Quantcast
Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
Viewing all 7276 articles
Browse latest View live

FRANCISCO ÁLVAREZ MARRERO [17.694] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

Francisco Álvarez Marrero

Francisco Álvarez Marrero (1847-1881). Escritor puertorriqueño considerado una de las voces representativas del romanticismo boricua.

Francisco Álvarez nació el 15 de diciembre de 1847 en Manatí. Recibió una instrucción elemental e incompleta debido a los escasos recursos que poseía su familia. La muerte prematura de su padre, cuando Francisco contaba con apenas trece años de edad, le obligó a emplearse como dependiente para cubrir los gastos familiares. En su juventud comenzó a interesarse por la poesía, abandonó su empleo y  se consagró de lleno a la producción lírica, por lo que sufrió estrechez económica junto a su familia.

Aunque se debilitaba físicamente, pues padecía una enfermedad sanguínea de difícil curación, la voluntad creadora de este autor se evidencia en el trabajo continuo de reescritura y cambios en su obra. Destruyó muchos de sus primeros ensayos líricos por considerar que no lograba expresar lo que pretendía. En busca de un estilo más refinado Marrero realizó múltiples lecturas y continuamente solicitaba a personajes reconocidos en el ámbito literario de la época que lo asesoraran.

Es considerado como una de las voces representativas del romanticismo puertorriqueño. En su producción se reitera el tono melancólico y el pesimista, mientras que la muerte aparece como constante temática. Se ha señalado que su obra se  inserta así en la tradición romántica que asimiló los rasgos de la poética de Gustavo Adolfo Bécquer.

Sus primeras obras tratan el tema del amor en varias de sus manifestaciones, así aparecen como sujeto amado, además de la mujer, la madre, la patria y la libertad. Entre sus composiciones más destacadas se encuentran: “Meditaciones Nocturnas”, a menudo señalado como su mejor poema; “América” y “¿Dónde vive la virtud?”, este último un soneto pesimista y oscuro; “A…”, soneto de factura clásica y “Madrigal”, que forman parte de libro Antología (1879), la selección que realizaran Monge, Sama y Ruiz Quiñones. Finalmente habría que añadir la anacreóntica con la que Álvarez se inserta en la tradición literaria que ha cultivado el tema del beatus ille, “La primavera en el campo”.

La producción en prosa de Francisco Álvarez formó parte de sus trabajos en diferentes periódicos con los que colaboró como agente y corresponsal, entre ellos El buscapié, de Manuel Fernández Juncos y  La lira (1876), una revista dirigida por Genaro de Aranzamendi. Además fundó y dirigió durante cerca de un año el semanario enciclopédico La voz del Norte, que se publicó en Manatí entre los años 1870 y 1880. Ahí editó artículos sobre política, moral y administración, y difundió sus ensayos líricos.

Falleció el 4 de marzo de 1881 a los 34 años de edad, tras padecer de lepra y tuberculosis. Apenas catorce días antes de su muerte llevó a escena un drama en dos actos, en prosa y verso, titulado Dios en todas partes o Un verso de Echegaray, en el que trata la temática del honor, mientras asume la forma de hacer grandilocuente y sonora del mencionado dramaturgo español.

Dejaba inéditos una serie de versos bajo el epígrafe Flores de un Retamal. Su amigo Manuel Fernández Juncos, cumpliendo la última voluntad del poeta, reunió en un volumen su obra literaria y la publicó en 1881. 

Bibliografía activa

-Obras literarias, Pról. Manuel Fernández Juncos, San Juan, 1882.
-Antología, Selección, notas y prólogo de Cesáreo Rosa Nieves, Cuadernos de poesía del Ateneo Puertorriqueño, no.19, San Juan, 1966.
-“Romance a Damián Monserrat”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36; 1967.
-“A...”, en  Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36; 1967.
-“Meditación nocturna”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36, 1967.
-“Los recuerdos de mi pueblo natal”, en Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña, año 10, no. 36, 1967.




Si faltaran ejemplos para demostrar el maravilloso poder de la vocación y los prodigios de la constancia y de la voluntad, muchos y excelentes pudieran encontrarse en la vida y en las obras de este infortunado poeta.

Nació en Manatí á mediados de Diciembre del año 1847. Sus padres, don Manuel Álvarez y doña Carmen Marrero, eran pobres y no pudieron dar á su hijo más que una instrucción elemental muy defectuosa é incompleta.

Murió el padre de Francisco Álvarez cuando éste llegaba apenas á los trece años, y le quedó por herencia una enfermedad de la sangre, de imposible curación, según el parecer de los médicos que le asistían. Débil, enfermo y sin poderse valer á sí mismo, tuvo que acudir al trabajo para vivir y auxiliar en algo á su madre achacosa y de escasas energías.

Recurrió al trabajo personal como dependiente en una pequeña tienda del campo, fundada para recolectar y preparar frutos para el mercado. Trabajó con gran diligencia y honradez, y obtenía una retribución insignificante; pero le alentaba la idea de ser útil á su madre, á la que profesaba un gran cariño.

Pero bien pronto se vio atormentado por dos grandes inquietudes: su enfermedad y su inspiración. Se agravaron sus males físicos, y en medio de las fiebres que amenazaban aniquilar por grados aquella naturaleza endeble, se sintió poeta.

No es fácil formar una idea exacta de las angustias de aquella alma privilegiada que propendía á subir, á elevarse, á dominar las alturas, aprisionada en un cuerpo mezquino, doliente, lacerado, que se movía con dificultad y se inclinaba á la tierra, amenazado de muerte prematura. Otro conflicto mental, derivado del anterior, le atormentaba también: sentía bullir en su cerebro y palpitar en su corazón un mundo de ideas generosas y de sentimientos poéticos, que no lograba exteriorizar por falta de expresión adecuada, de vocabulario, de forma estética, de cierta preparación literaria que le permitiera vestir decorosamente aquellas ideas y aquellos sentimientos.

Así empezó á escribir sus primeros ensayos, que rasgaba y destruía después, avergonzado del desequilibrio enorme que notaba entre lo que concebía y lo que lograba expresar.

Renunció á su colocación mercantil, aprovechando la mejoría de salud de su madre; pidió libros prestados, y pidió consejos á las personas de alguna instrucción literaria, que iba conociendo; leyó con avidez, compuso y destruyó muchos de sus ensayos poéticos, hízose agente y corresponsal de algunos periódicos, y por último fundó y dirigió uno, titulado "La Voz Del Norte," en el que publicó sus primeros ensayos poéticos.

Eran éstos muy deficientes al principio, pero mejoraban notablemente cada día, por efecto del estudio incesante y del ejercido metódico y razonado del autor.

Una de estas composiciones, dirigida á un amigo suyo pidiéndole libros, terminaba así:


¡Dadme libros, dadme libros
que templen mis hondas penas,
y esta sed que siente el alma
de arte, luz, verdad y ciencia!


De este modo fué Francisco Álvarez enriqueciendo su mente y perfeccionando su dicción, hasta llegar á escribir un libro de versos muy estimables y un drama en dos actos, titulado Dios en todas partes, que se representó en Manatí, el 19 de Febrero de 1881, tres semanas antes de su muerte.

Hay en sus obras una gradación notable, que indica al observador los progresos que iba realizando en lucha con tanta[178] desgracia y con su propia decadencia física, y que permite calcular hasta dónde hubiera llegado en la perfección de sus producciones si hubiera vivido algún tiempo más. Por desgracia falleció el día 4 de Marzo de 1881, á los treinta y dos años de edad, en plena florescencia de su ingenio, retardada por la enfermedad, y cuando iba logrando dar forma literaria á sus pensamientos, á favor de esfuerzos admirables.

Sus poesías más celebradas son: Á América, Meditación Nocturna, La Primavera y Últimos Cantos.

El pueblo de Manatí ha honrado merecidamente la memoria de este poeta mártir, que dejó en sus obras, aunque imperfectas, muestras muy valiosas de su ingenio, de la bondad de su alma y de su cristiana resignación.



Madrigal 

Filena, codiciosa
de un nevado azahar, a un limonero
trepaba ya gozosa,
cuando el coral purísimo
de su labio hechicero
una abeja picaba licenciosa.

En lágrimas deshecha, tras Lisardo
que a la entrada del bosque la esperaba
corrió triste la niña;
túrgido el labio a su amado mostraba
y con graciosa pena,
"¡ay! ¡sácame este dardo!"
decía llorosa la sin par Filena.

Al punto un beso resonó en el valle,
que Lisardo imprimió en el labio herido
de su Filena pura:
¡Prodigioso remedio!, pues alegre,
con grácil travesura
vila muy presto hacia la selva umbría
correr con pie ligero.

Y al sentido reclamo de su amante
oí que respondía:
"¡Deja otra vez que suba al limonero!"



Á AMÉRICA

¡Cuántas veces, oh América, he templado
Mi inacorde laúd para cantarte,
Y cuántas ¡ay! mi plectro ha vacilado!...
De admiración absorto al contemplarte,
Por tan rara belleza fascinado,
Nunca pudo mi acento consagrarte
El himno de mi amor grande y profundo;
Canto digno de tí, virgen del mundo.

Y decía mi mente contristada:
¿Cómo, al concierto universal que brota
De esa región espléndida, encantada,
De mi plectro uniré la débil nota,
Si yo, cual avecilla en la enramada
Que aun es al valle su canción ignota,
No tengo voz par elevar cantares
Á esa ondina que flota entre dos mares?...

Mas hoy resbala en el laúd mi mano,
Y no me es dable contener mi acento;
Y desde el mar de Atlante al Oceano
Que apenas riza el aura con su aliento,
Del Hudson hasta donde el araucano
Libre habita, mi voz el raudo viento
Lleve en sus ondas, cual la esencia pura
De la humilde oración lleva á la altura.

Y al ensalzar la mágica belleza
De ese edénico mundo rico, ingente,
Evoque mi memoria la grandeza
Del genovés intrépido y sapiente,
Que realizó la sin igual proeza
De arrancar al abismo un continente;
Y al nombre de Colón, que mi estro inspira
Adune el de Isabel mi pobre lira.

Y si tú, grave Musa, inspiradora
De Herodoto, de Tácito y Mariana,
Ocultas á la mente escrutadora,
De la bella región americana
El prístino existir, deja en buen hora
Á mi entusiasta inspiración, que ufana
Pida á la egregia Erato noble aliento,
Que dé vida á mi pobre y rudo acento.

Y escalando la andina, enhiesta cumbre
Mi osada fantasía, el panorama
De mi soñado edén ledo columbre....
¡Oh!... ya en lecho de flores, que recama
Natura, y abrillanta fébea lumbre,
Contemplo á la deidad, de quien es fama
Que un tiempo fué cacica, ¡cuyo imperio
Trocó el conquistador en cautiverio!

Mas vedla: ya no es india desgraciada:
Es la vestal ceñida de azahares
Que en ropaje de flores recatada,
Entre plátanos, cedros y palmares
Se mira muellemente reclinada;
Y extendiendo por brazos los dos mares,
Brinda amorosa, en fraternal exceso,
Próvido asilo al hombre y al progreso.

¡Salve, aurora del mundo bendecida,
Que á los caducos pueblos del Oriente,
Cual amante esperanza concebida,
Te muestras en tu alcázar de Occidente;
Y luces cual tu hermana, que ceñida
De rosas, al Ofir brilla riente;
Ella brindando luz á la mañana;
Tú, albor de paz á la familia humana!

Que tú, precioso búcaro esmaltado,
Que del amor universal la esencia
Ocultas en tu seno perfumado;
Oasis, que creó la Providencia
Para el pueblo infeliz, que fatigado
Sufre tal vez, errante, la inclemencia
De la bárbara guerra maldecida....
¡Tú eras la amada tierra prometida!

Que allá, cuando del arte el férreo brazo
Dome el ítsmico, ingente promontorio,
Y Anfitrite y Neptuno en tierno abrazo
Celebren en tu suelo el desposorio;
Cuando de paz y libertad el lazo
Una á tus hijos; tú, virgen emporio
De belleza y de amor, el casto beso
Recibirás del inmortal progreso.

Y en ese fausto día en que las fiestas
Celebren de tu dicha, alborozadas
Las Driades en tus bosques y florestas,
En tus ríos las Náyades sagradas,
Y en tus valles las Ninfas más apuestas;
Un coro se alzará de bellas Hadas,
En Sorata[4] y en Sierra Verde altiva,
Ceñidas de laurel, mirto y oliva.

Será la excelsa pléyade que alienta
Los más preclaros hechos de la Historia;
Concurso de vestales que sustenta
El sacro fuego de la patria gloria;
Legión que en su estandarte al orbe ostenta,
De universal progreso la victoria...
Hosanna, ellas dirán en sus canciones,
Proclamándote emporio de naciones.

Sin savia entonces, juventud ni vida
Los pueblos del Oriente, mi estro abona
Que desde el viejo mundo, conmovida
De maternal orgullo, una matrona
Elevará su voz de gloria henchida;
Será la ilustre España, que á tu zona
Este acento enviará de amor profundo:
"¡Yo fuí tu madre, emperatriz del mundo!"

Yo entonces, en el lecho del olvido,
En rincón apartado y silencioso,
Moraré con las sombras confundido;
Mas al oir el eco misterioso
Por la brisa en mi tumba repetido,
Se exaltará mi espíritu, orgulloso
(Aun de la muerte en el oscuro arcano)
De haber sido español y americano.




.




MARIO BRASCHI [17.695] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

MARIO BRASCHI

Mario Braschi Rodríguez (“Riomar”, 1840- 1891). Periodista y editor puertorriqueño.

Mario Braschi nació el 19 de enero de 1840 en el municipio Juana Díaz, en la región sur de Puerto Rico. Fue periodista, editor y fundador de varios rotativos en la Isla. Debido a su línea editorial autonomista, así como a sus críticas contra la iglesia católica, fue censurado en diversas ocasiones por parte del gobierno español.

Aunque no dejó libro ninguno que dé á las nuevas generaciones idea clara de su talento y de su estilo, no sería justo prescindir en esta Antología de un luchador por la cultura y las libertades públicas tan ardiente y asiduo como Mario Braschi.

Nació en Juana Díaz, el 19 de enero de 1840, y en ese mismo pueblo recibió la instrucción primaria.

Su vocación por las tareas periodísticas le llevó en los primeros años de su juventud á Ponce, y empezó á publicar crónicas y artículos varios en los periódicos de aquella ciudad, con el transparente seudónimo de Riomar, que después cambió por el más expresivo de Cantaclaro. Había ya en estos trabajos cierta tendencia incisiva y mortificante para la administración y el gobierno de la colonia, y el censor de imprenta hacía con frecuencia destrozos en los artículos del novel escritor.

Vino luego con la Revolución española de 1868 mayor actividad en la lucha política y más amplitud en la legislación de imprenta, y Mario Braschi fundó y dirigió entonces en aquella misma ciudad, un semanario satírico titulado Don Severo Cantaclaro, que hizo campañas vigorosas en favor de la abolición de la esclavitud, contra el restrictivo régimen colonial, y contra los excesos del clericalismo. En este semanario colaboraba desde San Juan el poeta Gautier Benítez.

La reacción que siguió á la caída de la República española en 1874 mató á este valiente periódico, y Mario Braschi ocupó, algunos años después, una plaza de redactor en un periódico trisemanal titulado El Pueblo, fundado y dirigido en Ponce por don Ramón Marín.

Fundó allí también Mario Braschi El Heraldo del Trabajo, en el que agitó briosamente varias cuestiones sociales de importancia, y fué más tarde redactor de la Revista de Puerto Rico, fundada por don Francisco Cepeda, que produjo una gran agitación política en Ponce, á raíz de los sucesos lamentables del año 1878. Fué también redactor principal de un semanario titulado La Juventud Liberal, y director de una revista masónica, titulada El Delta.

Por último fué llamado á Mayagüez para que dirigiera y redactara el valiente periódico La Razón, que había fundado y dirigido el Sr. Freyre, y después de realizar allí una buena campaña en favor del régimen autonómico para su país, contrajo la enfermedad que le produjo la muerte en 19 de diciembre de 1891.

Era un escritor muy activo y animoso, gran agitador de ideas liberales, patriota decidido y leal, y amigo consecuente hasta la abnegación.

Periodista de batalla, no tuvo nunca tiempo ni paciencia para perfeccionar su estilo ni para dar forma muy académica á sus trabajos. Escribía con gran rapidez, y no revisaba lo escrito sino después de haberlo dado á la imprenta.

Sus párrafos eran muy cortos, como los versículos hebreos y la prosa rápida y enérgica de Victor Hugo, forma que se adapta mejor á la estructura del idioma francés que á la flexibilidad y gallardía del castellano.

De aquí la dificultad de elegir un trabajo suyo que pueda servir literariamente de modelo á la juventud estudiosa. Todo en Mario Braschi fué excelente y ejemplar, excepto su estilo de escritor.

Era en él instrumento de combate antes que ostentación decorativa.

El siguiente artículo suyo forma parte de la colección publicada con motivo de la muerte de Gautier Benítez:



¡EN EL INFINITO!

Á La Memoria del Malogrado Poeta Portorriqueño
D. JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ


Los genios suelen descender de las alturas á la tierra, así como descienden los ígneos rayos del soberano de la luz: éstos, la calientan y fecundan; aquéllos abren á la humanidad senderos de fe, de esperanza y de amor. En su paso, son breves como la aurora.

I

Una tumba... y una lira...!

Una tumba...! es decir, la eternidad...!

Una lira...! es decir, el arte, la poesía, el genio. Lo misteriosamente grande, lo bello, lo inmortal: he ahí lo que ahora contempla mi espíritu.

En ese sublime consorcio de lo infinito y de lo imperecedero, está envuelta una memoria para Puerto Rico; esta dulce patria de nuestros amores.

Una memoria tan querida, como es querida una esperanza hermosa.

La memoria de uno de sus poetas que, con el corazón enfermo, así enfermo, palpitaba por ella: era JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ.

Poeta de cuya alma brotaban raudales de sentimiento, como de los espacios brota la luz.

Poeta de mente soñadora, de inspiración ardorosa, de fibras delicadas; que se olvidaba de sus dolores, y cantaba.

Cantaba, como canta el ave en las enramadas del bosque donde está su nido.

Puerto Rico era su bosque idolatrado, y referíale sus cuitas en armoniosos trinos.

Alma modelada en el sufrir, su acento era, á veces, un quejido.

Alma centelleante de amor y de poesía, también derramaba ternuras y bellezas al son de las cuerdas de su lira.

El sentía palpitar, dentro de su ser, las aspiraciones de los espíritus elevados.

El amaba y perseguía, con afán febril, el ideal de los genios.

Vivía en la tierra y en el infinito.

Era hombre y era idea.

Sus cantos á Dios, son como el incienso de la fe más pura.

En ellos, su alma de poeta, sube hasta la esencia de lo Absoluto; comprende toda su grandeza; la[188] desvela de la sombra de los errores terrenales, y la proclama, envuelta en mil resplandores.

Sus cantos á la patria, en los que pide á ese mismo Dios, para celebrarla en sus glorias y alegrías, una vida sin fin y una lira inmortal, son lo sublime en la inspiración y en el amor. En el amor de lo bello y de lo grande.

Ellos son como una harmonía celestial, que resonará al través del tiempo, infundiendo, en los pechos indiferentes, el calor del elevado patriotismo.

El patriotismo de la fe en el progreso; de la fe en la ciencia; de la fe en la libertad.

El los llamó su testamento; y más que un testamento, son la apoteosis de su genio.

El "Encargo á Mis Amigos," brilla, sobre su sepultura, con esa indefinible melancolía del último rayo de sol que se hunde en el horizonte.

Es una melodía cantada por el poeta en instantes solemnes.

En los instantes lentos en que iba á dormir, no el sueño de la muerte, sino á vivir en la inmortalidad.

¡Dejadle gozar de su nueva existencia!...



II

Mientras lejos de la patria su espíritu vaga por la región de las eternas armonías; mientras se inunda[189] de nueva luz, y de las alturas, aun contempla su bella patria, virgen inocente; cubierta de guirnaldas; besada por los céfiros; y embriagada siempre por la sonrisa de un cielo azul, purísimo; llévele esa patria, doliente, coronas á su última morada.

Los vates que á su lado dieron sus notas al viento, enviénle sus recuerdos de amor al compañero ausente en el infinito.

Á todos los que en esta tierra amamos las letras; á todos los que en esta tierra sentimos nobilísimo orgullo con el talento que brilla, la memoria de JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ nos impone el gratísimo deber de honrarla.

Sí; honrar el genio que, como la rápida exhalación que cruza el éter, deja una estela luminosa en las regiones intelectuales, es practicar el culto que más engrandece á los hombres y á los pueblos.

El culto del recuerdo, consagrado á los seres en cuya frente el pensamiento lanzó rayos de luz.

¿No se ciñen coronas á las sienes del guerrero, se inmortalizan sus hazañas y se cantan sus glorias?

Pues el poeta es también un guerrero, y el más egregio.

Un guerrero no cargado con el peso de las armas que dan la muerte, sino con la irradiación de las ideas que dan la vida.

Luchar y vencer: tal es su destino.

En la lucha, hiere; pero, como el Dante, hiere al mal, al error, á las pasiones.

Su victoria tiene un nombre: se llama regeneración humana.

Que no hubiese un solo poeta en la tierra, cuyo idealismo desentrañase la belleza que se oculta en el fondo de su espíritu; que con sus armonías no despertase el sentimiento que duerme; que con su lira, cual divina paleta, no dibujase los sublimes cuadros que su fantasía vislumbra en el infinito, y la tierra y la vida y el alma humana, se agitarían en el aislamiento y en el vacío.

Faltaríales algo de lo que es esencial en su existencia.

¿Qué es el idealismo?

Es la tendencia del espíritu humano á buscar la verdad absoluta; la belleza y el bien absolutos, sin poder realizar jamás su afán.

Si no existiese el amor, ha dicho Victor Hugo, se apagaría el sol.

Si no existiese el idealismo, digo yo, modestamente, no existiría el progreso de la existencia.




III

JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ, vivía en la región del idealismo.

Bajo este concepto, él también contribuía á desarrollar el progreso.

Y, como todos los que se agitan en ese otro mundo que el ser humano lleva dentro de su alma, al descender á la realidad, sentía que los abrojos le herían sin piedad.

Amar, pensar, buscar lo bello; recorrer la vida sin contaminarse con el mal, nada de esto puede hacerse sin sufrir.

El no fué más que una estrella que apareció, iluminó breves instantes el cielo de la patria, y luego fué á perderse, donde se pierde la luz: en el insondable infinito.

¡Sí; allí; allí vive... allí está...!

Su tumba y su lira, legadas á la patria, señalan dos grandes verdades: las transformaciones de la materia y de la vida en la creación, y la inmortalidad del genio...

Para honrar su memoria, poco digno de cuanto ella merece, puedo ofrecer sólo estas líneas; que si dan pobre idea de mi aún más pobre ingenio, son testimonio fiel del cariño y la admiración que siempre le consagré.









.

ABELARDO MORALES FERRER [17.696] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

ABELARDO MORALES FERRER

La muerte prematura de este joven privó quizás á Puerto Rico de una gloria literaria y científica.

Había nacido en Caguas, el 31 mayo de 1864. Terminada su educación primaria en dicha ciudad, vino á San Juan para estudiar las asignaturas del bachillerato en el Instituto, que estaba entonces á cargo de los Jesuitas; pero no pudo terminar con éstos la segunda enseñanza, por incompatibilidad de ideas y de caracteres con sus maestros.

Se trasladó á Barcelona, y allí estudió con éxito admirable. En siete años hizo los dos cursos que le faltaban para el bachillerato y obtuvo su título de Médico en aquella Universidad, ampliándolo después hasta obtener el doctorado en la Central de Madrid. En el curso de sus estudios se encariñó con la literatura y produjo trabajos breves, aunque muy notables, en prosa y en verso, que daba á conocer en algunos de los periódicos del extranjero y del país.

Hacia el año 1889 publicó en Madrid un pequeño poema, de forma campoamoriana, titulado La religión del amor, muy elogiado por la crítica, al cual puso un bello prólogo Antonio Cortón.

Se trasladó luego á París con el propósito de practicar en los famosos hospitales de aquella gran metrópoli; fué admitido poco después como ayudante de clínica del insigne oculista polaco Galezowski, y en ella adquirió habilidad y destreza admirables en la cirugía ocular.

Llegó á Puerto Rico á fines del año 1891, precedido de fama bien merecida; pero lo que había ganado en ciencia fuera de su país, lo había perdido en salud y en alegría.

Cuando se embarcó para Europa era uno de los jóvenes más expansivos, alegres y bulliciosos de este país, y regresó triste, pálido, reflexivo, sin entusiasmos y sin salud. Había contraído una tuberculosis, no se sabe si por contagio, por exceso de estudio ó por otras causas debilitantes. Conocía su enfermedad y medía sus consecuencias.

En su profesión de médico, y sobre todo en la de oculista, era una notabilidad, y practicó aquí operaciones de gran mérito. Con aquella mano fina y sedosa, que parecía mano de mujer, hacía en los ojos operaciones admirables y casi insensibles para el enfermo.

En el ejercicio de la medicina en general, obtuvo también buenos éxitos. Luchaba briosamente contra las enfermedades ajenas y contra la propia. Se fué á vivir durante una larga temporada al pueblo de Aguas Buenas, en la falda del Luquillo, una de las más altas montañas del país, y utilizó también la influencia balsámica del mar en su costa del norte.

Ni su enfermedad ni los trabajos de su profesión le impedían cultivar sus aficiones literarias. Era uno de los cuatro cronistas de El Buscapié, semanario de gran popularidad, y publicaba con frecuencia narraciones en prosa y poesías, en otros varios periódicos. Poseía ya como prosista una dicción esmerada, gráfica y de mucha viveza y color. Durante su permanencia en París se encariñó mucho con la obra de los hermanos Goncourt, coloristas y buriladores de la palabra, y solía imitarlos, principalmente en sus descripciones.

Entre las obras en prosa que produjo en aquella época, llamó la atención una novela corta titulada Idilio fúnebre, en la que había mucho de autobiografía y de triste presentimiento. Llevó poco después su abnegación hasta el punto de renunciar á su casamiento con una bella joven, de la que estaba muy enamorado, para no entristecer los esponsales con su propia muerte y legar á seres bien queridos el contagio y tal vez la herencia peligrosa de su enfermedad.

Pero esta enfermedad se iba agravando notablemente, y en 24 de abril del año 1894 se embarcó para Europa con el propósito de estar durante la primavera en París, consultar algunos especialistas famosos, y pasar un verano en una de las deliciosas montañas de Suiza, absteniéndose de todo trabajo mental y haciendo vida de campesino, respirando á pleno pulmón el aire oxigenado de los bosques.

Y no volvió de allí....

En 9 de agosto del mismo año falleció en Lausanne, (Suiza), en donde—por encargo cuidadoso de su familia—se conserva aún su sepultura con la inscripción correspondiente.

La siguiente composición en verso fué escrita en los primeros años de su juventud, y el fragmento en prosa pertenece á su última época:




IDOLATRÍA

Su orgullo abate y su soberbia humilla
De Alá en presencia el oriental creyente,
Y doblando contrito su rodilla
Hunde en el polvo la abatida frente.

Ante el déspota cruel, sañudo y fiero
Que el mundo todo á voluntad domina,
El noble rinde el brillador acero
Y á la tierra, servil, la frente inclina.

Por el oro que en piñas resplandece
Prestando luces á sus yertos ojos,
El torpe avaro la existencia ofrece,
Cayendo, ruin, ante su altar de hinojos.

[207]Ni avaro, ni oprimido, ni creyente
Mi soberbia satánica se humilla,
Ni hundo en el polvo la abatida frente,
Ni ante un ídolo doblo la rodilla.

Porque el dios, el monarca y el tesoro
Á quienes rindo adoración cumplida,
Es una virgen de cabellos de oro,
Único encanto de mi triste vida.




ANÍBAL
(fragmento)

El aire fresco de la mañana serenó la frente de Aníbal. Aquella noche sin descanso había impreso en su rostro las huellas de un malestar indecible, comunicando al alma la languidez enfermiza de su cuerpo. Sentíase ávido de respirar la brisa matutina, como si buscase en ella algo que calmara la sed inextinguible de su anhelo.

Entornó suavemente la puerta de la entrada y se encontró en el arroyo. Nadie transitaba aún por las calles de la ciudad dormida. Aquella soledad augusta en plena alborada tuvo para él encantos seductores, complaciéndose en mirar descaradamente el rostro soñoliento de las casas, cuyas puertas aún[208] cerradas parecían grandes párpados caídos bajo la enorme pesadumbre de un buen sueño matutino.

Subió por la calle de la Tanca hasta la plazuela de San Francisco. Allí se detuvo breves instantes mirando irresoluto la sucia fachada de la Iglesia, que la tranquilidad exquisita de la hora semeja presentar en toda la desnudez de su fea y pobre arquitectura.

En aquel fondo de color de rosa denegrido por la intemperie se abría una ancha boca negra con trasuntos de puerta cochera. Aníbal en el afán de hallar consuelo para su triste pecho, dudó un poco si entrar en la iglesia, echarse ante el ara y buscar en el aniquilamiento de todo su ser moral la fe, aquella fe hermosísima que ya empezaba á abandonarle, dejándole expuesto, inerme y sin auxilio, á los fieros embates de la duda.

Miró al cielo, y aquella diafanidad incomparable le sedujo por completo. Determinó entonces no entrar en la iglesia y correr á la ventura, sumergido en la luz blanquecina del crepúsculo. Su fe poderosa le llevaba hacia Dios, pero á su corazón de artista repugnaba buscarle en aquel templo sombrío, donde por todas partes se veía la mano del hombre, sin que se transparentara en el más mínimo detalle la augusta majestad del cielo. Sí, en el espacio sin límites, en aquellos hermosos horizontes de una serenidad in[209]comparable, él comprendería mejor la grandeza divina. Entonces, y como temeroso de un arrepentimiento tardío, echó á andar muy de prisa por la calle de San Francisco hasta la Plaza de Armas, que solitaria parecía dormitar aún arrullada por los ecos de la última retreta. Las cuatro dieron en el reloj del Municipio. Aníbal siempre de prisa dobló por la calle de San José arriba. Sus pasos resonaban sobre el macadán de la acera con golpes secos que retumbaban como el de un martillo en la estrecha galería de un cementerio.

La catedral á la izquierda solicitó su espíritu, mas alzó de nuevo sus ojos y aquella cúpula negra, de una negrura mate, y aquella torrecilla recortada bruscamente como para impedir que llegase al cielo, le hicieron una impresión terrible, determinándolo á seguir adelante. Continuó, pues, hallándose luego en la esquina de la calle de San Sebastián, en la que ya comenzaba á notarse un átomo de vida. Se detuvo otra vez. Á la derecha el Mercado empezaba á animarse. Algunos caballos cargados de frutas y legumbres se hallaban agrupados entre los dos pabellones, frente á la puerta del centro. El arroyo aparecía sembrado aquí y allá de hojas de hortaliza, frutos podridos y recortaduras variadísimas.

Aníbal siguió andando hacia la izquierda, hallándose por último en la Plazuela de San José cuyos[210] árboles, retorcidos los unos, parecían viejos decrépitos; estirados y flacos los otros, semejaban niños enfermos. Bordeó la Audiencia y enfiló por la calle del Cristo, encontrándose á poco en la cuesta del Cementerio, por la que empezó á descender lentamente. Aquella rampa lisa é inclinada, de una tristeza profunda, parecía llevarle á algo desconocido que tenía su comienzo un poco más allá, en aquella bóveda obscura que se abría debajo del verdor húmedo del césped, como para indicar al que por ella entraba el abandono irremediable de toda esperanza. Tuvo que hacer sobre sí un poderoso esfuerzo para no seguir descendiendo. El abismo le atraía con su quietud misteriosa. Desvióse hacia la izquierda y empezó á caminar sobre el menudo césped. El castillo del Morro pintado de blanco recortaba en la limpidez del cielo las líneas rectas de sus troneras, la torre del vigía, el faro con sus barandas de hierro y sus reflejos metálicos, y por último el semáforo de náutico atalage.

Andando así, lentamente, sintiendo crugir bajo sus plantas la hierba húmeda aún por el rocío de la mañana, llego Aníbal á la izquierda del castillo, entrando en un pequeño reducto que—como un cenador—se desprende de uno de los muros del foso y avanza hasta inclinarse sobre la vegetación bravía de la playa. Una vez allí á solas consigo mismo,[211] frente á frente de aquel malestar indefinible, se sentó tristemente sobre el parapeto, dando la espalda á la boca del Morro. Dolor agudísimo le torturaba sin descanso. El hundimiento de sus plácidos amores había venido á sorprenderle sin misericordia, dejando en el fondo de su alma una amargura insoportable. Él vivía confiado, sin presentimiento alguno, y hé aquí que de súbito se le presentaba, anonadándole bajo su gravedad de plomo, aquel horrendo infortunio. Tendió su mirada y pudo descansar un momento en la contemplación de aquel hermoso panorama. Frente por frente y allá en último término, avanzando hasta sumergirse atrevidas en las ondas del mar, las Cabezas de San Juan, cuyas verdes cabelleras se destacaban, sobre el azul pálido del agua; un poco más acá y recortando siempre la tierra, algo sin nombre que avanzaba también hasta formar con las Cabezas un pequeño golfo á cuya entrada vió Aníbal el islote de los Pájaros. Después hasta el cementerio la costa acantilada con sus enormes rompientes y sus quejidos interminables. El Tiro al blanco sobresalía en un ángulo de la muralla que, inconmovible y dura, ahoga la ciudad con su dogal de piedra. El Castillo de San Cristóbal manchaba de rosa el tono lúteo de las fortificaciones. Más abajo y bebiendo casi el agua salada del mar, el Matadero; después, un gran claro de vegetación[212] escasa y raquítica, é intramuros la parte N. E. de la ciudad, dominada por el Parque de Artillería, la iglesia de San José, el Cuartel Nuevo y la Beneficencia, en primer término. Á la izquierda la inmensidad de las aguas con su rumor eterno, y arriba el cielo, de una pureza inmaculada.

Cuando Aníbal se hubo dado cuenta de tanta hermosura, se levantó y avanzando hasta el parapeto, inclinó el busto como si buscase en aquel rincón del mundo nuevas bellezas que admirar. Entonces sus ojos tropezaron con un ángulo del cementerio, que la ciudad de los vivos parecía haber arrojado de su seno colocándole extramuros para después anegarle en las profundidades del abismo. Á aquella hora nadie transitaba aún por las tristes avenidas, pareciendo que los muertos, como los vivos, encontraban cierta voluptuosidad exquisita en dormir arrullados por las frescas brisas de la mañana. En el centro, la capilla elevaba su cúpula obscura, pudiendo verse á la derecha la angosta galería, y á la izquierda, entre la calle central y la habitación del sacerdote, varias tumbas con sus estatuas de mármol en actitud doliente, y sus verjas de hierro guarnecidas de flores marchitas. Calor tibio parecía levantarse de aquel suelo en continuo trabajo de renovación, sintiéndose ese olor indefinible, repulsivo, mezcla extraña de vapores humanos, aromas insípidos de flores mustias y vahos[213] fríos de tierra humedecida. Aquel silencio de muerte volvió á despertar en su memoria la cruel idea de su infortunio. Él se veía abandonado como aquellos seres que allí dormían eternamente, pero con abandono más triste y despiadado. Vivo, hallábase condenado á pasear sin rebeliones el cadáver de su alma. ¿Por qué no morir por completo como los otros, y acostarse allí y dormir ese sueño perdurable llamado la muerte? Y suspiró profundamente, anhelando la hora del eterno descanso...









