Antonio Hurtado de Mendoza
Antonio Hurtado de Mendoza (Castro Urdiales, La Montaña, Cantabria 1586 – Zaragoza, 22 de septiembre de 1644). Escritor y dramaturgo español del siglo XVII.
De noble cuna, aunque de escasos bienes económicos, durante su juventud sirvió como paje al Duque de Lerma, valido del rey Felipe III, y a su hijo, el Conde de Saldaña. En casa de este último conoció a otro célebre dramaturgo, Luis Vélez de Guevara, con quien le unió gran amistad. Era tan hábil para manejarse en los círculos cortesanos que, al caer el valido, consiguió sin embargo entrar al servicio de Felipe IV en 1621; escribió la Relación de las fiestas celebradas en Aranjuez para el cumpleaños del rey en 1622, donde se representó su comedia Querer por sólo querer; sus servicios fueron recompensados con el nombramiento en 1623 de secretario real y miembro de las Órdenes de Santiago y Calatrava, e incluso, un año después, de ayuda de cámara, con el cargo de Comendador de Zorita. Después aparece en 1632 como secretario del Consejo de la Inquisición y secretario de la Cámara de Justicia en 1641.
Sus dotes literarias y servilismo le valieron el aprecio del Conde-Duque de Olivares, del que fue ojos y oídos; por ello fue conocido como "El Discreto de Palacio"; a su vez, Luis de Góngora, (de quien se considera discípulo) le llamó El Aseado Lego y J. H. Elliot le considera poeta de cámara. También se llevó bien con Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Juan Pérez de Montalbán y Gabriel Bocángel.
Se casa en 1631 con Clara María de Ocón Coalla, que le da dos hijos, Juan (su padre logra que le nombren Caballero de Calatrava a los cuatro meses, pero fallece de niño) y Francisca. En 1644 residía en Zaragoza, por lo cual se sospecha que, tras la caída del Conde-Duque de Olivares y su destierro a Loeches, pudo caer él también en desgracia. En la capital aragonesa murió el 22 de septiembre de 1644 y en 1728 se publicaron sus Obras líricas y cómicas.
Obra
Escribió numerosos textos poéticos y dramáticos, redactados en función de las necesidades y deseos de la Corte. En su obra lírica, encuadrada en el Culteranismo, destaca la Convocatoria de las cortes de Castilla, escrita con motivo de la jura ante la Corte del príncipe Baltasar Carlos, o la Vida de Nuestra Señora. Sus poemas fueron en su mayor parte compilados en Obras líricas y cómicas, divinas y humanas (1690).
Fue un poeta dramático de gran éxito, a pesar de que se prodigó poco y no se cuidó demasiado en editar bien sus obras. Figura entre los discípulos de Lope de Vega, pero sus piezas tienen un toque particular. Entre sus obras teatrales, interesantes por su aportación en el terreno del entremés y la comedia de enredo, se encuentran El marido hace mujer y el trato muda costumbre (1631-32) (utilizado por Molière como inspiración para su École des marts), Cada loco con su tema o el montañés indiano (1630), No hay amor donde no hay agravio, Los empeños del mentir o Más merece quien más ama (esta última escrita con Diego Juan de Vera Tassis y posterior a 1634). Colaboró también con Quevedo en la pérdida Quien más miente medra más, encargada por el Conde-Duque, escrita en un solo día y representada en la Corte en la noche de San Juan de 1631. En las obras de Hurtado de Mendoza destacan las figuras de los graciosos, muy próximos a las figuras de la Commedia dell'Arte italiana y precursores de la comedia de figurón que se desarrollaría posteriormente. Para Ignacio Arellano sus comedias poseen una gran calidad dramática, son ingeniosas y bien construidas y exploran las modalidades de la sensatez y el buen sentido, de la moderación inteligente y la feliz adaptación a lo razonable. Acaso sus dos mejores comedias son Cada loco con su tema, comedia de figurón, y Los empeños del mentir. La primera es un espectáculo sobre un risible figurón montañés, el anticuado Hernán Pérez, que busca casamiento para sus hijas y opone provincia y corte a través de sus desventuras, en las cuales aparecen no menos caricaturizados los pretendientes madrileños por su falsedad y cobardía. La segunda es de construcción casi perfecta, y es aquella quizá en la que participó Quevedo; esconde una meditación típicamente barroca sobre la fugacidad e impermanencia de las cosas y la dificultad para conocer la verdad en una sociedad marcada por el prejuicio y la apariencia. Por otra parte, Hurtado de Mendoza tuvo una gran fama como entremesista y escribió mucha obra corta, en la que destacan entremeses de figuras como El examinador Miser Palomo, representado en octubre de 1617 en las fiestas de Lerma ofrecidas a Felipe III, junto con la comedia El caballero del sol de su amigo Luis Vélez de Guevara. Se imprimió al año siguiente en Valencia. Este famoso entremés tuvo una segunda parte del propio autor, El doctor Dieta.
La mejor recopilación de su obra es Obras líricas y cómicas, divinas y humanas en la edición de 1728.
Poemas
Convocatoria de las cortes de Castilla
Vida de Nuestra Señora
La guerra
Teatro
Amor con amor se paga
El marido hace mujer y el trato muda costumbre (1631-32)
Cada loco con su tema o el montañés indiano (1630)
No hay amor donde no hay agravio
Los empeños del mentir
Más merece quien más ama (posterior a 1634)
Querer por solo querer
Ni callarlo ni decirlo
Los empeños del mentir (escrito quizá con Francisco de Quevedo)
Quien más miente, más medra (escrito con Francisco de Quevedo en 1631)
Entremeses
Famoso Entremés Getafe
El Ingenioso Entre bajo
Enlaces externos[editar]
La guerra
Sangrienta perdición, yugo trano,
Guerra cruel, origen y osadía
De la injusta primera tiranía,
Que puso cetro en poderosa mano.
Bárbara ley, tan murmurada en vano,
Ayudar del morir a la porfía,
Como si no costara solo el día
Como si no costara el ser humano.
Mas, aunque más, ¡oh guerra!, estás culpada,
Es mayor la de fáciles antojos,
En bello campo de belleza armada.
No quiero amor; más quiero dar enojos
A la dura violencia de una espada
Que a la blanda soberbia de unos ojos.
