HORACIO AIGE
Nació en Rosario, Argentina. Publicó varios libros y plaquetas de poesía. Entre ellos el libro POEMAS (1994). Colaboró en varias revistas literarias, entre otras, la mexicana POESÍA y POÉTICA dirigida por HUGO GOLA y la porteña HABLAR DE POESÍA dirigida por RICARDO HERRERA. Entre 1995 y 1997 funda y codirige junto a los poetas HÉCTOR PICCOLI, CONCEPCIÓN BERTONE y ARMANDO VITES la revista literaria CUADERNAS. En 2015 junto a ARMANDO VITES crea y dirige la revista literaria MIRTO.
ELEGÍA
( a JUAN MANUEL INCHAUSPE )
Trataste de poner lo negro en su sitio,
de ordenar lo desordenado.
Trataste de ver qué cosas te eran más íntimas
y cuáles más lejanas,
qué desesperados corrimientos había,
de donde venía ese desvarío
ese grito desfilando enloquecidamente en la noche helada:
tenebrosos sueños que no te abandonaban.
Así, de pronto,
viviste el horror
de ver que aquel que estaba en el espejo
era otro.
Pero,
cómo pudiste, heroicamente,
cada cosa tratar de poner en su sitio?
Es cierto que se pueden alzar del mundo
los pedazos de un día roto
sin blasfemar.
Es cierto que se pueden quitar las innumerables trampas
de los rincones más oscuros,
batir el desplazamiento de las desavenencias
y cada guarida de cada absurdo
que se fueron devorando una a una nuestras ilusiones
para dejarnos tan vacíos de cara al silencio.
También es cierto que se puede salir con vida
del terror,
y se puede, después, volver.
Y que también, se pueden ir uniendo los pedazos de aquel día
rehaciéndolo de a poco
y llegar a sentir que su forma y su esencia
es sensible a lo cóncavo de tus manos, dolor.
Sí, todo eso es cierto,
pero cuando lo negro rabiosamente aúlla en lo profundo a veces
y va y viene en uno a oleadas fulminantes
y uno decide no irse,
quién entonces desenreda el tremendo caos
con manos impertérritas
sin encontrarse a la vez muy solo y enredado,
como ahora, que estás para siempre tan lejos de casa,
muy despacio, caminando sobre escombros?
CICLO
Qué cielos, qué rostros, qué tiempos, qué palabras,
qué sabidurías surcando lo natal
y diatribas por juicio y el canto cantando
entre la noche
de la imagen que retorna
o del inicio hacia el final,
plenario, insustancial.
Mundeo en la desgracia que disuelve
ampliado por un viento de insurrección.
Mundeo, clima de terror,
que a los amantes se opone
para vencer al amor.
Pero..., ¿Quién eres tú, menos alto y más alto,
cedido o impostado, más amado que el sueño
y más cierto que el gesto?
Amagues y cifras entre árboles
y desmesurados, arriba del signo, los pasos,
donde todas las señales intrincadas se cruzan.
Barco anclado por el mal, y lánguido paisaje
al ojo inmóvil,
yo también asumí el terror y el olvido que recuerdo
forzando todas las líneas, quebrando la tensión
entre una primavera y otro verano.
Esto, desconociendo, pude haber hecho
si no me hubiera desconocido demasiado,
yo, que por sobre el naufragio, pulsando junturas uní las aguas
ignorando que me ignoraba.
Esta posibilidad, este no saber, esta muerte,
sintiendo para sentir, en un día más acá de mí
podría hacer ahora, si no fuera porque me conozco demasiado.
O bien, irme de mí, perderme para vivir,
abandonar mi sueño por este sueño,
mi poema por aquel otro no dicho,
el silencio, boca entrelineada, la aliteración,
los antiguos ritmos en la apertura final de todo el ciclo.
Qué cielos, qué rostros, qué palabras
tan verticales hacia mí.