.



MANUEL PADILLA DÁVILA [17.697] Poeta de Puerto Rico

$
0
0
Toa Baja


MANUEL PADILLA DÁVILA

Nació en Toa Baja, Puerto Rico el año 1847. Niño aún, fué á vivir con su familia á Vega Baja, donde cursó las asignaturas de la enseñanza elemental, y estudió Matemáticas en las cátedras de esta ciencia que sostenía en San Juan la Sociedad económica de amigos del país. Graduado de agrimensor, volvió á su villa natal en donde se instruyó en el arte poético con el trato frecuente de su ilustre tío el doctor Padilla.

Fué el cantor de las cosas apacibles, de las ideas melancólicas, de los afectos tiernos y de las purezas del alma. Sin ser un místico en la acepción más propia de esta palabra, era el que mejor sentía y expresaba las dulzuras de la fe entre todos los poetas de su tiempo.

Á la edad de 18 años escribía ya versos muy delicados y armoniosos á las flores, á las mariposas, á las avecillas canoras y de gracioso plumaje, al amanecer y á todo lo que producía gratas impresiones en su alma seráfica y sencilla. Después, cuando le hirieron las espinas de la realidad, lloró poéticamente, con ternura exquisita, mirando hacia el cielo de donde lo esperaba todo.

Dotado de sensibilidad extraordinaria, se entristecía y se alegraba con facilidad suma, según sus impresiones de momento. En sus penas y desengaños solía sufrir rápidos eclipses de la esperanza, pero nunca de la fe. Era un creyente sincero, y en sus composiciones de carácter religioso alcanzaba con frecuencia mayor elevación poética que en las mundanas.

Su estilo, por lo general, era sencillo, claro y candoroso; su versificación esmerada, y sus pensamientos de una intachable pulcritud. Sus versos eran especialmente leídos y estimados entre las damas.

Fué laureado en un certamen del Ateneo Portorriqueño, y obtuvo el primer premio de Fe en un brillante concurso de Juegos Florales, celebrado en San Juan.

Falleció en 31 de Octubre de 1898 cuando el pleno desarrollo y madurez de sus facultades hacía esperar de él otros brillantes triunfos.


Dejó manuscrito un libro que contiene sus poesías, y á él pertenecen las que se insertan á continuación:

LA FLOR DE LA ESPERANZA

—Mariposa gentil de la pradera,
Linda ramilletera,
Tu cestillo ¿qué flores atesora?

—Las que ofrece la dulce Primavera,
Y esmalta placentera
Con sus líquidas perlas el Aurora.

—¿Llevarás por ventura entre esas flores
Una cuyos primores
Ninguna flor á poseer alcanza?

—Dadme de ella más claros pormenores.
—Es símbolo de amores...
Y se llama "La flor de la Esperanza."

—¡Ay, señor! En el campo de mi vida
Brotó esa flor querida
Para encanto y placer de mi existencia;

Mas un insecto en hora maldecida
Con maldad fementida
Le dió la muerte por libar la esencia.

—Yo también, infeliz ramilletera,
De distinta manera
Perdí esa flor que lloro todavía,

Y en vano al retomar la Primavera
Busco por dondequiera
La hermosa flor de la esperanza mía.




SURSUM CORDA

Verdinegras montañas,
Sierras azules,
Donde agitan las nieblas
Sus blancos tules;
Colinas pintorescas,
Undosas faldas,
Donde la luz acopia
Sus esmeraldas;
Llanura que en las costas
Del mar te pierdes,
Al soplo de las brisas
En ondas verdes,
¡Ah! cuando os veo,
Santa fe me reanima
Y en mi Dios creo.

Fuente, donde la luna
Sus rayos quiebra
Y el aura sus amores
Grata celebra;
Sierpe de acero y plata
Sonante río,
Manantial que no corres,
Lago sombrío;
Mar donde el pensamiento
Libre campea,
Y el numen se agiganta
Y el alma ojea,
¡Ah! cuando os miro
Siempre de Dios me acuerdo
Y á Dios admiro.

Gruta, bóveda agreste
Y hospitalaria,
Donde tiende su manto
La parietaria:
Gruta, mansión un tiempo
De algas marinas,
Y hoy morada de abejas
Y golondrinas,
Tú eres el templo augusto
Donde mi alma
Al Eterno sus preces
Eleva en calma,
Tú el santo abrigo
Donde ante Dios me postro
Y á Dios bendigo.

Sol, lámpara divina,
Siempre brillando,
Ilumina mi templo
Que estoy orando;
Pájaros de la selva,
Vuestras canciones
Armonicen y lleven
Mis oraciones;
Y tú, mar, impetuoso,
Bravo elemento,
El rumor de tus olas
Une á mi acento,
Y en tus mareas
Dile á mi Dios conmigo:
"¡Bendito seas!"




Manuel Padilla Dávila, poeta puertorriqueño, es el autor de esta sencilla y agradabilísima composición, en que describe con gran acierto la vida del ruiseñor, ave de aspecto humilde y de armoniosa voz. El poeta, por boca del melodioso cantor alado, celebra los encantos de la libertad, que es, sin duda, uno de los más preciados bienes de que pueden disfrutar las criaturas


Yo soy el ruiseñor, el pajarillo
Que, despreciando el haya y la palmera, 
Fabrica entre las ramas del tintillo 
Dulce lecho a su amante compañera

Yo soy el ruiseñor, arpa del día, 
Que suena de la noche hasta en la bruma; 
La música a mi voz dio su armonía 
Y su sombra el crepúsculo a mi pluma.

Yo soy el ruiseñor, y luto y gala 
Por la pluma y la voz al par indico: 
Soy de duelo abanico si abro el ala. 
Soy bandolín alegre si abro el pico.

Los que escuchan mis trinos seductores 
No advierten si, de júbilo o congojas, 
Celebro el nacimiento de las flores 
O lloro la caída de las hojas.

Que, símbolo mi voz de melodía, 
Al brotar de mi seno puede tanto, 
Que ya exprese el dolor, ya la alegría, 
Nadie logra. entender si lloro o canto.

Yo soy el ruiseñor, yo soy el ave 
Cuya lengua parlera y argentina 
Del mirlo remedar el canto sabe
Y la voz de la errante golondrina.

Cuando anuncio las albas matinales 
Se alegran a mi voz hasta los riscos,
abandonan sus lechos los zagales
dejan los rebaños sus apriscos,

Y al ver el sol en la mitad del cielo.
Busco la sombra que el follaje presta,
Y en cualquier rama descansando vuelo.
Yo mismo arrullo mi tranquila siesta.

Y cuando el sol en el ocaso arde
Y está el oriente ya descolorido, 
Rompo a cantar el himno de la tarde
Y torno en busca de mi caro nido.

Así paso la vida hora por hora 
En libertad feliz, cantando a una 
Amenas alboradas a la aurora
Y plácidos nocturnos a la luna.

Yo soy el ruiseñor, y mientras tanto 
Que, en libertad feliz, las alas vibre 
En el espacio vibrará mi canto 
Del mismo modo que mis alas, libre.









FRANCISCO GONZALO MARÍN [17.698] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

FRANCISCO GONZALO MARÍN
-PACHÍN MARÍN-

Fué un poeta malogrado, como Francisco Álvarez; ambos murieron casi á la misma edad.

Marín nació en Arecibo, el día 9 de Marzo de 1863. Cuando apenas había terminado su instrucción primaria, se lanzó á la lucha política del periodismo, fundando un pequeño semanario, con el título de El Postillón, que hubo de chocar pronto con la censura de imprenta y aún con los tribunales de aquel tiempo. Emigró entonces Marín á Santo Domingo, y allí se encontró con una situación más restrictiva y dura que la de Puerto Rico. El Presidente Lilí extremaba igualmente su tiranía contra los dominicanos y los extranjeros que no se sometían á su autoritaria voluntad. Desterrado de la República dominicana, dió en Venezuela, de donde el general Andueza Palacio le desterró también, á mediados del año 1890.

De allí volvió á Puerto Rico, se avecindó en Ponce, y reanudó sus tareas de periodista en El Postillón redivivo, que sucumbió el año siguiente, á fuerza de multas, procesos y suspensiones.

Á fines del año 1891 se hallaba Marín en Nueva York, colaborando en el periódico separatista Gaceta de Puerto Rico, dirigido por el Señor Vélez Alvarado. Fué durante algún tiempo secretario del Club Borinquen, establecido en aquella ciudad, y publicó entonces su primera colección de versos con el título de Romances, á la cual pertenecen las composiciones que se insertan al final de estas líneas.

Sus biógrafos suelen aplicarle el calificativo de bohemio, quizá por lo que tenía de ambulante; pero su peregrinación no era voluntaria, sino más bien consecuencia de su temperamento batallador y de su espíritu revolucionario. Su inquietud tenía mucho de rebeldía. Las obras que publicó revelan talento é inspiración poética. Sentía, pensaba y sabía expresar sus ideas con cierta elegancia y energía, pero en él superó siempre el hombre de acción al hombre de pensamiento, y manejaba mejor el rifle y el machete que la pluma.

Su poesía es, sin embargo, espontánea, y se revela en ella sin esfuerzo su corazón y su carácter.

Hallándose en la gran metrópoli comercial americana tuvo noticia de que había muerto su hermano Wenceslao, teniente de caballería en el ejército cubano en campaña, y quiso suplir á aquél, peleando por la libertad de Cuba. Se agregó á la expedición del Dr. Rafael Cabrera, en Agosto de 1896, y en Octubre del mismo año figuraba como sargento en la escolta de Máximo Gómez, desempeñando el cargo de Secretario auxiliar del Despacho.

La vida azarosa de los combates y lo insalubre de las lagunas y los terrenos pantanosos que con frecuencia tenía que recorrer, le produjeron unas fiebres rebeldes. Tres soldados fuertes recibieron el encargo de conducirle á una zona libre de peligros, en donde pudiera curarse; pero arreciaba la fiebre de Marín, no podían pasar la Trocha sino después de un larguísimo rodeo, y decidieron dejarle provisionalmente en una espesura del bosque, para volver luego con más fuerzas y medios de seguridad para salvarle.

Parece que los accidentes imprevistos de la guerra alejaron á los compañeros de Marín de aquel sitio más de lo que ellos habían pensado, y la enfermedad aniquiló pronto al pobre guerrillero. Un mes más tarde, cuando aquéllos lograron volver junto á la ciénega de Turiguanó, donde había quedado Marín, sólo encontraron en la hamaca el esqueleto de nuestro infeliz poeta, abrazado á un fusil....

Ocurría esto en Noviembre del año 1897.

Las dos siguientes composiciones suyas pueden dar idea de la inspiración poética del autor, en los dos estados de ánimo que eran en él más frecuentes:



MARIPOSAS

I

La pléyade fugaz de alas de oro
surgió de pronto en la callada alcoba,
Y mi madre me dijo:
—No te asustes,
son bellas, y se llaman mariposas.
Donde hay amor, perfumes, alegría,
besos, arrullos, esperanzas, notas...
Donde tiene su trono la inocencia,
altar el bien, la dicha sinagoga;
donde hay luz, y cariños, y poesía;
donde no existe un átomo de sombra,
allí van á formar, amado mío,
nido de luz las raudas mariposas.


II

Cuando me encorve el peso de los años,
cuando la senda del dolor recorra
y, cansado viajero, sin un triunfo
me tienda á descansar sobre una fosa,
¡quiera Dios que en la noche de mi cráneo,
así como en el hueco de la alcoba,
vengan á fabricar, madre del alma,
nido de luz las bellas mariposas!




EL RUISEÑOR

I

Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la hora
en que despierta perezosa el Alba,
él vierte trinos, de alborozo llenos,
como la aurora lágrimas.
Yo aplaudo al ruiseñor al medio día
porque, de árbol en árbol cuando salta,
quema, creyente, en el altar de Febo
no incienso, alas...
Yo aplaudo al ruiseñor cuando á la Tarde
—su novia—ofrece quejumbrosa cántiga,
y le aplaudo también cuando á la Noche
entona una plegaria...


II

Mas si alevoso huésped, por codicia,
del recinto selvático le arranca
para dejarle prisionero alado
dentro la odiosa jaula;
El pobre ruiseñor cierra su pico,
enfermo pliega las oscuras alas,
y, romper no pudiendo sus cadenas,
muere de rabia...
Entonces ¡oh! no sólo del aplauso
agito yo las palmas,
sino que, noble, sin igual y altiva,
doy forma á esta pregunta temeraria:
¿Por qué los pueblos que aherreojó el tirano
también no aprenden á morir de rabia?





El trapo

Cuando un pueblo no tiene una bandera,
bandera libre que enarbole ufano,
en pos de su derecho soberano
y el patrimonio, la gentil quimera;
si al timbre de su gloria entera
bríos de combate en contra del tirano,
la altiva dignidad del ciudadano
o el valor instintivo de la fiera;
con fe gigante y singular arrojo
láncese al campo del honor fecundo,
tome un lienzo, al azar, pálido o rojo,
y, al teñirlo con sangre el iracundo
verá cambiarse el mísero despojo
en un trapo que asombre a todo el mundo.





Honrar a Francisco Gonzalo Marín Shaw (Pachín Marín)

Pero allá tengo también,
y voy a encontrar ilesos,
laureles para mi sien,
hombres para Borinquén
y de mi hermano los huesos.

Francisco G. Marín


Siento vergüenza de que fueran cubanos quienes abandonaron a Francisco Gonzalo Marín Shaw (Pachín) en la ciénaga de Turiguanó, fuera por la razón que fuese. Ya había publicado sobre la vida de este poeta y periodista puertorriqueño (de Arecibo), devenido soldado libertador que ofrendó su vida por la independencia de Cuba y de Puerto Rico.

Gracias a mi blog me han contactado personas de diversos lugares y no podía faltar Puerto Rico en esa lista. Y el poeta y crítico Ernesto Álvarez me envió el libro Biografía de Francisco Gonzalo Marín (Dedicada a don Santiago Marín), del historiador y escritor arecibeño José Limón de Arce. Precisamente, este año se cumplen 100 años de la primera edición, en Arecibo, Puerto Rico.



En la portada, xilografía realizada por Martín García Rivera. 

Razón tiene José Gabriel Quintas, historiador e investigador avileño, en su artículo «Vida, pasión y muerte de Francisco Gonzalo Marín» cuando dice:

«En el prólogo a Los poetas de la guerra José Martí sentenciaba: “El hombre es superior a las palabras. Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abramos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen valor para imitarlos”. Tal parece que esto fue escrito para Francisco Gonzalo Marín […]»

Son muchos los artículos que he leído en ese libro sobre la horrenda muerte de Francisco Gonzalo Marín, todos, con el mismo matiz de desprecio a quienes lo abandonaron a su suerte, enfermo, en medio de la ciénaga. Las páginas señaladas al final de cada cita se refieren al libro que aparece en la bibliografía:

“Es Pachín el propagandista de las causas de Cuba y Puerto Rico en la ciudad de Nueva York, a favor de estas dos islas, últimos reductos del imperialismo español en América; el mártir de la guerra de independencia de Cuba quien, para mayor burla del destino, no logró morir honrado por el plomo de una bala enemiga en pleno combate, como gloriosamente cayó Martí en el frente de batalla, sino abandonado por sus compañeros de armas en medio de las aguas infectas de la ciénaga de Turiguanó, colgando su hamaca de dos ramas de mangle, elevado entre las raíces innobles hundidas en el pantano, acechado por las voraces auras tiñosas, aves de rapiña dispuestas a alimentarse de los despojos de otras vidas, agredido por enjambres de crueles mosquitos formando nubes oscuras y asesinas, portadores de la fiebre amarilla —que años más tarde combatirá con éxito Carlos Finlay—, amenazado por la malaria que se contrae en la putridez del pantano, enemigos más peligrosos y mortales que los soldados españoles atrincherados tras la trocha alambrada en el camino entre Júcaro y Morón.” (Ernesto Álvarez, pp.11-12)

“Y se fue desde Oriente, donde estaba enfermo y triste, con el pleito fulgurante que había que resolver al otro lado de la Trocha, en las fraguas de cíclope del Camagüey, o asiento del gobierno cubano. Más, no quiso irse por otra senda que la deshonor y el combate y así, se unió a una expedición que iba en busca de cero sobre el hediondo vientre del reptil, de putrefacto piélago. Y lo dejaron solo, tan solamente con el pestífero aliento de la traición ajena.
“Cuando al mes volvieron a pasar por el sitio de la infamia, las furias-hombres de la expedición que sólo honran almuerzo, encontraron a éste, en esqueleto, en actitud del honor, con el arma invicta terciada sobre el pecho heroico… ¡Horror!, ¡callemos!, sí, ¡callemos!…” (Enrique Méndez Classen, p. 61)

“Ahora bien: De un modo u otro es lo seguro que atravesando la Ciénaga, en plena manigua cubana, abandonado por sus camaradas, agobiado por la soledad, con la nostalgia de la patria adorable en el corazón y el recuerdo de su familia, entre las que se hallaba su padre su hija, en el alma, devorado por el hambre y la sed, enloquecido por la fiebre, por único lecho la hamaca incómoda, por compañero único el fusil del soldado, cayó par no levantarse jamás le héroe arecibeño que un día, joven aún con la clarividencia del poeta, presintiendo un porvenir lleno de amarguras y dolores, dijo en una estrofa digna de Campoamor: Morir, decir adiós a los que quedan / Es ganar la mejor de las batallas!” (José Limón de Arce, p. 62)

“Fue un crimen… ¡Esperad! Ya veréis. […]


“Marín tiritaba a los accesos de la fiebre mortal que había hecho presa en él.
“Empezó a caminar, temblando de frío, por sobre el enmarañado dédalo de raíces de los manglares de Turiguanó; pero cuando con toda la suma de su esfuerzo había adelantado penosamente un cuarto de legua, realizando el perenne gimnasio de subir, bajar, deslizarse, arrastrarse… ya no pudo más… Sus compañeros, saltando de raíz en raíz, como gorilas en un bosque africano, se acercaron a él, lo colocaron en una hamaca, y cargárosle a cuesta… ¡Pero era imposible! Los movimientos irregulares a que daba lugar la irregularidad de aquel suelo infranqueable, producían tales sacudimientos en el extenuado cuerpo del pobre Martín, que los que querían salvarlo, lo estaban matando. Era preciso unas veces subir un árbol con él cargado; otras era necesario penetrar en el mar. Cruzarlo por entre las raíces, arrastrarlo por entre ramas angulosas y punzantes como zarzas. Aquello era un suplicio horrible. Martín suplicó que colgaran su hamaca en los árboles y que lo dejaran allí. Nadie quiso acceder a ello; pero él insistió, rogó, lloró…!
“—¡Me estás matando! —dijo angustiado—. Dejadme ahora, y volved mañana por mí…!
“Llovía, los mosquitos y los jejenes tenían ya rabiosos a los hombres en fuerza de infiltrarles veneno con sus picaduras: tenían hambre: tenían prisa… al fin dejaron a Marín en su hamaca colgada de dos manglares y prometieron volver por él con gente fresca y auxilios.
“Marín se quedó solo en medio de la isla de Turiguanó. Los accesos de la fiebre que lo minaba hacían temblar los manglares de que su hamaca pendía, y por debajo de él se extendía la red inmensa e impenetrable de las extrañas raíces, que parecían indescifrables jeroglíficos dantescos, negros como la página espantosa de un infierno grabada por Doré. Los enjambres de mosquitos rodeaban la hamaca; los jejenes pasaban a través del tejido de 4lla y prendían en la carne del poeta, que rechinaba los dientes, temblaba, y sostenía la emisión de un suspiro tanto cuanto era larga su calentura.
“Pero al día siguiente vendrían sus compañeros con alimentos y medicinas, frazada y agua… agua limpia, dulce, transparente. Sólo quería ahora el poeta, agua, que se le antojaba néctar; la medicina no le hacía falta; agua, agua, porque su garganta era un volcán, y en el semi delirio de su fiebre recordaba que el agua era dulce, fresca, brillante como diamante líquido, como cristal, pura suave, argentada, vivificadora; tenía el agua transparencias, reflexiones, irisadas, relampagueos deslumbradores; pero sobre todo era pura, límpida, dulce, fresca…
A los compañeros de Martín los reclamó el servicio en otra parte. Y cuando un mes después volvieron a pasar por turiguanó, en la hamaca encontraron su esqueleto, abrazado a su fusil. (Luis Lamarque: “Cómo murió Marín”, julio 27 de 1899) (pp. 85-88)

“Pocas veces durante mi vida de soldado, he sentido un dolor tan profundo como el que hoy viene a herirme despiadado. Cuando me dieron la noticia, relatándome los detalles de su obscura muerte, colgada la hamaca entre dos mangles, sin más horizonte que la ciénega dilatada, devorado por la fiebre y pensando en la tierra nativa, que no había de ver más, cuando me dijeron que el poeta Francisco Gonzalo Marín quedó enterrado en el suelo inseguro y fangoso; cuando el fiel asistente me entregó los papeles del amigo quer9do, indefinible tristeza se apoderó de mi espíritu.

[…]

“Vino a Cuba a buscar
“Coronas para su sien
“Hombres para Borinquén
“Y de su hermano los huesos.”

(Modesto A. Tirado: La muerte del poeta Marín, Cubitas, Camagüey, diciembre 14, 1909) (pp. 88-81)

“Hablando con el soldado de la independencia, Américo Castellano, me preguntó si yo era español.
“—No —le dije— soy de Puerto Rico, hijo de Hatillo.
“Entonces, con ademán entristecido me contestó:
“—El mejor puertorriqueño en la manigua, andaba con nosotros. Era poeta de talento natural; valiente y excelente amigo. Máximo Gómez no le permitió que saliera a operaciones. Lo quería para mandarlo a la junta revolucionaria de Nueva York, tales eran sus méritos con nuestro presidente.
“—¿Sabe dónde murió? —dije.
“—En aquel monte que allí se describe formado de mangles, quedó abandonado, con fiebre y en una hamaca colgada de mangle a mangle. No pudimos continuar con él. Circunstancias de la guerra nos obligaron a dejarle. El comandante Padilla aun está procesado y no puede ejercer cargo público por haberlo abandonado.”
“—¿Y cómo se llamaba?
“—Gonzalo Marín —contestó el soldado.
“Un momento de turbación sentí en mi alma y reprimiendo las lágrimas dejé al informante.
“Ese mártir de la libertad era pariente mío. Su venerable padre se llama D. Santiago Marín y vive en Arecibo. Yo haré lo posible por erigir un modesto monumento a la memoria de tan valiente soldado. […]” (Rafael Molinary: Una carta conmovedora, en La Correspondencia de Puerto Rico, 22 de diciembre de 1908) (p. 99)

Quizás alguien piense que me he excedido con tantas citas acerca de cómo murió este patriota, pero no se me aparta de la mente esa muerte espantosa y que no mereció.

Lápida de mármol enviada por el gobierno de Cuba

El Gobierno de Cuba, un tanto avergonzado y con el fin de demostrar a los puertorriqueños su gratitud hacia aquellos que de ese país lucharon por nuestra independencia, envió una lápida de mármol para que fuera puesta en la calle que llevaría el nombre del poeta y patriota, llamada anteriormente Calle del Rosario. Contenía en su parte superior el letrero de Calle de Francisco Gonzalo Marín, y debajo, en altorrelieve, los escudos de Cuba y de Puerto Rico.



Esta lápida está instalada en el edificio que ocupa el Banco Popular, construido donde estuvo la casa de Santiago Marín —padre de Pachín—,  y en la cual nació el patriota.




Placa ubicada debajo de la que envió Cuba.



En el periódico El Machete apareció un artículo referido a la lápida enviada por el Gobierno de Cuba. Finaliza así:

“Cumpliendo un deber, nos place consignar por medio de éstas líneas, la satisfacción inmensa que ha de rebosar no sólo en los arecibeños que se sienten orgullosos ante el premio que se le tributa a un paisano, sino que también lo sentirán todos los puertorriqueños, pues este honor ha de repercutir en el orbe entero, para dar una prueba que en Puerto Rico como en los demás países del mundo, el amor patio puede crear mártires para que santifiquen la vida, y héroes que iluminen la historia.

“Sólo nos resta enviar en nombre de todos los puertorriqueños la expresión más tierna de nuestra alma al Gobierno que representa la isla hermana, como prueba de gratitud a aquella región de luz y aromas regada por la sangre noble de los Maceos, los Martí, los Gómez e innumerables héroes que fenecieron en holocausto de su patria.

“¡Gloria a los mártires!” (pp. 81-82)

Fotos de las placas: Cortesía de Haÿdée de Jesús Colón y Ernesto Álvarez.

Bibliografía:

Limón de Arce, José: Biografía de Francisco Gonzalo Marín (Dedicada a don Santiago Marín), 131 pp., Casa Paoli del Centro de Investigaciones Folklóricas de Puerto Rico, 2007.

Vida, pasión y muerte de Francisco Gonzalo Marín [Pachín]
2 julio, 2008 por verbiclara
Francisco Gonzalo Marín (Pachín)
En el prólogo a Los poetas de la guerra José Martí sentenciaba: “El hombre es superior a las palabras. Recojamos el polvo de sus pensamientos, ya que no podemos recoger el de sus huesos, y abramos camino hasta el campo sagrado de sus tumbas, para doblar ante ellas la rodilla, y perdonar en su nombre a los que los olvidan, o no tienen valor para imitarlos”.

Tal parece que esto fue escrito para Francisco Gonzalo Marín (1863-1897) anticipadamente, para aquel romántico poeta y periodista boricua que devenido en soldado libertador ofrendó su vida por la independencia de Cuba y Puerto Rico. Marín no ha gozado con la posibilidad de otros y no se ha podido recoger el polvo de sus huesos, pues descansa en un lugar ignoto de la Isla de Turiguanó. Sin embargo, debemos recoger el polvo de sus pensamientos, como manda Martí, para conservar la memoria de este hombre que fuera “rebelde como un bravo a la injusticia y dócil como un niño a la patria”.

Cabe preguntarnos, ¿qué sabemos de este patriota? Intentemos una breve semblanza y demos algunos otros elementos al lector para que se forme un juicio claro acerca de esta atractiva personalidad del siglo XIX antillano.


Francisco Gonzalo Marín Shaw nació en Arecibo, norte de Puerto Rico, el 12 de marzo de 1863, hijo de Santiago Marín Solá y Celestina Shaw Figueroa. Tuvo, que sepamos, otros seis hermano, entre ellos Wenceslao, quien cayera también en nuestra última guerra independista en el oriente de Cuba. Pachín, como la llamaban cariñosamente, no pudo concluir los estudios seminarios por falta de recursos económicos y se hizo tipógrafo para lograr el sustento propio y ayudar a su familia, y de esta manera se vinculó al mundo periodístico que tanta relevancia tendría en su existencia.

Su labor en una imprenta como cajista le permitió publicar un primer libro de versos, Flores nacientes (1884), donde dio rienda suelta a su temprana vocación poética. Por estos años se entusiasma con las ideas del maestro y patriota puertorriqueño Román Baldoriot y de Castro, de corte autonomista, y se convierte en seguidor y propagandista de este y su mensaje, amén que le dedicara el folleto Mi óbolo (1887), el cual contiene los poemas “Mis dos cultos”, “A la asamblea” y “Al sol”. Este mismo año funda en Arecibo el periódico El Postillón, diario que le ocasionaría serios problemas con las autoridades y le conduciría a su primer exilio, en República Dominicana.

En la hermana nación ejerció el magisterio y también enseñó música, pues Marín tocaba muy bien el violín y la guitarra, además de cantar. Publicó acá un cuadro dramático alegórico, titulado 27 de febrero, en homenaje al país dominicano y donde actuó en uno de los papeles el día del estreno. Todo este ambiente parecía inclinarlo hacia una convivencia estable en Santo Domingo, hasta que se produjo el choque inevitable con el tirano de turno, Ulises Hereaux, alias Lilis. Existen varias versiones sobre el incidente, pero narremos brevemente la que parece más verosímil.

Marín escribió un artículo sobre instrucción pública en un periódico local que llamó la atención de Hereaux, el cual deseó conocer al autor por el vivo interés que despertó en él su contenido; ganado el afecto y la confianza del gobernante, ello le sirvió para obtener un cargo oficial, pero al poco tiempo Pachín no se sintió atado por esto y salió en defensa de un adversario del dictador que había sufrido represalias y para eso escribió un trabajo sobre los derechos del pueblo y criticó el carácter despótico del régimen.

Desde luego, esto provocó la furia del tirano quien ordenó la encarcelación de Marín y pasado un tiempo envió a buscarlo, esposado; se cuenta que lo despidió con estas palabras: “En el puerto hay una goleta que va para Curazao, con que… lárguese de aquí”.

De nuevo errante, el patriota boricua tras su paso por Curazao se estableció en Venezuela, ya en 1889, y laboró como cajista en la imprenta El siglo de Caracas, ocasión en que publicó el poema “Emilia” y otras composiciones más. Pero Pachín era celosamente fiel a su destino y convicciones, y no tardó en entrar en conflicto con el tiranuelo local, Raimundo Andueza Palacio, quien decretó su expulsión de Venezuela hacia la isla de Martinica, colonia francesa, junto a otros periodistas críticos de su gobierno. Se afirma por algunos que un soneto dedicado a Andueza fue el detonante de su salida de este país, soneto que concluye de esta manera: “Cuida, pues, adulado corifeo, / de que el poder o el bajo servilismo / de juez acaso te conviertan reo”.

En 1890, luego de sus amargas experiencias antillana y sudamericana, regresó a Puerto Rico y reanudó la publicación de El Postillón, en su segunda época; ello le acarreó una difícil situación política y tuvo que partir en secreto de su amada isla en agosto de 189l con destino a Boston, Estados Unidos. Antes dejó una carta pública titulada “A mis jueces y mis amigos” donde aclaró las causas de la partida precipitada de Borinquen.

En el exilio norteamericano se unió a la Junta Revolucionaria de Cuba y Puerto Rico, publicó por tercera ocasión El Postillón (1891-1892) y sacó a la luz su libro Romances (1892), con prólogo de su compatriota Modesto Tirado, y cinco narraciones en La Gaceta del Pueblo (1892). Son estos los intensos años en que conoció a José Martí y enseguida mostró empatía con el prócer cubano, al extremo que se desempeñó como secretario del notable Club Borinquen, afiliado al Partido Revolucionario Cubano, y colaboró con cierta asiduidad en Patria.

A partir de 1893 vive por poco tiempo en Haití, donde fracasa un negocio que allí regenteaba, pero a pesar de todo tuvo bríos para fundar un club revolucionario; de vuelta a Nueva York se enteró de la caída en la manigua de su entrañable hermano Wenceslao el 29 de abril de 1896, y este dolor lo impulsó a incorporarse a la guerra de Cuba, lo que hace saber a su padre en emotiva carta. Enrolado en la expedición al mando del general Rafael Cabrera, que partiera de las costas de Georgia y desembarcó en Nuevas Grandes, Nuevitas, en el mes de agosto de 1896, entramos así en la última etapa de la fecunda y agitada vida de Francisco Gonzalo Marín.

Nos interesa, no obstante, antes de ubicar a Marín en la guerra dilucidar un polémico asunto, y que no es otro si fue él autor de la bandera de Puerto Rico. Son varios los patriotas a quienes se les atribuye este alto honor, tales como Manuel Besosa y Antonio Vélez Alvarado, pero existe una carta de Juan de Mata Terreforte, vicepresidente de la Sección Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano que inclina la balanza hacia nuestro Pachín Marín. Esta esclarecedora misiva afirma:

La adopción de la bandera cubana con los colores invertidos me fue sugerida por el insigne patriota Francisco Gonzalo Marín en una carta que me escribió desde Jamaica. Yo hice la proposición a los patriotas puertorriqueños que asistieron al mitin de Chimney Hall y fue aprobada unánimemente.

Fue Terreforte un testigo único y patriota probado, capaz de aclarar este embrollado asunto, pues a sus altas responsabilidades en la Sección Puerto Rico del PRC y el Club Borinquen, téngase en cuenta que fue la persona designada para realizar la propuesta de adoptar como enseña puertorriqueña la bandera cubana con los colores invertidos en el trascendental acto mencionado, por lo que no deben quedar dudas acerca de la autoría de Marín.

Volvamos al romántico luchador boricua ya inmerso en la guerra independentista de Cuba, sabemos que luego del desembarco primero se unió al gobierno de la República en Armas y más tarde al Cuartel General de Máximo Gómez. En campaña no solamente cumplió sus deberes militares —alcanzó el grado de alférez o subteniente—, sino que se desenvolvió como corresponsal de guerra para La doctrina de Martí, publicación decenal que editara en Nueva York el íntegro Rafael Serra. De estos momentos contamos una descripción suya hecha por un compañero de armas quien le conoció entonces:
Rostro al cielo en una hamaca que se mecía un hombre de piel cetrina, cabeza rapada, feo de cara y escaso de carnes, que parecía interrogar al firmamento sobre su futuro destino acaso; después de mirarnos, volvió indiferente a sus meditaciones…

Marín, como reconoció en una de sus colaboraciones a Serra, escribió versos que le solicitaban, además de los que surgían por propia inspiración, y también animó veladas literarias de campamento. Junto con Gómez cruzó la Trocha de Júcaro a Morón en diciembre de 1896 y operó en la primera fase de la extraordinaria Campaña de La Reforma. Sin embargo, enfermo de paludismo, el mismo Generalísimo orientó que pasase de nuevo la Trocha y se encaminara hacia el Camagüey para mejorar su quebrantada salud. Otro motivo, no menos importante, lo guiaba en su traslado: unirse a un proyecto ambicioso de invasión a Puerto Rico que se preparaba.
En un rincón ignorado de Turiguanó están los restos de Pachín Marín.
Mucho se ha comentado sobre su trágico final en Turiguanó, cuando exhausto pidió a sus compañeros que lo dejasen para no entorpecer al resto del grupo en su intento de burlar el famoso enclave militar. En una hamaca colgada entre dos yanas fue colocado y allí murió de fiebres en noviembre de 1897 según se supone. Tiempo después una partida insurrecta encontró su cadáver y le dio sepultura, señalizando el lugar de su tumba. Murió en suelo cubano como había anunciado en sus versos, “luciendo el emblema de la tierra de Martí”.

Tras su muerte sus pertenencias fueron entregadas a su amigo Modesto Tirado, el que se ocupó de preparar su último libro de poesía, póstumo desde luego, genuina literatura de campaña. En la arena, lo tituló muy oportunamente Tirado. Publicado en plena manigua, en la imprenta de El Cubano Libre, en los montes de oriente, consta de 15 poemas. Aquí encontramos versos dedicados a Martí, Gómez y varios compañeros más de lucha, a su padre, y en sentido general prima el contenido patriótico, uno de ellos, titulado “El emisario” es muy significativo porque aborda un tema que más tarde hará célebre el peruano César Vallejo en su poema “Masa”.