Antonio Hurtado de Mendoza, nueva publicación de Cátedra
La famosa editorial suma a su colección Letras Hispánicas dos obras del castreño Antonio Hurtado de Mendoza: ‘Cada loco con su tema’ y ‘Los empeños del mentir’, con edición crítica de Mario Crespo, nuestro más asiduo colaborador.
Ediciones Cátedra, en su colección Letras Hispánicas, acaba de publicar dos comedias del dramaturgo, natural de Castro Urdiales, Antonio Hurtado de Mendoza. Se trata de dos de sus obras más celebradas, “Cada loco con su tema” y “Los empeños del mentir”. Con este libro se hace justicia a uno de los autores más interesantes del Siglo de Oro cuya calidad, aunque inferior a la de dramaturgos de primera fila como Lope de Vega, gozó en su época del éxito del público y un notable reconocimiento de la “república de las letras”. Mario Crespo López, correspondiente de la Real Academia de la Historia, es el responsable de la edición crítica de estas comedias.
Resultaba hasta ahora ciertamente paradójico que un escritor del renombre de Antonio Hurtado de Mendoza, elogiado por contemporáneos como Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Luis Vélez de Guevara y Baltasar Gracián, no contara con una edición nacional crítica de sus obras teatrales más significativas. Con excepción de la adaptación libre que preparó la Real Escuela Superior de Arte Dramático de “Los empeños del mentir”, prácticamente el teatro de Hurtado de Mendoza resultaba inalcanzable para los lectores desde el siglo XIX. Aunque ha sido citado por diversos investigadores, casi pueden contarse con los dedos de una mano las monografías sobre Hurtado de Mendoza, siendo la principal de ellas la que publicó en 1971 el poeta galés Gareth Alban Davies. Precisamente Mario Crespo dedica su estudio introductorio a este profesor, fallecido en 2009, que llegó a publicar varios artículos en el “Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo” y fue editor en inglés de varias obras literarias españolas. Hasta la fecha, Hurtado de Mendoza era uno de los autores del Siglo de Oro que faltaban en el extenso catálogo de Letras Hispánicas. La publicación, en edición crítica, de dos de sus comedias más celebradas, “Cada loco con su tema” y “Los empeños del mentir”, permitirá acercar a los lectores una parte de la obra dramática de este autor barroco, muy poco conocido a pesar de la importancia política y literaria que tuvo en su momento. Mario Crespo López ha tenido que completar su investigación con expedientes y protocolos de varios archivos, como el Histórico Nacional y el Histórico Provincial de Cantabria, acercando al lector no sólo dos textos olvidados del Siglo de Oro, sino la biografía de su autor.
Entre la política y la literatura
La biografía de Antonio Hurtado de Mendoza no se entiende sin su participación en la literatura y en la política durante los reinados de Felipe III y Felipe IV. Poeta y político, nació en Castro Urdiales en 1586, en el seno de una familia noble pero necesitada de medrar en la corte madrileña. Durante su juventud, Hurtado de Mendoza sirvió como paje al duque de Lerma, valido de Felipe III. También fue servidor del hijo de Lerma, el conde de Saldaña, noble con inquietudes literarias en cuya casa conoció a otro escritor, Luis Vélez de Guevara. Sus contemporáneos le consideraban extremadamente habilidoso para manejarse en los círculos cortesanos, hasta el punto de merecer el sobrenombre de “el discreto de palacio”. Esto justificaría su ascenso en el servicio de los nobles más influyentes, hasta llegar a ser uno de los hombres de confianza del conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV. En 1622 escribió la “Relación” de las fiestas celebradas en Aranjuez para el cumpleaños del monarca, donde se representó su comedia “Querer por sólo querer”. Hurtado de Mendoza alcanzó varios cargos relevantes, como secretario real, caballero de las Órdenes de Santiago y Calatrava, ayuda de cámara, secretario del Consejo de la Inquisición y secretario de la Cámara de Justicia. Algunos investigadores le consideran entre los primeros periodistas de nuestra historia, ya que firmó varias crónicas de sucesos de su época, como la “Convocatoria de las cortes de Castilla”. Falleció en Zaragoza en 1644.
Autor del Siglo de Oro
Fue poeta de obra lírica para el ámbito cortesano, enmarcada dentro del culteranismo, con títulos como “Vida de Nuestra Señora” y otros poemas menores. Fue, además, un entremesista muy reputado, con títulos como “El examinador Miser Palomo”, que nunca falta en ninguna antología del teatro breve del Siglo de Oro. El teatro de Hurtado de Mendoza alcanzó cierta popularidad, aunque, como otros autores de su época, no se preocupó de editar correcta y completamente sus obras. Estas no se recopilaron hasta el año 1728, y entre ellas hay que destacar sin duda “Cada loco con su tema” y “Los empeños del mentir”, así como “No hay amor donde no hay agravio” o “Más merece quien más ama”. Seguramente escribió con su amigo Francisco de Quevedo la comedia, hoy perdida, “Quien más miente medra más”, encargada por el conde-duque de Olivares, escrita en un solo día y representada en la Corte en la noche de San Juan de 1631. Como curiosidad hay que indicar que una de sus comedias, “El marido hace mujer y el trato muda costumbre”, inspiró a Molière su obra “Escuela de maridos”, otro dato más del influjo del teatro castellano en la escena francesa durante el siglo XVII.
Cada loco con su tema
“Cada loco con su tema” es una comedia de las llamadas “de figurón”, protagonizada por un rico hidalgo montañés, Hernán Pérez, que busca casamiento para sus hijas. En este trance, surgirán varios impostores en busca de fortuna y pretendientes madrileños ridiculizados por su falsedad y cobardía; también aparecerá otro hidalgo montañés, pobre y buscador de mejora social. La obra, inspirada a su vez en textos de Lope, influiría en “Entre bobos anda el juego” de Francisco de Rojas Zorrilla o “El Dómine Lucas” de José de Cañizares. El texto de la obra publicado por Cátedra corresponde al de los dos manuscritos del siglo XVII conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid.
