Claro M. Recto
Claro María Recto y Mayo (Tiáong, Tayabas, actual provincia de Quezon), 8 de febrero de 1890 - Roma, 2 de octubre de 1960), fue un político, hispanista y escritor filipino.
De padres mestizos, estudió en Lipà (Instituto de Rizal) entre 1900 y 1901, y en el Colegio de Sagrado Corazón de Don Sebastián Virrey. Ingresó en el Ateneo de Manila, donde destacó por sus notas, obteniendo el grado de Bachiller de Artes Magna cum laude. Después emprendió estudios de Derecho en la Universidad de Santo Tomás, donde se licenció a los 24 años. Sirvió como asesor jurídico en el primer senado filipino en 1916. En 1919 fue elegido representante de Batangas. Lideró la minoría (Floor minority leader) hasta 1925. Marchó a los Estados Unidos como miembro de la misión por la independencia, y allí se licenció en Derecho (1924).
A su vuelta fundó el Partido Democrático en Filipinas; en 1928 se retiró de la política activa y se dedicó temporalmente a la práctica del derecho. En 1941, se presentó a las elecciones al Senado y acaparó el más alto número de votos entre los 24 senadores elegidos.
Llegó a ser senador en 1931 y jefe de la mayoría (Majority floor leader) del Senado en 1934. También fue presidente de la Convención Constitucional que estableció el régimen de la República de Crownwelth en 1935. Fue designado para la Corte Suprema de Filipinas por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt.
Fue elegido de nuevo en 1949 por el partido Nacionalista en 1953 como candidato independiente del Partido Liberal.
Acusado de traición y colaboración con Japón, estuvo detenido por las fuerzas de Estados Unidos en Dilimán, entonces Iwahig, y después enviado a Muntinlupà. Posteriormente fue absuelto del cargo de traición.
En 1957, se presentó para presidente, pero perdió contra el Vicepresidente Carlos P. García. El 24 de agosto de 1960, fue designado enviado cultural con el rango de Embajador Plenipotenciario y Extraordinario en Misión Cultural para Europa y América Latina. El 2 de octubre de 1960 sufrió un infarto de miocardio en Roma, donde se encontraba en tránsito hacia Madrid, su destino final, y murió.
Hispanista y escritor
Claro M. Recto, está considerado como el más grande de los escritores en español de Filipinas del s. XX. Fue galardonado con el Premio Zóbel de Literatura.
Obra literaria (selección)
1911. Bajo los cocoteros (almas y panoramas)
Sólo entre las sombras
Último discurso
Claro M. Recto tenía previsto leer el siguiente discurso titulado "Por los Fueros de una Herencia" ante la Real Academia Española de Madrid, pero falleció unos días antes en Roma, en tránsito hacia Madrid, y nunca lo llegó a pronunciar:
No es, ciertamente por motivos sentimentales o por deferencia a la gran nación española que dio a medio mundo su religión, su lenguaje y su cultura, que profesamos devoción a este idioma y mostramos firme empeño en conservarlo y propagarlo, sino por egoísmo nacional y por imperativos del patriotismo, porque el español ya es cosa nuestra propia, sangre de nuestra sangre, y carne de nuestra carne, porque así lo quisieron nuestros mártires, héroes y estadistas del pasado, y sin él será trunco el inventario de nuestro patrimonio cultural; porque si bien es verdad que la Revolución y la República de Malolos y la presente República fueron obra del pueblo, también lo es que los que prepararon y encauzaron eran intelectuales que escribieron en castellano sus libros, sus discursos, sus panfletos y sus ensayos, para realizar obra de doctrina y labor de propaganda; porque seria trágico que llegase el día que para leer a Rizal, a del Pilar, a Mabini, a Adriático, a Palma, a Arellano y a Osmeña, los filipinos tuviéramos que hacerlo a través de traducciones bastardas, en fin, porque el español es una tradición patria que si tiene raíces en nuestra historia también las tiene en las entrañas de nuestra alma, y porque el español es el "ábrete, Sésamo" de la cueva encantada que guarda, como tesoros imperecederos, los más altos pensares y los más altos sentires de que ha sido capaz el hombre desde la mañana de la civilización.
EL ALMA DE LA RAZA
Mi sangre tiene un alma que es alma de titanes.