En fin, estamos frente a un libro que retrata de cuerpo entero, y en espíritu, a un poeta romántico y rebelde, y también a una época heroica de la patria. Ojalá se pueda reeditar algún día, junto a sus mejores colaboraciones periodísticas, para orgullo de cubanos y puertorriqueños. También debemos perseverar para que puedan encontrarse sus restos amados, o al menos el sitio aproximado, y erigir allí un monumento digno a donde acudir, como pedía Martí, para perdonar en su nombre a los que lo olvidaron o no han tenido el valor de imitarlo.

José Gabriel Quintas, historiador e investigador avileño

https://verbiclara.wordpress.com/2008/07/02/vida-pasion-y-muerte-de-francisco-gonzalo-marin-pachin/



SALVADOR BRAU [17.699] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

SALVADOR BRAU

Salvador Brau (Cabo Rojo, Puerto Rico, 11 de enero de 1842 - San Juan, 5 de noviembre de 1912) fue un escritor, político e historiador puertorriqueño.

Luego de recibir su educación elemental, empezó a trabajar como dependiente y auxiliar de escritorio de una firma comercial, quedando a la muerte de su padre como jefe de una familia de cinco hermanos a los cuales debía mantener. Sin embargo y a pesar de sus grandes dificultades económicas el joven siguió desarrollando su intelecto, dedicándose a la lectura en sus momentos libres. Es así que obtiene una educación autodidacta y ya a los 16 años escribía versos y dirigía una sociedad teatral.

Con sus amigos fundó en Cabo Rojo el «Círculo Popular de Enseñanza Mutua», donde se daban clases de idiomas y materias de carácter científico. A los 23 años Salvador Brau era secretario de la Junta de Instrucción de su pueblo y colaboraba en la prensa de San Juan. En 1873, bajo el Gobierno de la Primera República Española, era Síndico del Consejo Municipal.

Su primer drama Héroe y Mártir, inspirado en la historia de los Comuneros de Castilla, se estrena en Cabo Rojo en 1871 y luego se representa en Mayagüez y otros pueblos de la isla. El éxito de la obra le induce a escribir dos obras adicionales: De La Superficie al Fondo y La Vuelta al Hogar. En adición sus poesías están recopiladas en el poemario Hojas Caídas publicadas en las postrimerías de su vida.

En 1865 contrae nupcias con Encarnación Zuzurregui y en 1880 se traslada hacia San Juan con su familia para ejercer el cargo de Cajero de la Tesorería. Al mismo tiempo colaboraba en la prensa de la capital y es más tarde jefe de redacción de El Agente, donde sus campañas liberales le indisponen con el Gobernador quien lo cesa de su cargo. Adquiere entonces El Clamor del País desde el cual prosigue difundiendo sus ideas de avanzada. En 1889 es elegido Diputado Provincial por Mayagüez y se le reelige como Secretario General del Partido Autonomista. Por motivo de las cercanías del Cuarto Centenario del Descubrimiento, Brau se traslada a España en 1894, comisionado por la Diputación Provincial para hacer investigaciones sobre Puerto Rico en el Archivo de Indias en Sevilla.

Regresa en 1897 y el Gobierno Autonómico lo nombra Jefe da las Oficinas de Aduana. Desde 1903 hasta su muerte desempeñó el cargo oficial de Historiador de Puerto Rico.

Trabajos

Sus libros constituyen un importante aporte al estudio de la historia de Puerto Rico:

Puerto Rico y su historia (1892)
La colonización de Puerto Rico (1903)
Historia de Puerto Rico (1904)
La fundación de Ponce (1909)



Este poeta, autor dramático, historiador y periodista eminente, nació en el pueblo de Cabo Rojo el día 11 de Enero de 1842. Era su padre natural de Cataluña, y su madre pertenecía á una familia venezolana, de las que emigraron á Puerto Rico durante la guerra de la independencia de aquel país.

Cursó en Cabo Rojo la instrucción primaria y tuvo la fortuna de que fuera su maestro don Ramón Marín, educador inteligente, y entusiasta publicista más tarde, que figura en la presente Antología. El talento de Salvador fué despertándose con las acertadas lecciones del maestro, y hacía ya versos y componía discursos á los 16 años.

No era muy holgada la situación económica de sus padres, y Salvador se dedicó al comercio en calidad de dependiente y auxiliar del escritorio, al terminar su instrucción elemental.

La lectura asidua en las horas de descanso y el estímulo de los pocos que entonces triunfaban aquí en el arte literario, fueron influyendo en la mente de Brau, y fomentando en él anhelos de triunfo. Poco más de veinte años contaría cuando emprendió la composición de un drama basado en la revolución de los Comuneros de Castilla, en tiempo del Emperador Carlos V. Terminada esta obra, se hicieron de ella varias representaciones en el teatro de Cabo Rojo, en el de Mayagüez y en algunos otros de la isla, y el joven autor recibió entonces su primer bautismo de aplausos. La obra estaba bien versificada, y estaban escritas con vigor dramático las principales escenas. Si no era un triunfo definitivo, era el indicio de que aquel joven podía dar días de gloria á las letras de su país.

Dió después otras dos obras á la escena, desde Cabo Rojo,[237] tituladas De la superficie al fondo y La vuelta al hogar, drama este último de profunda emoción y de escenas vigorosas é interesantes; pero era ya muy estrecho el círculo de aquel pequeño pueblo de la costa para la creciente capacidad literaria de Salvador Brau, y varios amigos suyos le indujeron á trasladarse á San Juan, facilitándole el camino.

Y aquí, en la capital de la isla, llegó á su plenitud el talento literario y político del joven caborrojeño. Ingresó en el periodismo de combate, fué redactor de El Agente, de El Clamor del País, y de El Asimilista; colaboró en El Buscapié y en la Revista Puertorriqueña, y en todas estas publicaciones dejó impresa la garra de león de su dialéctica formidable, y de su vigor mental de pensador y de polemista. Luchó siempre en favor de las reformas liberales de su país, demostrando su amor á España, á la que se sentía unido por los lazos de la sangre, del idioma y de la tradición.

Publicó también algunos estudios sociales, libros y folletos, como Las clases jornaleras, premiado en un certamen del Ateneo; La campesina, La herencia devota, y un hermoso ensayo de novela rural, titulado La pecadora.

Llevóle de nuevo al teatro su afición á la poesía dramática, y produjo entonces su mejor obra de este género, Los horrores del triunfo, una de las más bellas y valientes dramatizaciones de las sangrientas vísperas sicilianas.

Dió luego una serie de conferencias sobre historia de Puerto Rico, en las que demostró notable aptitud para los estudios de crítica histórica, y que más tarde reunió en un volumen titulado Puerto Rico y su Historia.

Hacia el año 1894 la Diputación Provincial de Puerto Rico, ganosa de contribuir al acopio de materiales autorizados y verídicos para depurar y continuar la historia de su país, comisionó á Salvador Brau para que investigara con este objeto los archivos españoles llamados de Indias, donde existe la riqueza mayor de datos históricos sobre Puerto Rico. Dando cumplimiento á esta comisión permaneció Brau[238] en la capital de Andalucía cuatro años, escogiendo y copiando preciosos manuscritos, hasta que las reformas autonómicas convirtieron la Diputación Provincial en Cámara Insular Legislativa.

Esta permanencia de Brau en aquella rica fuente de historia americana y en aquel fecundo ambiente literario, dióle á su talento una firme orientación hacia la cual había demostrado ya frecuentes inclinaciones. La investigación y la crítica histórica fueron desde entonces sus ocupaciones preferentes.

En 1903, siendo administrador de la Aduana de San Juan, publicó una Historia de Puerto Rico para las escuelas que, compendiada y sencilla, como para uso de niños, es todavía la mejor que hasta ahora se ha escrito acerca de este país. Tres años después publicó la Historia de los cincuenta primeros años de la conquista y la colonización de Puerto Rico, patrocinada por el Casino Español de San Juan, y cuando se hallaba ya muy enfermo y paralítico, publicó en un volumen sus poesías líricas con el título de Hojas Caídas, en el que figuran sus hermosos poemas Patria y Mi camposanto, laureados y juzgados con gran elogio por famosos literatos de España.

Las Cámaras Legislativas de Puerto Rico le nombraron Cronista oficial, con una modesta asignación, que le sirvió para mantenerse, ya valetudinario, en los últimos años de su vida, y falleció el día cinco de Noviembre de 1912.

Su obra como periodista fué noble, magistral y valiente; como poeta dramático figura á la cabeza de los que hasta hoy han cultivado este género en el país; como poeta lírico era correcto, grave, de inspiración robusta y enérgica, por lo que se dijo de él que era la cuerda de bronce de la lira portorriqueña, y como historiador fué justo, severo, muy diligente y escrupuloso en la investigación de la verdad.

Dejó sin publicar una voluminosa compilación de documentos interesantes para la historia de Puerto Rico.

Sus amigos y admiradores tratan de erigir un monumento[239] que honre y perpetúe la memoria de este ingenio meritísimo ante las generaciones venideras.




¡PATRIA!

Las leyes de las sociedades humanas sólo pueden establecerse ajustándolas á la Naturaleza.

Bernardino De Saint-Pierre.

¡Bien lo recuerdo, sí, que en mi memoria,
cuanto agravio mayor la edad agrega
más viva alienta mi infantil historia!

Así como en la ruina solariega
arraiga más tenaz la parietaria
á medida que el muro se disgrega.

Transida como débil procelaria,
el alma busca puerto sosegado
donde calmar la agitación voltaria,

y del nido en el soto abandonado
al respirar de nuevo la terneza,
palpita el corazón vigorizado.

Cuando á merced de lánguida tristeza,
en labor incansable, el pensamiento,
revive de aquel nido la belleza,

del labio paternal el puro acento
paréceme que vibra en mis oídos
como los ayes hondos de un lamento.

—"¡Patria!—escucho decir á esos gemidos—
"Siento helarse la sangre de mis venas,
"de tu sol sin los rayos bendecidos."

"¡Patria, que el alma con tu nombre llenas,
"dame que vuelva á tu región hermosa
"á cavar mi sepulcro en tus arenas!"

Y, á compás de esa queja dolorosa,
el llanto resbalaba en su mejilla
salpicando mi frente candorosa.

Movido el sentimiento á maravilla,
—¿Qué es Patria, padre, que llorar te hace?
del labio inquiere la expresión sencilla:

y un suspiro y un beso, en dulce enlace,
aun siguen repitiendo en mi conciencia:
—"¡Hijo, Patria es la tierra en que se nace—!"

_

La flor primaveral de mi inocencia
estivo rayo marchitó inclemente,
y me llamó al combate la existencia.

Entusiasta ambición quema mi frente;
la libertad mis sueños engalana;
bríndame la razón su luz potente.

Amor de Patria mi sentir afana.
Patria reclamo; y una voz severa,
mostrándome en ceñuda barbacana

el oro y gules de triunfal señera,
—"¿Patria buscas?—me dice—Es el derecho,
y su símbolo guarda esa bandera."

Al recuerdo filial deja maltrecho
de la docente fórmula el mandato,
y el áspid de la duda muerde el pecho.

De la enseñanza la expresión acato;
mas si es la Patria el pabellón glorioso,
¿por qué de la nostalgia el hielo ingrato,

trayendo á la memoria el lar dichoso,
al noble ser que me infundió la vida
arrancaba un quejido fatigoso?

¿Por qué volver el ánima afligida
al espejismo de nativa aldea,
ya del regreso la ilusión perdida,

si esa bandera que en el aire ondea
todo el perfume de la Patria vierte,
y es Patria igual la tierra que sombrea?

¿Á qué rendir, medroso, el pecho fuerte
del anciano colono sin ventura,
la visión espantable de la muerte

que ofrece tierra extraña á su envoltura,
si ha de amparar la Patria los despojos
cubriendo el pabellón la sepultura?

¡Cuanto de luz más ávidos antojos
agitan el cerebro en lucha interna,
más crecen del problema los enojos!

¿Pudo acaso mentir la voz paterna...?
¿Patria es la tierra donde nace el hombre,
ó el régimen no más que le gobierna...?

_

¡Necio...! ¿No quieres que el error te asombre
—murmura en el espacio nuevo acento—
y así reduces la extensión de un nombre?

¿Por qué atar á una roca el pensamiento,
si al dar vida el Creador á la criatura
le trazó todo el orbe por asiento?

¡Sublime tradición...! No en noche obscura
se ocultó su destello, revelado
de materna piedad por la dulzura.

¡Padre...! ¡el soplo vital de lo creado!
¡Humana raza...! ¡fraternal familia!
¡Patria...! ¡el planeta con sudor regado!

Mas si en esa trilogía se concilia
del humano consorcio el mecanismo,
¿cómo el coraje sanguinoso auxilia

la aspiración fatal del egoísmo,
que en fragmentos la tierra subdivide
y abre para arrojarlos hondo abismo?

Si la extensión de Patria el globo mide,
¿por qué al estruendo del clarín de guerra
que, en nombre del honor, ¡Venganza! pide,

por el imperio de un girón de tierra
odio y saña despliegan los humanos
como los tigres que la Hircania encierra?

¡Derecho...! ¡Humanidad! Conceptos vanos
no entrañan esos nombres luminosos,
de la historia social en los arcanos.

Multiplica sus frutos provechosos
de la higuera de Adán la cepa erguida
que halló en un tallo gérmenes copiosos;

pero borrad las cuencas en que anida,
quitad la tierra donde el tallo crece:
si no arraiga la planta, ¿tendrá vida?

Al hombre el Hacedor el globo ofrece,
mas también dió al león la selva obscura,
y su grito el Moncayo no estremece.

Al ananás el trópico madura,
en el mar la madrépora vegeta,
tiñe el liquen los Alpes de verdura,

y, en la vital corriente del planeta,
cada zona su fuerza circunscribe
á la cósmica ley que la sujeta.

La humanidad el límite proscribe;
mas, por mucho que extienda su ramaje,
de un tronco el árbol médula recibe.

Bajo albergue de rústico atalaje
que el dulce rayo del amor caldea,
se agrupa con sus hijos el salvaje.

Cuanto el circuito del hogar rodea,
el bruto, el vegetal, la dura roca,
todo avasalla provechosa idea.

El brazo empeño colosal provoca,
ley augusta el combate santifica,
la voluntad obstáculos sofoca,

el dominio sus lindes amplifica,
y con la actividad del señorío
de tal modo el señor se identifica,

que llama suyos el volcán bravío
del mugidor torrente la cascada,
el confuso rumor del bosque umbrío,

ambiente, nube, flor embalsamada,
lujosa esplendidez del firmamento,
del sol la omnipotente llamarada,

y con el trueno de huracán violento
enlaza el beso plácido del hijo
y el afán de su propio pensamiento.

Así de Patria la noción, colijo
que germinó del hombre en la conciencia
á los embates de luchar prolijo.

Esa es la Patria: terrenal esencia
que infunde las primeras sensaciones
al dar jugo inicial á la existencia.

No de un predio la acotan los rincones,
que su potencia misteriosa aduna,
de raza con las viejas tradiciones,

los fantásticos sueños de la cuna,
y, á su nombre, en el ánimo encadena
la ciega veleidad de la fortuna,

ambición y poder, ventura y pena,
del amor el purísimo embeleso,
de la mente y el brazo la faena,

necesidad, evolución, progreso,
altar, familia, leyes, sepultura...
¡de la humana labor todo el proceso!

¡Así la Patria en la razón fulgura!
Guardada en opulento relicario,
culto recibe de filial ternura.

Si al solemne reposo del santuario
osa llegar, con mano arrasadora,
de usurpación el ímpetu nefario,

estalla el pecho en furia aterradora,
y como fiera que en letal demencia,
su prole por salvar, ruge y devora,

se exalta del patriota la vehemencia,
y oro y goces y sangre sacrifica
ante el ara de augusta independencia.

No el concepto preciado se duplica
de profusa oblación en el incienso:
con la tierra el derecho se complica,

como del cosmos en el giro inmenso,
el providente espíritu destella
del organismo físico en lo intenso.

Guarda el terruño el hierro que lo huella,
alientan en la flor tinte y perfume,
y es la atmósfera vida de la estrella.

_

¿Qué escucho murmurar...? ¿Que no resume
tierra y derecho, la excepción ingrata
que al suelo patrio la colonia asume?

Esa objeción que el círculo dilata,
muéveme á recordar la herida artera
que la nostalgia paternal desata.

Por eso niega mi razón austera
que de Patria el exacto simbolismo
se encierre en el blasón de una bandera.

Surca la nave proceloso abismo,
en el mástil llevando el oriflama
que fronteras señala al patriotismo:

en convulsión sañuda el ponto brama,
sacude el viento la gallarda entena,
surca el espacio sulfurosa llama,

y, al fin, halla el bajel tumba de arena.
La tempestad que la bandera abate,
el confín de la Patria no cercena;

Mas si, de guerra al bárbaro acicate,
del terruño un fragmento se desprende,
botín ó represalia de combate,

por más que, ileso el pabellón, extiende
en derredor su sombra bendecida,
rayos de indignación el pecho enciende,

al ver la Patria desmembrada, herida,
como raudo cóndor, que, el ala rota,
se precipita en fúnebre caída.

Puede el ardor febril que al hombre azota,
esa insignia que en timbres resplandece
triunfante desplegar en tierra ignota.

Con la conquista la heredad acrece;
pero al efluvio de la tierra extraña
no el nativo abolengo palidece:

del héroe vigoriza la campaña
el beso de la Patria, perfumoso,
que laurel inmortal guarda á su hazaña.

Así ¡Patria!, en gemido doloroso,
clamar pudo el colono sin ventura
al amparo del lábaro glorioso.

Así puede de Patria la estructura,
que á la tierra natal une el derecho,
quebrantarse al poder de la natura.

_


No el dardo suspicaz vibre en acecho.
Nací colono; mas la sangre fiera
á que brindan mis venas cauce estrecho

la heredé con mi nombre y mi bandera.
Esa triple divisa hereditaria
herrumbre corrosiva no tolera.

Yo quiero que en mi tumba solitaria
la cruz, que al nombre maternal va unida,
recoja de mis hijos la plegaria,

formulada en la lengua esclarecida
que, de cultura al verbo prodigioso,
estremeció la América escondida.

Yo espero que mi fúnebre reposo
ampare con su sombra esa bandera
que dió á mi cuna pabellón hermoso,

y que, al soplo de brisa placentera,
muestra ufana el ibérico linaje
que el polvo de los siglos no vulnera.

Tributo á esos emblemas vasallaje.
Mas ¡Patria! he de llamar, en tanto viva,
con el vehemente paternal lenguaje,

á la encantada Boriquén nativa,
que encendió con su sol mis ilusiones,
que las cenizas de mi hogar cautiva,

que entraña en su vigor mis afecciones,
y con el jugo de mi carne muerta
ha de nutrir sus ásperos terrones.

Hijo del siglo, mi razón abierta
ofrezco á la sanción cosmopolita
que del progreso la virtud concierta.

¡Fraternidad universal! me grita
la ciencia en sus arranques soberanos.
¡La aurora avanza de esa luz bendita!

Pero mientras los ímpetus tiranos
de expoliación y odio no concedan
todo el globo por Patria á los humanos,

á mis labios dejad que, libres, puedan
Patria llamar á la región querida
donde en goces de amor las horas ruedan;

donde la paz fructífera se anida
bajo el regio dosel de los palmares,
en que repite el aura embebecida,

como intensa oración de los hogares,
del trabajo el exámetro estridente,
perfumado por lirios y azahares,

cortado por el ritmo persistente
de un mar que copia en su cristal sereno
el zafiro de un cielo trasparente.

_

¡Esa es mi Patria! De verdura lleno,
un risco que á la errátil golondrina
abrigo, amor y pan brinda en su seno.

¡Esa es mi Patria! Concha peregrina
que en su regazo recogió mi cuna
al instable vaivén de onda marina.

Enlazada mi suerte á su fortuna,
fué su amargo sufrir mi sufrimiento,
nuestra sed de justicia sólo una.

En su amor se templó mi sentimiento,
y al culto de su gloria y su grandeza
erigió mi razón un monumento.

Sí; yo anhelo que luzca su belleza:
no cual inverecunda cortesana
que arroja al lodazal su gentileza,

ni así como odalisca, flor liviana
de uno en otro serrallo trasmitida,
gaje ó juguete de opresión villana.

La quiero entre los pliegues guarecida
de esa insignia que trajo á sus riberas
el numen de cultura bendecida;

mas no aherrojada en cárceles severas,
ni herida por torpeza desdeñosa
ni desangrada por pasiones fieras.

La quiero ver, matrona vigorosa,
mostrando en el festín de sus mayores
de virtudes diadema primorosa;

uniendo su dolor á los dolores
que un ¡ay! arranquen al materno pecho;
al honor nacional rindiendo honores;

Libre, alzando su voz por su derecho,
en el íntimo pacto de familia,
de sus amantes hijos en provecho.

¡Así quiero á mi Patria! Así concilia
su lealtad, su reposo y su grandeza
la fe consoladora que me auxilia!

Así de Boriquén cedo á la alteza
toda la sangre que en mis venas corre,
todo el fuego que exalta mi cabeza.

Favor no busco ni ambición me acorre.
Ni laurel de la Patria es necesario;
que harta dicha obtendré, si me socorre

un rayo de su sol como sudario,
en su peña por tumba una hendidura,
y por salmo piadoso, funerario,
el himno redentor de su ventura.











MANUEL MARÍA SAMA [17.700] Poeta de Puerto Rico

$
0
0

MANUEL MARÍA SAMA

Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el día 22 de Mayo de 1850, y allí recibió la instrucción primaria.

Cuando Sama crecía, era Mayagüez una de las poblaciones más literarias de Puerto Rico. Su proximidad á Santo Domingo, en donde había ya en aquel tiempo propensión á las revueltas políticas, hacía que afluyeran allí los personajes desterrados ó emigrados temporalmente de aquella República, y entre ellos solían venir publicistas, poetas y profesores de enseñanza, que contribuían á mantener y propagar entre los mayagüezanos el amor á las letras.

Empezó á florecer allí hacia el año 65, cuando Sama tenía quince años, una juventud literaria inteligente y no exenta de entusiasmo. Freyre, Bonilla, José María Monge, Bonocio Tió, y algunos más, publicaban en un periódico local artículos y poesías, y Brau empezaba á manifestar su afición á las letras desde el cercano pueblo de Cabo Rojo.

Sama entró desde muy joven en el movimiento literario que le rodeaba. Poseía un temperamento poético exquisito y una gran delicadeza de sentimiento. Por la pureza de sus afectos y la elegancia y aliño de su dicción, parecía un espíritu femenino en cuerpo varonil. No gustaba de la sátira ni de riñas literarias, ni tampoco era aficionado á las luchas políticas, aunque fué siempre un consecuente liberal. Agitaba solamente las ideas generosas sin contradecir á nadie, y le entusiasmaban los actos de cultura y las cosas bellas. Fué siempre un cooperador decidido de las acciones nobles y benéficas.

En unión de su buen amigo Monge, publicó la notable colección de Poetas Puertorriqueños; escribió un buen número de composiciones poéticas, muy estimables por su dulzura y elegancia; escribió y publicó un drama sentimental, titulado Inocente y Culpable, de escenas emocionantes y de hermosos versos; una disquisición histórica sobre el viaje de Cristóbal Colón á Puerto Rico, y una loa en verso relativa al descubrimiento de América. Obra suya fué también una interesante Bibliografía Portorriqueña, laureada en certamen público del Ateneo.

Fomentó una familia muy en armonía con su propio carácter dulce y con sus gustos delicados, y vivía en perpetuo idilio.

Hacia la edad de cincuenta años se sintió enfermo, y vivió una temporada con su familia en las amenas alturas de Aibonito. Más tarde se trasladó á San Juan, en donde fué electo presidente del Ateneo, cargo que desempeñó con inteligencia, actividad y buen éxito.

Vivió siempre de su trabajo personal, fué muy estimado entre los hombres de letras, y entre lo más culto y distinguido de la sociedad portorriqueña.

Falleció en Miramar, San Juan, el día 5 de Abril del presente año.

La siguiente poesía suya es una de las más celebradas por su ternura y sentimiento, y una de las que da más aproximada idea de su estilo y de su complexión literaria:



DESDE EL MAR
Á mi madre



¡Madre!, deidad tutelar
de mi purísimo amor,
oye el humilde cantar
que da a las brisas del mar
el errante trovador.

Oye del dulce instrumento
las plácidas barcarolas
que, en alas del sentimiento,
mezcla a las notas del viento
y el murmullo de las holas.

Para cantarte, lugar
digno me ofreció mi anhelo;
lejos de mi patrio hogar,
asunto me brinda el mar
y cubre mi frente el cielo.

Aquí la mente adormida
despierta, y sube hasta Dios;
aquí el amor nos convida;
aquí, madre de mi vida,
debemos hablar los dos.

Hoy que mi tierra adorada
se pierde en el horizonte,
y en vano ansiosa mirada
busca la cumbre elevada
del más elevado monte.

Hoy que en brazos del dolor
miro con el corazón deshecho,
y te llamo en derredor...
comprendo todo tu amor
que guardo dentro del pecho.

¿Y cómo madre, no amarte,
y eterno culto rendirte,
y templo en el alma alzarte,
y como a Dios adorarte,
y como a Dios bendecirte,

Si eres tu el ángel divino
que cubres de hermosas flores
las zarzas de mi camino,
tú el astro de mi destino,
tú el amor de mis amores?

¡Ah! Si en mi pecho encendiste
de la patria el fuego santo,
tú la inspiración me diste,
y amorosa recibiste
de mi lira el primer canto.

Tú el honor me hiciste amar,
la caridad ejercer,
y la virtud despertar...
¡Tú me enseñaste a rezar,
tú me enseñaste a querer!

¡Mil y mil veces bendita,
sea la madre dulce y tierna,
que deja en el alma escrita
una ventura infinita
con una esperanza eterna!

La que de mortal herida
con besos el dolor calma,
y gozosa y sonreída,
nos da la mitad de su vida
y la virtud despertar...

¡Bendita la que atesora
bienes de eterna belleza,
que luz de los cielos dora,
y que por nosotros llora,
y que por nosotros reza!

¡Ah madre!, a nada en mi anhelo,
puedo mi amor comparar:
miro el mar... al eter vuelo...
y es más inmenso que el cielo,
y mas profundo que el mar.

Amor, que luz deja en pos
como la noche rocío;
tan grande, que sólo dos
podemos guardarlo: Dios,
y un corazón como el mío.

No importa que suerte impía
de tus brazos seductores
me arrebate, madre mía;
siempre serás mi poesía
y el amor de mis amores.

Siempre las plácidas brisas,
del hijo que adoras tanto
y que hoy ¡triste! no divisas,
te llevarán las sonrisas
y el perfume de su llanto.

Y si la mar irritada,
rompiendo el alma en pedazos,
me ofrece tumba ignorada,
sin contemplar tu mirada,
sin reclinarme en tus brazos;

No por el bien que yo adoro
abrigues, madre, temor,
enjuga el amargo lloro,
que yo salvaré el tesoro
de mi purísimo amor.







CECILIO APÓSTOL [17.701] Poeta de Filipinas

$
0
0

Cecilio Apóstol

Cecilio Apóstol (Manila, 22 de noviembre de 1877 - 8 de septiembre de 1934) fue un periodista y poeta español y filipino de lengua española, nacido de humilde cuna. A pesar de esto realizó el bachiller en el Ateneo Municipal de Manila y estudió Derecho en la Universidad de Santo Tomás.

Trabajó también como periodista para el periódico revolucionario “La Independencia” y otros como “La Fraternidad”, “La Unión”, “El Renacimiento” y “La Democracia” durante los primeros años de la ocupación norteamericana. Fue miembro de la Academia Filipina.

Obra

Debido a la modestia innata en él, no quiso publicar una colección de sus poesías, que eran abundantes, y fue suerte de la posteridad, el que Jaime C. de Veyra coleccionase sus versos y los publicase en el poemario titulado Pentélicas.

Pentélicas, pinta paisajes con imágenes vivas. Al leer sus poesías, el lector tiene la impresión de ver una serie de fotos o una película documental.


A RIZAL

(EN EL SEGUNDO ANIVERSARIO DE SU FUSILAMIENTO)

¡Héroe inmortal, coloso legendario,
emerge del abismo del osario
en que duermes el sueño de la gloria!
Ven. Nuestro amor, que tu recuerdo inflama,
de la sombrosa eternidad te llama
para ceñir de flores tu memoria.

Esta es la fecha, el día funerario
en el cual el tirano sanguinario
te hizo sufrir el último tormento,
cual, si al romper el ánfora de tierra,
la esencia que en el ánfora se encierra
no hubiera, acaso, de impregnar el viento.
¡Cuánto te debe el pueblo! En tu calvario
eras ayer el astro solitario
que alumbraba los campos de batalla,
la dulce aparición, rizo del cielo,
que infundía a los mártires consuelo,
valor al héroe y miedo a la canalla.

¿Quién no sintió huídas sus congojas
repasando tu libro en cuyas hojas
la popular execración estalla?
Hermanando la mofa y el lamento,
vibra, encarnado en su robusto acento,
el silbo agudo de candente tralla.

Quizás en tu ostracismo voluntario
juzgabas que era un sueño temerario
manumitir nuestra oprimida raza;
mírala hoy: es virgen arrogante
que, con la augusta libertad, tu amante,
en un amplexo fraternal se enlaza.

Caíste como fruta ya amarilla,
pero cayó contigo la semilla.
Ya es una planta vigorosa; el germen
ha medrado en el surco de la senda,
y libres ya de la mortal contienda
bajo su sombra tus hermanos duermen.

¡Duerme en paz en las sombras de la nada,
redentor de una patria esclavizada!
¡No llores, de la tumba en el misterio,
del español el triunfo momentáneo,
que si una bala destrozó tu cráneo,
también tu idea destrozó un imperio!

¡Gloria a Rizal! Su nombre sacrosanto,
que con incendios de Thabor llamea,
en la mente del sabio es luz de idea,
vida en el mármol y en el arpa canto.

El enjugó de nuestra patria el llanto;
su verbo fué la vengadora tea
que encendió, en el fragor de la pelea,
los laureles de Otumba y de Lepanto.

Reverénciale, ¡oh pueblo redimido!
Llanto del corazón vierte afligido
por el amargo fin del gran patriota.
Y hoy que en los aires la tormenta zumba,
¡no salga ni un quejido de su tumba
al verte, oh pueblo, nuevamente ilota!

30 Diciembre 1898.



A EMILIO JACINTO

Patriota: en los tiempos de ingratos estudios y audaces
locuras, y dulces visiones de rostros fugaces
con rezos y risas en labios de ingenuo carmín,
hermético fuiste al amor y su gaya conquista.
Lo raro anidaba en tu airosa melena de artista,
y raras orquídeas poblaban tu austero jardín...

En odio implacable a todo lo inicuo y nefario,
tu mente inflamaba una arenga del nuevo Brumario
o un trozo del «Noli»; adorabas a Ibarra y Danton
y amabas lo antiguo. La edad patriarcal y de oro
del pristino régulo, tuvo en tu verbo sonoro
la clara justeza de amada y distante visión.

Espíritu prócer, sensible al poético encanto,--
que a veces es ritmo y a veces es flor,--de tu canto
aun queda el recuerdo sonoro en el aire natal;
aun vibra y contagia el patriótico ardor de tus versos,
y muestra tu limpia versión el claror de los tersos
diamantes que enjoyan el «Ultimo adiós» de Rizal.

No fué tu exclusiva misión la del canto apolíneo.
La arcana virtud, que preside el rodar curvilíneo
de pueblos y razas que integran la adámica grey,
tu acción en el ciclo inicial prefijó en el espacio:
Rizal puso el germen; su músculo Andrés Bonifacio;
tú, el brazo y la idea juntaste en armónica ley.

Así como el gris tenebroso de edades provectas
doraron las máximas puras de las Analectas,
y en ellas el Asia, rompiendo el sopor secular,
la voz escuchó del que luego escribiera a Corinto,
tu noble evangelio de honor y de patria, ¡oh Jacinto!
nimbando a tu raza, engrandece la historia insular.

Rumor subterráneo, en mitad de la idílica fiesta,
sintió la colonia, y un viento de airada protesta
pasó por las frentes su fuego de cálido tul.
Plasmaste el anhelo en que espíritus libres se adunan,
y entonces, al rojo fulgor del audaz Katipunan,
puñales febriles lanzaron su reto al azul...

La ubérrima tierra tornóse después en un lago
de sangre firmada en el Pacto, y el bolo hizo estrago,
fulgiendo en el puño broncíneo de añoso rencor.
La suerte fué adversa a tu ardor eficaz de guerrero;
no obstante, a tu genio encubría el vulgar prisionero,
y hubiste merced del hidalgo oficial cazador.

Después que la amada bandera se irguió hacia los astros,
en montes y valles, floridos, de históricos rastros,
tu dúplice gloria fué esquiva al favor popular.
Buscó tu nostalgia el retiro ancestral, y en belleza
rendiste, por fin, a la Parca tu insigne cabeza,
de cara a tu cielo, debajo de airoso palmar.

«La muerte es descanso». Cerebro en que tuvo su hornaza,
la idea que urdió la epopeya inmortal de la raza,
descansa. La Patria vigila tu sueño de paz.
La patria, orgullosa, entre epónimos héroes te nombra.
Moriste dichoso, sin ver que sobre el pecho la sombra
del ala extendida y las garras del buitre voraz.

La suerte está echada. Borraste el padrón infamante,
y en su híspida senda tu pueblo camina adelante.
Tal vez llegue al fin, o tal vez lo sepulte el alud.
Ya el árbol, nutrido con sangre y acerbos dolores,
sonríe en sus frutos y espera en sus vírgenes flores.
No es una razón el negarlo; tampoco es virtud.

1912.



SOBRE EL PLINTO
(A. MABINI)

Justum et tenacem propositi virum. HORACIO.


Ante el eterno símbolo granítico,
consagración de tus civiles palmas,
cumbre mental, sublime paralítico,
te aclaman hoy nueve millones de almas.

El tiempo, que devora despiadado
nobles recuerdos dignos de la historia,
sobre el rojo horizonte del pasado
conserva y magnifica tu memoria.

Hoy, como ayer, la multitud te aclama,
te elogia el sabio, te celebra el sistro;
y es actual, por imperio de tu fama,
tu investidura de primer ministro.

Murió el Estado efímero que urdiste,
sin otro alguno, ni anterior, ni análogo;
mas tu gobierno espiritual, subsiste,
está en vigor tu original Decálogo.

Cuantos admiran tu genial vestigio
grabado en el solar de tu linaje,

vinculan a tu límpido prestigio
la sanción de un perpetuo caudillaje.

Madura en hechos la rebelde idea,
mútilo el cetro de la noble España,
la reconquista levantó su tea
para alumbrar tu constructiva hazaña.

La patria de las ansias juveniles
estaba allí, de sus destinos dueña,
alzada sobre un bosque de fusiles
bajo el amparo de una libre enseña.

La que soñaste, acaso, en un monólogo
bajo un frandaje de rotundas mangas,
labrando arquitecturas de ideólogo
en la quietud de tu natal Batangas.

Patria inmortal de la actuación primera,
que en sangre mártir empapó tu suelo,
y en los pliegues cuajó de una bandera
la afirmación de su vital anhelo.

Patria naciente, tras labor titánica
como aquellas de Bismarck y de Mazzini,
faltaba un hombre que la hiciese orgánica,
¡y ese hombre fuiste, colosal Mabini!

Ignota corre el agua subterránea
hasta que, gracias al humano ingenio,
bajo el subsuelo surge subitánea:
así, glorioso, apareció tu genio.