Los empeños del mentir
“Los empeños del mentir”, que sólo se conserva en varias recopilaciones impresas, es una comedia catacterística “de enredo”, de construcción y desarrolllo casi perfectos, en la que se ha identificado una posible intervención de Quevedo. Una de las hipótesis más probable es que si “Quien más miente medra más”, obra de Quevedo y Mendoza, se representó en 1631, tres años más tarde Mendoza la reescribió como único autor bajo el título de “Los empeños del mentir”. El argumento de la comedia se va resolviendo entre malentendidos y embustes generados por Marcelo y Teodoro, que se hacen pasar por el noble Luis de Vivero, pretendiente de Elvira.
EL INGENIOSO ENTREMÉS
DEL EXAMINADOR MISER PALOMO
Compuesto por Don Antonio Hurtado de Mendoza,
Gentilhombre del conde de Saldaña.
Hablan en él las personas siguientes:
• MISER PALOMO
•
• LUQUILLAS, su criado
•
• Un MESONERO
•
• Un TOMAJÓN
•
• Un CABALLERO
•
• Un NECIO
•
• Un ENAMORADO
•
• Un VALIENTE
•
• Un GRACIOSO
•
• Tres MÚSICOS
•
• Dos MUJERES
•
Sale MISER PALOMO, lo más ridículo
que pudiera vestirse, y LUQUILLAS, su criado, con una lista en la mano,
y un MESONERO santiguándose
MISER PALOMO: No tiene que admirarse, amado huésped,
que esta comisión, muy verosímil,
y la ocasión que digo, es urgentísima;
yo he de exceder mi oficio rectamente,
mi caro albergador. Ya sabe el pueblo
que ha venido el doctor Miser Palomo
a examinar a todo buscavida,
sabandijas del arca de la corte,
donde se acoge tanto vagamundo
como en diluvio universal del mundo.
MESONERO: Por cierto, vuesasted, Dios le bendiga,
trae tan gran comisión.
MISER PALOMO: "Como barriga",
iba a decir, el bien barbado huésped.
Ya le entendí. Prevenga, elija, escoja
un tribunal, a quien yo soy decente,
que me autorice; no, ¡que me sustente!
MESONERO: Dígame, vuesasted y haráse luego,
¿cómo tan gordo está?
MISER PALOMO: Soy veraniego.
MESONERO: Solemne bellacón parece el dómine.
MISER PALOMO: Preguntador parece el mesonista.
MESONERO: Aquí la silla está.
Siéntase [MISER PALOMO]
MISER PALOMO: Comodabúntur
ego mecum sentare.
MESONERO: Poco a poco.
que si en latín vuesa merced se sienta,
se nos caerá la casa en buen romance.
MISER PALOMO: No osará, que también comisión traigo
para que no se caiga cosa alguna.
MESONERO: Parece comisión de la fortuna.
MISER PALOMO: ¿Chistecico en mesón? A espacio, espacio.
¿Nada nos queda ya para palacio?
Vase el MESONERO y sale el TOMAJóN
TOMAJÓN: Beso a vusted las suyas muchas veces.
MISER PALOMO: No vi agradecimientos tan tempranos,
¿pues cuándo le he besado las manos?
TOMAJÓN: Soy astrólogo yo en cortesía.
MISER PALOMO: ¡Bueno, que ya se besa en profecía!
¿Qué tiene por acá?
TOMAJÓN: Miser clarísimo,
de tomajón deseo examinarme.
MISER PALOMO: Es oficio barato y muy sabroso,
aunque en la corte ahora vive ocïoso.
¿Cómo ha nombre?
TOMAJÓN: Durango.
MISER PALOMO: Es muy seguro,
mas para quien ha de dar, no es bueno el duro.
Diga ya el tomajón.
TOMAJÓN: Yo soy un hombre
que tomo y pido sin cansar a nadie.
Soy gaceta común de casa en casa,
contando cuanto pasa, y qué no pasa.
Tengo heridas famosas por el filo.
Si es vano el tal señor, le digo luego
que desciende del conde Peranzules;
Si es tierno, que me dijo cierta ninfa
que no hay tal caballero en toda Illescas;
Si es bravo,
MISER PALOMO: (Cosa vil tener tal nombre). [Aparte]
TOMAJÓN: que le tiemblan los moros de Getafe.
Si pica en discreción, que escribe y habla
mejor que Garcilaso y que Demóstenes.
Y, aunque sea un indiano en la miseria,
le digo que es más pródigo que el hijo.
Y si con estas cosas no se ablanda,
le embisto con dos tonos Juan Blaseños,
y lo que reservé a su cortesía,
echando con primor por el atajo,
se lo vengo a pedir por mi trabajo.
MISER PALOMO: ¡Oh, que sois un legón!, que os ha faltado
el más sutil primor y más usado:
lo de "no hay tan gran príncipe en España",
y el decir mucho mal de uno con otro,
no lo ignora el tomajón más potro.
Andar, señor, andar, y en quince días
de "mercedes", de "vos", de "señorías",
no toméis en cuatrín sin mi licencia.
TOMAJÓN: Ellos me ayudarán a la obediencia.
Vase el TOMAJÓN y sale un
CABALLERO
CABALLERO: Mantenga Dios al buen Miser Palomo.
MISER PALOMO: Sí, mantendrá, que es lindo mayordomo.
CABALLERO: De caballero vengo a examinarme.
MISER PALOMO: Muy importante le será el no serlo,
si es que no quiere más de parecerlo.
¿Qué nombre?
CABALLERO: Don Juan Bilches.
MISER PALOMO: Poca cosa;
mas campando, por mi vida, el Bilches,
el Bilches solo, digo, me hace asco;
conviértele en Hernando de Velasco,
y prosiga.
CABALLERO: Estudié caballería,
y tengo un par de cursos de enfadoso,
y algunas señorías regateo,
y con hijos segundos me voseo.
Dudo las excelencias, y he jurado
a fe de caballero entre dos títulos
sin que me hiciese mala la cabeza.
He ido en las testeras de tres coches
con un conde, un marqués y casi un duque.
Yo paseo la plaza en fiestas públicas,
y topando una mula, digo luego:
"Excelente caballo de los toros",
y afirmo que pespunta la carrera.
Por solo un arador, llamé dos médicos
y comí carne toda una cuaresma.
De una mosca en verano tengo agüero;
y porque oí que el duque de Sajonia
estaba con catarro, en aquel punto
despaché por bayetas a Sevilla.