Sangre de Solimanes
corre por sus arterias, que siempre latirán.
Tiene el pecho templado al fragor de la guerra.
Bajo sus pies de atleta se estremece la tierra,
porque enciende sus nervios la flama de un volcán.
Es tricolor su enseña. Tiene el azul del Arte,
la blancura del lirio y la rojez de Marte,
por tres timbres gloriosos de su ilustre blasón.
Sonríe, si la hiere la silbante metralla.
Es su soñada gloria caer en la batalla,
teniendo por sudario su santo pabellón.
Es suave como el ritmo de las flautas bucólicas,
que ensaya dulcemente en notas melancólicas,
entre las verdes cañas, la brisa vesperal.
Fuerte, como el tamarao 30 de las selvas malayas,
como el caimán enorme que custodia sus playas,
cual las eternas fraguas del Apo y del Taal.
Escala cubiertas cumbres, conquista hondos abismos,
jamás sucumbe en lucha contra los despotismos
del extraño poder.
Se lanza cantando himnos a la tumba enemiga,
el ideal por gladio y por triple loriga
la gloria de su patria, el honor y el deber.
Es sílfide ligera de fantásticos vuelos,
virgen como sus selvas, azul como sus cielos,
ciclón en los combates y céfiro en la paz.
Tiene furias de trueno y trinos de canario.
Oveja, más no teme al león sanguinario;
paloma, más no huye del águila rapaz.
Sabe pulsar la cítara con melodioso acento,
lúgubre como un cisne, triste como un lamento
si se siente morir.
Sabe pulsar la cítara en arpegios bullentes,
como del champagne rubios los topacios hirvientes,
cuando su pecho embriaga la dicha del vivir.
Suspiran sus cantares las campiñas de flores,
las brisas de la sierra, los alegres rumores
del bosque tropical;
la lluvia que desciende en perlas diminutas,
los oros del crepúsculo, las sombras de las grutas
y el épico tumulto del fiero vendaval.
El alma de mi raza tiene ensueños románticos;
calma sus pesadumbres con amorosos cánticos,
en idílicas noches, bajo un claro fulgor.
Sonríe cuando mira la pensativa luna
rielar sobre las ondas de una inquieta laguna,
fingiendo dulce calma, ahogando su dolor.
Sonríe cuando escucha, en la blanca mañana,
los acordes de un canto que un pájaro desgrana
en las frondas de un bosque virgen de humano pie.
Sonríe, aunque padece, cuando triste vislumbra
del muriente crepúsculo en la leve penumbra
los recuerdos lejanos de un imperio que fué.
Es río que serpea bajo cañaverales,
copiando en el encanto de sus claros cristales
la azul inmensidad;
pero es también océano que derrumba montañas
cuando, en el seno obscuro de sus vastas entrañas,
hieren iras volcánicas su sed de libertad.
El alma filipina es tierna en sus amores,
profunda en sus tormentos, serena en sus dolores,
ardiente en su pasión.
Si le es grata la vida y son sus sueños de oro,
hay en su boca rosa cual pífanos en coro,
de risas argentinas eterna floración.
Es ánfora de encantos, palacio de grandezas,
castillo de heroísmos, santuario de bellezas,
refugio de los besos del oloroso Abril.
Con su bolo 31 en las lides indómita guerrea
y con su dulce flauta, cual ave que gorjea,
celebra sus amores bajo un tibio pensil.
. . . . . . . . . . . . . . . . . .
Hermanos en la idea: nuestra raza es divina
¡Es grande y sacrosanta el alma filipina!
Digamos, pues, un himno por su gloria inmortal.
Y tú ¡oh Fama! recorre del mundo los confines,
y al son de tus clarines
pregona las grandezas del pueblo de Rizal.
Noviembre, 1909.
Nota 30: Carabao «cimarrón», originario de la isla de Mindoro, imposible de domesticar, y muy fiero.
Nota 31: Machete, de ancha hoja, que acompaña al filipino, singularmente al del campo.
NOCHE DE MANILA
En el azul un triunfo de estrellas parpadea,
en el espacio en calma el ambiente aletea.
El Pasig, arrastrando sus quiapos 32 culebrea
y al beso de los aires sonríe y burbujea.