Y fué cuando otra vez tembló la tierra
al paso audaz del triunfador Emilio,
cuando la mano que rigió la guerra
se levantó al poder desde tu exilio.

Todo el nuevo fervor del patriotismo
que exaltaba un espíritu halagüeño,
la intuición, la acuidad, el dinamismo
mental pusiste en tu grandioso empeño.

Y tu obra demostró que, si fecundo
fué tu pueblo en heroismos de batalla,
también podía presentar al mundo
un estadista de tu enorme talla.

La flor ilustre que cuidó tu mano
tronchóla el soplo de enemigo cierzo;
mas la medida del valor humano
no el éxito la da, sino el esfuerzo.

No queda del ayer para el fenicio
mas que la huella del sangriento agravio,
y para el pueblo el noble sacrificio
y tus laureles de patriota y sabio.

Será execrado el triunfo de la fuerza
en nuestra actualidad de cautiverio,
mientras la ley de la justicia ejerza
en la conciencia universal su imperio.

Mas no murió la causa independiente.
Faltóla el brazo, pero tiene asilo
en las almas, y flota en el presente
como la cesta bíblica del Nilo.

No es fácil, no, que el ideal sucumba
bajo la acción del tiempo o la violencia,
pues, como el trigo de la egipcia tumba,
en sí contiene secular potencia.

Y ha de surgir en el futuro ignoto,
llevado a plenitud por el destino,
como la flor del legendario loco,
como el cofre del Padre Florentino;

porque supo de triunfos y derrotas,
porque tuvo su cruz y su calvario;
la sangre le ofrecieron los patriotas
y tú el cerebro, ¡oh gran Apolinario!

Era de hierro y de cristal tu mente;
grandes ideas modeló su fragua;
tuvo el vuelo del águila potente
y la profunda claridad del agua.

La vida concentró sus energías
en tu cerebro luminoso y triste.
Ninguna falta de los pies tenías
para los altos vuelos que emprendiste.

Fuiste toda una mente geométrica,
fórmula abstracta, puro pensamiento,
que nos hablaba en nuestra noche tétrica
con una voz de sibilino acento.

A la tienda llegó del adversario,
razonador, sin altivez ni reto.
Si no cambió su juicio refractario,
mucho fué que ganara su respeto.

Buscó el retiro de rural sosiego
y prosiguió su ruta sin desmayo.
Para trazar su rúbrica de fuego,
tras densa nube se recoge el rayo.

Sobre el rojo fulgor del exterminio,
sobre el mortal estruendo de las balas,
en el azur, su natural dominio,
serenamente desplegó las alas.

Allí alumbró la senda tenebrosa
en su función de numen y atalaya;
allí engendró la concepción grandiosa
de una fecunda comunión malaya.

Tu inteligencia en su carnal encierro,
era un poder supremo y absorbente.
¿Que fué tu misma voluntad de hierro
sino una fuerza que forjó tu mente?

Y este fué el timbre, el sello más glorioso
que señaló tu espléndida carrera;
rimaste el pensamiento vigoroso
con la indomable voluntad austera.

Aquí estás ya en lo eterno de la piedra,
genio vindicador de nuestra raza.
A tu columna, con amor de hiedra,
nuestra ferviente admiración se abraza.

Gentes futuras cantarán tu nombre,
y al contemplar tu busto en el espacio
dirán:--«Fué un alto pensador, un hombre
justo y tenaz como el varón de Horacio.»

Patria, que ves, gozosa, en tu sorpresa,
los saltos de gigante de tu raza,
y vives entre un iris de promesa
y un nubarrón lejano de amenaza;

patria fecunda en héroes y licurgos,
nadie habrá que tus méritos no estime;
pues siendo madre de Rizal y Burgos,
pariste un paralítico sublime.

Mabini fué un excelso paradigma.
En sus virtudes tu virtud renueva.
Así saldrás, gallarda y sin estigma,
de los rojos crisoles de la prueba.

Y aunque contemples en casual desfile
el torpe halago y la esperanza trunca,
sabrás sentir, cuando tu fe vacile,
toda la fuerza del vocablo «nunca».

Pero, si indigna de tus dioses lares
perpetuamente has de vivir cautiva,
fuera mejor que tus contiguos mares
en un sepulcro te sepulten viva.

Marzo, 1915. (Al inaugurarse en Batangas el monumento a Apolinario Mabini).

Nota: Apolinario Mabini, paralítico de cuerpo pero luminoso cerebro de estadista, redactó las leyes sobre que se asentó la efímera república filipina y fué elegido presidente del primer gobierno revolucionario de Malolos, Enero, 1899.




A ESPAÑA IMPERIALISTA
(CON OCASIÓN DEL VIAJE A FILIPINAS DE SALVADOR RUEDA)

Y mientras en Europa tiene un festín la «Intrusa»
y los vetustos pueblos son como inmensas piras,
España, fabricante de las más fuertes liras,
desde el castillo en donde la hostilidad rehúsa,
amante nos recuerda enviándonos su musa.

Gracias, oh madre antigua, por el presente regio
que a la abundancia sumas de tus pasados dones.
¿Qué más que la embajada de tu poeta egregio,
qué más que su exquisito y vasto florilegio
para sellar afectos y sugerir uniones?

España: está en el mundo tu alta misión fijada;
en sueños de conquista tu acción total se inspira,
tu historia está en América, en Flandes y en Granada.
Ayer fundaste reinos por medio de la espada.
Hoy vuelves a ganarlos por medio de la lira.

En la extensión del tiempo aquel sueño aquilino
que presidió las huestes del Quinto de los Cárlos,
en forma renovada, prosigue su camino.
Si a pueblos de tu raza no intentas sojuzgarlos,
sus rumbos enderezas hacia un común destino.

Yo admiro el alto vuelo de tu ideal conquista
que, alzándose del lodo de la mortal miseria,
abarca el mundo hispano con ojo imperialista,
y aspira, por la magia del sabio y del artista,
a establecer las bases de una mayor Iberia.

España: nos desune del piélago la anchura;
también la propia sangre de tí nos diferencia.
Mas tuyo es nuestro idioma, es tuya la cultura
que a remontar nos lleva tu nacional altura;
que nutre el santo anhelo de nuestra independencia.

Y si, por rasgos étnicos, en gran desemejanza
de tu linaje insigne nuestra nación está,
sabemos que, al principio, para pactar su alianza,
juntaron y bebieron, a la nativa usanza,
sus sangres en un vaso Legazpi y el Rajah.

Madre de veinte pueblos que hablan tu hermoso idioma
yo te saludo en este tu embajador poeta
y ansío que tu sueño, análogo al de Roma,
lo vivifique un mundo que te ama y te respeta
eterno sea el triunfo de tu vital axioma.

Vivir es renovarse. De tu pasada gloria
el canto repetido tu acción jamás empaña.
España ya estás libre; no hay moros en tu entraña.
Renueva el viejo grito que truena por tu historia
y dí al patrón heróico: ¡Santiago, y abre España!

Abre España a las nuevas corrientes de la vida,
abre España al abrazo de sus hijos dispersos
y surja del Pirene, como hostia bendecida,
el sol de un culto unánime, en el que adore unida
la progenie del inca de los cultos diversos.

Bendito será el día en que a la vida brote
del suelo de Pelayo un nuevo y fuerte imperio
que pase de Galicia, que pase del islote
de Gibraltar, el día en que medio hemisferio
raye con larga sombra la lanza de Quijote.

Septiembre, 1915.



PAISAJE FILIPINO

El sol en su ebriedad suprema el suelo muerde.
Porque todo en la hora canicular concuerde,
Ni un hálito de brisa cruza la extensa y verde
Paz del campo, ni un ave en el azul se pierde.

Un mango aislado eleva su centenaria fronda
Junto a un punsó enano de giba aguda y monda,
Que las hormigas alzan para que en él se esconda
El nunu vigilante que por las mieses ronda.

Lejos corre, seguida del crío, una potranca;
Un carabao lustroso en un charco se estanca;
En su lomo una garza hace una nota blanca.

Un río desenrosca las eses de su tripa,
Y asoman, allá en donde su curva se disipa,
Las manchas trapeciales de unos techos de nipa.

(Punsó): Montículo de tierra elevado para su albergue por la hormiga nombrada anay.

(nunu): Fauno, silvano.




LINEAS ACTUALES
(EN LA NATIVIDAD DE RIZAL)

Fue en una hora de graves indicios,
cuando por sobre la calma ilusoria,
tú, que ensayabas tus vuelos novicios,
patria, escuchaste mi voz monitoria.

Dieron los hechos razón a mi aviso
diste en la clave del pérfido enigma,
cándido el pueblo que fué manumiso
en la quimera que dora su estigma.

Sobrevivimos con harto desdoro
a los horrores del fiero desastre;
sobrevivimos y un áureo decoro
cubre un harapo de vida en arrastre.

¡Oh, cuántas veces, en noches sin astros,
como al imperio de un alto dictamen,
héroe, tu sombra define sus rastros
fija en un gesto solemne de examen!

Y yo te veo, temblando ante el mágico
gesto que imprime en el aire su marca,
(tal vió la sombra paterna aquel trágico
príncipe triste que hubo en Dinamarca).

No de vindicta de infamias inultas
tu epifanía camino me traza;
yo te adivino las ansias ocultas:
quieres la suerte saber de tu raza.

¡Cómo decirte que un huésped ingrato,
hábil en agios y en constituciones,
rota la suya, mediante un contrato,
es nuestro dueño por veinte millones!13

¡Cómo decirte que un mal metabólico
identifica a la antigua colonia,
que, bajo el peso de hierro simbólico,
nuestro terruño nos es Babilonia!

¡Cómo decirte que yerras ilusas
las esperanzas bajo un cielo obscuro,
que el Ideal, con ambiguas excusas,
tiénenlo a fianza de ignoto futuro!

Una tutela que no demandamos
pone a las ansias el freno del hecho.
Y tras dos guerras por no tener amos,
¡somos mendigos del propio derecho!

Hay libertades civiles, hay templos
en que se plasman futuras matrices
de ideas sanas, hay nobles ejemplos,
¡hay el empeño de hacernos felices!

Tiene un programa de sano humanismo
el nuevo César plutócrata y rubio,
y hasta en el culto a tu excelso heroismo
se nos asocia en un sabio connubio.

Bellas promesas que un rato recrean
luego se fugan con gestos ausentes,
y en combativas arenas chispean
cruentos reproches, cual gladios fulgentes.

Propios y ajenos pecados disculpo;
--con la codicia, del brazo, va el hambre,--
cierto es, en tanto, que hemópico pulpo
viene extendiendo su odiosa raigambre.

Haz que formemos, Señor y Maestro,
contra ambiciones un sólido muro,
por la memoria inmortal del ancestro,
por el destino del nieto futuro.

Frente a la audacia del imperialismo,
que en triunfo ostenta el orgullo del yelmo,
danos tu lumbre, tu bravo heroismo,
y une las almas en fuerte cogüelmo.

Y proclamemos, de cara al Destino
y ante cañones de gruesos calibres,
que existe un nuevo derecho divino:
el de los pueblos a ser todos libres.

Y antes que el tiempo nuestra espalda encorve,
pueda la patria de tu amor, Rizal,
bajo el glorioso luminar del orbe,
levantar su bandera nacional.

1920. 

Nota 13: Alfilerazo a los Estados Unidos.





JESÚS BALMORI [17.702] Poeta de Filipinas

$
0
0

Jesús Balmori

Jesús Balmori (Manila, 10 de enero de 1887 – † 23 de mayo de 1948) fue un escritor filipino en lengua española.

Vino al mundo en el barrio manileño de Ermita e hizo sus estudios en el Colegio de San Juan de Letrán y en la Universidad de Santo Tomás, licenciándose en Filología. Casado con Dolores Rodríguez Joaquín.

Desde muy joven, recibió diferentes premios en diferentes certámenes poéticos, contendiendo con otros poetas de su época tales como Manuel Bernabé y Flavio Zaragoza Cano o Cecilio Apóstol, con lo cual lo hizo en verso. Inicialmente llegó a trabajar de abogado, si bien posteriormente terminaría dedicándose de por vida a su verdadera pasión, la literatura.

Su estilo irónico y satírico se puso de manifiesto en el periódico La Vanguardia con el seudónimo “Batikuling”, en una sección titulada Vida manileña.

Su última novela (Los pájaros de fuego. Novela filipina de la guerra) fue escrita en 1945, durante la ocupación japonesa de Filipinas y descubierta décadas después. Al acabar la guerra, Balmori cedió el manuscrito al gobierno filipino para su publicación, pero este hecho no tuvo lugar hasta 2010, gracias al Instituto Cervantes de Manila, que lo editó en su Colección de Clásicos Hispanofilipinos.

En los últimos años de su vida fue embajador de Filipinas en España, Japón, México y otros países de Sudamérica. Falleció de cáncer de garganta poco después de haber escrito su último poema: "A Cristo", dedicado a su mujer.

Obra

Novelas:

Bancarrota de almas (1910)
Se deshojó la flor (1915)
Los pájaros de fuego. Novela filipina de la guerra (1945)

También escribió varias obras dramáticas, destacando:

Flor del Carmelo
Hidra
Acompañados de Gloria
Las de Sungkit de Malacañag
Doña Juana la Loca
Filipinizad a los filipinos, en la cual criticaba los valores norteamericanos por corromper a la juventud filipina

Sobresale, no obstante como excelso poeta, y destacan sus poemas:

Gloria
Vae Victis
Himno a Rizal
A nuestro don Quijote de la Mancha

Publicó las siguientes colecciones poéticas:

Rimas Malayas (1904)
El libro de mis vidas manileñas (1928)
Mi choza de nipa (1940)

Premios

1908. Concurso literario del Día de Rizal (Tres poemas suyos fueron galardonados con los tres primeros premios)
1926. Premio Zóbel de Literatura. (junto con Manuel Bernabé)
1940. Premio de la Mancomunidad.



¡GLORIA!
(LETRA DE UN HIMNO ESCOLAR A RIZAL, PREMIADO NOVIEMBRE, 1908), EN CONCURSO PROMOVIDO POR El Renacimiento, DIARIO NACIONALISTA DE MANILA.

Del suelo de la patria que vuestra, sangre encierra
hoy brota un himno santo en vuestro augusto honor.
¡Gloria al que abrió los surcos para labrar su tierra!
¡Gloria al que abrió las almas para enseñar su amor!

No se extinguió en los aires vuestra palabra amada;
no faltan labios jóvenes que besen vuestra cruz;
y la legión de apóstoles por vos fructificada
no olvida al que en la noche cayó pidiendo luz.

Luz para las conciencias, para las almas todas;
luz para el ara triste del olvidado altar;
que aquella vuestra lámpara que se apagó en las bodas
iluminó, estallando, el alma popular.

Brotan frutos del suelo que el germen vuestro encierra;
las almas aprendieron a amar en vuestro honor...
¡Gloria al que abrió los surcos para labrar su tierra!
¡Gloria al que abrió las almas para enseñar su amor!



LA VENGANZA DE LAS FLORES
(CUENTO)

I

Señor: Pues ésta era una gentil chiquilla
Hija de un primitivo y autóctono rajhá,
Más bella que la estrella que sobre el viento brilla,
Más dulce que este cuento que a tí brindado vá.

¡Si hubieras visto qué ojos! ¡Lo mismo que dos frutas
De un lomboy14 que tuviera las ramas perfumadas!
¡Y qué labios de rosa! ¡Y qué gloriosas rutas
Y líneas las del cuerpo de carnes encantadas!

Y se llamaba Flora, como la primavera,
Y su voz como el canto de los pájaros era,
Y sus cabellos negros y largos, y su frente...

Su frente era como un jazmín harto de aurora,
Con mucho de románticos amores soñadora
Y mucho de los rayos de luna. Dulcemente.

Nota 14: Fruto negro, brillante, del árbol así nombrado.



II

Señor: Pues esta niña estaba abandonada
Por el rajhá, ocupado en combates sin fin,
Y como ya muriera su madre, infortunada,
Ahora buscaba amor y aroma en el jardín.

Pero las flores, muchísimo menos amorosas
Que esas santas llamadas las madres de los hombres,
De la gentil chiquilla y su beldad celosas
Acordaron matarla, señor, aunque te asombres.

Que a veces la flor mata, como matan las leyes,
Así sean las víctimas diosas o hijas de reyes,
Así el verdugo luego grite arrepentimiento.

Y el acuerdo de todas las flores vengativas,
Desde las sampaguitas hasta las siemprevivas,
Quedó temblando a modo de una hoz sobre el viento.



III

Y aquí viene lo triste, señor, de todo esto;
Porque una tarde Flora cortó y cortó más flores,
Y luego de apiñarlas en su tagalo cesto,
Se fué a su lecho para contarlas sus amores.

Y se quedó dormida con ellas, y con ellas,
Que se reían bajo la luz de las estrellas,--
Lámparas de oro puestas en el celaje cónico,--

Flora, a la luz del alba amaneció abrasada,
Completa y dulcemente, de muerte perfumada.
¡Las flores la mataron con su ácido carbónico!

1910.



EL VOLCÁN DE TAAL
(HACIA LO PARADÓJICO)

Y Dios cogió una vara de estrellas encendidas
Para prenderle fuego al cráter del volcán.

Temblaron las entrañas del monstruo, sacudidas.
La noche se tiñó del sol de sus heridas.
Y al despertar del sueño de siglos el titán,
Buscó a las dulces vírgenes al pié de su albo lecho,
Buscó a las flores hechas de todos sus vapores
Para clavar--¡qué loco!--sus garras en el pecho
     De vírgenes y flores.

     Cayeron. Y por ellas
Lloró el coloso luego sus lágrimas de estrellas.

Y es que algo en el zarpazo del débil a los fuertes
Pudiera aventurarnos a inmensos silogismos.
Si fueran esas cumbres eternamente inertes
Las águilas no harían su nido en los abismos
¡Oh ejemplo de las lavas!
¡Oh, tú, que matas vírgenes y rosas con tus babas
Llorando aquella risa con que rodó Satán!
Sigue rompiendo almas, sigue rompiendo prados.

Dios cogerá una vara de lirios perfumados
Para apagar el fuego del cráter del volcán.

1910.




EN EL CIRCO

Alma bohemia que jamás se abate,
gemela de Talión y Prometeo,
antes que suene el grito de combate
por la arena del circo me paseo.

No temas tú, oh Amor, porque me veas
despreciando mi vida ante el Coloso;
Una gota de sangre en las ideas
¡es Jesús en el Gólgota glorioso!

¡Y yo no temo al César! Por mis venas
corre sangre de mártires malayos...
¿Quién dijo que con balas o cadenas
puede atajarse el vuelo de los rayos?

Se ha de inclinar su testa coronada
bajo el verbo de gloria que pregono,
¡que es más grande mi pluma que su espada!
¡y hay más fuerza en mi pecho que en su trono!

Pero no has de temblar, ¡oh dulce amada,
Luz de mis ojos, paraiso mío!
Cuando tú veas fulgurar mi espada
en el solemne y loco desafío.

Que así cubra mi frente la victoria
como sobre la arena me desangre,
¡Si triunfo, para tí toda mi gloria!
¡Si caigo, para tí toda mi sangre!



BIENAVENTURANZA

Yo he abierto mi puerta al mendigo
y le he dado el dinero que tengo.
El pobre es mi padre y mi amigo,
y es pobre el hogar de que vengo.

He dado mi plata, a los ruegos
del viejo que llama a mi puerta
y clava sus ojos, ya ciegos,
en mi alma al amor siempre abierta.

Yo he dado mi plata ¡qué importa!
No lloren por mí los abuelos.
La vida es muy triste y muy corta,
y hay algo que premian los cielos.

Y no ha de faltarme a la mesa
el triste mendrugo que he dado;
que un ángel de Dios siempre besa
la mesa del que es desgraciado.

Bendiga mi frente la muerta;
la madre que lloro y bendigo.
Por ella yo he abierto mi puerta,
y he dado mi plata al mendigo.



A NUESTRO SEÑOR DON QUIJOTE DE LA MANCHA
(PREMIADA EN CONCURSO ORGANIZADO POR LA «CASA DE ESPAÑA», DE MANILA, 1920).

Señor de los poetas, de los desventurados
De todos los de ensueño de libertad turbados,
De los que han hambre y sed de justicia en la tierra!
Señor de los esclavos, señor de las zagalas,
En cuya frente baten las águilas sus alas,
Y en cuyo pecho España su corazón encierra!

En la vida que es triste, que es llena de amargura,
Y que sólo el amor salpica de ventura,
Como a ingrata doncella amante dadivoso,
¿Qué corazón que suena, que espíritu que adora,
No convierte en princesa la humilde labradora
Y no cree que Aldonza es la flor del Toboso?

Aún seguimos soñando castillos las posadas,
Ejércitos de príncipes altivos las mesnadas,
Jardines encantados los páramos sin dueño,
Y en todos los instantes y en todos los caminos,
Todos vamos cayendo por luchar con molinos,
Y a todos nos destrozan las aspas del ensueño!

¿Qué sería del mundo sin el halo divino
Que nos cubre lo mismo que el yelmo de Mambrino?
¿Qué sería la vida sin la dulce poesía
Que ciega nuestros ojos con sus flotantes tules,
Para llenar el alma de límites azules,
Y partir con un Sancho el pan de cada dia?

¡Oh, señor, ve que es cosa de gran desesperanza
salir por esos campos empuñando la lanza,
A desfacer entuertos en sin igual empresa!
¡Luchar con la quimera hasta rendir los brazos,
Y azotarse las carnes hasta hacerlas pedazos,
Por romper el encanto que aduerme a una princesa!

Pero todos lo hacemos. Todos siguen de trote
No hay un hijo de España que no sea Quijote,
Y aunque vaya soñando, haga el bien por doquiera.
Destrozado y herido le hallarán en la vida,
Pero no habrá una herida más ideal que su herida,
Ni habrá estrella más alta que su noble quimera.

Nada importa el que clama que su esfuerzo es locura,
Que es inútil su arrojo, que es fatal su aventura
¡Don Quijote discute todo eso con su lanza!
Y, en tanto ya ensartando malandrines follones,
Cargado de esperanzas, de ensueños, de visiones,
Por los campos del mundo avanza, avanza, avánzá....

A su paso se llenan de flores los caminos,
Se abren todas las ventas, se callan los molinos,
Y aunque por todo oro lleve su sola historia,
Ante su porte triste soberbio, vagabundo,
El sol se para en lo alto de la frente del mundo,
Y como una campana de luz repica a gloria.



TRÍPTICO REAL
(PREMIADA EN EL MISMO CERTAMEN QUE LA ANTERIOR)

I

ALFONSO XIII
Cuando cada monarca de la tierra
Sobre un cráter de horror su espada afila,
Y muere en flor la pompa de la tierra
Bajo los potros del moderno Atila;

Cuando Europa, violada y destruida,
En ese loco batallar sin nombre,
Siente que escapa su divina vida
En el agonizar de cada hombre;

Sólo tú, paladín excelso y franco,
Caballero ideal de punta en blanco,
Guardas tu espada de encendida lumbre,

Y abres en cruz tus brazos soberanos,
Para llamar a todos tus hermanos,
Como un Dios en lo alto de una cumbre.


II
VICTORIA DE BATTEMBERG

Mujer de fresa y nieve y terciopelo,
Suave como los besos de las brisas,
En cuyos ojos el azul del cielo
Es una flor de luz rota en sonrisas;

Hada dormida en pálido y sonoro
Ensueño ideal de amores y sigilos,
Cuyos cabellos de fragante oro
perfumaron a un rey entre sus hilos;

Reina gentil de aroma y maravillas
A quien un pueblo puesto de rodillas
Como a custodia de su fé venera.

No de Isabel la sangre esplendorosa
Va en tus venas. ¡Pero eres una rosa
Que lleva España abierta en su bandera!


III
BANDERA ESPAÑOLA

No hubo rincón en el mundo en que no ondearas,
Izada por la gloria de una hazaña;
No hubo ciudad ni yermo en que no hablaras,
Con tu oro y con tu púrpura, de España.

Y siempre en lo alto del ideal que enfloras,
Y del amor divino que sustentas,
Te besaron sonriendo las auroras,
Y te escupieron su ira las tormentas.

Pero aún flameas bajo el sol intacta,
Y la gloria que aun contigo pacta
Alza hacia ti su corazón desnudo.

Te reserva más cumbres y más cielo;
Cumbres de amor y honor para tu vuelo;
Cielos de egregia luz para tu escudo!




CANTO A ESPAÑA

El alma del poeta filipino
Se detiene en la aurora del camino
Y llama con sus alas a tu puerta
¡Es la hora en que el amor abre sus galas
Si has oído los golpes de mis alas,
Señora de mis cánticos, despierta!

Crisol de veinte estados castellanos,
Reina que sostuviste con tus manos
De dos Mundos la esfera estremecida,
Y rasgaste en pedazos tu bandera
Porque la enseña de esos pueblos fuera
Girón de tu alma, soplo de tu vida!

¡Vieja y noble leona castellana!
Tuya será la norma del mañana,
Como es hoy, por la gloria de tus hechos.
¡Te lo rugen unidos los cachorros
Que se amamantaron con los chorros
De las divinas fuentes de tus pechos!

Te lo dice esta fiesta de la Raza,
Rosal de luz que en rosas se te enlaza;
Y de onda a onda, en rebrincar mirífico
Te lo clama vibrando en áureo cántico,
Cristóforo Colombo en el Atlántico,
Y Hernán de Magalhaes en el Pacífico.

Tu eres la amada que jamás se olvida,
La labradora, de ilusión vestida,
Que hace de eriales, cármenes fecundos,
Y si ante el Cid, Castilla no se ensancha,
En cambio Don Quijote de la Mancha
Tiene por lanza el cetro de los mundos.

¿Qué te importa que en tierras del Oriente
Coronaran de abrojos la tu frente?
¿Qué, el que las Américas en coro
Se desprendieran todas de tus brazos?
«Un anillo de oro hecho pedazos,
Ya no es anillo, pero siempre es oro!»

Y nos queda el amor. ¡Lo que no muere!
Lo que es igual cuando nos besa o hiere!
¡Rosa inmortal rodeada de espinas!
El santo amor que te empujó quimérica
A vender tu corona por América,
Y a abrirte el corazón por Filipinas.

Alza la frente que abatió la pena;
Sacude el huracán de tu melena;
Llene el viento el clangor de tus rugidos...
Despierta, hermosa leona castellana,
Que tus huestes tocando están a diana,
Con los aceros hacia a tí rendidos.

Restallan bajo el sol tus estandartes,
Dice España el amor por todas partes,
Las almas beben cuanto tú interpretas,
Y por cumbres, collados y senderos,
Se une al himno triunfal de los guerreros,
La divina canción de los poetas.

Por igual en las pampas argentinas
Que en nuestras sementeras filipinas,
La espiga de oro que en el sol se baña
Y la flor que perfuma estremecida,
Flor que es el alma, espiga que es la vida,
Son vida y alma tuyas, madre España...

¡Madre, sí, más que reina, más que dueña,
Madre de Guatemoc cuando te sueña,
Y de Kalipulako si te hiere!
¡Madre que todo lo ama y lo perdona!
¿Qué labio ruin tu gloria no pregona?
¿Qué pecho es el traidor que no te quiere?

¡Oh, España! ¡Porque en tu alma nos enlazas,
Que te troven su amor todas las razas!
¡Y pues sus grandes gestas altaneras
Creó el mundo al calor de tus leones,
Que te echen flores todas las naciones,
Y que te besen todas las banderas!

El eco de tu mágico renombre
Que de hemisferio en hemisferio vuela,
Es el atril divino de tu Historia....
¡Llenas están las tierras de tu nombre!
¡Llenos están los mares de tu estela!
¡Llenos están los cielos de tu gloria!

Octubre, 1921. 








FLORENCIO G. BARBAZA [17.703] Poeta de Filipinas

$
0
0

FLORENCIO G. BARBAZA

De familia lauta, nació en Manila el 30 de Septiembre de 1892. Cursó estudios en el Instituto de los Jesuitas y Universidad dominicana de Santo Tomás. Aquí, algunos de Medicina. Colabora en Prensa de Manila e Ilo-Ilo, habiendo dirigido en la capital de las Bisayas el «Nuevo Heraldo». Sus poetas favoritos son Villaespesa, Carrere, Marquina, Juan Ramón Jiménez, los hermanos Machado y Nervo. Pero, sobre todos, Rubén Darío. Ha usado el seudónimo Floriam.



ELOGIO A TUS OJOS

He mirado tus ojos serenos,
me be bañado en su luz tardecina,
y he sentido vibrar alma adentro
una voz misteriosa escondida...
Fiel remedo de acordes lejanos,
con arrullo de besos y brisas,
con susurro de mansas corrientes,
con acento de notas distintas,
con la amarga profunda tristeza
que evoca doliente la cítara lírica.

He mirado tus ojos serenos,
me he bañado en su luz tardecina,
y he logrado saber tus angustias,
y he logrado leer tus desdichas.
Hay un dardo mortal en tu pecho
y en tu frente una sombra querida,
una tenue tristeza en tu rostro
y en tu boca una vaga sonrisa...
algo raro que es todo un misterio,
que nadie lo acierta y no lo adivina.

No te importe la cruel carcajada
de esa gran muchedumbre que grita.
Ven a mi, pobre enferma del alma,
y en mis hombros amantes reclina.
Yo te doy el calor de mis brazos,
yo te entrego gustoso mi vida,
yo te ofrendo la miel de mis trovas,
yo seré tu cantor, alma mía...
quien arrulle con versos tus sueños
tus sueños marchitos, mimosa chiquilla.

1920



FANTASÍA CREPUSCULAR

En las postreras horas del crepúsculo,
cuando respira todo paz y calma,
y la tristeza reina en el ambiente
oloroso a sampagas...;
ese momento hermoso
del sol que se desmaya,
ocultando sus últimos fulgores
en las cumbres lejanas,
para dar paso a la plateada luna
que en luces se desata;
cuando pára el acento
de las corrientes mansas,
y de las ramas dormidas
descansan sosegadas
las mayas15 que anhelantes sólo sueñan
en la pronta alborada
para lanzar de nuevo por los aires
la voz de su garganta;
cuando parece que la gente toda
el calor del hogar busca en sus casas,
gusta en estas horas de quietud solemne
mi fantasía alada
de remontarse hasta el azul del cielo
a regiones soñadas
donde no existen viles opresores,
ni pasiones funestas y malvadas.

Semejante ilusión mi mente crea
cuando en la imperial calma
de la tarde que muere lentamente,
cual la luz de una llama,
yo dejo en libertad mi pensamiento
que forja una añoranza;
sueño estar a tu lado, y es mi anhelo
y son mi dicha y mi alegría tantas
que con amor te llamo como un loco
buscando a la mujer que yo soñara

en un rato de ciego desvarío,
que con fervor pensaba,
recordando en el brillo de tus ojos
cual fulgor de alborada...

Mas, ¡nada! esta ilusión, fugaz, ligera,
sólo es vana esperanza
que aumenta mi dolor y mi agonía
que me roba la calma,
y arranca de mis ojos melancólicos,
sinceras, fugitivas, muchas lágrimas.

Abril, 1919.

Nota 15: Pájaro diminuto, de dulce pio, abundante en los bosques del país.




CATILINARIA

Bien, aquí estoy, de cara al Universo,
Altivo el gesto y el mirar sereno;
Lanzando al viento mi sonoro verso,
De grato incienso y de perfumes pleno.

Desde mi alto sitial, indiferente,
Contemplo al pueblo que ante mi se inclina;
La pobre humanidad triste y doliente
Que por la senda del ideal camina.

Me encuentro solo, sin ningún recelo
A los Zoilos pedantes y ruines.
Yo tengo por bandera el ancho cielo,
Vibra mi voz en todos los confines.

Me inspiran compasión esos traidores
Que vallas van poniendo en mi camino,
Mi numen de centellas y fulgores
Les señala a cada uno su destino.

No me asusta el ladrido de los canes
Que celosos envidian de mi suerte;
Yo, como Cristo, repartiendo panes
Protejo al débil cuanto insulto al fuerte.

Soy el bardo rebelde que en sí encierra
Un corazón ingente y bondadoso;
Y mi verbo es de admonición y guerra
Que aplasta al necio vil, ruin y coloso.

No me)espanta la voz del sordo trueno.
Yo no conozco el miedo ni el fracaso,
Mi alma es un sol de resplandores lleno...
Sobre la ignata muchedumbre paso.

¡Oh, musa, ven a mi! Dame tu aliento,
Que quiero hablar retando al orbe entero,
Y aunque el dolor me abrume el sentimiento
No he de soltar mi cítara de acero.

Me gusta combatir. Amo la lucha.
Me siento fuerte ante el cruel tirano,
Y al torpe que mi voz no atento escucha,
Castigo impío con nervuda mano.

¿Qué me importa lidiar?--Si tras la lidia
Me aguarda entre sus brazos la victoria.
¿Qué me importa que otros con perfidia
Quieran manchar mi nombre envuelto en gloria?

Detesto el odio, la traición y engaño
Y a aquellos quienes me odian los perdono;
Podrán viles hacerme todo daño,
Mas no me harán temblar en mi alto trono.

Por encima del odio y de la inquina,
Todos pregonan mi carácter noble.
Yo proclamo mi sangre filipina,
Y tengo la altivez del viejo roble.

He heredado mi roja rebeldía
De un valiente sultán invicto moro.
Es mi sola heredad, y a fe mía,
Yo la guardo como único tesoro...

1920.




TRISTEZAS

Alma presa de dolencia,
Nunca encontrarás clemencia
Si no te acudes a mí:
Yo tu tristeza sentí,
Alma presa de dolencia.

Rosa de melancolía,
Toda pasión y dulzura,
¿Quien te dará su alegría?
Yo por tu bien te daría,
Todo mi amor y ternura,
Rosa de melancolía.

Todo es mentira en el mundo.
El desengaño encontraste,
Tu que mi afán despertaste,
Con tu desprecio profundo.
¡Todo en la vida es contraste,
Todo es mentira en el mundo!

Olvidemos lo pasado,
Ven de mis ansias en pos...
Ya que el amor ha tronchado
La existencia de los dos,
Olvidemos lo pasado.

Lejos de todo, olvidados,
Entre mil plantas y flores
Construyamos nuestro hogar;
Y por siempre enamorados,
Cantemos nuestros amores,
Ciegos a cualquier pesar,
Lejos de todo, olvidados.... 






.

JOSÉ MARÍA BARROSO-ARRIETA [17.704] Poeta de Filipinas

$
0
0

JOSÉ MARÍA BARROSO-ARRIETA 

Nació en Manila, Filipinas aunque de abolengo español. Abogado por la Universidad de Manila. En esta ciudad, muy joven, comenzó a actuar de periodista en «El Comercio» y otros diarios españoles. Alrededor del cambio de dominación vino a España, fijando su residencia en Barcelona, donde ejerció con lucimiento su carrera  más de veinte años.



CONSUMMATUM EST...!

¡Qué dulcemente en el eterno sueño
que en flor segó una vida sin agravios...!
La pálida escarlata de tus labios
que el rocío del alma humedecía,
los santos clavos del sagrado Leño
tenuemente teñía.

Contemplando tu faz agonizante,
contemplando impotente que arrastraba
mis venturas la Muerte en su fiereza,
«¡En tus manos, Señor,
encomiendo mi espíritu...!», clamaba
trémula de estupor
mi voz desesperante.

