EDGAR OCTAVIO CARRILLO DÍAZ
Médico ecuatoriano nacido en Riobamba, Ecuador el 23 de agosto de 1949. Cursó estudios superiores de Medicina en la Universidad Central de Ecuador y de la especialidad de Nefrología en el Instituto Nacional de Cardiología Ignacio Chávez y Universidad Autónoma de México D.F. Reside en Quito. Ha sido docente de las Facultades de Medicina de la Universidad Central del Ecuador, Universidad Católica de Quito y fundador docente de la Facultad de Ciencias de la Salud Eugenio Espejo de la UTE.
Editor de la Revista Enrique Garcés (1994). Autor del libro Problemas en Medicina Interna (2001). Primera Mención en Concurso del Relato de la Alianza Francesa Riobamba (1965). Primera Mención en Concurso de Poesía de Colegio de Médicos de Pichincha (2002).
ENCARAMADO
Al parecer siempre llegué atrasado
a la caleta del tiempo,
nunca recalé en su lecho,
me quedé derrapado
y dormido en el hielo de afuera.
Se me negó el acceso al espacio
de las interpelaciones;
un mendaz “para siempre” nutrió
el intemporal lenguaje que he cocido
para amortizar la risa y el suplicio,
para almacenar en mi despensa
el nombre de las cosas.
¿Acaso Cronos dispuso
que me deslizara en el mismo vagón
y en el viaje de los acogidos
solo para macerar las huellas
de mis dígitos
y obligarme a calcinar los días antiguos?
Siempre estuve cerca de la fiesta,
vistiendo a la esperanza descolorida
pero no fui admitido porque no tuve traje
o me quedé impensado
deglutiendo los sueños derramados
en la banqueta,
porque estoy hecho de atrasos,
de comidas quemadas
y de horas recogidas de ayer.
Aún no estoy listo para tragar
la amarga certidumbre remordida
en la puerta hermética
que impidió
el traslado puntual de mi anatomía.
EL CRIMEN DEL DÍA
Están muriendo a cuchilladas los parientes del día.
Aunque han tomado el derroche de la noche
como adarga infinita,
no han logrado preservar
sus trashumantes cuerpos, azul-violeta,
de los portentosos venablos de luz.
La espada arrogante, acaudalada de bríos,
se deshizo en el filo gélido nocturno
y revocó su voz decisiva
Malevos aparceros,
lancinados por el frío,
acudieron a la misa arrumada
que trancaba la puerta del otro día
nunca arribaron;
fueron esparcidos en la explanada
y la montaña.
Se desconoce por qué revolvieron
sus trajes funerarios
ni por qué embarcaron
en el carromato del silencio
su osamenta calcinada y otras cenizas
Ya no flotan las ataduras
que traían muertos acumulados en el frío,
y la estratagema de la noche,
para expiar el crimen
y birlar las muertes planificadas
del siguiente día,
fue esculpir sobre la rosa y el tulipán obscuro,
la transparente rima del rocío.
UN ANTICIPO
He muerto cuando parió el tiempo
entre la última oscuridad de diciembre
y la intromisión extranjera del nuevo día
he muerto pero a medias
porque, muerto hoy,
me queda aún la mitad
para otras jornadas
así puedo deglutir por plazos
la causa fatal
que ha zaherido
con rehilete desgarrador
la fibra más resistente del pecho.
Hijo, la muerte de esta noche
-que nadie descubrió-,
me ha dolido
por aviesa y retardataria
me dio en el dolor más lerdo,
en el que no cesa con analgésicos:
dolor abrasivo sube por las manos y vértebras
no sé hasta dónde llegue;
no sé por qué las algias
poseen mis huesos todavía
si los nervios están deshilachados
Efigie siniestra que taja la felicidad,
la he visto pasar junto a nuestra mesa
salpicando su mordaz tósigo
en el plato de la desventura.
No debía ocultarme todavía,
me restaba
saborear el jugo de las naranjas matutinas,
recoger las tormentas esparcidas,
empedrar los caminos que se abrieron sin medida
con mayor celeridad que la hégira
que yo creía mía.
He ensayado hoy la cita inexorable.
¿Estoy listo o debo esperar
el acta que autoriza mi funeral?
EL PASADO DE MIS CUENTAS
Si dejé de ser menor
fue para holgazanear
con pantalones largos,
para reclutar
los momentos de la aurora
y los que me despertaban
con tambores de luz
agazapados a la vuelta de la tarde.
