Gustavo Ogarrio Badillo
(Ciudad de México, 27 de mayo de 1970) es un poeta, periodista, narrador y profesor de nivel superior. Ha publicado ensayo y narrativa en revistas y suplementos como La Jornada Semanal, Tierra Adentro, Archipiélago, Letras del diario Cambio de Michoacán y Acento de La Voz de Michoacán. En 2005 obtuvo el XXXIV Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés con Nunca seremos poetas y 2006, XXII Premio Nacional de Cuento Fantástico y Ciencia Ficción; y V Edición del Premio de Crónica Urbana Salvador Novo.
Gustavo Ogarrio Badillo nació el 27 de mayo de 1970, creció en el Barrio Santa Catarina en la Delegación Coyoacán, donde ha pasado gran parte de su vida. Entro a la edad de los seis años a la escuela primaria República de Guatemala, en 1976. En 1982 entró a la Escuela Secundaria No. 35, en la calle Vicente Guerrero en Coyoacán. Para 1985, ingresa a la Escuela Nacional Preparatoria 6 "Antonio Caso", perteneciente a la Universidad Nacional Autónoma de México.
En 1992, ingresa a la Universidad Nacional Autónoma de México a estudiar la carrera de Filosofía, pero es hasta 1994 que se cambia a la carrera de Estudios Latinoamericanos, debido a que su principal interés consistía en estudiar la filosofía de América Latina. A su vez, fue en 1994 donde comienza su carrera de periodismo para agencias de noticias.
Finales de 1998 y principios de 1999 se muda a Morelia, Michoacán de Ocampo, invitado a ser profesor por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo donde estuvo un año. En 1999 inicia escribiendo para la Jornada Michoacán y a publicar en La Voz de Michoacán siendo reportero de varías áreas, un año después se convierte en editor general del periódico La Voz hasta 2002.
En 2003 regresa a Distrito Federal para hacer maestría y doctorado en Estudios Latinoamericanos en la Universidad Nacional Autónoma de México. A finales de 2007 y principios de 2008, viaja a Salamanca, España. Se muda a Madrid durante su último año de doctorado.
Desde 2009 ha sido profesor de Estudios Latinoamericanos en UNAM, a partir de 2013 ha impartido talleres de literacidad y periodismo en la Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Cuajimalpa. En 2014 inició como profesor de Historia de América Latina en el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora. Cada año imparte un curso sobre Historia del Arte en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Ha sido profesor invitado en la Universidad Nacional de Costa Rica, Universidad Autónoma de Madrid, Museo de América y College of Charleston. En 2001 a 2008 y 2011 hasta hoy continua publicando cada semana temas sobre política y cultura en La Voz Michoacán. Desde 2012 ha sido columnista de La Jornada Michoacán.
Estilo literario
Poesía y política son dos palabras que caracterizan su obra, pero va más allá que un género literario y una ciencia de Estado. La influencia que ha tenido a lo largo de su vida tanto de filósofos domo literatos, experiencias personales y los acontecimientos socio-políticos estudiadas en libros y en carne propia, se ve marcado en sus letras. Su lírica tiene es creada en su mundo, donde nos cuenta en rimas de manera coloquial que hay que nosotros no vemos, aquello que se esconde y no se ve en un parpadeo, debe ser tomado con calma, con los pasos sobre la ciudad y escribirse. En sus crónicas, nos tropezamos con una escritura que habla de historia mexicana y la insignificancia de la cotidianidad que resalta con un poco de imaginación y creatividad. En cambio, sus notas periodísticas en suplemento La Jornada Semanal, Acento del diario La Voz de Michoacán y La Jornada Michoacán expone los acontecimientos del día a día ante una concientización ciudadana de nuestro país. La interpretación de Gustavo Ogarrio sobre el mundo es escrita sin la necesidad de amoldarse a un género literario, pero que inconscientemente quizá, crea un estilo diferente cada vez que comienza a redactar una crónica, un ensayo o poesía.
Poesía
En su poemario La mirada de los estropeados, se abre un mundo onírico, o quizá surrealista va brincando las barreras del realismo, sin dejar atrás sus experiencias cotidianas:
“Los monstruos y las bestias milenarias de este asfalto ultramarino aquietan su rencor largamente acumulado con la gran promesa del olvido, su eternidad enmascarada y colonizada crece sin remedio en la intimidad cósmica del sacrificio urbano.”
Habla sobre el humano, sobre la ciudad y como es transformada en aquello que conocemos y como vamos cayendo:
“Con los años, la nómina de los estropeados se fue ampliando. Ya no solamente eran los indigentes que dormían en parques o que transformaban los desperdicios alimenticios en sus nutrientes ocasionales”
En Épicas Menores encontramos transición, el final de la infancia, liberación y fascinación por el cambio geográfico:
“CANTO II
MORELIA Y EL ORIGEN
NO SÉ NADA DE TU ORIGEN. Me gustaría pensar que vienes de una bola de fuego, de un pentagrama desquiciado que te transforma cada mañana en este viejo rinoceronte blanco. Sin embargo, también presiento que vienes de alguna batalla siniestra, encubierta por delirantes historiografías; nacimientos y muertes de epopeya que crecen bajo el caramelo envenenado de nuestras épicas menores.”
Sentimientos de inferioridad y rechazo:
“ÉPICA MENOR
A VECES ME SIENTO El dedo meñique del mar[…]
A veces me siento La garganta invisible de todos estos silencios”
La madurez adulta:
“ MADUREZ TARDÍA
EN ALGÚN LUGAR De cierta infancia enemiga Está guardado Mi cadáver De araña espeluznante ”
y su experiencia paternal:
“ NOTICIAS DE MI HIJA CAMILA
EL GRAN ELEFANTE DE TROZO FIRME invencible y multicolor despojado de realismos innecesarios pasará su primera noche en la promesa imbatible de la página en blanco .”