Dulcísima rendiste la cabeza
consumando espantoso sacrificio;
a la gloria ascendiste con presteza
para empuñar de la virtud la palma,
dejándome en el alma
mortal tortura, aterrador suplicio...
......................................................

Tus despojos después enriquecieron
próvidas flores que en cercano día
en ánforas tus manos dispusieron,
las mismas que en tus últimos delirios
impetrabas la amable compañía.

Y verbenas y anémonas y lírios,
llenos de excelsitud y de poesía,
rociados con mi llanto
fueron contigo, ¡Emula! al Camposanto...




ESPIRITUALIDAD

Me prestas la sonrisa encantadora
que el pecho desgarrado necesita
para aplacar los ayes que vomita
del terrible dolor que le devora.

De nuestro amor el ánsia arrobadora
que fluya eternamente Dios permita,
feliz en tu alma en la Mansión bendita,
triste en mí en esta Tierra engañadora!

Por eso le suplico reverente
que no falte jamás luz en la mente
para que en ti se fije el pensamiento;

en el habla, calor para ensalzarte;
y fuego abrasador, encendimiento
vivo en el corazón, para adorarte.




EL EUCALIPTO DEL PANTEÓN

       ¡Mirtácea esplendorosa...!
¡Quién pudiera en tu médula inyectar
       la esencia misteriosa
       del alma tormentosa
que no ha podido el llanto debelar!

       Tu estrenua arboladura
gallarda y rígida se yergue al pie
       de sacra sepultura
       que guarda la armadura
de la verdad de mi amorosa fe.

       Tu fronda balancea
temerosa, y las hojas ven lucir
       cuando el día febea,
       la líquida presea
que ha de absorber la tierra al efundir.

       El pétalo minúsculo
ufana ostenta tu plateada flor,
       y al brote de su súrculo
       más vivo en el crepúsculo
en declinando el sol dominador.

       Exhala tenue esencia,
que es plegaria que envuelve, al descender
       hasta la Omnipotencia,
       lamento y asistencia,
primera lágrima, efusión postrer.

       ¡Eucalipto arrogante
que erguido impávido junto al panteón
       despliegas fascinante
       tu fronda murmurante
y embalsama tu nívea floración;

       cipo fúnebre; estela
que Natura levanta a la virtud;
       superno centinela
       que siempre, siempre vela
de mi amada la frígida quietud;

       mirtácea esplendorosa...!
¡Quién pudiera en tus fibras inyectar
       la esencia misteriosa
       del alma congojosa
que no ha podido el llanto debelar! 









.

ANTONIO MANUEL FERNÁNDEZ MORALA [17.705]

$
0
0

Antonio Manuel Fernández Morala

Toño Morala. Villamoratiel de las Matas, León 1960

Ha publicado Mil y Pico Citas para la Muerte y Ningún Poema para la Vida (León, 1997),Viaje al Alma (León, 2007) y participa en el libro colectivo Abrazos de Náufrago (Málaga, 2009).

Ha colaborado con la revista CASCOS (Oviedo, 1981), con la Guía Cultural Oviedo (1981-1984), con el DIARIO DE LEÓN (1991-1995), la revista Camparredonda (León, 2008) y la revista LETRAS de Fuengirola desde 2007.

Así mismo colabora con el blog de la poeta Eloísa Otero Isla Kokotero (León, desde 2007), y participa en las redes sociales Mi Literaturas (desde 2007). Búsqueda Enredada (desde 2007), Creatividad a Flor de Piel (desde 2007), Salamaga (desde 2009), REMES (Red Mundial de Escritores en Español), Poetas del Mundo y un largo etcétera de blogs, redes sociales y webs.

Ha realizado numerosos recitales poéticos por varias ciudades, especialmente sobre la memoria histórica.

No participa en concursos literarios.




LA HUMILDAD DEL SILENCIO 

Se desprendió la luna de sus sueños. 
El abanico reparte locura entre viento de semillas. 
La tarde muere llena de melancolía y lágrimas secas. 
Tu brazo recorre el vacío del espacio, al encuentro de 
mi hombro, mientras la noche muere de soledad compartida. 





MÚSICA PARA...

Entonces me dices que en la muerte
solo se escucha olvido,
vida.
Que la música solo la escuchan los ángeles buenos.
Que nadie está en el pentagrama entre lineas y notas.
Me dices que el viento solo susurra a las hojas.
Que las formas musicales es un invento de los sueños.
Que cuando navego entre violines y pianos,
solo el mar lo percibe.
Me dices que cuando bailaba al atardecer descalzo
entre hierbas perdidas, aplaudían las ortigas.
Que cuando se termina la música
los huesos despiertan del pasmo.
Que al amanecer, solo los pájaros y los árboles
viven la música.Entonces..,
me dices que en la muerte solo se escucha olvido,
vida.
Y no hay música...,
y no hay música...





DESDE EL INFIERNO

...carta poema os escribo,
soy Genarín...vuestro Santo Pellejero.
Os saludo mis queridos cofrades en este Jueves Santo abrilero.
Después del desgraciado accidente de “la bonifacia”,
voy a contaros como estamos en el infierno...
Al diablo no he visto; ni a sus cuernos,
ni a su tridente, ni a su rabo...igual es...¡opalescente!
Aquí las cosas tienen su chulería, su ironía, su jocoseria...
Con los cuatro evangelistas paso el día de risa en risa;
tan pronto jugamos una partida a la garrafina,
como Porreto quiere sacudir a el Gafas...
y le quiere sacudir a ritmo de coplas...
¡¡¡cantaba la Mariana...mira que te voy a romper la almorrana...!!!
Luis Rico sigue dilapidando su fortuna en buenas obras...no tiene remedio.
Le ha comprado un vestido de monja a la Moncha...ahora dice
que quiere ser virgen...¡ a buenas horas Monchona...!
El bardo Francisco anda con algo de reuma y no para de recitar versos sobre Lirios
y Zumos Eternos...¡que le escuchan los posmodernos...!
¡ay, mi Cultural...que la han matao cuatro blasones...ay que abollones!
¡¡¡¡menudas adjudicaciones...!!!
Con el cronista Lamparilla y el gobernador de turno no me hablo...menudos jodidos,
prohibir la procesión profana por envidia y por tener mayoría...
Menos mal que Kike y los del teatro...y el todavía vivo Francisco la rescataron
del olvido...¡y no se dan por aludidos!
¡Ay, cuánto echo de menos la cantina del tío Perrito...pobre angelito!
Apalpacoños no está por aquí,
no sé por qué me da que lo enviaron a calderas...¡o alambiqueras...!
La Anselma y yo nos estamos poniendo viejos...
antes chivábamos martes y sábados...
y ahora...¡parece que estamos achambergados!
Cambiando de tercio...tampoco andan por aquí Vergara,
ni Estrada...¡andarán de borrachera!
El Bemoles y Boto
andan peleaos por la cupletista Aicha la Hebrea, ¡parecen sus albaceas!
Recuerdo las patatas esgurrifadas de Casa Benito, y el tocino frito en
la tasca del Esteban.
Tito Negro siempre con la sonrisa en la boca,
pícaro y bohemio resiste al capitalismo...menudo anarcosindicalismo.
Comentaros también que por aquí andan políticos y clérigos corruptos,
¡menudos exabruptos!
Andan todo el día por los despachos de San Juan y San Pedro, ...
imagino que luego querrán ir al cielo...¡han picado el anzuelo!
Hemos escuchado desde aquí el terremoto en Japón... ¡menudo achuchón!
¡Qué es eso de tantas fronteras, banderas, bancos, multinacionales...!
venga hombre que ya está bien de tanta miseria...
hay que juntarse los pueblos y echar a todos estos... ¡rebañegos!
Al final se va a poner el infierno que no va a caber ni Dios...
Una cosa es el infierno para los dignos...y otra muy diferente...para
cualquiera...por ahí no paso...mirad haber que hacéis, que esto es una jodienda.
También anda por aquí Antonio Cortijo, otro poeta rojo y bohemio...
estos días anda detrás de la Ava Gardner para ver si la lleva al baile...
y tened cuidado con las andas...cuando os arriméis a los cubos,
que me metéis unos pechugones...
que luego ando por aquí jodido tres o cuatro días...
bueno, me despido...
Y fieles a mis costumbres...que nunca fueron un lujo,
bebed en mi memoria una copina de orujo.




POEMA ROTO

Cuánto duelen algunos seres deshumanizados…

Entonces el sufrimiento se posa sobre el corazón, y no hay palabras
que reconforten tanto hastío, vacío y dolor.

De esa manera ocurre que uno vuelve a la memoria y a los recuerdos como asidero para respirar.

Recuerdas cuando hacíamos noviembre entre remolinos de hojas muertas,
y dibujábamos corazones en el vaho de los cristales de las ventanas de la soledad.

Éramos tan inmensamente niños que la inocencia jugaba a la comba con nosotros.

En los confines de lo humano, no necesitábamos nada más para abrazar una tierna y pálida felicidad.

Ahora, casi es una vida póstuma, esta que nos imponen…

Habrá que calzar de nuevo los viejos zapatos, esos roídos por los tropiezos
con las piedras diarias, y dejarse llevar  por ellos…

Ellos saben los caminos de regreso, y así nos convertimos en trotamundos de nosotros mismos, sin llegar a ningún sitio.




1º DE MAYO

La sangre vertida por los mártires de Chicago no fue inútil.
De silencios se valió el capital para atemorizar y masacrar.
Pero la Patria de la humanidad dio respuesta en la primavera de la Fraternidad.
Auto-organización Obrera para la solidaridad.
Capacidad autónoma y de gestión como bastión.
Contra la represión y por las libertades, esta es nuestra misión.
A la calle, a la calle, ahí esta la salvación.
Lucha social en contra del capital.
No más muertes y accidentes laborales.
Derechos sociales y conciencia obrera.
Cuatrocientos millones de niños esclavos, abajo la esclavitud.
Alma de barrio en nuestros corazones y a luchar.
Abajo el capital.
Ni díos, ni amo, ni estado.
A la calle, a la calle, a pelear por un mundo mas justo, y sin capital..





FERNANDO CANON [17.706] Poeta de Filipinas

$
0
0

Fernando Canon 

(Filipinas,  1860-1938) 
Nació en Biñán (Laguna), en 1860, Fué condiscípulo y alter ego de Rizal en el Ateneo municipal, y juntos se graduaron de bachiller en 1877. Hacía versos a los catorce años. Cursó la carrera de ingeniero industrial, y para perfeccionar sus estudios viajó por Europa y residió en Barcelona. Fueron sus pasiones, además de la matemática, el ajedrez y la música. Fué general de ingenieros con el ejército revolucionario. Sus poetas dilectos,  Campoamor y Villaespesa. 

Publicó un libro de versos en 1921 con el título A la Laguna de Bay. 

En la siguiente poesía, el sentimiento patriótico del poeta es evidente; la patria Filipinas es la "blanca flor de montañas":


FLOR IDEAL

El rocío de nubes blanquecinas
Eterniza la flor de las colinas,
Esa flor que en su cáliz peregrino
Encierra el ósculo del amor divino,
Llevado allí por las sublimes notas
Del eterno cantar de los patriotas.
Blanca flor de montañas
Que en el azul empíreo se mece,
Cuando surgen patrióticas hazañas
Se multiplica y por doquier florece;
Pero diz que se oculta y desparece,
0 se demuda roja,
Cuando patria postrada se sonroja,
Y vagan por las nubes sus raíces
Lloradas por las musas infelices.
En tanto llega el día
En que, unido el valor a la hidalguía,
Surge en la excelsa cumbre
La cálida ambrosía
Que, a la ignición de misteriosa lumbre,
La planta vitaliza
Y el amor de las musas fecundiza.

Sus hojas transparentes,
que guarnecen flexibles enramadas,
Irradian luces mil, resplandecientes
En medio de penumbras, azuladas,
Y esparcen, difundidos en su brillo,
Los campestres olores del tomillo
Refrescados por níveas sampaguitas,
Burlonas de las cuitas.

Del filipino céfiro amoroso,
Que atrae cadencioso
Mil íntimas fruiciones infinitas...
Vértigo voluptuoso
De sonrisas, caricias y murmullo
Que vibran de una flor en el capullo.

El tronco de esa planta legendaria
Viste el tul que en la selva solitaria
La quietud simboliza
Y el frío del olvido cristaliza.
Mas, en lo alto, los vientos con sus marchas
Pasan para engarzar vivas escarchas
En derredor del cristalino encaje
Que en excelso ropaje
El tronco viste... ¡signo de grandezas!
Bajo una blanca trama de finezas.
Misterioso tamiz de las virtudes
Que alcanzan a divinas altitudes,
y parece una espléndida bandera
Que cubre un mástil de genial quimera.
Veste reticular a cuyas mallas
Llega el eco triunfal de las batallas,
Velo quizás de nupcias redentoras
Que a la patria querida
Viene anunciando bendecidas horas
De una raza indomable redimida.

Y ¡lo que más asombra!...
Sus raices nunca, yacen en la sombra.
Se adaptan en graníticas fisuras,
Desafiando el rigor de las alturas.
Forman telas de mimbre,
De finísima, urdimbre,
Sobre cálido erial o entre los hielos...
Sólidas, al amparo de los cielos,
Y a la vista del sol y las estrellas,
Bajo el fluído vital de las centellas.
Y, hasta en sus pequeñeces,
No puede la soberbia planta humana
Hollar con altiveces
La raíz soberana,
Que en la cúspide siempre se coloca
De acantilada roca,
Por cortantes aristas defendida...
Y es necesario despreciar la vida
Para llegar al pie de la meseta
Donde marca la flor difícil meta...
Pináculo oriental de lo sublime
Al que el astro solar su beso imprime,

Genio inmortal que velas noche y día
Por la ventura de la patria mía:
¿Cuando hallarás la flor de los colinas
En las altas montañas filipinas?



«RIZAL ARTISTA»

En sus juegos de niño,
Al descender ufano
Del tronco envejecido de un manzano,
Miraba con cariño
El fruto más hermoso,
Que a mí me regalaba generoso,
Y muy serio decía:

«Es pequeña, redonda,
Y parece una cara de muñeca
Sonrosada y moronda...
Y yo, en vez de comerla, le pondría
Ojitos».--Y, apesar de alguna mueca,
Convertía aquel fruto
En busto de cupido diminuto.

Lector; si crees invención galana
La escultura pueril de la manzana,
Admite estos detalles,
Y prueba por tí mismo,
(Siempre que iguales elementos halles
Para el escultural idealismo),
Hacer de aquella fruta
Una muñeca fresca y diminuta.

Manzana filipina,
Sonrosada, aromosa, pequeñina,
Y para dar una cabal idea,
De la infantil presea,
Te diré los coloquios que en la infancia
Sostuve con Rizal, en una estancia.

Parece que lo veo:
Con un carbón muy negro y puntiagudo
Le puso cejas y ojos... lo que pudo.
--¿Sin narices? le dije, ¡oh que feo...!
--«Estate quieto, espera,
ya le pondremos la nariz de cera,
Una nariz pequeña, filipina,
Nariz de la modestia, simple y fina.»

--Pero dime, ¿y la boca?
--«Eso aquí, muy pequeña, se coloca
Sobre este hueco, ¡hoyuelo de bellezas!
Expresión de inocentes gentilezas.
Con dos más, forman una maravilla
En cualquier sitio de infantil mejilla».
--¿Queda sin cabellera?
--«Sí. Sólo una gorrita
Con una blanca y grande sampaguita 18. 
Un pámpano escotado por pechera,
Y en el cuello... así... o como se quiera
Por corbata ilang-ilang o champacas 19
0 las verdes hojuelas de albahacas;
Por faldillas las rojas gumamelas 20
Y dos partidos mondos cacahuetes
Por piés, con dos corolas por chinelas,
Ocultas por ribetes
Formados en minúsculos estambres,
Y verdosos pistilos,
Que ensartan dos alambres
O metálicos hilos,
A simular el oropel y encantos
Que dan la majestad a regios mantos.

Nota 18: Aromosas flores del Archipiélago.

Nota 19: Flor roja, silvestre, parecida a nuestra amapola.

Nota 20: Hibiscos (Tagalog).

«¡Es niño filipino!»,--me decía,--
«Le visto con suprema gallardía.»

Pasaron sin quebrantos
Esos días de juegos infantiles;
Vinieron los Abriles,
Con todos sus encantos
Haciendo palpitar los corazones.
Y Rizal ya tallaba
Machetes y cañones,
Y siempre preparaba,--
¡Manera singular de sus hazañas!--
Contra el cañón el triunfo de las cañas.
Y esto es verdad, mi buen lector mundano,
Porque él, con catapultas de cañizo,
Con frecuencia deshizo
El rico armón de mi cañón prusiano.
!Del arte militar, el horizonte
Que ve un Napoleón o un Jenofonte...!

Mas tarde, siempre vencedor en tierra,
Piensa en barcos de guerra filipinos...
Y ya cansado un día
De la dificultad que siempre encierra
El triunfo en mar bravía,
¡Buscó en lo sobrehumano los destinos...!
Se puso con empeño
A esculpir en un leño
El frío simbolismo de algún santo...
Y el arte místico feliz nacía
Con religioso encanto
Al modelar su culta idolatría.

Ya es preciso cruzar los anchos mares.
Los genios tutelares
Nos señalan el triunfo muy lejano.
Allende el Océano
Veremos a Rizal en Barcelona
Sobre una mesa del «Café Pelayo»
Mirarnos de soslayo,
y con, medida artística segura
y sonrisa burlona,
En el mármol hermoso, muy pulido,
Una caricatura
Haciendo, pronto, igual y de corrido.
y allí nos señalaba,
Con rayas y con puntos
Cada uno y todos juntos,
Y caracterizaba
Nuestras tendencias siempre juveniles
En el loco correr de los Abriles.

Do quiera, hasta en los días de algaradas
Era Rizal artista en las veladas.
Siempre sus poesías
Eran una escultura,
0 luciente pintura,
De sublimes, vibrantes melodías
Que por los mares y hasta por los aires
Transportaba, en patrióticos donaires,
Su artístico altar de estro divino,
Del suelo filipino
Amor de sus amores,
Búcaro inmenso de orientales flores.

Recuerdo que una tarde del Otoño,
En la Villa del oso y del madroño,
En casa de Paterno,
De filipinas glorias
Recolector eterno
Y pensador de idílicas historias,
Se hallaban literatos,
Ministros, periodistas,
Músicos y pintores,
Y todos los artistas,
En raros pugilatos,
A conquistar aplausos o bellezas
Exhibiendo primores
En cultas gentilezas...
Rizal, con tino singular y austero,
Me señaló en un rico musiquero
La colección de músicas tagalas,
Diciéndome sincero:
«Mi corazón palpita
Cuando a la luz de filipinas galas
La música infinita
De un canto lastimero
Despierta el alma mía
Al kundiman de suave melodía...»
Y me habló de la insólita guitarra
Y me dijo galante:
«Yo siempre pintaría al estudiante
Con libro, con laúd y cimitarra».
Y mientras la alegría fermentaba
En aquellos espléndidos salones,
De los ricos plafones
Donde el genio ideal seleccionaba
Filipinas pinturas,
Y salacots y bolos...
Mil bellas esculturas
Y hasta los chirimbolos
De igorrotes y aetas
Y mandobles y cotas
De ignorados atletas
En regiones remotas,
Y juventud allí rivalizaba...
Y entre música y flores se libaba,
En copa de abundancias,
Amistad y elegancias.
Rizal siente volar en el ambiente
Las cadencias aladas
Que allí llegaban desde Extremo Oriente
Por aires filipinos transportadas...
¡Melancólica música sonriente,
por el artístico ideal rimadas!

Y siguiendo el relato
De aquellas expansiones
Que enaltecen patrióticas reuniones,
Donde el ameno trato
De jóvenes diplomatas noveles
Para la Patria conquistó laureles;
He de nombrar la femenil belleza,
Ornada de modestas galanuras
De filipina alteza,
Con sus alegres castas timideces,
Conjunto de hermosuras
Mezcladas con ingenuas altiveces.

Que preparó en su casa la velada,
Do emulación despierta en dulce calma
A filipina juventud mimada
En amores artísticos del alma;
La admirable Consuelo Ortiga y Rey,
Que amó en Madrid la filipina grey.
Allí Rizal «Me piden versos»21 dijo
En su patriótico amor siempre prolijo...
Y aquella niña, sin igual hermosa,
Divisó en lontananza alguna cosa
Que faltaba en aquel rico concierto,
En donde gracias, músicas y flores
Esparcían fulgores,
Pues Rizal se sentía en un desierto
Recordando a su Patria encadenada.
La huérfana gentil cerró sus ojos,
Y hasta arrugó su frente iluminada
Por mil destellos rojos,
Al pensar en su madre idolatrada...
¡Así Rizal llenó de pensamientos
Aquella hora de luz y arrobamientos!...

Nota 21: Cópiase esta composición entre las del Dr. Rizal.

Es arte el de decir hondas tristezas,
Revestidas de fuego y de bellezas.
  De Luna e Hidalgo es el cantor sublime.
Del «Spoliarium» a mujer llorosa,
Y de «Las Vírgenes» a voz que gime
En cristiana actitud de fé radiosa,
Cuando pinta con vívida hermosura
La expresión de simbólica pintura
En un brindis genial «A los pintores»
Que a la patria llenaron de esplendores.
Allí comienza el prólogo infinito
De su pasión creciente
Y patriotismo ardiente,
En el Noli me tángere descrito,
Con al arte de hacer a los patriotas
En las batallas de candentes notas.

Clarividente y singular atleta
Ya era Rizal el escultor profeta.
En Leitmeritz he visto un esqueleto
Que me llenó de asombro,
Y cual un amuleto
Me conmovió por su expresión macabra:
Sobre cualquier escombro
Puesta de pié, famélica osamenta
Cubierta por sayal que apenas se abra.
En el cuello un rosario.
Y mujer macilenta,
Forcejeando en ansias ya mortales,
Contra el lúbrico abrazo del falsario
En sus horribles crápulas letales...
Con sus órbitas huecas
De carcomido sátiro en lujuria
Que arranca, atroz, horripilantes muecas
En la tragedia de bestial injuria.

Así lanza Rizal su primer reto
Al amor monacal en esqueleto...
Y ya a Dámaso Ponce le vengaba
Y a su historia infeliz se anticipaba.
  Borremos esa escena
Do el arte lucha en la mortal gangrena.

Otra rica escultura,
En «La ciencia que triunfa en la muerte»
Me enseñó Blumentritt con galanura,
Por venturosa suerte
Oí de aquellos labios
La incomparable explicación de sabios.
Un joven decidido y vigoroso
En lo alto, con indómita energía,
Cual bandera que ondea
En terrible porfía,
Ya blande victorioso
Antorcha que flamea
Para destruir el germen venenoso...

Bajo los pies, la calavera chata
En que ignorancia o muerte se retrata.

Esas dos creaciones
0 esculturas que admiran las naciones,
A Blumentritt le fueron regaladas
Por el mismo Rizal, cuando, talladas,
Buscó el depositario
Que comprenda y explique
Al pueblo filipino
Aquel plan legendario
Que opondrá eterno dique
A la ruda invasión de un adversario
En el duro camino
Para alcanzar la justa independencia...
¡Expresión soberana de arte y ciencia!

Blumentritt, en sus fúlgidos salones
De filipino ambiente,
Do laten filipinos corazones,
Sincero y elocuente
En aquel sitio mismo
!Qué parece el dosel del patriotismo!
Donde Rizal y él, solos conversaron...
Y de su patria con amor trataron
Me dijo conmovido:
«Ah... esas dos hermosas obras de arte
«A solas, serán parte
«A preparar santuario indefinido
«Para un altar futuro
«Cuando el género humano,
«En su criterio puro,
«Y amor cosmopolita
«Del mundo, soberano,
«Viva doquier con libertad bendita,
«Y transforme del todo el fanatismo
«En virtud, ciencias, artes y civismo.

Sí. De un templo en las gradas
Fundó Rizal sus obras celebradas,
¡Texto o arquitectura
De un amor infinito, legendario,
Que revela en artística hermosura
Su noble corazón humanitario.

Y, por Rizal os juro,
Al entregar el último retazo
De este papel en que sus artes trazo,
Que es preciso que «Euterpe» siempre viva
En el amor más puro
De aquella iniciativa.
Y creciente este círculo del arte,
Con severa constancia
Y oriental arrogancia,
Levante inmaculado el estandarte
Do brillarán los astros de la gloria
Del libro artístico de nuestra historia. 








.

JESÚS CASUSO ALCUAZ [17.707] Poeta de Filipinas

$
0
0

JESÚS CASUSO ALCUAZ

Hijo de Manuel Casuso. Nació en Manila,  Filipinas, en 1898. † en el Japón el 19 de Julio de 1918. Escribió, cuando cursaba el bachillerato, las composiciones que se copian.



LAS CAÑAS

Cada caña es una flauta que solloza inconsolable
Si Céfiro agita blando sus penachos de esmeralda,
Y en el tedio de las siestas, si cruzamos los senderos,
Nos convidan a la sombra de sus plañideras ramas.

Son sus voces cual las dulces de princesas medievales
En el fondo de castillos imponentes encerradas,
Que inspiraron a los bardos melenudos de Provenza
Los más dulces madrigales arrancadas de sus arpas.

En la calma apetecible de los pueblos escondidos,
Como duendes protectores en las sendas se levantan,
Declamando sus estrofas de lirismo incomprensible,
A la vez que por sus hojas ruedan tímidas las lágrimas.

Viajero, que con anhelos de poder llorar a solas
Te encaminas de las selvas a las partes resguardadas,
Llora, llora con el ritmo de las cañas majestuosas
Bajo palios florecidos de vegetación malaya.

Cuántas veces he cruzado los caminos empolvados
Con el sol que descendió como un manto a mis espaldas,
Y he buscado la frescura de sus ramas temblorosas,
Cual oasis en desierto la sedienta caravana.

Y me han dicho sus tristezas, sus pesares, sus dolores;
Me han abierto los arcanos musicales de sus almas;
Me han narrado complacientes los sucesos culminantes
Y epopeyas de los días venturosos de la patria.

--«¿Dónde están aquellos fuertes y valientes Solimanes
Que cruzaron otros tiempos estas selvas solitarias
A la guerra? Todo duerme bajo el polvo de la muerte
Y la voz del tiempo rudo va segando nuestra raza».

--«En los pechos y en los brazos falta ya el viril denuedo
Y en la frente el entusiasmo y en las bocas la palabra:
Y la patria llora, llora, de sufrir el cautiverio,
Y no hay hombres, no hay soldados, no hay valientes no hay espadas...»

--«Cuan mejores, ¡ay! los días en que férricos guerreros
Nuestros troncos con el bolo para fin marcial cortaban.
Fuimos lanzas, fuimos saetas, que llevábamos la muerte
A las filas del contrario, con apóstrofes de rabia.

Hoy dormidas, sólo tienen nuestros troncos musicales
Armonías, que el ambiente saturando van de gracia,
Y amedrentan a los niños, a los tímidos y púberes,
Que imagínense que oyen los gemidos de las almas.»

....................................................................................

Retíreme de la sombra de las cañas sollozantes
Y me vine pensativo, ya muy tarde, hacia mi casa;
¡Y en el bosque proseguía dolorida sus lamentos
Una orquesta fabulosa de un millar de verdes flautas!




A ESPAÑA
(FRAGMENTO)

Allá, detrás del mar, descansa España
con aire augusto de titán, rendida;
que al peso tanto de su mucha hazaña,
sobre sus lauros se cayó dormida...

Allá la patria de Guzmán el Bueno,
de un Cid que reta y en palestras mata;
y su tizona, remedando el trueno,
a los muslines en pavor desata...

Allá la noble España, madre nuestra,
aquí su noble hija del Oriente,
que a los extraños y a los propios muestra
que de ella supo levantar la frente...

Allá lo grande y lo sublime impera;
en Hispania halló el arte sus altares;
aquí esta Perla, que feliz fuera
un pedazo de España en estos mares...

Mas hoy, cortados los benditos lazos,
tú estás muy lejos de nosotros, madre,
y aquí tendemos hacia ti los brazos
porque no hay suerte que sin ti nos cuadre...

Tú diste al mundo tus caducas leyes,
con cien coronas se ciñó tu frente;
hollaste cetros, destronaste reyes,
y ebria de gloria se durmió tu gente...

Si tanta gloria sin igual tuviste
y lauros cien tu señorial cabeza,
deja que diga que si al fin caíste,
fué tu caída tu mayor grandeza.

¿Mas, hemos de insultarte cuando vemos
plegar tus alas que taparon soles?
¡Oh, nunca, nunca, que mejor seremos
hermanos filipinos y españoles...!




ALMAS

Cuando inclinan las flores sus corolas
   sobre los tallos,
   meditan sus pesares
   y vierten llanto.
A las flores he oído muchas veces
   gimiendo por lo bajo...
¿Tal vez entre sus pétalos el alma
   hay de un enamorado?
¿Tal vez las mismas flores aun lozanas
   reciban desengaños,
y tengan de amarguras y dolores
   repletos los nectarios?
Yo no sé, yo no sé qué es lo que tienen,
   pero ello es el caso
que cuando agita el aire sus corolas
   suspiran por lo bajo ...
¡Las flores son las almas de mujeres
que en la tierra su crimen no purgaron,
mujeres que murieron olvidadas
   después que tanto amaron,
   y ahora vagan sus almas
de unas flores a otras emigrando,
y en el crisol ardiente de sus penas
purifican las huellas del pasado...
¡No arranquemos jamás con mano brusca
    una flor de su tallo:
las flores tienen alma; las he oído
gimiendo muchas veces por lo bajo...!
...................................................

Salí al campo cantando una mañana,
    y vi sobre su alfombra
una siembra de gotas cristalinas,
    de polícromas gotas.
¿Quién había llorado aquella noche?
    ¿Fueron, quizá, las sombras?
    ¿Fueron, quizá, los astros?
¿Fuera, quizá, la luna soñadora...?
    No sé, no sé quién fuera,
pero lágrimas eran tales gotas;
    lágrimas transparentes
y de luces radiantes como auroras...!
    Dicen que tienen alma las estrellas;
    mas, ¿por qué lloran?
Yo conozco esas lágrimas y juro
    que son de penas hondas...
A veces, cuando el cielo está sereno
    y la noche reposa,
levanto al firmamento la mirada
    y pálidas las veo y ojerosas...!
    ¿Hay penas allá arriba?
Y si penas no hay, ¿por qué sollozan?
    ¡Las estrellas son almas
que vivieron errantes y azarosas,
    informando unos cuerpos
de materia podrida y hedionda...!

Marzo, 1916. 









ENRIQUE FERNÁNDEZ LUMBA [17.708] Poeta de Filipinas

$
0
0

Foto: Enrique Fernández Lumba a la derecha, en San Francisco, con su hija Charing y con Tony P. Fernández



ENRIQUE FERNÁNDEZ LUMBA  

Nació el 10 de abril de 1899 en Manila (Filipinas), donde murió el 29 de marzo de 1990.

Estudió en el Seminario de San Juan de Letrán y en la Universidad de Santo Tomás. 

Fue director de los diarios manilenses "El Comercio" y "La Defensa" y, tras la Segunda Guerra Mundial, redactor de "El Debate" y "La Voz de Manila".

Fue miembro de la Academia Filipina y catedrático de español en la Universidad de Santo Tomás.




El recuerdo y la resistencia: 
Poética de Enrique Fernández Lumba

Jad B. Monsod


En su libro Kanthapura, el novelista indio Raja Rao expresa la importancia del lenguaje de la potencia colonial dominante para los colonizados utilizando las siguientes palabras contundentes: “One has to convey in a language that is not one's own the spirit that is one's own” (vii). Cuando la guerra entre España y los Estados Unidos terminó en 1898 favoreciendo a los americanos, parecía que el castellano en Filipinas estaba al borde de su decadencia, y que el inglés estaba emergiendo como la nueva lengua de la enseñanza. Paradójicamente, como fue señalado extensamente por el autor español Luis Mariñas en su libro La literatura filipina en castellano, el fin del poder político de España en Filipinas dio lugar al florecimiento de la literatura filipina escrita en español. Los escritores durante el periodo de los americanos en el país comunicaban sus ideas y pensamientos en la lengua de la potencia colonial anterior, una lengua que era, indudablemente, extranjera. No obstante, para poder entender la razón de por qué tuvo lugar el florecimiento del castellano en Filipinas con la salida de los españoles, tenemos que adentrarnos en las palabras de Rao mencionadas arriba. En este ensayo, por lo tanto, señalamos que el punto cumbre del lenguaje castellano en la literatura de los escritores filipinos durante el periodo de los americanos existió en dos formas: el recuerdo y la resistencia. Estas dos formas suelen parecer contradictorias, pero en este caso de la relación de Filipinas con las dos potencias coloniales, dichas formas están opuestas solamente porque la resistencia fue contra los americanos mientras el recuerdo se inclinó a favor de los españoles.

Uno de los escritores filipinos en castellano durante el periodo americano fue Enrique Fernández Lumba. Nacido en 1899 en Intramuros, Manila, fue uno de los escritores más prolíficos del periodo. Ganó el prestigioso Premio Zóbel en 1954 por su obra titulada Hispanofilia filipina, una antología de los ensayos y poemas que había escrito y coleccionado por más de tres décadas. No solamente fue un gran ensayista y poeta sino también abogado y periodista. Estudió Derecho en la Universidad de Santo Tomás y, en 1920, empezó su carrera periodística con El Comercio. En 1924, se hizo redactor de La Defensa hasta el año 1930 cuando el periódico se cerró. En 1931, sin embargo, hizo revivir el periódico como semanario bilingüe. Su primer logro poético fue una mención honorífica en un concurso organizado por el Casino Español. En 1947, ingresó en la Academia Filipina.

.....Fernández Lumba usó el seudónimo «Uno de la Calle» en muchas de sus obras. Sus poemas, escritos a lo largo del periodo americano y después de la independencia, fueron, paradójicamente, un modo de alabar la cultura hispánica. En su libro mencionado arriba, consideró la hispanofilia filipina como un “efecto de una nostalgia por el ambiente social y cultural en que vivían en los llamados tiempos de España…” (1). Recibiendo la inspiración de los cuatro grandes, Fernando Ma. Guerrero, Cecilio Apóstol, Jesús Balmori y Manuel Bernabé, Lumba y los otros poetas durante el periodo americano veían a España como una madre, en cuyos brazos abiertos Filipinas se desarrollaba. “¿Qué poetas, inspirados por tu historia, no cantaron / la nobleza de tus hechos, la virtud de tu linaje?”, preguntó Lumba en su poema “¿Qué más decir?” (1922). Por consiguiente, los poemas que aludían a España durante los tiempos de Lumba también hablaban de un deseo de devolver lo que había dado España a la entonces joven Filipinas. Más profundamente, los poemas de Lumba, desbordando alabanzas a la «Madre España», hablaban de la gratitud de un niño a su madre. Es decir, sin la madre, el niño no se podría criar ni guiar en el camino que tendría que atravesar. “Y en el alma filipina, ¿qué recuerdo habrá más dulce?”, preguntó Lumba en el mismo poema. Por lo tanto, se puede decir que sus poemas eran memorias escritas que exponían un anhelo profundo por los mejores días pasados. Además, sus poemas reconocían que, como un niño que se hace mayor, la emancipación de Filipinas de España fue tanto inevitable como triste. No obstante, como dijo Sr. Martín Torrente que “Filipinas ama a España”1, Lumba, a través de sus poemas, escribía sobre un amor perdido que algún día volvería. Tal como escribió el gran poeta Bernabé en su obra titulada “Filipinas a España” 2 en la que expresó su creencia que España volvería, “tú, España, volverás—¿qué amor no ha vuelto?”. Los poemas de Lumba fueron, asimismo, románticos, ya que hablaban del pasado español como si fuera un amor perdido que algún día volvería.

