Jean Rhys
La escritora Ella Gwendolen Rees Williams, más conocida en el mundo de las letras como Jean Rhys, nació en Roseau, la capital de Dominica, el 24 de agosto de 1890 y falleció en la ciudad de Exeter, Inglaterra el 14 de mayo de 1979.
Al cumplir sus primeros dieciséis años de vida, esta descendiente de un hombre galés llamado William Rees y Minna Williams, una mujer de raíces escocesas decidió trasladarse a Inglaterra para ampliar sus conocimientos académicos y probar suerte como corista, pero no tuvo éxito y hasta llegó a ser ingresada en la prisión de Holloway acusada de robo.
Tiempo más tarde, la autora se instaló en París y trabajó como artista bohemia, aunque esta actividad tampoco le permitió obtener beneficios financieros, motivo por el cual Rhys llegó a vivir casi en la pobreza y a desarrollar malos hábitos que la acercaron al alcoholismo y la prostitución.
Impulsada por el novelista Ford Madox Ford, Jean Rhys se acercó a la literatura, un arte en el que llegaría a destacarse y le permitiría quedar en la historia de su país. Su primer libro, “Posturas” (rebautizado como “Cuarteto”), apareció en 1928. Después surgirían títulos como “Después de dejar al señor Mackenzie”, “Viaje a la oscuridad” y “Buenos días, medianoche” (los cuales no llegaron a tener demasiado éxito) pero en 1966, por fin, esta mujer disfrutaría del reconocimiento internacional gracias a “Ancho mar de los Sargazos”, novela que poco después de su lanzamiento fue distinguida con el prestigioso WH Smith Literary Award.
Esta autora que, a la hora de elaborar historias, se inspiraba con frecuencia en mujeres desplazadas de sus ámbitos naturales falleció en la ciudad de Exeter el 14 de mayo de 1979. Desde entonces, sus manuscritos y varios de sus objetos personales permanecen bajo custodia de la Universidad de Tulsa, institución que los ha dejado en su Departamento de Colecciones Especiales y Archivos.
Bibliografía:
The Left Bank and Other Stories , 1927
Postures , 1928 (released as Quartet, 1929)
After Leaving Mr. Mackenzie , 1931
Voyage in the Dark , 1934
Good Morning, Midnight , 1939
The Day They Burned the Books , 1960
Wide Sargasso Sea , 1966
Tigers Are Better-Looking : With a Selection from 'The Left Bank' , 1968
Penguin Modern Stories 1 , 1969 (with others)
My Day: Three Pieces , 1975
Sleep It Off Lady , 1976
Smile Please: An Unfinished Autobiography , 1979
Jean Rhys Letters 1931–1966 , 1984
Early Novels , 1984
The Complete Novels , 1985
Tales of the Wide Caribbean , 1985
The Collected Short Stories , 1987
Let Them Call it Jazz.
Nuestro jardinero
Ken me parecía un buen hombre
era un buen amigo
Su otro nombre es Taylor
Sal es el mío
Esto ocurrió ayer
ahí estábamos los tres
la silla era muy grande
y me colgaban los pies
Papá preparaba su cámara
de espaldas a la luz
Ken cuidaba las plantas
sin ser visto aún
Papá llamó a Mamá
que cortaba flores bajo el sol
'¿Ya estás lista?', preguntó
'En un minuto', respondió
Ken se acercó sonriendo
con el machete en la mano
¿no es Ken fenomenal?
¡inventó un juego nuevo!
Después blandió su machete
la cabeza de Papá golpeó
la sangre roja a raudales
brotó, brotó, brotó
Con otro golpe más
Papá gimió y cayó
alzó la cabeza, me miró
y ya no se movió
Ma ni siquiera gritó
tampoco yo
por más que quise no pude
me quedé sin voz
Pero dejó caer las flores
la oí decir 'Oh no'
vi cómo las rosas
el viento esparció
Cuando Ken la golpeó
lanzó un grito agudo
gritó sin parar
todavía la escucho
Al venir gente corriendo
Ken ni siquiera volteó
reía mientras golpeaba
a Mamá que tirada quedó
Reía sin parar
al tiempo que decía
'carne blanca, carne blanca'
a mi madre que moría
Esto ocurrió ayer
habla luz aún
antes de la noche
viene el atardecer.