La luz de los voltaicos las esquinas blanquea
Un carro de basuras crujiendo traquetea.
El yanki en el delirio del whisky tambalea,
mientras, pegado a un poste, un polis cabecea.
Mis violetas suspiran en la blanca azotea.
De vez en vez un rayo los cielos besotea.
Todavía en los bares el vino espumajea...
El caco en las cocinas husmea y mangonea...
...........................................................................
Un gato enarca el lomo junto a una chimenea
y en las cosas de la urbe medita y fantasea...
Septiembre, 1910.
Nota 32: Plantas acuáticas viajeras.
ORACIÓN AL DIOS APOLO
I
Padre de la Armonía, fuente de gracias líricas,
que en piafantes corceles exploras el azur:
detén el nervioso ímpetu de tus fuertes bridones
ante el himno que reza por tí la Juventud.
Te amamos, padre Apolo, por tu tirso de rosas,
por tus bellos pegasos, por tu carro de luz,
porque tienes la lira, y la flauta y el pífano,
la siringa, el salterio, el sistro y el laúd.
II
En estos días trágicos en que el bárbaro esquilmo
en esta tierra idílica alza su pabellón,
en que nos hiere el fuerte, porque nacimos débiles
y tiramos del carro del colonizador;
danos el ritmo olímpico de tu música sacra
y la dulce armonía de tu nueva canción,
y ante el dolor, estoicos, el mundo cruzaremos
del Ideal incólume volando siempre en pos.
III
Padre, más de tres largas centurias transcurrieron
y seguimos libando la hiel del padecer;
huyó el león rampante, ensangrentado el lomo,
pero vinieron águilas voraces en tropel 33.
Y nuestro pueblo llora, porque es pesado el yugo
y protestar no puede, porque es débil su grey,
porque los ancestrales todos ya sucumbieron
sin dejarnos su aliento, sin legarnos su fe.
Nota 33: Alusiones transparentes. Son: el «león rampante», España, y las "águilas voraces», Norte-América. A Claro Recto le ha complacido la sinécdoque. Antes, en El alma de la raza, la emplea igualmente.
IV
Ya agotaron sus flechas nuestras viejas aljabas
con el león hispano en rudo batallar,
y con aquellas águilas que viéndonos inermes,
cruzaron el Pacífico en un vuelo triunfal.
Por eso te pedimos que prestes el acento
de tu lira a estos hijos de indómitos rajáhs,
para que, ahogando el grito de nuestras penas íntimas,
ambulemos cantando por no querer matar.
V
Excelso padre Apolo: por las musas gloriosas,
por los sátiros viejos del bosque secular,
por las suaves ondinas que duermen en los lagos,
por la luna, tu hermana, de soñolienta faz;
suelta las rojas bridas de los salvajes potros
que, en furioso galope, sus crines tenderán,
y que enciendan sus cascos, al chocar con los soles,
reverberantes rayos de paz y libertad.
VI
Ayúdanos, oh padre, a conquistar la gloria,
que lograr no pudieron el plomo y el fusil;
por símbolo izaremos la bandera del Arte,
tocaremos tu flauta por bélico clarín;
y sin armar cañones de potentes calibres,
y sin teñir de sangre los campos del país,
lo que jamás lográramos en sangrientos combates
juramos alcanzarlo en artística lid.
VII
Nos libertará el Arte de la opresión extraña,
saltarán las cadenas al compás del laúd,
poblará los espacios nuestro armónico himno,
nuestra enseña ultrajada flotará en el azul;
el estro del poeta abrirá las mazmorras,
la paleta y el ritmo rasgarán el capuz,
y luego tu voz única bajará del Olimpo,
y nos dirá a nosotros: «hermanos, Fiat Lux.»
VIII
¿Puede decirme alguien que el Arte no redime?
Jesucristo fué artista y redimió a Israel;
y aquel inolvidable mesías filipino
era un sublime artista y un redentor también.
Con la unción de su verbo fundó aquí su reinado,
el genial superhombre, varón de Nazareth;
y Rizal con su pluma, demolió tiranías
y liberó a su pueblo del hispano poder.