.....Junta con la afirmación del retorno de España es la idea que España es inmortal. Esta idea fue expresada por Lumba en su poema “España inmortal” (1935) en el que comparó el país europeo con la luz del día. Es decir, la salida de los españoles se puede describir como una noche oscura, un episodio que va a pasar y que va a dar lugar al día: “tú no has muerto, tú vives todavía; / tu espíritu fecundo y tesonero / se oculta, pero vuelve como el día”, dijo Lumba en su poema. Otra manifestación del recuerdo para España en los poemas del autor es la afirmación que España formó una gran parte de la identidad filipina por haber traído su idioma y su religión a Filipinas. Tal como escribió la principal poetisa filipina en castellano, Adelina Gurrea y Monasterio, en su conferencia-ensayo Filipinas heredera privilegiada, decía ayer... digo hoy (1954)3, de España los filipinos habían heredado “espíritu, tradición, ideal, arte, intelecto, corazón” que son, según el autor Andrea Gallo en su análisis de la obra de Gurrea, “la herencia hispánica…tan propia e íntimamente filipina que no se puede ignorar o borrar” (275). Podemos ver muchas menciones de la herencia hispánica en la poesía de Fernández Lumba. En “¿Qué más decir?”, habló tanto del lenguaje castellano como de la religión cristiana como los dos legados más importantes de España en Filipinas. Dijo él, “¿Qué cultura habrá más alta que la tuya tan cristiana? / ¿Cuál más dulce que tu idioma, que parece una fontana / que hace siglos se desliza sobre un lecho de diamantes?” Igualmente, preguntó, “¿Qué potencia irresistible que al progreso nos impulse, / Que la fe de Jesucristo, más la lengua de Cervantes…?” Otros poemas de Lumba en los que la herencia hispánica es prevalente son: “Mientras dicen…” (1920), un poema en el cual menciona nuevamente la Madre España y en el cual enumera la gloria, la historia, la enseña bicolor, el idioma de armonía y la cruz como las cosas por las cuales los filipinos tienen que agradecer a España, e “Hispanidad” (1948) en el que Lumba glorificó el castellano por ser el lenguaje que unió todos los pueblos filipinos y dijo que el imperio español en Filipinas fue más noble que el imperio romano, usando las siguientes líneas: “Diversidad de pueblos con unidad de idioma / formando un gran imperio más noble que el de Roma, / porque no los une fuerza material.”

.....Otra manifestación del recuerdo para España en la poesía de Lumba es la mención frecuente de algunas personas españolas. Esta característica de su poesía se puede atribuir a la idea de que los españoles y los filipinos representan dos espacios que tienen la misma lengua, la misma cultura y la misma religión, y por lo tanto, es indudable que entre estos dos pueblos hay una relación íntima que no se puede romper. Hay algunos poemas por Lumba que tienen esta característica especial. Un ejemplo es “A Magallanes” (1921), un poema dedicado a Fernando Magallanes, escrito en el cuarto centenario del descubrimiento de Filipinas y en el cual dice que el tiempo pasa pero “tu glorioso nombre los siglos guardarán”. Asimismo, el poema es una alabanza a Magallanes por ser la persona clave que trajo “la lengua de Castilla, la fe de aquella España” a las Filipinas en 1521. En “Sin temor” (1925), un poema dedicado al escritor español, D. Federico García Sanchiz, Lumba ofreció su agradecimiento al “habla cervantina” cuyo valor en la conservación de la herencia hispánica en Filipinas es imprescindible. Dice él, “pues un idioma extraño las nubes alimenta… / y firmemente avanzan amenazando ruina”.

.....Dos poemas importantes de Lumba son “La despedida” y “La respuesta”. El primero, escrito desde el punto de vista de España, habla de la lamentable partida de los españoles. La primera parte expresó lo que fue inevitable: la separación de España de las Filipinas como un acto parecido a la emancipación de un niño de su madre al hacerse mayor. De nuevo, se expresó en el poema el reconocimiento que España dio a Filipinas una lengua y una fe. “Te acompañé también a las iglesias / y fui en tus labios la plegaria santa”, dijo el poema. Lumba, en esta obra, también describió los tiempos de España en las Filipinas como días de oro. “Comprendo que los días que vivimos / son los días del oro y la materia”, dijo el poema. “La respuesta”, en otro lugar, es un poema escrito desde el punto de vista de Filipinas. En la obra, Filipinas expresó su tristeza por la partida de los españoles en una voz, digamos, desesperada: “No te marches; escúchame un instante. / No es cierto que yo quiera que te vayas.”

.....Un poema clave de Fernández Lumba es el titulado “Tus cartas”. En este poema, lamenta la pérdida del castellano en las Filipinas, causada por la emergencia del inglés como el idioma de la enseñanza. Como cuando escribe en su ensayo titulado “La 'Reliquia”, describiendo la lengua española como un lenguaje “que fue muy grande, que ya está muerto”. No obstante, en el poema, reconoce que el castellano se usaba para guardar “tristes recuerdos”, una referencia a la memoria de los tiempos pasados de España en Filipinas escrita y conservada en la poesía.

.....Después de ya haber dicho que la presencia de España en la mayoría de los poemas de Lumba significa un recuerdo de los días pasados de los españoles en Filipinas, hay que establecer que su poesía también sirve como una forma de resistencia contra los americanos y la americanización. Es decir, los escritores durante el periodo de los americanos usaban la lengua cervantina en la lucha contra los nuevos colonizadores por dos razones importantes. En primer lugar, como escribió Wystan de la Peña en su ensayo “The Spanish-English Language War”, para los filipinos, “to accept American rule meant alienating them from their Hispanic-Malayan heritage…” (9). Lumba, a través de su poesía, afirmó su alianza con España y su reconocimiento que la herencia hispánica trasformó su identidad malaya para formar una nueva identidad en la cual se manifiesta la convivencia de España y Filipinas. Sin embargo, es igualmente importante enfatizar que esta afirmación no se puede alcanzar sin rechazar al otro colonizador que provoca la relación entre los dos países. En otras palabras, la presencia de España en la poesía de Lumba sirve para decir que entre España y los Estados Unidos, los filipinos se ponían al lado del primero. En otro lugar, tal como escribió el teorista poscolonial Edward Said en su influyente libro Culture and Imperialism, “domination breeds resistance”. Se puede decir que los filipinos ya se habían hecho una raza trasformada después de casi cuatrocientos años bajo los españoles. De España, los filipinos aprendieron los conceptos de la libertad y la independencia para poder defender a ellos mismos contra los nuevos colonizadores. Según Jolipa en su ensayo titulado “Lost Paradise”, la cultura hispánica “nourished the Filipino's desire for independence from foreign domination” (30). 

.....Para concluir, la poesía de Enrique Fernández Lumba muestra que la habilidad artística del poeta vino del panorama social en el cual estuvo situado. Como escribió Said en el mismo libro mencionado previamente, “There is a relationship between an individual writer and the tradition of which he or she is a part” (230). Es decir, a la vez, la poesía es un acto tanto artístico como político. Los poetas usan la pluma para exponer lo que pasa en su alrededor, es su papel tan maravilloso como transformadores de las meras palabras en una obra maestra que muestra tanto indirecta como artísticamente cómo se siente en el interior. Es igualmente interesante decir que la poesía de Lumba enfatiza que el lazo político español se había roto después de la guerra entre España y los Estados Unidos en 1898, pero los lazos culturales, como se manifiestan claramente en la lengua española y, por supuesto, en la religión cristiana, permanecieron y permanecerán en el alma filipino para siempre. Asímismo, según Gallo, para un poeta que vive después de los tiempos bajo las potencias coloniales, “el expresarse en castellano, en forma escrita y artística, es hacer referencia a toda una realidad espiritual y estética, a un conjunto de valores y formas que siguen vivas y vitales…” También la poesía de Lumba dice que el recuerdo es nuestra conexión afectuosa al pasado. El recuerdo da a lo que tenemos en el presente su significado más íntimo. Como dijo el poeta filipino contemporáneo en castellano Edwin Agustín Lozada en una entrevista con Gallo incluida en su artículo “Una voz hispana de filipinas”, “El recuerdo forma parte de la realidad. El presente continuamente sigue convirtiéndose en recuerdo que guardamos en el corazón” (11). Al fin, la poesía de Fernández Lumba, aunque expresada en español, es, ante todo, profundamente filipina. Expresa y muestra un país que es ahora ya de fuerte espíritu porque, de un modo u otro, “lo hispánico es algo propio de Filipinas” .

.....1D. Antonio Martín Torrente, de madre filipina y de padre español, fue Coronel de Artillera del Ejército español a mediados del siglo XX. La cita se puede encontrar en la página 8 del libro de Fernández Lumba, Hispanofilia filipina.
.....2 Este poema está incluido en la antología de Manuel Bernabé titulada Perfil de cresta.
.....3 Citado por el autor Andrea Gallo en un análisis de la obra de Gurrea publicado en una colección de ensayos, Mujeres en la literatura. Escritoras (266).

Referencias

-Alinea, Estanislao. “Philippine Literature in Spanish from the Literature of Protest to Efflorescence.” Brown Heritage: Essays on Philippine Cultural Tradition and Literature. Ed. Antonio G. Mamuad. Quezon City: Ateneo de Manila University Press, 1967.
-Ashcroft, Bill, et. al. The Empire Writes Back: Theory and Practice in Post-Colonial Literatures. London and New York: Routledge, 1989.
-Bernabé, Manuel. Perfil de cresta. 2ª ed. Manila: Carmelo y Bauermann, 1957.
-De La Peña, Wystan. “The Spanish-English Language War.” Linguae et Litterae. IV-V: 6-28. Quezon City: University of the Philippines, 2000-2001.
-Farolán, Edmundo. “Horacio de la Costa y los rasgos del nacionalismo.” Revista Filipina: Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina. Tomo I. No. 4, Primavera 1998. 5 septiembre 2010. <http://vcn.bc.ca/~edfar/revista/pri98.htm>.
-Gallo, Andrea. “Filipinas heredera privilegiada, decía ayer… digo hoy: Una conferencia-ensayo de Adelina Gurrea Monasterio.” Mujeres en la literatura. Escritoras. Año IV. Numero 19: 261-276, Marzo-Abril 2009. 5 septiembre 2010. <www.destiempos.com/n19/gallo2.pdf>.
“¿Literatura hispano-filipina contemporánea? Un ejemplo en la poesía de Edmundo Farolán Romero.” Humanities Diliman. 4.1: 150-174. Quezon City: University of the Philippines, January - June 2007. 5 septiembre 2010. <http://journals.upd.edu.ph/index.php/humanitiesdiliman/article/viewArticle/632>.
-“Una voz hispana de Filipinas: Edwin Agustín Lozada.” Revista Electrónica de Estudios Filológicos. Número 13, Julio 2007. 5 septiembre 2010. <http://www.um.es/tonosdigital/znum13/secciones/estudios_K_lozada.htm>
-Jolipa, Nora T. “Lost Paradise: American Colonialism and the Filipino Writer in Spanish.” Nationalist Literature: A Centennial Forum. Ed. Elmer A. Ordóñez. Quezon City: University of the Philippines Press, 1996.
-Lumba, Enrique Fernández. Hispanofilia filipina. [s.l.]: [s.n.], 1984.
-“La 'Reliquia'.” Revista Filipina: Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina. Tomo III. No. 3, Invierno 99-10. 5 septiembre 2010. <http://vcn.bc.ca/~edfar/revista/in99.htm>.
-Mariñas y Otero, Luis. La literatura filipina en castellano. Madrid: Editora Nacional, 1974.
-Rao, Raja. Kanthapura. New York: New Directions, 1963.
-Rovira, Enrique Javier Yarza. “Filipinas en busca de su identidad hispana.” Revista Filipina: Revista Trimestral de Lengua y Literatura Hispanofilipina. Tomo XII. No. 4, Invierno 08-09. 5 septiembre 2010. <http://www.revista.carayanpress.com/yarzarovira.html>.
-Said, Edward W. Culture and Imperialism. London: Vintage Books, 1994.
-Veloso, Alfredo S. Poética: Antología de poetas filipinos. Quezon City: Asvel Publishing, 1966.




Visita a Madrid en 1969. (El Sr. Fdez Lumba a la izquierda)


LA MUJER

Es del artista inspiración fecunda;
flor divina en el huerto de la vida;
del bardo en el laúd nota escogida
que de armonías la existencia inunda.

Ángel hermoso que a la tierra inmunda
cayó del cielo con el ala herida;
blanca luz de la gloria desprendida,
que del vivir la lobreguez profunda

disipa con la magia de su encanto.
Es talismán de poderoso hechizo
que al brío de su amor no hay quien resista,

ni pecho que no ablande con su llanto.
¡Es Eva que nos quita el paraíso,
y es María que el cielo nos conquista!

1919.



MIENTRAS DICEN...

Madre España,
por tu gloria,
por el brillo de tu historia,
por tu hazaña de tres siglos en la tierra de mi amor,
por la sangre que vertiste en las Américas,
por tus luchas tan homéricas,
por la gloria de tu enseña bicolor,
hoy levanto
la ideal copa de mi canto,
mientras dicen mis hermanos, los poetas,
en estrofas peregrinas:
¡viva españa en Filipinas!
¡viva España y su memoria...!
y proclaman las trompetas
de la gloria
tu mirífica victoria.

Yo quisiera que mi verso condensara
el sentir de veinte pueblos hermanados
por tu idioma de armonía tan preclara;
veinte pueblos troquelados
en el fuego de tu alma generosa;
veinte pueblos herederos de tu historia y tu nobleza.
Yo los miro en este día como pétalos de rosa
colocada en el altar de tu grandeza;
como cuerdas de una lira colosal
que, pulsada por el genio de la historia,
suena un cántico real
de sublimes resonancias,
que venciendo las distancias
publicando va tu gloria
por los lindes del planeta...

Madre España: por tu honor,
por tu idioma, por Legazpi y Urdaneta,
por la gloria de tu enseña bicolor,
por la cruz que nos legaste, yo levanto
la ideal copa de mi canto,
mientras cantan mis hermanos, los poetas,
en estrofas peregrinas:
¡viva España en Filipinas!
Y proclaman las trompetas
de la gloria
lo inmortal de tu victoria...

Julio, 1920.




A PLARIDEL  22

Luchaste allá en la vieja monarquía
con voluntad exenta de egoísmo,
sirviéndote de escudo el patriotismo
y nuestra santa libertad por guía.

Vertiste gota a gota tu energía
en la lucha mental del periodismo,
al pueblo predicando el heroísmo
y encendiéndole en sacra rebeldía.

Y es justo que hoy, en los nativos lares,
ensalce el vate en líricos cantares
tu nombre pregonado por doquiera;

y es justo que la patria agradecida,
por quien supistes inmolar la vida,
¡guarde en su seno tu mansión postrera...!

Noviembre, 1920.


Nota 22: Seudónimo que usó en el periódico «La Solidaridad», por él fundado, el escritor filipino Marcelo H. del Pilar. «La Solidaridad» se publicó en Barcelona.




A MAGALLANES
(EN EL CUARTO CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE FILIPINAS)

En vano tu recuerdo y tu nombre esclarecidos
indignas almas viles intentan olvidar;
los signos de tu gloria quedaron esculpidos
en páginas eternas del libro universal.

Jamás el hombre aleve podrá borrar la estela
que tus sencillas naves dejaron en el mar;
el genio de la historia por tu recuerdo vela
y tu glorioso nombre los siglos guardarán.

La noche del olvido no puede con sus brumas
de tu memoria egregia las luces apagar;
constante el mar azota las peñas, y en espumas
tan sólo se convierte su furia pertinaz.

No en vano con tus naves cargadas de nobleza,
del todo lo sublime que Iberia pudo dar,
venciste los embates del mar y su fiereza,
trayendo con tu espada la cruz y la verdad.

Tu gloria es como el astro que intenso resplandece;
mirar tal vez no quieran su bello fulgurar,
pero su clara lumbre ni muere ni decrece,
y en los espacios célicos luciendo siempre está.

Mi débil voz te anuncia que tu gloriosa hazaña
trayendo a Filipinas--¡a mi adorado lar!--
la lengua de Castilla, la fe de aquella España,
los buenos filipinos jamás olvidarán.

En vano la desidia pretenderá olvidarte,
que el eco de tu nombre resuena sin cesar;
se oye entre las ruinas que sirven de baluarte
a un ayer glorioso que nunca cederá;

lo lleva entre los labios el hijo de esta tierra:
nombrar a Filipinas tu nombre es pronunciar;
si el tiempo borra un día la losa que te encierra,
no temas, pues tu nombre jamás se perderá.

Después de cuatro siglos aun tu gloria existe
aun recuerda el pueblo tu hazaña singular,
que el tiempo ni los hombres la sangre que vertiste
borrar no pueden ellos del suelo de Mactán.
..........................................................................

¡Oh, insigne Magallanes, bendita tu memoria!
¡Bendito aquel instante cuando cruzaste el mar,
trayendo a estas regiones un nombre y una historia,
y con la cruz de Cristo la luz de la verdad!

Noviembre, 1921.




LAS TRES BANDERAS

I

Vedla, llena de gloria, ondear pacífica
Sin los arrestos bélicos de ayer,
Es la bandera bicolor, magnífica,
Que arrastró un día el triunfo por doquier.

Es la de España, la nación prolífica
Que a pueblos dió la libertad y el ser;
La gualda y roja, a cuya luz mirífica
Pudo Iberia la gloria retener...

Yo te saludo con el alma extática,
Que siempre fué por tu esplendor fanática
Queriendo verte ondear en el confín.

Rotos los lazos de la unión política,
Bendícete mi patria en la hora crítica
como al emblema de un amor sin fin...


II

Ved la otra que se ostenta dominante
Llena de juventud y de vigor,
Y porque es ella fuerte va delante
Deslumbrando con su áurico fulgor.

Ayer en Francia se mostró gigante
Guiada por el genio vencedor;
Hoy por el mundo llévala triunfante
De la concordia el ángel mediador.

Es la enseña que anuncia libertades
Prometiendo trocar en realidades
De los pueblos las ansias de vivir...

¡Oh bandera de América potente!
Mi pueblo te saluda reverente
Como al signo de un bello porvenir...


III

Y allí la siempre amada y bendecida
Que un tiempo se eclipsó de nuestros cielos;
La que entrevió Rizal en sus desvelos
Y en el supremo instante de su vida.

La enseña que en Malolos vióse erguida
Colmando de mi patria los anhelos;
La que a mi pueblo préstale consuelos
En tanto espera verla enaltecida...

¡Bendita seas, tricolor enseña!
Mirarte libre un día mi alma sueña,
Derramando la luz de tus colores;

Y cuando llegue aquel dichoso instante.
Yo te diré con alma delirante
¡Que tú eres el amor de mis amores!

Enero, 1922.




¿QUE MÁS DECIR...?
A ESPAÑA

Por cantar tu excelsa gloria los poetas ya agotaron
los acentos de sus liras, los vocablos del lenguaje...
¿Qué poetas, inspirados por tu historia, no cantaron
la nobleza de tus hechos, la virtud de tu linaje?

¿Qué océanos los colores de tu enseña no copiaron?
¿Qué naciones no sintieron el vigor de tu coraje?
¿Qué países tus soldados con su sangre no sellaron
y qué historia habrá en el mundo que a tus fastos aventaje?

¿Qué cultura habrá más alta que la tuya tan cristiana?
¿Cuál más dulce que tu idioma, que parece una fontana
que hace siglos se desliza sobre un lecho de diamantes?

--Y en el alma filipina, ¿qué recuerdo habrá más dulce?
¿Qué potencia irresistible que al progreso nos impulse,
Que la fe de Jesucristo, más la lengua de Cervantes...?

Julio, 1922. 









.






JOSÉ HERNÁNDEZ GAVIRA [17.709] Poeta de Filipinas

$
0
0

José Hernández Gavira

(Dingle, Iloilo, 1897-1960)
José Hernández Gavira. Poeta y narrador filipino. Obtuvo el Bachillerato en Artes en el colegio de San Agustín en Iloilo y la licenciatura en jurisprudencia en la Escuela de Derecho de Manila. Escribió en El adalidad y el Philippine National Weekly, semanario bilingüe español–inglés de Iloilo. Sus poemas se recogieron en dos volúmenes: De mi jardín sinfónico (1921) y Mi copa bohemia (1937). Ganó varios premios por sus artículos periodísticos y sus poemas, incluida una mención de honor en el premio Zóbel de 1927 por su poema «Lo que vimos en Jolo y en Zamboanga». También tradujo canciones folclóricas filipinas al español, compilándolas en el volumen Cántame un canto en español, de 1934.



NO ES MI MUSA...

No es mi musa la sílfide aturdida
que corre tras azules mariposas,
ni tampoco es Ofelia dolorida
que pasa desbordando tuberosas.

Es Astarté mi musa preferida,
la que inspira pasiones clamorosas.
Es voluptuosa y es gentil panida
la diosa de mis vidas primorosas.

Es mónada que ríe, canta y llora
con locura de pájaro divino,
de ritmos y de vida sembradora.

Baco la ofrenda cántaros de vino,
e implora Pan, cabe sus pies de Flora,
loco de amor celeste y peregrino.

1921.




PARA TI

Para tí son todas
mis ternezas cálidas,
y mis rosas pálidas,
y mis reales odas.

Para tí mi aliento
y también mis rezos,
la miel de mis besos
y mi pensamiento.

Para tí mis cantos
que humedecen llantos
de acerbo dolor.
Para tí la esencia
de esta mi existencia
que atrista el amor.

1921.




LA ESPERANZA

Nácar de luna que en los cielos, riela,
oriflama brillante sobre el mar,
nieve en la cima que el calor deshiela,
pebetero encendido ante el altar,
presto a los caminantes mi consuelo,
acompañando a Fé y a Caridad;
las tres llevamos por camino el cielo,
formando una gloriosa trinidad.

Soy la princesa del ropaje verde
que renueva en el hombre la confianza,
cuando el naufragio del vivir le pierde;
le hago entrever la mística bonanza,
mientras la sierpe del dolor le muerde;
soy la última en morir: soy la Esperanza,

1921.




EN LA HORA DEL CREPÚSCULO

Se oye un lamento de agoreras aves
bajo el palio del cielo tropical,
y se aspira un olor de brisas suaves
que estremece el silencio sepulcral.

Sobre el lejano mar las negras naves
sombras son en la calma vesperal;
en la fronda un rumor de notas graves,
que deslíe un liróforo oriental.

Es la hora del crepúsculo. Silente
gime el aura rindiendo vasallaje
a Febo que desciende al Occidente.

Eternamente fúlgida y doliente,
es la tarde del trópico salvaje
que muere lenta, lenta, lentamente...




CUANDO YO MUERA...

Cuando yo muera llevad mis restos
allá a la cumbre de una montaña
que sea digna de mis arrestos
de indio poeta, nieto de España.

Egregia lira mi tumba exorne,
para que preste vida a mis huesos,
y allí una virgen y Pan bicorne
derramen ritmos, flores y besos.

Grabad entonces sobre mi fosa
con letras de oro esta inscripción:
«Yace aquí un bardo que a toda cosa
grande o hermosa dio el corazón».









LEÓN ZAFIR [17.710] Poeta de Colombia

$
0
0
León Zafir y "Guineo". S. F.


León Zafir

Pablo Restrepo López, “León Zafir”, poeta colombiano.

Nació en el municipio de Anorí, Antioquia, Colombia, el 16 de diciembre de 1904. Falleció en Medellín el 9 de julio de 1964.

Junto con Tartarín Moreira y el Caratejo Vélez, otros dos bardos inmortales de su misma tierra antioqueña y de sus días, León Zafir, cuyo nombre real era Pablo Restrepo López, dejó en sus trabajos un legado inmortal para Colombia, tanto en sus versiones periodísticas pero principalmente poéticas, y algunos de los cuales se convirtieron en mojones del patrimonio cultural antioqueño y nacional.

Algunas de sus obras musicalizadas

Tierra labrantía
Hacia el calvario
Cultivando rosas
Primavera en Medellín
La musicalización de estas y otras obras estuvo a cargo del gran maestro Carlos Vieco. El trabajo conjunto de ambos maestros, Zafir y Vieco, hizo de estas piezas obras cumbres del folclor nacional.

El verso inicial de Tierra labrantía es una muestra de su vena poética:

Abierta a golpes de la mano mía tengo en la plenitud de la montaña, una faja de tierra labrantía, y levantada al fondo, mi cabaña.


LEÓN ZAFIR 

Por José Mejía y Mejía

La poesía popular -quizás vilipendiada por los fatuos "intelectuales puros"-, ha sido a través de la historia humana la fiel encarnación del alma de una raza, de los sentimientos espontáneos de un pueblo, de sus sollozos íntimos y elementales. Es posible que los poetas populares utilicen más el corazón que la cabeza para descifrar el mundo, para interpretar los conflictos humanos y las tragedias del hombre, pero su alarido estrófico no está encaminado a resolver el difícil problema de la distribución de la riqueza, los interrogantes de la vida cara y la devaluación, la escasez de divisas o los complicados fenómenos de la subproducción agrícola. Esto es prosa burda. Para el poeta romántico -así sea de brocha gorda-, hay una catástrofe sentimental lo mismo en la agonía sangrante del sol que en el crepúsculo de las Marías anémicas bellamente consumidas por la llama del amor casto y los bacilos de la tuberculosis.

León Zafir no fue ciertamente un poeta de minorías sino un bardo de mayorías, de multitudes, un vate popular que en todo momento supo traducirnos sin logogrifos o logomaquias líricas las ebulliciones de su mundo interior poblado de sencillas dulzuras y ternezas infantiles.

Porque Zafir no prestó jamás oídos para escuchar el lenguaje confuso de las malas tentaciones de una estética moderna para el verso en que el corazón debe ser suplantado por los motores de explosión o las hélices de los aviones, en que las lágrimas deberán ser reemplazadas -como abono lírico- por la gasolina, por cualquier carburante.

No. El sensitivo autor de "Hacia el Calvario" conoció lo que en tiempos pretéritos se llamó "el don de lá­grimas" que a muchos necios hace reír estúpidamente, cuando está escrito que en las épocas más fecundas del género humano ese manantial fue considerado por los grandes místicos como un privilegio celestial, como un pasaporte inexcusable para entrar en el Reino de Dios. Un ensayista sagaz, Benjamín James, pensaba que el llanto descubre al hombre en su estado puro, nace con él y al comienzo de todos nuestros recuerdos hay un niño que llora pero que también muere con ese hombre!.

Aparte del bardo sentimental que hubo en León Zafir -porque nunca aceptó la abolición del músculo cordial, la derogatoria del corazón, ponerlo en desuso o fuera de moda- muchas de sus inspiraciones poéticas transportan savia fuerte de nuestra tierra áspera, jugos de nuestra naturaleza indomeñable, perfumes tónicos de nuestros riscos y collados. Zafir amó entrañablemente este suelo rugoso y extrajo de él zumos frescos para nutrir el acento popular de sus versos, para llevarle al pueblo antioqueño el mensaje fácil, transparente y descomplicado de su trino familiar. Ya en el seno generoso esa misma tierra que le diera limpias músicas primigenias para dulcificar'sus cantos, el vate León Zafir encontró el reposo eterna de sus restos mortales. para que su alma sonora -libre ya de su frágil caparazón material-, escale las colinas inasibles de la inmensa y armoniosa patria de Dios.

El nutrido pueblo antioqueño que acompañó a Zafir hasta su postrera morada, nos prueba que el corazón está todavía de moda entre los hombres para los delicados suspiros del romanticismo poético, no sólo para el infartó o la taquicardia de los hombres de negocios! 





MI GENTE

Yo vengo de una raza de mineros
bravos y aventureros,
que se tostaron bajo el sol ardiente
del trópico en la brega continuada:
raza altiva y valiente,
hombres de voluntad recia y templada,
que mantuvieron, sin temor a nada,
dispuesto el corazón y alta la frente.

Tarareando dulcísimas canciones,
por muchos años desfiló mi gente
hacia la mina en típicas legiones,
sin temer a la muerte, cruel y ruda,
que permanece muda,
agazapada entre los socavones.

El martillo sonoro
que manejó la mano encallecida,
volvió en una violenta sacudida,
la roca viva veinte mil pedazos,
y fue quedando al descubierto el oro,
que en otros tiempos, cual fulgente brasa,
hecho pulseras alumbró en los brazos
de todas las mujeres de mi raza.

En horas de reposo
las manos del minero hacían
despertar los acentos que dormían
en las cuerdas del tiple sonoroso.

Juzgando no un pecado
mortal o imperdonable, la mi gente
amansó bestias bravas, jugó al dado,
jugó a los gallos y bebió aguardiente.

Todos los hombres de mi raza fueron
fieles al yugo que el pasado encierra,
tanto, que ellos nacieron y murieron
dentro los lindes de su propia tierra.

Y o me fugué una vez, en un momento
de irreflexión, de mi montaña grata,
y hoy siento de ello tal remordimiento,
que por poco me mata. 

De no haberme fugado,
ahora casualmente viviría
en mi montaña como en un destierro;
pero en cambio tendría
lo siguiente -adquirido sin afán-:
casa propia, mujer, hijos, un perro,
una escopeta, un tiple, oro guardado,
y un caballo alazán.



EXCLAMACIÓN FILIAL

Fue en el mes de noviembre. . . Yo jugaba engreído
con el perro en el patio de mi: casa rural;
la mañana era tibia y había amanecido
florecido el rosal.

Vinieron a llamarme. No inquirí qué pasaba,
pero instintivamente corrí, corrí hacia allá,
y ¡gran dolor! se estaba
muriendo mi mamá.

Se moría de angustia. Con los ojos me dijo
muchas cosas que ahora comienzo a comprender;
todo cuanto una madre puede decir al hijo
que ya no vuelve a ver.

Su agonía fue apenas
la fuga de un suspiro comprimido y sutil ...
Entre sus manos pálidas como dos azucenas,
con ella agonizaba su cristo de marfil.

Lirios, dalias, claveles y la yedra más bella
y las rosas más frescas y el más blanco azahar,
en su tumba lucieron todas las flores que ella
sabía cultivar.

Íbamos a enterrarla bajo el postrer reflejo
del sol, y preguntaba la gente: -Quién murió?
-Camelita, -decían- y al fúnebre cortejo
lo seguíamos llorando mis hermanos y yo.

Bajo unos pinos largos, a mi dolor extraños,
la dejamos ... ingratos ... Cuánto tiempo hace ya!
Mas yo que no la olvido, ya un hombre entrado en años
en mis noches bohemias he exclamado: ¡Mamá! 



ROMANCE DE LA CASA
DEL TÍO JOSÉ

Casa del tío José
clavada junto al barranco;
dos puertas y una ventana
que miraban hacia el llano.

Agua fresca y cristalina
nacida al pie de un peñasco,
que venía por la acequia
hasta desgranar al patio,
sobre transparente alberca
en donde tomaban baño
las golondrinas, de día,
y por la noche, los astros.

Era una senda de flores
el caminito cuajado
de hortensias y enredaderas
helechos, salvias y cardos.

Por todos los corredores
materos con lirios blancos,
yedras, dalias, maravillas
y claveles matizados
y rosas de Alejandría
y margaritas y nardos.

El tío José, buen viejo,
trabajaba sin descanso
y quería su parcela
como deudo al camposanto.

Aquel apacible predio
era un frondoso milagro
sembrado de platanares,
de caña dulce, naranjos,
piñas, guayabos de leche,
de tamarindos y mangos.

Con los frutos se saciaba
la gula de muchos pájaros.
Por las tardes, a la casa
del tío José llegábamos
en caravana infantil
los chicos del vecindario. 

Las nuestras cabalgaduras
eran caballos de palo.
Volteábamos el trapiche
y nos daban de regalo,
miel fresca en totuma negra
o en coco negro tallado.

Para tocar acordeón
el tío José era un mago,
y mí mamá que tenía
dedos menudos y sabios,
para pulsar la guitarra,
acompañaba a su hermano.

Dos pétalos de azucena
simbolizaban sus manos.

Casa del tío José
clavada junto al barranco,
allá me prendé una vez
cuando tuve dieciocho años,
de una provinciana dulce
como la miel de duraznos,
de piel rosada de nácar
y senos como de mármol.

(Del fuego de aquel amor
ni cenizas han quedado).

El tío José hace tiempos
qué se murió; lo enterraron
bajo la elástica sombra
de unos mustios pinos largos.

Y su mujer, que era buena,
como agua tomada en cántaro,
y que lo había seguido
por la vida, paso a paso,
se fue tras su compañero
por los senderos arcanos.

La casa del tío es hoy
imagen de desamparo:
Por las tapias agrietadas
trepan, medrosos y lánguidos,
como serpientes morenas
los bejucos estirados. 

Seca está la alberca limpia
en donde tomaban baño
las golondrinas, de día,
y por la noche, los astros.

Ni yedras ni maravillas,
ni claveles matizados,
ni rosas de Alejandría
bajo el alero han quedado.
Casa del tía José
que un día me diste amparo;
perpetúo tu recuerdo
con este romance amargo,
que no verán las pupilas
ni recitarán los labios
de la provinciana dulce
como la miel de duraznos,
de cabellera ondulosa,
de pies finos y descalzas,
de piel rosada de nácar
y senos como de mármol.




TU DELANTAL

Sobre tu traje auroral
tu delantal azulino,
es un brochazo divino
sobre un lienzo de cristal.

Es también para mi anhelo
tu traje de albura breve
una túnica de nieve
con una mancha de cielo.

Cuando tus manos se alojan
tras los pliegues ideales
de tu delantal de tul,
fingen tus manos ducales,
dos lirios que se deshojan
al borde de un lago azul. 



ROMANCE DE LAS OFRENDAS

Portando estelar ofrenda
desciende por la colina
la noche que va llenando
de silencio las campiñas:

Es un gajo de luceros
temblorosos como espigas.

Despertaron las luciérnagas
que hicieron siesta en el día,
y formaron en tu honor
una comparsa lumínica.

Hay un insomnio de luna
sobre las montañas lívidas.
Aire premuroso y fresco
llegá á darte su caricia,
perfumado de rosales
y de azules teresitas,
y de jazmines del Cabo,
de pensamientos y lilas.

Para asistir a tu triunfo,
de sus jaulas comprimidas
se salieron los ariscos
pájaros de la alegría.

Locas están de alborozo
por volar las serpentinas.

Arlequín, galante y joven,
arrebujado en la fina
sedería de su traje,
recorre las avenidas;
hila romances el viento,
cantan cigarras amigas;
hay un estremecimiento
de trepadoras floridas
y, cual pétalo de lirio,
en una ventana antigua,
asoma la cara pálida
y dulce, de Colombina.