Traducción de Gabriela Bayona
Our Gardener
Ken a nice man
Ken was a pal
His other name's Taylor
My name's Sal
This happened yesterday
We were all there
I was sitting
In a grown-up chair
Dad had his camera
Back to the Iight
Ken was pottering
Out of sight
Dad called to Mummy
Picking flowers in the sun
Dad said 'ready?
'She said 'wait until I've done'
Ken carne softly smiling
Cutlass in his hand
I thought a new game
Isn 't he grand
Then he swung his cutlass
Struck Daddy's head
Blood carne pouring out
Red, red, red
Ken struck a second time
Dad groaned and fe
He raised his head and looked at me
Then feH back and lay still
Mum didn't scream at all
Nor did
Couldn't if I'd wanted to
Throat too dry
But she let the flowers faJl
'Oh no' heard her say
saw the roses
Bl0wing away
She screamed when he hit her
Loud and shrill
Went on screaming
can, hear her still
People carne running
Ken didn't look round
He laughed as he was striking
Mum on the ground
Went on laughing
And this is what he said
'White flesh, white flesh'
Talking to my Mother, dead
This happened yesterday
It was still Iight
First comes sunset
Then comes night.
Jean Rhys and Mollie Stoner in the 1970s
Una sonrisa, por favor y El ancho mar de los Sargazos, de Jean Rhys
Por Javier Aparicio Maydeu
Ella Gwendolen Rees Williams (1890-1979), “una inglesa flaca y vestida de negro”, como ella misma se describe en su volumen de memorias fragmentadas Una sonrisa, por favor (que, en realidad, es un cahier de notes de tapas negras, un jugoso diario personal póstumo y hasta ahora inédito en España), fue otra inquilina de la Rive Gauche llegada al París de las plumas y las absentas de los felices veinte para aprender de Ezra Pound y Gertrude Stein, bailar en cabarets mediocres para llenar su estómago, leer Jane Eyre mientras se ensayan técnicas del modernism y beber sin continencia en cenáculos a los que acudían escritores norteamericanos de la Generación Perdida y británicos como Ford Madox Ford, que actuó de padrino de Ella: le prologó su primer libro, los relatos de The Left Bank (1927) y trató de mantenerla sobria para que en su lucha interior entre bohemia y talento ganara el talento, de modo que Ella pudiera seguir escribiendo sobre la identidad de la mujer, la liberación sexual, la marginación y el desarraigo en novelas como After Leaving Mr Mackenzie (1930) y Good Morning, Midnight (1939). El alcoholismo, su drama no superado de una niñez criolla en el Caribe del Imperio Británico, y el castigo de una vida errática y ansiosa en París y Londres, la sumieron en el anonimato y en la mera supervivencia durante casi treinta años, recluida en Cornualles como si hubiese querido alojarse con los Ramsay de la novela Al faro (1927) de la Woolf, dedicada a acumular borradores y notas de la novela que titularía El ancho mar de los Sargazos (y que concluyó al cabo de nada menos que nueve años de trabajo obsesivo). Ella ya se llamaba a sí misma Jean Rhys, pero no sería Jean Rhys realmente hasta la publicación de El ancho mar de los Sargazos (1966), la reescritura cómplice de la novela Jane Eyre de Charlotte Brontë que la elevó a los altares de la narrativa inglesa contemporánea, el mismo coqueteo narrativo con el estilo de la novela victoriana que veinte años más tarde consagró a A. S. Byatt con su novela Posesión. Rhys nació el mismo año que Katherine Anne Porter y fue coetánea de Dorothy Parker, pero si la segunda y la tercera alcanzaron el éxito social y literario muy temprano, convirtiéndose en celebrities del star system artístico del Nueva York de las tertulias del Algonquin en la década de los veinte y los treinta, a la primera el reconocimiento público le fue esquivo toda su vida; tal vez porque habló de forma prematura y sin ambages de aspectos