Porque antes de que la noche
arrastré mis edades
marché en las elevadas
espículas de pensamientos ajenos,
subí y baje por otras voces.
No fui ni parte
ni arte
sino curioso colibrí
que pinzó el conocimiento.
Emprendí el abecedario,
absorto en el sortilegio
de las lámpadarias luciérnagas
del crepúsculo
y la fragancia métrica
del plátano frito.
En el intento de ser mayor
me trocé las muñecas
de tanto meter las manos
entre las romas respuestas
y sacudir las puertas secas.
No descifré la melancolía
pero la acompañé solidario
hasta que, cansada,
agotó la mirada
desde su cofre de sándalo.
No he podido vivir para vivirme
solo me invadí
para tocar –curioso-,
el retablo de la soledad,
sin saber
si fue la cola
o el principio
porque la atravesé
con pespunte,
en la seguridad
de que no se desdoblara
Tejí de ancho el ímpetu
por encontrar las luces
y dejé correr mis dedos
impidiendo que se agobien,
o se inmueblen
en los recodos de la oscuridad.
Me busqué
en otras piernas
entrenadas
en no perder el sur
y alejarse del hemisferio
de los deshielos;
me incliné al lado izquierdo
porque el derecho
es antipático
y helminto antiálmico;
desde entonces,
aunque no camino gualingo,
siento que me observan
los ojos azules de la ira.
Cuando no me he inventado
siempre,
siempre he sido mitad cierto
y mitad inesperado.
Aquí estoy, a la larga,
pensando
en ninguna muerte,
mirando
solamente los tribunales de los lirios
y las muescas
en los codos de mi cacha.
Sé que estoy corriendo
hacia el olvido
pero muero por saber
que no me he olvidado
mientras miro el espejo
pleno de vaho
y de mordazas
….
No me voy
porque estoy cantando,
porque los pianos
y la fiesta no han cesado al medio día,
aunque sienta el cetro
de laurel y de eucalipto
ajustando la medida saludable
de mi cintura
o tal vez ya me fui
y solamente mi cerebro calcificado,
vibrando,
Insiste en golpearse
con la vida restituida.
JUAN
Después de leer la poesía
he comprendido
como la muerte,
siempre, le cerca a picotazos
y Gelman la rejonea
con alcurnia.
Dentro de la poesía
voy conociendo
por qué inventó
la soledad
descuartizada
poniendo entre hoja
y hoja
decenares de rosas
disecadas.
Detrás de la poesía
veo a Juan con un tajo
transparente
para estudiar el corazón
partido,
horado de las balas
criminales.
Bajo la poesía
está Juan Gelman
cabalgando en la cresta
de la inmunda,
subhumana
agresión de la soldadesca
invertebrada.
Delante
está la poesía
de Juan Gelman
que no oculta
la sierpe venenosa;
no muerde la vileza,
no ciñe el seño
ante los opulentos alfiles
del tormento.
Ahí está Juan Gelman
el acicalado enterrador
del sufrimiento,
el críptico resucitador
de todos los retazos de la vida
extraviada.
Arriba de la poesía
no hay más ladridos de perros
enrabiados;
están enterrados
los carnívoros asalariados,
solo está la voz erguida
y el alma ebúrnea
de Juan Gelman
ENCUENTRO VERDE
La tarde atraviesa de sol
el horizonte marino
y la sofocada colina
que reclama la espiración del mar.
Dos gigantes verdes
que parecían dormidos en la cima
-ahora insuflados por la briza-,
someten a un juego lúbrico
su anatomía vegetal.
Los que miran
con ojos agazapados
bajo la orden incandescente de la luz,
no se percatan
de esta intimidad inagotable;
la impavidez abre la puerta,
para la flecha azul que corta
a ratos la hora dormitada
aspiro las fragantes
exhalaciones del azul distante
como un pedazo de pez
volado,
como una triza
de aire
en el trastabillar de mirar
vuelvo mis ojos al verde excitado,
a los abanicos de pluma verde
que abofetean el aire
y se acarician
hasta quedar exánimes.
El baile de la altura
parece detenerse
¿sucumbieron los ímpetus
de la hormona subterránea?
Están durmiendo:
rezuman su fragancia
caliente como infierno:
éxtasis vegetal.