Y al fin, en la proyección de mi canto,
el blanco dispersando lo que escribo
adhiriendo niebla al silencio.
ENCUENTRO CON WITOLD GOMBROWICZ
Preocupado por el más allá, muy solo y masticando rabia
y hablando imaginariamente con la muerte, ese día
anduve incansablemente por las veredas de Plaza Retiro, hasta que de pronto
me paré muy cerca de la inmensa Torre de los Ingleses
para observar, a lo lejos, el atardecer de autos en movimiento y recortados edificios.
Dadas las cosas así, de golpe me di cuenta que Witold Gombrowicz
- aún medianamente joven pero velozmente envejeciendo - estaba
también parado ahí, mirándome, muy cerca de mí
y sintiendo el mismo nudo en la garganta que yo
tras el sol final de esa tarde, sin nadie más, tan sólo nosotros mismos
cansados vagabundos semiderrotados.
- Mire el reflujo de la ciudad – me dijo él, manteniendo su mirada
quién sabe a qué parte de su interior aunque apuntando
hacia la estación de trenes que teníamos enfrente.
Había en sus cansadas palabras como un corte en el tiempo,
una vuelta hacia ningún lado, acaso intransitable puente donde
desunido, el presente, alzándose en su autonomía, ya no era
parte de la transitoriedad.
Yo entonces, azorado, tan sólo atiné a observar ese reflujo mágico por él señalado
y era todo como un sueño, nostalgias de infancia, alucinaciones o corrimientos
girantes en mi mente, que podrían pero no pudieron ser
dominados en mi tambaleante memoria.
Única débil flexible estructura del tiempo – pensé yo –
en busca a esa altura
de cualquier medio de transporte que nos llevara a ambos
de vuelta al sitio que a cada uno – por obvias pertenencias a tiempos distintos
nos correspondiera.
O que nos llevara a ambos de vuelta a un clima del corazón
donde cada uno pudiera correctamente situarse sin llorar la despedida eterna.
NERVAL
Naves de sombra deslizando círculos de agonía,
naves de sombra en tus dormidos ojos
quebrando el íntimo laurel
en la indescifrable línea del relámpago
que Isis soñara envuelta en roja tormenta
en los derrumbes de tu nada.
Y para tus concéntricos pasos rumbo al ánfora invisible
donde claman los astros la inminencia del oro
rueda aquel entrechocar de olas en lejanía sin viento
porque lo divino se alza hasta tu frente aterida
y entonces, tú te ahorcas, para volver al origen de la vida.
Oh, golfo triste que vacilas y vacilando retomas
el viejo camino de arena antigua
mientras pende tu soga azul del sistro asesino
como misterioso hierofante en llamaradas riendo
para oficiar el réquiem en la magia de tu cintura.
Oh, pálido en neblina donde muere el tiempo
en delirio de amapola y piramidales ocasos
de heliotropos sanguinarios que en orgía acaba.
Orilla de viento y oscilación de la locura
en el junco diverso del naufragio
y tus ojos dibujando
la mágica geometría de una belleza
aún más pura que tu rostro ante la luz.
Y ya cursa Andrómeda el duro tiempo de la belleza,
de la belleza vacía,
y la luz de un instante raya la columna de aire
en la orilla transparente del río sin blancura.
Mientras, otra voz, en la tarde te habla, y tú no comprendes
y oscilando, tus pasos vuelves,
hacia los oscuros ojos de la noche oscura
como soñando a Aurelia
amarilla flor de prohibidos encantos.
Y ya te ves huyendo, en aquel fantasma trágico
que en su propia mano su triste cabeza sostiene
cada vez que de la tumba egipcia recuerdas
la misteriosa momia
y su alma milenaria en el ave atroz.
Oh, golfo triste que vacilas y vacilando retomas
el viejo camino de arena antigua.
Oh, pálido en neblina donde muere el tiempo
en delirio de amapola y piramidales ocasos.