Miento con muy buen aire y desembozo,
que el mentir recatado de la gente;
eso es cosa de hidalgo solamente.
MISER PALOMO: ¡Oh, que os falta un palillo en el sombrero
para ser empalado caballero!
¿"Don" tenéis?
CABALLERO: ¿Cómo "don"? Guardarnés tengo.
MISER PALOMO: En verdad, en verdad, que estáis muy próximo
a ser caballero celebérrimo;
¿bebéis agua?
CABALLERO: Señor, mejor el vino.
MISER PALOMO: ¡Jesús! ¡Pobre de mí! ¡Qué desatino!;
aunque tenéis buen gusto, pero ahora
sépaos mejor el vino, y bebed agua,
sin que nunca os contente la bebida.
Fresca llamad la fría, y llamad cálida
a la fresca, buscando extraños modos,
que, como un caldo, ya lo dicen todos.
Otro punto: en gobierno de la gorra,
¿qué medio habéis tomado?
CABALLERO: Señor mío,
escaseo con todos mi sombrero;
vive con gran descuido; no trabaja,
porque el ser muy cortés es cosa baja.
MISER PALOMO: En recién caballeros me contenta
el ser inexorables de bonete;
pero advertid, para que vayáis más docto.
Luquillas, el sombrero del examen.
Gorrear de esta suerte a todo el mundo:
al hidalgo, a los ojos y a la boca;
al caballero, al título, a la barba;
al grande, al pecho; al rey, a la rodilla;
al Papa, hocicadura; y de este modo
acabaréis de ser pesado en todo.
CABALLERO: ¿Puedo ser caballero en todo el reino
con doctrina tan nueva y tan famosa?
MISER PALOMO: Serlo y decirlo, que es más fácil cosa.
Vase el CABALLERO y entra el NECIO
NECIO: Yo vengo a examinarme de ser necio.
MISER PALOMO: Viviréis muy contento de vos mismo.
¿Sois muy dichoso?
NECIO: En esto solamente
no he sido necio.
MISER PALOMO: Vamos al examen.
Nombraos.
NECIO: Yo, don Domingo.
MISER PALOMO: ¡Don Domingo!
Necio sois de guardar en todas partes;
mas, pues, tan necio sois, llamaos don Martes.
NECIO: Hablo en todas las cosas que no entiendo,
pensando que las sé mejor que todos.
Metíme a lo arquitecto, y dije un día,
mirando al Escorial: "¡Qué insigne fábrica
si tuviera de sitio más un dedo!"
MISER PALOMO: Es tacha del Alcázar de Toledo.
NECIO: Diré una pesadumbre al más amigo,
creyendo que le digo una lisonja.
Haré misterios de que vuela un pájaro.
Detendré a un delincuente que va huyendo,
para darle no más las "Buenas Pascuas".
Porfiaré con el mismo calendario
sobre si la Cuaresma empieza en miércoles.
Soy mal seguro, malicioso y grave,
y en el entendimiento, ¡Dios nos libre!,
que a todos los que miro como ajenos
o los estimo en poco, o tengo en menos.
MISER PALOMO: A fe de examinante, que no he visto
necio de más cultura en toda Europa.
Sólo una cosa os falta, eficacísima,
para necio preciado de discreto,
que es: trocar los frenos a las pláticas;
entre valientes, el tratar de letras;
entre letrada gente, de montantes;
el saber de los libros sólo el título;
referir un soneto del Petrarca,
no entendiendo de Italia el non lo voglio.
Por lo culto, decir, en viendo un rábano,
que las hojas no están conforme al arte.
Y con esto seréis muy necio luego,
blasonando en latín y hablando en griego.
NECIO: Con esto soy, señor, muy enseñado.
MISER PALOMO: Dios os haga necio y buen cansado.
Vase [el NECIO]
LUQUILLAS: ¿Otro más de quejoso?
MISER PALOMO: No le quiero;
¡qué pesadón viniera el escudero!
LUQUILLAS: Otro pide el examen de menguado.
MISER PALOMO: Dile que aprenda a ser desconfïado.
LUQUILLAS: Otro pide el examen de envidioso.
MISER PALOMO: ¡Qué descontenta vivirá la bestia!
Dile que estudie en vil y en hombre bajo,
para que envidie con menor trabajo.
LUQUILLAS: De entremetido hay otro que le pide.
MISER PALOMO: A ese le diera yo cuarenta palos.
¡Qué aborrecible gente! Lucas, dile
que sufra seis desprecios cada noche,
esquina en mesa y pesabrón en coche.
LUQUILLAS: Otro también.
MISER PALOMO: ¿De qué?
LUQUILLAS: De confïado.
MISER PALOMO: Dile que ya está el necio examinado.
LUQUILLAS: Otro más.
MISER PALOMO: ¿De qué cosa?
LUQUILLAS: Truhanería.
MISER PALOMO: Moderna la llamad filosofía.
No traigo comisión para truhanes,
porque está reservada al cartapacio
de los protobufones de palacio.
LUQUILLAS: De hombre de bien examen pide un hombre.
MISER PALOMO: De lo que no se usa no hay examen.
LUQUILLAS: Cuatro piden el examen de fulleros.
MISER PALOMO: ¿Cuatro no más? Estéril primavera:
los que hay más de diez mil, los parta un rayo.
Gente de flor, que la examine mayo.
LUQUILLAS: Dos piden el examen de ladrones.
MISER PALOMO: ¿Por qué no se juntarán con los cuatro?
Ya estarán esperando una malicia.
¡Qué cosa para mí! Paciencia, hermanos,
porque no he de nombrar los escribanos.
LUQUILLAS: Dos piden el examen de doncellas,
y pienso...
MISER PALOMO: No hay pienso, ¡oh, lenguas críticas!
Decir mal de mujeres, ¡baja cosa!
LUQUILLAS: Las doncellas, señor, no son mujeres.
MISER PALOMO: Al revés, que no sabes conocellas:
las mujeres, rapaz, no son doncellas.
LUQUILLAS: De amor viene aquí un hombre a examinarse.
MISER PALOMO: Vendrá muy misterioso el majadero.
Sale el ENAMORADO, lleno de cintas y
favores
ENAMORADO: Esa gentil presencia y dulce agrado,
vea yo enhorabuena, que me debe,
no de mi amor demostraciones pocas.
