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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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ERNESTINA DE CHAMPOURCÍN [9387]

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Ernestina de Champourcín
(Vitoria, 1905-1999)

En la poesía de Ernestina de Champourcín hay una primera etapa que abarca los cuatro libros publicados con anterioridad a la guerra civil. Desde En silencio (1926) hasta Cántico inútil (1936), la autora evoluciona de unos orígenes tardorrománticos y modernistas a una poesía pura muy cercana al magisterio de Juan Ramón Jiménez (a evocar ese magisterio dedicará, años después, su libro La ardilla y la rosa).
La segunda etapa está separada de la anterior por un largo periodo de silencio. En su exilio mexicano, Ernestina de Champourcín ha de dedicarse profesionalmente a la traducción, y esa labor absorbente dificulta la creación poética. Con Presencia a oscuras (1952) inicia la autora un nuevo tiempo en su poesía. Al amor humano como tema central de sus versos le sucede ahora el amor divino. La inquietud religiosa protagoniza los libros El nombre que me diste... (1960), Cárcel de los sentidos (1964), Haikais espirituales (1967), Cartas cerradas (1968) y Poemas del ser y del estar (1972). Cuando este último libro se publicó, ya la autora residía en España, adonde había regresado definitivamente en 1972. El reencuentro con los lugares de su juventud da origen a una nueva etapa en su poesía, caracterizada por la evocación de tiempos y lugares. Los libros finales, a partir de Huyeron todas las islas (1988), son una recapitulación y un epílogo, una vuelta de tuerca en esta poesía que se quiere a la vez intimista y trascendente.

Obra poética

En silencio..., Madrid, Espasa-Calpe, 1926.
Ahora, Madrid, Imprenta Brass, 1928.
La voz en el viento, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, 1931.
Cántico inútil, Madrid, Aguilar, 1936.
Presencia a oscuras, Madrid, Rialp, 1952.
El nombre que me diste..., México, Finisterre, 1960.
Cárcel de los sentidos, México, Finisterre, 1964.
Hai-kais espirituales, México, Finisterre, 1967.
Cartas cerradas, México, Finisterre, 1968.
Poemas del ser y del estar, Madrid, Alfaguara, 1972.
Primer exilio, Madrid, Rialp, 1978.
Poemillas navideños, México, 1983.
La pared transparente, Madrid, Los Libros de Fausto, 1984.
Huyeron todas las islas, Madrid, Caballo Griego para la Poesía, 1988.
Antología poética (prólogo de Luzmaría Jiménez Faro), Madrid, Torremozas, 1988.
Ernestina de Champourcín, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 1991.
Los encuentros frustrados, Málaga, El Manatí Dorado, 1991.
Poesía a través del tiempo, Barcelona, Anthropos, 1991.
Del vacío y sus dones, Madrid, Torremozas, 1993.
Presencia del pasado (1994-1995), Málaga, Poesía circulante, núm. 7, 1996.
Cántico inútil, Cartas cerradas, Primer exilio, Huyeron todas las islas, Málaga, Centro Cultural de la Generación del 27, 1997.

Bibliografía

Acillona, Mercedes, «Poesía mística y oracional en Ernestina de Champourcín», en Letras de Deusto núm. 48, Bilbao, septiembre-diciembre de 1990, págs. 103-118.
Arizmendi, Milagros, «Introducción» a su edición de Cántico inútil..., Málaga, Centro cultural de la Generación del 27, 1997.
Ascunce, José Ángel, «Prólogo», en Poesía a través del tiempo (1991), págs. IX-LXXXV.
——, «La poesía de Ernestina de Champourcín: entre lo lúdico y lo sagrado», y «Ernestina de Champourcín a través de sus palabras» [entrevista], en Ínsula, núm. 557, Madrid, mayo de 1993, págs. 19-21 y 22-24.
——, «Presencia y función de la greguería en la poesía de Ernestina de Champourcín», en Sancho el Sabio, núm. 6, 1996, págs. 237-256.
Barbero Reviejo, Trinidad, «Tiempo y memoria en la última poesía de Ernestina de Champourcín», en Romera Castillo, J. y F. Gutiérrez Carbajo (eds.), Poesía histórica y (auto)biográfica (1975-1990), Madrid, Visor Libros, 2000, págs. 155-165. 
Ciplijauskaité, Biruté, «El yo invisible: Ernestina de Champourcín y las poéticas de la vanguardia», en Bazar. Revista de Literatura, Málaga, 1994, págs. 8-13.
Debicki, Andrew P., «Una dimensión olvidada en la poesía española de los '20 y '30: la lírica visionaria de Ernestina de Champourcín», en Ojáncano, núm. 1, 1988, págs. 4-60.
Espejo-Saavedra, Rafael, «Sentimiento amoroso y creación poética en Ernestina de Champourcín», en Revista/Review Interamericana, XII, Puerto Rico, abril de 1982, págs. 133-139.
Jiménez Faro, Luzmaría, «Ernestina de Champourcín: un personaje hacia la luz», prólogo a Antología poética (1988), págs. 9-17.
Zardoya, Concha, «La trayectoria poética de Ernestina de Champourcín», en Arriba Cultural, 2 de noviembre de 1978, págs. 20-21.




  


[La lluvia...]

 La lluvia, desnudando apasionada y lenta
las enjoyadas sienes del árbol pensativo,
cala el suelo alfombrado y sus agujas leves
ahondan en la tierra los cristales del frío.

El alma es una sombra: la soledad de un velo
que esboza la irisada faceta de mis dudas.
¿El horizonte gris es acaso la escena
donde surge a diario la belleza desnuda?

Aguaje de luceros, diamantes de rocío.
Brilla el arco sin forma de una vaga esperanza.
El pastor de la espuma conduce su rebaño
hacia el perfil de concha que dibuja la playa.









 [Hoja blanca de hoy...]

 Hoja blanca de hoy, de siempre, de mañana.
Frutal de cada día, semilla fecundada
por un rayo de luz o una gota de agua.
La vida fluye abajo, arrastrándose vana.
Encima de mi frente, los divinos fantasmas
del sueño verdadero, los éxtasis del alma...
cicatrices de oro, que mi pluma va abriendo
sobre la hoja blanca.

[Ahora]







 Creación

Dibujé una rosa nueva
en el papel de tu alma.
¡Cómo temblaste al sentir
el roce de mis papeles
sobre la hoja arrugada!

Muy despacio, fríamente,
incrustando en carne viva
el punzón de una mirada,
aboceté la estructura
de mis sueños en la página
que intentabas arrancar.

¡Rosa pura, forma anclada,
en la ribera flexible,
sin contornos, de tu alma!









 Sonetos


I

 Tu presencia me ciñe duramente
y el grito de mi vida encarcelada
sucumbe ya, rendido a la celada
que tus labios abrieron en mi frente.

Detén mi paso incierto. Mansamente
callará en ti mi voz desorientada.
Para ser tuya volveré a la nada.
¡Mi pulso en carne viva te presiente!

Que el silencio me anude a tu sendero.
Más que el llano sin límites, prefiero
el cauce luminoso de tu huella.

Cerraré con tu sombra la salida;
pero en mi mano, por tu boca ungida,
podrás beber aún la última estrella.


II

(Insomnio)


Surge mi mano de la trama oscura
que afelpa, silenciosa, los desvelos.
Fuga hacia ti. Navegan nuestros cielos
con rumbo a su recíproca ternura.

Caminos de tu acento. Senda pura
que aquieta suavemente mis anhelos.

Despojando la sombra de sus velos
llego al refugio que en tu voz perdura.

¡Cómo se adhieren a mi palma abierta
los ecos de ti mismo! Ya despierta,
ingrávida y ferviente, la caricia

de mi mano, que roza tu palabra,
mientras la noche con ausencias labra
el prodigio de un sueño que se inicia.



III

Búscame en ti. La flecha de mi vida
ha clavado sus rumbos en tu pecho
y esquivo entre tus brazos el acecho
de las cien rutas que mi paso olvida.

Despójame del ansia desmedida
que abrasaba mi espíritu en barbecho.
El roce de tus manos ha deshecho
la audacia de mi frente envanecida.

Navegaré en tus pulsos. Dicha inerte
del silencio total. Ávida muerte
donde renacen, tuyos, mis sentidos.

Ahoga entre tus labios mi tristeza,
y esta inquietud punzante que ya empieza
a taladrar mi sien con sus latidos.

[La voz en el viento]







Vida-Amor

 Cuando todas las piedras del mundo se hagan polvo,
cuando todos los gritos naveguen al silencio
y en las rutas dormidas camine, solo, Dios;

cuando las manos sean nostalgias de la rosa,
cuando el cielo ya huérfano de sienes en delirio
desangre en cada estrella su noche torturada,
yo acercaré a tus labios mis labios inmortales
y beberás en mí tu propia eternidad.

¡Soy la raíz primera de todos los amores!
Mi vida es el aliento supremo de la Vida.
Nada logra su ser, sin el zumo que fluye
por mis venas exhaustas.

Cuando crispe tus pasos la angustia del vacío
y lloren en tus ojos los ojos que nublaste,
cuando selle tu boca un grumo de ceniza,
recuerda que, teniéndome, tú nunca morirás.

No tiembles ya, si sientes que surge de lo oscuro
esa Voz que dispersa el eco de las voces.
¡Soy tu cáliz de vida! Apúralo hasta el fondo
y anúlame en la gloria de haberte rescatado.









 Soledad

 Todos van, todos saben...
Sólo yo no sé nada.

Sólo yo me he quedado
abstraída y lejana,

soñando realidades,
recogiendo distancias.

Cada pájaro sabe
qué sombra da su rama,

cada huella conoce
el pie que la señala.

No hay sendero sin pasos
ni jazmines sin tapia...

¡Sólo yo me he quedado
en la brisa enredada!

Sólo yo he perdido
en un vuelo sin alas

por poblar soledades
que en el cielo lloraban.

Sólo yo no alcancé
lo que todos alcanzaban

por mecer un lucero
a quien nadie besaba.

[Cántico inútil]
  






 Encuentros y paisajes


I

(Roma)

 Verja con rosa y Virgen.
Al alcance de todos,
todas las rosas juntas.


II

(México)

El altar viajero. Imagen y retratos.
Bajan. Suben. Y tú, Señora, sonriente,
nos amparas a todos.


III

(Plaza de San Pedro)

Agua y piedra en un todo. Concentración nocturna
de rumor y silencio. ¿Y esa ventana insomne?...
Estrella con estrella.


XXVI

Ese rumor del mar es fuga de silencios.
La plenitud sería callarse para siempre.


XXVII

Espuma: flor del agua.
No te quedes prendida a lo que huye siempre.


XXXII

(El surtidor)

¡Que no vuelva a caer!
¡Que se quede en el cielo!

[Hai-kais espirituales]









FELICIANO ROLÁN [9388]

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                                          Feliciano Rolán es el segundo por la derecha.



Feliciano Rolán
(Vigo, 1907-La Guardia, Pontevedra, 1935)

Tras un primer libro de aprendizaje, inmaduro y desigual, Feliciano Rolán alcanza una gran resonancia en el mundo literario de los años treinta con la publicación, patrocinada por Juan Ramón Jiménez, del siguiente y último, De mar a mar. «Su libro rebosa de visiones y amplitudes oceánicas -escribe Guillermo de Torre-. Se siente en sus estrofas una palpitación poética vigorosa, aunque ésta nos llegaría mejor si apareciera más desnuda, si el lenguaje acertara a condensarse proscribiendo amplificaciones. De todas formas, es grato leer estos versos vitales, tensos, optimistas, a mitad de camino entre el poema en prosa y el versículo... ¿Versículo whitmaniano como es casi ritual agregar, por cierta afinidad establecida entre estas palabras y por el recuerdo imperioso de Walt Whitman? No; para ser whitmaniano -sobre todo de espíritu- le falta densidad a Rolán, aunque alguna de sus páginas venga a ser una paráfrasis tibia y encubierta del genial canto que comienza: Oh captain, my captain! our fearful trip is done...» (citado por Caimotto, págs. 251-252). No sabemos hasta qué punto el eco inusual de los poemas últimos de Feliciano Rolán se debió a sus propios méritos o al hecho de que, en el momento de su publicación, ya era conocido que le quedaba poco tiempo de vida. César Antonio Molina ha tratado de rescatar recientemente a este olvidado poeta.

Obra poética

Huellas, Santiago de Compostela, Editorial Nos, 1932.
De mar a mar, Madrid, Imprenta de S. Aguirre, 1934.
Obras poéticas Vigo, Edicions Castrelos, 1970. Introducción de Ricardo Carballo Calero.

Bibliografía

Caimotto, Oreste, Feliciano Rolán. Su obra poética, Madrid, Editorial Mezquita, 1984. Además de la poesía completa de Feliciano Rolán incluye los más significativos artículos dedicados a él hasta la fecha.
Carballo Calero, Ricardo, «Introducción a Feliciano Rolán», en Obras poéticas (1970), págs. 7-23.
Molina, César Antonio, «Feliciano Rolán», en Oscura turba de los más raros escritores españoles, Zaragoza, Xordica, 1999, págs. 187-201.
  



“Quien eres tú,
encantadora de jardines,
que haces el mar
césped sembrado de iris,
y a mí,
búcaro joyante
de la estupenda flora”.






Ser o no ser

¿Es ésta la cuestión?... No. No ser o no ser; sino, ser y no ser.
¡Aquí sí que está la cuestión!
Ser y no ser. Esto sólo lo puede el mar y los Dioses y yo.
Y los Dioses y yo porque conocemos el mar, porque identificamos nuestras esencias, porque somos uno.
¡Ser y no ser del mar!... Acertijo de sustancia en una clave inasequible de accidentes. Espejo de todo; realidad de nada.
También el diamante podría ser así, si sólo fuera chispa, si no fuera piedra.
¡Ser! Probad a ponernos poco a poco; en seguida aparecerá una razón que nos oculte, una duda que nos disuelva, una niebla que nos trasmute y escamotee.
¡No ser! Probad a quitarnos poco a poco; ¿cuándo eso?
En el último átomo os sorberá el mundo de una ola, la ola de un pensamiento, el pensamiento eterno que vale por sí.
¡Y ese último átomo será siempre primero!
  




VII

¡Emoción pura del silencio! ¡Emoción limpia, traslúcida, enjuta -toda nervio-, de este vacío tan lleno de alma!
En mis innúmeros segundos de mar, sólo encontré definida la capacidad del espíritu al hacerse ecuación de este silencio.
El alma, a flor de ojos cerrados, surca ingrávida los fondos cristalinos del reposo.
¡Santa explosión total de vida, de horizonte a horizonte!
La esfera es el rompimiento perfecto del límite, porque cada radio termina en un punto, y de los infinitos, jamás dos cimientan un ápice de llano.
¡Esfera de mi emoción en la hora justa del mar y del cielo!
¡Emoción pura del silencio; poema único de sombras o de luz!...






XII

En el puente, la mano, sobre la rueda del timón, se estremece; y yo me estremezco todo.
Pasa el agua cebrada bajo mí, con zalemas de gata. ¿Será su caricia la que me altera?
Tiembla, tiembla mi mano sobre el corazón, hoy, mañana rubia y suave como una sonrisa de pomar.
Desde las cuadernas percibo un latido sordo; y cada contacto con el lomo blando de las olas me remoza la mística desesperación de unos golpes de pecho.
¡Cuánto tiempo, ay, sin que mis labios borden una plegaria!
Y es en esta mañana transparente que me protege como fanal, cuando todo yo me sorprendo de mí mismo, y me siento latir, como si me ahogara en la angostura de una campana.
¡Claridad mañanera de fina poma riscal: te ofreces al violín de la proa, arco sedeño, por despertar trinos dormidos en mi alma de viejo capitán endurecido!
Y yo no acierto a despegar los labios para que trencen vocales fervorosas...
Sólo sé, bajo la mano estremecida que aguanta mi sentimiento, descubrir al contacto de esa loca caricia del agua la mística desesperación de unos golpes de pecho...
  




  
XV

¡Noche, horrible noche, la suprema tiniebla del mar!
En vano la luz verde y la luz roja de mis ojos nefastos, plenos de espanto de la cruel interrogación, pugnan por acuchillar el agobiante fantasma de la niebla.
Mi pobre bajel, chorreando dolorido, bracea estérilmente en la concavidad de la tragedia.
¡Viscosa apelmazada tragedia de la noche negra en el mar único!
Hay una aguja en mi corazón que lanza violentamente los ojos desorbitados por un camino.
¿Será ése el camino?
Todo, de afuera, rompe el sistema de un pensamiento.
Plegado sobre mí mismo, apelotono la carne contra el hueso, para guardarlo mejor.
¡Lívida luz de un pensamiento en la noche; huella tibia de una lejana caricia; sutil perfume, casi sueño, de aquella rosa divina que ya se marchitó!
¡Qué pobre defensa tu débil carne acurrucada, y sólo la palma de la escandalosa extendida frente al azote absurdo del turbión!
Y el pobre bajel bracea, bracea desesperado. ¿Adónde? ¿Para qué? ¿Hasta cuándo?
  





XXI

Entre la bocanada infernal de esta noche, los clarines brillantes baten sobre el mar la marcha de mis entrañas en temple.
Por la ensenada, congojosa de tierra, avanzo subrepticio, con tirantez de ansias:
tremular vacilante de sospechas al desvestir los paños resudados,
crujir de dientes poderosos en cáustica sonrisa de escobenes,
inagotable abrazo insatisfecho del doble garabato de las anclas...
¡Oh, la caricia definitiva de un escualo, sorbiéndose el desgarre de la carne!...






XXX

Ante el botalón, sobre el encendido crepúsculo, descubrí la espadaña gloriosa de un albatros.
Recio cascarón avejentado, siento latir mi sangre al compás de las graves alas.
Alborozo en el alma.
Como nube de vencejos se alza aturdida a impresionar las alas -placas temblorosas-, salen los negros pensamientos.
¡Tantos días solo, solo, sobre el mar huraño sin la charla del sol, sin el gesto picante de una estrella, siempre rumiando la ensombrecida canción de la brisa contraria!
Cabe las crucetas, por entre el cordaje flácido en holganza, el grumo agitado de vencejos riza la bella lección de luz, tejiendo nuevo paño dorado para la brisa prometida:
Florecimiento juvenil del bauprés a la querencia de la sonrisa lejana:
espaciado desperezo de vergas y botavara,
chasquidos de besos sobre las amuras briosas,
resuello poderoso de roda a codaste.
¡Bajo las alas inmensas de la viva espadaña, todo el cielo es la campana solemne de mi resurrección, que inaugura un repique de luceros!
  






XXXI

Déjame ceñir a placer en este vals de bordadas.
Déjame gozar la embriaguez apócrifa de bolina entre las escalas cromáticas de la cachimba renegrida;
déjame puntear figuras de sierpe arrastrando la hipnosis del faro cercano.
Recorta sobre la bruma norteña de mis patrias tus mejores adornos, goleta mía.
Recorta el sublime esguince de aquella languidez tropical que el sol fogoso supo amasarnos en las venas.
Recorta este deseo sabiamente retardado en el abrazo indeciso que trenza la estela.
¡Ante la playa -violeta de luz de aurora- dejaremos caer los cuerpos exhaustos, como dos gotas de rocío, resbaladas!

[De mar a mar]

JOSEFINA DE LA TORRE [9389]

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Josefina de la Torre
(Las Palmas de Gran Canaria, 1907 - Madrid, 2002)
  
Figura menor de la generación del 27, Josefina de la Torre, hermana del dramaturgo Claudio de la Torre, fue incluida por Gerardo Diego en la segunda edición de su famosa antología. Su primer libro, Versos y estampas, evocaba una infancia isleña en versos de arte menor y en poemas en prosa de estirpe juanramoniana. Poemas de la isla continuaba en la misma línea de poesía ligera, estilizada, en la que la audacia vanguardista de algunas metáforas trataba de contraponerse a una cierta blandura sentimental. En los libros de posguerra, la evocación del paraíso infantil y del paisaje atlántico ha sido sustituida por una elegíaca constatación del paso del tiempo y del empobrecimiento vital que trae consigo.

Obra poética

Versos y estampas, Málaga, Litoral, 1927.
Poemas de la isla, Barcelona, Altés, 1930.
Marzo incompleto, revista Fantasía, 19 de agosto de 1947; 2.ª ed., Las Palmas de Gran Canaria (col. San Borondón), 1968.
Poemas de la isla, Madrid, Biblioteca Básica Canaria, núm. 30, Viceconsejería de Cultura y Deportes, Gobierno de Canarias, 1989 [incluye los tres libros citados más el inédito Medida del tiempo].

Bibliografía

Miró, Emilio, «Josefina de la Torre», en Antología de poetisas del 27, Madrid, Castalia, 1999, págs. 72-88.
Santana, Lázaro, «Introducción», en Poemas de la isla (1989), págs. 9-20.
Trujillo, Juan Manuel , «Poetisas canarias. Josefina de la Torre», en Prosa reunida, Santa Cruz de Tenerife, Aula de Cultura del Cabildo de Tenerife, 1986, págs. 109-121.








[Agua clara...]

 Agua clara del estanque.
Era un espejo del chopo
y alfombra verde del cielo
con reflejos de los árboles.
¡Oh si yo hubiera podido
entrar con los pies descalzos
y ser el viento en el agua
y hacer agitar el chopo!








 [Toda mi ilusión...]

 Toda mi ilusión la he puesto
en la espera de un mañana.
¿Cómo vendrás? ¿Adornado
de blanca flor de retama
o de flor de pensamiento
que de luto se engalana?
¿Vendrás con rojas miradas
o con pálidas miradas?
¿Tendrás voz, tendrás sonrisa,
o no me guardarás nada?
¡Mañana, horizonte en niebla,
fiel timón de mi fragata:
hace tiempo que me llegas
con las velas desplegadas!

[Versos y estampas]
  







 [La tarde...]

 La tarde tiene sueño
y se acuesta en las copas de los árboles.
Se le apagan los ojos
de mirar a la calle
donde el día ha colgado sus horas
incansable.
La tarde tiene sueño
y se duerme mecida por los árboles.
El viento se la lleva
oscilando su sueño en el aire.









[Quisiera...]

 Quisiera tener sujeta
la naranja de la tarde
así entre las manos, fresca,
sin la piel rubia y brillante,
tirabuzón de la luna
peinado por mi cuchillo.
Qué sabor a fruta nueva
ha de tener en los bordes
el mar, la arena y el aire.
¡Qué deseo de partir
en dos mitades la tarde!
Cuando la noche se asome
a su ventanal de cobre
se tragará la naranja.
¡Ay, niña desconsolada!

[Poemas de la isla]







 [Mis años...]

Mis años compañeros,
años míos, inciertos,
niños desordenados,
al salir del colegio...
Ya son dos y son tres,
compás del mismo tiempo,
maravilla segura
de inagotable anhelo...
Mi corazón latió
veintitrés balanceos.
Mi corazón amigo,
buen profesor pequeño.
Y hoy no sé qué me pasa...
Y hoy no sé lo que tengo...
¿Es uno más, amigo?
¿Uno más... o uno menos?

  







 [Llevabas]

 Llevabas
en los pies arena blanca
de una playa desconocida.
Por eso
cuando a mí llegaste
no sentí tus pisadas.
Llevabas
en la voz desnuda
un compás de espera.
Por eso
cuando me hablaste
no pude medir tu voz.
Llevabas
en las manos abiertas
espuma blanca de aquel mar.
Por eso
de tu bienvenida
no pude conservar la huella.
Todo tú
venías en mi busca
y no pude reconocerte.
¡Arena blanca, compás de espera, espuma blanca!
¡Inquieto sueño de la verde orilla,
rizado de preguntas...!

[Marzo incompleto]
  



  


[Noches...]

 Noches sobre la playa: rumor de orilla fresca.
Blanco batir de remos que la sombra sorprende.
Sobre la barra grande los hachones de pesca,
y un cuerpo perezoso que en la arena se tiende.

En lo alto de la Isleta el faro gira y gira.
Un denso olor a algas... Venus, la Osa Mayor...
Rasguea una guitarra. Una mujer suspira.
La brisa trae aromas de madreselva en flor.

Y en las noches de luna, sentados en la acera,
al ritmo melodioso de una antigua habanera
lánguida y cadenciosa con su aire dulzón,

evocar las figuras de la memoria mía
(los padres, el hermano, Dolores y María)
envuelta entre los pliegues de un viejo pañolón.

[Medida del tiempo]





GUILLERMO DÍAZ-PLAJA [9390]

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Guillermo Díaz-Plaja
(Manresa, Barcelona, 1909-Barcelona, 1984)

En su libro autobiográfico, Retrato de un escritor (Barcelona, Pomaire, 1978), ha escrito Díaz-Plaza: «¿Historia de un fracaso? Hasta veinte volúmenes alcanza, en la hora actual, mi producción poética. Bien puedo decir, pues, que es una "constante" de mi quehacer literario [...]. No busquéis mi nombre en las antologías de los primates de nuestra lírica contemporánea. No está. Y no será porque no haya superado la habitual barrera de "clandestinidad" en la que nuestros usos editoriales colocan a la producción poética [...]. Tres libros de carácter colectivo, Poesía junta (1967), publicada por Losada en Buenos Aires, Poesía en treinta años, editada por Plaza y Janés (1972), y Atlas lírico y Conciencia del otoño (1975) hacen imposible cualquier excusa por falta de difusión. Una clasificación, pues, como poeta de segunda división, no tiene paliativos. ¿Qué vamos a hacerle?» [págs. 215-216].
De acuerdo con Juan Bautista Bertrán, el autor encuentra cuatro líneas en su poesía. La primera estaría representada por los libros Intimidad, poesía (1946), Vacación de estío (1948), Las llaves (1965) y Conciencia del otoño (1975). «Su temática es la vivencia interior, en la vía sentimental, familiar (con dos centros temáticos: esposa, hijos), y en la meditación del paso del tiempo» [pág. 216]. La segunda «línea de sentido» de la poesía de Díaz-Plaza giraría en torno a lo que él llama «actitud ante la eternidad» y podría definirse como poesía religiosa; estaría integrada por los libros Vencedor de mi muerte (1952), Belén lírico para este año conciliar (1966) y, parcialmente, El arco bajo las estrellas (1965). Bajo el epígrafe de «gozosa posesión del mundo» agrupa Díaz-Plaza su poesía viajera, integrada por libros como Poemas de Oceanía (1972), Poemas en el mar de Grecia (1975) o Poemas y canciones del Brasil (1974). Como «juegos retóricos» califica la última línea de su poesía (representada por Los adioses, Entre su arranque y mi mano o Zoo), en la que predomina el componente lúdico junto al culturalismo.
«Para nosotros, las gentes de mi edad, los poetas de la generación del 27 eran como los hermanos mayores. Diez años de diferencia cronológica, cuando se tenían veinte años, eran una cifra muy considerable, porque -desde la tímida mirada nuestra- los que integraban ese grupo poético se nos aparecían como maestros, cuyas banderas -vanguardismo, pureza estética, arte de minoría- seguíamos entusiastas» [pág. 158].
   