Oh, soñador de vientos, que cantando pasas
para que repose el vertiginoso instante
en la oscura infinitud.
VOY A HABLAR
Voy a hablar
Mezcladamente
De la Argentina.
De mi familia,
De política,
De literatura,
Y demás yerbas.
Por ejemplo
Voy a hablar
Del argentinito,
argentinito.
Del argentinoide,
argentinoide.
De lo argentinamente.
Del argentinazo.
De argentinizar.
De desargentinizar.
De lo ultra-argentinamente.
Y porque no
De los aiges.
Y a ellos les digo
Lo primero que se me ocurre.
Que es lo siguiente :
Por favor, aiges del mundo uníos.
Que esa es la ley primera.
Y ante todo antes de seguir
aclaro para no confundir
que está aige y están los aiges.
Está aige que esto escribe y están los demás aiges que nada escriben
salvo mi primo Tito habitante y líder de los escritores de la pujante ciudad de Casilda
Ambos sacrificados vagos, (perdón) artistas
A puro pecho y con muchísimos huevos
Para salvar el honor de la familia.
En medio de una época bastante triste.
Ridículamente fallida esta época
Que no cree en nada profundamente vertical
Salvo en ningunear y ningunear.
Del ambiente literario y demás ambientes mejor ni hablar.
Por eso digo con jubilo de orgullo nacional
Vos que sos ultra-puro-argentino
Es decir
Pura marca nacional
Es decir
Que amas el fútbol y el mate no lavado.
Y entre algún que otro gol
Y mate y mate
Repetís y repetís
Alguna que otra frase del General.
“Por ese gran argentino...ponpóm, ponpóm”.
Pero digamos la pura verdad,
para un argentino no hay nada mejor
que ver rodar una pelota
con un buen mate no lavado
entre mano y mano.
Y aclaro que no estoy hablando acá
De aquel ridículo poema
De don Ezequiel Martínez Estrada.
Ni siquiera de Borges
Por haberle puesto tantas estrellas
A los poemas de don Ezequiel
Que terminó estrellándolo contra el fango.
No, sólo hablo del orgullo estrictamente nacional.
Sólo hablo claro está de los argentinos, argentinitos,
argentinoides, argentinazos.
Y por supuesto de los aiges, aigesitos,
aigenoides, aigenazos.
Perdón, pido perdón a todos.
Un saludo y un abrazo.
Que más da.
Un saludo y un abrazo.
CABALLOS AL VIENTO
Puro, como a lo lejos la curva que al mar encierra,
me quedé imaginando una llanura con caballos.
Los hocicos ávidos de pasto, las crines libres al viento,
las colas jugando ante el paisaje verde de los pinos.
Mientras, como vírgenes a punto de ser prostituidas,
sobre los tejados de una capilla triste,
centelleos blancos del sol aparecieron,
manteniendo los caballos, las nubes, las hojas,
firmemente arraigados, aunque todos ellos fluían
hacia el este como las olas en el mar,
cuando de pronto, sobre mi cuerpo giró un sueño,
variando en mí cada pasaje visionario.
Entonces, empecé a ver
un caos de formas bajo una amargura cálida:
exóticos como animales mitológicos
caballos delirantes en el verde girante
llorando en los márgenes
nostalgias de tiempos mejores.
A poco, el sueño me excitó, me lanzó, me sacó de mí,
lejos de mi propio centro. Y en su sucesión, yo mismo
y los caballos y las nubes y las hojas y todos los planetas
girando avanzamos desesperados.
Luego, como si aquellas lágrimas no pudieran quitarla,
nuevamente fue la nada, sólo angustia.
Tan unida a mí, como una parte más de mi cuerpo,
circulando pura en mi sangre
ante lo que era y lo que sería.
Instante grave, crucial, a partir del cual
queriendo cambiar, ser otra cosa,
desesperadamente me esforcé.