IX
Para alcanzar la gloria, son una misma cosa
el pincel elegante y el mohoso fusil,
la melena del vate y el casco del guerrero,
el son de los cañones y el llanto del violín.
Lo mismo premia el mundo con lauros al artista
que al valiente soldado que sucumbió en la lid;
porque si la lid siembra de mártires la historia,
el Arte la convierte en florido pensil.
X
Mas, si al fin, padre Apolo, exhaustas nuestras fuerzas,
no esplende en las alturas el libertario Sol,
suelta las rojas bridas de tus salvajes potros
y que troten furiosos con épico fragor.
Que salga de su cauce el indómito Agno, 34
donde quemó sus naves últimas Limahóng;
que estremezca el tamarao los llanos y las selvas
y revienten sus cráteres el Taal y el Mayón.
Octubre, 1910.
Nota 34: Río caudaloso que cruza la provincia de Pangasinán y vierte en el golfo de Ligayén.
LAGUNA DE BOMBON
Canto un himno a tus aguas santas, madre laguna,
donde en las noches blancas, noches de amor y luna,
juguetean las ninfas de cabellera bruna
y de abiertas pupilas, color de aceituna.
Tú encierras el prestigio de los días egregios,
cuando los ancestrales hacían sortilegios
en nuestras selvas vírgenes, de perfumes y arpegios,
leyendo unos infolios de santos florilegios.
La aurora de los trópicos, como flor cabalística,
pone en tus ondas tersas coloración artística,
mientras mancha el azul una paloma mística,
que es muy blanca, tan blanca como la hostia eucarística.
Por tus aguas bogaron en primitivas barcas,
con sus lanzas y bolos los tagalos monarcas,
a lidiar con el hombre de las pupilas zarcas
que invadió hace tres siglos las malayas comarcas.
¡Oh laguna que encarnas las grandezas de Lipa,
--pueblo de ardientes niñas y buen vino de nipa--35
cuando cruzo tus aguas mi dolor se disipa
y hasta siento que el pueblo de Rizal se emancipa!
Nota 35: Palma de que se extrae un aguardiente fuerte.
Moran en tus entrañas la ira de cien volcanes,
moluscos, peces raros, gigantescos caimanes,
y acaso el polvo inerte de bravos Solimanes
que en desiguales luchas cayeron cual titanes.
Cuando lanzó el Taal la furia de sus fraguas
brotaron de sus cráteres tus impetuosas aguas,
y sobre sus burbujas--tenues borlas de enaguas--
se arrastraron las casas cual débiles piraguas.
Tus hermosas cascadas, al caer espumantes,
engarzan en el aire millones de diamantes,
y en las noches parecen sus rugidos vibrantes
monótonos quejidos de fantasmas errantes.
¡Madre, madre laguna! Tu nombre es una gloria,
una página de oro en la malaya historia,
un destello lumínico que ilustra la memoria,
un poema de amor, un himno de victoria.
Octubre, 1910.
ELOGIO DEL CASTELLANO
PREMIO DE POESÍA EN CERTAMEN ABIERTO POR EL CASINO ESPAÑOL DE MANILA, ENERO 1917, AL INAUGURARSE LA «CASA DE ESPAÑA»
«¿Ya no hay nobles hidalgos
ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora
para llorar después?»
(RUBEN DARIO, «Los Cisnes»)
Arca santa inviolable de la Raza,
Arca santa de próceres bellezas,
que a tu prestigio espiritual vinculas
la gloria de las magnas epopeyas;
Arca egregia y divina,
que en las ingentes luchas ya pretéritas
sobreviviste al colonial desastre,
cual sobrevive el alma a la materia;
Arca ebúrnea, copón de maravillas,
donde se guarda secular herencia;
Arca de lo inmortal que veneramos
en la vetusta casa solariega;
Arca de oro que ofrece el Libro Santo
y el perfumado pan de la Belleza,
por quién juramos proscribir la casta
de osados malandrines que te afrentan;
la musa tropical, la musa autóctona,
de tus clásicos lauros heredera,
torna a pulsar el clavicordio hispano,
clavicordio romántico que sueña,
clavicordio que sufre como un alma,
clavicordio polífono que encierra
en sus notas lo grande, clavicordio
donde llora sus cuitas Filomela,
donde estallan los gritos del combate,
donde retumba la canción de gesta...