En Tres cantos desalmados contra la ciudad de piedra, se percibirse una frágil similitud a Declaración de amor y Declaración de odio de Efraín Huerta, poemas escritos para la Ciudad de México.”
Narrativa[editar]
La escritura invisible Antología de narradores introvertidos, es una breve antología con tres geografías diferentes: Guayaquil, ciudad ecuatoriana; ciudad de México y Morelia, Michoacán de Ocampo. Once cuentistas que tienen en común la narrativa latinoamericana y una propuesta creativa con expresiones a contracorriente de la realidad cultural en la que se vive y una política más opresora que se vive en el subconsciente.
En la presentación de este libro explica el porque ha seleccionado tres puntos geográficos distintos y cercanos al mismo tiempo: “Aquí entrego parte de mi experiencia como lector y también un intento de presentar textos literarios poco difundidos y que más bien aparecen al margen de esa canonización literaria dominante que se erige como deporte cultural. Si llamo manifiesto a esta introducción es porque el libro es al mismo tiempo un testimonio y una feroz presencia literaria, el asomo de voces solitarias que se presentan como lectores activos en la escritura.
A continuación, breve fragmento de La autopsia dirá si ha muerto de Raúl Mejía, escritor mexicano.
“Todo empezó luego de una experiencia traumática: me da horror ver los ojos de los vagabundos, de los méndigos, los miserables. Me devuelven la imagen de lo posible de mi futuro. Son unos descarados. No venden disculpas: son lo que todos podemos ser a partir de un descuido o un ajuste. Me sumí en la desesperación. No es malo estar desesperad: es normal. Además tiene la ventaja de lo transitorio: luego de unas semanas en ese estado se abandona… ¡ahí está el problema! Porque si no tienen suficientes recursos se cae en la tristeza y esa experiencia de verdad es matadora… bueno, ya lo dije: estaba dispuesto a dar fin a esa circunstancia desagradable; en otras palabras, me iba a suicidar.”
Los modales de los mellizos Urraza de Jorge Vargas Bohórquez, escritor de Guayaquil, Ecuador. “Te aclaro: la suerte es la cerne de las injusticias. Ahí estaban sin suerte Jonás, El tano y un mellizo muerto. Todos con los ojos abiertos como bocas de ahogados, de lado sobre las baldosas del baño, con los labios como si algo quedaran por decirse; aunque dijeras lo contrario, nadie ha muerto callado, ni mustio ni en paz.”
El baile de Augusto de Gustavo Ogarrio, pertenece al libro de cuentos La vida improbable, inedito “Todo estaba perfectamente planeado, Augusto haría una visita a sus viejos profesores del colegio militar y pasaría por Guayaquil. Milton lo invitaría a “bailar” en un picadero de lujo que se encontraba cerca del malecón. Su tropa de anarquistas se había encargado de investigar la ruta, la parada del almuerzo y de un discreto brindis”
En la Introducción de Narrar el instante Antología improbable: políticas y poéticas de la crónica, Ogarrio responde el por qué publicar un libro de crónicas: salir de los estereotipos para restablecer una crónica que los escritores contemporáneos redactan:
“La crónica representa hasta nuestros días un desafío para la historiografía y a crítica literarias, su percepción como una escritura irregular, poco convencional para narrar la historia, ha impedido su pleno reconocimiento como género literario o como textualidad de la interpretación y la memoria[…] La crónica ha sido estereotipada simplemente como el relato de lo cotidiano, como el testimonio a veces literario y la mayoría de las veces periodístico de lo inmediato.”
Luis Tovar, escritor mexicano, forma parte de la antología con Quince días de Septiembre: “¿Cómo podría describirte Praga, corazón? Más que los daros históricos y arquitectónicos, preferiría empezar por preguntarme por qué calles entraron, cómo habrá sido ver la irrupción del ejército soviético en esta ciudad, hace cuarenta años. Cuántos muertos hubo, qué fachadas recibieron el impacto de las balas, qué pechos detuvieron la descarga de los fusiles de asalto.”
Mario Cruz, poeta y cronista mexicano, con El palacio del burlesque: “Cuando termino de saciarme le sonrío agradecido y ella se retira, dispuesta a complacer más mamadores. La función termina con una coreografía en donde todas las exóticas bailan desnudas el can-can. Aplausos. Las luces se encienden y el público empieza a retirarse: jóvenes clasemedieros, hombres maduros de mirada furtiva, sardos en su día franco.”
Antonio Monter Rodríguez, periodista y profesor universitario. Y la muerte me cerró mis párpados: “Alejandra calló, se fue, se fugó. La sentí dormir sobre mi cuerpo, recorrí un par de veces su espalda con cicatrices, cruces, veredas, breves centímetros de gracia, con el tacto de marihuana advertí la soledad que manaba sin descanso desde sus costilla. Supuse que yo también iba a dormir inmediatamente, pero estuve observando sin descanso un cuerpo inerte, lánguido, vencido, estrecho y seco.”
Prosa poética
Manifiesto de Viaje Recreación lírica del viaje vital de este poeta, narrador, periodista y editor, quien hace de su biografía una declaración de amor hacia los otros, con fragmentos de la biografía de las fraternidades, de los amores y de los seres que marcaron su infancia y vocación literaria. Mezcla viñetas emocionales, nostalgia, pálpito presente, vena política, remembranza de los personajes del barrio que personificaron la tragedia humana, formación literaria, fragua compartida con sus afines y sus afanes existenciales: ciudades, libros, música y seres que dan cuerpo encendido a su bitácora.
Ensayo
Cartografías del poder y la imagen, por Horacio Cerutti Guldberg
“¿Cartografías? ¿Poder? ¿Trayectorias con referencias a la cultura?... Foucault -¿el último?- diría que son las dimensiones espaciales ineludibles e inocultables del tiempo y de la historia. Los textos que se presentan a continuación son la expresión de las inquietudes múltiples, cultas y complementarias entre sí de un joven de esta época, a través de cuyas palabras se puede atisbar la riqueza de una generación metida en el ajo de la cotidianidad a veces abrumadora de nuestros países.”