sociales en torno a la mujer y las libertades individuales sobre los que su público natural no estaba aún dispuesto a transigir. Apenas alcanzó a saborear el éxito de ventas de El ancho mar de los Sargazos, su obra maestra, que casi no se encontraba en el mercado español porque la traducción de Andrés Bosch para Bruguera, de 1982, estaba agotada. La nueva traducción, que Lumen le ha encargado a Catalina Martínez Muñoz, hace brillar el estilo lírico y sumamente psicológico de Rhys, aprendido de la prosa a un tiempo psíquica y simbólica de D. H. Lawrence, y contribuye a atestiguar que el estilo de la autora británica es, en cierto modo, el resultado de trasladar el realismo victoriano de Brontë al marco exótico de Jamaica. De modo que la dramática trama de la novela, que mucho tiene de folletín porque las tribulaciones de Antoinette Cosway no parecen conocer la mesura –ruina física y moral, constantes fantasmas en el horizonte mental, padre adúltero y alcohólico, encierro conventual y sospechas de perversión que arruinan su matrimonio y la arrojan a la locura, a la misma locura que enajena a Antoinette Bertha Cosway de Rochester, la mujer criolla encerrada en el desván de Thornfield Hall, en Jane Eyre, con la que juega Rhys construyéndole un pasado en esta metaficción titulada El ancho mar de los Sargazos– aparece atemperada por la endulzada fragancia de la exuberante naturaleza caribeña: “Allí estábamos, cobijados del aguacero bajo un mango muy grande”, “un naranjo silvestre cargado de frutos”.
La historia visible aquí de Antoinette es la historia escondida de la Antoinette de Jane Eyre, la de una mujer desarraigada porque nació en la periferia del Imperio colonial y porque nació mujer, como la propia Jean Rhys. O como Elizabeth Smart, la escritora canadiense, de Ottawa, autora de En Grand Central Station me senté y lloré (1945), otra trotamundos intelectual de aquel tiempo pasado en que, siendo mujer, ser trotamundos y ser intelectual era sinónimo de ser excéntrico, y ser excéntrico el presagio de ser proscrito. El ancho mar de los Sargazos, una de las novelas más brillantes de la narrativa inglesa de la segunda mitad del XX, que influyó en Byatt tanto como en Lessing y en John Fowles cuando estaba ultimando la redacción de La mujer del teniente francés, trata, como la novela victoriana a la que mira de reojo, del matrimonio (se evoca y reescribe el del señor Rochester con la enajenada Bertha en Jane Eyre, trasladado de la campiña inglesa a las Indias) y de la condición femenina, de los prejuicios morales y del exilio a la vez geográfico e interior. Se asemeja a una gran novela del XIX, que es lo que pretende ser. En realidad juega a ser una gran novela del XIX, si bien el lector atento advertirá que, efectivamente, se trata de un juego: en primer lugar porque el narrador tradicional en tercera ha perdido autoridad, debido a que se ha visto escindido en dos narradores en primera persona (el punto de vista es el de Bertha en el primero y en el último capítulo, y el de Rochester en el resto) y ya va de vuelta de algunas de las convenciones narrativas; en segundo lugar porque el estilo ya no es natural, ha perdido ingenuidad para ganar en tácitos guiños a la novela victoriana, en jugosos sobrentendidos, y finalmente porque se diría que la narración urdida por Rhys pretende ser un ejercicio de estilo en forma de elaboradísimo pastiche, de modélico simulacro de novela decimonónica, con sus excesos melodramáticos, sí, pero narrados ahora desde una perspectiva teñida de ironía, nacida del juego con la tradición literaria –la narrativa victoriana observada desde la atalaya crítica del modernism en el que fraguó la autora su convulsa personalidad literaria–, y teñida al mismo tiempo de una