Esteban Borrero Echeverría
Esteban Borrero Echeverría. Profesor, médico y poeta camagüeyano, es uno de los grandes intelectuales de la historia de Cuba; su pensamiento y acción constituyeron valiosas ofrendas en beneficio de la Patria. Además, es reconocido como autor de la primera concepción moderna del libro de cuentos en Cuba: Lectura de Pascuas y se le considera uno de los precursores del Modernismo latinoamericano.
Esteban Borrero Echeverría, nació en Camagüey, Cuba el 26 de junio de 1849. Su padre, Esteban de Jesús, fue un poeta destacado y también un simpatizante de la libertad de su patria, razón por la cual las autoridades del colonialismo español lo acusan de separatista. Así, tuvo que emigrar y dejar en una situación incómoda a la familia.Ante el panorama sombrío, la madre de Esteban Borrero, nombrada Ana María, se dedica a la enseñanza para escapar de las penurias.
Educador
En esta empresa, el hijo no deja sola a su mamá, y da sus primeros pasos en torno al magisterio. Con catorce años, Borrero Echeverría es ayudante en la Comandancia de Ingenieros de Puerto Príncipe. Por su buen desempeño, se hace acreedor de una beca para estudiar Ingeniería en Madrid. Sin embargo, su mal estado de salud en ese momento, le impide el acceso a una carrera universitaria.
No obstante, funda una escuela nocturna para adultos a la que asisten personas blancas y negras. Ello constituye un elemento que permite comprender cómo tempranamente se vislumbra en Esteban Borrero su inclinación hacia la libertad humana.
Participación en la lucha
Con los fundamentos anteriores, Esteban Borrero Echeverría no tarda en incorporarse a la gesta independentista iniciada en 1868. En unión de su progenitora, quien le acompaña en la manigua redentora, crea dos escuelas para la superación de los insurrectos.
En estos trajines, es secundado por discípulos suyos incorporados a la Guerra de los Diez Años. En la contienda que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de octubre de 1868, Borrero paulatinamente se fue destacando.
Sus heridas en combate avalaron su ascenso al grado de Comandante del Ejército Libertador. “Fui soldado de convicción patriótica” —manifestó por aquel entonces. Pero enfermó, cayó prisionero y lo confinaron a su ciudad natal.
Las autoridades españolas prohíben que Borrero ejerza como maestro y deciden enviarlo a la Isla de Pino. Mas, Esteban logra quedarse en La Habana, donde comienza otra importante etapa de su vida.
Médico
Su vocación por la medicina hace que se convierta en licenciado en esta rama del saber, así como en cirujano. Por sus méritos, obtiene una plaza de médico municipal en Puente Grande, donde pasó a residir con su esposa Consuelo Piedra Agüero. Entretanto, al concluir la Guerra Grande en 1878, se devela como poeta, herencia de su padre.
Debe subrayarse que, a pesar de su buena reputación como galeno, Borrero quiere más la libertad de su patria. Así, aunque no se pudo incorporar físicamente a la guerra preparada por José Martí, parte a La Florida como exiliado y desde allí continúa aportando a la independencia de Cuba.
En el destierro, su familia contribuye a la causa independentista cosiendo ropa para los mambises y recopilando fondos para la Revolución del `95, al tiempo que Esteban Borrero revalidó su título de médico, ejerció como maestro y tributó a la causa de la libertad de Cuba.
Sin embargo, la desgracia rondaba a Borrero y los suyos: a la pérdida de sus hermanos Manuel y Elena, antes del levantamiento del 24 de febrero, se sumó el fallecimiento de su hija menor nombrada Juana y el dolor llega a abrumarlo.
Poeta
Su poesía “De lo más íntimo”, da fé de sus convicciones. En ella consta este verso: “Y hasta el fin seguiré/ no se vuelve al deber la espalda/ Cuando ya se ha empeñado la lucha/ hasta el fin se aguarda”.
Esteban Borrero Echeverría es nombrado delegado extraordinario de la República de Cuba en Armas en Costa Rica y El Salvador, y ministro del Gobierno Revolucionario en Centroamérica. Simultáneamente, es catedrático en San José de Costa Rica.
Después de finalizada la guerra, en 1899 ve la luz su libro “Lecturas de Pascuas” y luego publica otros trabajos de marcada valía ética. Con la emergencia de la Neocolonia, divulga “El ciervo encantado”, en el que se asoma a Cuba amenazada por el imperialismo yanqui.
Además, junto a Enrique José Varona, Esteban Borrero se enfrasca en el mejoramiento de la enseñanza pública. A la sazón, logra su libro “El amigo de los niños”, que durante mucho tiempo fue texto de lectura de la Enseñanza Primaria.
Allí, escribió: “Es necesario educar instruyendo. En otras palabras, es necesario despertar, fomentar y dirigir por modo simultáneo las capacidades intelectuales, y las que arrancan de la sensibilidad moral”. Alcanzó la condición de profesor en la Escuela de Pedagogía de la Universidad de La Habana, destacándose como docente de nivel superior.
Fundó y dirigió «El Colibrí» y fue redactor de «El Oriente» y «El Triunfo». Colaboró en la «Revista Cubana», «El Fígaro», «La Habana Elegante» y la «Revista de Cuba». También contribuyó en diversas publicaciones periódicas científicas, como la «Crónica Médico-Quirúrgica de la Isla de Cuba» el «Boletín de la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba» y la «Revista de Ciencias Médicas de La Habana». Fue redactor y además ocupó cargos de dirección.
Ya en el ocaso de su vida –a los 68 años de edad–, decidió privarse de la vida, posiblemente abrumado por el dolor de pérdidas familiares. Sin embargo, por derecho propio, por ser un sobresaliente patriota y educador, médico y poeta, Esteban Borrero Echeverría se encuentra en la lista de los mejores hijos de Cuba.
Dejó inconclusa su novela «Aventuras de las hormigas», un tomo de poemas, trabajos de medicina y pedagogía. Su autobiografía fue publicada en la Revista de la Facultad de Letras y Ciencias (La Habana, 3: 59-71, 1906) de la Universidad de La Habana.
Muerte
Ya en el ocaso de su vida, dos años antes de su setenta cumpleaños, decidió privarse de la vida el 29 de marzo de 1906, en San Diego de los Baños, provincia Pinar del Río. Sin embargo, por derecho propio, por ser un sobresaliente patriota y educador, médico y poeta, Esteban Borrero Echeverría se encuentra en la lista de los mejores hijos de Cuba.
Bibliografía activa
Poesía (1877)
Arpas amigas (1878)
Alrededor del Quijote (1905) [serie de estudios cervantinos]
Lectura de Pascuas (1899)
"Calófilo" en la Revista de Cuba, 1879.
Imaginarios: Esteban Borrero Echeverría
Médico, poeta, narrador, educador, revolucionario, el camagüeyano Esteban Borrero Echeverría, cuyo aniversario 160 conmemoramos este mes de junio (26.6.1849), es una de las personalidades más conmovedoras de la Literatura Cubana.
Sobre él escribieron, entre otros, autores tan diversos como Julián del Casal, Juan J. Remos, Renée Méndez Capote, Salvador Bueno y Lezama Lima, hoy reunidos en este homenaje de Librínsula.
Esteban Borrero Echeverría
Por Julián del Casal
Es uno de los hombres que más valen y del que menos se oye hablar. Si pedís noticias de él, se os dirá que es un médico que ejerce fuera de la capital. Después el interrogado, más bien por ignorancia que por malquerencia, dará una vuelta a la conversación, fijándola al punto en otro tema. Y si no habéis leído un artículo de Varona, inserto ya en volumen, o un cromito de Manuel de la Cruz, publicado hace poco, donde resaltan magistralmente los rasgos característicos de la brillante personalidad de quien me propongo hablar, no podréis conocer, a menos de no haber leído sus producciones, las facultades excepcionales de este hombre tan grande como obscurecido que parece haber tenido por divisa, en su gloriosa carrera, aquellas palabras de la Imitación, amargamente verdaderas: Si quieres saber y aprender algo con provecho, haz que no te conozcan ni te estimen.