MISER PALOMO: Hermano, qué dejáis para unas tocas?
Examinaos, tontón; hablad, barbado.
¡Qué puede ser un necio enamorado!
¿Cómo os llamáis?
ENAMORADO: Don Carlos.
MISER PALOMO: ¡Mentecato!
El nombre que tomáis de emperadores.
Don Marcos os llamaréis, sin replicona;
para el Marco tenéis gentil persona.
ENAMORADO: Tengo en amar muy bien guisado el gusto:
quiero a las viejas, más que no a las mozas,
porque ha más tiempo al fin que son mujeres;
y porque el remudar es grande aliño,
yo quiero más dos feas que una hermosa.
MISER PALOMO: Que el tropo varias, es bella cosa.
ENAMORADO: Yo escribo cien billetes cada día,
sin que lleven "merced", ni "vos", ni "túes".
MISER PALOMO: ¿Hay flechecita?
ENAMORADO: Y bien corazoncito.
MISER PALOMO: Amante podéis ser de Carajete.
Y en fin de casamiento, ¿a vuestras damas
no enviáis luego cédula?
ENAMORADO: Enviaréla.
MISER PALOMO: El cedulón, preciosa bagatela.
Cédula a cada paso no me agrada,
que un cedulón anuncia vicariada.
De suspiros, de lágrimas y quejas,
¿cómo os va, cómo os va?
ENAMORADO: Señor Palomo,
si suspirara yo, ¿qué me faltaba?
MISER PALOMO: ¿No suspiráis? Enamorado infausto.
ENAMORADO: Dicen que es a lo antiguo, y no me atrevo.
MISER PALOMO: No importa, no tenéis de qué afligiros.
Ya está acabado el mundo: ¡no hay suspiros!
¿Os han dado favor secreto o público?
ENAMORADO: En eso yo me tengo mi capricho;
no me han dado favor, mas helo dicho.
MISER PALOMO: Ya todos lo decimos, y aún diremos,
que en esto del amor, mi buen don Marcos,
lo que fue un tiempo gusto, es ya fanfarria.
Por examen llevad este consejo:
no sólo en el favor no habléis mentiras,
más también, si podéis, callar verdades.
Vase el ENAMORADO y sale un VALIENTE
VALIENTE: ¿Qué flor?
MISER PALOMO: ¿Con quién lo habéis?
VALIENTE: ¿Qué flor, pregunto?
MISER PALOMO: Si por mí lo decís, tinaja, hermano.
VALIENTE: Dígolo y lo diré por todo el mundo.
MISER PALOMO: ¿Qué flor?, que si hay bostezos de valiente,
¿en qué sois docto, en bota o en garrafa?
VALIENTE: Quiero que me examine por estafa.
Yo he tenido quinientos desafíos,
he hecho sobre el duelo dos comentos,
seiscientos antuviones he pegado
y he reñido cien veces en ayunas.
MISER PALOMO: ¿Qué fuera al fenecer las aceitunas? [Aparte]
VALIENTE: Maté un león con este dedo.
MISER PALOMO: ¿Albano? [Aparte]
VALIENTE: Y un tigre de una coz.
MISER PALOMO: ¿No sería Hircano? [Aparte]
VALIENTE: En Asturias de un soplo maté un oso.
MISER PALOMO: Compadre, examinaos de mentiroso.
VALIENTE: Y esto es nada; en católica destreza
pasmo a dos Luís Pacheco de Narváez.
Con una daga quitaré un montante
y con una escobilla un elefante.
MISER PALOMO: Hombre, ¿qué diablo has hecho en cuanto has dicho,
si con tu espada y capa no has entrado
en batalla campal con una dueña,
y no has hecho abanillo de una peña?
VALIENTE: Eso déjolo yo para la zurda,
que con la diestra soy del mundo azote,
y con sólo pegarle un papirote
el aire tan veloz, un monte sube,
que le dejo clavado en una nube.
MISER PALOMO: Con tal fuerza, examínate de monja,
que esas son hazañuelas baladíes.¿Ves estos brazos,
veslos?
VALIENTE: Ya los veo.
MISER PALOMO: ¿De Guadarrama has visto el puerto rígido,
por donde el cielo en altura iguala?
VALIENTE: Ya lo he visto.
MISER PALOMO: Pues vete enhoramala.
Vase y sale el GRACIOSO
GRACIOSO: De gracioso de farsa, examen pido.
MISER PALOMO: Bien seréis menester, porque hay gran mengua.
¿De qué piezas usáis?
GRACIOSO: Yo me compongo
de unas calzas que peinan los zancajos,
de cuello de carbón, sombrero sucio,
astrosa capa y vil coleto.
MISER PALOMO: Amigo,
si el donaire ponéis en lo asqueroso,
también un muladar será gracioso.
¿La parola pregunto?
GRACIOSO: A lo estudiado
añudo yo mis gestos y mis voces,
mi mudanza de tono y mi despejo.
MISER PALOMO: Moderado añadir, corto gracejo.
¡Oh!, si vos no tenéis la gratis data,
es todo machacar en pueblo frío.
No os metáis de repente a los Tristanes;
tentad primero el vado de estos príncipes.
Soltaos con calabazas, porque hay muchas;
no os canten cuantos silbos, cuantas voces.
Prosa no la encajéis, que es grande exceso,
hasta que en el donaire estéis profeso.
Así empezaron todos los antiguos;
que a Alonsillo, a Basurto, a Lastre, a Osorio
no les vino la gracia de abolorio.
GRACIOSO: Gracioso vendré a ser también del número
si trato, mi señor, de obedeceros.
MISER PALOMO: Como quisieren estos caballeros.
Vase el GRACIOSO y salen dos MUJERES
MUJERES: ¿Vueced nos examina de bailantes?
MISER PALOMO: ¿Baile, y mujeres? Pierdan la esperanza,
que no ha de ir lo civil de la mudanza.
No tiro yo conceptos de paleta.
¿Bailan de lo galán o lo travieso?
MUJERES: De la cintura arriba son bailes nobles.
MISER PALOMO: De la cintura abajo, ¡Dios nos perdone!
Como murmuraciones son los bailes,
que empiezan blandamente, y vale luego
toda bellaquería como en quínolas.