sombría melancolía que nace de la inequívoca condición autobiográfica de la propia novela: Antoinette, como Ella, tuvo una infancia exótica y colonial pero infeliz, y vivió como desheredada y como víctima de la enajenación, la expatriación, el conflicto conyugal permanente y la soledad, como mujer atrapada en una jaula morbosa para el lector, insufrible para el personaje. ¿Por qué no releer Jane Eyre y comenzar a leer después El ancho mar de los Sargazos como si también hubiese sido escrita por Charlotte Brontë, eso sí, después de haberse quitado misteriosamente de encima los prejuicios sexuales y sociales de su tiempo? Borges, con ese impagable juego suyo de las atribuciones erróneas que nos propuso en Ficciones, sin duda nos empujaría a hacerlo. ~
La triste soledad del alma: Jean Rhys
«[La tía Jeanette] me abrazó, me besó y me dijo: “Pobrecita, pobrecita”. Tal vez supiera que yo estaba destinada a tener una vida tormentosa y a sentir una profunda y constante nostalgia.»
Una sonrisa, por favor (1979)
Leyendo sus memorias, una se pregunta si hubo algún momento en que Jean Rhys fue feliz, siquiera en su infancia. Desde la primera página me viene a la mente la imagen de una niña seria, meditabunda, con los ojos hambrientos de lejanía. Es la marca de la casa, de su realidad y de su narrativa: la melancolía y una persistente sensación de soledad.
La foto más conocida la muestra mirando fijamente a la cámara, con la barbilla reposando en los dedos entrecruzados de ambas manos. En realidad, hay dos fotografías en las que posa en idéntica postura pero separadas por algunos años. En la primera, se nota su juventud en las líneas redondeadas del rostro y en la limpieza de la mirada, mientras que en la segunda sus rasgos se han afilado y hay un toque irónico en la caída de los ojos. La sonrisa, en ambas, tiene el mismo aire enigmático, con un algo de Gioconda del siglo XX. Entre ellas, un ancho mar de infelicidad.
Un éxito tardío
Ella Gwendolen Reese nació en Roseau, en la isla Dominica, y de esos orígenes antillanos de ascendencia criolla bebe la que sería su novela más famosa, “Ancho Mar de los Sargazos”. Publicada en 1966, daba una vuelta de tuerca a la clásica “Jane Eyre” para reconstruir el pasado de la misteriosa figura de la señora Rochester, desde su infancia hasta el matrimonio. La publicación de “El ancho Mar de los Sargazos” supuso, en su momento, el redescubrimiento de Jean Rhys y la recuperación de su obra anterior, escrita entre los años veinte y cuarenta y que, a pesar de su buena acogida entre la crítica, había tenido menos repercusión entre los lectores.
Entre la Segunda Guerra Mundial y entonces, Rhys había guardado un silencio literario que hizo creer que había muerto. Tras aquel reencuentro con la autora, en 1974 se la llegó a calificar por parte del crítico estadounidense Albert Alvarez, como «una de las mejores escritoras británicas del siglo XX», todo un espaldarazo para su reconocimiento público. Un reconocimiento del que disfrutaría muy poco tiempo.
Exponente del modernismo europeo, con un estilo calificado de impresionista y un fuerte componente autobiográfico en su narrativa, se convirtió en autora de culto.
Identificación o aniquilación
La infancia de Gwendolen no fue trágica ni traumática, aunque leyendo sus memorias parece trascender una perpetua sensación de búsqueda de un lugar propio. Ascendencia galesa, escocesa y criolla y el aliento del vudú respirando cerca. Al hablar de su niñera negra, la recuerda como el terror de su vida. «Meta me había enseñado un mundo de miedo y desconfianza, y en ese mundo sigo.» Amaba los libros con la pasión de los solitarios, tendía a la introspección y a cuestionarse el mundo y soñaba con conocer el viejo hogar de sus antecesores.