No hay finiquito
solo el bostezo perenne
de sus grutas axilares
vuelven
los gestos glaucos
de natura pulsátil,
el desinhibido placer
de arrebatar con sus yemas digitales
mil poses estudiadas
en el cenáculo conyugal
no hay cabezas,
nunca piernas
solo manto de alas desplegadas
¡qué ritmo!
¡qué danza!
¡qué talles!
suplantación perfecta:
escamoteada animalidad.
HOY ES SEPTIEMBRE 11
han girado cuarenta onces
en la arena del tiempo,
desde Chile hasta todos los meridianos
y latitudes
En cada vuelta se espera
-como en un tambor amartillado-,
la sentencia para los blattodeos
que infestaron Suramérica.
II
Las cucarachas hostigadas
por el repudio crispado
se revuelven en sus guaridas;
no se las ve en la fiesta de gala
ni en los retretes.
Un sujeto hospedado en una esquina
del aniversario
propala el rumor de su extinción
-Los testigos, que las conocieron
en el Pangea y Panthalassa,
no aceptan la faloria-
disculpe asté señor
-rezonga un mexicano presente-,
la falluca de la cucaracha extinta
es otra chingada bola
¿será -dice un paisa-
que se devolvieron por miedo?
de qué miedo hablás
-Le riposta un che engreído-,
la cepa que habita en el cono sur
es valiente y engreída
-interviene un roto sardónico-,
excepto cuando las exportaron
a la Guerra de las Malvinas.
III
Preocupados entomólogos
se han procurado todos los “wikiLeaks”
caligrafiados por las mariposas del medio día
para rastrear sus escondrijos.
Un diputado entrevistado en CNN (Chile)
cree firmemente que los blattodeos
ahora -por arte de magia-, son inofensivos,
que deberían ser presentados en sociedad
por cumplir 40 años
ese ciudadano desmemoriado
pretende untar con miel
las atribuladas barricadas mentales
recostadas todavía en cada gramo de tierra araucana
todos los acicalados perdonavidas
olvidan que el mundo es testigo irrefutable
del asesinato vil
de Salvador, de Víctor, de Schneider, de Prats,
-de Pedro, de Martín y de José-,
de cuarenta mil víctimas documentadas
en la nébula nauseabunda
que contaminó el aire puro de América.
Neruda, consultado en Isla Negra,
se ha mostrado prudente
por conocer si las susodichas
no habrían sido autorizadas
por la derecha derecha
o por la izquierda olvidadiza
para montarse en su féretro,
para devorar las últimas polillas.
Las viejas sabandijas
-hoy arrumadas en Las Condes-,
que exportaron a la calle
las bullangueras ollas de la cocina,
se rehúsan a aceptar que las cucarachas
se den por vencidas
-¡cómo!
jamás se mostraron contritas
ante la barbarie irracional
ejecutada en estadios y parques
por el amancebado carnicero
que hedía bajo la sábana.
IV
-Todo está tranquilo-
respondió la cucaracha mandinga (la que manda)
ante un requerimiento informativo de la CIA,
al tiempo de retirarse el casco
y colocarse los audífonos
creyeron consumado el objetivo:
alfombrar con patriotas muertos
el callejón de los Mapuche;
las astutas congregadas en Santiago y Valparaíso
garantizaron que tras cercenar el brazo izquierdo
estaría muerto el pensamiento,
que la voz se ahogaría en los ríos de sangre;
le cargaron de inocencia al infamante atracón,
asumieron que podían exhibirse sin inhibiciones
frente a los seres humanos.
Creyeron que su repulsiva presencia
podría ser camuflada con pelambre de simio;
que en la extensión de las botas
calzaría la uña larga,
que el insecticida que restaba en la solapa
podría pasar por fragancia.
V
Gregorio Samsa despertó esta mañana
-otra vez sobresaltado-,
empezó por narrar como en su sueño
los blattodeos se habían convertido en humanos.
RAY CONNIFF AND ME
El medio día se hastió de tropezarse
con la niebla que -lila y lujuriante-,
se enmarañaba en los cristales
transparentes de la tarde.
A paso lento y a regañadientes,
la luz
abordó la tartana del recogimiento.
La puesta está en la mesa del escribiente,
en el pósito mortecino del quinqué,
en el frío que rezuman las rendijas
y en la levitación magnificente:
Ray, sobre Los blancos riscos de Dover.