Obra poética

Primer cuaderno de sonetos, Cádiz, Isla, 1941.
Las elegías de Granada, 1945.
Intimidad, poesía, Barcelona, La Espiga, 1946.
Vacación de estío, Madrid, Adonais, 1948.
Vencedor de mi muerte, Madrid, ínsula, 1952.
Homenaje a Andalucía (Segundo cuaderno de sonetos), 1953.
Los adioses, Barcelona, La Espiga, 1962.
Las llaves [Les claus], Barcelona, La Espiga, 1965.
La soledad caminante. Poemas de América del Sur, Málaga, Ángel Caffarena, 1965.
El arco bajo las estrellas, 1965.
Zoo, Málaga, «Cuadernos de María José», 1966.
Belén lírico para este año conciliar, Málaga, Ángel Caffarena, 1966.
Poesía junta (1941-1966), Buenos Aires, Losada, 1967.
Poemas de Oceanía, León, Provincia, 1972.
Entre su arranque y mi mano (poemas ecuestres), 1972.
América vibra en mí, Madrid, Instituto de Cultura Hispánica, 1969.
Poesía en treinta años 1941-1971, Barcelona, Plaza & Janés, 1972.
Poemas y canciones del Brasil, Madrid, Ed. Cultura Hispánica, 1974.
Poemas en el mar de Grecia, 1975.
Conciencia del otoño, Madrid, Arbolé, 1975.
Atlas lírico, Barcelona, Plaza & Janés, 1978.

Bibliografía

Bertrán, Juan Bautista, «Guillermo Díaz-Playa, poeta», en Poesía en treinta años 1941-1971 (1972), págs. 9-51.
Cruset, José, Guillermo Díaz-Playa, Madrid, Epesa, 1970.
Santos, Dámaso, Conversaciones con Guillermo Díaz Plaja, Madrid, Ed. Magisterio Español, 1972.









Antes

 ¡Oh! ¡No haber leído ningún libro!

Que mi poema fuera sólo
el roce del alma virgen con las cosas.

Como un inmenso párpado que se abre
para que el ojo sepa
que hay rosas de azul y de oro
bañadas en el aire transparente;

como un guante de seda
que hace más sensible al tacto
la frutada dulzura de una mano,
la tibia seguridad de una frente,
la fragilidad de una rosa;

como un sutil micrófono
capaz de dar una armonía de élitros,
un diapasón difícil,
el sonido del sueño,
la voz de Dios;

como una ávida papila
que capte los perfumes más recónditos:
el olor del recuerdo,
el perfume de las cosas perdidas,
el aroma del goce;

como una boca nueva
que paladee lo recién nacido,
los jugos de la vida y de la muerte,
el sabor de lo extraño,
la dulzura del alba.

Y nada más. Sólo
mi presencia en las cosas.

Sólo las cosas límpidas
en mis sentidos claros.





  


 Mundo

 Yo también, viejo Walt, quiero cantar la diversidad del mundo:
disparos de evidencia ametrallan mis ojos,
realidades súbitas estallan fulminantes
y el día inventa la belleza del mundo.

Recién nacido de la hermosura de las cosas,
Dios me bendice en su diversidad.

Madurez de verdades:
todas las policromías se sirven a sí mismas
y a la armonía del universo;
los grandes árboles alzan sus catedrales temblorosas
para cegar el fondo insensible de los panoramas;
los ríos con sus fluidos cuchillos
desdoblan los paisajes para mostrarlos invertidos.

Y el dolor de la verdad
contrapesa el vuelo de los sueños.

(Y la horizontal de la muerte
cruza la vertical de la vida.)

[Vacación de estío]
  







 Leandro F. de Moratín

(París, 21 de julio de 1828)


 Querido don Leandro: esta neblina
con que París decora tu tristeza,
sella la melancólica belleza
de tu vida angustiada y peregrina.

Porque quisiste diálogo y ternura
sobre la piel de todo exasperada;
porque anduviste solo tu jornada;
porque creíste en la palabra pura.

Tienes aún la mano de un amigo:
otra mano exiliada y sarmentosa
que aquí llegó para morir contigo;

Y en el pecho, la ausencia de una rosa:
ese «no de las niñas», tatuado
sobre tu corazón deshabitado.

[Los adioses. Tercer cuaderno de sonetos]
  






 Se describe al amor en metáfora de caballo

 Amor, furioso amor, encabritado
se alza de manos y bracea al viento;
amor de enfurecido movimiento
en mi carrera, amor, desenfrenado.

Amor que hiere el hierro del bocado
espoleado del furor violento,
que a galope tendido da su acento,
desbocado el amor, desesperado.

La despeinada crin, bandera viva,
de tu navío, mástil que colora
del belfo estremecido la saliva,
al ritmo acompasado de su prora,
y sangriento el ijar, muestra rendido
enamorado, dulcemente herido.

[Entre su arranque y mi mano (poemas ecuestres)]
  




  


Carta del capitán Cook al presidente de la Sociedad Geográfica de Londres

 He aquí, Señor, que navegando
hemos llegado a Citerea:
música
flor, bosque de palmas, pájaros,
dibujan paraísos terrenales.
Dulces muchachas nievan,
al sonreír, la aceitunada
piel que ilumina sus divinos rostros.

Pienso, Señor, que la filosofía
que imaginó la Edad de Oro
encuentra aquí su ejemplo.
Propagadlo
en los discursos de las Academias
y cantadlo con voz de ruiseñor.
Decid a Europa
que el ensueño de un mundo de armonía
tiene existencia cierta en estas islas.

Loado sea Dios, ahora y siempre.
Papeete, a veintiséis de marzo
del año ochenta y ocho de este siglo
de las luces, feliz, que ha confirmado
la redondez augusta de la tierra.

  








Oyendo cantar a unos muchachos en las Islas Fiji

 ¿Quién os trajo la música
que os nace en las gargantas? ¿Qué divino
mágico maestro
os enseñó los trémolos
con que desfallecéis como una dulce tórtola
en los arpegios del amor suavísimo?
¿Qué batuta, qué guía puso fiebre,
palpitación, hondura
en la palabra-canto
que se desmaya como una lenta ola en el crepúsculo?
¿De qué honda fontana
manantial argentino, azul penacho
obtuvisteis la altísima
sucesión de la hermosura
que os mana de los labios, rodeando
los rostros de perfume,
como el collar de flor de tiaré
os abraza los hombros?

[Poemas de Oceanía]
  



  


Cipreses, columnas

 ¡Cipreses! Enhiestas columnas de Acrópolis verdes
levantan en lunas de plata sus cálices altos,
sus nobles penachos, sus ansias de altura, en mármoles
antiguos tatuados de música, doblando
en la historia reflejos innúmeros, ecos de gloria.
Adelfas de fuego enardecen el aire
bordando los nobles caminos que al culmen conducen.






   


El viajero recuerda su primera visita a la judería de Rodas

 Este que ya no soy y soy yo mismo
(mil novecientos treinta y tres)
caminando la judería
de Rodas al atardecer
-¿Tú querés cantigas viejas?
Mazaltó de Jacob Israel
sabe consejos y romances
Mazaltó de Jacob Israel.
Como una dama de Castilla
Mazaltó de Jacob Israel
-Se pone negra mi memoria
(Mazaltó de Jacob Israel)
-Se borraron mis palabras,
pero mi canto cantaré.

       Tres palomas van volando
      para el palacio del Rey
       vola la una, vola la otra,
      ya volaron todas las tres.

Cae la tarde prodigiosa
con su cortina rosicler

       Aposan en un castío
      el castío de oro es.

Para el descanso de la hora
traen el agua y la miel.
-Cuando yo era mancebica
me enamoraba una vez
de un mancebico como tú
¡Buena doncella que topés!
-¡Altas venturas que tengás
Mazaltó de Jacob Israel!

Ahora he vuelto preguntando
¿Mazaltó de Jacob Israel?
La judería está desierta
hay acíbar donde hubo miel.
Vinieron bárbaros del norte
Mazaltó de Jacob Israel.
Los crematorios de Alemania
consumieron toda la grey.

Soy un fantasma de mí mismo
recordando un atardecer
en la judería de Rodas,
mil novecientos treinta y tres.
Las canciones se han apagado,
Mazaltó de Jacob Israel.
Se ha puesto negra mi memoria
de las lágrimas y la hiel.
Pero yo guardo tu recuerdo
Mazaltó de Jacob Israel.







 [La casa está vacía...]

 La casa está vacía. Navegamos.
Las cámaras desiertas se han poblado
de los fantasmas que nosotros mismos
hemos ido creando en la existencia.

Criaturas de luz y de gemido,
cada instante ha dejado un suave rastro
que apenas raya el aire del recuerdo.

Somos leves corpúsculos de sombra,
eslabones fugaces en el tiempo,
término breve de esperanzas altas,
categóricas muertes implacables.

Sabemos que, al final de la jornada,
irremediablemente, dejaremos
esta vez de verdad, y para siempre,
vacía nuestra casa.
Para siempre.

[Funchal, en el Atlántico, febrero de 1973]
[Atlas lírico]








RAMÓN GAYA [9391]

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Ramón Gaya


Ramón Gaya
(Murcia, 10 de octubre de 1910 – Valencia, 15 de octubre de 2005)

En un autorretrato de 1959, Ramón Gaya se refiere así a su trayectoria: «Empecé a pintar en 1920, o sea, contando apenas diez años, en el estudio de los pintores Pedro Flores y Luis Garay, únicos atentos, en la Murcia de aquellos días, a cierta universalidad; siete años más tarde -mi pintura de entonces era, según se decía, un cubismo liberado de su prisión geométrica- exponía en París y, lo que es más importante, al contacto directo con los cuadros de Braque, de Rouault, de Matisse -que me habían desilusionado-, rompía definitivamente con esa idea convencional de "arte moderno", llegada hoy como se sabe -a través de su larga agonía snob- a su academicismo y oficialidad» [Sentimiento y sustancia de la pintura, pág. 157]. A la pintura de Gaya, tan personal y lírica, tan al margen de las vanguardias tras su iniciación vanguardista, ha acompañado desde sus comienzos una dedicación literaria que no puede considerarse sólo como un complemento. Colaborador de Verso y Prosa y de otras revistas del 27, Ramón Gaya comienza a publicar su poesía en Hora de España, continuando luego su publicación en revistas del exilio mexicano. Salvo el breve cuaderno Nueve sonetos del diario de un pintor (1940-1979), su poesía no se reuniría en libro hasta 1991. Cercanas al poema en prosa están muchas de las anotaciones incluidas en los diferentes tomos de su Obra completa.

Obra poética

Nueve sonetos del diario de un pintor (1940-1979), Murcia, Chys-Galería de Arte, 1982.
Sentimiento y sustancia de la pintura, Madrid, Ministerio de Cultura, 1989.
Algunos poemas del pintar Ramón Gaya, Granada, La Veleta, 1991.
Obra completa, 4 vols., Valencia, Pre-Textos, 1990-2000.

Bibliografía

Trapiello, Andrés, «Solos de pintura», en Sentimiento y sustancia de la pintura (1989), págs. 13-28. 
——, «Ramón Gaya y su poesía», en En torno a Ramón Gaya, Murcia, Museo Ramón Gaya, 1991, págs. 67-89.
VV. AA., Homenaje a Ramón Gaya, Murcia, Editora Regional, 1980.
——, Ramón Gaya, el pintor de las ciudades, Valencia, Generalitat Valenciana, 2000.
  






 Al sufrimiento

 De tanto serme estrecha compañía
he llegado a sentirte ya tan mío
que peor que tú mismo es el vacío
que me queda sin ti. Yo te querría

apretado a mi pecho todo el día
por no quedarme a solas con el frío
de ese lago parado y tan sombrío
que es vivir en la nada. Sufriría

más aún, ya lo sé, pero un consuelo
en el propio sufrir quizá nos nace
como una leve flor allá en la arena.

Me lo has quitado todo, tierra, cielo;
déjame sin embargo que te abrace,
que todo cuanto he sido está en mi pena.









 A mis amigos

 Como si hubierais muerto y os hablara
desde un ser que no fuese apenas mío;
como si sólo fuerais el vacío
de mi propia memoria, y os llorara

con una extraña pena que oscilara
entre un cálido amor y un gran desvío;
como si todo fuera ya ese frío
que deja un libro hermoso que cerrara

sus páginas sin voz; como si hablaros
no fuese como hablar, sino el tormento
de ver que hasta sin mí mi sangre gira.

Sólo puedo engañarme y engañaros,
hacer como que estáis, como que os siento,
cuando el mismo miraros ya es mentira.








Aquí está, con nosotros

 Aquí está, con nosotros,
apretándonos fuerte
como un lago, el ahora,
el momento presente.

Es igual que una estatua,
nos anega en presencia,
nos impone verdades,
nos envuelve en su piedra.

Aquí está, pulso a pulso,
este ahora tan firme,
casi fijo, durando
más que el ser que lo vive.

Aquí está; nada somos
en sus manos de hierro.
Mientras dure el presente
todo es vida, no es nuestro.









Vuelto hacia sí

A Cristóbal Hall


 Era todo ignorancia
luminosa, y había
como un huerto confuso
derramado en la vida.

Cada cosa era un friso
que adelanta los brazos
entreabiertos, carnosos,
y se vuelve a su mármol.

Todo estaba tan cerca
de expresarse, que el suelo
era igual que una historia,
y el estío era un templo.

Pero no, no eran seres
como símbolos pobres,
eran cosas colmadas
de sí mismas, sin nombre.

Y de pronto, aquí están:
son los hechos totales,
los relieves, los actos,
son, por fin, las verdades.

Ya no estamos nosotros;
el vivir es quien gana,
quien consuela a pedazos,
quien se hunde y se alza.
-357-

Comprendemos entonces
que la dicha y la pena
sólo son realidades,
una misma materia.

Conocer una cosa
es igual que alejarnos,
es perderla del todo,
destruirla en las manos.

Y de pronto, se sabe
que hay ventanas adentro,
que hay un brote, un origen
acallado en el pecho.

Vuelve a ser ignorancia,
vuelve a ser como un huerto.









El Tévere a su paso por Roma

 El Tévere se extiende como el brazo
de una madre cansada y perezosa;
sus aguas son de carne entreverdosa
y es blando el ademán, antiguo el trazo

de esa línea curvada de su abrazo;
no es un río presente, es una fosa,
es una tumba viva y temblorosa
que va hundiéndolo todo en su regazo;

y el pescador inmóvil, silencioso,
el froccio casi lírico, la rata
repentina, las putas ambulantes,

un pájaro saltando, un cane ocioso,
un lujo de basuras -vidrio, lata-,
le bordan dos orillas delirantes.









Velázquez

 Mucho ha sido borrado por su mano:
lo ideal, lo perfecto, la belleza;
la misma fealdad, con su tristeza,
se ha disuelto en el aire soberano.

Un lujo de pintura -veneciano-
ha querido perderse en la justeza.
Topamos con lo externo y la pobreza
de la vil superficie, el rostro vano,

la fachada de todo, lo aparente.
¿Sólo ha sido copiada y respetada
la sorda piel del mundo aquí presente?

Parece que estuviera -bien pintada-
la simple realidad indiferente;
pero el Alma está dentro, agazapada.








 De pintor a pintor

El atardecer es la hora de la Pintura.

Tiziano              


 Pintar no es ordenar, ir disponiendo,
sobre una superficie, un juego vano,
colocar unas sombras sobre un plano,
empeñarte en tapar, en ir cubriendo;

pintar es tantear -atardeciendo-
la orilla de un abismo con tu mano,
temeroso adentrarte en lo lejano,
temerario tocar lo que vas viendo.

Pintar es asomarte a un precipicio,
entrar en una cueva, hablarle a un pozo
y que el agua responda desde abajo.

Pintura no es hacer, es sacrificio,
es quitar, desnudar; y trozo a trozo,
el alma irá acudiendo sin trabajo.

  




  


Para el crepúsculo de Michelangelo


I

 Parece que llegaras, desasido
del cuerpo de la piedra, a doblegarte,
a pasar de este lado, a formar parte
de este mármol de acá, más dolorido,

que es la carne del hombre, y convertido
ya en un ser como todos, recostarte
-rota ya la materia, roto el arte-
en tu propio desnudo atardecido.

Parece que vinieras, liberado
de lo eterno, a mezclarte con los otros,
a caer en la vida y disolverte.

Al borde de un abismo te has quedado:
ya no puedes bajar hasta nosotros,
ni a tu centro de piedra devolverte.


y II

Te quedas en lo alto, suspendido
-como un duro celaje ensimismado-
y parece que así, más sosegado,
ya no quieras bajar, que arrepentido

de ser vida o ser mármol sin sentido,
quieras ser ese enigma apretujado,
ese nudo, ese nudo entrelazado
de piedra y animal; así tendido

en la tímida curva de un declive
-como un cielo parado y consistente-
se diría que callas, perezoso.

Eres algo que vive y que no vive.
Ni eterno ni mortal: eres presente
sucesivo, ya quieto, aún tembloroso.

[Algunos poemas del pintor Ramón Gaya]








FERNANDO FORTÚN [9392]

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Fernando Fortún
(Madrid, 1890-1914)

Fernando Fortún, precoz en la vida y en la muerte, publicó su primer libro, La honra romántica, el año en que cumplía diecisiete años, en 1907. Su mentor era entonces Villaespesa, y algo del Villaespesa más caduco, del modernismo más decorativo y exterior hay en esos versos. Pero hay también otras cosas: un tono intimista, una nostalgia del ochocientos, una música asordinada que los emparenta con los Poemas de provincia, de Andrés González-Blanco, y con la mejor herencia del simbolismo.
Breve, muy breve, fue la vida literaria de Fernando Fortún, pero vivida con rara intensidad. Colabora en las nuevas revistas, asiste a tertulias como la de Carmen de Burgos, Colombine, tan ferozmente caricaturizada por Cansinos en sus memorias... En 1910 lo encontramos, era inevitable, en el París de sus mayores admiraciones. Allí conoce a Enrique Díez-Canedo, con quien comparte fervores y descubrimientos y la elaboración de una antología fundamental, La poesía francesa moderna, que se publica en 1913 y es quizá el volumen poético de mayor influencia en la juventud de entonces. Los más grandes poetas franceses del fin de siglo son traducidos, además de por los antólogos, por algunos de los mejores poetas españoles del momento, encabezados por Juan Ramón Jiménez.
A partir de 1910 se irá constituyendo, en acertada opinión de Juan Manuel Bonet, «un grupo de perfiles bastante definidos»: los crepuscolari españoles, que el citado crítico, que es quien mejor ha evocado la figura de Fortún, define como «discretos, irónicos con mesura, amigos de las cosas grises y humildes, atentos a París pero enamorados de la provincia, tentados en su verso por la prosa, sentimentales y prosaicos en su acercamiento a la ciudad moderna y a los puertos»; sus integrantes serían, además de Fortún, Díez-Canedo, Tomás Morales, Alonso Quesada, Ángel Vegue y Goldoni, Pedro Salinas.
La muerte de Fernando Fortún en 1914, unida al alejamiento provinciano de Morales y Quesada y a la dedicación a la crítica de Díez-Canedo y Vegue y Goldoni, haría desaparecer ese grupo antes de que encontrara en la historia de la literatura española el lugar que merecía. Sólo uno de esos poetas, Pedro Salinas, lograría un lugar de honor en sus páginas, pero unido a otro grupo, el del 27, olvidados ya sus inicios modernistas.
En 1914 se publica el segundo y último libro, ya póstumo, de Fernando Fortún. El título, puesto por los recopiladores, resulta suficientemente significativo: Reliquias. Prosa y verso se juntan en sus páginas. Las conferencias, cartas y apuntes sueltos de un cuaderno de escritor nos hacen lamentar que su tarea de prosista -para la que estaba dotado, como pocos, de inteligencia y sensibilidad- quedara tan precozmente cortada. Los poemas son ya los de un poeta con voz propia, que merece un lugar en las antologías y no sólo en el melancólico recuerdo de sus amigos.
Vida provinciana, recuerdos de infancia, amores adolescentes son evocados en un verso muy rimado, con mucho sonsonete (que nos resulta inevitablemente antiguo), y a la vez con un léxico preciso y prosaico, «a un paso de lo cursi o de lo banal», en opinión de Bonet.
A partir de los años treinta, Agustín de Foxá recogería la herencia de Fortún. Ambos serían rescatados por un sector de la poesía española de los ochenta. Jon Juaristi, por citar sólo un ejemplo, parte de Fortún para su evocación, entre irónica y tierna, de la vieja provincia de tradición carlista.

Obra poética

La hora romántica, Madrid, Imprenta Gutenberg, 1907.
La poesía francesa moderna. Antología ordenada y anotada por Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún, Madrid, Renacimiento, 1913; 2.ª ed., Gijón, Llibros del Pexe, 1994.
Reliquias, Madrid, Imprenta Clásica Española, 1914; 2.ª ed., Madrid, Signos, 1992. Prólogo de Luis Antonio de Villena [no se reproducen los textos en prosa].

Bibliografía

BONET, Juan Manuel, «Tras la sombra de Fernando Fortún», en Fin de siglo, núms. 9-10, Jerez de la Frontera, 1985, págs. 41-47 [incluye también una atinada selección de poemas, págs. 48-52].
GARCÍA MARTÍN, José Luis, «Melodías de ayer», en Punto de Mira, Gijón, Llibros del Pexe, 1997, págs. 182-185.
ROLDÁN VENDRELL, Mercedes, Fernando Fortún y el modernismo español, Ann Arbor, UMI, 1994.
VALDÉS, Francisco, «Fortún», en Letras. Notas de un lector, Madrid, Espasa-Calpe, 1933, págs. 143-146.
VILLENA, Luis Antonio de, «Fernando Fortún: crepuscular español», en Reliquias (1992), págs. 9-16.








La caja de juguetes

 En una vieja caja que olvidada
arrinconó mi ama en un desván
de nuestra antigua casa abandonada,
vagos recuerdos de mi infancia están.

Los juguetes de aquella edad añorada
que el pobre corazón no ha de olvidar,
son como muertos que en nuestra jornada
llorando contemplamos enterrar...

Y guarda entre las cajas de pinturas,
los soldados de plomo, las figuras
de Arlequín, y un caballo de cartón,

una muñeca rota y lastimera,
cuya dueña gentil fue la primera
por quien latió mi pobre corazón.







Al partir

A Rafael Cansinos

En la noche profunda se desliza tranquila,
sobre las aguas muertas, con un rumor de ave
que volase callada en el viento, una nave
a la luz de una estrella, empañada pupila

de una amada que muere no sé dónde, allá lejos.
Una canción muy triste se escucha en los canales
sobre las aguas quietas, como inmensos espejos,
y aparecen las luces de la luna triunfales.

De una ventana abierta salen vagos rumores
de besos y caricias. Y triunfan los amores
divinos en la noche de opacidad silente.

Y en el canal se escucha el bogar de mi nave
apagada, tranquila, que en su marcha suave
sobre las muertas aguas se aleja mansamente.

[La hora romántica]







[Este viejo café...]

 Este viejo café de tertulias burguesas
tiene una vaga historia olvidada y magnífica;
en días ya lejanos ocuparon sus mesas
tipos dignos de alguna novela terrorífica,

figuras misteriosas que entraban embozadas;
y las luces de gas, discretas y cambiantes,
dejaban en penumbra sus sombras recatadas,
iluminando a veces juveniles semblantes.

Eran grupos herméticos, que siempre conspiraban,
en esa bella época de las revoluciones...
Al pasar, confundidas palabras se escuchaban:
el oro inglés... el día del grito... los masones...

¡Oh, aquella juventud cálida y arbitraria,
de ilusiones sonoras y de altos ideales,
desdeñadores líricos de la vida ordinaria,
bellamente románticos y un poco teatrales!

Tomaban actitudes de tribunos romanos,
siempre declamatoria su vieja teoría,
hablaban en los clubs haciendo poesía
y eran después discursos sus versos byronianos.

Son sus rostros aquellos que Madrazo retrata;
y estando en un sarao discutiendo ardorosos
contra los moderados quedaban silenciosos
oyendo recitar La canción del pirata.

Y sus almas acordes un momento latían,
posesas de un antiguo y generoso fuego,
mientras que sus palabras siempre se confundían,
pareciendo rimar con el Himno de Riego.

Así pasó su vida la juventud aquella,
como esa musiquilla de un día de jarana,
y por loca y romántica y fogosa, fue bella
y porque no sabía pensar en el mañana.

Y siempre se escuchaban sus voces exaltadas;
y sus grandes sombreros de copa y sus melenas,
como cascos guerreros detrás de las almenas,
emergían ornando todas las barricadas...

Creo verlas aún ocupando las mesas
de este antiguo café, donde se escucha ahora
el sosegado hablar de estas gentes burguesas
y en el piano, el sueño de un triste vals que llora...








Los viejos amigos

 Pasa siempre despacio: va a jugar su tresillo
este viejo humanista, con su larga levita,
que la de don Juan Álvarez Mendizábal imita,
y su pequeña caja de rapé en el bolsillo.

Junto al brasero, envuelto en un humo de espliego,
lee después a Horacio, en un goce inefable...
Todo en su lenta vida es ejemplar y amable,
como en las dulces fábulas del pulcro Samaniego.