Vaya un baile con tono de Juan López,
o sea por mi amor el excelente
metrópoli de bailes, Benavente.
MUJERES: ¿Ha de bailar vueced?
MISER PALOMO: Haréme astillas,
pero advierta el senado que llamaban,
que no se ha dicho mal de los poetas,
que hablar mal de sí mismos ya fastidia,
y piensan que es donaire, y es envidia.
Cantan y bailan lo siguiente:
"Volvieron de su destierro
los mal perseguidos bailes,
socarrones de buen gusto
y pícaros de buen aire.
Blandas las castañetas,
los pies ligeros,
mesurados los brazos,
airoso el cuerpo.
Enfadóles el aseo
de lo compuesto y lo grave,
que hasta en los bailes causa
el cuidado en los galanes.
Con qué gracia y donaire
la niña baila;
¡oh, bien haya su cuerpo,
que todo es alma!
en sus bellas plantas
lleva mis ojos.
Si vivir quiere alguno,
guárdense todos."
SEGUNDA PARTE DEL ENTREMÉS
DE MISER PALOMO,
EL MÉDICO DE ESPÍRITU
Compuesto por Don Antonio Hurtado de Mendoza,
Gentilhombre del Conde de Saldaña
Hablan en él las personas siguientes:
• Miser Palomo, MÉDICO
•
• Su CRIADO
•
• Su AMA
•
• Dos CORTESANOS
•
• DESAMORADA
•
• Su TÍO
•
• El VANO
•
• El MALDICIENTE
•
• El POETA
•
• La FIRME
•
• MÚSICOS
•
Salen dos CORTESANOS
CORTESANO 1: Digo que ha puesto ahora en San Felipe
un rótulo en que dice (a fe de ridículo),
que el licenciado Dieta, insigne médico,
cura cualquier enfermedad de espíritu,
cosa que no la vio Platón ni Sócrates,
ni la osara emprender el mismo Hipócrates.
CORTESANO 2: No me habléis bernardinas en esdrújulos.
¿Qué pasiones del ánimo se curen
por medicina? ¡Desatino extraño!
Gran victoria dejáis al desengaño.
Ya lo intentaron todos los filósofos
en sus morales; y Plutarco, y Séneca,
y en vano fue, que en todas las edades
han sido desdichadas las verdades.
CORTESANO 1: Qué, ¿de veras habláis, o es burla acaso?
CORTESANO 2: ¡Qué incrédulo que sois, mentecatazo!
CORTESANO 1: ¿Y es español ese hombre?
CORTESANO 2: En eso hay duda:
él dice en el cartel que es italiano,
y habla tan español, que decir puedo
que le parió la calle de Toledo;
aunque de cuando en cuando italianiza,
y dice io, el baturro, andiamo adeso,
y pienso que ha mandado macarrones.
¡Oh!, ¿qué dijera vuestro insigne Lope
sobre el ser celebrado un extranjero?
¡Qué príncipe es Madrid, tan novelero!
¡Miradle cómo el vulgo le acompaña!
CORTESANO 1: ¿El vulgo? ¡Fuego en quien por él se rige!
¡Qué mal intencionada y ruda bestia!
¡Lo bien que sabe a todas voluntades
el platillo civil de novedades!
Entra el MÉDICO, vestido graciosamente, y otros tres o
cuatro que le acompañan
[VOCES] ¡Plaza! ¡Plaza!
CORTESANO 2: ¿Hay aplauso más mecánico?
Cese el cortejo, menos rumbo, cese.
MÉDICO: ¡Retiratio ad profundum! ¡Exi foras!;
que me aplace curar in solitudine,
que delante del pueblo io non sacho.
CORTESANO 2: ¿Qué nos querrá decir este borracho?
CORTESANO 1: Que le dejemos solo, que no sabe
curar donde le vean.
CORTESANO 2: ¡Qué embeleco!
Cure, ¡pese al bribón!, públicamente.
MÉDICO: Non voglio.
CORTESANO 2: ¡Voto a Cristo que se ensancha!
CORTESANO 1: Por Dios, que es italiano de la Mancha.
Ea, no le enojéis; vámonos todos.
CORTESANO 2: ¡Lindo, echa cuervos!
MÉDICO: Vuelva de aquí a un rato,
que le quiero curar de mentecato.
Sale la DESAMORADA y su TÍO
TÍO: Curarte, tienes, niña, aunque no quieras.
MÉDICO: Qué cosa, qué volite?
TÍO: Esta loquilla,
que salud no quiere...
MÉDICO: ¿De qué está enferma
el pedazo de abril?
TÍO: ...está preñada
de gusto y afición.
MÉDICO: ¿Está preñada?
TÍO: No, señor, que es doncella.
MÉDICO: ¡Pobre de ella!
Ya querrán pasatiempo de doncella.
¡Cuál es el pueblecito! ¡Ah, lengua infame!
¡Ah, lengua vil la que a mujer ofende!
¿Sátiras quiere el pueblo? ¿Hay tal desgaire,
que la malicia juzgan que es donaire?
Si os holgáis que no hay doncellas,
y celebráis malicias tan livianas,
gente del diablo, ¿no tenéis hermanas?
Infamar las mujeres y maridos
solemnizáis ahora en los tablados;
gente de Bercebú, ¿no sois casados?
Mas, volviendo a las cosas de mi oficio,
¿qué enfermedad pillamo, niña hermosa?
DESAMORADA: Estoy de sequedades achacosa:
tengo empedrado de desdén el gusto,
y más dura que un bronce el alma siento.
MÉDICO: Dársela a un avariento,
y atájenos la seca y desganada,
porque os iréis a ética de honrada.
Venga el pulso. ¡Jesús! ¡Qué gran sosiego!
Pues un mozo galán, discreto y bravo,
no os altera, merece ni dilata.
¡Qué enfermedad tenéis de mentecata!
Para ablandar lo duro de ese pecho,
¿nunca os han ordenado ningún hombre?
DESAMORADA: No hay ya la medicina que solía:
es falsa, es lisonjera, es engañosa;
no es de provecho, que mi abuela dice
que se acabó la casta de los hombres;
y los que ahora se usan son pellejos
de los que ya pasaron, pues los mira
vestidos de engaño y de mentira.