Y o soy poeta, señora,
y para tu frente altiva, 
y tersa como cristales
que copian gélidas linfas,
traigo dos coronas: una
hecha con piedras que brillan
y desaparecen, luego,
como estrellas fugitivas;
y otra que· no ha de brillar
ante tus claras pupilas,
porque la· tejió mi ensueño
con hebras de fantasía.

Tiene el fulgor de mi verso,
la elegancia de mi rima,
y habrá de. ser perdurable
hasta que yo sueñe y viva;
que es así como el poeta
sabe ofrendar las primicias
musicales, que se esconden
en las cuerdas de su lira.

Carmenza Primera, Reina
por la gracia indefinida
de Dios, y por voluntad
de este pueblo que te admira.
Sobre la fronda armoniosa
de tu cabeza morisca,
pongo esta breve corona
hecha de piedras que brillan
y desaparecen luego
como estrellas fugitivas.

Corona que sí es triunfal,
pero también es efímera.
En tus ojos se ha apagado
volcán que lanzaba chispas:
desgrana perlas tu boca
cuando suelta la sonrisa;
en tu pecho se han dormido
dos alondras pensativas.

Carmenza Primera, Reina
de ilusión y de alegría;
ciño la fronda armoniosa
de tu cabeza morisca
con mi estrofa, que es corona
y en alabanzas rutila. 
Esta es la corona real
que no verán tus pupilas
porque la tejió mi ensueño
con hebras de fantasía.

Y a tus pies pongo rendido,
después de mi ofrenda lírica,
mi corazón encendido
como el zarzal de la Biblia! 




POR VER A LA REINA

Princesa encantada: dende hace ocho días
supe en mi montaña, que queda muy leja,
que a usté por sus dotes de virtú y de gracia
iban a ponerle corona de reina;
y que todo el mundo s' ihallaba alelao
viendo su lindeza;
que iban a llevale muchas serenatas,
a cantale trovas  y escribile décimas 
y a decile cosas de fina lindura
muy sentimentales todos los poetas.

Que una vez ponida la corona d'ioro,
de laurel o yedras,
usté ya podía ditar sus mandatos
lo mesmo que aquellas
remitas tan lindas que yo he percatao
en vistas de cine que hasta el campo llegan
y en algunos cuentos lo más divertidos
que pa los muchachos hace un tal Callejas.

Y por eso mesmo dende antier temprano
le dije a mi vieja
que yo me tenía que venír pal pueblo
de todas maneras.

Que me cepillara mi calzón de paño
y mi ruana negra
y que me planchara mi camisa blanca,
pa venime a vela.

Dejé comenzao mi tajo en el monte
y dejé mi güerta;
en un rincón puse con mucho cuidao 
toda mi herramienta;
colgué mi machete
d'iun clavo grandote qu'ihay tras de la puerta;
me tercié del hombro mi carriel de nutria
con siete bolsillos y cuatro secretas,
me amarré en la nuca mi pañuelo nuevo
marcao con seda,
descolgué mi tiple,
le cambie las cuerdas,
y agarré el camino que hay en la montaña
por venir a verla.

Y aquí estoy plantao dende ayer, vigiando
por esos balcones onde usté s'incuentra,
a ver si la logro devisar, pa echale
las trovas más nuevas
que por el camino me vine inventando
pa usté solamente, paisana antioqueña.

Que tiene, me cuentan, usté unos ojazos
claros como l'agua que se queda quieta
puay en esos lagos que hay en la montaña
y que son los baños de la luna llena.

Y que los cabellos de usté se parecen
como a chorros d'ioro que mi Dios hubiera
derramao un día pa que recogiéramos
los que semos pobres aquí en esta tierra.

Y también me cuentan que las manos suyas
son como la espuma, lo mesmo que seda;
que es usté muy buena, que es usté muy linda,
más buena y más linda que todas las reinas.

No puedo, por tanto, soberana linda,
volver a mi tierra
sin haberla visto con todos sus lujos:
corona, pulseras,
mudada lo mesmo que en el pueblo mudan
a la Virgen blanca con toda su percha,
y no dende lejos, que no juera gracia,
sino bien de cerca.

Que habiéndola visto y habiendo cantao
junto a su ventana siquiera dos décimas,
ya me iré contento, con el mesmo brío,
a hacer el cultivo de mis sementeras ...

Y estoy cavilando que por un milagro
puede hasta salirme mejor la cosecha. 
Y en el rancho mío, la tarde en que llegue,
todo sudoroso, con la boca seca,
tendré la visita de muchos vecinos;
de toda la gente que hay en la vereda,
y hombres y mujeres habrán de envidiame
cuando yo les cuente que vide la reina.

Yo habré de espetales que usté es tan bonita
como la Patrona que alumbra mí vieja:
Virgen del Carmelo que no ha permitido
que a yo me asesinen en alguna gresca.

Que la frente suya
es blanca lo mesmo que unas azucenas
que tiene mí mama
sembradas a un lao de la talanquera;
y que son sus manos lo mesmo que lirios
y que usté es más dulce que la miel de abejas.

Y cuando mi perro voliando la cola
salga a recibirme, feliz por mi vuelta,
yo habré de decirle, manque no me entienda:
Vos sós un chandoso,
sós un desgraciao que sufrís cojera,
-cojera de perro que es pura malicia
pa latir sentao, pa no ir a la selva-,
y vas a morirte de viejo entre el rancho,
¡sin ver a la reina!





LOS MOTIVOS DE MI VERSO

I

Porque naciera en medio de los frondosos árboles
que sombreaban mi casa -tibio nido de amor-,
huelen todos mis versos a pomares fragantes
y a naranjos en flor.

Y huelen a los musgos que por los riscos ásperos
se resbalan fingiendo ser un verde tapiz,
porque hasta aquellos riscos yo ascendí jubiloso
en mi infancia feliz.

Y a la hierba aromosa de los prados tan fértiles
que mi desnuda planta ariscamente holló, 
y a matorrales húmedos por donde, al escondrijo,
corrí jugando yo.

En mis versos se enhebran el trinar de los pájaros,
la sutil armonía de -la fuente cordial,
y los dulces consejos que la brisa ál oído
le dijera al juncal.

Notas graves o falsas, nunca dará mí flauta
que es de caña, y no sabe de estridencias ni afán;
mí verso es suave y fresco como las palmas frescas
que sacude el dios pan.

En falange armoniosa por mis estrofas rítmicas
pasan, iluminadas, como días de abril,
con sus senos morenos las campesinas vírgenes
de mirada febril.

Visten unas azules muselinas levísimas,
y otras frescos linones de rosado color,
telas que denuncian los corpiños bordados
con hilo de tambor.

Las cabelleras largas, frondosas y magníficas
sueltas como cascadas por la espalda. . . La sién
ceñida con la cinta carmesí. . . Y una dalia
quién sabe para quién .. .

Y anhelantes, tras ellas, van los gañanes rústicos
buscando un positivo venturoso ideal;
llevan sombreros blancos, pañuelos en el cuello
y navaja y puñal.

A mí musa inspiraron espíritus bucólicos
y el espíritu mío con ella ha sido fiel;
mis canciones son mías ... No importa que no alcancen
un gajo de laurel.

Que otros burilen versos. Y o que guardo el romántico
secreto que confióme mi inspiración fugaz,
le canto a mi montaña, porque con ella quiero
morir al fin en paz. 




HACIA EL CALVARIO

Señor, mientras tus plantas nazarenas
suben hacia la cumbre del Calvario,
yo también, cabizbajo, solitario
voy subiendo a la cumbre de mis penas.

Tú, para redimir los pecadores,
cargado con la Cruz, Mártir divino,
y yo, por un capricho del destino
cargado con la cruz de mis dolores.

Siquiera, en tu agonía silenciosa,
tienes, ¡oh sin igual Crucificado!,
una dulce mujer cerca, a tu lado:
la Inmaculada Madre Dolorosa.

Yo que perdí desde que estaba niño
mi santa madre que tan buena era, .. .
Contéstame, Maestro: cuando muera,
¿quién cerrará mis ojos con cariño?



LA VISIÓN DE LA CRUZ

Mi cuarto de hospital; por la ventana
abierta a un horizonte comprimido
penetran los aromas que han dormido
sobre el verde tapiz de la sabana.

Hay un hilo de sol de la mañana
sobre el blancor de un muro suspendido,
y a consolar a un hombre dolorido
como una exhalación vuela una hermana.

Misión sentimental e incomprendida
la de estas religiosas, que la vida
cruzan cual leves ráfagas de luz,

llevando como símbolos de suerte,
una meditación: la de la muerte,
y una dulce visión: la de la cruz. 




DIJERON LOS OLIVOS

-Hace ya veinte siglos, una noche
ensortijada de luceros pávidos,
por un brusco sendero
que se abría a intervalos, 
se llegó hasta nosotros, lentamente,
cual si midiera el ritmo de sus pasos,
un hombre de ojos tristes que portaba
diez alfiles marfíleos en las manos.

-Delicados los pies, como si nunca
vagado hubiese por caminos ásperos;
fulgente halo de luz le perfilaba
la frente de alabastro;
trigo garzul en los cabellos blondos
y en el semblante pálido
serenidad impávida del loto
que abre su cáliz en mitad del lago.

-Al penetrar en nuestra entraña obscura
nos sentimos de pronto fecundados
por beatífica luz; en nuestras frondas
despertaron los pájaros,
y, cual si fuese el día,
dieron al viento sus mejores cantos.

-El Nazareno, con la frente al cielo,
entreabriendo los labios,
"¡Padre mío ... !" -exclamaba- y sus pupilas
se inundaron de llanto.
-Turbó el hondo silencio de la noche
el tropel de unos bárbaros.

El fue a su encuentro: -A quién buscáis?- pregunta.
-Buscamos a Jesús- le contestaron.
-Yo soy -les dijo- y agregó: "¡Prendedme!".
Los salvajes lo ataron,
y en medio de la turba enceguecida
vimos nosotros desfilar al santo.

-Nos quedamos a obscuras,
sin comprender lo excelso del milagro
ni el por qué de la infamia de los hombres . ..
¡Oh incomprensión del árbol! 

-Sólo después, cuando la grey judía
colmó al Mártir de agravios;
cuando expiraba redimiendo al mundo
en una cruz clavado;
cuando tembló la tierra
y los velos del Templo se rasgaron;
cuando abajo chocáronse las piedras
y de la altura descendieron rayos;
cuando el sordo huracán batió los montes
y hubo un chisporroteo de relámpagos,
vinimos a saber que a nuestra sombra
estuvo Dios, ¡orando!




CULTIVANDO ROSAS

Te ví cultivando rosas
un día primaveral,
y tus manos primorosas
se confundían con las rosas
al cultivar el rosal.

Te quise, y tú prometiste
mi cariño compensar;
la promesa no cumpliste,
y al verme tan solo y triste
cumplí el deber de olvidar.

Ya ni siquiera me acuerdo
si era tu voz dulce o no;
en la sombra en que me pierdo
toda esperanza o recuerdo
que alumbrara, se apagó.

Cuán distinta me pareces
y aunque ello me es cosa igual,
he gozado muchas veces
al mirar que tu envejeces
y al ver marchito el rosal. 






BERTILDA SAMPER ACOSTA [17.711] Poeta de Colombia

$
0
0

Bertilda Samper Acosta

Bertilda Samper Acosta (Bogotá, 31 de julio de 1856 — ibídem, 31 de julio de 1910) fue una religiosa, poeta y escritora colombiana.

Hija de la escritora Soledad Acosta de Samper y del político y periodista José María Samper, ambos reconocidos por su aporte a la literatura colombiana. Aunque la mayor parte de su obra permanece inédita, Bertilda (cuyo nombre en el convento fue "María Ignacia") es reconocida por revisar, adaptar y publicar la Novena de Aguinaldos, conjunto muy popular de oraciones que en Colombia, Venezuela y Ecuador se rezan a diario durante los nueve días anteriores a la Navidad.

Viajó desde niña por Europa y América, y antes de hablar castellano empezó á ser educada hablando inglés y francés. Completó después su educación en Bogotá. Desde muy niña mostró viva, inclinación á la poesía y la literatura, y ardiente piedad religiosa. 

Ha publicado más de veinte composiciones poéticas, varios artículos en prosa y algunas traducciones hechas del inglés y del francés.


FERNANDA HEREDIA.

I

¡ Cuántos no olvidarán rudos enojos,
Proyectos de ambición, vano renombre,
Y dulce llanto inundará sus ojos
Al pronunciar su inolvidable nombre!

¡Y cuántas compañeras de Destierro
No sentirán con emoción sincera
El siete de Diciembre un pobre entierro
Haber visto salir de la TERCERA!

Una mezcla de pena y alborozo,
De terreno dolor y de festejo;
Un contraste de lágrimas y gozo
Se observaba reinar en el cortejo.

Lo formaban algunos: los testigos
De esa existencia dedicada al cielo,
Sacerdotes, señoras y mendigos
Hablando de ella con piadoso anhelo,

Las campanas sonoras no doblaban;
Con ruidosos repiques de alegría
Yá la víspera amada celebraban
De la fiesta gloriosa de María;

Y al oírlas, del carro funerario
Hicieron detener el paso lento,
Y á rezar empezaron el Rosario
Con rostro grave y fervoroso acento:

«¡ Oh Madre del Señor, dulce María!
Bendecida entre todas las mujeres,
Del cristiano la paz y la alegría,
Llena de gracias infinitas eres!

«¡Enternecido el pecador te llama
Su refugio eficaz en este mundo!
¡Consoladora el triste te proclama!
¡ Y nombrándote espira el moribundo!

«Tú sola calmas el constante anhelo
Del desterrado que á tus pies se humilla,
Al ver partir á los demás al cielo
Mientras él queda en la terrena orilla...»

Yá llegaron al triste cementerio,
Aquel lugar donde reposan tántos
Que libres del humano cautiverio
Bendicen al Señor entre los santos.

Depositan el féretro en el suelo,
Ábrenlo...acude en su redor la gente;
Y al contemplarla así no halla consuelo
Para su justa pena el indigente!

Entretejidas y nevadas flores
Se ven lucir sobre la frente pura
De la que nunca quiso otros honores
Que el cáliz de Jesús con su amargura

Y éstas quisieran repartirse varios
Que, cual si yá canonizada fuera,
Crucifijos, medallas y rosarios
Tocan al cuerpo con piedad sincera.

Es por última vez, pobres mendigos!
Porque cavada está la humilde fosa
Do tendrán que dejarla sus amigos
Sin inscripciones ni marmórea losa...

Y vuestro llanto derramáis en vano:
Él no puede dar vida á sus despojos,
Ni calentar su generosa mano,
Ni abrir de nuevo sus cansados ojos!

Del sacerdote se oyen los acentos.
Que el Réquiem nó, sino el Te Deum entonan,
Y á la tierra, por fin, entre lamentos
Y sollozos, el féretro abandonan!

Un instante después se ha dispersado
El concurso, y ha lodo concluido!
En redor de la cruz sólo ha quedado
De mujeres un grupo enternecido.

El sol con sus magníficos reflejos
El vasto grupo de sepulcros baña,
Y en vívido carmín tiñe á lo lejos
Las praderas, al pie de la montaña.

El perfumado céfiro del cielo
Viene á besar la cruz serena y grave,
Y en el espacio azul tiende su vuelo
Con majestuosa lentitud el ave...

¡ Pero ellas nada ven! que su memoria
Se ocupa de evocar embebecida
La dulce imagen y la santa historia
De la que fué su compañera en vida.

Y de la tumba al fin, puestas de hinojos
En aquella mansión de luto y penas,
Están mirando desfilar sus ojos
En diverso lugar otras escenas.



II

Espectáculo triste y lastimero
Para el humano corazón presenta
La morada infeliz do el. prisionero
Sus largas horas de amargura cuenta.

En desorden se ven aglomerados,
Sin distinción de edades ni de nombres,
Los que fueron ayer afortunados
Y hoy son rebeldes y cautivos hombres.

Entre sus dos enflaquecidas manos
Ocultan unos la abatida frente,
Cansados de exhalar suspiros vanos,
O de clamar por la familia ausente.

De su suerte fatal muchos reniegan,
Con más ira quizá que desconsuelo,
Y otros con naipes y con dados juegan,
Y disputan y luchan en el suelo.

Y entre todos, los más desventurados,
Que lo indican así con sus sollozos,
Son aquellos del hambre atormentados
En sus fríos y oscuros calabozos,

Donde se oye con lástima el sonido
De sus débiles ayes sempiternos
Que á esa triste mansión han convertido
En imagen fatal de los infiernos!

Mas suspenden los presos su reyerta,
Se asegura la paz en un momento,
Al entreabrirse la pesada puerta
Y oírse afuera el conocido acento

De una mujer cuyo exterior no alarma
Ni al centinela que á su entrada mora,
Quien le presenta con respeto el arma,
Diciendo con placer :—“¡Entrad, señora!”

¡Oh! con cuánta alegría en ese instante
La ven de nuevo y la circundan todos!
Ilumina el placer cada semblante
Y lo demuestran de diversos modos 1

Lo que es, por cierto, inexplicable cosa,
Pues ante esa mujer pobre y sencilla
Que no es rica, ni es joven, ni es hermosa,
¿ Qué puede producir tal maravilla ?...

¿Y hacer que aquella endurecida gente
Que por nadie jamás tuvo respeto,
Doble á su paso la altanera frente ?...
De adivinarse es fácil el secreto.

Vedla pasar con aire enternecido
Del uno al otro en su piadoso anhelo,
Para dar esperanza al abatido
Y al desgraciado celestial consuelo

Para calmar con su mirada pura
El enojo de tántos turbulentos,
Mitigar de los unos la amargura,
Repartir á los otros alimentos!

Y ese pan que les da con alegría,
Que con hambre voraz han recibido,
El mismo fué que para sí tenía!
No le queda yá más...pero han comido!

¡ Qué le importa su propio sufrimiento,
Si puede disipar otras angustias
Y borrar un instante el descontento
De aquellas frentes pálidas y mustias!

La santa caridad cuya influencia
Doquiera lleva el corazón cristiano,
La acompaña, y consigue su presencia
Lo que ensaya el castigo siempre en vano;

Pues con sorpresa el carcelero escucha
Que las quejas se vuelven bendiciones,
Y que reemplaza á la pasada lucha
El rumor de fervientes oraciones.

Y ¿ quién es la mujer desconocida
Que del cautivo la aflicción remedia
Con tánta caridad ?...En ésta vida
Llevaba el nombre de Fernanda Heredia!



III

Desaparece la cárcel á la vista
De las que inclinan con amor la frente
Sobre la humilde fosa, y las contrista
Otra vez una escena diferente.

En un oscuro callejón estrecho
Que del sol esplendente nunca goza,
Arruinada se ve, casi sin techo,
Una pequeña y miserable choza.

Detenerse en la puerta nadie puede
Aun cuando abierta sin cesar la mira,
Pues aquel que lo intenta retrocede
Por el infecto olor que allí respira.

Al aposento claridad dudosa
Entra, y alumbra en el desnudo suelo
Un sér humano...una infeliz leprosa!
Aunque no abandonada y sin consuelo.

Sin consuelo no está; que ve delante
De un crucifijo los abiertos brazos
Al que implorar parece agonizante
Que rompa aprisa sus terrenos lazos!

Y manifiestan desgajadas flores
Y el aroma de incienso perfumado,
Que, hace poco, el Señor de los señores
En esa estancia miserable ha entrado!

Ni abandonada está con amargura,
Porque mira á su lado en ese día
Una mujer que limpia con ternura
De su frente el sudor de la agonía;

Que no se aparta del doliente lecho
Donde la ajena desventura llora,
Reclinándola allí contra su pecho
Con dulcísima voz consoladora.

“Ten paciencia (le dice en ese instante),
Que ya la muerte suspirada llega,
Y con ella tu Dios, tu Padre amante
Que nunca el cielo al desgraciado niega!

“i Oh! contémpla el madero sacrosanto
Donde murió por ti el divino esposo!
El que por ti sufrió duro quebranto!
El que por ti llamaron “ ¡el leproso!”

“Y que su nombre invoca con acento
Desfallecido el labio moribundo...
Alma ,cristiana, escucha el llamamiento
Que Él mismo te hace, y abandona el mundo!»

Yá después de ese grito fervoroso
Se restablece en derredor la calma:
Reina el silencio mudo y pavoroso
Mientras que juzga Jesucristo el alma!

Y la santa mujer, puesta de hinojos
Porque allí sabe que el Eterno baja,
Inundados de lágrimas los ojos
Con respeto al cadáver amortaja.

ElIa y sólo ella á la infeliz servía
En su vida mortal, con gran constancia,
Besando con amor su mano fría,
Venciendo, por Jesús, su repugnancia!

Y ella auxilió sus últimos momentos
Y preparó su corazón llagado
A recibir los santos Sacramentos
Y aposentar al Dios crucificado !...

¡ Oh! ¿ quién es la mujer que así convierte
En dicha celestial esa tragedia?
¿ Que transfigura y vence hasta la muerte?
Llevaba el nombre de Fernanda Heredia!



IV

Fernanda Heredia, sí! La imagen era
De santa caridad y de dulzura,
Como también amiga y compañera
De infancia y juventud y edad madura.

A cuántos pobres é ignorantes niños
Ella enseñó la religión sagrada,
Sin más premio y mejor que sus cariños,
Sin otra reprensión que una mirada!

De los cerros por la áspera pendiente
Cuántas veces subió, sin una queja,
Para llamar con expresión ferviente
Del humano redil alguna oveja

Descarriada; y con santo regocijo
(Queriendo minorar su desconsuelo)
Con una mano darle el crucifijo,
Mientras con otra le mostraba el cielo!

Con ojos bajos é inclinada frente
Cuántas veces la vimos dando ejemplo
De celo activo, de piedad ardiente,
De profunda humildad : llevando al templo

Bajo el manto pobrísimo y usado,
Ya candelabros de pesado bronce,
O ya el mantel con que al altar sagrado
Piadosamente engalanaba entonce!

Promoviendo de Dios el santo culto,
Socorriendo á los pobres donde quiera,
«Pasaba haciendo el bien,» mas siempre oculto;
Pues del ruido y la lengua lisonjera

Tan enemiga fué, que no ha quedado
Sino vaga memoria bendecida
De tánto bien; aunque estará grabado
En las fojas del libro de la Vida,

Cual justo galardón de su existencia,
De sus virtudes y cristiana suerte
De su austera y oculta penitencia,
De su apacible y meritoria muerte!



V

Fernanda, adiós! —Sobre la verde grama
Del cementerio silencioso y santo
Una lluvia monótona derrama
Desde hace rato su copioso llanto.

Se ha oscurecido el esplendente cielo:
No luce yá sobre los altos montes
El sol, y envueltos en espeso velo
A lo lejos se ven los horizontes.

El viento entre las bóvedas retumba,
Como haciendo compás al aguacero,
Y en tu ignorada y solitaria tumba
Sólo se oye su acento lastimero.

Te dejaron yá todos...Mas ¿qué importa,
Si tan sólo tu cuerpo está en el suelo?
Toda existencia terrenal es corta,
Pero tu alma inmortal está en el cielo!

Ruega allá por nosotros! Que alcancemos
También tu dulce y bendecida suerte;
Que sirvamos á Dios y que le amemos,
Y Él con tu vida nos dará tu muerte!



A LA ORILLA DEL RÍO.
(CARTAS DE UNA CAMPESINA).

I

Ya que quieres saber, amiga mía,
Lo que hago en esta hacienda,
Haz cuenta, pues, que ves en este día
Cuanto mí pluma describirte ansía,
Desde la vera de apartada senda:
Una tarde hermosísima y galana;
Un espléndido cielo
Recamado de nubes de oro y grana;
Una inmensa extensión de la Sabana
Satisfaciendo mi campestre anhelo.

Entre su manto azul, de niebla orlado,
Lejanos horizontes;
Por donde quiera florecido prado,
Donde miro pacer suelto el ganado,
Y en rededor los elevados montes.
Aquí mis pies el anchuroso río,
Como extendido espejo,
Rizado por las brisas del estío,
Siempre tranquilo, majestuoso y frío,
Del moribundo sol ante el reflejo.

Cada ola se tiñe silenciosa
Del color esplendente
Del zafiro, la púrpura y la rosa,
Mientras baja la balsa perezosa
Sobre la mansa faz de la corriente.
Vuelve al pueblo cercano la aldeana,
Satisfecha y sencilla.
«Mis señoras,»—nos dice,—«hasta mañana!»
Y la vemos saltar ágil y ufana
Desde la balsa á la arenosa orilla.

Y la siguen las otras compañeras
Con ruidoso contento,
Que hasta las anchas y distantes éras
De las verdes y rubias sementeras
Hace en sus alas resonar el viento.
Se oculta el sol bajo el oscuro velo
De una plomiza nube;
Y al levantarnos con pesar del suelo
Vemos que en fácil pero lento vuelo
Ave tras ave al firmamento sube.

En silencio miramos: yá sus huellas
Con la sombra confundo...
Yá se pierden ; y salen las estrellas,
Innumerables misteriosas, bellas,
Para brillar sobre el dormido mundo.

¡Oh tardes de Septiembre tan hermosas!
¡Oh majestuoso río!
Campos que adornan las agrestes rosas!
¡Cielo estrellado! ¡ noches luminosas
Del caluroso, incomparable estío!
¡Hechuras del Señor omnipotente
Presentadle mi anhelo;
Que cuanto el alma al contemplaros siente
Se lo ofrece, elevando reverente
Su corazón y su mirada al cielo.




COGIENDO MORAS

(CARTAS DE UNA CAMPESINA).

II

Haz cuenta que nos ves en otra tarde
De las que ostenta el ardoroso estío,
Mas no á la orilla del tranquilo río
Que tiñe el sol con esplendente alarde...

Vamos, en medio de apartada senda
Circundada de plantas cimbradoras,
A recoger las encendidas moras
Que han menester en la querida hacienda.

Adornados doquier de frutas rojas
Que miramos brillar como corales,
Los altos y espinosos matorrales
Cubren la cerca con sus verdes hojas

Dan sombra extensa al florecido suelo
Y entretelen con tintas de esmeralda
Trepadora y bellísima guirnalda,
O pintoresco y recamado velo.

¡ Silencio y soledad! ...sólo la brisa
Mece con dulce entonación las flores;
Sólo se oyen del campo los rumores;
Sólo se ve la sin igual sonrisa

Del cielo azul sobre el follaje enhiesto
Donde vuelan abejas zumbadoras,
Y de entre el cual las desgajadas moras
Cayendo van al anchuroso cesto.

—Encuentro pocas...—Por el otro lado
Mira un racimo que alcanzar pudieras!
—No me atrevo á cogerlo con tijeras...
—Sacude, pues. ..—Se me cayó al vallado!

—Y es el cuarto ó el quinto... ¡ no procuras
Coger ninguna !...—Porque pesa el cesto.
—Aquí hay unas grandísimas.—Protesto...
Que es preciso comerlas, por maduras!

—¿ Qué se hicieron ?—Están sobre la grama…
Tu parte es ésta y la mitad es mía.
Tienes razón...y lástima sería
No aprovechar tan suculenta rama!

Sobre un agreste y primitivo plato
Que fabricamos con enormes hojas,
Las moras negras de las moras rojas
Separamos.. .comemos. ..pasa el rato...

Volvemos á buscar otras mejores;
Y entre tanto los rayos inhumanos
Queman del sol, y punzan nuestras manos
Zarsas cubiertas de espinosas flores.

De ese jugo brillante están teñidas...
Nuestros dedos, de espinas lacerados...
Y llevamos á casa, de esos prados,
Pocas frutas! ¡ muchísimas heridas!

¡ Oh dichas de este mundo engañadoras!
¡ Breves placeres de mentido alarde!
¡ Cuán bien os parecéis de aquella tarde
A las vistosas y encendidas moras!

Desde lejos os vemos... ¡ Sois divinas,
Al parecer, y de color brillante...
Pero ¡ ay! vuestro sabor dura un instante,
Y después nos dejáis manchas y espinas!





LA PARÁBOLA DEL SEMBRADOR

Circundado de inmensa muchedumbre
Que á su paso doquiera se agolpaba,
Jesús á sus discípulos hablaba
A orillas de la mar.

De un pescador sobre la humilde barca
Dirigiéndose al pueblo en la ribera,
Su vibradora voz, jamás austera,
Comenzó á resonar.

“La palabra de Dios es semejante,
Les dijo, á la semilla
Que, anhelando sacar fruto abundante,
Esparce el labrador con fe sencilla.
“Y regando los campos dondequiera,
Con generosa mano,
De la senda detiénese á la vera
Por contemplar el regalado grano.
“La primera cayó, mas al camino,
Y las aves del cielo
Bajaron en tropel ¡ duro destino!
Recogiéndola toda por el suelo.
“Es imagen de aquél que la palabra
No atiende ni la escucha,
Y su desgracia por sí mismo labra,
Pues ¿quién sin fuerzas vencerá en la lucha?
“Sobre piedras cayendo la segunda,
Nació muy débilmente;
Pero no estando su raíz profunda
La secó del estío el soplo ardiente.
“Como aquél que la entiende y que la sigue
Con fugaz alegría,
Mas desmaya si alguno le persigue,
Si le hiere la burla, la ironía.
“La tercera, entre espinas sofocada
Y punzantes malezas,
Pereció, como el alma devorada
Del cuidado del siglo y las riquezas!
“Yá tan sólo las últimas brotaron
Sobre fértil terreno;
Y madurando, al sembrador brindaron
Con opima cosecha y fruto bueno.
“Este es aquél que la palabra entiende
Y, siguiendo su anhelo,
Resueltamente y con valor emprende
El camino escarpado que va al Cielo.”

¡Oh! escuchemos Señor y Padre nuestro
Tu palabra sagrada,
Que con tal Conductor y tal Maestro,
No podremos errar en la jornada!








.

VICENTA GARCÍA MIRANDA [17.712]

$
0
0

VICENTA GARCÍA MIRANDA 

Entre las grandes poetas nacidas en Extremadura, se encuentra la gran poeta pacense Vicenta García Miranda, Nace en Campanario, en el año de 1816. Murió ciega, en su Campanario natal, el 24 de septiembre de 1887. 

Poetisa pacense, natural de Campanario. Desde su infancia quiso estudiar y dedicarse a la literatura, pero la invalidez de su padre hizo recaer el peso de la familia sobre un hermano suyo, tío por tanto de la autora que nos ocupa, que le impidió estudiar o escribir. Hubo, por ello, de aprender a escondidas, gracias a la ayuda de una hermana suya, monja dominica, libre por su estado de la tutela del tío, y de un amigo de la familia, Bartolomé Baldivia, que hicieron posible que Vicenta accediera a una cierta educación. En 1833, se casa con el médico del pueblo y en 1841 asiste al nacimiento y la muerte de su único hijo. Dos años después fallece su marido. Siempre inquieta, mantuvo en su casa una tertulia donde acudían intelectuales progresistas. La lectura de los poemas de Carolina Coronado, y la influencia de la propia Carolina la incitan a escribir. De este modo, lleva a cabo sus Flores del valle publicadas en 1855 y escribe los poemas con los que colaboró en revistas como El Guadiana; Revista Vascongada; El defensor del bello sexo; El Correo de la moda; El eco del Comercio y El celtíbero. 
Una muestra de su poesía  en un verso que le escribió a su amiga Doña Amalia Fenollosa


Deja poetisa esos hombres
Que nuestro amor no comprenden
Porque ellos jamás se encienden
En tan activa pasión.


En otra estrofa de otro poema expresa lo siguiente:


El fuego que atesora
Tu atrevido pensamiento...
Hará que al instante deje
A esta tierra maldecida
Y contigo en otra vida
Me lance de más placer.



A una calandria

        ¡Qué afán traes por romper
De tu jaula las prisiones,
Para las alas tender,
Y en el espacio perder
Tus amorosas canciones!

        La libertad te quitaron
Los hombres con saña fiera;
Y, si la voz te dejaron,
Fue porque ciertos quedaron
De que eras su prisionera.

        Mucho les place escuchar
Tu dulce, amoroso canto;
Pero dejarte volar...
No, que diz has de mezclar
Con tus placeres tu llanto

        Igual, ave, es nuestra suerte:
Si a ti una jaula te dieron,
Prisión a tu audacia fuerte,
De mi alma altiva la muerte
Con sus leyes produjeron.

        Como tú quieren que cante,
Y llore a la par también;
Pues si mi mente arrogante
Busca un más allá anhelante,
La aprisionan en mi sien.

Incluido en Antología de poetas románticas (Sial Ediciones, Madrid, 2008, edición de Diego Martínez Torrón).




MEDELLÍN Y HERNÁN CORTÉS EN LA OBRA DE
DOS ESCRITORAS EXTREMEÑAS DEL SIGLO XIX:
CAROLINA CORONADO Y VICENTA GARCÍA MIRANDA

Por Carmen Fernández-Daza Álvarez

(Extractos)

Vicenta García Miranda: y doblegaste sumisa la cabeza bajo el hacha del tiempo silenciosa

Los hermosos paisajes de Medellín, el cielo turquí de los veranos, las agradables huertas junto al Guadiana, sus lunas de verano, fueron un paisaje conocido y apetecido, también soñado, por Vicenta García Miranda.
Aunque es de sobra conocida su biografía, recordaremos que la escritora nació en Campanario y allí fue bautizada, un día después de venir al mundo, el 10 de agosto de 1816, y que allí vivió y murió, en la calle Bocina nº5. Aunque en su niñez acudió a la escuela del pueblo, fue su padre, el verdadero maestro, farmacéutico de Campanario, gran lector y muy aficionado a la poesía 27. Apuntan asimismo sus biógrafos (siguiendo de cerca a Ortíz de Zárate, el prologuista de sus Poesías) que su padre cayó gravemente enfermo, sin posibilidad de recuperación, y la familia tuvo que marchar a vivir a casa de un tío paterno de la escritora, agrio de carácter, que impedía a la niña estudiar, un hecho que angustió al padre de Vicenta durante los diez años que estuvo postrado en la cama, hasta su fallecimiento en 1832 28 . Apuntan que, con ayuda de Bartolomé Valdivia y de su hermana mayor, y única, Sor Josefa Cándida García de Santa Teresa (o Sor Teresa), pudo continuar con sus empeños por instruirse, circunstancia ésta muy novelesca a la que yo, como Manzano Garías, no doy mucho crédito, creyéndola no sin intención

_________________________________
27 Manzano Garías, Antonio, “De una década prodigiosa y romántica (1845-55)” en la Revista de Estudios Extremeños, 1969, T.XXV, núm.II, pp.282-332, vid. p.303, y Fondo Cultural Valeria, Notas biográficas y breve antología poética de Vicenta García Miranda, Villanueva de la Serena, 1981, p.5; Gutiérrez Macías, Valeriano, Mujeres Extremeñas, II, Cáceres, 1977, pp.53-76 o Bartolomé Díaz Díaz, “Vicenta García Miranda (1816-1887), poetisa y tertuliana de Campanario” en Campanario. Personajes y otros aspectos culturales, IV, Campanario, Excmo. Ayuntamiento de Campanario, 2003, pp.133-144. 