A la tarde va al campo, bordeando los rastrojos,
y hace el mismo paseo, oloroso a tomillo,
que harán siempre sus hijos, que hizo siempre su abuelo...

Lee un rato. Y, de pronto, al levantar los ojos,
ve la primera estrella que, al encender su brillo,
le echa una escala mística para subir al cielo.









Tarde madrileña

 La calle de Alcalá. Sol. Primavera.
Las tres. Queda en la paz dominical
de la riente bulla mañanera,
el eco de unos trajes de percal.

Endomingado pasa algún hortera
en busca de su idilio semanal.
Un frescor sobre el fuego de la acera
sale de un ancho y húmedo portal.

Bullicio en los cafés. Fuera, se siente
el sopor de la siesta en el ambiente.
Llena de luz albea la Cibeles...

Comienzan a pasar coches sonoros;
y dejan un cantar de cascabeles
los primeros que van hacia los toros.

  




  


Cuartel en las afueras

 Ventanas de hospital o de convento
que igualan los obscuros interiores.
Vida de guarnición. Aburrimiento...
Redoblar soñoliento de tambores...

Una plaza de acacias empolvadas
y soldados que están marcando el paso...
Se queja, al son igual de las pisadas,
la quietud provinciana del ocaso.

Contempla la instrucción algún chiquillo...
Y en el cuerpo de guardia, en mecedoras,
los oficiales ven, tras el rastrillo,
el arrastre premioso de las horas...

Pasa cantando un ciego. En el crepúsculo
deja una suave evocación de aldea...
Y el antiguo vivir, dulce y minúsculo,
es un recuerdo que la tarde orea.

¡El día de las quintas! La guitarra
y la ronda a las mozas; coplas, vino...
Y el pueblo de tejados de pizarra
que ocultó al fin el polvo del camino.

Después, la capital, que aparecía
en vez del verde encanto de los prados,
y, en un cinematógrafo, corría
ante los grandes ojos asombrados.

¡Domingos de las tardes provincianas
en bailes de arrabal y merenderos!
Y el olvidar las horas aldeanas
en los agrios amores pasajeros...

Y pronto, la licencia... Y el regreso,
como el partir, alegre. Y el regalo
de volver, como al ir, sin otro peso
que el hato al hombro, en el final de un palo.

Y de nuevo la vida campesina;
ahora ayudando a los que son ya viejos,
en una casa como se adivina
otra aquí, del cuartel, muy a lo lejos...

¡Vida de guarnición! Días dormidos,
con el aire poblado de campanas
y de ruido de espuelas, esos ruidos
de las viejas ciudades alemanas.

Cerca, en algunas sórdidas callejas,
casas con un portal sucio y umbroso
con figuras chillonas y bermejas
de pelo rebrillante y aceitoso.

La retreta. Silencio... Y una jota
del ciego, muy lejana. Pasa un coche...
Y lenta va cayendo, gota a gota,
sobre el cuartel, la calma de la noche.

  







En el silencio de la biblioteca

 Bajo el sol de la tarde de verano,
ciega el albor de estas casonas viejas,
mientras que en sus estancias silenciosas
la penumbra nos baña y nos consuela.
Y, como un moscardón, zumba el silencio;
un pregón que se arrastra, es una queja...
Duerme un profundo sueño la ciudad
en estas lentas horas de la siesta.

Y yo, sin dormir, sueño
en la paz que hay aquí, en la Biblioteca
municipal, donde se oyen las plumas
correr sobre el papel, cansadas, lentas...
Algún adolescente,
acodado sobre una antigua mesa,
lee los Episodios Nacionales,
o novelas de Verne, o de Pereda.
Y hay unos hombres calvos consultando
el Diccionario de jurisprudencia.

De los libros vetustos hay un vago
perfume a cosas muertas;
en los viejos estantes empolvados
parece que bostezan
de tedio y de cansancio, ellos que dicen
las añoradas vidas de otras épocas,
como abuelos que cuentan su pasado
y que hoy contemplan esta vida quieta...

Y delante de mí, abierto un tomo,
que no sé de qué trata, lo contemplan
mis ojos que soñando ven ahora
al abuelo de nívea guedeja;
y escucho el desgranar de sus palabras
con un sonoro ritmo de leyenda...

Y la paz es profunda;
no llegan los rumores desde fuera.
Los empolvados libros
quedamente bostezan...
Y delante de mí, abierto un tomo,
que sin verlo mis ojos lo contemplan.





  


Idilios

La plus aimée est toujours la plus loin.
T. Corbière


 ¡Ensueños olvidados, idilios fugitivos!...
Amores no sentidos, un momento soñados,
que en mi espíritu viven como eternos motivos
de mi canción, jamás en vida realizados.

Porque unos bellos ojos me miran, o una boca
me ríe, forjo historias de divinos amores.
Y va mi pobre alma, en sus ensueños loca,
a cortar unas rosas... Y en mi jardín no hay flores.

Amo, en silencio siempre, una imagen angélica
en un viejo retablo de un pintor primitivo...
¡Bendita tu mirada, virgen prerrafaélica,
de inefable dulzura, por la que sólo vivo!

Y también guardo, como un único tesoro,
el ideal no hallado, en una miniatura,
y tiene, melancólica, la divina figura
lejanos ojos grises que con unción adoro.

Y mientras que mi alma esos ensueños hila,
quieren hallar mis labios un misterio velado
en tu boca -una rosa plena de clorofila,
de haber besado mucho o nunca haber besado...








[¿Qué buscas en los libros...?]

 ¿Qué buscas en los libros,
frente ardiente,
corazón en brasas,
manos temblando de impaciencia y ansias;
qué buscas en los libros,
con los ojos prendidos,
como activas abejas, en las flores
ilusorias del trazo de la imprenta?
Tan poco vale
el tiempo fugitivo,
con las alas abiertas,
alas infatigables,
que lleva en los talones
como Mercurio?
¿Tan poco vale
para que así lo acuestes
sobre la piedra fría, como un muerto,
la piedra fría del papel impreso?
¿Por qué no ha de correr,
libre y elástico,
con la fuerza del ciervo,
que se pierde saltando
en el silencio sordo de los bosques,
los hondos bosques de negrura y pasmo?
¿No ves que en torno tuyo está tejiendo
la guirnalda de rosas encendidas
el coro melodioso de las Horas,
las Horas coronadas de capullos?
Buscas la ciencia
que mane como arena
fina, igual y cernida,
de la universidad correcta y grave,
arenas que reposen
tu cuerpo fatigado?
¿O buscas la colina
de clásico dibujo,
que jamás hollarán tus plantas lentas,
mortal cuya inquietud vaga en lo vago?
¿Te da miel la sorbona de la página?
¿La sed te apaga, te da pan acaso?

Y yo sé lo que buscas,
como niño perdido,
en el fragor de una ciudad inmensa:
sigues las calles interminables,
las plazas anchas,
donde los hombres gritan;
los parques verdes
donde un viejo acaso, pone enternecido
su mano sobre la melena fina
de un niño rubio;
quizá olvidas tu pena
ante un escaparate
que llenan de promesas los juguetes.
Pero sigues de nuevo,
como niño perdido
en la ciudad inacabable de la página:
buscas tan sólo
un hombre en que halles ahora repetidas
tus facciones;
un hombre que llorara como lloras,
riera como ríes;
un hombre a quien poder llamar tu padre.
Buscas su mano amiga,
que te enseñe el camino;
la lima pulidora
que te cincele el oro de bondad y belleza
que hay mezclado y perdido bajo tu carne impura.

Buscas como la hiedra,
como la obscura hiedra,
un árbol que te aguante y te sustente,
un tronco donde puedas,
tendiéndote, enroscándote,
trepar, bebiendo a sorbos otra savia
más rica que tu savia,
lanzarte por el tronco y por las ramas
hasta verte nacer en verdes brotes...

...Y, mientras, va la vida en las tinieblas,
segador colosal, segando carne,
cortando corazones,
como quien corta anémonas.

[Reliquias]









RAFAEL LASSO DE LA VEGA [9393]

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Fco. Arias



Rafael Lasso de la Vega
(Sevilla, 1890-1959)

Nacido en Sevilla en 1890, Lasso de la Vega participa desde muy joven de la bohemia madrileña de principios de siglo. Su figura llena de pintorescas anécdotas las memorias de Cansinos y de González-Ruano. Es por entonces uno de los poetas menores del modernismo, que unas veces se inclina hacia su lado más simbolista y otras hacia el más decorativo. Esa primera etapa está recogida en sus dos primeros libros y en numerosos poemas dispersos por algunas de las revistas más populares de la época, como Blanco y Negro y La Esfera. A partir de 1919 se convierte en uno de los adalides de la vanguardia, colaborando con frecuencia en la revista Ultra. Tristan Tzara lo incluyó en 1920 en la lista de los «présidents Dada», junto a Cansinos. Huidobro y Guillermo de Torre. Esa abundante colaboración queda dispersa en las revistas de vanguardia -no sólo españolas, también francesas como Le Libre Essor o La Vie des Lettres- hasta que Juan Manuel Bonet incluye buena parte de ellas en su monumental edición de Poesía. Es también Bonet quien ha puesto de relieve la mixtificación bibliográfica que Lasso lleva a cabo a partir de 1936, con la publicación de la antología Pasaje de la poesía, que supuestamente recogería poemas escritos entre 1911 y 1927. En 1936 la vida bohemia de Lasso de la Vega ya ha quedado atrás. Se ha casado con la pianista Florine Baer, ha cambiado su apariencia física y ha hecho realidad sus aspiraciones aristocráticas: firma Pasaje de la poesía como «Marqués de Villanova», título que ya antes había utilizado esporádicamente. A partir de entonces vivirá en Italia y en París hasta su tardío regreso a España, donde morirá en 1959. Sus libros serán fundamentalmente lujosas autoediciones destinadas a presentarle como un abanderado de la vanguardia española. Para ello no tendrá inconveniente en falsificar las fechas e incluso falsificar materialmente, en los años cuarenta, una primera edición de 1916. En el prólogo a la traducción italiana de Prestigios, aparecida en 1944. Anna Bonetti escribió: «A Villanova se le debe toda la poesía moderna española y no se puede negar que él solo ha abierto la puerta a los renovadores».
Cuando ya nos importan poco esas viejas polémicas vanguardistas sobre quién fue el primero en esta o aquella novedad tipográfica (Huidobro tenía idéntica obsesión y también cedió a la falsificación bibliográfica), la poesía de Lasso de la Vega se nos presenta como una de las más variadas, significativas y misteriosas de su tiempo.

Obra poética

Rimas de silencio y soledad, Madrid, Imprenta Artística de José Blas y Cía., 1910.
El corazón iluminado y otros poemas, Madrid, Editorial América, 1919.
Pasaje de la poesía (1911-1927), París, Debresse, 1936.
Prestigios (1911-1916), Florencia, 1942.
Presencias (1912-1918), Florencia, 1942.
Oaristes, Venecia, Oficina de la Gazzetta, 1940.
Constancias, Florencia, Beltrami, 1941.
Antología (selección y prólogo de Joaquín Caro Romero), Madrid, Rialp, 1975.
Galería de espejos, Madrid, Entregas de la Ventura, 1980.
Hotel del Universo. Poemas, sátiras, fábulas y epigramas del paraíso terreno, Madrid. Estación Central, 1996.
Poesía (ed. Juan Manuel Bonet), Granada, Corvares (col. La Veleta), 1999. Incluye los anteriores libros, además de poemas dispersos en revistas y el inédito Fortuna y lástimas de amor (1944).

Bibliografía

ANDRÉS RUIZ, Enrique, «Lasso de la Vega: la novela de la poesía», en Nueva Revista, núm. 71, septiembre-octubre de 2000, págs. 142-147.
BONET, Juan Manuel, «A quest for Lasso», prólogo a Poesía, págs. 9-57.
CARO ROMERO, Joaquín, «El marqués de Villanova», en Antología, págs. 9-23.
LAMILLAR, Juan, «Silueta del marqués de Villanova», en Fin de Siglo, núm. 5, 1983, págs. 2-5; El desorden del canto, Sevilla, Renacimiento, 2000, págs. 9-13.
MASOLIVER, Juan Antonio, «Galerie de Glaces», en Perfil de sombras, Barcelona, Destino, 1994, págs. 292-294.






Soneto del silencio

 Tu voz, que no se escucha, se mantiene
en el interno fondo regalada;
y es nuestra propia voz, que aunque no suene,
¡acaso sea la única escuchada!

-Senda escondida, manantial que viene
del infinito en marcha sosegada;
isla que sueña... lascitud selene...
Palabra no sabida ni olvidada.

A esta quietud del alma para el mundo,
nada se acerca tanto y se asemeja
como el cristal inmóvil de la fuente,

que en un silencio vasto -¡el más profundo!-,
y en un éxtasis, ¡todo se refleja
en su fondo, serena y mansamente!

[Rimas de silencio y soledad]
  





Sueños

 ¡Oh, dulces sueños míos! No sois para la vida,
ni sois para la muerte. Venís del infinito
magnífico; del fondo distante de un espejo
fantástico; del agua serena de un gran río...

No nacéis ni morís. Sois perpetuos. Brotáis
del tiempo y del espacio. Y atentos al prodigio
de un ser consciente y propio que encarne vuestra esencia,
volvéis a la incorpórea verdad del infinito.

  






Media luz

 Las sombras de la tarde
cubren el aposento.
Se refleja el crepúsculo
de oro en los espejos.

-La lámpara no enciendas
todavía. No quiero
de las sombras amables
ahuyentar el misterio.

Abriré la ventana
hacia el azul del cielo.
La abriré, y entrarán
en un tropel los sueños.

  






Diciembre

 Diciembre triste. El cielo, plomizo y bajo, pesa
sobre el alma. ¡Qué llantos ocultos! Se presiente
un gran dolor de todo bajo la bruma espesa,
y, suspira el crepúsculo melancólicamente.

Una estatua de mármol, desnuda y blanca, expresa
el alma del silencio que llora en el ambiente:
su mirada que duerme, cual si evocara, besa
armónica, el encanto de un bello mundo ausente.

En la quietud ruinosa de la glorieta -triste,
abandonada y bella-, un hondo sueño existe.
La tarde va cayendo... La soledad sorprende.

¡Está todo tan lejos!... Y en su cristal musgoso
deslíe la fontana su encanto misterioso,
que sólo el alma escucha y sólo el alma entiende.








Panorama

 Campanarios, veletas, floridos ventanales;
altas torres de piedra, lejanías de frondas;
pararrayos, agujas, perfiles ojivales
de los templos augustos y cúpulas redondas.

Azoteas, relojes ciudadanos; banderas
sobre los frontispicios, ondeando gentiles;
telegráficas redes, pretiles, cristaleras,
gasómetros y férreas construcciones fabriles.

Tejados, chimeneas; y algún árbol que asoma
su copa, verde y bela, más alto que las casas.
-¡Como, bajo el azul augusto, con tu aroma
juegas sobre la urbe, brisa alegre que pasas!

¡Acróteras, lucernas, pináculos... la huella
que el ángel de la idea imprimió con su vuelo!
Todo cuanto en la altura de la ciudad descuella,
hermoso, libre y puro, como el humano anhelo.

Palomas, golondrinas de las tardes de oro
en los aleros. Sones de campanas. Ruidos
callejeros, que ascienden en un vuelo sonoro
hacia donde las nubes navegan entre olvidos.

Miradores brillantes que el crepúsculo inflama.
Pluralidad de líneas y colores... efectos
de formas que dibujan el magno panorama
de la urbe; ensamblajes, perspectivas, aspectos.
-28-

¡Excelsitud! Corona poliforme, diadema
profusa de los pueblos. Vigías soberanos
que en la altura gozáis. ¡Oh, aspiración suprema!
¡Expresiones celestes de los sueños urbanos
que vemos sonreír desde los aeroplanos!

[El corazón iluminado y otros poemas]
  






Pointe sèche

(Grabado a la punta seca)


Tricole fanion
qui flotte dans la fraîcheur


 Banderín tricolor
que flota en la brisa
por encima de las casas.
Lejanos rumores.
La ventana en el tejado.
Bajo el cielo techo azul
la vida de la ciudad viene hasta mí.
La luna periscopio
sube en el horizonte.
Hay como hielo
sobre las pizarras
resplandecientes y alegres en su frío
y una clara quietud muy silenciosa
que ha visto
el Paraíso blanco y amarillo de los gatos
por doquiera lleno
de árboles enanos.
Arriba la buhardilla.
Estampa japonesa
a esta hora
la más bella que pasa
cuando el día se va
y el cálido aliento que se escapa de los hogares
el humo frágil de las chimeneas.
Se queda inmóvil
el niño nadador en el acuario.
El azul del cielo está tan cerca
que cojo las estrellas del crepúsculo.
Serenidad.
Abajo
en la calle invisible
un auto que pasa
lanza un golpe de bocina
que rebota sobre las tejas.








Circuito

L'immense usine toujours
chante sans repos


 La fábrica inmensa canta siempre sin reposo
en todos los tiempos y en todos los lugares
Ante mi casa llena de luz
y en las calles
Es un eco redondo
a la vez muy próximo y lejano
La canción profunda y siempre idéntica de los dínamos
Auteuil estaba azul como Passy
El Sena de plomo y la Torre Eiffel de guardia
dominando los barrios y los alrededores de París
Sutiles vértices recónditos
lanzaban invisibles ondas de oro
La Torre hablaba con todo el mundo
Yo contemplaba las figuras de las estrellas
a lo largo de las avenidas geométricas
fumando mi pipa
sobre el puente
el metro venía como un relámpago
Eran las 18 horas
En la estación de Grenelle
Arriba la ciudad pasaba sobre nosotros
Un cambio de tren en la Motte-Picquet
rápidamente
Siempre rápidamente
Cuando subimos en la ópera
arcos voltaicos
chorreaban su claridad sobre los bulevares sonoros
La ciudad estaba llena de gente
Cada actividad correspondía ocultamente
a percusiones de dínamos distantes
y en el fondo se oían sus resonancias palpitantes

  






Perpendicular

Des arbres de tréteaux et des lumières brisées


Árboles de escenarios y luces heridas
la encrucijada inmóvil reposa para sí
los interiores encerrados al crepúsculo
desfilan por los patios a lo largo de los elevadores
cuando la rosa eléctrica inciensa los espejos
la mujer en silencio pasa por la alfombra vacía
escaleras profusas hacia todos los pisos
en lo más alto de la casa sobre la calle inclinada
los tejados se ponen en plan de filosofar
hay estrellas sutiles para todos los gatos
y buhardillas agachadas bajo los hilos del teléfono








Caminos de hierro

 Nidos de locomotoras
las estaciones
libran los tránsitos
       Arcos
puertas de las ciudades
como el cielo
palpitantes a todas horas
    en los centros          bajo las humaredas
Belleza del esfuerzo
    He aquí la velocidad bien encauzada
hija de la voluntad
   Adioses          Bienvenidas
Lágrimas          Alegría
Y también
    la indiferencia muda que rueda y rueda
en los días
sobre los caminos
Todo va a alguna parte
El tiempo desfila
   vestido de todos los paisajes
      todas las ciudades del mundo
       Es la flecha del tren
que se dirige
fuerte sobre su fin.
Detrás
el último vagón
engendra de nuevo el espacio

[Poesía. (Poemas dispersos del periodo ultraísta)]
  



  


Tránsito

A Bela, en un jardín de Polonia



 Sin tiempo, en fondos desiertos,
la casa lejos, sin nadie,
cerró puertas y ventanas
prisionera de las llaves.

La casa desierta, en fondos
medrosos de soledades,
ha traspasado la vida
en fuga de ocultos cauces.

Quietudes estilizadas
la velan de claridades,
traspuesta en paz, entre duelos
arrodillados de sauces.

En espesuras de octubre
la prisionera sin nadie
ha traspasado la vida
en filo quieto del aire.

En diligencias sin tiempo,
inteligencias de ángeles
se la llevaron exacta
al cielo de los estanques.

  






Poniente

Notre-Dame

 La ciudad se fragmenta en múltiples colores
Qué hermosas vestiduras lucen las avenidas
Qué extrañas vidrieras sobre el ir y venir
       Arbolados de humo
Surtidores de plata
Construcciones de oro sobre yunques de acero
En olas de ruidos suben los bulevares
En el horizonte
Las torres gemelas
Sostienen la tarde

París, 1914
  



   


Enigmas

A Fernando Villalón, conde de Miraflores


 El tiempo que no ha pasado
La ventana que se abre de pronto
La lámpara que aumenta su brillo
El perro aullando en la noche
La llave que se ha perdido
El espejo que no estaba roto
La novia que llora sin motivo
El gato negro que se entró en casa
El vaso que se rompe solo
Los muebles que hacen ruido
La puerta siempre cerrada
El cuadro torcido en la pared
Los tacones que andan en el tejado
El reloj sonando otras horas
El hombre que vuelve a entrar
El desconocido que siempre encontramos
La voz del que no se ve
El can que nos sigue por la acera
El ausente a quien recordamos y no tarda en aparecer

  






Puerto

 En Calais la otra mañana
en un cabaret del puerto
entre las cortinas blancas
una sirena al espejo.

En el tocador de al lado
sobre su palanganero
el jabón con algas húmedas
y el peine de sus cabellos.

Ante la ventana verde
la mesa está disponiendo,
en los manteles con anclas
la nave de los cubiertos.

Bajo el corpiño apretado
pleamar en colmos sus pechos
y por sus manos se sala
toda la sal del salero.

En aires de rubias islas
vienen cuatro marineros
y entran los cuatro horizontes
con el azul de sus cuellos.

Va en espumas la cerveza
por sus cantos y sus sueños
mientras suena el organillo
granizo y nácar moliendo.

Al temporal las ventanas
alas de cristal se abrieron
y las cortinas de encajes
se vuelan por los espejos.

Estrella de muchas puntas
la mar danzando a lo lejos
y el arco iris tendido
sobre los hombros del puerto.

Los marineros son ángeles
desembarcados del cielo
y la sirena la virgen
de la rosa de los vientos.

1921
[Pasaje de la poesía]
  



   


[Cuando yo era niño...]

 Cuando yo era niño
la azotea de mi casa de Sevilla
era el puente de un barco
Un barco que viajaba según iban cambiando
los días y el color de las tardes
Y justamente debajo
había en el piso principal
un vetusto salón
que era la cámara del barco
en la que demoraban unos graves señores
embutidos en trajes antiguos de Almirante
Eran los retratos de mis antepasados

Cuando yo era niño
la biblioteca de casa era la iglesia de un convento
y los escaños del coro eran los estantes
Y en medio había una vitrina
con libros genealógicos abiertos sobre atriles
Viejas cartas ejecutorias
miniadas en rico pergamino
que eran Antifonarios
en los que se cantaban los oficios de Vísperas
como en la Catedral
Y los rayos de sol que caían de los altos ventanales
eran ángeles con lámparas

Cuando yo era niño
en todos los lugares donde me llevaban la primera vez
había cosas nuevas
desconocidas para mí
Y yo las recordaba sin embargo
Cosas que me miraban fijamente
hablándome a los ojos
como espejos
con un lenguaje de cuentos
Espejos de historias sin palabras
que sólo yo entendía
Y esos espejos eran poemas
Y los poemas
algunos son los mismos que yo escribí después
Y los otros
son los que no se escribirán jamás

1915
[Prestigios]
  






Islas

 La verdad de mí mismo está por dentro
y todo lo demás que me rodea
(simulacros recuerdos episodios)
son como el mundo donde marcho -ideas

Reflejos de reflejos -y distancias
que un azar me presenta y me retira
Son islas como yo que van andando
por un mar sin razón a la deriva








Otoño

 Las noches vienen cada vez más pronto
y el jardín se despoja cada día
Las hojas secas son puestas de otoño
y las puestas de sol hojas caídas

El jardinero hacia un rincón las barre
y en un montón después las quema todas
Y las hojas son humo de las tardes
y las tardes el humo de las hojas

Wahringer (Viena), 1937
(Hasenauerstrasse)
  



   


Máscara

 Sobre tus ríos Venecia
una máscara se esconde

Son las góndolas su traje
de dominó todo negro

Se le habla -No responde

Su rostro brilla en las sombras

Luna antifaz de tus noches

Venezia, 1936







Como voy pensando

 Una tarde opaca -la tarde de un día
cualquiera del año y de nuestra vida

Tarde como tantas que la calle rinde
con sus altos muros monótona y triste

En este café -tras de los cristales-
donde se hace aún más triste la tarde

Yo pienso abstraído sin dónde ni cuándo
Y el tiempo se marcha como voy pensando

Viena, 1937
(Café Herrenhot)
  






Domingo

 Humildad de la yerba pobre y vieja
que cubre los guijarros de la calle desierta
Domingo
Soledad
Portal de beatitudes celestes sobre blanco
Desierto puro abierto en la ciudad
con silencios perennes de espejos en espera
que la noche los cierre con párpados violetas
(Ah qué cansancio de descanso)
Y aquí siempre es domingo

Brujas, abril, 1938
(Quai du Rosaire)
  



   


Lluvia

 La tarde se aburre con su lluvia
color de vidrio viejo
(No hay novedad posible y la espera es tan larga
como este tren de invierno que no va a ningún sitio)

Se oye fuera la música de un piano

Las ventanas de enfrente se bañan en el muro

Los aleros se vuelcan en gotas de intemperie

Y en lo alto de la torre la veleta
alza inmóvil y oscuro
el signo de su flecha

Es el único pájaro en el aire
y no canta ni vuela

1939







 Casanova

 En San Manuel (palacio Malipiero)
el Canal Grande me ha ilustrado
tu existencia de máscara -Jacobo
abate jugador y aventurero
La baraja en tus manos es prestigio
que deduce la suerte y el dinero
y vence la sirena tentadora
que una góndola muda lleva dentro

(Arden los candelabros en la sala
vacía mientras bajan hacia el fondo
del canal los peldaños de la puerta
abierta al agua)
Albur
Mesa desierta

Venezia, 1939
  






Llanto

 Yo no te lloro juventud
porque tú reinas en mi ánimo
aunque te escondas de mi rostro

A ti te lloro ingenua luz
clara inocencia -sólo encanto
Infancia mía a ti te lloro

Azul feliz de tanto azul
jardín al fondo de los años
al cielo huido y sin retorno

Para ti es mi único llanto!