La causa de su escasa nombradía, fuera de algún círculo literario, tiene fácil explicación. El vulgo, entendiendo por esta frase la inmensa mayoría de los habitantes de cualquier país, sólo glorifica a los artistas que mendigan sus favores. Es una especie de viejo monarca, desheredado de raciocinio e ignorante en grado sumo, a quien la fuerza sostiene en el trono. En su espíritu no hay más que egoísmo, ignorancia y vanidad. Por eso nunca va hacia nadie y exige que todos vayan hacia él. Una vez en su presencia, hay que prosternarse a sus plantas, besarle la diestra, halagarle los gustos seniles y hasta enjugarle la baba que se desprende de su boca desdentada. Dentro de su cerebro, como gusanos en fruto podrido, bullen los prejuicios que le han legado sus antecesores. ¡Ay del que ose combatirlos! A veces no basta presentarse, por iniciativa propia, ante su inviolable Majestad. Es un atrevimiento que tiene señalado un correctivo en los artículos de su Constitución. La etiqueta de su corte requiere que algún cortesano solicite su permiso para introducir al desconocido en los salones palaciegos. Así es que cuando el artista, por grandioso que sea, no tiene la flexibilidad dorsal que el caso requiere, ni mano firme que le preste su apoyo, se queda a las puertas de palacio, viendo entrar a los que le son inferiores, pero que saben rebajarse bastante para pasar, mientras él se queda en la calle desierta, donde la sombra ondea, el frío impera y fermentan las inmundicias de los lodazales.
Perteneciendo Borrero, tanto por su temperamento como por su inteligencia, a la categoría de los artistas independientes, es decir, a la de los que si no pretenden imponerse al público, nunca consienten que éste se imponga a ellos, fácilmente se explica que no sea conocido del modo que merece más que en algunos círculos literarios. Pero esta injusticia debe ser para él poderoso estimulante moral. El dolor del desdén sólo ataca a los espíritus débiles. El león necesita sentir a veces la picadura del insecto para desperezar sus miembros. Además de su organización que le impide solicitar las mercedes de la popularidad, no se ha visto obligado, como otros artistas de temperamento análogo, a luchar por la existencia a la luz del sol. Los combates que sostuvo en sus primeros tiempos, no por más ignorados menos dolorosos, no han sido vistos más que por la noche. Cuando vino el día, la aurora doró los laureles que la victoria colocara en sus sienes. Nadie supo, al verlos en su frente, a costa de cuánta sangre ni de cuántas lágrimas los había llegado a alcanzar. Mientras tanto sus compañeros, desde las columnas de la prensa diaria, luchaban incesantemente, lo mismo por la existencia que por el nombre, a la vista del vulgo, siendo al fin más conocidos, aunque no mejor apreciados que él.
Después de la guerra, en aquellos días en que los ánimos debían sentirse únicamente dispuestos al reposo, no sólo por las fuerzas perdidas en diez años de lucha, sino por el desencanto que sigue a las derrotas, hasta a las más honrosas, Borrero llegó de su provincia natal, donde la riqueza había cedido el puesto a la miseria, con objeto de ganarse la subsistencia propia y la de su familia. No traía consigo más que la confianza en sus fuerzas, engendrada por la grandeza de su misión. El triunfo definitivo, más que por sí mismo, lo ambicionaba por los suyos. Y a menos de no tener un alma excepcional, no se lucha generosamente por nadie, ni aunque la victoria redunde a la larga en beneficio propio, sobre todo después que el combatiente ha recibido una lección tan amarga como la que éste acababa de recibir. Para entrar de nuevo en la lid, necesitó hacer esfuerzos de cíclope. Sintiendo deseos de gemir Miserere me, tuvo que gritar: ¡Excelsior!
De todos los medios que se encontraban a su alcance en aquella época, para llegar a la realización de su ideal, ninguno sonreía a sus esperanzas. Los frutos de su inteligencia, sazonados ya por sólida cultura, no podían ser avalorados, por deficiencias del medio, en el mercado intelectual. El libro, donde hubiera podido ofrecerlos, tenía entonces, como lo sigue teniendo, escaso valor. Quedaba el periódico. Pero su temperamento no lo hacía adaptable a ninguno. Un diario político, único género que aquí se conoce, suele ser el órgano de cierto número de hombres agrupados a la sombra de una bandera, por las mismas ideas, los mismos sentimientos y las mismas aspiraciones. Es un monasterio abierto a los cuatro vientos. Desde el instante en que el profano traspase el dintel, tiene que someterse a las reglas de la cofradía, dejando a la puerta su individualidad. Los que tienen, como Borrero, la suya propia, distinta a la de los demás, si no en absoluto en partes esenciales, podrán modificarla en alguna ocasión, pero al fin concluyen por romper el hábito en que se comenzaban a asfixiar.
Entonces, desoyendo su vocación y contrariando sus gustos, eligió una carrera por medio de la cual, a la vez que conservar su independencia, pudiera salir triunfante en la lucha por la vida. Comenzó a estudiar la Medicina. Los que hayan tenido que hacer un sacrificio semejante comprenderán el valor de este acto en que el heroísmo moral llegó a sus últimos límites. Su temperamento lo arrastraba al ensueño y la realidad lo condujo a la acción. Su mano, hecha para la pluma, tuvo que esgrimir el escalpelo. Su pensamiento anhelaba ascender en pos de las águilas hacia el sol y tuvo que marchar tras los reptiles hacia el lodazal. Y como hombre de conciencia, al elegir una carrera tenía que consagrarle todas sus facultades, desviándolas de la esfera en que habían comenzado a girar. Así lo hizo, de una manera que no alcanzo a concebir, sino fervientemente a admirar. Durante los entreactos de esa tragedia shakespereana, escrita por él y representada por él, sin más espectador que su propia conciencia, se dedicó al estudio de otros ramos de la sabiduría humana, llegando a poseer una cultura superior, tanto científica como artística, que se descubre fácilmente en sus obras magistrales y en su imponderable conversación.
De todos los conversantes a quienes he oído hablar, en los días de mi vida, éste es el que me ha asombrado más. Oyéndolo la primera vez, creí encontrarme en presencia de Barbey d' Aurevilly o de Villiers de L'Isle-Adam. Así me imaginé que debían haber hablado estos genios. Las palabras, al salir de los labios de Borrero, imitan las ondas de un torrente. Unas veces son serenas, azules, luminosas, reflejando el estado de su cerebro, donde las ideas, como estrellas, se complacen en alumbrar. Pero al instante el viento sopla, el cielo se ennegrece y las ondas del torrente comienzan a hervir. Entonces saltan, espumantes y obscuras, por encima de la ribera, arrasando las plantas, destruyendo los diques y desarraigando los árboles, hasta que el arcoiris aparece en el espacio y lo hace retroceder desde el punto más lejano que se podía concebir y adonde había llegado en su curso raudo, sonoro y devastador. Empero los rayos de sus cóleras, fulgurantes en su conversación, nunca van dirigidos, como pudiera creerse, contra determinadas individualidades sino contra el que las ha hecho imperfectas, contra la naturaleza, contra el destino, contra yo no sé quién. Más que odio, la humanidad despierta su compasión. Palpando las llagas purulentas que, como dones eternos, le fueron inoculadas al nacer, quizás haya apartado la vista con asco, pero antes de arrojar sobre ella su maldición, se ha refugiado a compadecerla en la soledad.