En palabras del autor, su libros son inquietudes de su juventud y sus inquietudes durante su época de estudiante: “Este libro es la compilación de un esfuerzo por comprender los síntomas políticas y culturales de mi época, sus contradicciones visibles y ocultas, las rutas de sus procesos creativos y de su imaginación, la sinergia de su miseria y de sus sacrificiales promesas de transformación, de su poca rentabilidad en materia de esperanza[...]Dos son las obsesiones que cruzan los textos: la literatura y la política, dos maneras de ejercer la plenitud y el desencanto”
Breve historia de la transición y el olvido, una lectura de la democratización en América Latina es un ensayo sobre la política en algunos países de América Latina, Reconstruye parte del proceso de formación del nuevo orden liberal, el que va de 1983 (año en el que termina la dictadura argentina) a 2006, momento en que se manifiesta la crisis de las transiciones. El concepto olvido se interpreta como parte del giro conservador que experimentaron muchos de los procesos de democratización en América Latina. Narrativa bélica que intenta plantear una interpretación cíclica desde una perspectiva latinoamericana, el crimen y sus consecuencias.
“La democracia se vuelve otra vez un concepto incierto y su evocación en no pocas ocasiones provoca una sensación de agotamiento; soy de la opinión que ahora más que nunca es necesario ensayar una interpretación”
Obras
Poesía
La mirada de los estreopeados (2010)
Épicas Menores (2011)
Narrativa
Manifiesto de viaje (2004)
La escritura invisible Antología de narradores introvertidos (2006)
Narrar el instante Antología improbable: políticas y poéticas de la crónica (2009)
Prosa poética
Manifiesto de Viaje
Ensayo
Cartografías del poder y la imagen (2007)
Breve historia de la transición y el olvido, una lectura de la democratización en América Latina (2013)
Publicaciones
Revistas
Seminario ETC…
La Gaceta del Fondo de Cultura Económica
Luvina
Tierra Adentro
Crítica
Archipiélago
Periódicos
La Voz de Michoacán
La Jornada Michoacán
La Jornada Semanal
Premios
XXXIV Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés (2005)
XXII Premio Nacional de Cuento Fantástico y Ciencia Ficción (2006)
V Edición del Premio de Crónica Urbana Salvador Novo (2006)
ningún país es mi país
mi país es ninguno cuando se abren consumados los pechos de ese dolor intrépido
que sale por la glándula de las metralletas y las granadas
que cruza como un dios enfermo por el malecón de los elefantes persas
ningún país cabe en esta habilidad obscena de los muertos de barro que caminan
en parajes cósmicos de una desolación de aguacero
en bahías petroleras con espantapájaros baleados al sol
en desiertos bíblicos con mujeres de silicio boca abajo
quiero decir la mantequilla del amor y del odio en tamaulipas
en juárez nueva italia la gavilla de tumbiscatío estudiantes pulverizados en guerrero
el amo de los besos de pistache en durango
el puerto de mazatlán con todo y sus peces de alambre
perfume de coco en el cuello de los sicarios
treinta cuarenta cincuenta cien doscientos trescientos mil muertos
palmados acribillados desollados diluidos en sosa cáustica borrados
los durmientes del horror que vigilan la noche de todos nuestros silencios
monosilábicos y despeñados
fosforescentes en su camello del olvido
mi ningún país siempre ha sido un sepulcro de músculos nuevos
sangres espeluznantes que hasta hace poco regalaban besos y sonrisas
una sopa de fideos en la que olvidamos las plegarias de la abuela
una batalla naval contra las parábolas de la infancia
la mueca exterminadora de un gigante demente que nos aplasta antes de nacer
llámenle nación o país o cartilla militar o pasaporte o credencial para votar
llámenle canoas de brujos contemporáneos que cruzan el río de la noche y de la tormenta
llámenle campesinos sin mundo global áspero y peludo bestial y confortable
llámenle proletariado sin sus tres cabezas al borde del precipicio
llámenle futbolistas de caramelo en la memoria
llámenle amapolas divinas en el horizonte
llámenle templo que agoniza
después de haberle ofrecido la otra mejilla a la gran bofetada de la eternidad
es ninguno este país cuando las chimeneas de sus fábricas de la muerte
divulgan sus facultades adivinatorias
y las anacondas de la vida se deslizan por las supercarreteras del amor y del miedo
antes de que llegue el ejército y despegue nuestra economía de ataúdes eléctricos
las almas en renta de prostitutas veloces
los cuellos de carnero de empresarios sentimentales que huyen a texas
antes de que el frío y el hambre el hambre como cascajo en las muelas
nos obliguen a la eyaculación precoz en la vitrina de los panes
tengo a ningún país atravesado en la garganta
con el viejo cuento de su amor ilimitado por el prójimo
con sus palabras ya difuntas en los mercados en la televisión en las iglesias
y sus arcos de metal que inauguran tristezas incomprensibles
con sus mujeres de acero inoxidable y sus niñas vacías de novedad en las axilas
qué país tan grave tan ninguno
me digo cuando el bostezo de las tres de la madrugada
exhala las traiciones melodramáticas de los últimos días
qué país tan tuyo como de nadie
con su aliento carnívoro y su fantasía vegetal de afectos y virtudes
este no país del acoplamiento brutal entre vida y muerte
la orquesta de la nada que no para de tocar
su vals del nunca más volveremos a vernos bajo la sombra del castaño
lo mejor sería romperlo por dentro y refundarlo con mujeres azabaches
con hombres de plastilina con barcos de cerámica y con muñecas de trapo
con astillas de titanio en los huesos del tiempo
hacerlo desaparecer en las cañerías de universos paralelos
librarnos de él como quien se despierta de un mal sueño
voy a cantarles el último bolero de la noche
para jugarnos toda nuestra soledad de pájaros moribundos y sin entrañas
en el horóscopo de mañana
en la declinación de las luciérnagas
en la verdad de los audaces y de sus amaneceres púrpuras
vamos a limpiarnos estas lagañas volcánicas para empezar a cavar la tumba del espanto
recuerden compañeras y compañeros que nos vamos sin país
hermosos bagres que boquean su agonía sobre la charola de la vía láctea
con la grandeza de las tarántulas sin veneno
tiernos y viles en la danza ortopédica del águila sin serpiente
voy a clavar mi machete de sílabas escarlatas en esta tierra de espectros de nieve
para detener la tormenta de nuestras historias y leyendas quemadas
para desviarnos hacia otra muerte en la que no esté cifrado únicamente el horror
