Luis María Sobrón
(Nogoyá, Argentina, 1931-Mar del Plata, Argentina, 2010).
Luis María Sobrón es un poeta y ensayista argentino. Integra diversas antologías nacionales y extranjeras. Nació en Nogoyá, provincia de Entre Ríos. Falleció en Mar del Plata, provincia de Buenos Aires el 24 de junio de 2010. Fue nombrado Socio Honorario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE); también fue destacado Miembro de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía.
Ha publicado Yo caminero, Colombo, Buenos Aires, 1975; Poemas de la vida y la palabra, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1990; reeditado por Colombo de Buenos Aires le mismo año, con el que obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores); Salmo de cenizas, Cerbum, Madrid, 1993; Máscaras sin rostro, Verbum, Madrid, 1996; La ciénaga de cristal, Vincinguerra, Buenos Aires, 1998; El alma en el espejo, Vincinguerra, Buenos Aires, 2000; Celebraciones (Antología), Melusina, Mar del Plata, 2001; El Otro (Summa Poetica), Vincinguerra, Buenos Aires, 2003.
Invitado a participar por titulares de cátedra de literatura y filosofía, nacionales e internacionales, ha presentado ponencias y clases magistrales en las que desarrolló sus conceptos acerca de "la poesía como salvación del hombre".
Obra publicada
Ha publicado los siguientes libros:
Yo caminero, Colombo, Buenos Aires, 1975.
Poemas de la vida y la palabra, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1990; Faja de Honor de la SADE.
Salmo de cenizas, Cerbum, Madrid, 1993;
Máscaras sin rostro, Verbum, Madrid, 1996;
La ciénaga de cristal, Vincinguerra, Buenos Aires, 1998;
El alma en el espejo, Vincinguerra, Buenos Aires, 2000;
Celebraciones (Antología), Melusina, Mar del Plata, 2001;
El Otro (Summa Poetica), Vincinguerra, Buenos Aires, 2003.
Premios y distinciones[editar]
Faja de Honor de la SADE, por Poemas de la vida y la palabra (1990).
Socio Honorario de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE).
Miembro de Honor de la Fundación Argentina Para la Poesía.
"Premio Alfonsina" a la Creación Poética (1997)
Los pájaros del tiempo
miden mi universo.
*
La dialéctica del viento
lleva en sus voces ocultas
idiomas de pájaros.
*
El mundo late
en el corazón de un pájaro
que escapa de tu sonrisa
late sin tiempos y sin voces
y descubro en los ojos de la noche
la pureza fugaz
de las cosas que te nombran.
El mundo late
en el corazón de un pájaro
que llena tus manos.
*
Muchacha voladora
que llevas itinerarios misteriosos
por cielos de ciudades medioevales
y vives la estación del recuerdo
como la barca de sueños marítimos
de las viejas cartas de viaje
edifica mi mundo
con la sonrisa de tu meridiano celeste
y encontrarás en el secreto de los pájaros
la edad del amor
que fecundiza con manos abiertas.
*
En ese tiempo
ámbito dorado del hombre
las cosas nos dieron su tiempo
tiempo de germinaciones celestes
y de besos prolongados al amor
nos dieron idiomas de pájaros
en un mundo de extraños contornos
y de heredades ocultas
nos dieron un mundo
de frases fantasmas
y de guerrilleros verbos
nos dieron su eternidad
que nos crece sabiamente.
POEMAS DE LA VIDA
POEMAS DE LA VIDA Y LA PALABRA
I
Hay espejos
en la torre
del pensamiento.
II
Levantaste mi torre
en madrigal secreto.
Los espejos del río
nos llevaron.
Mírame en el junco
de tu orilla.
Con tus manos abro
las puertas del océano.
III
Detrás de la montaña
en la bahía de cristal
un águila solitaria
arranca los ojos del espacio.
Un vientre inaugurado
madura en su sangre
el esperado fruto.
La luz de un prisma
deslumbra el ámbito.
Intuyen do el latido final
tus venas descreídas
liberan al pájaro azul
de mi torre iluminada.
SALMO DE CENIZAS
Necesito deshojar el viento
para que el leve silbido
en el pecho de la rosa
convierta en música frutal
al pensamiento.