28 de febrero de 1940 (Florencia)








Todo vive

 Nada es Fingido -todo vive
Hasta las sombras son verdad

Y si yo sueño acaso
es porque el sueño es realidad
y la vida la sombra de mi paso
sobre la eternidad

1940




FRANCISCO VIGHI [9394]

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Francisco Vighi
(Madrid, 1890-1962)

Francisco Vighi, palentino, ingeniero industrial, escritor sin libro durante la mayor parte de su vida, frecuentó desde la segunda década del siglo los ambientes literarios madrileños. «Después de muchos años de pertenecer a la tertulia de Valle-Inclán en el castizo café de Levante -escribió Gómez de la Serna-, pasó a ser mi brazo derecho en la tertulia de Pombo». Al verlo entrar, añade a continuación, siempre le gritaba: «Viva el noveno poeta español». A Pombo le dedicó Vighi uno de sus irás conocidos poemas: «Este café tiene algo de talanquera / y de vagón de tercera».
Iniciado como poeta en el postmodernismo, el sentido del humor de Vighi, le llevó a participar en la aventura de las vanguardias, con las que coincidía en su carácter lúdico. Aunque no recogió sus poemas en volumen hasta 1959, fue incluido por Federico de Onís en su selecta antología de 1934, entre Antonio Espina y León Felipe, dentro de los poetas españoles que marcan la transición del modernismo al ultraísmo. «Su corta obra poética -escribe el citado crítico- tiene, en nuestra opinión, gran valor: no sólo es en ella el poeta español de mayor fuerza cómica de la época -que ya es mucho decir-, sino que hay en el fondo de su risa sana, franca y extravagante delicadeza de sentimiento, originalidad de visión e intención de arte puro de la mejor calidad lírica».
Andrés Trapiello, en el prólogo a la edición de su obra completa, ha caracterizado así la obra de este raro poeta, el menos profesional de todos los poetas: «En los versos de Vighi hay juego, ingenuidad y malicia, colorismo de verbena y sombras de cementerio, sorpresa de una rima rara y previsión de ripio, gracia, y, sobre todo, bondad y sentimiento, su corazón al desnudo. Hay también un poeta más culto de lo que parece. Ahí están sus impecables romances de sabor vanguardista, a lo Bacarisse, a lo Villalón y a lo Lorca. Las cabriolas a lo Espina y la pólvora de Bergamín, los vanguardismos de Marinetti y los barbechos de Mesa y de Machado. Y sus décimas de noveno poeta español, tan sabrosas y jugosas. Y sus sonetos en el estilo culto. Y sus ritmos cambiados, y su parodia de ultra y de dadá, porque la risa empieza por uno mismo».
  
Obra poética

Versos viejos, Madrid, Revista de Occidente, 1959, 2.ª ed., 1979.
Nuevos poemas (ed. Jesús Castañón), Palencia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1984.
Nuevos versos viejos (edición y prólogo de Andrés Trapiello), Granada, Comares (col. La Veleta), 1995.

Bibliografía

CASTAÑÓN, Jesús, Francisco Vighi y su obra, Palencia, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 1971.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, «Francisco Vighi», en Retratos completos, Madrid, Aguilar, 1961, págs. 348-355.
TRAPIELLO, Andrés, «El noveno poeta español», prólogo a Nuevos versos viejos, págs. 9-24.








Melancolía

Canción doliente


 ¡Pobre alma mía!
-¿Lirio?... -Peonía.
-¿Granada?... -Sandía.
-¿Sangre roja?... -Agua fría.

Antes fui un Van Dyck.
Ahora, un Bagaría.
      (Un sauce se inclina y toca
      el suelo,
      su oído junto a mi boca.
      «¡Qué noche, válgame el cielo!»)
¡Bravo!... ¡¡Bravo!!.. ¡¡¡Bravo!!!.. ¡¡¡¡Bravo!!!!...
Luna, estrellas, sauces, guardias.
Gracias. Otra más y acabo.
      «Vivo sin vivir en mí»,
      por eso libre y cautivo
      vivo.

Me diagnostican así:
Sintónico-depresivo,
más humanista que festivo.

¡Y pensar
que el planeta se ha de enfriar!
¡O calentar!
¡Hay que ver!...

¡Hay que ver!...
Y la noche es día
enlutado por la tintorería.
Y que sólo hay diez cifras. ¡Diez!
¡Y el mundo no es ruleta, sino ajedrez!
-Rey-Caballo-Peón-Alfil-.
¡En fin!, no hay nada serio;
ni la guardia civil,
ni un cementerio.

Protesta el público astral
(y los guardias). -¡Mal!... ¡Muy mal!
Indignación, fracaso, estruendo.

¡Salid sin duelo, lágrimas, corriendo!








Tertulia de Pombo

 Este café tiene algo de talanquera
y de vagón de tercera.
No hay mucho tabaco y se hace mucho humo.
Yo -el noveno poeta español- presumo
delante de Alcaide de Zafra, que enluta sus canas
(once piastras de tinta todas las semanas).
Ventilador. Portugueses.
Acento de Sevilla, ¡dorada ciudad!
Y de mi Bilbao fogonero.
¡Camarero!
Café con leche, mitad y mitad.
Grita Llovet. Calla Bacarisse.
Solana consagra.
Si habla Peñalver, parece que se abre una bisagra.
León Felipe, ¡duelo!
No tiene
ni
Patria
ni
silla
ni abuelo.
¡Duelo! ¡Duelo! ¡Duelo!
Yo le doy un consuelo,
un pañuelo
y
otro pañuelo.

Llega monsieur Lasso de la Vega,
il vient de dîner à l'hôtel Ritz,
il sait bien son rôle
et il porte sa fleur.
Parole
d'honneur.

En los rincones, algunas parejas
de seguridad y de señoras amarillas.
Miran a Torre y se estremecen
los guardias y las viejas;

él las cita a banderillas
con las orejas.

Discusión sin fin
sobre si es ultraísta Valle-Inclán,
que si patatín,
que si patatán.
En el mostrador suena un timbre: trin...
trin... trin... triiiiin.
Unos pocos pagan y todos se van.
Silencio, sombra, cucarachas bajo el diván.

  






Soneto

 Vuelvo a ti, soledad, arrepentido.
Firme en la contrición de mi pecado.
En ti, dentro de ti, más que a tu lado,
quiero hallar el consuelo en el olvido.

Ya no seré quien soy, ni quien he sido,
por tus tinieblas desiluminado.
La duda ya resuelta: ¿Puente o vado?
Tú serás campo y cielo, rama y nido.

Refugio y paz: te buscan las inquietas
almas -orates, místicos, poetas-.
Quien dijo «cárcel negra, estepa helada,

pozo de agua salobre, peña dura»,
no supo verte, compañía pura.
Milagro del silencio y de la nada.

  






Amanecida en Peña Labra

 Saluda el primer trino
a la última estrella.
La voz del nuevo día
ha llamado a la puerta.

Islas blancas y verdes
flotan sobre la niebla.
¡Cumbres de Sierras-Albas!
¡Cimas de Peña-Prieta!

Por Campoo es rosa y oro
el cielo.
Hacia la Liébana
van huyendo las sombras.
De las nieves cimeras
bajan en caravana
arroyos de aguas nuevas.

Ya el buen sol campurriano
al horizonte trepa:
Ya limpia los cristales
del paisaje. Navega
nuestra mirada. Al fondo,
el mar cántabro cuelga
sus cortinas. Al sur,
desenrollan su estera
amarilla los campos
austeros de Palencia.
Muge una vaca. Al valle
le ha nacido una aldea
perfumada de bruma
matinal: ¡Piedras Luengas!
La mano del otoño
bendice las praderas
y las manos del viento
acarician la hierba.

  






El tranvía

 En rosario, en letanía.
Sugerencias del tranvía.
Paralelepipédico,
acelerado:
mézclese y agítese
tiempo y espacio.
¡Qué cosas diría
un einsteiniano!
En los carriles de la vía
se lava los pies el tranvía.
Tejiendo su red, trabaja
como un arácnido.
Equilibrista de alambre
cabeza abajo.
Globo cautivo del cable,
siempre tirando.
Pidiendo va un avemaría
la campanilla del tranvía.
Trole al hombro:
¡Buen soldado!
Ligero navío
de un solo palo.
Pescador de caña
en el río urbano.
En el telar del día
la lanzadera es el tranvía.

[Versos viejos]
  






Aguanieve

 Cantarinas carreteras montañesas,
nota aguda y monótono cantar
de carreteros: dulces canciones, esas
canciones de Cervera y de Aguilar.

Verdes oteros, valles horacianos,
el río rumoroso y culebrón
y el incierto azulear de los lejanos
montes, suave amatista de ilusión.

Claras aguas que bajan de los puertos
a dar vida a los prados y a los huertos,
al pájaro, a la hierba y a la col;

sonoras aguas que al nacer rieron
y son hijas de un beso que se dieron
la madre nieve con el padre sol.








Para ti frutos y flores

 Para ti frutos, flores, hojas verdes y ramas
      y para ti también
mi corazón, dulce mujer, que amas
      en tu romanticismo parisién
a todos los poetas, leyendo a Paul Verlaine.

Mientras soñaba en verso tu cabecita rubia
      leyendo al mago Paul
yo caminaba en sombras, contra el viento y la lluvia.
      Poeta y español
en el pecho llevaba la alegría del sol.

He caminado mucho: hambre, cansancio, frío
      y desmayo cordial.
Todo lo he padecido. Hoy llego cubierto de rocío
      metafórico, matinal.
Traigo la ofrenda humilde de una rama otoñal.

  



   


Amanecida en Madrid

 Del Puente de Vallecas
el carro del trapero trae la aurora.

La alcantarilla -frío, sueño y hambre-
desmesuradamente abre la boca.

La estatua está en la plaza
-petrificado guardia de la porra-
como un mojón mojado
señalando los barrios y las horas.

Serenos fugitivos,
pastores de silencios y de sombras,
buscando van su cuervo de altamira
en húmedas tabernas cochambrosas.

Legañosos tranvías,
troles adormecidos. Luz lechosa
de aguardiente en el agua. Mil manubrios
tuestan café en el ritmo de la polka.

Triunfo de barrenderos, de beatas,
guardias y perros, carros, templo, lonjas.
Todo el suburbio asalta
la ciudad dormilona.

Una voz viene de Guadalajara
¡Oriente! ¡Stock de mitos y de auroras!

De todos los balcones
saluda al día un agitar de alfombras.

  






Seminario

 ¡Seminario!
Mugre, disciplina, teología,
placer solitario;
levantarse con el día.
Sotanas sebosas.
Frías losas;
catres oxidados;
cocineros cebados;
marmitones invertidos.
Blasfemias ahogadas
entre las almohadas;
Humedad.
Misticismo.
Presbiteral hedor.
Sobre el patio pasa un biplano.
Peregrinan las almas seminaristas
por los senderos ultraístas.
Y la ventana
de la vecina
se abre caritativamente.
En las almas florece el disparate;
      cómodamente
toma el rector su chocolate.
Como diminutos tejados los bonetes.
Gatos, claraboyas, chimeneas.
Seráficos latines en la fea
pared de los retretes.

[Nuevos versos viejos]









ROGELIO BUENDÍA [9395]

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Rogelio Buendía
(Huelva, 1891-Madrid, 1969)

Rogelio Buendía, que fue médico en su vida profesional, se inició como poeta en la estela, ya algo manida, del modernismo, como acreditan sus tres libros iniciales. En 1923, La rueda de color, la más aplaudida de sus obras, le permite entrar en contacto con Fernando Pessoa, de quien será el primer traductor al español. «El arte de Rogelio Buendía -escribió el poeta portugués-, medio moderna, medio japonesa, huella en versos contemporáneos, del espíritu miniaturista de los haikais, embriagó un momento lo que sueña en mí. Sin duda, que el alma de lo fútil, de lo transitorio -que siente que lo es- llena de sueño la realidad de su inspiración impresionista. Hay una razón para esto como la había para lo contrario [...]. Guardo de La rueda de color una absurda impresión de Oriente, probablemente verdadera. Soy un occidental extremo, para quien el Oriente comienza en España. Soy también lo contrario de esto: un occidental extremo para quien, súbdito del mar y del cielo, no hay frontera ninguna» (citado por Sáez Delgado, págs. 361-362, traducción de Adriano del Valle).
Con un libro próximo al surrealismo, Naufragio en tres cuerdas de guitarra, termina Rogelio Buendía su obra literaria de preguerra. Seguirá escribiendo hasta su muerte, pero ya sin apenas publicar, apartado del mundo literario. Poemas suyos aparecen en las revistas Garcilaso, Poesía Española, Fantasía... Tras la aventura de las vanguardias, escribirá una poesía neopopular, que no desdeña incurrir en el costumbrismo ni en el sentimentalismo.

Obra poética

El poema de mis sueños, Madrid, Pueyo, 1912.
Del bien y del mal, Madrid, Suc. de Hernando, 1913.
Nácares, Sevilla, Talleres gráficos Joaquín López Arévalo, 1916.
La rueda de color, Huelva, Imprenta Muñoz, 1923.
Guía de jardines, Huelva, Papel de Aleluyas, 1928.
Naufragio en tres cuerdas de guitarra, Sevilla, Imprenta de Manuel Carmona, 1928.
Obra poética de vanguardia (ed. José María Barrera), Huelva, Diputación, 1995.
Poemas, coplillas y elegías (ed. Ana Ávila y José María Barrera), Málaga, Unicaja, 1996.
Poesía inédita y dispersa (ed. Ana Ávila y José María Barrera), Huelva, Diputación Provincial, 1999.
El espejo irisado (antología poética), Huelva, La Voz de Huelva, 1999.

Bibliografía

BARRERA, José María, El ultraísmo de Sevilla (Historia y textos), Sevilla, Alfar, 1987, págs. 92-117.
_____. «Introducción», en Obra poética de vanguardia, págs. 7-127.
DÍEZ UREÑA, Martín Armando, Vida y obra de Rogelio Buendía, Córdoba, 1978.
GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, «Obra poética de vanguardia de Rogelio Buendía», en Abc Cultural, núm. 218, 5-I-1996, pág. 8.
SÁEZ DELGADO, Antonio, Órficos y ultraístas. Portugal y España en el diálogo de las primeras vanguardias literarias (1915-1925), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 2000, págs. 339-408.







La poesía de lo desconocido

 ¡Oh, la dulce delicia de lo incógnito
que se esfuma en las calles y en los campos!

¡Oh, el anhelar saber quién es la dama
que cerca de nosotros ha pasado,
oliendo a violetas o a caléndulas
o al perfume fragante de los nardos!

Delicia del anónimo inocente
que sin querer firmarse está firmado,
al hablar de unos celos y un amor,
por una temblorosa y blanca mano.

Curiosidad ingenua que tenemos
por unos ojos y un perfil románticos...

Pensamiento infantil de nuestra mente
al escuchar de noche ciertos pasos,
que nos hacen rezar estremecidos,
creyéndolos de brujas o de trasgos.

Música que se queda en la memoria,
sin que se sepa quién la habrá engendrado...

Versos que yerran por nuestro cerebro
y que locos acuden a los labios,
sin que jamás se sepa quién los hizo
sonar a río y trascender a prado...

Carreta que se oculta en la vereda
de rosas y de lirios del ocaso,
sin dejar más que surcos paralelos
que acabarán no se sabe dónde y cuándo.

¡Poesía sagrada de lo incógnito,
tienes tú para mí todo el encanto
de lo que se ha tenido y que se va,
y de lo que se espera y no ha llegado!

[Del bien y del mal]







Soledad

 Uno.
Por todas partes que miro sólo veo
el número uno.
El número uno fatídico:
      I árbol
      I pájaro
      I hombre
El sol, solo en su soledad,
la luna, una en su unidad,
y yo, como un miembro amputado
me desangro sobre la mesa del café
como en un kirófano.
Y mis ojos llenos de luz lejana,
y mis manos extendidas
miran instintivamente hacia el Sur.
       -¡Oh, aquella canción!,
      I árbol
      I pájaro,
      I flor
Pero entre los ojos vivos de los
      dos          dos.

[Grecia, núm. 48, 1920]
  






Serenata

 Árbol de sol colgando en la noche,
tu pelo caía,
escala de oro
por la ventana abierta.

La luna helaba, fría,
con su gumía
el cielo plafonado.

Nieve azul en la estrella
mayor, ojo de oro
sobre el negro absoluto.

La escala caía
de la ventana honda.

Decoración de noche,
de campanario y de estrellas.

Y la canción decía:
Sobre tus ojos se ha caído mi alma;
en el fondo, en el fondo
la veo, guija perdida en la laguna.

¿Qué vas a hacer de mí
si dentro
no tengo más que la penumbra,
como esta noche
metida está en la tierra?
¿Qué vas a hacer de mí, que vivo loco,
vacío de mí mismo?

Bosque de oro
que cuelgas en la noche,
luna aturdida en árboles de otoño,
mía sin serlo, sol de la noche.

Mi alma se cayó
en el fondo sombrío
de tus ojos de espejo.

Déjame que suba,
déjame que suba
por la rampa de oro
de tu pelo.

En el jardín, la risa de una estrella.

[La rueda de color]
  






Vuelo

 El árbol, la mañana, el pensamiento,
todo en azul volcado y construido;
todo en azul desde el primer momento:
la tierra, el corazón, el blando nido.

La sombra de la casa es amplia y queda
dentro de la caricia de su ambiente
un aroma de arroyo y de arboleda
que se entró con el aire y el relente.

El árbol, la mañana y este anhelo
de volar con los pájaros en vuelo
que no termine nunca. Con el nido

debajo de las alas, y en la rama
de un árbol y otro árbol, que la llama
de la canción revele su sentido.








 Tapiz marroquí

 El oro y el moro, y el fuego
que, detrás, pone el viento que quema.
El oro y el moro que teje
tapices de lanas y sedas.

Con aires de fuego están hechos
los rojos, los verdes y azules;
la lana trenzada y tejida
con brasas, de abril hasta octubre.

La brisa del Sur en invierno,
y el oro fraguado en la roca,
telares de ensueño refrescan,
y el dátil, surcando la boca.

El oro y el moro y el fuego
-la vieja y vivaz fantasía-
y como en las mil y una noches,
volando en la alfombra la vida.

  






Intermedio

 Por el cristal, la vida. Bajo mis pies, la tierra.
No hay nadie en la planicie erizada de lenguas
que forman las ardientes llamas de fuego.
Los árboles tundidos por los vendavales,
por los solazos y por las orugas serradoras.
La casa abierta a los planos verdes
y a los volúmenes de las casas y de las yerbas,
es un prisma irisado.
En cada muro blanco, toda clase de aves
y todas las flores del campo y del jardín,
que se entran por la puerta abierta,
por los limpios cristales que avanzan
como lentes para estudiar belleza.
Detrás de los cristales, abiertos ojos de cristal,
abiertas lentes,
penetradas por la primavera,
y cerradas, a medio abrir la persiana,
en estío, gritan los colores:
el azul del cielo que parece que se va a romper
como un búcaro gigante y frágil,
búcaro de cristal y de cansancio.
Flores a miles. Y en verde acuático, la estancia.
Y yo, siempre yo en soledad, solo.
El pie sale, el corazón se queda,
como el caracol de goma,
no se separa de su estancia.
¡Buenos días, mañana!

[Poesía inédita y dispersa]






MIGUEL VALDIVIESO [9396]

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Miguel Valdivieso, por Lorenzo Goñi




Miguel Valdivieso
(Cartagena, 1893-1966)

Miguel Valdivieso nació en Cartagena. Funcionario de Correos, entre 1920 y 1939 residió en Murcia, donde estuvo relacionado con el grupo de la revista Verso y Prosa. Tras la guerra civil, sufrió la habitual depuración. La posguerra la pasó en Tarancón y Cuenca. En esta última ciudad, a la que llega en 1949, funda la revista El Molino de Papel. Su obra completa, publicada póstumamente, consta de cinco libros: Destrucción de la luz, Sino a quien conmigo va, Números cantan, Los alrededores y Formas de la luz. Buen lector de los clásicos, a los que homenajea a menudo, su mayor influencia es la de Jorge Guillén, prologuista de la edición póstuma: «Con su propio bagaje espiritual se asocia Valdivieso -desde su retiro- a la generación que, además, cronológicamente le correspondía. Entonces y después leyó Cántico. Y más tarde, Clamor. La compañía de aquel libro contribuye a establecer la propia personalidad, y aquella influencia fue asimilada y superada. Acorde a su época, buscó siempre la concisión sin extremar la elipsis. Si cultivó la imagen con agilidad, no fue nunca número de circo mitológico. Su interés apasionado por la realidad inmediata le pone en relación con los escritores de los tristes decenios. Y a su cabeza, el genial Miguel Hernández [...]. Es natural que Valdivieso hubiese pensado en pedir un prólogo al poeta Ángel Crespo, con tanto sentido de la tierra y las cosas».
Luis Jiménez Martos, uno de los pocos críticos que de él se han ocupado, define su obra con las siguientes palabras: «Valdivieso se mantuvo, de punta a punta, inclinado a la ley de la exactitud expresiva, al empeño del equilibrio entre la forma depurada y la realidad viviente [...]. Le aproxima al autor de Cántico una transparente precisión, que se manifiesta, como es de reglamento, en sus décimas, y, más aún, en un especial modo de instalarse entre las cosas cotidianas, sin someterse ni al prosaísmo ni a la tentación de lo abstracto».

Obra poética

Obra completa (prólogo de Jorge Guillén), Carboneras de Guadazaón, El Toro de Barro, 1968.

Bibliografía

DÍEZ DE REVENGA, Francisco Javier, «La poesía de Miguel Valdivieso», en De don Juan Manuel a Jorge Guillén. Estudios relacionados con Murcia, Murcia, Academia Alfonso X El Sabio, 1982, vol. II, págs. 79-108.
GUILLÉN, Jorge, «Prólogo», en Obra completa, págs. 9-25.
JIMÉNEZ MARTOS, Luis, «Valdivieso, Laffón, Oliver y algunos otros poetas de los años veinte», en La Estafeta Literaria, núms. 618-619, Madrid, 15 de agosto-1 de septiembre de 1977, págs. 16-19.
MARTINÓN, Miguel, «Miguel Valdivieso: Las voces del poeta», en Espejo del aire, Madrid. Verbum, 2000, págs. 100-106.
RICA, Carlos de la, «Miguel Valdivieso, la expresión de Cuenca», en Cuenca. Revista de la Diputación, núm. 11, Cuenca, 1977.


   


Lectura

 Vamos contando los días,
que los años ya se fueron.
Los ojos leen en la tierra
como sobre un libro abierto.

Sus páginas nos alumbran
el camino que corremos,
lo que alrededor se queda
y pasa alrededor nuestro.

Nos dicen que en otros siglos
lucharon persas y griegos,
que Nerón hizo un alegre
espectáculo de fuego.

Que se descubrieron mundos,
con su dulce almendra dentro,
donde si pecaba el hombre
era un pecado soberbio.

Que hubo una voz sin malicia
predicando en el desierto
y nos hablaba de amores
que no salieron al ruedo.

Pero ahora nada se sabe,
si el árbol da un fruto nuevo,
si nos saluda el vecino,
si somos vivos o muertos.

  






El otro día

El otro día
ya no ha de ser el mismo
en que ahora escribo y leo.
Tendrá un color de hierba
que éste no tiene.
Tendrá una ola
donde nos ahogaremos
para ceder el paso
a los que han de seguirnos,
cuando el viento no sople para nadie.

El otro día
ya no verá aquel niño por la tierra,
que fue tuyo
y fue mío,
que hicimos del amor en una noche,
mientras el fuego
rugía -sucia cólera-
sobre el techo infantil de nuestra casa.
Y los muertos volaban por el aire,
pero nadie les pudo ver el rostro.

El otro día
ya no tendrá zapatos que ponerse
ni luz para la flor
ni una camisa blanca.
Ni una pluma en la mano
para decirle al mundo
su ciega desventura.
No sabremos la puerta
por donde el asesino, sin ser visto,
huye a comerse el polvo y las raíces.

El otro día
no encontrará su asa el cántaro
ni su mujer el hombre
ni el manantial su agua.

En el desierto
se acabará la arena,
luchará el sol
por calentar una hoja verde
y ascenderán los huesos al espacio
pidiendo corazones en su sitio.

El otro día
no verá cada humano
a su pie o a su ala,
que le ayuden a andar sobre cristales.
A levantar la roca
por encima del hombro
y buscar su ascendencia
en la rama encendida,
para saber si llueve o aún es tiempo
de amar a los que nacen y estar triste.








La poesía

Sobre un motivo de Paul Eluard

 Te digo, amigo,
Que la poesía no es lo que se dice,
Sino lo que se toca como el agua.

Recorre ese soneto,
Con sus senos de luz
Y sus caderas fijas en la nieve.

Contempla ese romance,
Árbol de pie,
Construido de labios y de hojas.

Ahonda en esa selva, ese poema,
Restallando de sílabas precoces
En boca de los muertos.

Y tócales.
Son de cristal o de mujer
O de llama en cintura igual al vino.

Toca el poema
Y quédate en la puerta de la casa
Sin saber qué decir.

Llevas creciendo entre los dedos,
Como una última noche,
La explicación del mundo.

  





Las calles

 Las calles andan, corren a la cita
Que les dieran los cielos y los montes.
Gozan la intimidad de un laberinto.
Se calientan al sol como los pobres.

El tiempo se despide de los muros
Demorando el placer de los adioses.
Por las aceras picotean pasos
De mujeres delante de los hombres.

La muerte habla en latín de eternidades.
Un sueño más a hombros de su noche.
La calle se interrumpe, ahonda el pecho,
Mira el reloj y el gesto se compone.

Se refugian los mil enamorados
En la espesura de un secreto a voces.
Eva y Adán sus árboles se inventan,
Van por su nube, salen de su bosque.