Pero todo fue inútil, cada vez tan sólo
el perfecto sucesivo orden de la misma nada.
Así las cosas, lo que entonces deseé
es lo que había sido
antes que los años, antes que la lucidez,
antes que el bien y el mal
trágico me colocaran ante aquel incidente:
tan sólo caballos de pinos al viento
despacio girando
fuera del tiempo, más allá de la mente.
EN MEMORIA DE PAUL CELAN
En horizonte piedran las parvas los más grandes gestos
donde peregrinan iquilinos miércoles ante el santuario
donde ligamen de vírgenes desollan lo real.
Arrebolado sudario en el fango de tus ojos
navega en mar de olvido y tiembla y sucede.
Oh, lágrima sin término, en raptos diseminada
si el manantial de tu vida la rueda gira
y voltea seducida locura de amor temblando.
Restos de niebla pasan sobre altivos refugios
arrodillados muriendo más allá de tus enfados.
A mis alas agonía si tus delirios vacilan
y vacilando, a torbellino sin centro, caen atroz
en la grave elipsis de lo que era irreal.
Suena la onda tenue en el agua impura
donde avanza vertical la vertical Andrómeda.
Hora de mies, precedente del duramen, adviento
en la paz de tus alturas. Cae el viento y sella
la cantinela servil y se quiebra el acantilado
donde mora mi sueño y tu sueño. Abolido blanco
imprimiendo un recuerdo sustraído al vacío.
Fui y fuiste signo de sangre opuesta, invertida,
en ascenso rezumbando imagen pura.
Gris, gris albura donde el tiempo intima.
Cruce magnífico, espacio quebrado y celiyermo.
Sagrado término de lo que no pudimos ver
a un palmo de nuestras manos.
Fin de violetas cabellos rodeando el cuerpo,
Constelado cuerpo de irreparable ausencia gualda,
Arreciando glauco sobre el golfo de tus sombras.
NADIE
Nadie.
Ni línea ni extensión ni tiempo
ni derrotero azul
ni abismo en movimiento.
Solamente una luz
o nuestros ojos como vientos de íntimas mareas
si la voz
no es más que un sueño
y si el amor
en su propio rostro inscribe
un alto paroxismo de amapolas
en la perfecta rivera inmóvil
clausurada entre dos instantes.
Yo sé estatuas.
Yo sé otoños.
Duro solsticio de aves
por ritos en declive
hímnicamente danzando.
O altos insondables espejos
naufragando a distancia.
O fuegos fatuos de mandrágoras
entre el siempre y el jamás.
Yo sé columnas.
Yo sé días.
Eclipsadas mariposas
en el punto más extremo del límite
desligando ese punto , de otro , inefable,
como término de pavor
en el blanco centro del suicidio
inquiriendo lo inescrutable.
Nadie.
Ni torres ni lagos
ni tatuaje de las tardes
en las extrañas sinuosidades del aire.
Sólo águilas de alta mar
sobre la absuelta intimación de los mástiles
o absurdas y resentidas epístolas
rayadas por escuadras rojas y meteoros infernales.
Nadie.
Tan sólo lo inútil
como si de aquel árbol
su duramen se desanillara
hasta la imperiosa potencialidad
de su propia ausencia.
Nadie.
Tan sólo lo inútil
como un vasto alarido de silencio.
ALEJANDRA, YA ES TARDE
Alejandra, ya es tarde
Y de seguro has de estar cansada
De tantas dedicatorias
Y breves menciones en los diccionarios:
Alejandra Pizarnik, poeta...
Sí, ya es tarde
Y en Buenos Aires llueve
Y si estuvieras aquí
A pesar de que como bien sabes
Ahora tu nombre último es la nada
Una vez más abiertos tus ojos
Sobre el blanco papel tendrías.
Es que a la vez, como siempre,
Cada lugar
Mirarías y no mirarías.
Insomnio, noches.