o la navaja en el pescuezo que busca el badajo vibrante de miedo
o la amígdala hembra del silencio en la hora tartamuda de las ráfagas
voy a clavar mi machete de piedra encendida en el ojo mayor del dios del vacío
estoy hablando de buscar el refugio de los jabalíes y de los antílopes
de los trenes que en la madrugada salen hacia ningún país
de acabar de una vez por todas con el cíclope de la muerte sin combate
estoy hablando del derrumbe del capitalismo financiero
y de ciertas algas metafísicas que retoñan en alta mar
pero también hablo de los relámpagos del fornicio
de las caricias basálticas en los genitales y de los árboles que se ramifican en la nada
de policías mortíferos que fusilan a ciudadanas paralíticas
de la mutilación del viento y de los sueños
y de los que se arrastran ensangrentados buscando también su no país
hablo de garzas apátridas y de galeones fantasmas en aguas internacionales
de la quietud de los párpados en la penumbra
y del ocaso de los cuerpos en la galaxia de las banderas
hablo de mi madre y de mi padre y de mis hermanas y de mi hija
y de las compañeras y compañeros
de nuestro manifiesto de semillas suaves
de nuestra muerte como la última refutación contra las estatuas
hablo ya sin dolor de ningún país mi país
méxico distrito federal / morelia michoacán / octubre de dos mil catorce
Tres películas infames que vi cuando era niño
Todas las leyendas, todas las mitologías
y todos los mitos, todos los fundadores de religión,
incluso todas las religiones…
esperan su resurrección en la pantalla,
y los héroes se apiñan ante los portones.
Abel Gance
operación dragón
todo está preparado, bruce
para que comience tu danza memorable con los espejos
y tu enemigo de la garra de acero gire sobre el epicentro de su propia
[muerte
crucificado por los latigazos que salen de tus puños y piernas
todo está listo
para que en esta oscuridad rota por los chispazos de luz que se filtran
por el techo de goteras y de tejas traicioneras
tu arte cinematográfico de gato invencible
conquiste de una vez por todas la penumbra del cine tlalpan
risas inoportunas, eructos con sabor a huevo que animan la espera
paredes quebradas, silencios de multitud
y esta atmósfera dominada por un tufillo a orines concentrados
todo dispuesto para escuchar de tu esqueleto trabado de músculos alguna
[revelación,
por ejemplo: «el arte de luchar sin luchar»
filosofía instantánea que se desprende del hachazo multicolor en los ojos
bruce lee, kato o el gran jefe de hong kong,
siempre tan solo en tus cruzadas contra el mal,
tan felino en la imagen monumental de la pantalla roída por los años
saltando y rugiendo en un mundo que todavía no empieza a derrumbarse
me refiero a este presente infinito que lánguido estalla
mientras tú cruzas en el barco de grillos astutos
hacia la isla de tinieblas y de esa mujer hermosa caminando por tu espalda
entierro de mitologías recién aprendidas
testamentos de palabras entusiasmadas por la fama y por las preguntas del [maestro shaolín:
«¿en qué piensas cuando te enfrentas al adversario? que no hay adversario
[¿por qué es así?
porque la palabra yo no existe»
cuánta razón de jueves por la tarde tenías, bruce
el yo no existe
y menos en esta nostalgia inservible que ya cansada
te refundirá en el centro del olvido
para traicionar tu final de dragón melodramático
de boxeador chino alabado por las masas
con la dama muerta y los peleadores inverosímiles
hartos ya de escenografías turbulentas
mientras te distraes en la culminación melancólica de tu gloria
y miras a los helicópteros que vienen al rescate
yo te digo, como una maldición, como una venganza sin combates
hasta nunca, entrañable bruce, cocina del estereotipo
dragón chino versus occidente, conspirador de multitudes estupefactas
déjame caminar por última vez de regreso a casa
para distorsionar con mis charlas infantiles tus escenas infames
y fumarme el primer cigarrillo de esta tarde imposible de jueves de 1983
donde sólo cabes tú y tus tristes batallas contra la muerte
mad max
hay pantallas que estallan mientras el desierto posterior al apocalipsis
[nuclear
es el paisaje en el que el viejo max ronronea con su herida pasajera en la
[pierna
hay pantallas que se abren como pétalos gigantescos al público estupefacto
pantallas casi metafísicas
que vienen de otras pantallas prehistóricas
y que alguna vez lo fueron todo en la oscuridad del cine jalisco
estoy hablando de tomar el pesero vacío al pie de los viveros de coyoacán
hasta la avenida revolución y entre risas, silencios e imberbes traiciones
bajar cerca del parque lira para caminar por las calles estrechas y puntiagudas
listas para que javier, el carranclán y el de la voz
simulen la mayoría de edad ante los cadeneros del gran recinto
todos sabemos que el jalisco deja en reposo su mirada disciplinaria
y los niños temerosos dan por hecho que esa tarde serán adultos ficticios
y ahí está max
joven, australiano y taciturno
envuelto en el cuero negro del heroísmo
volteando hacia nosotros
con su futuro de humanidad derrotada
de buscador de petróleo
él no sabe que estamos aquí congregados
para negarle todas nuestras simpatías
para entristecernos mejor cuando su amigo el ganso
muere carbonizado y nos regala su estampa última de ojos claros
poseídos por el amoniaco del más allá
no sabe que en esta asamblea de alfileres negros
desperdigados en la oscuridad al pie de la pantalla
hemos sido llamados para saber lo que es el tiempo
y entregarle al olvido esta tarde de función doble:
mad max i y mad max ii… mad max ix veces hablaremos de ti
de los ojos desorbitados del perro mohicano en moto
sacándose la flecha de la pierna
con el dolor domesticado por el grito
nunca más volveremos a creer que fuiste arrebatado
de un futuro de armonía familiar
no te hagas el inocente, el héroe sin compromiso, max
que tú también odiaste y creciste al ritmo de los venenos del mundo
te dejamos en tu desierto de acciones vertiginosas
y de persecuciones inverosímiles
te regalamos esta lápida de desolaciones milenarias
consumadas en la oscuridad del jalisco
los diez mandamientos
moisés nos quiere amarrar a la butaca
con sus cuatro horas de delirio bíblico
debería decir
charlton heston con sus barbas postizas y su inocultable furia
[norteamericana
envuelve los minutos, las horas y los siglos en palabras
que como halcones insaciables son dobladas al español
«no puedes quebrantar el fuego de dios»
«¡reúnan a sus familias y rebaños, debemos partir ya! ¿adónde?