MÉDICO: Vuestra abuela mintió cuarenta veces;
que aún hay hombres de bien. ¡Qué linda escuela!
Por Dios que es evangelio el de la abuela.
¿No apetecéis varón?
DESAMORADA: Nada apetezco.
MÉDICO: ¿Hay hastío de condes?
DESAMORADA: Estos días
me guisaron un par de señorías;
y no las puedo ver, porque me han dicho
que, siendo yo la enferma, a pocos lances
saldrá mi enfermedad (aunque sea poca),
a mi a los ojos, y a ellos a la boca.
MÉDICO: ¿Es doctrina también de vuestra abuela?
La previsora plebe ha dado en eso.
Mi donosa, perded esos temores;
que siempre los más buenos son mejores.
TÍO: Señor, ¿tendrá salud esta muchacha?
MÉDICO: Todo es señal de muerte cuanto veo,
que tiene flacos pulsos el deseo.
DESAMORADA: No puedo atravesar solo un bocado
de amor, de voluntad, ni de cuidado.
MÉDICO: ¿Hay amargor de joyas y vestidos?
¿Sábeos bien el dinero?
DESAMORADA: ¡Y cómo!
MÉDICO: Bueno,
de vida sois, ¡por vida de Galeno!,
sanaréis, sanaréis: buscad un hombre
callado (si le hubiere en las boticas)
y exprimidle entre dudas y esperanzas,
que salga este licor provechosísimo,
que es el amor finezas y regalos;
que es eficaz remedio y muy notorio,
y al lado le aplicáis un escritorio,
y un jarabe tomad de dilaciones,
y échenos cuatro ayudas de doblones.
DESAMORADA: ¡Ay, qué necio doctor! De esos remedios
tengo yo desechados infinitos,
y no me sanará toda la flota;
quédese para necio y para idïota,
que enferma quiero estar de desamores.
MÉDICO: Gustosa es la rapaza.
DESAMORADA: Bastan flores.
MÉDICO: ¡Cómo os fiáis, amiga, en la carilla,
y en que ha de durar siempre! ¡Qué donaire!
Niña, todo se acaba y se apresura,
y más breve que todo, la hermosura.
DESAMORADA: Que todos son civiles pensamientos.
MÉDICO: Pues allá os lo dirán los escarmientos.
DESAMORADA: Que no hay [en este corazón] codicia.
MÉDICO: Vengan los años: nos harán justicia.
Vase y entra el VANO, sin quitarse el
sombrero
VANO: Cúreme el tal doctor.
MÉDICO: ¿De qué dolencia?
VANO: De vano y descortés.
MÉDICO: ¡Qué atrevimiento!
Vinistes con el mismo crecimiento.
¿Sois calvo?
VANO: ¿Por qué causa lo pregunta?
MÉDICO: ¿Por qué causa lo digo, majadero?
Porque hacéis cabellera del sombrero:
cierto que sois persona desmañada,
que un sombrero, infelices de los vanos,
bien le podréis quitar con las dos manos.
Quítase el sombrero con las dos
manos
VANO: Remedio pido y no tanto parola.
MÉDICO: En fin, ¿sois vano?
VANO: Sí.
MÉDICO: Pues, al remedio:
aprender cuanto fuere de fantástico,
y oír lo que de vos murmuran todos.
VANO: ¿Y no es menester más?
MÉDICO: Con eso basta.
VANO: A todo el pueblo las albricias pido.
MÉDICO: Esta purga tomad por el oído;
y si ella no os quitase esa modorra,
os amortajen luego en una zorra.
Vase y sale el MALDICIENTE
MALDICIENTE: Cúreme vuesasted de maldiciente.
MÉDICO: ¿Maldiciente y vivís?, extraña cosa,
¿De qué género sois?
MALDICIENTE: ¡Gentil badajo!
Si maldiciente soy, seré hombre bajo.
MÉDICO: Eso así habrá de ser, puesto que ha sido
más alto que los nobles, pero bajo,
que esta es mejor materia para un púlpito.
¿Y en qué fundáis el ser maldiciente?
MALDICIENTE: Sólo en donaire y ser bien escuchado.
MÉDICO: Mejor diréis en ser desvergonzado.
¿No veis que a un maldiciente, por mil modos,
si bien le escuchan, le aborrecen todos?
Y un maldiciente solo, tantos hace,
que una verdad castigue lo que él miente,
pues todos dicen mal del maldiciente.
Si sois hombre de bien, sanaréis luego
con advertiros que os harán infame;
que peligran las honras con tal mengua
en el escollo vil de vuestra lengua.
Mas, pues, sois hombre bajo; es gran remedio,
y medicina provechosa y rara,
sajaros dos ventosas en la cara.
MALDICIENTE: Digo que sano estoy. Mas decid: ¿cómo
hablaré bien de aquí adelante?
MÉDICO: Hermano,
diciendo mal de vos y del verano.
Vase y sale la AMA del DOCTOR
AMA: ¡Señor, señor, señor!
MÉDICO: ¿Qué queréis, ama?
AMA: Señor, un hombre de secreto pide
que le curéis [si el tiempo no os impide].
MÉDICO: ¿Hombre secreto? ¿Qué decís, hermana?
Mírale bien si es hombre en carne humana,
y si lo fuere, darle esta receta
(para desopilarse de ese vicio):
haga en la corte un poco de ejercicio.
Sale el CRIADO
CRIADO: Oye, señor.
MÉDICO: ¿No es cosa para pública?
CRIADO: No, señor, que a curarse de poeta
viene un hombre.
MÉDICO: ¡Picaño! ¿Es sambenito
serlo? ¿Toca a nos ese delito?
¡Oh, sagrada y divina Poesía,
que la ignorancia os tenga en tal desprecio!
¡Oh, qué válida ciencia es la del necio!
Que este oficio le infame el que le tiene,
y hayan hecho por gala, y de pensado,
campaña de venganzas el tablado.
Entra el POETA
POETA: Guárdate Apolo.
MÉDICO: Hermano, Dios me guarde,
porque es persona de mejor cuidado.
¿Qué sentís de las Ninfas?
POETA: Gran desgracia
y poca estimación.
