Adam Fitzgerald
Adam Fitzgerald (Nacido el 30 de diciembre de 1983) es un poeta americano. Es el autor de The Late Parade, y su poesía ha aparecido en las revistas Boston Review, Granta, Los Angeles Review of Books, Poesía, The Brooklyn Rail y en otros lugares. Fitzgerald es el editor fundador de la revista de poesía Maggy. Es profesor en la Universidad de Rutgers y la Universidad de Nueva York, y ha enseñado anteriormente en The New School. Además, Fitzgerald es director fundador de The Home School Ashbery.
Adam Fitzgerald recibió su licenciatura de la Universidad de Boston y su maestría de la Universidad de Boston antes de obtener su MFA de la Universidad de Columbia. Su primer libro de poesía, The Late Parade, fue publicado por WW Norton / Liveright en 2013; el libro ha recibido críticas positivas de John Ashbery y Harold Bloom, entre otras figuras notables en el mundo literario.
POEMAS DE THE LATE PARADE, DE ADAM FITZGERALD. VERSIONADOS POR TÓMAS COHEN
CATEDRAL
Para escribir sobre una cosa tienes que escribir primero sobre otra.
Para hablar de la muerte de Carlos V
tienes que hablar primero de la Dinastía Hò Chí Minh.
Para entender los ministerios rotundos de, pongámosle, la luz lunar,
tienes que estar primero ciego, y luego saber de esgrima.
En cuanto a mí, yo entiendo la inquietud. Cae
en la luz azul temprana y transida del alba.
Hablo — a menudo y sólo si me equivoco— sobre fútbol,
clubes de tenis, y de la forma general del mundo.
Sales a tomarte un café. Vuelves otra persona.
CINE RARO
Mi oda al fracaso parte como una niña despertándose en un sueño
y se da cuenta de la superficie de su sueño sobre nubes desarregladas,
suspensa en un vago placer de duda. Continúa entonces
como un tren que sale de sus rieles, con espuma invisible a raudales
y se da cuenta de la superficie de… Su sueño sobre nubes desarregladas
me acongojaba. Ella también fracasó, el almizcle acre de su pelo
como un tren que sale de sus rieles, con espuma invisible a raudales.
Nada de esto me importa. Extraño a la persona que adentro
me acongojaba (ella también fracasó). El almizcle acre de su pelo
es todo lo que importa en el lobby donde dormí, hurgando con expresión
[ ausente.
Nada de esto me importa. Extraño a la persona que adentro
No oye más que el calco de la pérdida, una addenda menor.
¿Es todo lo que importa en el lobby donde dormí, hurgando con expresión
[ ausente
tu sombra? ¿Como fruta rosa cortada? ¿Un rayo súbito de sol?
No oír más que el calco de la pérdida, una addenda menor.
U oye algo, si quieres, de casualidad, una grieta en un nombre.
Tu sombra como fruta rosa cortada, un rayo súbito de sol.
Pero eso fue antes, cuando pudimos compartir nuestro sexo a tientas,
oyendo algo que quisimos de casualidad, una grieta en un nombre,
en un cuarto de botas perdidas, donde era amable el papel tapiz ciruela.
Pero eso fue antes, cuando pudimos compartir nuestro sexo a tientas.
Mi oda al fracaso parte como una niña despertándose en un sueño
en un cuarto de botas perdidas, donde era amable el papel tapiz ciruela.
Suspensa en un vago placer de duda, continúa entonces.
BOULEVARD RASPAIL
Te diría que no sé.
Giorgio de Chirico
Hoy también es un impostor. La fruta cortada,
la carne enrollada y oliente, el huevo vertido,
la leche evaporada, el carbón fresco, sedas flojas
de rosa acordonado— los hemos visto antes.
Aparecen y después emergen con harta naturalidad.
Así, tomándole el gusto, uno es tomado por el gusto.
A la deriva por un espacio corrugado, preguntándose,
los nervios quedan expuestos, erosionados y crudos.
Cerraron los labios fragantes del minuto agrio.
Gotas de pastilla de menta gotean en las muñecas.
Un sollozar anónimo se filtra hasta el hueso.
A la deriva sobre morillos, ventanas dan sombra,
luz metal pende que como una pastilla extranjera.
La noche refresca, se abren piscinas, va y viene.
Mi vida ha conducido a esto. Buscando dormido,
llegando a un corredor, no en bancarrota, sólo solo.
LA DISCUSIÓN
La vida que no vivimos.
La hora tibia como bronce.
La atmósfera apilada. La baranda gélida.