*
Desnuda avidez de la gaviota
rompe el blanco mediodía
en parapetos de piedra áspera.
Cosmogonía del hombre.
Estratagema del zodíaco.
Asombro de la ostra
que baja sus párpados
a la agreste razón del sentimiento.
*
Identidad ritual de caballo alado
en arenas de crines blancas.
Ruptura acero de ojales opalinos
en lejano enjambre de muelles y de algas.
Besos furtivos del viento a palmeras murales
de albatros y de zarzas.
Silencio del corazón centauro
en el ojo imaginario.
MÁSCARAS SIN ROSTRO
Deseo escalando pirámides desiertas.
Osa Mayor de la galaxia.
Alegoría del gesto.
Escamoteo sin fin
de los últimos vestigios.
La Palabra.
*
Llanura de pasos giratorios
en la celeste aguja del espacio.
Beso del rayo que muere
en el lago sin memoria.
Itinerante hiedra.
Girasoles de cielo.
Relojes.
*
El mar.
Siempre el mar.
Por la sonda que registra
la sístole y la diástole
de su pecho enardecido.
Cómo águila que disputa
su propiedad al universo.
Irisado por manos de sol
en su torso de invisibles clepsidras,
de antiguos rugidos,
de milagrosas alquimias.
Ante mis ojos lo tengo.
No puedo seducirlo.
Cautivo de horizonte
abre su vientre de ballena.
Solamente Dios es su competencia.
La ciénaga
de cristal
Abrazar al pensamiento en cautiverio.
Custodiarlo.
Inocular el elixir de dioses
extrayendo veneno
del atalaya de su máscara.
Rescatar la lealtad doblegada
con la estocada del otro.
Descubrir la libertad
en la confesión cómplice.
*
Órficos espejos
dicen adiós
a tu cuerpo.
Desocultan
códigos salvajes
del dolor sin gesto.
Confidencia
del paraíso a su fruto
donde conviven
el laurel y la crisálida
con la ballesta
del arquero.
*
El eje del sol
enceguece islas sagradas
heridas por sierpes de mareas.
Llegan pájaros blancos
y mariposas de huellas invisibles.
En oratorio de océanos,
la luna urbana vaticina el celaje
de la ciudad cautiva.
Amante audaz el desvelo,
penetra la piel de la morada
en intimidad concupiscente.
El alma
en el espejo
Todos los días moría
en cristales y cenizas del alba,
descubrió la tregua
del humilde barro.
Enmudecieron sus huesos
miradas aviesas;
predestinó la ceremonia
en candelabros de astros.
Sus manos silenciaron
sagrarios de alfarero,
ausentes de exorcismos,
sin vientos de pájaros.
*
El ojo
bucea impredecibles zonas,
debate lo efímero del yo
en el espasmo.
Penetra el cenit del pensamiento,
introduce su aguja de relámpago
abriendo el pecho
a nómades quimeras.
Habita la morada
bermellón del mediodía,
conspira con la mácula del gesto
cerradura sin ventanas.
El ojo, imaginario abismo
del pathos con la vida,
emprende el desafío
ante la fragilidad de la certeza.
*
El ojo
descubre caminos del Olimpo
hasta el abismal bestiario.
Abre puertas de montañas milenarias
a musgos de sueños al acecho.
Paraliza la provocación de genes
en el mundo o el abismo,
aquelarre sin temor
que redimirá el olvido.
Sin códigos expresos,
sin códigos furtivos,
el ojo embriagará a Lucifer
con diademas de laurel y muérdago
hasta diabolizar su ironía.
O D A S
I
Si la voz del Universo
convierte el curso de mi río
en extraño sortilegio,
ceremonias del jardín adánico
recibirán la ofrenda que merecen.
Estremecen vitrales del zodíaco
agujas de silencio,
abren puertas descarnadas
al pubis del infierno.
La palabra
se ha postrado en el lecho del océano,
ausencia desgajada
donde todo fluye, donde nada cambia.
Látigo visceral, el sentimiento,
en la mordida red de la aurora,
agonía del ocaso,
sangre que no muere.
II
Hemos besado el pensamiento
para salvar
la mariposa multicolor de la memoria
y borrar del mediodía
la traición a la fértil sementera.