Y canta en tu loor, oh lengua hispana,
del pensamiento alada mensajera,
que fulguras, cual límpida custodia
de la eterna Verdad, en las conciencias,
como el sol en las cúspides altivas
donde la tromba y el ciclón fermentan,
como el anhelo indígena que fulge
en el blasón astral de mi bandera.
Oh lengua sacrosanta
de Fray Luis y Miguel, Lope de Vega,
del Arcipreste, Calderón y Góngora,
los Argensola, Hurtado y Espronceda;
la lengua que enfloró de madrigales
las prístinas edades romancescas,
toda hecha de vorágines y truenos,
toda hecha de suspiros y cadencias,
coro inmenso de tímpanos, concierto
de las panidas flautas en la sierra,
sinfonía fantástica que irrumpe
del arpa gigantesca de las selvas.
Es tu ritmo la ronda bulliciosa
de crótalos y locas panderetas,
de guitarras que dicen el elogio
de unos ojos reidores que asaetan;
es la risa que en notas se desata
cual cristalino desgranar de perlas,
el madrigal sonoro que deslíe
sus estrofas de amor en las verbenas,
y el chocar de las copas musicales
donde hierve la sangre de las cepas.
Es tu acento el susurro que adormece
del aura al retozar en la floresta,
y el blando caramillo que solloza,
bajo el beso lunar en primavera.
Te remeda el gorjeo de la alondra,
la imperativa voz de las trompetas,
el quejido que emerge de la cuna
y el doliente «kundiman» de mi tierra,
el raudo vendaval que avanza indómito
por cima de las altas cordilleras,
y brama en los barrancos y hondonadas
y en las rocas que hendieron las centellas.
Y tuviste en la lira de Quintana
ecos triunfales, resonancias bélicas
de estoques y corazas y armaduras
que son el timbre perennal de Iberia;
en los versos broncíneos de Chocano,
fragor de sordas cataratas épicas,
algazara de pompas coloniales,
rumor de besos y temblor de quenas.
De Solís en la prosa cincelada,
ímpetus de corcel, dianas homéricas,
estrépito de lanzas y tizonas,
de broqueles y cascos y rodelas.
En Fray Luis de León fuíste cigarra
que endulzaba el reposo de la siesta,
y tonada de amor de la tierruca
en los cuadros agrestes de Pereda;
caballero gentil de la Armonía
en el rugiente «Niágara» de Heredia,
batir de alas de ingrávidos querubes
en las trovas ardientes de Teresa.
Y en el arpa divina de Darío,
ruido de encajes y frufús de seda,
música de cinceles sobre el mármol
y murmurio de risas y de gemas,
canción de cisnes sobre el quieto estanque
al paso de las «púberes canéforas»,
arpegio de violines cortesanos
y vibración de cítaras helenas.
Y cerraste la elipse de tu gloria,
con un estruendo de imperial proeza;
en las perennes páginas altísimas
del libro de Cervantes Saavedra.
No en vano fueron por ignotos mares
de Hispania las veloces carabelas,
en comunión ferviente con la Audacia
y los altos designios de la Idea;
no en vano los Cortés y los Balboa
desafiaron el hambre y las tormentas,
y sus bridones épicos midieron
las pampas infinitas de la América;
no en vano sobre el pico de los Andes,
dueña del mundo, flameó tu enseña,
tan amplia que cubrió dos continentes,
tan gloriosa, tan noble y tan excelsa;
no en vano, por tres siglos, tus ejércitos
han levantado en mi solar sus tiendas,
y vieron el prodigio de mis lagos
y de mis bellas noches el poema;
no en vano en nuestras almas imprimistes
de tus virtudes la radiosa estela,
y gallardos enjoyan tus rosales
plenos de aroma las nativas sendas:
tu imperio espiritual vive y perdura,
y extiende su simbólica cadena
del Pirene a los Andes y al Carballo,
y en un abrazo inmenso los estrecha.
Por los mares Atlántico y Pacífico
tus fuertes galeones aún navegan,
y van en ellos, bajo un sol de gloria,
almas grandes que luchan y que anhelan,
andantes caballeros del Ensueño,
guardianes de la fé de Dulcinea,
locos sublimes que descubren mundos
y mueren por su reina la Quimera.