Antes de salir victorioso de la lucha por la existencia, tuvo que encontrar, en cada encrucijada, por lo exquisito de su naturaleza, al hada malhechora de la Desilusión. Donde soñó amor, encontró perfidia; donde amistad, egoísmo; donde ciencia, vanidad; donde abnegación, interés. De esos encuentros se resintió su sensibilidad. Luego se propuso internar en el laberinto de la sabiduría y exclamó con el mejor de sus amigos:
“Suma Razón: en la vedada lumbre
Voy a encender tus lámparas divinas,
Aunque en velado resplandor alumbre
Una inmensa necrópolis de ruinas”,
consignando en sus obras, más tarde, las impresiones que recogiera en ese viaje a través de los espíritus humanos de todos los tiempos y de todos los países.
Todo escritor hace, en algunas de sus obras, una confesión general. Hasta los más impersonales, como Gustavo Flaubert, no han podido dejar de hacer algunas revelaciones íntimas. Leyendo la correspondencia de este hombre superior, se le reconoce después, si se han leído sus obras, en el Federico de La educación sentimental y en muchos pasajes de Bouvard et Pécuchet. Los que en nada estiman las falsas convenciones sociales, como son los poetas, sobre todo los que han aparecido últimamente en los países civilizados, cada vez más subjetivos, vacían en los moldes de las rimas, sin ocuparse para nada de la opinión de los extraños, sus más recónditas sensaciones personales.
Si Borrero ha hecho en alguna de sus obras una confesión general, creo que ha sido indudablemente en una novela corta que, con el título de Calófilo, publicó hace algunos años. Allí está explicada, mucho mejor de lo que pudiera yo hacerlo, su crisis espiritual, que ya se ha resuelto favorablemente para él. Calófilo no es un soñador, sino el soñador. La historia de ese personaje real, escrita por Borrero, es un modelo de nouvelle psicológica que supera a otras muchas que se han escrito en el extranjero y que gozan ya de fama universal. Aquí la han leído muy pocos. Pero su obra maestra en prosa, tanto por la forma como por el fondo, me parece que es La aventura de las Hormigas, de la cual se han publicado muchos capítulos en la Revista Cubana. Es una obra satírica superior a L' Inmortel de Alfonso Daudet, por la amplitud del asunto, por la manera de desarrollarlo y por los conocimientos revelados en sus páginas. Cervantes o Voltaire hubieran puesto su firma al pie de algunos pasajes de este libro profundo, amargo y original.
Bustos y Rimas, Editorial Cubana, Miami,1993
Si el prosista es admirable, el poeta también lo es. El sentimiento predomina en todas sus composiciones. Calófilo resucita en ellas. Todas las heridas que su alma recibiera en el mundo sangran en sus rimas. A veces se encuentran en ellas los gritos desesperados de Enrique Heine o el pesimismo resignado de Sully Prudhomme. Bajo el peplo de su musa, semejando a una Cleopatra moderna, está el áspid de la duda destilando su veneno que se filtra interiormente como un ácido disuelto en el seno de un mármol. De todas las cualidades que embellecen a esa musa, la más sobresaliente, mejor dicho, la que me agrada más, es la de que para ella sólo existe el mundo interior. Vive concentrada en sí misma, como la perla en su concha, sin preocuparse nunca de lo que preocupa a los demás. Y, sin embargo, es muy moderna. Lleva siempre la nostalgia de algo grande, de algo que no sabe lo que es, pero que de seguro no está dentro de la creación. Tampoco la risa entreabre jamás el arco lívido de sus labios, en lo cual se parece a las musas de los grandes poetas contemporáneos que no saben reír jamás, pues como ha dicho Verlaine, que es indudablemente uno de ellos,
en ce temps létthargique,
sans gaiete comme sans remords,
le seul rire encore logique
est celui des tetes de morts!
Hay una novela de Dostoievski en la que uno de los personajes se echa de rodillas ante una doncella que acaba de venderse para alimentar a su familia. La muchacha, al sentir que le besa los pies, creyendo habérselas con un loco, retrocede algunos pasos. Pero Raskolnikov, que así se llama el personaje, le dice al punto: —“No, no me levanto, porque no me he prosternado ante ti, sino ante todo el sufrimiento de la humanidad”. Modificando esta idea, si alguno dijera que, al hablar de Borrero, he querido rendir público homenaje al amigo, yo le diría que sólo he querido al triunfo del esfuerzo individual, secundado por una inteligencia superior. ¿Quién lo ha obtenido con más heroísmo que él?
Tomado de: “Esteban Borrero”, en: Bustos y Rimas, de Julián del Casal, 1893, pp. 61-73
El genio de Esteban Borrero Echeverría en la vida, la ciencia y el arte (Fragmentos)
Por Juan J. Remos
Hace mucho tiempo, cuando comenzaba mis estudios de bachillerato, escuché, en más de una ocasión, de labios de un preclaro intelecto de nuestras letras, que me trazó rutas en la vida y orientó mis inclinaciones, referencias interesantes y sugestivas sobre Esteban Borrero Echeverría, de quien aquél había sido dilecto amigo.
La palabra emotiva y vehemente de mi Proteo descubría ante mí, como a golpe de cincel, la personalidad de un hombre excepcional, de una voluntad férrea, de un ingenio luminoso, de un temperamento selecto y poderoso, todo ello empeñado, en una existencia fecunda, en holocausto de la patria, de las ciencias y de las letras.
La impresión que en mí había dejado tan cálido encarecimiento, me llevó más tarde a leer sus obras, y la simpatía hacia el hombre que merece por su ejemplaridad el homenaje eterno de un capítulo de Plutarco, se trocó en admiración fervorosa y devota al hablista impecable, al erudito maravilloso, al investigador infatigable, al forjador meduloso y sincero de patrios ideales, al educador avisado y entusiasta, y al gran promotor de cultura, que dejó correr a raudales la fuente inagotable de su saber pasmoso.
El nombre de Borrero quedó grabado en mi conciencia como el de uno de los más altos valores de nuestro pensamiento. El néctar de sus ideas se brindó siempre a mi juicio como regalo imponderable de la gloria humana; su carácter y su entereza como tema sin rival para las biografías ejemplares que forman en la escuela la pepsina de las voluntades trascendentales; y su patriotismo sin claudicaciones, como una deuda de gratitud constante de todos los cubanos hacia quien dio alientos y sacrificó su propio bienestar por Cuba irredenta, y gozó de los privilegios de una enérgica euforia, que le puso a recaudo de las febriles concupiscencias y las endemias traidoras a los intereses nacionales.
Animado por este culto a la memoria de aquel cubano excelso, he buscado con avidez, en libros y periódicos, noticias de su vida y justiprecio de su obra; y cuando pensé hallar riqueza de aportes a una ejecutoria tan brillante, himnos y aquilatamientos a una labor de tan sólida enjundia como resplandeciente belleza, hallé sólo aisladas referencias, ligeras notas impresionistas, y en la opinión que pulsé, un olvido, incomprensible y condenable, para quien no tuvo más oriente que la Verdad y el Arte, ni más aspiración que el engrandecimiento de Cuba.
¿A qué se debe el olvido de Borrero? ¿Por qué no ha habido más responso sobre su tumba que aquel Elogio sentido y magnífico que a su muerte trazó la palabra directriz de Enrique José Varona, ni hay en la bibliografía cubana otro juicio, aunque impresionista y de conjunto, que el que entraña un artículo de los que forman los Cromitos Cubanos, de Manuel de la Cruz? Sanguily le cita en su libro Oradores de Cuba; Mitjans le recuerda ligeramente; y después de su muerte, salvo la Bibliografía, de Trelles; la Evolución de la Cultura Cubana, de Carbonell; Las Cien Mejores Poesías Cubanas, de Chacón, y alguna que otra referencia exigua, nada hay digno de su vida y de su producción; y aún los textos citados ofrecen, por su propia índole, breves noticias solamente y somera crítica.