He vuelto desde el medio siglo
para recorrer la música desde las raíces,
para revisar el imberbe prontuario de versos
y restaurar la residencia del idilio primigenio.
Me veo en el de entonces:
enfilado el cuerpo
desde la rigurosa precariedad
hasta el tercio incompleto de la dicha,
ávido por saber qué quedó
en el espesor del tiempo;
tropiezo con mis piernas
que se mueven más que las que tengo
en cuanto calzo estos pensamientos
en los zapatos que caminaban
y ahora Baila (n) Luciérnaga.
Las teclas y el trombón
someten mi pecho
al insaciable repaso por la saudade
que danza en el tablado frío
o se empina hasta el techo terso.
Pido silencio a las voces que no escucho
para ensortijar de sueños mi cabeza;
veo como se alarga mi torso en la silleta
y empuja una mano desde las sombras
para palpar las primeras teclas,
toma la impronta del verbo primo,
bisbisea la prístina receta
decantada al viento;
busca -a tientas-
en los cajones de la torpeza
un apero para desgonzar las charnelas
que protegen la senectud de la tristeza;
explora, con el ansia triturada,
palabras para colgarlas en el péndulo
que seduce a las horas ebrias de silencio
y a la iniciada invasión de los cucuruchos del alba;
al fin consigue hacer caminar -incólume-,
a la sierpe cilíndrica de un verso,
pero no a la ristra alborotada de introspectos;
Ray reafirma: Too Young
Ya vuelto a la vida matutina,
empiezan por erizarse algunas respuestas
en la piel de antiguas tormentas,
solo que es la hora de salida del envejecido concierto…
Ray advierte: you are Stranger in paradise
INSTANCIA DEL AUSENTE
En el revés de la retina
debería estar resguardado
aquel embozo de ambigua soledumbre:
in-forma fugaz,
in-vitada repetida y repelida.
Torcer la vida para retro-mirar
el daguerrotipo del ausente
o restituir, en el hospital viejo,
la hora vesperal en cinco de diciembre.
En el rielar fluorescente
de las pisadas recostadas
se decanta la visita trashumante
archivada
en aquellas tardes in-olvidadas.
La memoria coetánea de los espectros,
que todavía pululan por el pabellón 1A,
develó el rostro zaino de las botas
tecleando en el tablado
su atildado compás.
Nadie lo vio,
no hay fe de su vigencia,
le tiñó la transparencia,
solo trasudó desolación
pero su abultada sobaquera
delató el goteo
de Cien Sonetos de Amor.
El trasgo personaje
estaría licuando la silueta
hasta que su lacónico acertijo
se esfumó en el hospicio temporario
…¿visitaría alguna fábula in-temporal?
Hasta ahí la revelación
de los chivatos del pasado:
cada cinco de diciembre
se sentaban en la puerta entornada de la tarde
para examinar
-a hurtadillas-,
la visita que, enajenada, hacía caminatas
en las aceras residenciales de la enfermedad.
Un día desapareció el disfraz decadente,
y la enigmática urdimbre
creció -desnuda-, solamente en la cuenta gutural
emparedada en el silencio.
Hace unos determinados del tiempo
la descubrí por su facies melancólica
y en la luna de sus relojes hipocráticos
que marcaban senda hora de diciembre.
Mientras huía de la flagrancia
escondió en el lipoma de su espalda
las preservadas hebras del traje
que vistió durante el legendario
aquelarre pactado con la soledad…
se suscitó otra vez la transparencia:
¿instante mágico de la hora
o fullero ilusionismo del ausente?
RESCATE *
I
Atascada el alma en las calles del Distrito
-ofuscada por el tráfico de pensamientos-,
al cuerpo ya no le muerden las tenazas de la ciudad,
se han desecado las untuosidades opresivas
en la Calzada de Tlalpan.
II
El cuerpo se fue cuando perecieron
los escuincles azules que dosificaban la angustia
en el inventario gaseoso de los días
el alma -al parecer- quedó atrapada
en el frontispicio escarlata de ladrillos,
en el revoltijo inerme de sábanas y mandiles;
habría muerto
a no ser la implosión de sus cuerdas vocales;
aguardó siempre el arribo de la vendetta:
tirar la risa más aviesa
sobre el chasquido imperfecto
remordido en los huesos del cuerpo viejo,
barrunto de cobardía.
el alma habría dicho que su trajín
en las décadas de estancamiento
todavía es un dolor doliente, no el disfraz
coagulado en tanto pensamiento.