La oración del Universo,
balbuceado pedernal de la existencia,
estalla en espirales de cenizas;
de santuarios de océanos
emergen sierpes de mareas,
que transcriben iniciales de tu nombre.
El deseo, cúspide de ángeles,
enumera itinerarios misteriosos
de la enredadera insomne;
brújula del páramo habitado,
eco confidente del bruñido espejo.
Sólo el temor,
al despojar sus vestiduras,
enmudece a la incógnita sin luz
y al secreto de goces
en la sangre púrpura del cielo;
sangre donde el cincelado rostro
exacerba el paraíso del pecado.
III
Réquiem del tiempo.
Exhaustas cabelleras en delirio de ojos
conjuran la irredenta sangre;
biselados vitrales del espacio
espejan balaustradas
de corceles al acecho;
candelabros de la carne cómplice
irradian sus luces
en fugaces caminos del misterio.
Maltrechos umbrales de sombrías diagonales
reciben acordes de antiguos clavicordios,
que hechizan de alcohol
a exhaustos labios
abiertos al incienso de la noche.
ESTADO DE VIGILIA
Ancho dolor el amor;
desmedido cauce
conjurado por el sol y las sombras.
Da tregua al huésped,
arribado por ríos
de arboledas en fuga.
Heroicas travesías
de excitados labios
crearon en el sinfín del horizonte,
el astillado cristal
en el que extrañamente nos vemos.
Habíamos usurpado el pensamiento
de remotos papiros
que llegados de otros puertos
sellaron la razón
que todavía nos asiste.
*
Rostros carcomidos
por pecados de inocencia;
sus máscaras espejan otros cuerpos
en confesables bóvedas.
Despiertan los hombres
de la aciagada víspera.
Juzgan al alma,
el dédalo dormido
donde comienza el sacrificio.
*
La memoria,
horizonte circular
del pensamiento,
recordó la certeza de lo incierto
al final de la cena con el huésped.
Al narciso que nacía,
ofreció la manzana
en aguas del lago hechizado;
inundó su paladar
provocando dolor
después olvido.
El Otro
El otro, el que se adueña de tu exilio
y pisa los umbrales de tu hierba,
y penetra la morada de tu insomnio
preguntando si los trigos dorados de tus sábanas
aún te pertenecen;
el otro, el que atraviesa las huellas del osario
interrogando, si en tierra derramada
crecen rosas de sangre como savia;
el otro, que en el amianto de la encendida aurora,
despierta a la lanza para herir al sol del mediodía;
el otro, que nacido en lejanas primaveras de ocio,
resistió los ojos huecos del invierno acero;
el otro, que en el espeso celaje de la noche,
tropezó con manantiales, para beber el agua del olvido;
el otro, que en espumas de mares sin riberas,
se arrodilló frente a los dioses
perturbado por la traición de sus amigos;
el otro, que ajeno al grito de la lúbrica manzana,
desoyó la voz de los mandatos
convirtiéndose en esclavo de su origen;
el otro, que en plenilunios de huesos en la arena,
invocó al soliloquio final de su destierro;
el otro, que en horas de sacralizados holocaustos,
desafió a fraguas de meridianos sin tiempo;
el otro, que en demenciales jaurías en éxodo,
alcanzó el horizonte de cielos abiertos,
en la senda de ripio de fugadas estrellas;
el otro, que al enfrentar el valor a quiméricos imperios,
perpetuó su yo, en el lago del narciso excluyente;
el otro, que al inmolarse en sabias vertientes de fuego,
recibió el amor fugado, de briosos corceles al acecho;
el otro, que en la piel de mármol del santuario penitente,
inscribió la agónica letra de sus pensamientos;
el otro, que en cementerios derruidos y altares de adviento,
ofrendó ánforas sedientas, a desposeídos besos;
el otro, que al seducir arcángeles de astrales infiernos,
descifró, en magnolias y cactus, la onírica carne del deseo;
el otro, confidente de añejas cicatrices,
confesó la soberbia del pecado
en fuentes de nenúfares y calcinados sueños;
el otro, que en fresnos y abedules sin llanto,
convirtió el suplicio de la efigie, en odas de despojado tiempo;
el otro, que en umbrosos bosques de colinas salvajes,
ofrendó su libertad, para redimir a la criatura humillada;