Ni un mármol ni un bronce ni un libro se han levantado o escrito a su memoria, aquí donde se prodiga el homenaje como flor de enredadera. Una tarja con su nombre en una escuela de Camagüey, es todo cuanto perpetúa hoy su memoria ante el conocimiento de las nuevas generaciones, y eso que a pocos puede deber más la escuela pública que a Esteban Borrero.
Este prócer ha sido olvidado, sencillamente, por la excesiva modestia de sus descendientes. Es un fenómeno muy característico que se ha producido con los valores cubanos desaparecidos después de la independencia: ha sido preciso que sus deudos se hayan preocupado de hacer resaltar sus méritos y recordar la deuda de gratitud que tiene la patria contraída con ellos, para que sus nombres no queden sepultados en la indiferencia y en la ingratitud.
Tras la muerte de Borrero, sus hijos no supieron cultivar la emoción y explotar el recuerdo, y sin mendigar estatuas ni gestionar el nombre de una calle ni reclamar los derechos de una pensión bien merecida, se consagraron a dignificar su memoria, cosechando frutos en el viñedo del arte y de la educación; pero este culto íntimo y sublime no trasciende adonde debe, como ejemplo vigorizador, para las hornadas que se preparan y que han de calorizar el futuro.
Y como vi siempre con dolor intenso el perdido recuerdo de Borrero, y estimé injusta y censurable la indiferencia de las generaciones republicanas para ese incansable sembrador que nos legó las mieses de su saber y escribió con su sangre varias páginas en la manigua revolucionaria; por eso, al venir a ocupar este sitial, que, enalteciéndome, me ofrece la Academia Nacional de Artes y Letras, he querido que sea la personalidad fuerte y fecunda de aquel trabajador extraordinario la que dé motivos a este discurso de recepción, que no ha de ser, porque no puede serlo, la reparación que hace lustros espera el genio creador y el corazón proteico de Esteban Borrero, sino simplemente una contribución al reverdecimiento del amor a la función social que cumplió en la gesta heroica y en el alba de la paz, y a la cenia de su mente prodigiosa, por cuyas irradiaciones quedaron plasmadas ideas y formas de arte, que han de ser, en el decurso de los siglos, el canto imperecedero de su gloria inmortal.
Tomado de: El genio de Esteban Borrero Echeverría en la vida, la ciencia y el arte. Discurso de ingreso como miembro de número de la Sección de Literatura de la Academia Nacional de Artes y Letras, del doctor Juan J. Remos, La Habana, 1930, pp. 6-9.
Esteban Borrero
Por Renée Méndez Capote
Superior a Varela Zequeira en genio, en fogosidad, en vehemencia apasionada. Más tiene del tribuno que del conferencista, y si hubiera cultivado la oratoria política hubiera sido seguramente un émulo de Figueroa. "Pocos, muy pocos de los cubanos modernos están dotados de tan vigorosas y variadas aptitudes como ese médico y poeta, escritor originalísimo, pensador severo y profundo, docto en conocimientos antitéticos, artista consumado, causeur ingenioso, ameno y elocuente y satírico sin par".—Cromitos Cubanos; página 148.
Es todo nervio, fibra, médula. —Es el hombre lleno de potencia intelectual y de exquisita sensibilidad.
"Tiene el estilo oratorio abundante, lleno de majestad y pompa, que está en la índole de nuestra sonora e hidalga habla, armonizando la sobriedad de una inteligencia habituada a las disciplinas de las ciencias de observación, con las galas, arabescos y penachos de una fantasía próvida, discreta, que es siempre auxiliar oportuno y exquisito, nunca intruso relamido, desgreñado y agua-fiestas". —Obra citada, página 150.
Espíritu de artista, observador, inteligencia verdaderamente privilegiada ha cultivado la sátira como verdadero maestro: "No conozco en el pasado ni en el presente, ningún satírico cubano de la talla y la fuerza de Borrero. —Es una figura única, aislada, soberana. —Viene de esa cepa que dio a Cervantes y a Voltaire, a Quevedo y a Swift", dice Manuel de la Cruz, y ahí está su "Aventura de las hormigas" que es la obra cumbre de la ironía cubana.
Esteban Borrero, fue además, un hombre excepcionalmente simpático, agradabilísimo y de un trato encantador.—Un hombre hecho por sí mismo, por su propio esfuerzo, luchando contra un ambiente demasiado estrecho para su talla de gigante, y que no pudo llegar nunca a comprender cuánto de excelso había en aquel cerebro, en aquel corazón privilegiado.—Pero él pudo más que el ambiente estrecho, sus pulmones eran fuertes y supieron mantenerse sanos a pesar del aire enrarecido, y a medida que los valores cubanos, evocados por plumas ungidas de veneración, vayan ocupando el puesto que les corresponde a la luz de nuestro Sol poderoso, Esteban Borrero irá afirmándose y creciendo como esas maravillosas torres, cuya arquitectura ha sido perfectamente calculada, y que dan idea exacta de su grandeza cuando nos encontramos junto a ellas y vemos cuán alto tenemos que mirar para abarcar toda su soberana belleza.
"Toda idea, todo sentimiento representa, en el orden psíquico como en el fisiológico, un gasto vital para nosotros. —Sentir, pensar, es pues, en cierto modo, desgastarse, desintegrarse. . . Pero en el orden artístico, es recrear por la emoción estética las energías invertidas en producir una obra de esa índole: como amar es reintegrar totalmente la vida; acrecentarla, acaso, por la suma de fruiciones espirituales de la pasión.
"Haced si sois artistas, que vuestra emoción se propague a un gran número, el mayor número posible de personas, y tendréis reproducido en ellas y en la conciencia colectiva el fenómeno de que fue teatro nuestra conciencia en lo individual: así podréis poner de relieve el parentesco moral oculto en las almas de la multitud, hasta un momento antes fría o indiferente, y desligada en sus elementos sociales: así en el instante en que culmine en ellos la emoción que le sugerís, tendrán una sola alma; serán una sola y misma cosa. . . Así es fecundo el arte; así ejerce su gran función social; bajo este concepto, la función moral del artista, es una función realmente religiosa."—Esteban Borrero.
"La sensibilidad humana ha sabido responder a los estímulos del mundo exterior, a las deformidades mismas de la realidad, con otra creación no menos espléndida, ni menos real acaso.
"Su obra ha sido el arte; el arte en todas sus manifestaciones; hijo predilecto de la idealidad humana; expresión viva de las aspiraciones todas de las almas delicadamente sensibles, el Arte, mundo donde todo es belleza y armonía; en donde encuentra copia, idealizándose, la belleza externa; en donde halla vida la belleza soñada; en donde, por una acción moral trascendente y no bien estudiada todavía, señalan los inspirados a la naturaleza nuevo y mejor rumbo a sus creaciones en lo humano; influyen sobre ella, ofrécenle moldes más puros en que vaciar sus concepciones futuras, y oblíganla, tal vez, a vaciarlas en sus moldes.
"Solo él, el Arte, es el creador; el único creador después de Dios. —Solo él es el Mago; solo él posee el secreto de la inmortalidad sobre la tierra. Obra exclusiva del hombre, el mundo que el arte crea, lleva en sus producciones todas, el sello del artífice; y, reflejo o no de lo creado, se hace entender y sentir mejor de la inteligencia y del corazón humano; interpreta o descubre la belleza para hacerla perceptible y sensible; o la produce para maravillarnos con las manifestaciones de una facultad realmente superior y trascendente.—Al monte erguido y peñascoso ha respondido el arte de la arquitectura con la pirámide y el monolito; con la pirámide que tenía y tiene todavía un alma en sus entrañas de piedra; que había de cumplir y cumple, a través de los siglos, un profundo designio humano.—Al tronco cilíndrico del árbol con que armó su frágil choza de un día, sustituyó la columna esbelta y marmórea que había de alcanzar el sumum de su belleza en el Partenón; a la perfección del hombre, tal como la produjo la raza helénica en la tierra clásica de la belleza plástica, opuso el Apolo del Belvedere; a la seducción de la forma femenina, obra refinada de una naturaleza casi consciente, opuso, para mejorarla y vencerla, la incomparable belleza y la perfección insuperable de la Venus de Milo.—Soñó, acaso, una mujer más pura y menos terrena que aquella que inspiró irresistible voluptuosidad, y creó la Venus Urania, casta e inmaculada, como existió entonces sólo en la mente del artista, y como había de existir más tarde, por virtud de aquella voluntad, que es también fuerza moral creadora, en la realidad tangible y adorable, en medio de la familia humana.