III
El cuerpo ha vuelto, impelido
por la cruenta mutación
de su medieval obsecuencia
para dislocar la articulada celada del temor
el cuerpo nuevo con células antiguas
está caminando en el claustro del INC
mientras se somete -de nueva cuenta-
al resquemor añejo
los ojos de la compañera expectante
-que escrutan la vida-,
no han avistado indicios
del malevo intimidador
el cuerpo demanda hurgar en los escondrijos
del aire que circula todavía
entre las bisagras y lame las puertas lisas
…no hay evidencias que recoger
los fantasmas se fueron muertos de riza
llevándose en su correría
el siniestro cifrado: “radio Mundo…México”
y las tardes que succionaron el hambre
y gotearon ansiedad.
IV
Me acompaña la viajera implantada en ristre,
el cuerpo y la voz que hace fisga
con mis atormentados entuertos;
engreída libélula que distiende mi irrealidad,
hace llana la inveterada dificultad para abrir puertas
y retira de los herrajes
la pátina de incertidumbre:
no hay muerto, no hubo balacera;
ni lanzas atascadas en algún pecho
-concluye la compañera que no entiende
la razón de la pavura decadenaria-,
solo el retorno del pulcinella sin ritmo
para embaucar a los testigos interinos.
V
Y es el reencuentro.
Platican alma y cuerpo,
fuerzan una respuesta a la dimensión inextricable
que los dejó maltrechos por treinta años y sus días:
a poco puedes deshacer estos retículos
y extraerme de esta celda corroída
-dice el alma con voz contaminada-,
-Duda el cuerpo-:
¿eres una ninfa insertada entre mis dedos
para burlar las aduanas
escrutadoras de la dignidad,
o eres la femme innominata
que aún resguarda a su crio envilecido?
¡Qué canijo!… te fuiste sin mí, has olvidado
que dejaste empapelada tu existencia tras la puerta
y cortaste los hilos de la espera
-responde el alma en actitud de protesta-
solo me fui hasta el barbecho
para acomodar los recuerdos
en el parlamento de las estrellas
-se resguarda el cuerpo-
VI
Yo
-intervengo-
he vuelto sobre mis huellas enmohecidas,
regresé por liberar a la tozuda enclaustrada
de la perniciosa exudación de las paredes,
de la marcha impersonal de los comensales
del tiempo blanco,
del aire ocioso de la biblioteca;
el retorno híbrido encuentra al temor
listo para asaltar mi brida y al jamelgo,
para asir mis tegumentos trasladados desde Quito
y engullir los dedos apilados
en contar los escuincles del tiempo;
( 977´ 270. 447 segundos)
alma y cuerpo les conmino
a liberarse de sus ataduras
porque yo ya he depuesto
al espectral centinela de la gazmoñería;
he derrocado los puentes levadizos,
y las almenas están frígidas.
VII
No hay fiesta ni epinicios
en el regreso escabroso
hacia el nido derruido
de Chimaltocoyotl y Toriello
es una tarde amarilla y soporosa
que camina con mis zapatos extranjeros
en el callejón del aire muerto
preguntandose para qué he vuelto
esta vez no arrastro las letras de la ciencia
apretadas en las petacas
pesadas como catedrales,
ni el ensayo de aquella pueril soledad
las almas que residen en el parque
atraviesan mi translúcida marcha,
y el asiento de piedra sucia
no recuerda la temperatura de mi carne
se ha muerto el perfume verde
soterrado en las raíces del parque;
solo descubro el sudor oxidado de los domingos,
-solícitamente solitarios-,
que se quedaron colgados en las ramas
a mi espalda están los días arrumados
rayendo los alvéolos de la casa
vuelvo a sentir
la dificultad del aire.
VIII
Dos mujeres luminosas
m e embarcan en una media limusina
para recoger en las calles apelmazadas (del Zócalo),
la música de cada esquina
y la fragancia intacta del aire
que aturde la piel y eriza la memoria.