¿Acaso para reconocerte en la tentación de cierto angel?
¿Su nacimiento, su desarrollo, su caída?
¿Pero quién pudo alguna vez decirlo todo?
Insomnio, noches.
Y ya imagino el umbral donde te inclinarías,
Hacia adentro, deshabitada.
Y sería nuevamente
En el delirio del lenguaje
El honor del paraíso la palabra.
Y de pronto
La poesía un laberinto
Para vos que otra vez estarías sóla pero otra.
Aunque siempre de tu lado el caos, por supuesto.
Por eso te digo:
En el límite de esta noche es tu ausencia la que llueve.
Ahora, que ya es tarde y Buenos Aires no descansa.
ENCUENTRO CON PABLO NERUDA
Vienes a mí, con ojo vidente, misterioso y de espalda,
y con la frente plena de circunstancias oceánicas
como el que de pronto y sin saber cómo
se ha hallado ante la costa ya sin mar
y ha dejado, tendida, la desconsolada red sobre la playa.
Y yo, que he temido siempre los orígenes
y que por eso quisiera vivir donde viven
las algas y los peces,
acecho tu palabra, tu ola existencial,
atravesada por gritos que ordenan solsticios
y que a veces alzan una y otra sonrisa
sepultando la desgracia a tres palmos del suicidio
no lejos de aquel abismo, hacia el que avanzas, obsesivo y circular,
moviendo implacable uno y otro relámpago.
Y yo, que he temido siempre los orígenes,
acecho tu palabra, de lengua, de cántaro,
de crecidas lluvias inéditas, ;
como una armonía perfecta
que de golpe se quiebra.
Y entonces, a todo aquello que es invisible le digo;
inaudito órgano de labios
bajo el imperio de los sexos
temblando entre dientes
hacia todo lo que aniquila.
Luego, yo contigo me hermano
resucitando condes de Lautréamont,
desenterrando amadas ya terribles,
regañando al sueño
entre horribles pesadillas.
Mientras, tú, siempre riendo, y sangrando pero riendo,
te pones nuevamente a sangrar
y no alcanzan tus heridas,
por lo que ríes otra vez, y sangras pero ríes.
Y al fin, de tanto reír y sangrar,
abrazado a mujeres y barcos
logras desasirte
atisbando el más acá de los acases.
Por eso, próximo a tu circunstancia,
a veces siento
cómo persiste lo absurdo en el límite de lo inútil
o en aquellas fatales dinastías de ríos
que dan a un inclinado abismo
de vértigo y de llanto
haciendo crecer los miedos
con sus horizontales líneas
que todo lo quiebran y arrebatan.
He ahí por qué, al alejarse de tu circunstancia,
millones de hombres
huyendo del amor, ante el espejo,
de entrepierna o de boca en sucesión
cuando la vida pasa a través del aire
temblando se van al cielo
como frustrados tristes santos.
Y, para los que a veces se unen a tu circunstancia,
he ahí porque
todo es darse a la música y a los orígenes
hasta enmudecer de golpe
como aquellos que han comprendido
su silencioso destino de anillo
hecho para abrazar todo lo que debe ser abrazado.
Mas tarde, ya casi entrada la noche,
nupcial de astros,
inicias el momento terrible en que te o callas, y callando
cruzas azul con tu honda suave
tras haber lanzado la piedra
bajo una lluvia inconsolable
al borde de aquella tierra fatal
donde se sustancia el punto
en que se quiebra todo equilibrio.
Así, por los caminos , hechizando avanzas
entre el alba
escribiendo mágicas letras de serpientes
con tu terciaria mano inacabable
y te despojas de istmos
y despojándote te abismas en lo desconocido
que de a poco se acerca y te contempla
haciéndote volver de perfil o de frente
para que en tu rostro deambulen
entre un sueño y otro sueño
como rescatados náufragos de altura
los idilios más espléndidos.