MÉDICO: Estadme atento,
porque gustillos son de entendimiento
usar bien ese oficio soberano;
ser poeta de bien, pues lo son muchos:
guardad la boca y abstenéos de sátiras,
no sea menester purgar, en suma,
con jarabe de acero vuestra pluma.
POETA: ¿No podré apetecer unas coplillas
contra las rubias?
MÉDICO: No, por ningún caso;
"cabellos de oro", dijo Garcilaso.
Vase, y sale el CRIADO
CRIADO: Abreviando, Magister, que infinitos
enfermos por consulta van viniendo.
MÉDICO: Multitud o languentium, ve diciendo.
CRIADO: De pensar que es dichoso con mujeres,
quiere uno que le cure.
MÉDICO: Yo no puedo,
porque a los que padecen cosas tales
sólo curan las jaulas de hospitales.
CRIADO: Un otro, que teniendo mujer bella,
quiérela fea, y da la suya hermosa,
y le hace mil desdenes y desprecios.
MÉDICO: Eso toca a la cura de los necios.
CRIADO: Otro quiere curarse de celoso.
MÉDICO: Si es casado y lo muestra, es desahucio
que con su enfermedad desconfïada
sanará la mujer de ser honrada.
CRIADO: Otro más, de cuñado.
MÉDICO: A ese cuñado
que se cure de mal intencionado.
CRIADO: Otro de miserable.
MÉDICO: ¡Oh, triste! ¿Es rico?
CRIADO: Es dueño poseedor de gran tesoro.
MÉDICO: Llámale al miserable majadero,
alcaide y dueño de su vil dinero;
y porque no se afane el desdichado,
le dirás, con palabras muy sucintas,
que mire a un hijo suyo echando pintas.
CRIADO: Un farsante con tono viene enfermo.
MÉDICO: ¿[Un farsante enfermo] de tonecillo?
Que se vaya a curar a Peralvillo.
CRIADO: Un hombre grave y de luegos, algo
viene con calentura.
MÉDICO: ¿Luegos, algo
con calentura? Tales bien se entienda,
que no puede curar sin dejar prenda.
CRIADO: Otro que piensa que lo sabe todo.
MÉDICO: ¡Qué buena vida pasará el bellaco!
Entre esa bestia, pues.
Entra el CORTESANO 2
¡Qué sabio mozo!
¿Sois vos quien todo lo sabéis?
CORTESANO 2: Lo mismo.
MÉDICO: Yo os probaré que no.
CORTESANO 2: ¡Qué gracia tiene!
Eso, ¿cómo es posible?
MÉDICO: En la experiencia,
¿pensáis que todo lo sabéis?
CORTESANO 2: Sí, pienso.
MÉDICO: ¿Y sabéis que sois necio?
CORTESANO 2: En ningún modo.
MÉDICO: ¿Pues, veis cómo ya no lo sabéis todo?
De mentecato prometí curaros;
ya lo he cumplido. Andad con Dios.
CORTESANO 2: Escuche,
¿cómo sabré yo mucho?
MÉDICO: Ya os escucho:
sabed cuán necio sois, y sabrás mucho.
Vase [el CORTESANO 2]
CRIADO: De bruja quiere una mujer curarse.
MÉDICO: No quiero aventurar mi medicina,
que volverá a enfermar de cada día.
CRIADO: Otra de fea.
MÉDICO: Dile que se muera;
y antes será mejor, si no es muy moza,
curar de desdichado al que la goza.
CRIADO: Otra mujer de firme.
MÉDICO: No la esperes,
que es nueva enfermedad en las mujeres.
Entra la FIRME
FIRME: ¡Ay!, ¡ay, señor doctor, con qué ansias vengo,
que traigo de firmeza una apostema;
que quiero a un hombre bien sólo por tema!
MÉDICO: Aunque tenéis un mal tan imposible,
usad para sanar de firme al punto,
y el pecho en que sentís desasosiego,
con cualquiera mujer os unten luego.
FIRME: ¡Ay, mi señor doctor, ay doctor mío!
¿Para sanar una mujer de firme,
no más que una mujer es necesario?
MÉDICO: Todo se ha de curar con su contrario.
FIRME: ¿Y si vuelvo a sanar y enfermo luego
de mudanza y firmeza?
MÉDICO: Con vos misma
os untad, y si os diere pesadumbre
encomendadlo a Dios y a la costumbre.
FIRME: ¿Hay más insigne médico en el mundo?
¡Milagro! ¡Al gran milagro acudan todos!
Salen todos los del entremés y
MÚSICOS
MÚSICOS: ¿Qué voces éstas son, doña Quiteria?
FIRME: Que ya de firme me sanó este médico,
a quien la vida y la salud consagro.
MÉDICO: La enfermedad, decid, que fue milagro.
MÚSICOS: Todos salud y vida le debemos.
¿En qué quiere el doctor que le paguemos?
MÉDICO: En que bailen un poco,
y aquí podrá cantar.
FIRME: De buena gana.
MÉDICO: Vaya una letra, buena cortesana,
que sea de lo bueno y excelente,
como Joannes me fecit Benavente.
Cantan y bailan [los demás versos del
entremés]:
MÚSICOS: "Afuera, que va la niña,
linda cara y pocos años,
desatando nieve y rosas,
con su donaire gallardo.
Del tiempo y amor se ríe,
que no ven sus ojos claros,
ni del uno vencimientos,
ni del otro desengaños.
Date prisa niña, no tardes tanto,
que un día y otro se hacen los años."
MÉDICO: "Y si ella lo duda,
don Fulano del Tiempo,
vengan arrugas."
MÚSICOS: "Ni en edad, ni en belleza,
ni en gracia fíes,
que también los de ochenta
fueron de quince."
MÉDICO: "Y si ella lo duda,
don Fulano del Tiempo,
vengan arrugas."
"De las damas de hogaño, ¿qué te parece?
Capadillo, pues, jueguen con seis y siete.
¿Y las que se atapan en la comedia?
Al rentoy, pues te muelen haciendo señas.
A las viejas de hogaño, ¿qué las diremos?
Setentona con guía, ni más ni menos.
¿Qué hace un viejo en casarse con mujer moza?
Dejar leña encendida donde hay estopa."
"Y si ella lo duda,
don Fulano del Tiempo,
vengan arrugas."
[FIN DEL ENTREMÉS
EL MÉDICO DEL ESPÍRITU]