28 De estas circunstancias da también noticia Matilde Camus, quien tomó sus notas de los apuntes de D. Marcelino Menéndez Pelayo. Vid. “Vicenta García Miranda, una poetisa extremeña” en el V Congreso de Estudios Extremeños. Ponencia (II). Literatura (II). Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz. Institución “Pedro de Valencia”, 1976, pp.95-97.


divulgada por la poetisa, y muy a tono con lo que de sí, y de su formación, decían otras escritoras románticas 29. Con sólo 17 años, el 10 de julio de 1833, contrajo matrimonio con Antonio Ángel Salas, estudiante de medicina, natural de su pueblo, que luego sería titular de su profesión en Campanario, desde 1839. La pareja vivió en compañía de la madre de Vicenta, Antonia Sánchez Gallardo. La poetisa, que había sufrido la temprana muerte de su padre, se enfrentó al fallecimiento del único hijo habido en su matrimonio, Antonio María, que la abandonaba a los once meses el año de 1841 y al de su marido, cuyo óbito acaeció el 17 de junio de 184330. A ellos dirigía un luctuoso poema y a esta ausencia dedicará, salpicados en otras composiciones, doloridos versos.
Son de la primera mitad de los años cuarenta las primeras composiciones conocidas de Vicenta García Miranda. Y su popularidad llega asida de la mano de otra extremeña, Carolina Coronado, quien desde 1839 se había lanzado, con éxito, a difundir en prensa sus composiciones líricas. Conocido es cómo la almendralejense fue animadora e impulsora de las inquietudes artísticas de otras muchas mujeres. Y de cuando en cuando Carolina promovió la publicación de las composiciones de sus colegas en los periódicos donde pudiera tener influencia. Este fue el caso de Vicenta García Miranda, y a la Coronado debe la de Campanario la primera salida pública de sus versos 31.
La naciente escritora había encontrado en la literatura y en sus amigos el escape para su tristeza. Un poema datado en 1843 (“Si como yo quisiera”, dedicado a Félix Montero) junto a las mencionadas composiciones tras la muerte de su marido (“Sin cesar ni un momento ni un segundo”) y un ramillete de poemas de ocasión dedicados a sus amigas, fruto de improvisaciones espontáneas, fueron los primeros balbuceos líricos de Vicenta García Miranda.
________________________________
29 Manzano Garías, A., “De una década…”, op. cit., p.304. El testamento de Sor Teresa tiene fecha de 31 de agosto de 1854 (AHPV).
30 AHPV. Otorgó testamento el 1 de junio de 1843. Era hijo de los campanarienses Casto de Salas y Antonia Gallardo. Tenía al menos dos hermanos Diego de Salas y Francisco Fernández (hermano de madre). Nombró herederos a sus padres.
31 Manzano Garías refiere: “la joven viuda […] comienza a hacer ensayos de versificación, hasta cuajar sobre el papel una composición que titula “La tempestad”; luego otras dos que envía a Carolina, la que acusa recibo”, op. cit., p.300.


Sin embargo, un día cualquiera de 1844 o 1845, la conmoción que supuso la lectura de unos versos de Carolina Coronado mutó su horizonte y con él el deseo de saltar con las palabras más allá de su pueblo. Sabía que aquella joven, Carolina, era brote del semillero de su Campanario natal, que en él hendía sus
raíces, que en él vivían sus tíos y primos y que, no hacía tanto, había fallecido también en Campanario María Gallardo, la abuela de la Coronado. Y Vicenta escribió a Carolina. Junto a su carta iban algunas composiciones poéticas (“La tempestad”, A la rosa”) para que la almendralejense juzgase la valía de aquellos versos y la ayudase en su dubitación literaria. Para sorpresa de García Miranda, Carolina Coronado contestó la carta y la agasajó. Creyó en la capacidad de aquella “flor del valle”, de esa “poetisa de aldea” que, a su juicio, no debía vivir en el anonimato.

El año de 1844 marca un antes y un después en el conjunto de la producción literaria femenina extremeña y el hito que propició el arranque fue sin duda la creación de El Liceo de Badajoz, una institución sobre la que dos familias almendralejenses emparentadas, los Romeros de Tejada y los Coronado, sobre todo guiados por el entusiasmo de la joven Carolina, volcaron todos los esfuerzos para convertirlo en centro de referencia educativo y cultural a orillas del Guadiana. De entre estos esfuerzos destaquemos el nacimiento de varios periódicos, el Liceo de Badajoz (1844) y El Pensamiento. Periódico de Literatura, ciencias y artes, dedicado al Liceo de Badajoz (1844-1845); de ambos fue director el hermano de Carolina, Pedro, aunque del último se decía que, en verdad, la auténtica artífice pudiera haber sido la poetisa de Almendralejo en colaboración con Francisco Montaos 32 . Ligado a la misma institución el 16 de diciembre de 1844 se publicaba el primer número del periódico El Guadiana. Fue subtitulado Periódico Hispano Lusitano, Artístico e Industrial. El día 10 de diciembre de 1845 Vicenta García Miranda, gracias a Carolina Coronado, hacía su primera incursión en la prensa, en este medio escrito badajoceño, donde publicó una oda al “Invicto extremeño García de Paredes”. El equipo de redacción del periódico manifestaba la enorme satisfacción que sentían al ser los primeros que daban a conocer los versos de esta extremeña, que demostraba una “delicada” vocación poética. 

___________________________
32 Gómez Villafranca, Román, op. cit. supra, pp.66-78.


Durante el año de 1845 El Guadiana entregó a sus lectores tres composiciones líricas de Vicenta García Miranda que se sumaban a la primera oda: “A Nise” (el 20-XI-1845), “La ausencia” (1-XII.1845) y el poema que principiaba “Melancólica luz que vives sola” (20-XII-1845). Era este una salutación literaria a otra colaboradora de El Guadiana, Robustiana Armiño. Vicenta García Miranda parecía buscar el amparo y la amistad de aquella colega, la complicidad dentro de esa sorprendente “hermandad lírica” a la que ella accedía merced a la confianza y estímulos de la Coronado. Con el tiempo, García Miranda, a imitación de su mentora y amiga, animaría a otras escritoras españolas, que ingresaron en esa hermandad solidaria (a Rogelia León o a Manuela Cambronero) o las presentó e introdujo en los periódicos en los que ella era colaboradora, sea el caso de Amalia Fenollosa quien, por las gestiones de la de Campanario, llegó a publicar en El Celtíbero de Segorbe o en El Despertador montañés de Santander.

El año de 1846 fue especialmente fructífero en actividades culturales y literarias en El Liceo de Badajoz. Presidía entonces la institución el tío de Carolina Coronado, Juan Romero Falcón. Pronto acogió la propuesta de la sección de Literatura, cuyo secretario era Bernardo García Rubio y entre cuyos colaboradores más eficaces se hallaba Carolina: crear una academia donde se impartieran clases de diversas asignaturas, desde Historia general a taquigrafía, inglés, matemáticas, etc. Fue entonces cuando se produjo el encuentro entre Vicenta García Miranda y Carolina Coronado. Invitada por ésta para el acto de inauguración de las clases que iban a impartirse en El Liceo y para el homenaje que la institución iba a tributarle, García Miranda debió llegar a finales del mes de enero a Badajoz y casi con seguridad se instalaría en casa de Carolina Coronado. El acto de apertura tuvo lugar el día 2 de febrero de 1846. Tras el discurso inaugural, la almendralejense y sus amigas María Cabezudo y Vicenta García Miranda ofrecieron un recital poético 33.

A los pocos días El Liceo hacía socias de honor al grupo de mujeres que habían colaborado en los periódicos nacidos al amparo de la institución: Vicenta García Miranda (que estuvo presente en el acto), Joaquina Ruiz de Mendoza, Robustiana Armiño y Encarnación Calero de los Ríos. Muy honrada, la escritora de Campanario compuso un poema dedicado al Liceo de Badajoz, del que fue socia facultativa 34:



Salve, mágico nombre de Liceo,
salve, nombre que agitas a mi alma,
salve, porque excitaste en mí el deseo
de querer aspirar a aquella palma
que ya tremolan tus poetisas bellas,
haciéndome salir de aquella calma.
Al poner a mi vista las centellas
que salen de su ingenio prodigioso,
parte quisiera hacer en ti con ellas.

[…]

¡Ah! ¿por qué percibieron mis oídos,
oh Carolina y Robustiana hermosas,
de vuestras dulces liras los sonidos?
¿por qué vibraron pues tan melodiosas
para agitar mi mente que no puede
trepar por esas sendas escabrosas? 35


Y ¿cómo no mencionar en el poema a Carolina Coronado? A los favores que había recibido de ella (el ingreso como colaboradora de El Guadiana y el nombramiento de socia de El Liceo) se sumaban otros. La de Almendralejo había recomendado a Souza, director de El Defensor del Bello Sexo, el buen hacer de la poetisa de Campanario. Acompañaba la carta de recomendación de Carolina la oda a García de Paredes escrita por García Miranda y ambas, epístola y oda, fueron publicadas en el periódico madrileño el 8 de febrero de 1846. 
________________________________________
33 Fernández-Daza Álvarez, Carmen, La familia de Carolina Coronado, op. cit., pp.316-320 y 344-348. 
34 Manzano Garías, A., “De una década…”, op. cit., p.301: “Entre los papeles de DªVicenta encontré también […] un oficio del Presidente del Liceo Artístico y Literario de Badajoz, comunicando a la poetisa de Campanario a propuesta de la Sección de Literatura el nombramiento de socia facultativa de la entidad cultural”.
35 AME. “Al Liceo de Badajoz”, cuaderno nº1.


La correspondencia con Camporredondo nos deja entrever una Vicenta García Miranda muy interesada en escribir sobre asuntos políticos, en componer vertiendo opiniones no encajonadas en un lirismo donde sólo la naturaleza fuese motivo de inspiración. Por las palabras del escritor montañés podemos deducir hasta qué punto la poetisa insistía en estos particulares y cómo le hacía participe de su ideología, sobre la cual el santanderino expresaba:

Me congratulo con usted de que ambos pertenezcamos a una misma comunión política […] esperando el suspirado día en que vuelva a iluminar nuestro horizonte el Sol de la libertad 42.

Vislumbramos a través de estas misivas a una señora que se enoja con la censura que impide, al parecer, extenderse sobre cuestiones políticas, a una dama que se molesta cuando sin su autorización le retocan los escritos antes de ser publicados; a una mujer que se irrita ante opiniones machistas; ello es, a una mujer que en lo privado salía en defensa de una igualdad intelectual entre los sexos, tal como también sus versos proclamaban tantas veces, sea en
el poema dirigido “A las españolas”:


Alzad, hermosas, la abatida frente
que ya brilla en oriente
del día suspirado la alba aurora,
y ya por las naciones
de romper sus prisiones
el sexo femenil suena la hora.

Ya proclaman los nobles castellanos
que son nuestros hermanos,
no cuan antes los fieros dictadores;
y que les falta aliento
para aún del pensamiento
de la débil mujer ser los señores.

Ya publican que leyes homicidas
de nuestras tristes vidas
hasta hicieron amargos los placeres;
leyes que ellos nos dieron
porque no comprendieron
cuanto fuera el valor de las mujeres.

[…]

¡Oh mujeres! luchad a vida o muerte
sin que el ánimo fuerte
desmaye en la pelea a qué, briosos,
algunas se han lanzado,
del sexo esclavizado,
por romper las cadenas ominosas.

Luchad para hacer ver a los que os llaman
“imbéciles” y claman
“vais ciegas caminando al precipicio”,
que es el saber la estrella
a cuya luz bella
sigue tras la virtud y huye del vicio.

[…]

Ancho campo tenéis, franca la senda.
volad a la contienda
las que para vencer tengáis aliento,
y adornen vuestras frentes
los lauros reverentes
con que la sociedad premia el talento.

_______________________________________
42 AME, P.XXX, op. cit., carta de Camporredondo a Vicenta García Miranda, Santander, 14 de enero de 1850.



Camporredondo, tras recibir la carta de la poetisa recriminándole por actitudes misóginas, hubo de excusarse ante la de Campanario por la ironía sobre la que iba cosiendo opiniones machistas, y le decía:

No teniendo usted qué comunicarme, dice que soy el mismísimo Lucifer. Y ¿por qué? ¿Por qué he querido reírme un rato a costa de su sexo, en pago de lo mucho que él hace rabiar al mío?; porque he querido ridiculizar algunas de sus costumbres y modas en el vestir, dándolas un significado que en realidad no tienen, pero que parece el más natural y a propósito para probar las descabelladas pretensiones de algunas hijas de Eva que sueñan despiertas pensando adquirir en la sociedad derechos reservados exclusivamente a los hombres; porque las he pintado tan seductoras por sus gracias y encantos, así como por su despejo, que me hacen temblar por su porvenir […] Lo que más siento es que V. se juzgue aludida particularmente en uno de mis versos […] Sobre todo no fue mi intención condenar en ellas una ocupación tan recomendable como es la literatura 43.

Esta beligerancia feminista era bien conocida por sus amigos y así a Vicenta García Miranda dedicó Larrazabal el burlesco artículo “El repetidor o sus discípulos, o una buena repasata al secso masculino”, que salió en El Lirio en el núm.1 de 1847.

García Miranda colaboró en el Despertador montañés entre 1849 y 1853. Allí fueron editados los poemas “Una mañana en el valle”, “Adiós a Europa”, “Entusiasmo y desaliento”, “Recuerdos y Pensamientos”, entre otros, y allí quizás allí se publicara por entregas su novela Felisa, la leyenda No hay plazo que no se cumpla y también el texto en prosa, Mi primera meditación.
____________________________________
43 AME, P.XXX, ms. cit. Cartas de Camporredondo, Santander, 26 de agosto de 1850.


Sin duda no debió ser Vicenta García Miranda aquella escritora pusilánime y triste que se nos ha dibujado. De su vena satírica dan cuenta un ramillete de poemas aún inéditos y algún otro publicado en la prensa del momento. Existen un conjunto de composiciones de la autora que hablan del canje poético y jovial entre los tertulianos de Campanario, amigos de Vicenta García
Miranda, muchas de ellas en tono satírico. Eran epístolas literarias, sarcásticas o burlonas, que intercambiaba Vicenta García Miranda principalmente con Alfonso Calixto y Manuel Fernández Perea. El 1 de agosto de 1849 el “Periódico Risueño” La Linterna mágica, una de las empresas editoriales de Wenceslao Ayguals de Izco, publicó una “Epístola” de Manuel Fernández Perea dirigida a “su apreciable amiga y distinguida poetisa” doña Vicenta García Miranda, fechada en Sevilla el 30 de abril de 1849. La de Campanario debió solicitar a su amigo noticias de la ciudad andaluza, que ella no debía conocer, y esperaba sin duda que Fernández Perea la complaciera relatándole las singularidades y maravillas que gozaba junto al Guadalquivir. En contra de lo esperado Fernández Perea le envió una epístola satírica en la que nada decía, sino banalidades y Vicenta, que a la sazón, en el momento de redacción de la primera carta, debía hallarse en Medellín, respondió ya desde Campanario (el 6 de junio de 1849) con igual tono a su amigo hablándole de las “rarezas” de la villa junto al Guadiana. Esta respuesta fue también publicada en el mismo número de La linterna mágica. Algunos fragmentos de la extensa epístola dicen así:


Mi buen amigo Manuel
que estoy buena, pues te escribo
acusándote el recibo
verás en este papel,
y verás la conclusión
que a tu carta en este día,
se me antoja la manía
de no dar contestación.
Pues si tú no has comprendido
a las gentes de Sevilla,
¿cómo yo desde esta villa
no habiéndolas conocido?
¿Qué se yo de adivinar
de esos tontos el capricho?
Amigo, lo dicho, dicho:
no te quiero contestar.
Y no presumas ¡por Dios!
que me acobarde tu cuento,
no que, así mientes, yo miento,
vamos a jugar los dos.
Y ya que me has encajado
una tras otra mil cosas,
a cuales más fabulosas,
y yo me las he tragado, 
tú en renglones desiguales
de perverso retintín,
trágate de Medellín
los usos originales.
Y si acaso se te antoja dudar 
de lo que te digo 
de esta epístola mi amigo, 
al punto dobla la hoja.
Pero principia a leer 
las mil y mil necedades, 
que, por ser puras verdades, 
acaso dudes creer.
Entre sus locuras ciento 
tienen allí la costumbre 
de calentarse a la lumbre
y de refrescarse al viento.
Y bien de barro o de peña 
no hay un vecino tan solo 
que no viva, buen Manolo, 
en casa grande o pequeña.
Y todos los descendientes 
del ínclito Hernán Cortés 
tienen en manos y pies dedos, 
y en la boca dientes.
Allí el hombre que es anciano 
no es joven… ¡vaya un portento! 
ni allí se hace un testamento 
escrito… sin escribano
Y oye, no arrugues las cejas,
solteros, viudos, maridos, 
llevan dentro los oídos
y por fuera… las orejas.
Y es el marido casado,
y es tuerto el que tuerce un ojo
y ¡asómbrate! ningún cojo
anda… con el pie sentado.
¡Oh! si yo te contara
¿cómo habrías de creer
que yendo leche a comer
nadie olvide la cuchara?
¿Y que el que no come ayuna
y ayuna donde no hay pan,
y que siempre las dos dan
después de que da la una?
¡Nunca vi tanta locura!
Allí ninguno se casa
ni en la iglesia ni en su casa
como no los case… un cura.
De observación en mi empeño
(te estoy oyendo reír)
a ninguno vi dormir
como no tuviera… sueño.
Mas hombres vi tan atroces
(y no lo tomes a juego)
que al ver en su casa fuego
daban… espantosas voces.
Mujeres no encontré más
(aunque no estaban guardadas)
que solteras y casadas,
siendo viudas las demás.
¡Cuántos caprichos y antojos
encontré en aquella villa!
no leerán ni en cartilla
si es que han de cerrar los ojos.
No sabrán andar sin pies,
ni hablar más que con la boca,
ni pondrá nunca el que toca
la guitarra del revés.
Ni hay paciencia que allí aguante
al ver a los hombres todos
llevar siempre atrás los codos
y las narices delante.

[…]

Pero aun con estas manías
no te asombrará mi carta,
pues que tu pluma me ensarta
mayores majaderías.

[…]

¿No es allí una extravagancia
el que todo ciudadano
hable siempre castellano
y no el dialecto de Francia?
¿Y que donde nació Hernán
(solo al pensarlo me aburre)
jamás le pongan al burro
botas, sombrero y gabán?
¡Qué necios, Manuel, qué necios!
Si compran, aunque sean clavos
no pagarán dos ochavos
sin antes saber los precios.
Y son tan tercos a veces
que si los vieras pescar
no les has de ver sacar
sino del agua los peces.
Ni has de hallar por más que escojas
entre sus cien hortelanos
quien no arranque con sus manos
del rábano por las hojas.
Ni verás bajo el castillo
en una misa mayor
al gran templo del Señor
a servir de monaguillo.
Pero has de ver allí si vas
que el Guadiana, sin trabajo,
corre desde arriba a bajo
sin jamás volver atrás.
Mas lo mejor del asunto
me dejaba en el tintero
y es que al ver a un forastero…
lo desconocen al punto

[…]

Adiós: disfruta en Sevilla
que, como dice Rubí,
la gente que vive allí
es la octava maravilla.


El olvido de Medellín, el presente sin gloria de la villa, contrasta con aquel pasado de luz en el que Hernán Cortés hiciera famoso su lugar natal. El castillo es para García Miranda el elemento visible de la decadencia, abandonado y solo. A él pregunta sobre aquel ayer ido de esplendor guerrero y cortesano que con tintes tan románticos García Miranda anhela recrear, y le interroga sobre su propia historia cotidiana, sobre las leyendas que ella no ha alcanzado, por inexistentes, sobre los personajes distinguidos que lo habitaran un día. Contrasta este fragmento, escrito en endecasílabos, que conforma la primera parte del poema, con la segunda parte, compuesta en heptasílabos, en la que surge, desde la orfandad y la tristeza del castillo, el paisaje real, vivo y colorido, una naturaleza sorprendente y plena, en la que se mueven los habitantes sencillos y hospitalarios de Medellín. El río Ortigas desembocando en el Guadiana, los jazmines, azucenas y alelíes de las huertas, los pájaros y la intensidad del cielo, el maravilloso entorno, parece querer decir la autora, acaso no merezcan sus lágrimas por un ayer irrecuperable, lágrimas que al fin mancillan el ameno vergel, siempre inmutable, que es Medellín:

Exaltación a la vista de las ruinas del castillo de Medellín.


¡Medellín, Medellín, un día famosa!
¿Qué vestigios conservas de tu gloria?
¿Te dedica una página la historia
mostrándose contigo cariñosa?

¿O te deja morir sin hacer caso
del hijo que la dieras tan valiente,
que surcando la mar brava, inclemente,
a los triunfos voló con firme paso?

¡Madre de Hernán Cortés!...de aquel famoso
que México y sus hijos conquistara...
¿quién pudiera pensar que se apagara
el fanal que ostentaste luminoso?

Dejaste de existir y ser dichosa;
ya no tienes prestigio ni grandeza;
¡doblegaste sumisa la cabeza
bajo el hacha del tiempo silenciosa!

Solitario contemplo tu castillo
que por la cumbre se ostenta silencioso;
el viento le recorre vagaroso,
sin que el paso le impida su rastrillo.

Mil fieras agoreras sus cubiles
cavan en su recinto y sus murallas:
el que un día encerrara flores gallas
hoy contiene aves, turnas y reptiles.

¿Dirasme tú, Castillo, los guerreros
que clavaron valientes sus pendones
en tus altos y fuertes torreones,
que al aire se tendían placenteros?

Dime, sí, las victorias que alcanzaste,
ya cuando fuiste moro, ya cristiano;
también si te mostraste inhumano
con el que en tus prisiones encerraste.

Cuéntame los placeres de tus bellas,
sus sencillos y cándidos amores;
di los dulces y tiernos trovadores
que invocaron de noche las estrellas.

En tu historia, ¿no hay padre tan furioso,
que su hija en tus torres encerrara,
haciendo que la triste renunciara
al que tierna eligiera por esposo?

¿No has contado nocturnas aventuras
entre pajes y damas, desafíos
entre fuertes guerreros y desvíos
de las ninfas, y amargas desventuras? 53

¿No tuviste jamás un fementido
que copa envenenara en el festín,
ni valiente que al paso en el jardín
de cobardes se viera acometido?

¿No hubo crimen nefando? ¿Fue ventura
lo que siempre reinara en tus salones?
¿Jamás tuviste tiernos corazones
que el cáliz apuraran de amargura?

¡Quién viera deslizarse el centinela
a la luz de la luna en tus murallas,
ostentando en su pecho fuertes mallas
y entonando su triste cantinela!

¡Quién viera tus valientes infanzones
montar en sus corceles valerosos,
y a las lides lanzarse presurosos
a buscar nuevos timbres y blasones...!

¡Quién mirara en tus justas y torneos
del valor de sus dueños orgullosas
tus bellas, tan modestas como hermosas,
encerrando en su pecho mil deseos!

¡Y quién viera una linda castellana
mandar bajar tu puente y tu rastrillo,
y dar hospitalario en ti, castillo,
abrigo al peregrino muy ufana!

¡Nada no, Medellín, sólo tristura
distingo por do quiera y orfandad;
ruinas, y destrucción, y enfermedad,
que a tus hijos les abre sepultura!

¡Cuán triste me es contemplar
desde tu puente elevado
el Ortiga resbalar,
y mudo al paso besar
de tu castillo un costado!...

Y tu bello paisaje,
con tu cielo azul turquí;
del Guadiana el oleaje,
de tus huertas el ramaje
do se ostentan la alelí. 

¡Mirtos, jazmines y rosas,
y cándidas azucenas,
tan lozanas y olorosas,
tan rozagantes y hermosas,
de sentimientos ajenas!

Y la leve mariposa
revolando entre las flores,
picando el nardo y la rosa
y la azucena olorosa,
disfrutando sus amores

Y entre el verde cortinaje
las canoras avecillas,
rindiendo a Dios vasallaje,
pagando el justo homenaje
con sus canciones sencillas

Y tus pocos habitantes
tan sencillos, tan humanos,
de corazones amantes,
en su amistad tan constantes,
tratándose como hermanos

Y esa tu luna velada
de nubes de claro azul,
que creo ser niña angustiada,
que trae la cara tapada
con velos de gasa y tul.

Y pensar que esos primores
no son más que una ilusión,
que, brindando con amores,
disparan dardos traidores
que hieren el corazón.

Y ver se aproxima el día
que a tan ameno jardín,
quitará su lozanía,
y llorará el alma mía
por el que fue Medellín.

________________________________
53 En el ms. aparecen tachados los siguientes versos: “¿No hubo nunca atrevido que escalara/ tus muros y robara su querida/ pensando ser felice con su huída/ no creyendo la muerte le acechara?”.


Seguro que ambas, Carolina y Vicenta, allí donde estén, aplaudirán con versos las recuperadas laderas del castillo de Medellín.



Carmen Fernández Daza Álvarez
Real Academia de Extremadura de las Letras y las Artes





.




JAKE FOURNIER [17.713] Poeta de Estados Unidos

$
0
0

Jake Fournier 

(1989) creció en Harborcreek, Pensilvania, EEUU. Más tarde estudió Literatura Inglesa y Americana en la Universidad de Nueva York y realizó algún taller de poesía. Actualmente vive en Abu Dhabi como profesor de inglés y planea volver a los Estados Unidos para estudiar un máster de literatura. 

JAKE FOURNIER is a Pennsylvanian. A graduate of New York University and the Iowa Writers' Workshop, he has published poems in Lana Turner, Meridian, Petri Press, and elsewhere. This year, he will be working as a language assistant near Versailles, France.





Estaría bien haberlo perdido todo.
Las coristas, los bailarines.
Estoy vestido en exceso por la sangre de mi nariz en la ópera. 
Mi vida : un derroche de dinero :: Año bisiesto : febrero. 
(Entendí mal la respuesta)
Ser un estudiante de aprobado es lo que merezco
por esforzarme tanto. Alivio. El mar.
Así de simple, lo merezco.
El mar está lleno de olas y de otras cosas.
Moluscos y anémonas, caracolas, naufragios, profundidad,
textos perdidos que puedo leer mientras espero a los estudiantes del océano.
“Lo que deberíamos esperar”, oigo, “es que sean incapaces de procesar respuestas que no contengan un ‘correcto’ o 'incorrecto’”, pero el océano subestima a sus chicos. 

*Esta traducción del inglés original ha sido realizada por Julio Fuertes y revisada por Luna Miguel.



El criadero

Gente que descansa sobre la hierba amarilla
como enormes pomelos pudriéndose en la piscifactoría,
mientras, en el horizonte, el ejército de mudanzas U-Haul
amenaza con meterlos a todos en cajas.
Andrew Weatherhead está sentado río abajo
en la playa donde Dottie
pescó el lucio más grande que jamás he visto
y raspó la piel de escamas irisadas
sobre la copa de cristal de su caleidoscopio.
En el visor: un molinete que, cuando gira,
muestra un dirigible soviético con motores Octagon,
los hechos que ocurrieron en mi vida la semana pasada,
y Dottie gritando emocionada en un bar de algún punto
de mi futuro. En un bar cualquiera
para arder en la hoguera de la fiera mirada Tecumseh
del General Sherman, mientras mudanzas U-Haul,
una caja sobre ruedas, quema gasolina
sobre los fragmentos esmeralda que se han hecho un hueco entre
la carne del lucio -porque seguimos mirando
por el visor, y las escamas se adhieren
a los dedos de los amantes como tabaco húmedo
en la caja color rubí con destellos de amarillo Cornelia.
Lo siento,
los incontables amantes follando en las incontables cajas
apiladas cerca del criadero en el depósito de cajas.
Es un momento oportuno para apartar la mirada
y contemplar la tarde, hexagonal, flotando
su dosel de seis caras. La tarde
sujeta la mano que queda del atardecer
con el brazo que le falta. Mientras ellos bailan,
se repiten los días, girando dulcemente la veleta
que, en la granja y en mi sueño, es una flecha
con boca de lubina y cola de pez
hecha del más fino acero Strom Thurmond
pero tan oxidada que sus bisagras revelan
los nombres de los dioses nórdicos ocultos en los días de la semana
al oído de los perros. Por ejemplo di Woden:
trueno. Di Thor. Lo siento, pero da gusto
decir cosas con el telón de fondo
de una lluvia amortiguada, decir cosas imprecisas
porque ya entiendes lo que quiero decir.
Ocurrió esta semana
mientras dormíamos, pero ahora, despiertos,
en el sillón de cuero negro, la taza verde
moteada de ocre en mi otra mano
y la marca de Earl Gray en la mesita,
es mucho mejor. Estar despierto es maravilloso,
sobre todo al principio, porque dormir es la muerte.

Vomit: Antología de poesía joven norteamericana (El Gaviero Ediciones, Almería, 2013, selecc. de Luna Miguel, versión de Mario Amadas).



Masquerade

   The dipper drinks the darkened broth.
A friend’s drunken silhouette has cut
Through the anonymity of the crowd.
     The other stars like shade
   And warping shadow on a scrim
Collect the minds of the disinterested
   Whose smoke escapes the masquerade.

   Not what we are, but that we’re not
Ourselves, achieves an evening of affect
And musky color palette: crimson, black.
     “And does he wear a mask?”
   The moon, our hostess, loves the wit
While her husband twirls his mustache as if
   Its being real could counteract.

   A feather in a knot of hair
Funnels attention from a low-backed dress.
As a mask activates when worn or egress
     Transforms a set of stairs
   The mind requires this pinion there
Or interest dissolves in atmosphere;
   In plumage, one plume despairs.




Narcissus Unless Echo

I am drawn to that clear stream 
stretching thataway. 
I submerge my face in it 
with open eyes— 
What are these translucent fish 
that flagellate against the current? 
I am afraid, but not of time. 
I am alone temporarily— 
pistols, skiffs, the propane heater 
in the hunting shack 
where I spine-shot a doe 
and her front legs flailed, 
dragging her second-half 
like a roller-suitcase 
through the cattails. 
I blotted her hound-like ear 
a second time, and, when I 
lowered the white-bead, 
it still wasn’t there. Where 
Mennonites are chasing 
golf balls beyond the trees, 
this is the song they sing: 

          We see the sisters’ caps above the weeds, 
                   eleven seasons’ strange variety. 
          The smith forgives the lorgnette’s sting 
                   and silence plates the jewelry. 

What am I thinking? 
      A man slit from the larynx, 
      half his ribcage over 
      each flank, his arms 
      hanging stirrup-like. 
Of this time I was on a horse 
at the Crawford Fair and the horse 
got on its knees. 
      Danger— 
      I felt nothing when I read 
      the sign. I wanted to swim 
      by the dam there and I did 
      and nothing came of it.




Aspects of Flights

We are more or less the difference between us, I kneel. 
You look down on me, unknowingly, 
one of many congregating in the midnight gorges 
and zinc jags streaming beneath you and the blonde 
Lufthansa girl dispensing juices. She drifts through 
the isle, stenciling 
her pillbox hat onto your fondest memories before you turn away 
again, wanting more. The earth below is otherworldly; 
Alps smack the eye. 

Literally outdoors, the room is addressing 
a triangular 
horse when you arrive, “Though it might seem hopeless 
to find a comfortable arrangement between your banal 
pursuits, Zodiacal warnings, Gemütlichkeit, and self-regard 
we see nature 
sometimes provides a solution in strato-cumulo patterning

on the white sky.” It directs as best it can a speedy 
removal of these 
life-size props, grinding the horizon into time. Somewhere 
in the treeless wastes, another airplane’s shadow skips—we’re 
in it. Starlight dives splashless into daytime. 
Filled with the sands of the Rub al Khali,

my Onasakus dimple the desert floor. It whips a dune 
buggy hood with 
sheets while Ud drones from the open passenger 
door. Through its window, you see al Liwa’s coign 
advancing. You 

hike your abaya and book to the truth, Khulood. Your lips—Allure Laque in Dragon 
smearing stoplight like a river—purse. The desert 
makes flats of your pumps. You want to drive, you say. O come on, 
Jake, 180 
kilometers ocean, degrees vision. It’s this kind 
of material thinking thought, 
balking to be acted, triggering regret, insists. 
You stoke the fantasy by doing nothing. Headlong the awkward 

seeking you meant to avoid, dowels, 
tape, old grocery 
bag, fishing wire—cut a diamond shape and cross the dowels between 
the cardinal directions—good. Now, with the wind in your face, increase
the undertow velocity by kicking your legs violently out, left, right, 
etc., shooting 
the date trees back in that time 

you spent—was it running? This tugging at your hands is 
a simulation of the resistance meeting the deep-sea 
submersible’s robotic claws. Boring into the dark entrance 
in the cruise ship’s plated hall, the spotlight beams are stiff 
as sheet metal. You exhale. The dust you see is embedded 
8 inches in the glass.



A Hoof for the Vagabond

Something about the gun was off, we grew up 
thinking and promised that much and that aimlessness to ruin 
a sitting room, sans divan or stool, that’s something 
like the great outdoors with hedges 
creasing the yards 
fielding a tree between whose elbows something ripens like a question. 

Time hadn’t passed, just some was missing, 
not that that prevented me when driving down 
from seeing freshly how little I could at night. 
The houses and shrubs were drywall for wallpaper darkness. 
The darkness concealed denser foliage, 
the long hemlock needles 
massaging pinecones into obscurity—things I’d seen already 
in a dress rehearsal for the present. 
And the meaning to tell you, as I meant to say 
goes beyond what’s said 
to teach that density and that freedom to mean 
our leaving’s what the trees have seen to, 
themselves and tomorrow. Even emptiness 
has a backdrop, which, though you expected everything, 
is spare. 

You came down, woke up over an hour, 
said this should have happened before 
as it has to other people, 
people who hold you awkwardly sometimes and who, others, stand away 
thinking how you’ll fail 
those whom nameless lackings made want you 
and those, telling time by what flowers are still living— 
now irises, now violets—whom you take inside, 
and whose velleities, unknown to themselves, 
appear to gather into a wall, 
an apparent willingness shaped inside a cloud. 

Cross country, 
men are ballooning over yellower, 
more dilapidated Pennsylvanias. I’d find it alien 
if it weren’t that my father used to sponsor one 
(Fournier Construction). We were chasers once— 
With camouflage 
binoculars pressed to the windshield, 
we pursued ours like a memory past its purpose 
to the farmhouse where it bent to stripe the field. 
“The Devil’s Horse!”
the farmers joked. Alfalfa and rye 
in the silos, the farm had invited its neighbors and, when we got there, us 
to sweetcorn. The waxier, yellow-white strains— 
Sugar & Gold, Double Standard— 
were through. They were on to Country Gentleman 
and Argent. (Thinking about it, I feel butter 
on my chin.) Of course we knew each other then, 
but we were my family in this stanza, 
Phil. I hope it’s clear by now I want this to change 
you, that there are reasons, looks, touches 
you apply to patience thinning the life in every gesture 
you make, and though each seems it’s being made then, before whomever, original, 
you bear them like departures; if they give 
you an innocent air—an opal if— 
you are a die—uncertain until the instant shows 
you natural tendencies not overmastered by 
      the advantages of contempt for doing without. 

The afternoon is over Gospel Hill watching the sun into Canada. 
My shadow abandons its stilts at the edge of a barn. 
It’s been converted since— 
I’m sure this time it will be easy. 
The latest leavings, the drones who needled from the wainscot in March, 
returned eager for the weather to begin. 
We follow then, 
exploiting loopholes, listening.





Viewing all 7276 articles
Browse latest View live


<script src="https://jsc.adskeeper.com/r/s/rssing.com.1596347.js" async> </script>