Aún nos ofrecen tus antiguos códices
la fórmula inmortal de la Belleza,
y tus filtros y alquimias prodigiosos
del humano dolor la panacea.
No morirás jamás en este suelo
que ilumina tu luz. Quien lo pretenda
ignora que el castillo de mi raza
es de bloques que dieron tus canteras.
ENVÍO
Casa de España, Olimpo de las Artes,
Templo del Porvenir, ¡bendita seas!
Las musas danzarán sobre tu césped
y gustarán la miel de tus colmenas.
Sé el manantial donde las almas nobles
el agua pura del Ensueño beban,
la torre de marfil donde se guarde
el tesoro ideal de nuestra lengua.
Hispanos: si algún día la escarnecen,
nuestras aljabas vaciarán sus flechas,
y nos verán, triunfantes o vencidos,
al pié de esta sagrada ciudadela.
ROSAS DE CARNE
¡Oh rosas de lascivia!
Yo sé que os extenuáis de emociones supremas
cuando en vuestras corolas deposita sus gemas
el bienhechor rocío, entre la noche tibia.
Fuísteis como diademas
en las frentes de Lais, de Salomé, de Aspasia,
de las cocottes de Europa y bayaderas de Asia
y de las Margaritas que enfloraron América.
Vuestro perfume intenso de prostituta histérica,
que incita al sacrilegio,
lo anhela todo el mundo, desde el burgués intonso
hasta el artista egregio,
y desde el venerable que reza su responso
y ornamenta sus dedos con aguas de amatista
hasta el viejo eremita que entiende el sortilegio,
conversa con los astros y es brujo y alquimista.
Los secretos de alcoba
los que sabéis vosotras: el espasmo que arroba,
el deseo que mata, los contactos sutiles,
las caricias de seda
y el estremecimiento de las carnes febriles.
Habéis mirado al cisne, prodigador de halagos,
ensangrentar su pico en los muslos de Leda
sobre la mansedumbre de los dormidos lagos.
Los ojos de Astartea
os contemplaron mucho. Frinés y Mesalinas
perfumaron el agua que besaba sus senos
con el aroma vuestro. Médicis y Popea,
y otras hembras felinas,
os dieron el hechizo de sus labios obscenos.
No ignoráis lo que ocurre
en las silentes noches: el cuerpo que se escurre
entre las suavidades de los ropajes blancos,
las manos que se pierden por los turgentes flancos,
el beso que provoca,
los labios que se buscan y los lenguajes francos
que van de boca a boca.
Y sabéis, por fin, rosas,
que el talismán eterno
de las damas hermosas
de anémicos suicidas ha llenado el infierno...
1911.
LAS DALAGAS FILIPINAS
Dalagas del terruño: el poeta os saluda
coronado de flores, de ensueño y de arrebol
y por los dioses lares y por el mismo Budha
os ofrenda estas rosas, novias todas del sol.
Por las manos que tienen mansedumbre de tules,
por las sampagas niveas del malayo vergel,
por las místicas garzas de los lagos azules
coloco en vuestras frentes esta hoja de laurel.
Adoro vuestros labios, donde el sol de mi tierra
ha dejado sus besos de sátiro oriental,
porque son el santuario de bellezas que encierra
el glorioso prestigio del solar de Rizal.
Ojos negros, refugio de hechizos y embelesos,
dolientes, langorosos, plenos de soñación
como noches sin luna; pero con rojos besos
que vierten en el alma perfumes de ilusión.
Manos sutiles como suavidades de lago,
de seda que se aleja en rítmico frufú,
como el hogar quimérico de un ensueño muy vago
sobre las aguas mansas del piélago de azur.
Frente color de aurora, donde bellas florecen,
con aromas de cielo, flores de castidad;
mejillas sonrosadas que en su gracia parecen
vírgenes de los lienzos de la pasada edad.
Cabellera flotante, cual selva enmarañada,
que exhala dulcemente aromas de querer;
ensoñación, delirio del alma, enamorada
de las carnes y besos de la amada mujer.
Piés finos, diminutos, de rosáceos talones
y senos que se exaltan con ferviente ansiedad;
ánforas virginales con vino de ilusiones
que emborracha las almas de voluptuosidad.