¿a ahogarnos en el mar?..
¡mirad, ésta es la mano de dios!»
los vientos celestiales abren el mar rojo
la escena sagrada se desborda sobre las almas infantiles
y muchos siglos después sabremos que ramsés ii era yul brynner
«¿quién se opondrá al poder de dios?»
el mar rojo cayendo a mansalva sobre los caballos egipcios.
Tríptico de amor y de muerte
Gustavo Ogarrio
Edvard Munch, Hombre y mujer I, 1905
Febrero
Para Lily Beth y Antonio
Febrero es una grieta por la que se abre paso un tacto de ciegos, el susurro de los vendedores del amor incapaz de dar cuenta de esas piernas graciosas que se rompen como una marcha celestial de defunciones o del silencio mortecino en la nuca que jamás se propagará en las rosas melodramáticas, en los chocolates presos del moño insoportable, en las gardenias degradadas por el gesto de la repetición mercantil. Febrero es el torbellino de las murmuraciones cursis, su día preferido es el catorce. Amor, amistad, convulsión lacrimosa para toda la vida que se alimenta de ese mosto de besos de chocolate.
Millones de vitrinas exhiben el cadáver del amor, la subasta del paraíso, las tristes noticias del deseo. Febrero es la ceniza de aquellos árboles quemados que se acorazan en los murmullos al oído. Es la enfermedad de los pétalos que se impone por unas horas al dolor de los monstruos de barro. Es el desamor de los planetas, el sarcoma de Júpiter, el suicidio de Mercurio, la traición de Plutón, la agonía de la Tierra. Miles de palomas muertas vendrán desde el sueño a levantar el cuerpo herido de febrero. No habrá lecho consumado, ni muslos como telarañas; no habrá esa difusión maligna de las promesas ni el peligro de las lenguas blancas ondeando encima del pantano.
Febrero es una pantera que no se deja atrapar por el lápiz labial que escribe herejías a bajo precio en los cristales de los coches o que dibuja corazones rojos en los cuadernos de pasta blanda. Febrero es el final de los besos adolescentes, el apetito voraz de las mercancías que celebran el ocaso de las bocas bífidas. En febrero no caben las fracturas del oxígeno que acompañan a la inexactitud de los cuerpos relacionándose, porque febrero es también un gran almacén de almas fosilizadas en la esgrima de la compraventa.
He visto morir a dioses miserables que no soportaron el tamaño de esta grieta.
Ítaca
Para entrar a tu ciudad espeluznante debe evitarse la luz del día, el verano y la canícula, los calores matutinos con su precipicio de sudores diáfanos. Se debe ser cuidadoso con los taxistas, con su monólogo de retrovisor alerta por el que se filtran todas las lenguas. En cada templo, en cada palacio, en cada triángulo de piedra que simula su verdad pitagórica se esconden los secretos de la aparición de Polifemo: el ojo extraviado del cíclope, el banquete del forastero en la tierra prohibida, la borrachera de la muerte, la fuga vergonzosa de este Nadie que a todos nos habita.
Para entrar a tu ciudad espeluznante es preciso cubrirse con la sábana de noches frías y duras, con la certidumbre de los coches quemados al borde del camino, con la desesperación de los hombres que piden su lugar en esta guerra.
He regresado en tu nombre a esta ciudad de acentos marrones, de sirenas que cantan el fin de la especie para que mi navegación estalle contra los arrecifes de cantera. He vuelto, atraído por la fuerza del mástil, atado a lo que también llevo dentro y rogando que me liberen de esta prisión de insomnios hecha para ti. He venido para duplicar tu regreso, para engañar a los muertos que te esperan, para adorar y maldecir todos los rincones de este valle de viejas tristezas. En tu nombre también he soñado con caracoles, con insectos monumentales que destrozan mercados y avenidas; poemas breves, heridos, que tejen y destejen lo que todos sueñan.
Declinan las tardes en ráfagas de viento y en nubes negras cargadas de sílabas futuras. Las miradas en las calles se mezclan todavía con cierto rumor de vida. Ahora lo sé: esta ciudad fue inventada para que tú conocieras el dolor atroz del amor y la desolación de los seres humanos. Te susurro al oído mis fatales certezas: no regreses, lejos están los días en que este laberinto de sangre y fuego te esperaba, tu ciudad de luciérnagas moribundas ya no existe.