"Labró el arte el informe, abrupto bloque de mármol y lo hizo estatua, o lo hizo templo; reprodujo con los colores en la piedra, en el muro o en el lienzo, mejorándolos, los seres todos de la naturaleza; dio forma y color también a su quimera; al hombre y al bruto; al árbol pomposo y a la flor delicada y frágil.—Él idealizó los sentimientos todos del alma, y cantó sus emociones y sus pasiones todas, y la vida humana en todos sus aspectos lastimosos y trágicos; y los dio al mundo en formas inmortales.
"Solo el arte sabe, por los infinitos resortes que en el corazón humano toca y dispara, confundir a los hombres en una sola emoción; aproximarlos, hermanarlos; hacer que cuaje simultáneamente el llanto en sus ojos, o que por igual modo, estalle en santa indignación el pecho. —El Arte como la Religión, une, estrecha esos vínculos, (acaso posea también el secreto de forjarlos) mejora, perfecciona, civiliza en toda la amplitud social del concepto.
"En el mundo del sentimiento y de sus obras, uno es el hombre, una sola su historia, una la Religión, una la Iglesia.—El Dante, Shakespeare, Cervantes, Miguel Ángel, el mismo Goethe, han hecho comulgar a centenares de millares de almas con la hostia divina que dividen entre sí al tiempo mismo hombres de todos los climas, de todas las sectas religiosas y de todo los tiempos, en una suerte de comunión universal, de magnífica, de inconcebible grandeza.—En esa comunión asiste pasmado el mundo a la transfiguración del alma humana, por el sentimiento; fuente y origen único de toda verdad y de todo bien.
"Alguno reclamará, acaso, para las ciencias puras estas preeminencias. ... No, no son suyas, —La ciencia fue intuición, fue adivinación, fue presciencia, fue Arte también, antes, y primero que otra cosa.
"Cuando Platón estudiaba las secciones cónicas, y determinaba (por intuición realmente artística) los elementos de la elipse estaba muy lejos de suponer que suministraba con su hallazgo a Klepero y a Newton la clave del gran problema que habían de resolver más tarde descubriendo el arcano del curso de los astros. Cuando Leucípo presentía la teoría atómica, echaba por adivinación hipotética la base de una teoría que en nuestros días, casi, habían de confirmar Dulong y Petit, y así, de cien hechos científicos, más; no es esta la ocasión de insistir en ello. —Esos hombres de ciencia, como Arquímedes, como Colón fueron sencillamente adivinos, grandes adivinos, artistas, grandes artistas, y nada más. —Ni necesitaron para su gloria ser otra cosa..."
Y dice refiriéndose a la música.
"Pueblos hay como el pueblo chino, insensible a la armonía, incapaces de producirla, a pesar de su larga vida histórica, y que tienen un oído melódico rudimentario. —Otros, como los negros de África, a pesar de su atraso en otro orden de aptitudes, tienen marcada capacidad artística musical: pueblo niño tan sensible a la música que durante su larga y dura esclavitud en las Antillas supo encontrar en el canto y en el baile lenitivo a sus horribles sufrimientos.
"Antes de ahora, y haciendo un estudio de la aptitud de esa raza para la vida civilizada, señalé esa capacidad como la mejor garantía de la educación y progreso del negro.—Yo he visto aquí a esos hombres, casi simianos, al poner el pie en Cuba, modificarse y cambiar intelectualmente, hasta alcanzar, casi, el nivel del hombre blanco; aventajándole a las veces bajo el punto de vista restricto del arte musical.—Entre las razas salvajes no eran extraños al sentimiento de la música algunas de las que poblaban la Isla y el continente americano.—Si se ha extinguido en Cuba la raza autóctona aún puede el viajero, en las noches calladas, escuchar conmovido, de Colombia al Ecuador, (como pudiera oír el lamento de una naturaleza enferma y agonizante) "el triste son del Yarabí amoroso", de que nos habla el primero de los poetas de América.
"En Cuba también ¡ay! (perdóneseme éste recuerdo en estos instantes) en mi tierra se escuchaba también por doquiera, en los campos, como si fuera el gemido de todos los corazones enfermos, el eco de canciones plañideras, de ritmo singular; pero no era la voz del indio, era la voz del hombre de campo de Cuba, del guajiro; la voz de los eternos dolores de la Patria, de la patria esclava que le dictaba al oído la trova campestre, original y lastimera, en que parecía llorar las amarguras todas del país en que nació; y en el cual, en la incomparable nostalgia de su alma soñadora, sentíase extraño y como desterrado y vivía bajo el sol fulgurante de la patria, como si lo envolviesen las sombras de una eterna noche de eterno e infinito dolor!. .. ¡Oh! la esclavitud!. . .
"Al vago dolor de esos corazones hasta ayer enfermos, servían de adecuada expresión y de consuelo las notas de su canto.
"Y ésta es la gran función moral de ese arte."
Y ahora, los párrafos finales de esta exquisita conferencia que pronunció la noche del 23 de Noviembre de 1899, en el Teatro Yrijoa, en una velada artística que celebraban los facultativos pertenecientes a la Asociación de Socorros Mutuos, de Médicos de la Isla de Cuba.
"Contemplad conmigo por un instante el camino recorrido por la sensibilidad humana, desde su primera manifestación, hasta su refinamiento actual, y habremos terminado.—Con las alas que los sentimientos morales y artísticos prestaron al espíritu ha recorrido el hombre "todo el espacio que media entre la tierra y el Cielo".—Estoy seguro de que se sabrá lo que quiere decir esto.
"Contemplóse un instante aislado sobre la tierra, huérfano por su propia flaqueza; desarmado frente a la naturaleza que le era hostil, y oyó en lo íntimo del alma una voz que le llamaba de lo alto; y sintió a Dios; y tuvo un padre próvido en el Cielo; y fue en la tierra su sacerdote y su pontífice.
"Era deforme el mundo; el alma, (ya capaz de percepciones delicadas) sufría con el roce de la realidad; y elaboró muy luego, acaso bajo la presión del dolor, su numen más fecundo, otro mundo mejor donde espaciarse; y fue artista, y fue "creador", y se "deleitó" también en su obra, que le hacía gozar, por anticipado, en el mundo del sentimiento, las fruiciones de la inmortalidad que ya se había asegurado ultratumba.
"Sin la fe religiosa; sin el sentimiento artístico, sería imposible o bestial la vida humana; el hombre, como hirsuta fiera; y su conciencia, iluminada hoy por la antorcha de la ciencia y los fulgores del misticismo y del arte, sería, en noche eterna, guarida única del terror y de la muerte. . .
"¡Cultivad las artes y haréis mejor al hombre!
"Unámonos en el sentimiento de la misma belleza, y nos sentiremos capaces de realizar el bien; más capaces de comprender la vida y de hacerla fecunda dentro del concepto de la universal y definitiva confraternidad de las sociedades humanas."
En la palabra de Esteban Borrero hay algo del genio creador. — El esparce la divina inquietud que estremece las almas y engendra y hace nacer a los hijos del espíritu. —Su palabra es como el soplo fecundante que viene de la tierra cargando, intangible pero real, el polen que lanza a los cálices abiertos.—El soplo de la tierra, turbador y tan lleno de evocaciones que, para la mente pronta al influjo del genio, se convierten en espléndidas posibilidades.