«Pensaba mucho en Inglaterra, no en la Inglaterra real sino en lo que había leído de ese país. Lo imaginaba en invierno, cubierto de hielo y de nieve, pero con millones y millones de hogueras. […] Frío: yo no era capaz de imaginar el frío, aunque detestaba esa palabra.» Ese frío que parecía recorrerla por dentro, escalofriarle el alma.
Eso no significaba que odiara su propia tierra; al contrario, era como un pilar al que agarrarse. «[…] empecé a sentir el amor por la tierra y a saber que jamás podría olvidarlo. […] Yo quería identificarme con ese algo, perderme en ese algo. […] La tierra era como un imán que me atraía y a veces lograba acercarme a eso, a la identificación o a la aniquilación que tanto anhelaba.»
Finalmente, en 1907, abandonó su isla natal con dieciséis años para irse a vivir a Inglaterra a casa de una tía paterna.
Inestable como el agua
No se quedó mucho tiempo en casa de su tía. Después de unos meses interna en una escuela femenina en Cambridge, decidió ser actriz y se apuntó a la Academia de Arte Dramático, pasando a vivir en una pensión. A la muerte de su padre, la falta de dinero le hizo abandonar también la academia y buscar trabajo como corista en una comedia musical. Era un empleo fijo, aunque los ingresos eran escasos y las giras la tenían en continuos traslados. La seguridad en su vida era escasa, incluso en su relación con el que fue su primer amante.
Aquella relación no acabó bien. Embarazada, se le practicó un aborto ilegal y, aunque ya la había dejado, su amante continuó manteniéndola durante un tiempo. Aunque tenía la vaga conciencia de lo humillante de la situación, se dejó llevar por la situación ante su perpetua falta de dinero.
«Puedo abstraerme de mi cuerpo» dijo más tarde, según cuenta en sus memorias. «Eso es lo que hice durante mucho tiempo.» Tras el abandono, según sus propias palabras, se instaló en el dolor. Un dolor que parece haber sido su más constante compañía. «Nunca formaría parte de nada. Nunca pertenecería a nada de verdad y lo sabía; sabía que me pasaría la vida intentando pertenecer a algo, sin conseguirlo nunca.»
Trabajó de extra de cine pero no terminaba de sentirse a gusto, así que también lo dejó. «Hay algo en mí tan inestable como el agua y, cuando las cosas se ponen difíciles, me retiro.» La soledad la perseguía, incluso en compañía. Y la tristeza, siempre esa punzante tristeza.
Los diarios
Un día, en una especie de impulso, comenzó a escribir lo que definió como “su diario”, aunque no era un diario sino el recuerdo de su experiencia con el amor y el desamor. Escribió durante varios días, casi desaforadamente, hasta llenar tres cuadernos y medio. Hasta que sintió que no tenía nada más que decir. Luego guardó los cuadernos y, sin volver a mirarlos, cada vez que se trasladaba se los llevaba consigo.
Se casó en 1919 con Jean Lenglet, periodista holandés a quien había conocido dos años antes, y se fueron a vivir a París. Allí tuvieron un hijo, que murió antes de un mes, y luego se trasladaron a Viena y Budapest antes de volver a París. Cortos de dinero, Rhys se dedicó a traducir los artículos que escribía su marido para ofrecérselos a los periódicos ingleses. Eso tuvo consecuencias: le pidieron algo escrito por ella misma y ofreció los diarios guardados, que llegaron a manos de Ford Madox Ford, por entonces editor de una revista literaria.