Manifiesto
Pasar como un diluvio por el silencio y mezclarse con ternura en las heridas ajenas para manchar de ceniza nuestro júbilo y evitar que la felicidad teja su nido en lo peor de nuestras almas. Cabalgar sin sombra y sin duelo durante las horas negras en las que escapamos de la risa y de las bromas desafortunadas que exigen de nosotros otra vida y otro rostro o ciertas mentiras amables y entonces curarse de la felicidad cabalgando y gastándose a todo pulmón en esas horas sin relámpagos de optimismo sin nostalgias de familia sin la solidaridad de los amigos sin los que defienden su prosperidad sin las nubes del atardecer que nos heredan algo de su calma.
Salir a la calle para arruinarse como cocodrilo entre los coches y los autobuses y los puestos de frutas tropicales y las calles sin dueño y los niños hermosos que estupefactos miran por primera vez a la humanidad sin advertir la raíz de este apocalipsis de la especie que también los envuelve y maldecir a esa multitud de acero que quiere atropellarnos a como dé lugar para seguir en la lucha de todos los días contra la ausencia y desaparecer sin alegría entre los alegres y ser una momia que cabalga por los siglos para despeñarse en el instante. Resguardarse como ese perro de luz en la precipitación de la lluvia y en el olor acre que va dejando esta melodía de mercurio que arrulla lo más vergonzoso de nosotros mismos.
Estoy hablando de una declaración de guerra contra las golondrinas y contra los espejos y contra los cuartos de baño en los que también se esconden los pequeños placeres. Estoy hablando de retorcerle la cola a todos los paraísos y de negarse al beso monstruoso de la esperanza. Estoy hablando de comenzar de nuevo y de ignorar ese canto cíclico de sirenas y abrirle paso a la caída y mirarla a los ojos para que nos hable de la amargura en su lengua y de los cables rotos en la azotea y que nos trague el mausoleo en el que nos vamos convirtiendo y el dolor que todos llevamos dentro y cerrar la boca para que de una vez por todas nos invada el tejido fino de nuestra verdadera sustancia.
Abril
Aquí están las mañanas crueles y oxidadas de la infancia, las tardes en las que aspiramos el veneno de todos los arcángeles y las noches de las que salieron ilesas las llanuras del amor y del miedo. Había hombres y tíos y primos y hermanos y extraños que bebían como cosacos en las playas del asfalto y que reían como arañas peludas para luego escupir el incendio y terminar crucificados en un árbol enfermo de orines y también había abuelas y madres y tías endurecidas que tejían con dulzura un chaleco gris unos guantes verdes para mezclarse con la niebla y cruzar las plazas solitarias como fantasmas que marchaban a Jerusalén para volver con el pan caliente en la bolsa y repetir los nombres de sus hijos en la cena y así recalar en el café con leche y resguardarse de la hecatombe de todos los días y evitar el derrumbe de la época moderna y que las hijas fueran preñadas por los cowboys de aquellos días para quedarse al pie del zaguán con más hijos y con más gatos y perros y pañales de tela y tenedores y cucharas de plata heredadas para comer la sopa caliente y casas que cuidar y limpiar mientras los esposos volvían a beber y a reír y a decirse entre susurros que éste era el mejor de los mundos posibles.
Nosotros quizás mirábamos el televisor y chupábamos caramelos o hacíamos caca en la bacinica sin dejar de admirar al comandante Alexander Fitzhugh y su batalla contra los gigantes mientras alguien moría —siempre alguien tiene que morir— y en los velorios se podía correr por el patio de la abuela y los sollozos y rezos arrullaban esa infancia sin poesía y con hormigas rojas que nadie veneraba y sin estrellas melancólicas ni viajes a Moscú. Por supuesto que había pestes negras y cataclismos y cuchillos que nos doblegaban el vientre y enfermedades mortales y casas de cartón que se desmoronaban con el viento y hambre y muchedumbres en los cines y en los estadios de futbol y leones insaciables y magníficos en las calles y cráneos que caían del cielo. Pero éstas eran otras historias.
Mayo
para Horacio Cerutti
Ustedes ya saben que mayo se dice en voz baja y que antes de que empezara su fluir de piedras dialécticas y esa borrachera de sombras que van a la raíz de lo que se escribe en las paredes Elisabeth Siefer ya había muerto en Barcelona con algunas frases de Goethe disueltas en esos dientes de abuela alemana y sin el dramatismo de las preguntas violetas que renacen en la escena final de los huesos.
Mayo hay que decirlo sin estridencias para no complicar el odio de los caracoles ciegos ni la huida feliz de los mamíferos ni las caricias basálticas de los antílopes ni la murmuración sagrada de los cangrejos. También digo que ya nadie advertirá el secreto bajo el cual se doblegan los que no serán fusilados esta tarde ni tampoco la ecuación que nos hace vibrar con la lengua cortada entre los escombros de nuestras alegrías. Seguramente existe otro mayo en este mayo que gotea célebres días y que tiene las uñas rotas de tanto venerar a la madre y los colmillos destrozados por la muerte de Elisabeth.
Yo quiero un mayo de hazañas líricas o de palabras incomprensibles y de poemas cursis en las paredes o de espantosas tormentas de gorriones felices o de maldiciones fracasadas ante el ataque nocturno de los moscos o algo más simple como un cumpleaños sin la furia de las mañanitas y sin el chantillí de los policías amenazando a la multitud de velas y barcos y submarinos. Un mayo al revés que se sostenga del puro aliento de pésimos hombres que ya no pueden salir de la jaula del amor absoluto o de mujeres que estallan en los besos duros y huérfanos de la soledad. ¡Ay, Elisabeth, tú que te fuiste antes de que llegara mayo con todo y esos recuerdos de tu infancia en Hamburgo y que sentiste la agitación volcánica de las bombas aliadas en la Operación Gomorra mientras brincabas en la cama celebrando que no comprendías esa demencia senil de la humanidad!