¡Mentes privilegiadas la de estos hombres que habiendo hurgado en la miseria de la carne podrida, de las pobres entrañas humanas lastimadas y heridas por la mano de todos los dolores, desfiguradas por la fealdad de todos los pecados, no perdieron el hálito divino que el Arte puso en sus almas!
Tomado de: Renée Méndez Capote, Oratoria cubana: Ensayos, Ed. Hermes, La Habana, pp. 227-233
Esteban Borrero Echeverría, médico, poeta y educador
Por Salvador Bueno
Camagüey se encuentra solitaria en medio de la verde campiña. La ciudad mediterránea, aislada y sin vías fáciles de comunicación se hallaba, a mediados del siglo pasado, encerrada en la vida apartada y tradicional que era común en las ciudades interiores de la Isla. Existencia patriarcal y sosegada, donde las noticias del mundo exterior repercutían cuando ya habían perdido estridencia y escándalo. Allí no existía el tráfico intelectual que se percibía en la capital de la Colonia, allí lo moderno, en todos sus aspectos, llegaba con años de retraso. Sin embargo, Domingo Delmonte, en sus escritos, podía hablar del “movimiento intelectual en Puerto Príncipe”. En esas páginas, dadas a conocer en El Plantel, reseñaba los esfuerzos que realizaban en aquella ciudad por levantar el nivel de su cultura.
Muchos principeños de aquellos tiempos se sintieron molestos por algunos conceptos que el crítico, desde La Habana, exponía. Los tomaron a insulto e injuria. Pero no ocurrió igual con Gaspar Betancourt Cisneros. En la Gaceta de Puerto Príncipe, el 23 de febrero de 1839 aceptaba algunas de las opiniones de Delmonte. Decía “El Lugareño” que él se sentía “con mi dosis muy regular de provincialismo”. Y salió en defensa de Delmonte aportando datos y arguyendo razones. Ahora bien, era verdad que los camagüeyanos estaban escasos de progreso y que de La Habana le llevaban los impulsos de superación y avance. Pero, si estos eran tan pocos debía ser porque algo escasos de “luces” estaban los habaneros cuando eran escasas las luces que traían a “Puerto Príncipe”.
Por el aporte de los de “dentro” y de los de “fuera”, como apuntaba Betancourt Cisneros, lo cierto es que la región camagüeyana fue adelantando por aquellos años. Con el esfuerzo de habaneros y dominicanos venidos de fuera, y de principeños animosos como Gaspar Betancourt Cisneros, los progresos materiales y culturales de la ciudad y de la región fueron incrementándose en los años posteriores. No es de extrañar que poco tiempo después nacieran y se prepararan en Puerto Príncipe, la antañona ciudad donde Silvestre de Balboa y sus amigos sonetistas se dedicaron a escribir poesía en el siglo XVII, tres hombres que en lo intelectual y en lo científico colocarían muy alto el nombre de su ciudad natal. Nos referimos a José Varela Zequeira, Enrique José Varona y Esteban Borrero Echeverría.
Si apartamos la mirada de esta ciudad prócer, y la ampliamos por toda la Isla en aquellos instantes de mediados del siglo XIX, no mejorará la visión ni obtendremos ejemplos muy edificantes y animosos. Durante más de diez años la desdichada colonia había vivido tiempos de crueldad y terror bajo los gobiernos de Tacón y O'Donnell. Las intentonas revolucionarias habían creado entre los gobernadores españoles una atmósfera de desconfianza y de temor continuos que los hacía ver en todo movimiento propiciado por cubanos un ataque a la soberanía española, y en cada criollo un enemigo declarado. Todo aquello se oponía a sus ansias de enriquecimiento rápido. Vislumbraban a lo lejos el ejemplo aterrador de Haití. La llamada conspiración de la “escalera” mostró, sobre todo, el estado de excitación en que vivían los capitanes generales que, alucinados, mezclaban en supuestas conspiraciones a poetas populares como Plácido y a maestros distinguidos como Luz y Caballero.
El ambiente cultural no se había liberado del estado empobrecedor, ahogador, que distinguía al campo político. Entre 1845 y 1855, coincidiendo con los gobiernos más absolutos, la literatura cubana había atravesado su peor época: tiempos en que parecía que la tradición inaugurada por Varela, Saco, Luz y Delmonte habíase perdido. La poesía, gárrula y ramplona, no tenía acentos de elevación y sinceridad: se apreciaba ante todo el repentismo y la facilidad de la rima. Desde 1855, un movimiento renovador comienza a ofrecer esperanzas en el campo de las letras. De esa manera podría superarse aquella etapa de mal gusto y romanticismo lacrimoso.
En aquel Camagüey que parecía dispuesto para formas contemplativas y tradicionales, nació Esteban Borrero Echeverría, hombre de acción y de progreso, el 26 de junio de 1849. Su familia, de cierta holgada posición económica, quedó sin amparo al tener que emigrar su padre. Era éste un poeta notable. Esteban de Jesús Borrero, acusado de ideas separatistas. La emigración del padre sumió a la familia en la pobreza. Pero la madre, doña Ana María Echeverría, no se arredró ante la desgracia. Se dedicó a la enseñanza. Era todavía un niño Esteban Borrero y ya ayudaba a su madre en estas tareas pedagógicas.
No eran aquellos tiempos propicios para que pudiera estudiar un niño que carecía de bienes de fortuna. Pero la madre le ofrece lecciones. Un profesor llamado José Colille le orienta en sus primeros tanteos de aprendizaje. Y llega después a la Escuela Municipal de Varones, dirigida por Gabriel Romas, donde logra concluir la enseñanza primaria. No tenía más de catorce años y Esteban Echeverría ofrecía clases y conseguía una plaza como ayudante en la Comandancia de Ingenieros de Puerto Príncipe.
La vocación de maestro se perfila en todas sus actividades. Sus estudios personales no le separaban del magisterio: su primer discípulo había sido su propio hermano. Es durante esta etapa de lucha y estudio cuando le ofrecen una beca para estudiar ingeniería allá, en Madrid. Pero una dolencia repentina le obliga a renunciar. Seguirá de maestro. Inicia sus estudios secundarios en el Instituto de Aplicación, recién fundado. Allí se reúne con jóvenes de la misma edad, con las mismas apetencias de saber, con iguales deseos de discutir hasta el máximo todas las ideas del momento, de comentar libros e incubar esperanzas e ilusiones.
Funda Esteban Borrero una escuela nocturna para adultos. En sus aulas reunía discípulos blancos y negros: señal que aquel joven maestro no hacía distinciones raciales. Junto al trabajo como maestro busca horas para entregarse a la lectura. Eran lecturas copiosas de autores clásicos, griegos, romanos y españoles. Años después citaba entre ellos a Juvenal y a Horacio, al Arcipreste de Hita y a Cervantes. Pero también lee a los escritores franceses que encendieron la Revolución: Voltaire, Condillac, Diderot; y a los autores de fama universal como Goethe y Shakespeare. Si en la capital de la Colonia los jóvenes poetas se entregaban con unción al cultivo de los autores románticos, en las ciudades del interior, como en Camagüey, lo clásico conservaba toda su fuerza y su pureza: de ahí la gran influencia que ejercía sobre Borrero y sobre sus compañeros de generación como Enrique José Varona.
Estalla la guerra de independencia en 1868. Los camagüeyanos se incorporan a la lucha. Tienen en el corazón el recuerdo de Joaquín de Agüero y de otros camagüeyanos que habían ofrendado su sangre por la patria. Borrero Echeverría no puede olvidar su deber de cubano: parte para la manigua. La madre, compenetrada con los ideales del hijo y con las aspiraciones del pueblo cubano, lo acompaña.