Por las rectas de orugas velocísimas,
El tiempo va sin tiempo que le sobre.
Al atropello avisa, hace señales
Con vislumbres solícitos de escotes.

En la ciudad sin puertas entra el río.
Se asoman a mirarlo los balcones
Desde sus cuadriláteros de ángeles.
Empieza un nuevo amor hoy a las doce.





   


Pórtico de Junio

 Puerta que gira y se abre,
Arco dorado de Junio.
Es más joven la mujer
Y van los pasos más juntos.

Las alamedas ocultan
Un proyecto aún no maduro
De amar, de sentir los ojos
Tan cerca de lo absoluto

Que la piel no cubre apenas
El ardor de un doble nudo,
Bien trabajado en los dedos
Y vencido en un segundo.

Revuelan alborotados
Otra vez ángeles turbios,
Que navegan por las aguas
Donde Adán perdió su rumbo.

Vuelve a la sangre una ola
Que pone la tierra a punto
De condenarse y morir
Sin que la hiera ninguno.

Nace la espuma, se acerca,
Nos da a preferir su jugo,
Asomándose entre nubes
A los límites del mundo,

Para situar la noche
Donde la mañana estuvo
Y siga quemando el fuego,
Ahora convertido en humo.

Se entregan al mar las fuentes.
Sube la raíz al fruto.
Qué gran muchedumbre tierna
Los manantiales de Junio.

  






Los sucesos

 Sucede que hay un pez vivo en el aire
y las damas lo ven y se pasean
sin mirarse en sus aguas, pero sienten
un fuego alucinado en la cadera.

Sucede que del muerto nace un árbol
con la hoja ofrecida y de sus frutos
se alimentan las líneas y los pesos
que mañana serán ángeles mudos.

Sucede que a la calle sale un río
de invencible caudal sobre el asfalto
y se sube a la torre de la iglesia,
saludando a la muerte en los tejados.

Sucede que la luz no tiene prisa
y se acerca midiendo las palabras,
a la sombra que a tientas la persigue
para crear el mundo de la nada.

Sucede que el amor cuenta los pasos
del grano de la arena en dulce apuro
y el cielo desemboca en la inocencia
aún desconocida del desnudo.

Sucede que el espejo se nos rompe
sin que nadie lo mueva de su sitio
y el techo le pregunta a las paredes
por el húmedo espacio que se ha ido.

Sucede que el cristal de la ventana
copia un cuerpo desierto, exacto y solo,
que vacila en el quicio de la puerta
y la tierra lo pide por esposo.

[Obra completa]








ANTONIO ESPINA [9397]

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Antonio Espina
(Madrid, 1894-1972)

Antonio Espina es el más significativo ejemplo de escritor destruido, partido en dos, como la historia de España, por la guerra civil. En la preguerra fue unánimemente considerado como uno de los nombres señeros de la nueva generación. Era poeta con personalidad propia, que se permitió acercarse a la vanguardia sin dejar de advertir las limitaciones de su versión española. En 1920 escribía: «Al ultraísmo -¿para qué vamos a andar con rodeos?- le falta talento [...]. Está formado por una colección de señores muy simpáticos todos, pero de pocas ideas en la cabeza. Se nutre de escritores faltos de sindéresis o de fracasados de otros sistemas» («Arte nuevo», en Esparta, núm. 285). Pero no sólo era poeta: destacó también como ensayista ingenioso y mordaz, heredero de Quevedo y de Larra, como narrador de la estética novísima y como maestro en el arte, entonces tan de moda, de la biografía. En los años treinta fue adquiriendo un compromiso político cada vez mayor. En julio del 36 fue gobernador civil de Baleares. Detenido y encarcelado, en 1937 intenta suicidarse. Ese intento frustrado le salvó paradójicamente la vida, al determinar su ingreso en una residencia para enfermos mentales. La posguerra transcurrió para Espina primero en España, luego en el exilio francés y mexicano, finalmente de nuevo en España. Escribe mucho, con su nombre o con diversos seudónimos, pero del original creador que fue apenas queda una sombra: ahora es un escritor de oficio, un periodista que ha de ganarse la vida con trabajos de encargo, un patético escritor destruido que pasa de la primera fila al borroso coro de su generación, del que el benemérito empeño de estudiosos recientes -cada vez más numerosos- no acaban de hacerle salir.
En 1964, con el título de El alma garibay, publicó una nueva edición, corregida y reducida, pero no mejorada, de sus dos únicos libros de versos, Umbrales (1918) y Signario (1923). «Nunca más escribí versos desde aquellos años», declara en el prólogo. Federico de Onís caracterizó su poesía con las siguientes palabras: «En su poesía llega el modernismo a su total descomposición, preparada por la vía postmodernista de la ironía sentimental. El arte originalísimo de Espina está más allá de ésta como de aquél: está en el punto muerto que hay entre el acabamiento definitivo y el nuevo comenzar. En este punto se mueve con máxima libertad: da piruetas en el vacío sin peso ni resistencia; juega como quiere con los elementos desarticulados e inertes   -116-   de la realidad. Es un arte como el de Quevedo: nihilista, negativo, destructor; arte caricaturesco de muecas y contorsiones cómicas, muy serias y tristes en el fondo, expresión de la verdad eterna, de nuestra nada vacía y desnuda bajo la faz del artificio y el capricho. La poesía de Espina no es todavía ultraísmo puro, aunque en la negación de lo anterior haya llegado tan lejos como él, porque el pasado -el romanticismo- está en ella de cuerpo presente en la parodia grotesca y el humorismo sarcástico con que intenta huir y evadirse de él».
La versión que se reproduce de sus poemas es la de la primera edición, no la de la desafortunada corrección tardía.

Obra poética

Umbrales (versos), Madrid, Ángel Alcoy, 1918.
Signario, Madrid, Índice, 1923; 2.ª ed., Madrid, Anaquel de Poesía, 1984.
El alma garibay. Verso y prosa, Madrid, Renuevos de Cruz y Raya, 1964.
Poesía completa (ed. Gloria Rey Faraldos), Madrid, Fundación Santander Central Hispano, 2000.

Bibliografía

AYALA, Óscar, «Introducción», en Antonio Espina, Las tertulias de Madrid, Madrid, Alianza, 1995, págs. 9-29.
BARRERA LÓPEZ, José María, «Texto visual en las primeras vanguardias (Aproximación hermenéutica)». en Antonio Chicharro y Antonio Sánchez Trigueros eds., Actas del III Simposio Internacional de la Asociación Andaluza de Semiótica, Granada, Universidad, 1990.
_____. «Antonio Espina», en García de la Concha, V., Poetas del 27. Antología comentada, Madrid, Espasa Calpe, 1998, págs. 593-604.
BERNAL, José Luis, «Los frutos de la Vanguardia Histórica», en Fidel López Criado (ed.), Voces de vanguardia, A Coruña, Universidade, 1995, págs. 101-104.
GULLÓN, Germán, «Una invitación a la vanguardia: la poesía de Antonio Espina», en Ínsula, núm. 529 (1991).
MÁS FERRER, Jaime, «Antonio Espina: el poeta romántico de la vanguardia española», en Ínsula, núm. 529 (1991).
REY FARALDOS, Gloria, «Introducción», en Antonio Espina, Ensayos sobre Literatura, Valencia, Pre-Textos. 1994, págs. 9-86.
_____. «Presentación», en Poesía completa, págs. XI-XLV.






Tiniebla

 Ronda el diablo la plácida estancia,
el diablo de la cola encarnada...
La Hora se extiende en abismos,
en sensuales lengüetas de llamas.
Que no pase el rojo Poniente encendido.
¡Cerrar las ventanas!

Que la nieve resbale en el vidrio,
que la vida sonría en la escarcha
o en las formas sin forma del viento,
o en el drama sin fondo del alma.
La lucha por fuera, descanso por dentro.
¡Cerrar las ventanas!

Cerrad las ventanas,
que no entren amores ni glorias,
irónicos gestos de la mueca humana,
sólo quiero en mi estancia
silencios y sombras.
¡Cerrar las ventanas!








Claro de luna

 Por la estrella que vuela en el aire
en la noche sosegada,
y por el giro de esa estrella que vuela en la noche
y se apaga.
Y por la leyenda de los ojos que mienten
y mandan.
Y por esa sosegada noche
de la estrella lejana...
Risa de amor que dice: estrella... estrella...
palabras... palabras...

El jardín pálido que la Luna esmalta,
capa blanca del diablo,
damasco chino, amarillo de la Luna nevada...
ya no estabas.
Yo lo sabía porque el piano sonaba
a sombras raras.
Yo lo sabía,
sólo la loca tecleaba,
la Luna bruja de la capa blanca.

Y entonces vi del astro amarillo
el rubio de oro, oro del astro
de la Ignorada.
Supe de la leyenda de los ojos que mienten
y mandan.

Y de la Noche caía la Luna blanca.
Risa del mal que dice amor... amor...
de la estrella incendiada.

[Umbrales]
  






El bello desconocido

 Cual
signo feeral del lívido astral
   retrato,
luce su vidente, alma de inocente
   serpiente,
el gato.
¡Monseñor El Gato!

   Por
raro dolor, de espectro y de flor
   de lis,
dormida vigila, despierta rutila
experta pupila
   gris.
¡Su Eminencia Gris!

   Es
lindo maltés, de mirar finés,
   mogol.
Al rondar la Muerte, sus pasos advierte.
¡Salta de la Muerte
   al Sol!
¿Relámpago,
alcohol?...
¿O
luz de resol,
o
un
girasol?









Sofrosine

 En esta pieza amable, gabinete y guarida,
donde el ricto filósofo en silencio acrisolo
sobre muelle chaise-longue mi persona tendida,
gusto el grave placer de sentirme muy solo
y muy grano de arena en mitad de la vida.

Qué poco me interesa el exterior ciclón
y el mundanal ruido de la existencia loca,
cuando, ausente, dormido, sereno el corazón,
con un fuego en la estufa y un cigarro en la boca,
filosofo tumbado en mi blanda chaise-longue.

Medito. Eternos temas universales
prosiguen su errática, melancólica o bufa,
divagia taciturna, por mis parques mentales,
mientras crepita, fulge la lumbre de la estufa
y se resuelve en música la lluvia en los cristales.









El de delante

 Va siempre delante. Manos a la espalda,
indeterminado. Viste de oscuro.
Avanzo, avanza.
Paro, para.

Va siempre delante.
Siluetado en mancha.
Va siempre delante.
(Es el de delante.)

Nunca le adelanto. Ni por esos campos.
Ni por estas calles. Surge del asfalto.
De la lunería
de un escaparate.

Le crucé en su duelo. Se cruzó en mi duelo.
-Señor mío -dije.          Señor mío -dijo.
El no dijo nada.          Yo no dije nada.

(¡Oh, el adelantado que jamás se alcanza!)
Al que nunca alcanzo,
pues si avanzo, avanza
y si paro, para.

Va siempre delante
su luctuosa mancha,
va siempre delante.
(Es el de delante.)

¡Sombras en el muro!

  






Fas

 Todo individuo gana en personalidad
detrás de una cortina.
Y aumenta más, si es una máscara.
Y más aún, si la cortina se mueve... sin
que nadie la mueva.

  







Don Cacique (óleo)

    Personaje torvo.
   Malsín.

Al fondo la dramática sierra de Pancorbo.
   Sobre la nariz
   espejuelos verdes

donde se ojeriza turbio mal cariz.
   Tipo de Satán,
   mano de Caín.

Muy Rey de los Naipes y muy sacristán.
   El semblante jalde,
   capisayo gris,

empuñada en alto la vara de Alcalde
      y
   a pesar de eso,
   un breve infeliz

de malas costumbres y muy poco seso.
   (Personaje torvo
de un pueblo de la áspera sierra de Pancorbo.)
   ¡Oh!
   Lejos de París...









Fin de lectura

 Libros ingleses, americanos,
franceses, griegos, hispanos, chinos.
Libros que tratan las mismas cosas
y en varias lenguas dicen lo mismo.

Fatiga intensa de nuestros días,
del Verbo esclavo en frase escrita,
de laberintos alfabetarios
y hondos naufragios en mar de tinta.

Este afán nuevo, fiebre moderna
de explorar fuera lo que no hay dentro,
amustia el alma como flor muerta
entre las páginas del tomo impreso.

El Hambre, la Hembra, el texto vivo
¿dónde está escrito? ¿Hay que leerlo?
No hay que leerlo, porque no existen
analfabetos de ese Evangelio.

¡Libros que tratan las mismas cosas
y en varias lenguas dicen lo mismo!
Libros ingleses, americanos,
franceses, griegos, hispanos, chinos.

  




  


Concéntrica VI

 Raro misterio insoluble.
Último fin del saber.
La luz ignora que luce.
El agua no tiene sed.
Y en el fondo del espíritu
nuestro ser
ignora al ser.








Concéntrica VIII

Entre el «Ven» de la voz de no sé cuál secreto
y el «Adiós» de un pañuelo que despide a lo lejos,
el Alma
lleva sus dudas próximas
rumbo a los días nuevos.

(Así avanzamos por la selva espesa,
con un poco -¿poco?- de avidez por todo
y un mucho de dolor de inteligencia.)

Acaso es noble este destino nuestro.
Quizás es bello contemplarse hermético,
entre llamadas de ensoñados gritos
y adioses de banderas en el viento.

[Signario]







MIGUEL RAMOS CARRIÓN [9398]

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Miguel Ramos Carrión
Miguel Ramos Carrión (Zamora, 1848 - Madrid, 8 de agosto de 1915) fue un dramaturgo, periodista y humorista español. La ciudad de Zamora le honra con el nombre de una calle céntrica, así como el Teatro Ramos Carrión.

Biografía

Empezó a colaborar en El Museo Universal, semanario muy leído que dirigía este gran dramaturgo del Romanticismo. Fundó el semanario satírico Las Disciplinas y sus chascarrillos, versos jocosos, cuentos humorísticos llenaron las páginas de Madrid Cómico, Blanco y Negro, El Moro Muza (de La Habana), El Fisgón, Jeremías, La Publicidad, La Libertad, etcétera. Usó los seudónimos Boabdil el Chico y Daniel.
Su primera obra, escrita mano a mano con Eduardo Lustonó, se la aceptó el famoso empresario Arderius, quien la estrenó en su no menos célebre teatro "De los Bufos" el año 1866. La pieza se titulaba Un sarao y una soirée y obtuvo un éxito muy halagüeño. Desde entonces se dedicó a escribir para el teatro y sus éxitos se sucedieron durante cincuenta años, escribiendo en total cerca de setenta obras, algunas en solitario y otras en colaboración. Su última obra se titula Mi cara mitad, y fue representada en 1908 en el teatro Lara.
Se especializó en comedias y zarzuelas y colaboró con autores como Vital Aza, con quien formó uno de los dúos de dramaturgos cómicos más famosos de su época, con obras como Los sobrinos del Capitán Grant, El chaleco blanco, La tempestad, Agua, azucarillos y aguardiente, La bruja, El noveno mandamiento, La careta verde y La mamá política, entre otras, traducidas muchas de ellas al francés, alemán, inglés, sueco, portugués, italiano y hasta al esperanto; con Eduardo Lustonó, Eusebio Blasco, Salvador María Granés, Carlos Coello, Pina Domínguez, José Campo-Arana, Estremera o Antonio Ramos Martín, su hijo, nacido en 1885, licenciado en Filosofía y Letras, bibliotecario del Casino de Autores y secretario de la Sociedad de Autores y su Montepío, y como dramaturgo dedicado principalmente al sainete. Ramos Carrión tuvo también otro hijo dramaturgo, José Ramos Martín, nacido en 1892, que fue también periodista.
Los títulos más conocidos de Ramos Carrión son las zarzuelas Agua, azucarillos y aguardiente (1897), con música de Federico Chueca, Un sarao y una soirée (1866, con Lustonó), La gallina ciega, Los sobrinos del capitán Grant etc. Aparte de con Chueca, trabajó también con los compositores Caballero, Ruperto Chapí y Arrieta.

Bibliografía

Javier Huerta, Emilio Peral, Héctor Urzaiz, Teatro español de la A a la Z, Madrid: Espasa-Calpe, 2005.







EL SEMINARISTA DE LOS OJOS NEGROS

Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.

Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.

Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.

Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: ¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.

En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.

Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.

La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.

Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.

La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.

Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...





JOAN MARAGALL [9399]

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Joan Maragall
Joan Maragall i Gorina (Barcelona, 10 de octubre de 1860 - Barcelona, 20 de diciembre de 1911) fue un poeta español, considerado uno de los padres de la poesía catalana moderna. Su obra manuscrita se conserva en el Archivo Joan Maragall de Barcelona.

Obra

La obra básica de Joan Maragall está escrita en catalán, aunque también escribió en castellano. En 1881 ganó la Flor Natural en los Juegos Florales de Badalona con una poesía titulada Dins sa cambra (Dentro de su habitación).
A partir de 1892, Maragall desarrolla una gran actividad como impulsor de las nuevas corrientes de modernidad. Esto se manifiesta con varias colaboraciones en las revistas protagonistas del Modernismo - L'Avenç, Catalonia i Luz -; y también con sus artículos del Diario de Barcelona y La Veu de Catalunya. En este mismo año también participó en los Juegos Florales, en las Fiestas Modernistas que Santiago Rusiñol organiza en Sitges y en diversas prestigiosas tertulias, como la del Ateneo Barcelonés del que llegó a ser presidente.
En el año 1894 se presentó a los Juegos Florales de Barcelona con el poema La sardana ganando la Englantina. En Poesies, que publica al año siguiente, se nota su vertiente decadentista, que también se ve reflejado en los poemas que presenta en las Fiestas Modernistas de Sitges y que más tarde superó, en parte influenciado por la vitalidad de la obra de Friedrich Nietzsche. En 1904, se presenta nuevamente a los Juegos Florales de Barcelona con la poesía Glosa, siendo proclamado Maestro en Gai Saber, además de ganar la Flor Natural.
La presión del novecentismo naciente, liderado por Eugenio d'Ors, le obliga a hacer una profunda reflexión, que acabará después de la Semana Trágica con un retorno a la posición combativa que manifestaba en su juventud. A pesar de todo, se muestra autocrítico procediendo a una profunda revisión de su obra Tria criticada por Ors, de la que saldrá muy mejorada hasta el punto de provocar la rectificación de éste.
Maragall se identificaba con un nacionalismo catalán tradicionalista y católico, cercano al ideario de la Lliga Regionalista de Catalunya pero nunca quiso entrar en política y rechazó las ofertas que le hicieron Enric Prat de la Riba y Francesc Cambó para que se presentase a las elecciones de diputados a cortes. Esta tendencia conservadora, bien reflejada en su estilo literario, hace que se le clasifique dentro de un grupo de escritores modernistas - Víctor Català, Prudenci Bertrana, Puig i Ferrater - que sitúan su obra en ambientes tradicionales y rurales. En el año 1906 intervino en el Congreso de la Lengua Catalana y posteriormente fue miembro fundador de la Sección Filológica del Institut d'Estudis Catalans. A consecuencia de la Semana Trágica, adoptó una posición crítica con la burguesía catalana, por la responsabilidad que entendía que tenía en aquellos hechos. Esta postura se manifiesta en su última obra Seqüències.
En el año 1910 ganó el premio Fastenrath en los Juegos Florales de Barcelona con Enllà (Más allá). En el año 1911, el último de su vida, publicó Seqüències, en la cual manifiesta una exaltación vitalista con la que vuelve a posiciones heterodoxas, suavizadas en anteriores escritos. En esta obra incluye el Cant espiritual.
Su trabajo como traductor, es muy importante. Tradujo a autores griegos como Homero y Píndaro, a autores alemanes como Goethe, Novalis, Nietzsche, Schiller, Reinick y Wagner y a autores franceses como Alphonse Daudet y Alphonse de Lamartine.

Descendencia

Dos de sus nietos se han dedicado a la política dentro del PSC: Pasqual Maragall y Ernest Maragall. El primero ha sido alcalde de Barcelona (1982-1997) y presidente de la Generalidad de Cataluña (2003-2006), mientras que el segundo fue consejero de Educación de la Generalidad de Cataluña en el anterior gobierno. Uno de sus hijos, Jordi Maragall, fue senador por Barcelona. También es bisabuelo de Elisabeth Maragall, jugadora de hockey sobre hierba, medalla de oro con España en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.





LA VACA CIEGA

En los troncos topando de cabeza,               
hacia el agua avanzando vagorosa,
del todo sola va la vaca. Es ciega.
            
De una pedrada harto certera un ojo
le ha deshecho el boyero, y en el otro               
se le ha puesto una tela. La vaca es ciega.

Va a abrevarse a la fuente que solía,               
mas no cual otras veces con firmeza,
ni con sus compañeras, sino sola.               

Sus hermanas por lomas y cañadas,
por silencio de prados y riberas,               
hacen sonar la esquila mientras pastan
hierba fresca al azar. Ella caería.
              
Topa de morro en la gastada pila,
afrentada se arredra, pero torna,               
dobla la frente al agua y bebe en calma.

Poco y casi sin sed; después levanta              
al cielo enorme la testuz cornuda
con gesto de tragedia; parpadea               
sobre las muertas niñas, y se vuelve,
bajo el ardiente sol, de lumbre huérfana,
por sendas que no olvida, vacilando,
blandiendo en languidez la larga cola.




La vaca cega 

Topant de cap en una i altra soca, 
avançant d'esma pel camí de l'aigua, 
se'n ve la vaca tota sola. És cega. 
D'un cop de roc llançat amb massa traça, 
el vailet va buidar-li un ull, i en l'altre 
se li ha posat un tel: la vaca és cega. 
Ve a abeurar-se a la font com ans solia, 
mes no amb el posat ferm d'altres vegades 
ni amb ses companyes, no: ve tota sola. 
Ses companyes, pels cingles, per les comes, 
pel silenci dels prats i en la ribera, 
fan dringar l'esquellot mentre pasturen 
l'herba fresca a l'atzar... Ella cauria. 
Topa de morro en l'esmolada pica 
i recula afrontada... Però torna, 
i abaixa el cap a l'aigua, i beu calmosa. 
Beu poc, sens gaire set. Després aixeca 
al cel, enorme, l'embanyada testa 
amb un gran gesto tràgic; parpelleja 
damunt les mortes nines, i se'n torna 
orfe de llum sota del sol que crema, 
vacil·lant pels camins inoblidables, 
brandant lànguidament la llarga cua. 







Canto espiritual

Si el mundo es ya tan bello y se refleja,
oh, Señor, con tu paz en nuestros ojos,
¿qué más nos puedes dar en otra vida?

Así estoy tan celoso de estos ojos y rostro,
y del cuerpo que me diste, Señor,
y del corazón que en él late... 
¡y tengo tal miedo a la muerte!

Pues, ¿con qué otros sentidos me harás ver
este cielo azul sobre las montañas,
y el ancho mar, y el sol que en todo brilla?
Dame en estos sentidos paz eterna
y no querré más cielo que este cielo azul.

Aquel que grite tan sólo «¡Detente!»
al instante que le traiga la muerte,
no lo entiendo, Señor, ¡yo, que quisiera
parar tantos instantes cada día
para que eternos fueran en mi corazón! ...
¿O es que este «hacer eterno» es ya la muerte?
Pero entonces, la vida ¿qué sería?
Tan sólo sombra del tiempo que pasa,
ilusión de lo cerca y de lo lejos,
cuenta del mucho, el poco, el demasiado,
engañador, pues ¿ya todo lo es todo?

¡Da igual! Del modo que sea, este mundo
tan extenso, tan diverso y temporal,
esta tierra con todo cuanto engendra,
es mi patria, Señor, ¿y no podría
ser también una patria celestial?
Hombre soy, y es humana mi medida
para todo lo que pueda creer y esperar:
si mi fe y mi esperanza aquí se quedan
¿me acusarás por ello más allá?
Más allá veo el cielo y las estrellas,
y allí también un hombre ser quisiera:
si a mis ojos las cosas has hecho tan bellas,
si mis sentidos y ojos hiciste para ellas,
¿por qué cerrarlos, pues, otro «como» buscando?
¡Si para mí jamás lo habrá como éste!
Ya sé que existes, mas dónde, ¿quién lo sabe?
Cuanto miro se te parece en mí...
Déjame, pues, creer que estás aquí.
Y cuando llegue la hora temerosa
en que se cierren estos mis ojos humanos,
ábreme tú, Señor, otros mayores
para tu inmensa faz poder mirar.
¡Nacimiento mayor sea mi muerte!

Versión de José Batlló







Escolium

Cual dos que hablando juntos van,
andando por un sendero partido,
uno por el veril soleado;
otro abajo, en la umbría,
Adelaida y el poeta se han hablado,
cuerpo y espíritu él; tan sólo espíritu, ella.

Adelaida:
Ay! ¡Cuánta angustia en este camino!
¡Cuán oscuro y cuán malandado!
Veías siquiera el sol, las montañas,
brillar las cosas bajo el cielo azul,
y no este limbo de voces extrañas
sin forma ni color... Dime, Arnaldo:
¿Quién es ése que por la triste senda
nos conduce cual sombras sin virtud?
Ya será algún poeta que sueña
el sueño de eterna inquietud.

El poeta:
La verdadera vida
del espíritu vives, ¿y aún te quejas?
Hacia lo inmutable caminas.

Adelaida:
¡Nada hay como ver el sol!
Llévanos, pues, a la senda
de las cosas corporales,
buen amigo, aunque sea
sufriendo todos sus males.
Aunque la luz nos deslumbre,
aunque el fragor nos atonte,
y el cuerpo entero nos infierne,
con todos sus sentidos sufriendo,
la vida primera quiero,
ver, oir, gustar y tocar:
no sé vivir de otro modo,
ni tampoco deseo probar.

El poeta:
La vida que ahora ansías
es la gran resurrecci6n.
Quizá no fuera la que tenías,
pero tampoco la otra; aún no.

Adelaida:
Pues bien te contentas tú
con la vida que ahora tienes.