el otro, que en constelaciones al final de la vía láctea,
vislumbró diosas rebeldes con vestiduras en llamas;
el otro, paciente roedor de medievales papiros,
alquimista de venerables palabras,
brindó la intimidad del poema, a solitarias sombras de plata;
el otro, que al extender sus venas y arterias
como red de tejidos fluviales,
desterró de su frente, hojarascas y espinas del alma;
el otro, que en peldaños de nubes abstractas
descendió en vértigo azul,
a nacaradas pérgolas de ruiseñores sin canto;
el otro, que con punzantes cuchillos de oro
perpetuó la inicial de su estirpe
en inadvertidos delirios de fiordos;
el otro, que excluido de las cartas marinas,
al final de temidos naufragios,
soñó gaviotas y albatros, en zócalos rojos del mar irisado;
el otro, que en plena vigilia de cirios e incienso,
subyugó a la brújula, en el desgarro de su pluma blanca;
el otro, que al juzgar la belleza de paupérrimos santos,
redimió la elegía rasante del águila,
en alabastrinos templos de Leviatán y ángeles;
el otro, furtivo cómplice, en escaparates de calles nocturnas,
revivió el memorial de la sangre, como implacable testigo;
el otro, que en rumorosas vísperas de honor y de honra
fue espada con voz, en viaje hacia arcanas conquistas;
el otro, que en indescifrables ojeras del muriente atajo,
acechó a bufones de reinos, del inefable oráculo;
el otro, que en la enhiesta torre de verosímiles cábalas,
consagró a la tiza, como confidente íntimo del amor extenuado;
el otro, que en lejanos jardines de laberintos y acantos,
descubrió, en saltos de hienas y tigres,
corazones abiertos de tambores sin manos;
el otro, que al arrojar su túnica de oro al milenario Tíber,
dejó su alma al desnudo ante el circo romano;
el otro, verdugo cruel de sexos en lupanares secretos,
redimió a Eros, en espejos de sol del censurado asfalto;
el otro, sándalo vivo en sahumerios de seducción y magia,
elevó su valiente rostro, al sagrado y envilecido bestiario;
el otro, náufrago insomne en estaciones de encantamientos y
holganza,
desafió la muerte, con la clepsidra de la nave ignorada;
el otro, que al resistir desafíos del servil aplauso
combatió implacables sofismas con verdades y salmos;
el otro, que en odas cantadas a dioses y a excelsas vestales,
cerró el soberbio Olimpo, a la alquimia falaz del despojo;
el otro, que al bañar sus pies en aguas de líquenes y algas,
turbó los bordes del Jordán imaginario;
el otro, que en la celebración bautismal de la enigmática imagen,
vivió esclavas razones, en vitrales de otras miradas;
el otro, que en navíos sin rumbo del mar excitado,
advirtió la redondez de la tierra, en su corazón cuadriculado;
el otro, que en barrocas vidrieras de tulipanes y orquídeas
contempló a su mujer en escorzo, con el sexo del astro;
el otro, que al sorprender los caminos del sonrojado sudario,
arrojó su máscara, al azulado cauce del pecado;
el otro, heredero otoñal de rancios linajes,
vivió su destierro, junto a pastores de lobos solitarios;
el otro, que en diáfanos sueños de la memoria en exilio,
desoyó la llamada del pífano, que celebraba la aurora;
el otro, vértice estricto en lenta y prolongada agonía,
agotó en su verbo, la rosa de la cruz desguarnecida;
el otro, que en azarosos oasis del agobiante desierto,
destruyó con sus manos la esfinge del destino alado;
el otro, que al descubrir las claves de la extraña y secreta arena,
habló con su dios de la infinitud de las estrellas;
el otro, que al perdurar en su yo, la plenitud de sus vísceras,
alertó con proféticas palabras,
símbolos errantes, en vestíbulos de niebla;
el otro, prisionero de altivas moradas de cristal y ónix,
pensó inacabados misterios,
en desolados puertos de crepusculares lámparas;
el otro, en lozanas terrazas de estío
y en itinerarios de esperanza sin pausa,
celebró con su canto
la plenitud de su ser,
en oratorios del alma.
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