Esta sublevación contra mayo ahora se anida en mi garganta para gritar mejor su silencio.
Junio
Alianza de ídolos silvestres que se preparan para jugar a la lotería a través de los árboles y las avenidas, sitiados en una humedad de naufragio que se parece mucho a la sangre de los grandes océanos. Quiero decir: gatos sentimentales en las ventanas, perros medievales sin una pata, mosquitos aerodinámicos, cucarachas ingobernables, lagartijas urbanas, tacos de médula, tortas venusinas, lombrices en los estómagos que arden de alcohol y de frustraciones metálicas, tambores africanos que extrañan su lugar de origen; alacranes navales que atacarán bajo las sábanas esa elegía de cuerpos afrutados. Un aguacero de cenizas va cubriendo la cama de cemento en la que morirán todas las gardenias.
Porque junio es también una hoguera de sombras en la que se consumen los retratos de nadie, un desfile de nombres que brotan a contraluz de los relámpagos, el reposo final de la primavera. Junio está hecho para olvidar, en su caballo rojo y a veces enfurecido va desafiando el tráfico de almas que anuncia ya el verano; por las mañanas se le puede encontrar exhausto, al pie de cualquier fuente, bebiendo la resaca de la piedra o en las garras de aquellas sílabas oscuras sin infancia que fueron abandonadas por los vagabundos en los parques.
¡Qué tarde tan bella como para dejarse caer en las ramas del destino, para nombrar suavemente el color de los besos, para fundar la mentira del amor eterno, para lavar las tumbas del deseo y espiar a la eternidad y soñar con su llanura bucólica de promesas antiguas, para esperar la muerte al pie de las jacarandas!
Aquí está junio, parado en cada esquina con un saxofón en sus manos callosas, viejas, liberadas ya del sol y del mercurio, a punto de tocar para nosotros la armonía secreta de la cópula morada que va borrando todos los caminos.
Julio
Julio es un tronco que gira con su barba de lobo ensimismado sobre la tierra de las gotas que se precipitan. No es hijo del Capitán Grant, mucho menos una trompeta marina que sopla eternamente para recuperar a las estrellas que se han perdido en la Vía Láctea. Compra gritos sin palabras, batallas mudas, las muecas de falsos asombros para desaparecer en la niebla de la vida cotidiana. Julio se filtra por las cañerías y se emborracha de aguas turbias para asegurar la honestidad con la que aparece cada año. Es asombroso cómo ha logrado que los gatos sean sus aliados, el modo en que vigila los murmullos para que los muertos no vuelvan a morir de lo único que les queda, ese aullido sinfónico en el que se dan la mano los recuerdos más extravagantes con la renuencia felina a la caricia.
Julio charla con las montañas para asegurar la propiedad hidráulica de las ciudades. Es un tirano con las hormigas, las envuelve con su canto de dulce de leche en la mesa, las convoca para que organicen esa misión del deseo en la que morirán aplastadas. Bebe reflejos de luz cuando se siente cansado, come madrugadas amargas cuando es olvidado por el éxtasis veraniego, por esa lucha a muerte contra el calor y en la que los seres humanos se enlazan por las piernas para aniquilar sus orígenes de mármol. Julio se resiste a la tristeza definitiva pero en su estómago se reproducen esos mundos espeluznantes que descansan en las butacas de teatros abandonados. Julio vigila la soledad de los parques y lleva la cuenta de los pasos felices de niños que persiguen palomas moribundas o de los enamorados que conquistan con su lengua la trinchera de las bancas coloniales.
Licántropo de tiempo completo, alfiler en el sueño, es el hijo desvergonzado del verano, un profeta de esas fuerzas terrestres irreconciliables; cuando se aburre del granizo, cuida el sueño de los carteles destrozados en los muros públicos y de esos poemas empedrados que duermen de pie. Trae en los dientes una fiesta de caracoles marinos que escupe cuando agoniza. En su último día recita, en plazas y mercados, en los baños públicos, en los atrios de las iglesias, en los puentes peatonales, en avenidas que nunca terminan, palabras cursis y hermosas para preparar el eterno retorno de su ausencia. Sin embargo, desde tiempos inmemoriales, julio sabe muy bien que nadie lo escucha.
Septiembre
Dicen que este país no comenzó un día de septiembre, que su nacimiento verdadero se lo debemos a una mujer indígena que fue arrojada a los perros, en la guerra de Bacalar, deshonrada por otro varón que no era su marido, el capitán Alonso López de Ávila.
Se rumora que un día que no será de septiembre lloverán todos los comienzos, que por fin se extinguirán las entrañas invisibles del viejo reino de ultramar para que se abran paso las narraciones de nuestra oscuridad, la caligrafía de las aves que reclaman la respiración de los ancestros. También se dice: los seres humanos que el Almirante había descrito como árboles quemados que corren con sus raíces bajo tierra, cuya única herencia ha sido este granizo que borra los caminos, regresarán en forma de rascacielos de cristal y septiembre será, otra vez, una ventosa maligna prendida al cuerpo de ese gigante sin entrañas que es el destino.
Se dice que algunos todavía gritan en los balcones y enarbolan nombres que miden 1.80 de estatura, con bigotes de araña o con espadas libertarias que se mezclan con el sudor de tierra de los inmoderados realistas, y que de paso festejan el libre correr de las mercancías. Otros aseguran que no queda nada y aprovechan para ensayar sus amargas canciones, para recordar la casa de sus abuelos y recitar sus versos anacrónicos en los que siempre cabe la última batalla. Y el olvido.
Yo, hijo de venados que recalaron en cuevas luminosas, acostumbrado a huir de mis ancestros y huérfano de bestias en mis sueños. Yo, que más bien permanezco en las pesadillas de los búhos. Yo, que tantas vidas he dejado de ser, únicamente quiero pregonar de septiembre su magnífico delirio.