Allí en el monte, con las partidas insurrectas, aquellos dos amores, el filial y el patriótico, podrán florecer. Los discípulos de Borrero siguen a su joven maestro. Y en la manigua, con la ayuda de su madre, con el empeño magisterial que le sigue siempre, Borrero Echeverría funda dos escuelas.
En el curso de la lucha el joven Borrero se distingue en varios combates y cae herido. Se le otorga el grado de comandante. El maestro no tenía impulsos bélicos, pero debía combatir por su patria. “Nunca me ocupé de grados, ni tuve en realidad la vocación militar que era común en los hombres de mi familia”, escribirá más tarde. Y añadía: “Fui soldado por devoción patriótica”. Pero el joven mambí cae enfermo, y poco después tropas españolas lo toman prisionero. Se le confina en el propio Camagüey, se le vigila estrechamente, aunque le impiden que continúe ejerciendo la enseñanza. Tiene entonces que dedicarse a los oficios más diversos. Para ganar algo será repartidor de pan. Un buen día llega a una casa. En ella encuentra a un joven dedicado al estudio. Es Enrique José Varona. Tienen la misma edad, similares apetencias de estudio. Se hacen amigos. Poco después Borrero es enviado a la Isla de Pinos. Era imposible que estuviera libre en su ciudad natal este insurrecto. Con otros cubanos se le envía a donde no pueda realizar campaña separatista. Pero, al pasar por La Habana, consigue que le permitan quedar en la capital. Y en La Habana se encuentra el joven camagüeyano solo, desconocido, en medio de la pobreza. ¿Qué podrá hacer? ¿Qué le permitirán las autoridades españolas? Por lo pronto, debe ganarse el sustento, debe enviar algún dinero a su familia que ha quedado desamparada en la ciudad natal. No pasa mucho tiempo y ya lo encontramos trabajando como maestro. Y pronto también reanuda sus estudios. Comienza a estudiar agrimensura. Cuando, al fin, tiene ya a su lado a la familia, y logra algún respiro en sus necesidades económicas, Borrero ingresa en la Escuela de Medicina.
En plena juventud, ¡cuánto ha padecido este hombre! Perdió al padre, tuvo que ayudar, aún niño, a la madre hacendosa, estudió y enseñó a un tiempo, en años que otros dedican al juego o al ocio. Fue combatiente en la manigua cuando apenas había rebasado los veinte años. “Muchos de los incidentes de este período de su vida —escribe José María Chacón y Calvo—, tragedia que se representaba por dentro, como decía Casal, se desconocen, aún por aquellos que tuvieron algún acceso a la intimidad de aquel espíritu exquisito; pocas veces he sentido mayor emoción que cuando los oí referir a un insigne amigo de Borrero que lo trató íntimamente en sus días de formación”.
A los treinta años, a pesar de las dificultades que ha afrontado, Borrero Echeverría es licenciado en Medicina y Cirugía. El doctor Borrero es también poeta. En 1878 publica un tomo de versos. Al año siguiente, en unión de José Victoriano Betancourt, Diego Vicente Tejera, Francisco y Antonio Sellén, Enrique José Varona, José Varela Zequeira, es colaborador de un tomo de poesías: Arpas amigas. Este volumen permite conocer el estado de la poesía cubana antes de la renovación del movimiento modernista. Estos poetas están influidos por la poesía post-romántica inglesa, norteamericana y alemana, cultivan la balada y el lied alemán, y traducen a los autores nórdicos, como Francisco Sellén que pone en verso castellano el Intermezzo de Enrique Heine. Tejera escribe “En la hamaca”, poema de la indolencia tropical. Con estos poetas el romanticismo ha completado su evolución en nuestras letras y se abre el camino a las innovaciones formales y a la sensibilidad de los modernistas posteriores.
El doctor Borrero Echeverría trabaja incesantemente. Obtiene una plaza de médico municipal en Puentes Grandes. El médico acaba de casar con Consuelo Piedra y Agüero. Allí en Puentes Grandes se instala el médico. “Puentes Grandes —como comenta la profesora Onelia Roldán en su biografía del prócer— es un retiro apacible, un quieto pueblecito cercano al Almendares, rodeado de verdes campos y cubierto de cielo azul. Una vieja casona, semioculta entre los árboles y cubierta de enredaderas, es el hogar de los Borrero”.
Allí crecen las hijas del médico, poeta y pedagogo. En el hogar todos dedican horas al estudio y a la poesía. Y al hogar llegan los amigos, profesores y artistas, poetas y escritores. “Por esos años —dice su biógrafa, la doctora Roldán— conoce a Julián del Casal, que ya arrastra la derrota en cuerpo y espíritu. Le acoge en su casa, donde el pobre Casal se siente colmado de atenciones y de halagos cada vez que acude en busca de consuelo para su alma atribulada o para disfrutar de la gracia excepcional que como conversador poseía Borrero, al decir entusiasmado de cuantos le conocieron”. Y junto a Casal está también Carlos Pío Urhbach, que enlazó un noviazgo con la más pequeña de las hijas de Borrero, Juana, la poetisa adolescente.
Esos años son de enorme actividad intelectual para el ilustre camagüeyano. Cuida a sus enfermos. Participa en la fundación de la Sociedad de Estudios Clínicos de La Habana y de la Sociedad Antropológica. Publica colaboraciones de temas científicos en revistas nacionales y extranjeras, entre ellas la Revista de Medicina y Farmacia de París. Además da a conocer trabajos literarios en la Revista de Cuba y en la Revista Cubana. Porque siempre en este hombre se unen las facetas del maestro, del escritor y del médico en una amalgama de ricos matices y radiaciones. Y al lado de la labor externa, la íntima faena dentro del hogar, donde el padre amado es también orientador de lecturas y afinador de sensibilidades poéticas.
Los años de preparación y entrega, de laboriosa actividad, entre 1878 y 1895, llegaban a su término. La insurrección volvía a estallar en Oriente, en Matanzas, en toda la isla. Borrero, poco antes del estallido de la guerra de independencia, había perdido a sus dos únicos hermanos, Manuel y Elena. Esta muerte simultánea, que le sumió en el dolor más profundo, le inspiró la poesía “De lo más íntimo” que Chacón y Calvo incluye en su antología Las cien mejores poesías cubanas. Esta poesía concluye con la siguiente estrofa:
“Y hasta el fin seguiré; no se vuelve
al deber la espalda;
cuando ya se ha empeñado la lucha,
hasta el fin se aguarda;
¡hasta el fin!... ¡Cuánta pena recóndita
y nunca llorada,
cuánto amargo dolor sin consuelo
el término ansían!
¡Hasta el fin! ¡Cuando llegue, el sudario
es paño de lágrimas,
y la tabla del féretro, duro,
mullida almohada!”
Borrero no pudo empuñar las armas como en la anterior guerra de independencia. Y con dolor inmenso, con la familia a su lado, con sus hijas amadas, parte hacia la Florida. Difícil, muy difícil existencia tendría que llevar la familia Borrero en el destierro. En Cayo Hueso las mujeres de su casa cosían ropas para los insurrectos. Las muchachas recogían fondos para la revolución cubana. El espíritu incansable, enérgico y combativo de Borrero hizo que pudiera sobrevivir a sus desdichas. Revalidó su título de médico y comenzó a ejercer su profesión. Trabajaba también como maestro. En estos días, cuando por todas partes le acechan dificultades, cuando ha de atender los gastos de la familia numerosa, sufre un nuevo golpe. Muere la madre, aquella mujer abnegada que le dio con el ser el conocimiento de los libros, que estuvo a su lado en la ciudad y en la manigua. Y poco después muere Juana, la más pequeña, la más querida de sus hijas. La familia Borrero había sido atacada por el tifus. Juana murió sin volver a ver los paisajes de su patria. Moría una joven poetisa. Borrero Echeverría le escribía a Tomás Estrada Palma:
“En medio de las angustias de la hora presente, en tierra extraña, sin recursos de vida, lleno como estaba yo de entusiasmo por la patria cubana, amándonos mis hijas y yo, resignadas ellas a todo; no temí un golpe tan fiero: creí que era bastante con lo que sufríamos; creía y sentía que estábamos como en sagrado, a cubierto de mayor injuria de la suerte, y vino el golpe traicionero a arrancarme con ella lo que más amaba en el mundo y a cortar para siempre el hilo de mi vida. ¡Y yo que la amaba tanto! Era el consuelo de mis horas tristes; mi promesa de felicidad para el porvenir, mi único consuelo en esta trabajada existencia: nuestros corazones habían entretejido sus fibras una a una, nos queríamos como dos enamorados; yo le besaba muchas veces las manos al día, y no durmió nunca sin que mis labios sellasen con un beso último su frente. Me complacía en mis caprichos, yo no soñaba ya; y ella soñaba y escribía por mí versos admirables: era muy buena, muy ideal y muy inteligente”.