La gotera del verano a gotas.
La arboleda de miel, la fachada de ladrillo,
las barrancas vacías de luz a través de
Ferry Street y las hojas de abedul
donde una nube tira un calcetín.
La bóveda celeste. Las grabaciones de relojes.
Las horas de madera. Las postales del fortín.
Las salvas de papel de desayuno
expuestas en algún lado.
Las herramientas inertes. Las niñas exánimes.
La muñequita. La orilla esa de una casa,
la otra cuatro pisos de alto.
La trama de pobres cardúmenes.
Las anillas de violetas quebradizas.
La tubería de lilas en cubitos.
Las veredas del océano.
La escala sola. Las catorce patas.
Las habitaciones de poco musgo. La peineta.
Las manzanas. Las cerezas. Las plumas.
La paja. La bosta. La porquería.
Las huertas difíciles de tus ojos.
Las frutas chicas. La corbata de goma.
La voz amarga. La ninguna parte en especial.
La serie cantarina. La reina crujiente.
Las distintas variedades de almizcle de noche.
La brisa para decirnos quienes somos.
La balandra de nuestro aire. La despedida.
La confianza. Las Aefepés. Las ansias.
La amante. La micro. La dormida.
La jornada. La hora. Las tierras altas de Escocia.
Las millas liberales de hierba pantanal.
Las hojas. La toma de licencia.
La cabida. La estrella.
La sucesión de la lluvia. La lluvia.
La cantinela. La canción entera.
La pradera del viento.
La pradera al viento.
La calleja. Y ayer,
la tendida para recuperar el aliento.
La discusión. La vestimenta.
La melodía.
La herrumbre. La rendida de homenaje a tribus rendidas.
Las grandes mentes de poca fuerza.
La tempestad. La prestidigitación. La personalidad.
La depresión intermedia cubierta de estrellas.
SAMUEL TAYLOR COLERIDGE
Recuerdo la fondue de tu permanente
como un vidrio rubio y crespo al sol.
Tenía algo nortino y asociativo,
Una cualidad bien remota por estos lados.
Nos abrimos a un agache, mientras sobre rejas
un prado papagayo te espera como si
lo hubierai’ visto antes en el patio de tu
juventud. Uno, si te importa, que nunca tuviste.
El descaro te deja ‘ahí no más’, con candado
donde hay arbustos vigilando relojes templados,
lino de mentira en que despiertas cuando no hay nadie
ahí todavía para despertar de verdad a tu lado—
inocuo y remoto en cerros que maúllan nubes.
Qué endemoniado estos días de otoño tardo.
Parte de lata, parte de los tremendos brazos del sueño,
pienso en la mano de las manos, en los blandos
cartuchos salpicados, la regalía café-relente
de una hora, su intemperie con sello postal.
La mente, cierto, tiene sus puntos irritables,
absorbentes de mucha luz pero poquito calor,
pétreos y tímidos. Sabe demasiado de
algún pesar de sillas. Se abren libros
con servidumbre etrusca nevada, deslizándose
dentro y fuera de nuestros daguerrotipos.
Mientras tanto, tu garganta es un florero
que nadie intuye; sin hedor ahora pero ocaso
y brújula, que uno avienta furtivamente,
coordina el cambio, cambiado en definitiva.
Poemas de The Late Parade, de Adam Fitzgerald. Traducción de ©Tomás Cohen.
George Washington
You were my gym buddy ferreting along spotty florescent ramps.
Misbegotten signals blinked out bumpkin lanes over sable grass.
We passed through many things. Peach sirens, entryway orderlies.
Mangled disposition-stations. Chief in disbelief was concrete love.
Firmer still, a melee awkwardness that showed all registrants just
how we managed to pickpocket night. Then came dark crowds.
Some doodled for the pad, debriefed what pumiced eyes meant
in multi-dotted foreign rows. Buildings like a spider’s clothes.
Later, we sped backward. A maw orchard, windless in the mind,
boomed electronic lifts. I spied you at the prow of some sensation.
I declined to call another name. Pelting noise flew off fairy citadels.
Clocks, first thought abducted, were switched. Dialogues dispelled.
My love heard a mug crash on the countertop of Long Island Sound.
Our people became as ones lost. Not many rebounded with pledge,
not many fetched familiars, stretched legs, reread white meetings.
O stream, ring your ears. Handsome tubers, go ahead and wig out.
Modern territories click like a mouse. Body becomes human body.
On a skinny avenue I hushed up pyramidal steps older than sorcery.