El poeta:
Mientras pueda ver a través del mundo
lo que para ti sólo es puro gozo o tormento,
de mi vida estaré contento,
ya que en una dos vidas son.
Pero si este ser fuese dividido
y sólo corporales quedaran mis sentidos,
antes preferiría abandonarlos
y, como tú, ser sólo un espíritu.
No ahora, que todo canta en mis entrañas,
y esposa tengo, e hijos,
y que en la cima de las solariegas montañas
un grito hay de renacimiento entre mil peligros.
De amor y lucha es éste mi momento,
y ansío brazos para amar, luchar.
Cuanto tengo, deseo, y a lo hecho pecho.
Mas, ¿qué sé yo de lo que querré mañana? (...)

Adelaida:
¿Y qué sabes tú de este mundo o de otros,
ni lo que un cuerpo es, o un espíritu,
ni el poder que el deseo tiene sobre nosotros,
en el pecho alentando hasta el final?
Si por muerta me tienes, yo me tengo por viva;
si bien, cual enterrada en vida,
mis sentidos furiosamente quiero,
mas algo hay que me oprime.
Si no puedes librarme de ello,
¿de qué os sirve, pues, poetas, la poesía?

El poeta:
En tal punto una voz escucho
que escuchar de otro modo no podría.

Adelaida:
¡Oh! ¡La voz sin sonido del difunto!
No es esta voz la que querría,
sino la que de mi pecho surgida
en torno mío alegre resonaba:
ésa es, amigo, la que yo te pido,
todo cuánto ella comportaba.
y si tanto no puede tu poesía,
si no puedes volverme al mundo, calla y acaba.

El poeta:
Por piedad, Adelaida,
al igual que aún hay cosas no sabidas,
apenas la poesía está iniciada,
y de virtudes desconocidas está llena.
Mas tienes razón, ya basta de hablar.
En silencio aguardemos otra edad.

Versión de José Batlló







Insolada

En una casa campesina había
una doncella que tenía
los diecisiete años de amor, y era tan bella
que decían de ella:
«Es una moza como un sol.»
Ella bien sabía
el parentesco que con él tenía:
porque cada mañana,
de par en par abierta la ventana,
con su fuego ambarino y mañanero
le llenaba su cuarto por entero,
y ella, toda desnuda, con delicia,
se entregaba al fulgor de su caricia.
De tanto darse a estas tan dulces mañas,
el sol se le quedaba en las entrañas
y bien pronto sentía
un ardor que en su seno se movía.
«Adiós los míos y mi casa amada:
me voy al mundo, por la luz preñada.»
Abandonada y sin hogar
por la comarca comenzó a vagar.
Alegre como un pájaro volando,
iba sola cantando:
«Yo me soy la alborada,
pues llevo dentro el sol y soy rosada,
mis cabellos rojean,
mis ojos centellean,
mis labios bermejean,
llevo en frente y mejillas su color
y en el pecho su ardor:
toda yo soy claror contra claror.»
La gente que la oía
se paraba admirada y la seguía:
la seguía por el llano y la montaña
para escucharle su canción extraña,
que poco a poco la iba embelleciendo.
Que su hermosura era cabal sintiendo,
dijo: «Mi hora ha llegado.»
No canto más y, hallándola a su lado,
entró en una cabaña que allí había.
La gente que en aquel entorno estaba
sólo veía un resplandor y oía
los gritos de dolor que ella lanzaba.
Las grietas de la puerta, de repente
lucieron como estrellas fuertemente.
En seguida se alzó una llamarada,
toda la gente huyó de allí aterrada,
y en la gran soledad sólo quedaba
un niño igual que el sol, que caminaba
y decía, subiendo por la sierra:
«Vengo a juntar al cielo con la tierra...»








Las joyas 

Quiero cubrir de joyas tu cabello,
tu garganta y tu pecho, brazos, manos,
en memoria de todas las caricias
que te haga ahora y que te hice antes.

Como lluvia, las joyas en tus miembros,
como lluvia los besos de mi amor,
y bajo cada beso que se encienda
un nuevo resplandor, como una estrella.

Una joya por beso, que ilumine,
quieta noche, lo noble de tu cuerpo;
mas después del gran día, luego el día;
la  esposa, sin las joyas, del esposo.







Miércoles de Ceniza

¡Miércoles de Ceniza, oh tú que extiendes 
     tus nubes rosadas
sobre la ciudad de mis pensamientos,
igual que en la otra de calles pobladas!
Es en ésta que algún sonriente rayo
     del sol de febrero
     deja la alegría.
También sonríen mis nubes, cruzadas
     por un chorro de poesía.

Es como una vuelta eterna al principio,
es la juventud siempre renovada.
De la neblina del mucho pensar
     surge una palabra
     toda iluminada
con un sentido nuevo: la niebla se deshace,
y el pensamiento toma otra vez fuerza;
un día, esta palabra te tendrá
a ti; también a ti, al verla impresa;
y también a tus ojos atónitos brillará
en ese instante, como recién creada.

Seré yo quien entraré traidoramente
en tu casa, cuando menos lo pienses,
y aguardaré allí, en la penumbra
     durante días,
hasta que al verte solo
en tu alcoba, recluido en la tristeza,
sobre ti caeré cual chorro de sol
con mi perenne grito juvenil.
Me meteré en tus ojos, hasta tu corazón.
Mi brillante puñal hasta la entraña
te penetrará, dándote la vida con la muerte.

Versión de José Batlló







«Nutre al amor de recuerdos y ausencias...»

Nutre al amor de recuerdos y ausencias;
brotará así maravillosa flor;
desprecia cualquier complacencia
que no llegue por medio del dolor.
No guardes otro don que tus lágrimas
ni otro consuelo quieras que suspiros:
tu palabra mejor está en el alma,
y el más sabroso beso te dieron los zafiros.
No sería la amada en su presencia
nunca como es ahora en tu adoración.
Nutre al amor de recuerdos y ausencias;
brotará así maravillosa flor.

Versión de José Batlló







Oda a España

Escucha, España, la voz de un hijo
que te habla en lengua no castellana;
hablo en la lengua que me ha legado
la tierra áspera;
en esta lengua pocos te hablaron;
en la otra, demasiado.

Demasiado de los saguntinos
y de los que mueren por la patria;
y por tus glorias y tus recuerdos,
recuerdo y gloria de cosas muertas,
triste has vivido.

De distinta manera quiero hablarte.
¿Por qué derramar la sangre inútil?
La sangre es vida, si está en las venas,
vida hoy, vida para los que vengan;
vertida, es muerte.

Demasiado pensaste en tu honor
y escasamente en tu vida:
tus hijos, trágica, diste a la muerte.
Mortales honras te satisfacían;
tus fiestas eran tus funerales,
¡oh triste España!

Yo vi barcos zarpar repletos
de hijos que a la muerte entregabas:
sonriendo iban hacia el azar,
y tú cantabas junto a la mar
como una loca.

¿Dónde tus barcos? ¿Dónde tus hijos?
Pregúntalo al Poniente, a la ola brava:
perdiste todo, a nadie tienes.
¡España, España, vuelve en ti,
rompe el llanto de madre!

Sálvate, sálvate de tantos males;
que el llanto te haga alegre, fecunda y viva;
piensa en la vida que te rodea;
alza la frente,
sonríe ante los siete colores del iris.

¿Dónde estás España, dónde que no te veo?
¿No oyes mi voz atronadora?
¿No comprendes esta lengua que entre peligros te habla?
¿A tus hijos no sabes ya entender?
¡Adiós, España!

Versión de José Batlló







El cant de la senyera 

Al damunt dels nostres cants 
aixequem una Senyera 
que els farà més triomfants. 

Au, companys, enarborem-la 
en senyal de germandat! 
Au, germans, al vent desfem-la 
en senyal de llibertat. 
Que voleï! Contemplem-la 
en sa dolça majestat! 

Oh bandera catalana!, 
nostre cor t'és ben fidel: 
volaràs com au galana 
pel damunt del nostre anhel: 
per mirar-te sobirana 
alçarem els ulls al cel. 

I et durem arreu enlaire, 
et durem, i tu ens duràs: 
voleiant al grat de l'aire, 
el camí assanyalaràs. 
Dóna veu al teu cantaire, 
llum als ulls i força al braç. 


* * * 

Oda infinita 

Tinc una oda començada 
que no puc acabar mai; 
dia i nit me l’ha dictada 
tot quant canta en la ventada, 
tot quant brilla per l’espai. 

Va entonar-la ma infantesa 
entre ensomnis d’amor pur; 
decaiguda i mig malmesa, 
joventut me l’ha represa 
amb compàs molt més segur. 

De seguida, amb veu més forta, 
m’han sigut dictats nous cants; 
pro, cada any que el temps s’emporta, 
veig una altra esparsa morta 
i perduts els consonants. 
Ja no sé com començava 
ni sé com acabarà, 
perquè tinc la pensa esclava 
d’una força que s’esbrava 
dictant-me-la sens parar. 

I aixís sempre, a la ventura, 
sens saber si lliga o no, 
va enllaçant la mà insegura 
crits de joia, planys d’amargura, 
himnes d’alta adoració. 

Sols desitjo, per ma glòria, 
que si algú aquesta oda sap, 
al moment en què jo mòria, 
me la diga de memòria 
mot per mot, de cap a cap. 

Me la diga a cau d’orella 
esbrinant-me, fil per fil, 
de la ignota meravella 
que a la vida ens aparella 
el teixit ferm i subtil. 

I sabré si en lo que penses 
¡oh poeta extasiat! 
hi ha un ressò de les cadenes 
de l’aucell d’ales immenses 
que nia en l’eternitat. 


* * * 

Oda a Espanya 

Escolta, Espanya, la veu d’un fill 
que et parla en llengua no castellana: 
parlo en la llengua que m’ha donat 
la terra aspra; 
en 'questa llengua pocs t’han parlat; 
en l’altra, massa. 

T’han parlat massa dels saguntins 
i dels qui per la pàtria moren; 
les teves glòries i els teus records, 
records i glòries només de morts: 
has viscut trista. 

Jo vull parlar-te molt altrament. 
Per què vessar la sang inútil? 
Dins de les venes vida és la sang, 
vida pels d’ara i pels que vindran; 
vessada, és morta. 

Massa pensaves en ton honor 
i massa poc en el teu viure: 
tràgica duies a mort els fills, 
te satisfeies d’honres mortals 
i eren tes festes els funerals, 
oh trista Espanya! 

Jo he vist els barcos marxar replens 
dels fills que duies a que morissin: 
somrients marxaven cap a l’atzar; 
i tu cantaves vora del mar 
com una folla. 

On són els barcos? On són els fills? 
Pregunta-ho al Ponent i a l’ona brava: 
tot ho perderes, no tens ningú. 
Espanya, Espanya, retorna en tu, 
arrenca el plor de mare! 

Salva’t, oh!, salva’t de tant de mal; 
que el plor et torni feconda, alegre i viva; 
pensa en la vida que tens entorn: 
aixeca el front, 
somriu als set colors que hi ha en els núvols. 
On ets, Espanya? No et veig enlloc. 
No sents la meva veu atronadora? 
No entens aquesta llengua que et parla entre perills? 
Has desaprès d’entendre an els teus fills? 
Adéu, Espanya! 


Cant del retorn 

Tornem de batalles, venim de la guerra, 
i no portem armes, pendons ni clarins: 
vençuts en la mar i vençuts en la terra, 
som una desferra. 
Duem per estela taurons i dofins. 
Germans que en la platja plorant espereu, 
ploreu, ploreu! 

Pel mar se us avança la host macilenta 
que branda amb el brand de la nau que la duu. 
Adéu, oh tu, Amèrica, terra furienta! 
Som dèbils per tu. 
Germans que en la platja plorant espereu, 
ploreu, ploreu! 

Venim tots de cara al vent de la costa, 
encara que ens mati per fred i per fort, 
encara que restin en sense resposta 
més d’un crit de mare quan entrem al port. 
Germans que en la platja plorant espereu, 
ploreu, ploreu! 

De tants com ne manquen duem la memòria 
de lo que sofriren, de lo que hem sofert, 
de la trista lluita sense fe ni glòria 
d’un poble que es perd. 
Germans que en la platja plorant espereu, 
ploreu, ploreu! 

Digueu-nos si encara la pàtria és prou forta 
per oir les gestes que li hem de contar: 
digueu-nos, digueu-nos si és viva o si és morta 
la llengua amb què l’haurem de fer plorar. 

Si encara és ben viu el record d’altres gestes, 
si encara les serres que ens han d’enfortir 
s’aixequen serenes damunt les tempestes 
i bramen llurs boscos al vent ponentí, 
germans que en la platja plorant espereu, 
no ploreu: rieu, canteu! 









RAFAEL SÁNCHEZ MAZAS [9400]

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Rafael Sánchez Mazas
(Madrid, 1894-1966)

Pocos escritores tan escasamente interesados en hacer una carrera literaria como Rafael Sánchez Mazas, que apenas recogió su obra en volumen, que publicó algún libro de gran éxito -como la novela La vida nueva de Pedrito de Andía-, pero que siempre desdeñó las consecuencias de ese éxito.
César González-Ruano, que fue el primero (y casi el único) en seleccionar a Sánchez Mazas para una antología, bien que la suya de 1940 fuera especialmente generosa, definió su obra poética con las siguientes palabras: «En las escasas poesías de Rafael Sánchez Mazas, difíciles de encontrar, y que por supuesto no están recopiladas, hay un clasicismo logrado, un lenguaje de precisión poco común, y, dentro de la tradición española -así fue Garcilaso-, ecos de un italianismo y de una profunda universalidad romana».
Hasta 1971 -eran tiempos de rescate, los novísimos volvían los ojos hacia poetas denostados por razones políticas- no se recopilaría una muestra suficiente de este raro poeta, falangista de la primera hora que no había querido aprovecharse de su condición durante el franquismo. Los Sonetos de un verano antiguo sonaban entonces -quizás sonaban ya así cuando fueron escritos- a poemas de otra época, con su mezcla de modernismo tardío y de clasicismo italianizante, a la vez ochocentistas y renacentistas. Andrés Trapiello, quien en 1990, cuando se cumplía el centenario de su nacimiento (escasamente celebrado), nos ofreció por fin las poesías completas de Sánchez Mazas, trazaba en el prólogo un minucioso mapa de relaciones e influencias: «Formalmente Rafael Sánchez Mazas es un poeta que escribió conforme a las reglas tradicionales del metro y de la rima y demostró predilección por el soneto, endecasílabo o alejandrino, y por el romance. No podemos decir que fuera un innovador, sino que se limitó a seguir, en unos casos, a Rubén Darío, y en otros a Valle-Inclán o Unamuno. También se encontrarían en él ecos de Herrera y Reissig, reflejos de Lugones, sombras de López Velarde [...]. En las fuentes clásicas latinas bebió a menudo, así como en los poetas del dolce stil nono y en los trovadores franceses y en nuestro romancero. De los italianos modernos conocía y admiraba la obra de los crepuscolari en general y de Gozzano en particular. De los poetas contemporáneos suyos trató y admiró a Ramón de Basterra, a José del Río Sainz y a Agustín de Foxá.   -130-   Con Basterra se le agrupa en el aticismo poético, lo que significa que tanto uno como otro eran partidarios de un vago clasicismo, frente a los desórdenes parnasianos inmediatamente anteriores. Relación con su obra tendrían también las que escribieron poetas como Alonso Quesada o Fernando Fortún, Tomás Morales o Andrés González-Blanco».
A Rafael Sánchez Mazas, olvidados ya, o casi olvidados, los prejuicios políticos (la guerra civil va tomando la misma pátina histórica que las guerras carlistas), lo leemos con una mezcla de admiración y distanciamiento. Nos sorprende su solidez retórica, pero a veces parece que gusta demasiado de ocultarse con galas de otro tiempo. La verdad de su poesía -que apenas evoluciona desde sus excelentes ejercicios adolescentes- está siempre a un paso del benemérito pastiche. O esa impresión nos da.

Obra poética

XV sonetos de Rafael Sánchez Mazas para XV esculturas de Moisés de Huerta, Bilbao, Edición Lux, 1917.
Sonetos de un verano antiguo y otros poemas, Barcelona, Ocnos, 1971.
Poesías (ed. Andrés Trapiello), Granada, Comares (col. La Veleta), 1990.

Bibliografía

AREILZA, José María de, «Rafael Sánchez Mazas», en Así las he visto, Barcelona, Planeta, 1974, págs. 45-59.
DÍAZ-PLAJA, Guillermo, «Sonetos de un verano antiguo», en Al pie de la poesía, Madrid, Editora Nacional, 1974, págs. 198-201.
GONZÁLEZ-RUANO, César, «Conversación con Rafael Sánchez Mazas», en Las palabras quedan, Madrid. Afrodisio Aguado, 1957, págs. 165-170.
TRAPIELLO, Andrés, «Prólogo», en Poesías, págs. 9-18.
_____. «Introducción. Bilbao y otros pueblos del norte», en Sánchez Mazas, Rafael, Vaga memoria de cien años y otros papeles, Bilbao, Ediciones El Tilo, 1993, págs. 9-30.




   


El libro de estampas

 Era en las luengas noches invernales.
En la vetusta casa de la aldea
humeaba la vieja chimenea
y sonaba la lluvia en los cristales.

A la luz del quinqué, brillante y roja,
la abuela con su mano amarillenta
iba pasando temblorosa y lenta
del viejo libro la roída hoja.

Y al pasar cada estampa me decía
una historia, mirando con cariño
mis pupilas cargadas de emoción.

¡Oh las noches de invierno en que llovía!
Felices noches en que yo de niño
contemplaba la vieja Ilustración.







Retrato de un sutil caballero guipuzcoano

 Guarda un esprit de chambelán y sabe
una liturgia de galantería
que su mente perfuma con un suave
aroma de graciosa paganía.

En sus ocios evoca los perfiles
altivos de las damas medievales
y sonríe pensando en lo sutiles
que fueron los pecados capitales.

Antaño ser un duque mereciera
y a su servicio y a su honor tuviera
un trovador, que lleno de respeto

le pusiera en las manos enjoyadas
los catorce renglones de un soneto
como catorce flores deshojadas.









Te llevé por los negros olivares

 Te llevé por los negros olivares,
por los calveros y por el erial.
Te llevé por los pardos encinares
y por el mar azul de Portugal.

Por los viñedos y por los pinares,
por los campos de trigo candeal,
por el monte de hayedos seculares
y las calzadas del camino real.

Te llevé por doquier, viajero errante
de la tierra y del mar, bajo el cambiante
cielo de tempestades o de calma.

Dentro de mí quise que tú vinieras
adonde fuese yo, como si fueras
un alma que naciese de mi alma.









Al que tenga en sus manos mi calavera

 Bien pelada por ávidos gusanos,
nítida, calva, sonriente, huera,
tibia de sol tendrás mi calavera
bajo el cielo de abril, sobre tus manos.

En ella buscarás ecos lejanos
como si un caracol marino fuera,
pues te llegó rodando a su manera
del tiempo en los ignotos oceanos.

Tú le preguntarás, dime ¿qué sabes
del tiempo en que tu risa florecía
y el dulce amor sobre tus ojos era?

Y respondiendo a tus preguntas graves
amarga y voluptuosa de ironía
reirá bajo el sol mi calavera.








Los pescadores al ocaso

 Sondan el agua verde, con hilos de sereñas,
morenos pescadores de quince años;
dan sus desnudos antiguos al horizonte
y van sobre finos perfiles de proas aguileñas.

Las quillas en la ola parten flores risueñas
de espuma, que un ocaso tiñe de rosa. Están
saltando los corderos nevados de San Juan
sobre un mar que hace juegos de colinas pequeñas.

Levan los aparejos, las manos impacientes
de júbilo, al sentir el marino tesoro
que sacude a tirones los anzuelos agudos.

Y ríen las figuras de los adolescentes,
alzando los pescados de nácar y de oro,
que sangran como joyas, por sus brazos desnudos.









La casa antigua

 La casa entre los árboles tenía
muros muy blancos, llenos de ventanas,
y esa hospitalidad y esa alegría
que canta el verdegay de las persianas.

Un tejado cansado con carcomas
y nidos en las vigas de madera
y arriba un palomar con sus palomas
y el humo lento de la paz casera.

El umbral rebajado, oscuro y puro
bajo la espesa sombra de vulgares
flores, entre moradas y bermejas.

Y, en el umbral, ese calor seguro
de invisibles abrazos familiares
que hay en la sombra de las casas viejas.

  



  


Soneto a la manera de los «poemas chinos»

 La barca más gallarda está en el río
de olas azules y árboles gentiles.
Toda la barca es ébano sombrío
con la proa de nácar y marfiles.

Mía es la barca, como el río es mío,
míos los remos largos y sutiles,
mía la flauta de bambú en que río
con un reír de claros añafiles.

¿Qué me falta, si borda mi jardín
el río y en vistoso palanquín
paseo bajo leves quitasoles?

Di, ¿qué pasa, oh reina de belleza,
para tener la mágica tristeza
que sólo tienen al morir los soles?








Lucientes muebles castaños

 Lucientes muebles castaños
pulidos por largos años
nuestra cámara tendría.
Las más exóticas flores
mezclarían sus olores
al que un ámbar diluiría.
Techos de incrustados robles,
viejo esplendor oriental,
todo hablaría en secreto
a nuestro espíritu inquieto
su dulce lengua natal.

Aquí todo es quietud, orden, bondad,
lujo, paz, calma y voluptuosidad.

¿Ves dormir en los canales
navíos septentrionales
de gran humor vagabundo?
Para cumplir, según creo,
tu más mínimo deseo
vinieron del fin del mundo.
Vamos: los murientes soles
llenan con sus arreboles
los canales, la ciudad.

Todo es de jacinto y oro,
duerme todo en el tesoro
de una tibia claridad.

Aquí todo es quietud, orden, bondad,
lujo, paz, calma y voluptuosidad.









Final y silencio

 Por un instante los criados
junto a la puerta arrodillados
están callados y parados
ante los rezos acabados.
Luego todos están en el suelo sentados.

Como las aguas por la rueda de los molinos
han pasado los años por el reloj mural.
Como el sol ha rodado todo por esos caminos
que mueren en las olas de Portugal.
En las veladas, en alta voz, cuando ya es tarde
ahora leo una vida del santoral.
En el velón de Lucena arde
aceite del dominio paternal.
Se acaba la lectura... «Para mañana
18, la vida de Santa Juliana...».
Diez esquilones acaban de sonar
y estoy sin madre ni mujer a quien besar.
Acabados el rosario y el día
a todos «Buenas noches nos dé Dios».
Esta hora... ¡Alegría
de aquellos que son dos!

Los criados por la puerta se van...
Ellos duermen abajo.
Ellas en el desván.
Ellas en la cigüeña.
Ellos con el can.
Con Rosalía la quinceña
soñarán y no dormirán.
El comedor grande está frío
con acidez de olor frutal...
Él y yo en la noche de estío
llenamos de luna un vacío
inmemorial.

Sin flores de oro las dóciles abejas,
empolvado y vacío tengo el panal.
Al fulgor de la luna de agosto, entre las rejas
como un gran álamo veo la torre de la catedral.

  






Heureux qui comme Ulysse a fait un beau voyage

Traducción de un poema de Joachim du Bellay


 Feliz quien como Ulises viaja con buena suerte
o conquista los áureos vellones de Jasón
y después, a la vuelta, con madura razón,
dichoso en casa espera que le llegue la muerte.

Aldea de mis padres: ¿cuándo volveré a verte,
con tus humos azules? ¿en qué clara estación
volveré a ver el huerto de mi pobre mansión,
que vale para mí como el reino más fuerte?

Más me placen los muros alzados por los míos
que los templos de Roma soberanos y fríos;
más que mármoles duros quiero pizarra fina.

Más mi Loira francés, que el gran Tíber latino,
más mi monte Lyré, que el monte palatino
y más que olas del mar, mi canción angevina.

[Poesías]






MAURICIO BACARISSE [9401]

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Mauricio Bacarisse
(Madrid, 1895-1931)
  
El mismo día en que murió Mauricio Bacarisse, el 4 de febrero de 1931, se divulgó la noticia de que le había sido concedido el Premio Nacional de Literatura a su novela Los terribles amores de Agliberto y Celedonia, uno de los ejemplos más destacados de la narrativa vanguardista. Mauricio Bacarisse, que nació en Madrid en 1895, comenzó su escritura dentro de los cánones del modernismo (fue uno de los participantes en La ofrenda de España a Rubén Darío, de 1916) para luego aproximarse a la vanguardia, aunque manteniendo siempre ciertas distancias. «¿De qué quinta poética era usted?», le preguntaba un periodista en 1929: «De la de 1914. Es decir, de aquella en la que formaron conmigo Luis Fernández Ardavín, Camino Nessi, Joaquinito Dicenta, Juan José Llovet, Rey Soto, por no citar más nombres. [Éramos] rubenianos todos. El astro magnífico de "La marcha triunfal" y de los "Motivos del lobo" se ponía entre resplandores de gris púrpura, incendiando el Parnaso. Todos estábamos borrachos de su luz» (citado en el prólogo a Poesía completa, pág. 23).
Buen conocedor de la literatura francesa (estudió el bachillerato francés), trabajador en una compañía de seguros (alternaba esa ocupación con sus estudios universitarios), catedrático luego de Lengua y Literatura en el instituto de Ávila, Bacarisse tuvo además tiempo para tomar parte muy activa en la vida literaria: contertulio de Pombo, organizador de veladas ultraístas, participante en la famosa sesión del Ateneo sevillano en la que se presentó en sociedad el grupo del 27... Publicó tres libros de versos: El esfuerzo, de 1917, claramente modernista, con incursiones en el feísmo, El paraíso desdeñado, de 1928, neorromántico, y Mitos, de 1929, con influencia de dos títulos recientes de la generación del 27: Romancero gitano, de Lorca, y Cántico, de Guillén.

Obra poética

El esfuerzo, Madrid, José Yagües, 1917.
El paraíso desdeñado, Madrid, La Lectura (col. Cuadernos Literarios), 1928.
Mitos, Madrid, Compañía Ibero-Americana de Publicaciones, s. f. [1930].
Antología poética, Madrid, 1932. Prólogo de Ramón Gómez de la Serna.
Memoria poética 1895-1931, Sevilla, Dendrónoma, 1981. Prólogo de Jorge Urrutia.
Poesía completa (ed. Roberto Pérez), Barcelona, Anthropos, 1989.