Con su marido encarcelado por entrada ilegal en Francia y ciertos asuntos financieros algo turbios, Jean Rhys se enredó con Ford en una relación con el consentimiento de la esposa de este y empezó su carrera como escritora. Además de cuentos (reunidos en el volumen “La orilla izquierda”), plasmó su relación en la novela “Cuarteto” (inicialmente “Posturas”). Como traductora, buscó editor para una novela escrita con seudónimo por su marido en la que relataba su propia perspectiva de aquella relación. Tenía un fuerte sentido de lo justo.
Una sonrisa en la oscuridad
La obra de Rhys tiene una gran carga autobiográfica. En sus novelas hay un factor común: las protagonistas son mujeres frágiles, a la deriva, víctimas de sus sentimientos y de la hipocresía social del patriarcalismo de la época. «Estoy segura de que el sentimiento más profundo de la mujer es: “Pertenezco a este hombre. Quiero pertenecerle por completo.” Es humillante pero también emocionante.»
Aquel realismo argumental fue calificado de sórdido y de vulgar y, sin embargo, no son simples novelas confesionales: la dimensión personal es sólo una parte dentro del todo. Jean Rhys era exigente con su literatura, esmerada en las formas, con un estilo propio. Continuó esmerándose con sus siguientes novelas: “Después de dejar al señor Mackenzie” y “Viaje a la oscuridad”, esta última publicada tras su divorcio de Lenglet y nacida de aquellos diarios que la empujaron hacia la escritura. De vuelta a Inglaterra y ahora casada con su agente literario, Leslie Tilden Smith escribió una nueva novela, “Buenos días, medianoche” y buena parte de su narrativa breve. Esta última novela, que en lo temático continuaba la estela de las anteriores, supuso la cima de su técnica narrativa en aquel momento.
Reconocimiento final
En 1945 su esposo murió y dos años después se casó otra vez; otro matrimonio accidentado puesto que su nuevo marido también fue encarcelado, en este caso por fraude. Durante los años de silencio creativo posteriores, en los que Rhys se retiró del panorama literario, “Buenos días, medianoche” se adaptó al teatro, primero, y más tarde la BBC la llevó a la pantalla. Pero no fue hasta más de dos décadas después de su publicación que apareció “Ancho Mar de los Sargazos”.
Cuenta su editora que fue una novela de larga gestación, en parte por problemas de salud y también por su ánimo perfeccionista, que alargó su decisión de darla por terminada. Acogida con entusiasmo, obtuvo el premio W.H. Smith y el de la Royan Society of Literature. Se reeditaron, entonces, sus anteriores novelas y dos libros de relatos, “Los tigres son más hermosos” y “Que usted la duerma bien, señora”.
Revalorizada gracias a este éxito tardío, por fin había alcanzado una estabilidad económica pero ya no le quedaba mucho tiempo para disfrutarlo. En 1978 fue nombrada dama comandante de la Orden del Imperio Británico, por su aportación a la literatura, y murió en 1979. Ya de forma póstuma, se editó su autobiografía inconclusa, “Una sonrisa, por favor” memorias de corte fragmentario, como debió de ser su propio corazón, unos textos teñidos de un patetismo enternecedor. Cinco años más tarde, salieron a la luz sus cartas.
La obra de Jean Rhys en español:
“Cuarteto”. Grijalbo, 1991.
“Después de dejar al señor Mackenzie”. Anagrama, 1990.
“Viaje a la oscuridad”. Grijalbo, 1990.
“Buenos días, medianoche”. Noguer y Caralt, 1975.
“Ancho Mar de los Sargazos”. Bruguera, 1982. Anagrama, 1990; reedición en Compactos, 1998. Cátedra, 1998. Lumen, 2009; Debolsillo, 2011.
“Los tigres son más hermosos”. Anagrama, 1989.
“Que usted la duerma bien, señora”. Bruguera, 1985.
“Una sonrisa, por favor”. Debolsillo, 2011.
“Una vida sin ti” (edición conjunta de “Cuarteto”, “Después de dejar al señor Mackenzie”, “Viaje a la oscuridad” y “Buenos días, medianoche”). Lumen, 2009.