceros mil pedazos.- 
A tan graves amenazas, 
corridos y cabizbajos, 
partieron los palaciegos; 
y el rey, en gañán trocado, 
tornó entonces con más bríos 
a las labores del campo. 
Escritores de aquel tiempo, 
cronistas apasionados, 
a ese príncipe prudente, 
\'El loco\' le apellidaron. 
Ved si su sabia conducta 
merecía este dictado. 

Así se escribe la historia; 
¡ay del que fía en sus fallos! 



Los nidos

¿Por qué con mano aleve destruiste 
los nidos de las pobres Golondrinas? 
Desoladas y atónitas ahora, 
junto al alero con dolor se agitan, 
buscando en vano la anhelada cuna 
que tu malicia convirtió en ruinas. 
Sin abrigo, sin techo hospitalario, 
¿a dó irán esas tiernas avecillas? 
¿A qué reír? 

¿No sabes tú, hijo mío, 
que ellas son mensajeras de la dicha: 
que ellas traen ventura a la morada 
que las brinda benéfica acogida? 
Cada año, al asomar la primavera, 
¿te acuerdas con qué amor las recibía? 
Ora huirán llevándose consigo 
la paz de nuestro hogar.- 
-¡Bah! 

tonterías 
-le contestó el rapaz;- rancios consejos 
que la razón no admite en nuestros días. 
Mi primo, que es gran voto en la materia, 
y, que ha cursado ya filosofía, 
-nuestra caduca sociedad, me ha dicho, 
reformas radicales necesita.- 
Yo soy de igual sentir.-Guerra a ficciones, 
que la ignorancia estúpida prohíja; 
guerra a esos nidos que el error protege 
por rutina, con sobra de injusticia. 
Y además, si es molesta su presencia, 
¿para qué quiero yo las Golondrinas?- 
-Atiende bien: para el progreso humano, 
las reformas son buenas, son precisas; 
pero es mejor guardar (aunque lo sea) 
el error que conserva y edifica, 
que ahuyentar esas aves indefensas, 
de tanta utilidad a las campiñas, 
que, si quier por los bienes que producen, 
deben ser respetadas y queridas.- 

Dejad colgar su nido en los aleros 
a las pobres errantes golondrinas. 
Conspirar contra seres inocentes 
es un acto de negra alevosía. 



Los moluscos

Los moluscos se unieron a su concha 
con tales nudos, 
que, mientras vivan, sufrirán sumisos 
su eterno yugo. 

Los mundanos, pegados a los vicios, 
¿serán moluscos? 



Los dos ratones

-¡Albricias, albricias, madre! 
-exclamaba un ratoncillo:- 
Aquel gatazo implacable 
que tanta guerra nos hizo, 
va a ser pasto del León; 
ambos reñían, lo he visto. 
Ya no habrá quien nos aceche; 
podemos vivir tranquilos.- 
Cuando esto escuchó la Rata, 
sin salir de su escondrijo 
díjole: -Calla, tontuelo; 
no digas más desatinos. 
El orden de la natura 
trabucas tú: ¿quién te ha dicho 
que en lucha con otra fiera 
quedara el Gato vencido? 
¡Si no hay Tigre que le iguale! 
¡Si es peor que un Basilisco! 
Si vieras sus anchas fauces, 
su diente de agudo filo, 
sus corvas uñas sangrientas, 
y su mirar vengativo; 
si su vigor conocieras 
como yo, pobre hijo mío, 
juzgáraslo más valiente 
y anduvieras con más tino. 
Cuando él arquea su cuerpo, 
y se relame el hocico, 
y se le erizan los pelos, 
y lanza fieros bufidos, 
las mismas selvas se espantan 
y se estremecen los riscos. 
¡El León! 

¡vaya un contrario 
para tal animalito! 
En echándole la zarpa, 
de su corona hace añicos, 
y si le aprieta el gaznate 
me lo estrangula, de fijo. 
Ven, pues, hijo de mi alma, 
que si ese gato enemigo 
volviese malhumorado 
se te comería vivo.- 
Estas palabras la Rata 
al Ratoncillo le dijo, 
y agarrado del pescuezo 
se lo llevó al escondrijo. 

En las bestias y en los hombres 
el miedo abulta el peligro. 











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