You know how I want to share a dust ball with misty partner.
Dance one fabled evening and hear the skylark do something.
Picnics bended over, they happen below. Swings parks rung.
I inject chlorine into my memory-parts with lady satisfaction.
Are you gay? A political campaign sanctioned a quart of moose.
So stars soon quarreled back to the travel section of the North.
I ignored that and opened my lips for a job to crunch and push
at me, seeing the flat spacey wherewithal of disconnected items.
I want a second act. What can I say but this was my second act.
Must wrangle a look-see. The sign revenging its timely laziness
in the ruffled strut of an accusing pillow. I hibernate in phrase
as perfect as the mood of the blue lotus flower. Public aspects.
The last shipment of vhs tapes left its factory on this day in 2008
or 2009. Meanwhile, delis around town don’t go like they used to.
Who cares if I can’t hose you down my you, my Newfoundland.
And George Washington, someone we can’t really know, rows
over famed waters, wondering what his face will be, not in
the future, not for the monthly book clubs. But as sovereign:
as beast with dunce cap. I will dress you down in fresh lettuce
and gobble your ear off with smutty keys principled as music.
The marching saints won’t bother in battalion to much know.
We make of him so much hackneyed affection, dress wounds
as if equivocal all need. Hunger passes through to the other side.
Entertaining pals you wouldn’t call but couldn’t not think to.
A disfigured face’s humiliated psychic debris sprawls on gussy rug.
It talks you into needing solace while cup passes from sleep to sleep.
The positional plot warps but is the same. The deluxe mattress drifts
on gravitational subtleties like the rest of us, practicing the gut’s banjo.
No, in fact, I don’t know how he ever crossed the channels or canals
from that stout city. I don’t really know if I ever really need to know.
One thing we share is worshipping the image of a person we never knew.
Source: Poetry (January 2014).
Poem with Accidental Memory
That we go back to life one day, the next,
Some other century where we were alive,
When music spelled itself out to us, often
Incomplete, and nothing was more vague
Than the banality of whom to love and lose
In line, the doppelgangers in rimless snow,
Or even now, in summer, at day, by night,
When something oblivious, replete, turns
Back at us in idolatrous quiet, so we see
Who in nullified particulars we really are
At a desk of our own making, filling in for
Someone else’s life sentence, blots drying
On a silk tie having no meaning but today’s,
When the loner puts his insomnia to rest.
Source: Poetry (January 2014).
Time After Time
After Cyndi Lauper
I’m in the barricade hearing the clock thickening you.
Autumn encircles a confusion that’s nothing new.
Flash back to warring eyes almost letting me drown.
Out of which, a picture of me walking in a foreign head.
I can’t hear what you said. Then you say: Cold room,
the second that life unwinds. A tinctured vase returns
to grass. Secrets doled out deep inside a drum beat out
of time. Whatever you said was ghostly slow like
a second hand unwinding by match light. Lying back
to the wheel, I shirked confusion. You already knew.
Suitcases surround me. You picture me too far ahead.
Yet I can’t hear what you’ve said. You say: Doldrums,
some secondhand wine. Love, you knew my precincts.
The stone house turned out black, the scenic tunics
were deep inside. Who said home? Oh, I fall behind.
That very secret height blinds. Lying like a diamond,
the cock-thickening of you: hunchbacked arms, eyes
left behind. You’ll picture me walking far, far ahead.
I hear what you’ve done. You said: Go slow. I feebly
bleed out. Matthew’s sermon turned out to be glass.
I wander in windows soft as Sour Patch. No rewind.
But something is out of touch and you, you’re Sinbad.
That second date totally mine. Lying in a vacuum,
the thickening plot thinks of you. The future’s not new.
touchdown. Lights. All those celebrity behinds.
A suitcase full of weeds. You picture me coming to.
You: too close to me to hear what you’ve already said.
Then you say: The second wind unwinds. Doves whistle,
halving their dovely backs, watching out windows to see
if I’m okay. See it, the dulcet moment? I’m like thicket
tinkering for you. Fusion nothing you knew. Flash back
to seagull-beguiled eyes. Sometimes talking to a barren
lad. Such music so unbearably droll. The hand is mine.
Random picture frames off the darkness. A Turing machine?
Scotch-taping through windows, stolen from deep inside
rum-beaded thyme. You say also: Behind sequins & hinds . . .
And I’m in the barricade hearing the clock thickening you.
Clematis enclosures, walking with news, pollinated by a
secondary grief, while something reminds you of our love.
Source: Poetry (January 2014).