Borrero Echeverría es nombrado delegado extraordinario de la República de Cuba en armas en Costa Rica y El Salvador. Será ministro del gobierno revolucionario en Centro América. Allí no sólo trabaja en la representación de la Revolución, sino también dicta clases en San José de Costa Rica en la cátedra de Física y Química. Cuando concluye la dominación española en su tierra natal, vuelve a la patria.
En 1899 aparecía editado en La Habana un breve tomo Lecturas de Pascuas, con tres cuentos de Borrero ilustrados por sus hijas, las poetisas Dulce María y Juana Borrero. En ellos parece aproximarse al ensayo moral o a la parábola, que pocos años después José Enrique Rodó pondría de moda en las letras hispanoamericanas. Borrero había publicado anteriormente en la Revista Cubana una narración “Aventura de las hormigas”, que ha sido calificada de “gran poema satírico”. En la Revista de Cuba dio a conocer su cuento “Calófilo” donde revela sus preocupaciones filosóficas y patrióticas, envueltas en un manto de sátira e ironía muy peculiares. Después, en plena República publicará “El ciervo encantado”, narración satírica donde simboliza a Cuba bajo el nombre de “Nauta”.
Borrero Echeverría colaboró en los intentos realizados en los primeros años de la República en favor del mejoramiento de la enseñanza. Estuvo al lado de su amigo Enrique José Varona en sus trabajos encaminados a la reforma de la educación. De esta etapa de su vida es el libro “El amigo de los niños” que durante mucho tiempo fue utilizado como texto de lectura en nuestras escuelas. En el prólogo de esa obra afirma: “Es necesario educar instruyendo. En otras palabras, es necesario despertar, fomentar y dirigir por modo simultáneo las capacidades intelectuales, y las que arrancan de la sensibilidad moral, haciendo que, al nacer, se compenetren de una vez para siempre y se asocien dentro de la mente del niño en una suerte de solidaridad anímica esencial, cuya trascendencia a los fines sociales ulteriores de la vida, no necesito encarecer aquí, y es obvia de suyo”. Y su pensamiento se revela ampliamente cuando dice a los niños: “Importa saber, desde luego, pero importa más ser bueno. Todo el saber del mundo no vale lo que vale un sentimiento generoso: la virtud es más sana y mejor que la ciencia; pero ambas cosas pueden andar juntas, y la una completa las más de las veces a la otra”.
De ese libro, testimonio de una etapa de la vida de Borrero y de un afán pedagógico que fue siempre eje central de su existencia, diría Medardo Vitier: “Ese texto revela casi toda la hechura mental de Borrero, a la vez que registra las palpitaciones de su ternura. Nos impresiona allí el encanto de la comunicación, la gracia del mensaje, la virtud, en fin, de aquel hombre, para señalar las armonías del mundo, las ansiedades del espíritu”.
Cuando queda renovada la Escuela de Pedagogía de la Universidad de La Habana, a ella llaman al doctor Borrero, y se le designa profesor de Psicología Pedagógica, Historia de la Pedagogía e Higiene Escolar. Ha vuelto con su familia a levantar su hogar, en el barrio de La Ceiba, donde, como antaño, acuden los amigos para disfrutar de amables tertulias. Las figuras más destacadas de la vida intelectual cubana de la época reúnense en casa de Borrero. Allí concurren Manuel Sanguily, Carlos de la Torre, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez y muchos otros que harían interminable la enumeración. Aun en estos años, su actividad fue incesante. Había ocupado la subsecretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, sustituyó al pedagogo norteamericano Mr. Frye en la Superintendencia General de Escuelas, ocupó la cátedra de Anatomía Comparada en la Escuela de Medicina. Después sólo se dedicaba a sus materias pedagógicas. La muerte de su hija Juana, y más tarde, la de su esposa, habían ido socavando la ecuanimidad y fortaleza de este hombre. Enfermo, desengañado, medio demente, se privó de la vida en San Diego de los Baños, en 1906. Diría Enrique José Varona: “Fue el amigo que más quise”. Y opinaba que: “era necesario haber vivido en su trato, haber logrado oír aquella palabra caldeada por el más profundo sentimiento, para tener alguna idea de cómo puede bullir en la palabra y brillar en los ojos el alma humana”.
Su vida fue ejemplar en el esfuerzo continuado, en el magisterio perpetuo que ejerció, en su labor patriótica. Como otros cubanos de su tiempo, su saber fue enciclopédico, los diversos campos en que diversificó su actividad intelectual prueban sus méritos. “Por el vigor de su intelecto, por su variadísimo saber, por sus servicios a la educación y por la calidad de su obra literaria —exponía Medardo Vitier al hacer síntesis y balance de esta existencia— alcanza Borrero un relieve que le sitúa junto a nuestros mejores hombres. Pero lo que emerge dominante de su vida y sus escritos es una actitud enamorada de lo puro y lo grandioso. La emoción trémula le penetra el sereno pensamiento, en no pocas páginas. Aún leyéndole, no más, sentimos los que nunca pudimos oír su palabra, el aura personal que lo envolvía y hacía de él una fuerza atrayente. Sus contemporáneos, y otros más jóvenes que tuvieron la fortuna de escucharle, cuentan que su plática era fascinadora”. Fue uno de los fundadores de la nacionalidad y puso todos sus empeños en superar las deficiencias de nuestra instrucción pública. Por todos estos conceptos merece que recordemos a Esteban Borrero Echeverría, médico, poeta y educador.
Tomado de: Salvador Bueno: Figuras cubanas, Comisión Nacional Cubana de la UNESCO, La Habana, 1964, pp.326-336
Esteban Borrero Echeverría (Fragmentos)
Por José Lezama Lima
Publicó El amigo del niño, excelente libro de lecturas, que revela la fibra de notable maestro que existía en Borrero Echeverría. En 1879, publicó con Enrique J. Varona, Tejera, Varela Zequeira, Francisco y Antonio Sellen, el libro de poesías Arpas amigas. Fue colaborador de la Revista de Cuba y de la Revista Cubana. En esta última publicó Las aventuras de las hormigas.
Murió, por su propia determinación, en San Diego de los Baños, Pinar del Río, el 29 de marzo de 1906.
Borrero fue un excepcional ejemplar de aquel energetismo intelectual, que hemos señalado en algunos románticos como Teurbe Tolón; fue combatiente en 1868, estudiante, causeur, médico, pedagogo, emigrado revolucionario y fundador de un hogar donde la poesía se mostraba extraña y fascinante. Su actividad intelectual era incesante y del más variado registro.
No fue el verso la modalidad donde su expresión logró su plenitud. El prosista de La aventura de las hormigas, no se iguala con su labor poética, no obstante, su excepcional temperamento, imbuido, como el de Varona, de un hondo pesimismo, logra en algunas de sus poesías una expresión atormentada y potente.
Tomado de: José Lezama Lima: Antología de la poesía cubana, La Habana, Editora del Consejo Nacional de Cultura, tomo III, 1965, pp. 370-371