Bibliografía

CARRERO ERAS, Pedro, La obra de Mauricio Bacarisse, 2 tomos, Madrid, Universidad Complutense (Servicio de Reprografía), 1988. Colección Tesis Doctorales 147/88.
CHABÁS, Juan, Poetas de todos los tiempos, La Habana, Cultural, s. f., págs. 395-398.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, «Corona», en Antología poética, págs. IX-XIV.
PÉREZ, ROBERTO, «Introducción», en Poesía completa, págs. 9-54.
URRUTIA, Jorge, «Noticia de Mauricio Bacarisse», en Memoria poética, págs. II-IX.





Bebedor de ajenjo

 Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.

Víctima del desencanto
sufro martirios letales;
por eso adoro yo tanto
mis dichas artificiales.

Paraísos artificiales
que huyen del ruido y del sol...
¡Mis rimas son inmortales,
pues son hijas del alcohol!

Soy mísero y decadente;
en mi alma el Hastío muerde.
Por eso adora mi mente
los sueños del licor verde.

Licor venenoso y triste
que como un suave beleño,
un grato perfume diste
al cadáver de mi ensueño.

Licor que tiene el matiz
de unos ojos que yo amé,
y del tinte del tapiz
en que danzó Salomé.

(Ojos glaucos y perversos
que asesinasteis mi vida,
y les disteis a mis versos
fragancia de flor podrida.)

Turbio ajenjo sibilino
que tienes el sabor fuerte;
que harás de mi desatino
vestíbulo de la Muerte.

Cómplice de la locura,
mis hojas muertas no arranques,
licor que todo lo cura,
licor de color de estanques...

Si siempre estoy ensayando
mi sonrisa amarga y triste,
es porque estoy esperando
a una mujer que no existe.








Las máximas de Epictecto

 Besa la niebla de las madrugadas
   de mis balcones el cristal;
solfea el reló cinco campanadas
   como un arpegio digital.

¡Silencio matinal! Nada me turbe
   salvo el ronco rodar de un coche
o un alegre cantar de gallos de urbe
   dando extremaunción a la noche.

Leo en sartas de letras pequeñitas,
   con ambiente callado y quieto,
por mi buen bisabuelo manuscritas
   máximas del viejo Epicteto.

¡Marcha el sirio filósofo estoico
   sobre sabia huella socrática!
Quiere su crátera en mi incendio heroico
    verter la prudencia pragmática.

Ama mi carne el premio de los goces.
   Ansía besos y riquezas.
¡Epicteto no ha de mellar las hoces
   que emplear quiero en mis proezas!

Me detendré por la concha y la flor
   y dejaré partir la nave.
No ha llegado a asustarme el dolor
   ni a tentarme la vida suave,

y harto de dar saltos y piruetas
   de saltimbanqui silogístico
iré a buscar las verdades secretas
   en un mar violento y artístico,

y así me adueñaré del Universo,
   sin podres teorías físicas;
así abrirán los dedos de mi verso
   las rosas metafísicas.

Quiero raptar a la Helena troica
   chorreando sangre melpoménica,
y enseñar a la escuela estoica
   mi dolor de tragedia helénica.

El huir del Sufrir es ser cobarde,
   ¡Apréndelo, Prudencia mágica!
El Manual de Epicteto llega tarde.
   ¡Amo la vida recia y trágica!

En daguerrotipos y en miniaturas
   se ríen mis antepasados
de que lea sus viejas escrituras...
   ¡Aventureros y desventurados!

A mi abuelo le brilla la capona
   sobre casaca sanjuanista,
y su negra perilla desentona
   sobre el corbatín de batista.

Vosotros, por la noche en vuestra alcoba
   este amarillo libro que abro
escribisteis en mesas de caoba
   a la luz de algún candelabro.

Pero nunca os domasteis a la horma
   de la renunciación dogmática.
La aurora que nacía os dio la norma
   de la gran existencia dramática.

Suenan los conventuales esquilones
   y me dicen palideciendo
«Hasta mañana» las constelaciones.
   El día nace sonriendo...

Borra el alba la noche alarmante,
   como quien corrige una errata,
y en el cielo cabecea el menguante
   como una góndola de plata.

[El esfuerzo]
  







[La luna...]

 La luna es sólo la luna,
y no se parece a nada.

No vale buscarle imágenes,
ni tropos ni semejanzas.

Yo acaricié aquella noche
las breves manos doradas,

las que ni desear pude,
las manos nunca soñadas.

En el río de arco iris
coreaban mil cascadas.

No eran laderas fluidas
de cordilleras de agua;

no eran tampoco caderas
de las náyades más cándidas.

No eran de piedra ni carne
sino de cosa más clara,

que sigue siendo lo que es
aunque sea destrizada.

Eran un poco de música
única e inesperada.

Sus manos eran sus manos,
en las mías anidadas.

La luna era incomparable,
redonda, contenta y alta.

¡Quién me volviera esa noche,
aunque muriera mañana!

La luna es sólo la luna,
y no se parece a nada.








Lectura

 Corazón mío, no te exaltes.
Fija los ojos en el libro;
mira las gráciles letras, en la celulosa,
como las momias en los siglos.

Olvida el canto y la medalla.
(El rizo olía a miel de otoño.)
Aún le han de crecer al libro muchas yemas cuando
estés perdido en el reposo.

Todo será para la cifra.
Han de cifrarse tus latidos,
y han de ser piedras, como las que descansan
en las meditaciones de los ríos.

[El paraíso desdeñado]
  







Jardín de convento

En el jardín del convento
las flores mueren tempranas;
viven tan sólo el momento
en que doblan las campanas.

Los mástiles de las naves
que vencieron el confín,
abiertas jaulas de aves
en la quietud del jardín

ven el ansia retorcida
del pálido surtidor,
que es antorcha arrepentida
de su primitivo ardor.

  







Cisne

 Blanca, punzante, sin filos,
corta la proa de bruma
claros conceptos de espuma,
inquietantes y tranquilos.
El lago de los estilos
musicaliza el plumaje;
diseño yergue, en viaje,
que aunque el sonido silencia
influencia en su elocuencia
a los signos del lenguaje.







Ruiseñor

 La pálida luna en flor
y la fuente, en mil promesas,
son dos hermanas siamesas
unidas por un temblor.
Riela trinos, ruiseñor,
sobre agua de astros en calma,
tú, que humedeces la palma
de la mano de Dios, y osas
probar a las lindas rosas
la inmortalidad del alma.

[Mitos]


JOSÉ BERGAMÍN [9402]

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José Bergamín
(Madrid, 1895-San Sebastián, 1983)
   
José Bergamín, que desde el comienzo acompañó a su generación con la cohetería de sus aforismos, con las paradojas de sus ensayos, es sin embargo un poeta tardío. En plena guerra civil, cuando adoptaba las más extremas posturas políticas, asombró a Antonio Machado con sus «Tres sonetos a Cristo crucificado ante el mar», publicados en Hora de España, y que tenían el torturado empaque del barroco mejor (junto al magisterio, inevitable, de Unamuno). Pero el Bergamín poeta más característico no fue por esa línea del conceptismo, la gran retórica y el ingenio, para la que estaba excepcionalmente dotado, sino por otra bien distinta: la poesía que viene de los cancioneros populares, la que prefiere el verso de arte menor y la rima pobre, y que encuentra en Augusto Ferrán y en Bécquer dos de sus nombres más característicos. Desde La claridad desierta (1973) hasta Esperando la mano de nieve (1983), de tan becqueriano título, Bergamín fue escribiendo rimas y más rimas, coplas y más coplas, sin importarle la reiteración, el riesgo -evidente- de la monotonía. Los poemas de La claridad desierta -según subraya Ramón Gaya en el epílogo al volumen- «han sido escritos por el Bergamín más despojado, más interno; son los poemas de un versificador muy reciente, en colaboración, diríamos, con un hombre de setenta años, o sea, pleno, completo, lo que dará, pues, a esos poemas, una condición privilegiada de madurez juvenil -una juventud madura, en cambio, no es posible- y una transparencia, una "claridad" única, última».
Poesía casi adolescente, en paradoja muy suya, la del último Bergamín, poesía en la que el viejo escritor, que se sabe todos los trucos del oficio, abjura de su maestría, y juega a que la poesía se confunda con el suspiro, sea sólo voz del alma, soplo del espíritu. En los mejores momentos alcanza la ligereza y la gracia de la poesía popular.

Obra poética

Rimas y sonetos rezagados, Madrid, Renuevos de Cruz y Raya, 1962.
Duendecitos y coplas, Madrid, Renuevos de Cruz y Raya, 1963.
La claridad desierto, Málaga, Litoral, 1973. Epílogo de Ramón Gaya.
Del otoño y los mirlos, Barcelona, R.M., 1975.
Apartada orilla (1971-1972), Madrid, Turner, 1976.
Velado desvelo (1973-1977), Madrid, Turner, 1978.
Poesías casi completas, Madrid, Alianza Editorial, 1980.
Esperando la mano de nieve, Madrid, Turner, 1982.
Poesías [7 volúmenes], Madrid, Turner, 1983-1984.
Antología poética (ed. Diego Martínez Torrón), Madrid, Castalia, 1997.

Bibliografía

DENNIS, Nigel, El aposento en el aire. Introducción a la poesía de José Bergamín, Valencia, Pre-Textos, 1983.
GAUTIER, Blaise (ed.), José Bergamín, París, Centre Georges Pompidou, 1989.
GAYA, Ramón, «Epílogo para un libro de José Bergamín», en La claridad desierta, págs. 209-214.
GONZÁLEZ CASANOVA, J. A., Bergamín a vista de pájaro, Madrid, Turner, 1995.
MARTÍNEZ TORRÓN, Diego, El sueño de José Bergamín, Sevilla, Alfar, 1997.
PENALVA, Gonzalo, Tras las huellas de un fantasma. Aproximación a la vida y obra de José Bergamín, Madrid, Turner, 1985.
VV. AA., En torno a la poesía de José Bergamín, Lleida, Pagès, 1975.







[Nieve, traslado helado...]

 Nieve, traslado helado del hastío:
cuando desciendes blandamente al suelo
desde el abismo de tu oscuro cielo,
eres cobijo de silencio al frío.

Hasta que tu celeste desvarío
te apresa, precipicio de tu vuelo,
en duro celo, en crepitante hielo:
sedosa al paso pesaroso mío.

No dejas de ti misma, cuando helada,
más que el blanco fulgor de tu figura:
sudario de la luz aprisionada;

que esa radiante faz de tu blancura
por pálido cristal equivocada
te apaga en sueño, en sombra y noche oscura.

  






Al volver

 Aquí nació mi vida a la esperanza
y aquí esperó también que moriría;
ahora que vuelvo aquí, parecería
que el tiempo me persigue y no me alcanza.

Detiene otoño el paso a la mudanza
que en la luz, en el aire se extasía:
los árboles son llamas, su alegría
enciende ya mi bienaventuranza.

Todo pasó. Todo quedó lo mismo:
como si en este otoño floreciera,
ardiendo en el fulgor de su espejismo,

última para mí, la primavera;
abismo del no ser al ser abismo
la eternidad del tiempo prisionera.








[¡Qué pesarosa noche!...]

 ¡Qué pesarosa noche! ¡Qué angustiada
de su desvelo y soñación se siente!
¡Cómo la soñarrera de la mente
abre su paso al peso de la nada!

¡Qué desasida luz! ¡Qué deseada
penumbra del soñar, si, de repente,
le vuelve al corazón más transparente
su hueca soledad desesperada!

Cual si en un alto vuelo se tornase
el vano discurrir fugaz del río
y en blanda pesadumbre se posase,

se posa, se aposenta, en mí, el vacío,
como si a su pesar se acompasase
su peso al paso pesaroso mío.

  






[¡Qué estúpido esperar desesperante!]

 ¡Qué estúpido esperar desesperante!
¿Esperar qué? si la esperanza es vana.
Hoy por hoy, mañana por mañana,
y ayer por un ayer futurizante,

todo pende y depende del instante,
del momento fugaz en que se gana
y se pierde sin fin la vida humana
por esa huida temporal constante.

Lo que dejó de ser sin haber sido
volverá a ser como si no lo fuera
dándose en lo ganado por perdido.

Y en tan veloz como mortal carrera
morir es desvivir lo no vivido,
vivir desesperar lo que se espera.

  






[Al pasar...]

 Al pasar por el parque me he encontrado
con un fantasma errante en sus caminos:
destello luminoso de hojas muertas,
Otoño sobre el suelo humedecido.

Tan inaudita música de lumbres
hace visible el alma a los sentidos
como un rescoldo que despierta en llama
al fuego que en cenizas se ha dormido.

Seguirán otros pasos a mis pasos;
pisarán esta tierra que yo piso:
pero no escucharán los mismos ecos
que yo estoy escuchando otros oídos.

Otros ojos verán lo que mis ojos,
pero no lo verán como los míos.
Y en otro Otoño pulsará el Otoño
otro latir de corazón vacío.

  



  


[Tiembla la llama...]

Tiembla la llama en el fuego
y su reflejo en el agua.
Tiembla tu sombra en el aire
y la luz en tu mirada.

Con lejanía de canto
tiembla el son de la campana.
Tiembla la voz del torrente
y su eco en la montaña.

Tiembla la ola en la espuma
al deshacerse en la playa.
Y tiemblan sobre la arena
las huellas de tus pisadas.

Tiemblan todas las estrellas
cuando las apaga el alba.
Y tiembla la oscuridad,
sintiéndose desvelada.

En el ahora y el hoy
tiembla el ayer y el mañana.
Y tiembla la eternidad
en el momento que pasa.

Tiembla el susurro del viento
en las arboledas altas.
Y el parlero andar del río
tiembla en la corriente clara.

Tiembla en tu pelo un sollozo
de oscuro llanto sin lágrimas.
El día y la noche tiemblan
al encontrarse en tu cara.

La soledad de los campos
tiembla en un piar de pájara,
con estremecido vuelo,
con estremecidas alas.

Tiembla la rama en el árbol
y la hoja tiembla en la rama.
Yo siento que está temblando
en mi corazón, tu alma.








[Ando perdido...]

 Ando perdido en un sueño
como si no fuera yo.
Todo lo veo muy claro,
pero con mis ojos no.

Siento que estoy dando voces,
pero ninguna es mi voz.
Cuando despierto, se llena
de sombra mi corazón.

  






[Con qué inmensa...]

 ¡Con qué inmensa, infinita pesadumbre
siento en mi corazón el Universo,
pensando que sus mundos siderales
los pueblan astros muertos!

Sintiendo, al contemplar el hondo abismo
oscuro o luminoso de los cielos,
entre asombro, y horror, y maravilla,
el ánimo suspenso.

Porque lo que me espanta de los astros
es que parecen quietos:
y de ésos, sus espacios infinitos
-como a Pascal-, es el silencio eterno.

¿Será terrenal sólo nuestra vida
y todo lo demás será silencio?
¿Qué soledad de soledades llena
con su propio vacío el firmamento?

Máscara de cristal, sin transparencia
iluminado espejo,
sin eco a nuestra voz y sin respuesta
a nuestro pensamiento.

¿No hay otra vida que la de la Tierra?
¿El mundo sideral es un desierto?
¿Vive la Tierra sola, rodeada
de mortales espectros?

¿Más allá de mi humano ser terrestre
no encontraré más vida ni más sueño
que el que me abren las simas celestiales
con su profundo Infierno?








[Desde este silencio]

Desde este silencio
no oiréis más mi voz.
Y cuando se rompa,
ya no seré yo

el mismo que os hable
de nuevo, sino
otro, que se ha muerto,
al que nadie oyó.

[Poesía, I]







[¡Qué poco...!]

 ¡Qué poco me va quedando
de lo poco que tenía!
Todo se me va acabando
menos la melancolía.

[Canto rodado]






JOSÉ MARÍA MORÓN [9403]

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José María Morón
(Huelva, 1897-1966)

José María Morón ha pasado del generalizado reconocimiento en los años treinta, cuando su libro Minero de estrellas obtuvo el primer accésit en el Premio Nacional de Literatura, al completo olvido en los años posteriores a la guerra civil. En 1936 se le dio por muerto y algunas de las más notables figuras de la España republicana, Antonio Machado entre ellas, lamentaron su asesinato. Pero se salvó en el último momento y, logró vivir largos años durante el franquismo, camuflado de oscuro funcionario y ocupado en experimentos poéticos de muy escaso interés, como lograr que todos los versos de un soneto tuvieran, además del mismo número de sílabas, la misma extensión, cuarenta y siete espacios, para darle -escribía- «categoría de sillar recién labrado». «Creo que esta innovación no ha sido hecha por poeta alguno desde que existe el mundo de la poesía», añadía con ingenuo orgullo (citado por Pérez Bowie, pág. 57).
Minero de estrellas es una de las primeras y más destacadas muestras de la poesía social en los años treinta. Muy cercano en lo formal a Rafael Alberti y a otros poetas del 27, su poesía, a juicio de Jorge Urrutia, «significó la conciliación de las estéticas neogongorinas y paraproletarias. Desde el punto de vista del neogongorismo de Gerardo Diego resultaba tardío. No lo era tanto desde la perspectiva del poema de fuerte compromiso ideológico. Pero lo original de Morón era la belleza formal de unos poemas que se referían al mundo obrero de las minas onubenses». Según el citado estudioso, «tal capacidad embellecedora del lenguaje hace pensar, aunque nunca fuera tan barroco, en la estética de la prosa de otro poeta de Huelva, Juan Ramón Jiménez, que también supo envolver la dureza de lo descrito en el fulgurante verbo de Platero y yo». (en Leopoldo de Luis, pág. 47).

Obra poética

Minero de estrellas, Sevilla, Imprenta Piñal, 1933; 2.ª ed. corregida, Nerva (Huelva), Ateneo, 1936.
Minero de estrellas y otros poemas, estudio preliminar de J. A. Pérez Bowie, Huelva, Diputación Provincial, 1993.
Minero de estrellas (antología poética), selección de Manuel Sánchez Tello, Huelva, La Voz de Huelva, 1999.

Bibliografía

GARCÍA MARTÍN, José Luis, «Las sombras recobradas», en Cómo tratar y maltratar a los poetas, Gijón, Llibros del Pexe, 1996, págs. 54-55.
LECHNER, J., El compromiso en la poesía española del siglo XX, Leiden, Universitaire pres, 1968, vol. I, págs. 102-106, vol. II, págs. 59-66.
LUIS, Leopoldo de, Poesía social española contemporánea, edición y notas de Fanny Rubio y Jorge Urrutia, Madrid, Biblioteca Nueva, 2000, págs. 40-50.
MENESES, Carlos, «Las dos vidas del poeta Morón», en Papeles de Son Armadáns, núm. 232, Madrid-Palma de Mallorca, julio de 1975.
PÉREZ BOWIE, J. A., «Preliminar», en Minero de estrellas y otros poemas, págs. 7-58.




Epístola a los mineros de Río Tinto

 ¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios.
Sólo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo.
El que expanden las arduas muchedumbres activas,
cuando los otros nombres ya olvidaron sus cuerpos.

En rebelión de músculos y torsos distendidos,
yo os he visto ganar un cielo cada día
y ese pan merecido, que al llegar a la boca,
tiene el sabor caliente de vuestra propia vida.

¡Hombres de hollín y lodo! Menhires elevados
como un tenaz milagro de voluntad y tiempo,
con el pico en el aire, o con la pala al hombro,
sobre el paisaje ardido de escorias y de aceros.

Cuando agoniza en largo gemido la sirena
y el alba azul exprime los panales del sueño,
ya en pie, terca milicia, de harapos y alpargatas,
camináis a la fiesta de la tierra y el fuego.

A esa bárbara fiesta en que el martillo es pájaro,
y son los yunques rojos surtidores de estrellas;
los altos hornos brindan su sangre a los ponientes
y cazan nubes albas las negras chimeneas.

A la fiesta hervorosa, de los bosques eléctricos,
donde las grúas famélicas rumian huesos de rocas
y van las sucias crías de vagones piantes
colgadas en las ubres de las locomotoras.

A la fiesta rodante de las trémulas fábricas,
donde el metal agita su candente epilepsia
y lanzan sus metáforas violentas los motores,
en la música negra de émbolos y poleas.

A fiesta plutónica del filón millonario,
allá, en los fondos negros de la mina inexhausta,
cuando zumban los pulsos del mundo en vuestras sienes
y sobre vuestros hombros cabalgan las montañas.

Tenéis toda mi vida pequeña en vuestras manos,
cunas de los asombros más dulces de mis días;
aquella vida rubia que se me fue riendo
por el áspero y roto paisaje de la mina.

¿Nombres? Yo no recuerdo ninguno entre mis labios,
sólo el enorme, anónimo, del genérico esfuerzo.
¡Hombres de hollín y lodo! ¡Mineros de Río Tinto!
Yo os guardo en el más alto mirabel del recuerdo.

  





Bartolomé Morón

 Las sondas de tus ojos, en sueños verticales,
sobre los fondos últimos que la mina dilata,
hurtando lunas frías y conchas siderales,
a la alta veta rubia, de los labios de plata.

Capataz de las rocas canas de minerales,
equipado de hollín y de lodo escarlata.
Te diplomaron hornos, yunques y pedernales,
con el candil minero y la blanca alpargata.

Y tú, ya cuaternario y ausente de niveles,
harto de longitudes y de números fieles,
vivías la millonaria noche de las piritas.

Vaivoda de los gnomos, de albas barbas filadas,
jardineros del parque, azul, de estalactitas,
donde el agua idealiza sus flautas apagadas.









 T.S.H.

 Las ciudades ubicuas, esta noche, al oído,
cambian ramos de patrias con azules aromas...
Ya la fábula insomne de tu voz ha surgido
y luceros y estrellas ponen puntos y comas.

¡Palomar de la onda! ¡Mi oído es como un nido
izado a la esperanza!... Y he aquí las palomas,
que han llegado a los altos cimbeles del sonido
adornadas con lazos de todos los idiomas.

La educada distancia jovial nos da la mano
y ya el mundo, oh amiga universal, es tan llano
que se percibe el tibio color de tu mirada,

a través del viajero corazón de tu acento,
tan dulce que esta noche se despluma en el viento
para mullir de claros desvelos mi almohada.









Alba rural

 Con la comadre luna ya estrellas desveladas
junto al fogón del día secan sus delantales.
Se envían los gallos rotas distancias renovadas
y asnos plenos derrumban silencios y corrales.

Flautas decoran párvulas abundancias mojadas,
duchas de agua en gorjeos de pozos irreales
y un vertical repique de alondras, elevadas,
sobre el candor agrario de la tierra en pañales.

Recovera temprana de sueños y luceros,
olorosa a mercados, hada de los fruteros,
hasta mi lecho el alba penetra de puntillas.

Entre sus blancas sábanas despierta el caserío...,
y la dulce mañana empolvada de frío
va a misa con almendros de floridas mantillas.






  


Expreso

 En largo acordeón de sombra, ardiendo,
tromba de escaparates seguidores,
a cien rayos la hora persiguiendo
fugas de pueblos, árboles y alcores...

Por la epilepsia forestal, mugiendo
a los férreos rebaños invasores,
corneando el confín y en dos partiendo
la burla de los vientos lidiadores.

Puentes de turbia lengua y revoladas
cales, huyendo, tras las estaciones
telegráficamente trasplantadas.

En una expectación de lejanías...
cuando pulsa, entre raudas ovaciones,
su pase de la muerte el guardavías.

[Minero de estrellas]





JUAN JOSÉ DOMENCHINA [9404]

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Juan José Domenchina
(Madrid, 1898-México, 1959)
  
Extraña situación literaria la de Juan José Domenchina. Desde su precoz iniciación poética -en 1917, con prólogo de Ramón Pérez de Ayala- contó con los mejores auspicios. Poeta, novelista de vanguardia, activo crítico en los diarios más leídos, discípulo predilecto de Juan Ramón Jiménez, secretario de Manuel Azaña durante los años republicanos, no logró sin embargo formar parte del más selecto grupo de la joven literatura, pronto conocido como generación del 27. Su editora reciente, Amelia de Paz, ha llegado a hablar del «caso Domenchina»: una especie de conspiración de silencio que fue formándose en torno a su obra tras la ruptura de los poetas del 27 con Juan Ramón Jiménez. Pero hubo también razones estéticas para esa marginación: Domenchina, que se inicia como poeta en el tardomodernismo, se caracteriza luego por el rebuscamiento y la aspereza de su léxico. Ya Melchor Fernández Almagro, al reseñar en 1930 La corporeidad de lo abstracto, señaló que «son muchos los versos de Domenchina que quedan inválidos»; les faltaría «sentimiento e intuición»; les sobraría feísmo expresionista, involuntaria comicidad: «Abdominia (¡!),dispepsia, polisarcia. / (Diagnóstico moderno.) ¡Es natural! / Rotos cacharros de su ajuar, ¡qué jarcia! / Abulia. Ignavia. Vacuidad mental».
En el exilio mexicano, la poesía de Domenchina cambia por completo: con empaque quevediano, añora la patria perdida -su natal Madrid, muy especialmente-, lamenta la fugacidad de la vida, aguarda con estoicismo la embestida de la muerte. A la sobriedad léxica -renuncia, por fin, a rebuscar en los sótanos del diccionario- se añade la recuperación del estrofismo clásico: sonetos sobre todo, décimas, algún romance. Con El diván de Abz-ul-Agrib juega al apócrifo inventándose un poeta oriental que compensa bien, con sus alardes coloristas y metafóricos, la monótona y obsesiva sequedad de su poesía última.
Con el exilio, dejó de ser Domenchina una curiosidad literaria, una extravagancia de época, para convertirse en un poeta, pero ya las nóminas estaban fijadas y los rencores antiguos arraigados, por lo que, hasta hoy mismo, continuó siendo un caso aparte, una especie de apestado dentro de su generación.
  