Tallo gentil y esbelto, como enhiesta palmera
donde alegres laboran las abejas su miel,
con suave ritmo que los nervios exaspera,
como si fuese espíritu de un viejo moscatel.
Todo un conjunto armónico y grato que envidiara
la ardiente castellana y la impasible miss,
la princesa que el cielo de Rusia cobijara
y la dama que siente la fiebre de París.
Quién dice no ser bella la mujer filipina
que visite esta tierra de Búrgos 36 y Rizal;
y verá que es más mística, más dulce y más divina
la hija de los rajáhs, la niña tropical.
1911
Nota 36: Manuel Búrgos, clérigo filipino, promotor de un movimiento revolucionario en 1872 y fusilado en Cairte.
LUZ DE LUNA
Sonrióme la amada,
la esquiva, la imposesa, la que vió nuestro idilio
bajo el frescor amable
de un emparrado lírico;
la que encantó mi celda cuando escribí el elogio
de tus labios divinos
en unos versos tristes que sabían a lágrimas;
la que besó tu frente en el blanco camino
de la silente aldea, cuando ibas a jurarme
la eternidad sublime de tu santo cariño.
Sonrióme la amada,
y floreció en el alma la ilusión que se ha ido,
y tuve sueños plácidos de corderos que triscan
camino del aprisco,
de soles que agonizan tras montañas azules,
de cristalinos ríos
que arrastran hojas secas
sobre sus ondas suaves como bucles de niño.
Fué en una noche blanca en que las susurrantes
melodías del viento eran largos suspiros;
fué una noche en que mi alma, recostada en tu seno,
admiraba tus formas con mágico delirio;
fué en una hora romántica en que el cielo del trópico
era un arpa encantada, cuyos lejanos cirios
alumbraban unánimes
tu efigie soberana de mayestático ídolo.
Yo pregunté a la luna por los labios febriles
de aquella dulce impúber, santuario del cariño,
por sus mágicos ojos, que cuando me miraban
eran caricias y mimos;
por su boca melosa que en mis largas veladas
se posaba en mi frente a calmar mi martirio.
Me contestó la esquiva amada de los vates
que tú vives muy lejos, que fué tu amor un mito,
que en tu corazón tierno
ha muerto aquel cariño
que hizo feliz un día a tu caro poeta
y dió a sus locos versos un eternal prestigio.
1915.
LA CHOZA DE NIPA
Venid a mi alcázar, la frágil cabaña
que se esconde tímida bajo un platanar.
Entrad con cuidado: es de nipa y de caña
y puede romperla un brusco ademán.
Soy el cenobita de estas soledades;
me hacen compañía las aves, el sol,
la brisa campestre llena de bondades
y el recuerdo de una difunta ilusión.
Al caer la tarde, por este camino
a quien fresca sombra los árboles dan,
pasa con sus dichas el buen campesino
montado en el lomo de su carabao 37.
[Nota 37: Rumiante, corpulento y vigoroso, utilizado como bestia de tiro.
Su canción monótona, dulce, evocadora,
flota en el crepúsculo bañado de azul,
parece que ríe, parece que llora,
como una quimera de la juventud.
A veces la noche, como novia loca,
me sorprende triste en el tosco umbral,
pensando en aquella muy amada boca
que me brindó un día venturanza y paz.
Cuando es plenilunio, entro en el boscaje,
de ensueños poblada la imaginación,
y bajo la sombra del tibio follaje
me siento muy niño, más cerca de Dios.
Es la confidente de mis hondas cuitas
la luna que argenta mi amado jardín,
y me habla de aquellas prestigiosas citas
que tuve con ella en un mes de Abril.
Los recios flabelos de los cocoteros
meciendo mi sueño, cantan sin cesar.
Los «nunus» del bosque me dicen sinceros
que soy muy dichoso en mi soledad.
Huyo del tumulto de la vida urbana,
la fiebre del oro, la fraterna lid;
la ciudad es fosa de la gleba humana,
de los hombres-fieras madriguera vil.
Entrad en mi humilde y frágil cabaña
que se esconde tímida bajo un platanar.
Mi choza de nipa, mi choza de caña
os dará un tesoro: el alma natal.
1915.
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