Mi pie, sobre el adoquín inerte,
demanda las pisadas que dejó al resguardo
del arcón de pedrería azul,
velador de los siglos;
resucitan los momentos archivados
de aquella tarde tiznada por la lluvia
en la retina dislocada que no miraba
ni pensaba;
mi pie derecho, timorato
es arrastrado inánime a la plaza Garibaldi,
le pringan las luces amarillas del ocaso
y aturdido fuga por el eje aplanado; (Lázaro Cárdenas)
el pie izquierdo, buscón de magias,
visita la calle Virginia Fábregas 40
se pierde seducido por el "Perfume de Gardenia"
en la magnitud irrefutable de la Sonora Santanera.
IX
Alma y cuerpo:
ustedes residieron en las páginas
de esta historia desguarnecida,
hay pocas claves para encontrarlos,
solamente se percibe el hálito
y las huellas transparentes de sus pasos;
hoy sé que no estoy aquí por vuestro rescate,
vine a tomar
el espacio que ocuparon mi frente y las agallas,
a saborear
el Sausa Conmemorativo enterrado a treinta pasos,
a escuchar
la voz intacta de los ídolos, activadores de mi alma
¿o soy un embustero flagrante?
* Visita al Instituto Nacional de Cardiología (INC) y Teatro “San Rafael”
Obra: "Perfume de Gardenias". México D.F. Agosto – 2011
ME GUSTAN TUS PIES
Me gustan tus pies
desde que, caminando,
conminaron a mi retina
para descifrar tu ineludible anatomía.
Me gustan tus pies
desde los tacones sumergidos en el río
y el vértigo contemplativo
de su transparente vestidura ámbar.
Brotaron como barcos
inmersos en alguna galaxia submarina
y cuando perdieron sus amarras umbilicales,
volcaron en el mundo su esbelto brillo.
De ellos saltó el agua
que galvanizó el relámpago en tu sombra,
trocó tu voz de libélula,
engarzó la inagotable llamarada.
Desde la tersa arena
se empinaron los muslos y los copihues,
las uvas somnolientas,
el subyugante recorrido del durazno.
Desde esa mina fluida,
subió y bajo la lluvia
que nos acogió para siempre
entre sus hilos invisibles.
Mil dibujos encendidos,
prendieron en mi pecho
las huellas seductoras
de su fugaz presencia vespertina.
Entonces la persecución por persuadirlos
se desató en la calle,
se ocultó bajo manteles y mesas,
atravesó atmósferas y climas.
Por fin, cuando míos,
otros pies descalzos
habían llegado por tu sangre
para insertarse en nuestros caminos.
Pero hoy no tengo tus pies,
no tengo canto;
la aurora que los parió
está ensombrecida
y la furiosa tiniebla
que me olfatea,
ondea su repentina resaca.
Hoy no me gustan tus pies
porque se han ido.
RINCÓN TENDIDO
EN EL SILENCIO SUBTERRÁNEO
Tu piel ardiente, calle de fuego,
se tiende, extendida pista;
mis dedos diletantes
se detienen ofuscados,
no se han untado del pulso de tu risa.
Tensa cuerda de placer,
el abandono desmanteló el arpegio
y arrugó la partitura
no hay fórmula para despertar tu codicia.
Para emprender con la nueva toccata
comienza por denunciar
el secreto avasallante
que quiere desbordar tu cuerpo,
no temas al encuentro
ni a esclavizarte con la vida.
¡Voy a buscar tocarte!.
LA GACELA YA ESTÁ CRECIDA
Fue una hora luminosa
cuando le sobrevino al mundo
una ola arrolladora
de purísima savia salvaje.
Con poder no conocido ni adivinado
despertó, con fulgurante prisa,
la semilla que, impertérrita,
patentaría en los siglos su sabor inobjetable.
En una danza lúdica
fue sometido el pulso del tiempo
cuando la luz se aferró a su cuerpo,
cuando le engalanaron los pétalos rosáceos,
cuando en su boca se abrieron las guindas.
Apareció la música que, regocijante
en su canto de pequeña fruta recóndita,
esculpió la versátil tromba
que birló rutas y postigos.
La primavera, en una cita continua,
trasplantó al estío
su acumulada herencia victoriosa
como un infiltrativo cardumen de alegría.
Forzadas por ancestral ímpetu,
las herméticas corolas
dejaron en libertad sus galas
de novísima fruta impositiva;
tomó cuerpo el esbelto trigo
y trastrocó en gacela vegetal su vena florecida.
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