Obra poética

Del poema eterno, Madrid, Ediciones Mateu, 1917. Prólogo de Ramón Pérez de Ayala.
Las interrogaciones del silencio, Madrid, Ediciones Mateu, 1918.
Poesías escogidas. Ciclo de mocedad, 1916-1921, Madrid, Ediciones Mateu, 1922.
La corporeidad de lo abstracto, Madrid, Renacimiento, 1929. Prólogo de Enrique Díez-Canedo.
El tacto fervoroso, 1929-1930, Madrid, C.I.A.P., 1930.
Dédalo, Madrid, Biblioteca Nueva, 1932. Con una caricatura lírica de Juan Ramón Jiménez.
Margen, Madrid, Biblioteca Nueva, 1933.
Poesías completas (1915-1934), Madrid, Signo, 1936.
Poesías escogidas (1915-1939), México, La Casa de España en México, 1940.
Destierro. Sonetos. Décimas concéntricas y excéntricas. Burlas y veras castellanas, México, Editorial Atlante, 1942. Prólogo de Azorín.
Tercera elegía jubilar, México, Editorial Atlante, 1944.
Pasión de sombra (Itinerario), México, Editorial Atlante, 1944.
Tres elegías jubilares, México, Editorial Centauro, 1946.
Exul umbra, México, Stylo, 1948.
Perpetuo arraigo, México, Signo, 1949.
La sombra desterrada, México, Almendros y Cía., 1950.
Nueve sonetos y tres romances con una carta rota, incoherente e impertinente a Alfonso Reyes, México, Editorial Atlante, 1952.
El extrañado, 1948-1957, México, Tezontle, 1958.
Poemas y fragmentos inéditos, 1944-1959, México, Ecuador 0º, 0', 0'', 1964. Transcripción de Ernestina de Champourcín.
La sombra desterrada (1948-1950), Málaga, El Guadalhorce, 1969.
El extrañado y otros poemas, Madrid, Rialp (col. Adonais), 1969. Prólogo de Gerardo Diego.
Poesía (1942-1958) (ed. Ernestina de Champourcín), Madrid, Editora Nacional, 1975.
La sombra desterrada y otros poemas, Madrid, Torremozas, 1994. Introducción de Ernestina de Champourcín.
Obra poética (ed. e intr. Amelia de Paz), 2 tomos, Madrid, Castalia/Comunidad de Madrid, 1995. Prólogo de Emilio Miró.

Bibliografía

ANDÚJAR, Manuel, «El exilio y Madrid en la poesía de Juan José Domenchina», en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 331 (1978), págs. 5-18.
BELVER, Catherine G., El mundo poético de Juan José Domenchina, Madrid, Editora Nacional, 1979.
CARREIRA, Antonio, «El gongorismo involuntario de Juan José Domenchina», en Bulletin Hispanique, núm. 90 (1988), págs. 301-320.
DIEGO, Gerardo, «Prólogo», en El extrañado y otros poemas, págs. 7-15.
DIETZ, Bernd, «A quince años de la muerte de Juan José Domenchina», en Cuadernos Hispanoamericanos, núm. 308 (1976), págs. 225-230.
DÍEZ-CANEDO, Enrique, Estudios de poesía española contemporánea, México, Joaquín Mortiz, 1965, págs. 178-188.
FERNÁNDEZ ALMAGRO, Melchor, «Juan José Domenchina, escritor en prosa y verso», en La Gaceta Literaria, núm. 77, 1 de marzo de 1930, pág. 4.
GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor, «Juan José Domenchina: Tres elegías jubilares», en Poesía española de 1935 a 1975. De la posguerra a los años oscuros (1935-1944), Madrid, Cátedra, 1987, págs. 286-291.
PAZ, Amelia de, «Introducción», en Obra poética, t. I, págs. 15-84.
ZARDOYA, Concha, «Juan José Domenchina, poeta de la sombra», en Poesía española del siglo XX: estudios temáticos y estilísticos, Madrid, Gredos, 1974, vol. III, págs. 180-194.






El fervor

 Como en la piel de Rusia -¡es extraño!-, el latido
del abedul -acorde de olor- y en el gemido
la lágrima y el lúpulo en el oro fluido
de la cerveza, en todo me encuentro estremecido.

Mi corporeidad -mínima y acicular- es apta.
Su tensión esotérica a la adiaforia capta,
a la emoción impulsa y al entusiasmo rapta.

Soy penumbra, ebriedad de sol, senda, abditorio,
montículo de sombra, cumbre, reclinatorio,
rémora y acicate. ¿Verdad? Contradictorio.

Y omnipresente. En todo palpito. Mis huidas
moléculas perforan la vida, estremecidas...
Mi ubicuidad, empero, no alcanza a las mentidas
verdades, ni hasta el útero de las hembras vendidas.







Hastío

 Hastío -pajarraco
de mis horas-. ¡Hastío!
Te ofrendo mi futuro.

A trueque de los ocios
turbios que me regalas,
mi porvenir es tuyo.

No aguzaré las ramas
de mi intelecto, grave.
No forzaré mis músculos.

¡Como un dios, a la sombra
de mis actos -en germen,
sin realidad-, desnudo!

¡Como un dios -indolencia
comprensiva-, en la cumbre
rosada de mi orgullo!

¡Como un dios, solo y triste!
¡Como un dios, triste y solo!
¡Como un dios, solo y único!

  





Siesta de junio

El agua de la alberca
acorda su rumor.

De la chicharra terca
se escucha el estridor.

Un abejorro acerca
su pertinaz hervor.

Con otro gallo alterca
un gallo reñidor.

Rezuman sombra, cerca,
dos árboles en flor.

  





[Interrogome...]

   Interrogome, de manera
   sarcástica: ¿Su profesión?
Yo, serio y triste, le repuse:
   Funámbulo, meditador.




[Mujer. Palabra rubia]

Mujer. Palabra rubia,
de miel. Vaso de oro.
Persistencia monótona, de lluvia.
Silencio puro. Balbucir sonoro.
Mármol o bronce. Simulacro.
Corporeidad rotunda. Lanza
de emoción. Fuego sacro.
Cumbre de todos los instintos. Danza.
Médula de lo ignoto. Áurea vedija
incoercible. Vientre de los nombres.
Arca de la eternidad. Hija
del Hombre. Madre de los hombres.

[La corporeidad de lo abstracto]
  





Vándalo augusto

 Al fin, yo soy lo que mi ser abstracto,
de espectro múltiple y veraz, proyecta.
Concéntrico el fervor, la vida recta,
nada me mueve sino el dulce pacto.

Divina forma y aprehensión del acto
que encarna el verbo: furia de mi secta.
La vida inmune, virgen, está infecta.
El alma viva de mi carne es tacto.

Ascético rencor, turbios regímenes,
mística farsa de la pura frente:
sean de amor y de verdad mis crímenes.

No estanque, sino cima de torrente.
Vándalo augusto de floridos hímenes.
Doma de eternidad es el presente.

  





Distancias

Distancias.
En la vida hay distancias.

El hombre emite su aliento,
el limpio cristal se empaña.

El hombre acerca sus labios
al espejo...
pero se le hiela el alma.

(...pero se le hiela el alma.)

Distancias.
En la vida hay distancias.






Halos

Dios dejó en la ceniza
los pensamientos
que no pudo hacer luz.

Más allá del espectro,
la obra de Dios frustrada
prolonga su silencio,
perenniza su angustia
en un sordo y concéntrico
rencor, que es aureola
de todo lo perfecto.

[El tacto fervoroso]
  





Doncel póstumo

 Caliente amarillo: luto
de la faz desencajada;
contraluz que es tributo
y auge de la presunta nada,
¡muerte! Por la hundida ojera
se asoma la calavera,
ojo avizor de un secreto
que estudia bajo la piel
su salida de doncel
póstumo: don de esqueleto.







Tarde

 Mejor que tú, pensamiento,
este olvido de enramada
donde todo vive en nada:
hoja al sol, pájaro al viento.
De azul de luz sin cimiento,
¡qué cúpula! Maravilla
de ingravidez amarilla.
Mejor, pensamiento, el río;
donde apenas moja el frío
de su límite la orilla.

  


   


Perfecto, para la muerte

 Sí, perfecto; recreado
en perpetuas soledades.
¡Llanura!: cinco verdades,
las del estigmatizado,
llagas vivas, en tu fuero
de altiplanicie señero,
viven de mirar lo inerte,
de oír y oler lo indistinto,
gustando y palpando instinto.
Perfecto, para la muerte.

[Margen]
  





 [Es la noche sin fin...]

Es la noche sin fin, la desvelada
noche, que con sus filos de cuchilla
implacable recorta en amarilla
muerte nuestra silueta enajenada.

Vivir, cuando vivir no vale nada,
equivale a sembrar, con la semilla
infecunda, el dolor, que tanto humilla,
de una existencia rota y postergada.

Y el insomnio repite inexorable
el paso de la vida irrevocable,
que, sin dejarse de sentir, se aleja.

¿Dónde nos llevará, tan sin camino,
tan juguete irrisorio del destino,
nuestra razón destartalada y vieja?

[Destierro]
  



   


El desenlace

 Por una tarde de mi ayer, dorada,
de luz caliente y de tostada arena,
me voy. Y vuelvo a ser hombre sin pena,
y no vida a remolque y abrumada.

Esta tarde es el fin de mi jornada
-harto lo sé-, y el aire se me llena
de luz. Llevo mi muerte con serena
unción sobre la carne sosegada.

Libre del todo estoy, porque ya nada
al mundo de los hombres me encadena.
Y lo único que tengo, la mirada

lúcida, de mis ojos se enajena.
Por una tarde fiel, resucitada
para mí muerte, en fin, me voy sin pena...

[La sombra desterrada]
  



  


[¡Aquel sosiego!...]

¡Aquel sosiego! ¡Todo sin premura
y libre en sus quietudes del cuidado
y del afán; el cuerpo bien hallado
y el alma, ya radiante de ventura,

suspensa en sí y meciéndose en la altura
de un momento de gloria bien logrado!
Así viví ese instante, ya pasado,
que me prendió en la luz de su hermosura.

¡Aquel sosiego! Un punto que fulgura
en mi existir brumoso y abrumado.
Lo demás es delirio, calentura,

dolor, fatiga, amor, horror, forzado
contender, y este huelgo, sin holgura,
con que respiro el aire que he aspirado.




   


[Aquí tienes la vida...]

Aquí tienes la vida que me diste.
Te restituyo lo que es tuyo. Quiero
ser de verdad en tu verdad. Espero
ver, ya sin ojos, para qué me hiciste.

Si entré en el mundo, porque me metiste
en su vacío de rotundo cero,
quiero zafarme de él, y persevero
en la fe sin medir que me pediste.

...Y viví a medias. Tuve el alma triste
cuando se me salió de tu venero.
Siempre soñé llegar a lo que existe

tras la evidencia. Quiero -ya no inquiero-
lo que esperé, señor, y tú me diste:
empezar a vivir cuando me muero.

[El extrañado]






CONCHA MÉNDEZ [9405]

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Concha Méndez
(Madrid, 1898-México, 1986)
  
Los tres primeros libros de Concha Méndez -Inquietudes, Surtidor, Canciones de mar y tierra- constituyen una trilogía caracterizada por la influencia del Alberti neopopularista y por la incorporación al verso de todo aquello que en los años veinte representaba la modernidad: el deporte, el cine, los automóviles. Concha Méndez se muestra en ellos, si no como una escritora excesivamente original, sí como una poetisa a la moda. Una voz más depurada y personal, menos colorista y lúdica, muestra en Vida a vida. Continúa el tono autobiográfico en Niño y sombras, elegía a un niño, su primer hijo, que no llegó a nacer. Esos dos libros, junto a unos pocos poemas nuevos escritos durante la guerra, se reeditan en Lluvias enlazadas.
Poco queda de la poetisa de los años veinte, toda alacridad y gracia, en Sombras y sueños, de 1944, quizá el mejor libro de la autora. Su voz se aproxima ahora a un poeta que en los años veinte parecía envejecido y de otro tiempo, Antonio Machado. Machadiana y becqueriana, como Bergamín, otro funámbulo de entreguerras, termina su obra Concha Méndez: Entre el soñar y el vivir se titula, bien significativamente, su último libro.

Obra poética

Inquietudes. Poemas, Madrid, Imprenta de Juan Pueyo, 1926.
Surtidor. Poesías, Madrid, Imprenta Argis, 1928.
Canciones de mar y tierra, Buenos Aires, Talleres Gráficos Argentinos, 1930.
Vida a vida, Madrid, La Tentativa Poética, 1932.
Niño y sombras, Madrid, Héroe, 1936.
Lluvias enlazadas, La Habana, El Ciervo Herido, 1939.
Poemas. Sombras y sueños, México, Rueca, 1944.
Villancicos de Navidad, México, Rueca, 1944; 2.ª ed. aumentada, Málaga, Librería El Guadalhorce, 1967.
Antología poética, México, Joaquín Mortiz, 1976.
Vida a vida y Vida o río, prólogo de Emilio Miró, Madrid, Caballo Griego para la Poesía, 1979.  
Entre el sonar y el vivir, México, Universidad Nacional Autónoma, 1981.
Poemas (1926-1986) (introducción y selección de James Valender), Madrid, Hiperión, 1995.

Bibliografía

ALTOLAGUIRRE, Manuel, «Vida y poesía: Cuatro poetas íntimos», en Lyceum, IV, 14 (1939), págs. 15-29; reproducido en Obras completas, Madrid, Istmo, 1986, vol. I, págs. 230-248.
BELLVER, Catherine G., «Exile and the female experience in the poetry of Concha Méndez», en Anales de la Literatura Española, Boulder, Colorado, vol. 18, núm. 1 (1993), págs. 27-42.
_____. «Los exilios y las sombras en la poesía de Concha Méndez», en Rose Corral, Arturo Souto Alabarce y James Valender (eds.), Poesía y exilio. Los poetas del exilio español en Mexico, México D. F., El Colegio de México, 1994, págs. 63-72.
CIPIJAUSKAITÉ, BIRUTÉ, «Escribir entre dos exilios: las voces femeninas de la generación del 27», en Sotelo Vázquez, A. y M. C. Carbonell (eds.), Homenaje al profesor Antonio Vilanova, Universidad de Barcelona, 1989, vol. II, págs. 119-126.
MIRÓ, Emilio, «Preliminar», en Vida a vida y Vida o río, págs. 11-34.
PÉREZ DE AYALA, Juan, «Concha Méndez: una mujer en la vanguardia del 27», en Cómplice (Madrid), núm. 86, septiembre de 1990, págs. 120-123.
SÁNCHEZ RODRÍGUEZ, Alfonso, «Concha Méndez Cuesta: poeta y nadadora», en Gabrielle Morelli (ed.), Ludus. Cine, arte y deporte en la literatura española de vanguardia, Valencia, Pre-Textos, 2000, págs. 237-249.
VALENDER, James, «Concha Méndez: Entre las sombras y los sueños», en Poemas (1926-1986), págs. 7-41.








Jazz-band

 Ritmo cortado.
Luces vibrantes.
Campanas histéricas.
Astros fulminantes.

Erotismos.
Licores rebosantes.
Juegos de niños.
Acordes delirantes.

Jazz-band. Rascacielos.
Diáfanos cristales.
Exóticos murmullos.
Quejido de metales.

[Inquietudes]
  







Bañistas

Horizonte. Espumas.
Azules fríos.

Salteando olas
torsos radiantes,
en líricas danzas
y acrobacias.

Aquella danzarina
del bañador verde...
Aquel gimnasta...

Las olas íntegras
son el mejor columpio.

[Surtidor]
  







[¡Ven, Tristeza...!]

 ¡Ven, Tristeza, mi hermana, que de mí misma vienes
engendrada de siglos, o tal vez de milenios,
ven a abrigar mis horas, no se sientan desnudas;
ven a esculpir en bronces la esencia de mis sueños!

Contigo veo el mundo, mejor, más verdadero;
tú no pones cristales a este sol de la vida
para que al reflejarse nos parezca el reflejo
una verdad solemne, siendo vana o suicida.

[Lluvias enlazadas]
  




  


[Uno de esos instantes...]

...Desde el umbral de un sueno me llamaron...

Antonio Machado              


 Uno de esos instantes que se vive
no se sabe en qué mundo, ni en qué tiempo,
que no se siente el alma y en que apenas
se siente el existir de nuestro cuerpo,
mi corazón oyó que lo llamaban
desde el umbral en niebla de algún sueño.

Para decirme su mensaje extraño,
aquella voz venía de tan lejos,
que más que voz de sueño parecía,
en su misterio gris, sombra de un eco.

Sentada estaba yo en aquel instante
en un muelle sillón de terciopelo.
Mis brazos se apoyaban en sus brazos
-¡qué desmayados los sentía luego!-.
Después, atravesando los cristales
de un gran balcón que daba al ancho cielo,
una sombra vi entrar. Tal vez la tarde
al irse, entraba a verme... Yo eso creo...

[Poemas. Sombras y sueños]







No vengas

 No vengas, Muerte, todavía,
que aún tengo que tejer la larga escala
que ha de subirme allá donde deseo;
debo cumplir mi dharma,
hacer, hacer, hacer las cosas que aquí debo.

Porque tengo una deuda
para conmigo misma.
Vine para algo más que para pasar como sombra.
Dentro de mí una luz quiere salir afuera.
No vengas todavía, dale tiempo a mi tiempo.

[Entre el soñar y el vivir]





ROSA CHACEL [9406]

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Rosa Chacel
(Valladolid, 1898-1994)

Comparada con su obra en prosa, la labor poética de Rosa Chacel corre el riesgo de ser considerada como un divertimento, como un ejercicio circunstancial. Su primer libro, A la orilla de un pozo, surgió, como ha declarado la autora, «de una divagación con Rafael Alberti sobre el entusiasmo [...] de la forma clásica del verso, de la medida, de la rima»; se trata de un conjunto de sonetos «que envolvían o enmascaraban la corrección académica de su forma en el delirante surrealismo de su contenido».
Más de cuarenta años tarda en publicar un nuevo libro de poemas, aunque el primero de los incluidos en ese libro hubiera aparecido ya en Hora de España en l937. Como «una tensa y rigurosa exploración intelectual», tras la aventura lúdica de A la orilla de un pozo, ha definido Emilio Miró la poesía de Rosa Chacel, una poesía en la que abundan los homenajes, los versos de circunstancias, las pasiones de la inteligencia; una poesía siempre clásica y neoclásica, exigente con la forma, alejada de confesionalismos y desarreglos sentimentales.

Obra poética

A la orilla de un pozo, Madrid, Héroe, 1936; 2.ª ed., Valencia, Pre-Textos, 1985.
Versos prohibidos, Madrid, Caballo Griego para la Poesía, 1978.
Obra completa, vol. II, «Ensayo y poesía», Valladolid, Diputación provincial, 1989 [contiene los dos poemarios citados y el inédito Homenajes].
Poesía (1931-1991), Barcelona, Tusquets, 1992.

Bibliografía

CRESPO, Ángel, «Notas sobre la poesía de Rosa Chacel», en Rosa Chacel. Premio Nacional de las Letras Españolas 1987, Barcelona, Anthropos/Ministerio de Cultura, 1990, págs. 85-93.
PARAÍSO DE LEAL, Isabel, «Lo apolíneo y lo dionisiaco en la poesía de Rosa Chacel», en M.ª Pilar Martínez Lastre (ed.), Actas del congreso en homenaje a Rosa Chacel. Ponencias y comunicaciones, Logroño, Universidad de La Rioja.
PORLÁN, Alberto, La sinrazón de Rosa Chacel, Madrid, Anjana, 1984.
RODRÍGUEZ-FISCHER, Ana, «La tentación poética de Rosa Chacel», en Barcarola, núm. 30, junio de 1989, Albacete, págs. 231-242.







[Una música oscura, temblorosa...]

A María Zambrano



Una música oscura, temblorosa,
cruzada de relámpagos y trinos,
de maléficos hálitos, divinos,
del negro lirio y de la ebúrnea rosa.

Una página helada, que no osa
copiar la faz de inconciliables sinos.
Un nudo de silencios vespertinos
y una duda en su órbita espinosa.

Sé que se llamó amor. No he olvidado,
tampoco, que seráficas legiones
hacen pasar las hojas de la historia.

Teje tu tela en el laurel dorado,
mientras oyes zumbar los corazones,
y bebe el néctar fiel de tu memoria.

[A la orilla de un pozo]
  






La ventana que iba sobre la muerte

La ventana que da sobre la muerte,
abierta sin espacio, hueco espeso,
deja pasar la luz, pero no alienta
y se rompen la frente los suspiros
contra la piedra que creyeron alma.

Lo mismo que el vacío de una boca
donde la araña su labor tendiera,
a la palabra en vuelo cierra el paso
con el pálido muro de su lámina.

Linfa de claridad donde no entra
el vaso ni la mano se humedece,
lágrima que no cae ni se evapora,
cortina que la brisa no sacude,
espada de silencio para el ojo
que afronta el filo, llave del abismo.

Las oraciones van bajo la nave
sus cuerpos a esconder y sus melenas
llamean en lo oscuro, sus lamentos
en eco curvo van bajo la bóveda.
Arrastran sus camisas por las losas,
sus pasos como huella dejan pétalos
y su murmullo tiembla y se estremece
como un ave en el nido desvelada...

La ventana que da sobre la muerte,
abierta flor de hielo, las acecha...
La carne, dulce sierpe, se recoge
arrullando con pecho de paloma
y refugia sus huevos en las grietas,
bajo la cruz, que la piedad formara.
A sus pies se desliza, conjurándola
con el tierno ondear de su cintura,
contritamente bajo la cabeza
o se mira en espejos estancados,
negros, cuajados charcos de la sangre...

Llora por las caricias, por las manos
que oprimían las manos como hiedra,
que besaban las manos como labios.
Llora por los alientos que se anudan,
por el roce del fuego contra el fuego.

La ventana que da sobre la muerte,
fuente sin pensamiento, la sentencia...
Vela sin viento en lago sin distancia,
cáscara del adiós, piel del olvido,
vigía sin vigilia, la ventana
calla, sin aldabón, sobre la muerte.








Mariposa nocturna

 ¿Quién podría abrazarte, diosa oscura,
quién osaría acariciar tu cuerpo
o respirar el aire de la noche
por entre el pelo pardo de tu cara?...

¡Ah!, ¿quién te enlazaría cuando pasas
sobre la frente como un soplo y zumba
la estancia sacudida por tu vuelo
y quién podría ¡sin morir! sentirte
temblar sobre los labios detenida
o reír en la sombra, descubierto,
cuando tu manto azota las paredes?...

¿Por qué venir a la mansión del hombre
si no se es de su carne ni se tiene
voz ni se puede comprender los muros?

¿Por qué traer la ciega noche extensa
que no cabe en el cáliz de los límites?...

Desde el tácito aliento de la sombra
que la floresta tiende en las vertientes
-quebrada roca, imprevisible musgo-,

desde troncos o lazos de lianas,
desde la voz lasciva del silencio
vienen los ojos de tus alas lentas.

Da la datura su canción nocturna
que trasciende al compás que va la hiedra
ascendiendo hacia el talle de los árboles
cuando el crótalo arrastra sus anillos
y leves voces laten en gargantas
entre el cieno que nutre al lirio blanco
mirado por la noche intensamente...

Sobre montes velludos, sobre playas
donde las olas blancas se deshojan
la soledad tendida está a tu vuelo...

¿Por qué traes a la alcoba,
a la ventana abierta, confiada, el terror?...









Belleza en Nueva York

 Bien conozco tu cara, que me mira
hoy desde el fondo mismo de esta noche...
sobre el agua, tan tersa, pasan barcos,
sobre este agua que llaman Río Hudson.

Pero tu cara, igual que sobre el Nilo,
sobre el Sena o el Tíber, ¡tan hermosa!,
¡tan silenciosa!, ¡tan terrible, tan
próxima, inconfundible, indefinible!...
Me mira igual que siempre, porque siempre
que abro de noche una ventana espero
encontrarte mirándome, y te encuentro.

La oscuridad delata tu pureza...
El grito atroz de una luz roja, el suave
canto de una luz verde, sólo dicen
que el río no está inmóvil, que es un río
y se va, como el Tíber, como el Sena,
como el mar a la nube. Todo corre
bajo tu quieta permanencia oscura.
Tú estás ahí, mirando a quien te mira.
Hoy aquí estás, como la flor del HOY,
porque eres siempre actual presencia, aroma
del momento, sustancia del lugar.
Hoy el HOY y el AQUÍ te dan su sangre
y así tu eternidad se hace tangible.
Porque hoy eres esa agua que se llama
Río Hudson y corre entre mil pléyades
de eléctricas estrellas vigilantes,
de culebrillas fúlgidas, polícromas,
porque hoy eres esa agua que se llena
de luminarias que pasean, graves,
en círculo, a la altura de las torres.









Ausencia

 Cuarenta metros cúbicos de soledad, el cuarto.
El abrigo de la percha, ahorcado,
el sombrero en la mesa, como un cráneo,
los zapatos,
uno delante de otro, echando el paso.
Y una escarpia negra posada en lo blanco.

  







 Urganda la Desconocida por Delacroix

(Sirvió de modelo Nena Gándara)



 Entre las breñas, la Desconocida
azul como la flor del cardo, asoma.
Lleva, arcana, en las manos, la redoma
del bálsamo, melena gris ceñida

de hojas secas. Un águila, cernida
en el espacio, apresa a una paloma
y su clara, imperial mirada toma
de la maga que emula el genio y vida.

Al fondo se abre el cielo en espantosa,
ruda borrasca pródiga en centellas,
repta en el suelo la culebra infanda

que amenaza y no muerde, temerosa,
que avasallada ondula por las huellas
del traslúcido pie que posa Urganda.

[Versos prohibidos]







Antinoo

 Tu nariz pensativa sostiene la balanza de tus hombros,
tan breve el balanceo quedaron en el fiel diestra y siniestra.
Dentro está el péndulo
dispuesto a señalar con su parada el perfecto equilibrio,
dispuesto a detenerse en el instante
en que comienza lo que no termina.

Tu nariz pensativa, meditativa y contempladora
de ti mismo,
de su último aliento se despide.
¡En él tu juventud, épico aroma!

[Homenajes, en Poesía (1931-1991)]





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