Octubre
Ya nadie estará a tiempo de recordar la mañana nublada que presagiaba cierta multitud de almas enterradas en la estepa de concreto, la agitación terrestre del silencio, los días que ya no ocurrirán por primera vez, el anochecer de luces de bengala en la que nacieron todos los olvidos. Ya nadie estará a tiempo de señalar el orden de la amnesia, el futuro de pantallas cromáticas y sus cantos de sirenas desalmadas, mucho menos la ceniza roja de la Plaza y su calma de siniestros kilómetros cuadrados.
Yo tampoco creo que exista octubre, no creo en sus amplias avenidas nocturnas que nos llevan sin remedio a la Luna, ese huevo prehistórico de indiferencia milenaria, ese ojo de luz que inventa la mirada andrógina del búho. No creo en sus latigazos de frío, en la agonía del cordonazo de San Francisco, derrotado por el avance silencioso del Apocalipsis y por la simplicidad de los automóviles que se baten en los extremos del progreso. Yo más bien creo que octubre es una postal del infierno, la planeación burocrática de un atardecer sin memoria, la risa grotesca de un anciano de dientes chuecos que nos murmura al oído la crueldad de los hombres. Octubre es la sífilis de la patria. Es el pequeño monstruo que todos llevamos dentro, el mensajero de la nada que nosotros mismos llamamos sin darnos cuenta, la curva glacial de la vida, el párpado caído del hambriento, un murmullo del fin de todos los mundos. Octubre es la cúspide de esa incomprensión sembrada siglos atrás por el Almirante. La suavidad perfecta de la batalla sin enemigo. Octubre cuenta las horas sentado en su año favorito, 1968, en el dócil gesto de los borrados, en la persistencia sin nombre de esos pájaros en guillotina.
Ninguna muchedumbre de cadáveres vendrá por octubre. Nadie puede deletrear su propia muerte.
Noviembre
Dicen que en noviembre caben todos los muertos. Los que murieron despacito, con lentitud inagotable como una gran vela en la oscuridad, sin pausa y sin causa; los que fueron felices sin darse cuenta, con la dulzura cauterizada en sus ojos abiertos de ceniza descompuesta; los que fueron arrancados de la vida por el torbellino del accidente, del balazo en la nuca, del instante milenario que los hizo morir de una vez y para siempre en nombre del apocalipsis de la especie; los que se fueron sin pagar la cuenta, aquellos cuya muerte fue la repetición inasible de la injusticia consumada; los que tuvieron raíz de eucalipto y de bandera. Pero también están los que tuvieron una muerte de manicomio, los que se extienden en el firmamento de tinieblas sin que nadie pueda dar cuenta de su olvido.
Yo quiero hablar de los que no tuvieron tumba, me refiero a los que se fueron envueltos en las alas del ángel negro que transita por esas calles en las que no hay ni un sólo juramento de eternidad, ninguna intriga contra el capitalismo, ni bruma de amores contrariados ni excesos de fidelidad hacia la Humanidad. Quiero decir en su nombre que noviembre no es el mes de los muertos, es tan sólo el parpadeo de su rigidez, el rictus de una soledad que espera romper el ataúd de los vivos para recriminarles, cara a cara, el por qué los dejaron morir tan deshabitados, en la sala de operaciones del hospital, en la atmosfera del cloroformo, en las avenidas y camellones desiertos, en los grandes basureros de desperdicios separados, en las madrugadas de placeres innombrables que contemplaron sin estremecerse la muerte ajena. Quiero decir, en su defensa, que esta modernidad de autopistas, centros comerciales, televisores de alta definición y de honores a la bandera será el sepulcro verdadero, el pantano de cuerpos y motores en el que se baten a muerte los aullidos de la vida.
Yo, que como todos ellos también soy lápida y epitafio anticipados, polvo de olores subterráneos que guardan el porvenir bajo la almohada, preparo mis belfos para el olvido y mi futura ausencia tiembla con el olor del cempasúchil y con la contemplación de las mariposas negras.
Diciembre
Dicen que aquí estaban resguardados los mejores días de la especie. Las noches eran un poco frías y colgadas de lunas que temblaban nimbadas de escarcha; el avance de las horas repetía cada año la manera en que diciembre conquistaba el escándalo de los escaparates, los regalos para el que vendría y la preparación para la llegada del bacalao y de los abrazos. Nacimientos de Jesús como miniaturas familiares sin lección posible para comenzar de nuevo. Rebaños de ovejas serenas, animales momificados en la escena de heno para felicidad de los infantes. Todas y todos eran, en ese entonces, peregrinos de barro que buscaban el pesebre donde darían a luz a algo parecido a la inmortalidad, a través del hijo esperado por los cielos; vidas miserables con destinos bíblicos atentas al televisor. Porque diciembre fue alguna vez un oficio de olvidos y promesas, una arteria por donde la eternidad irrigaba sombras amables, promesas inverosímiles que ensayaban el viejo arte de la purificación, aguinaldos que alegremente exprimían las últimas gotas de animosidad farisea.
Pero también cuentan que, en el año de Dios de 2012, el primer día de diciembre se anudó en otro destino de plomo y bandera, sollozos de caverna que rompieron los escaparates de los pastores luciferinos, incendios de metrópolis modernas con jóvenes que ya venían caminando como hormigas sin historia para patear y maldecir el tablero celestial de la miseria. Y surgió un dios grotesco que hizo retumbar su voz desde el oráculo en pantalla, que dejó caer sobre los peregrinos la dureza de su amor por ellos: “¡Yo conozco tus obras y tu pobreza. Tengo en mi mano las llaves de la muerte. Arrepiéntete o sellaré tu boca con la fusta del olvido!”.
Yo soy el que ha oído todas estas cosas en sueños y alucinaciones, el perro fosforescente que camina al revés en busca del pasado.