Ariwara no Narihira, en el Ogura Hyakunin Isshu.
Ariwara no Narihira
Ariwara no Narihira (在原業平? 825 - 9 de julio de 880) fue un poeta y aristócrata japonés. Fue uno de los seis poetas del estilo waka mencionados en el prefacio de Kokin Wakashū por Ki no Tsurayuki y ha sido mencionado como el héroe en Los Cuentos de Ise, ya que el protagonista era un personaje común al cual se le atribuyeron sus aventuras románticas a Narihira.
Era el quinto hijo del Príncipe Abo, hijo del Emperador Heizei. Su madre, la Princesa Ito, fue hija del Emperador Kammu por lo tanto esto le unió a la línea del jerarca de manera tanto maternal como paternal. Junto a sus hermanos, fue relegado a un vida común de civil recibiendo un nuevo nombre de clan, Ariwara.
Aunque perteneció al linaje más noble, su vida política no fue prominente, especialmente bajo el régimen del Emperador Montoku. Durante los 30 años de poder del mismo, Narihira no fue promovido a un rango superior dentro de la corte. Este hecho probablemente fue causado por un escándalo involucrándolo con Fujiwara no Takaiko y una dama consorte imperial. Ambos affairs se relatan en Los Cuentos de Ise.
Cuentos de Ise – Ariwara No Narihira
por Antonio Pavón
Escritos en el siglo X por el príncipe Ariwara No Narihira, estos ciento veinticinco cuentos incluyen siempre un poema y a veces varios.
El tema central es el amor, aunque también se abordan otros tan caros a la literatura oriental como la naturaleza y las estaciones.
En este libro donde abundan las metáforas, hay que destacar la del rocío que empapa las mangas del protagonista, y que es en realidad las lágrimas derramadas por el desafortunado amante.
Y la de la caprela, un crustáceo que cambia de caparazón rompiendo el viejo. El enamorado es otra caprela que rompe su corazón y se destruye a sí mismo.
Hay en este libro de contenido lírico poemas tan apasionados como el que figura en el cuento XXII:
Si de mil largas noches otoñales
Pudiera yo hacer
Una sola noche
Y durmiera junto a ti mil noches como ésta
No llegaría a saciarme
Cruzan sus páginas luciérnagas y ocas silvestres. El cuclillo canta. Los lirios y los crisantemos lo engalanan. Y las flores del cerezo, invocadas en este poema en el que se alude al paso del tiempo (cuento XCVII):
¡Oh flores del cerezo!
Volad cual nubes
Para que se borre
El camino de la vejez
Que llegar parece
Otra variante o interpretación de este poema puede ser ésta:
¡Oh flores del cerezo!
Volad cual nubes
Para que la vejez
Que llegar parece
No encuentre el camino
Los dos últimos poemas de este libro, por su intemporalidad, podrían haber sido escritos en cualquier época. Concisos, despojados de adornos, desvelan la condición humana, presidida por el misterio y la transitoriedad de la existencia.
El penúltimo poema (cuento CXXIV), precedido de una línea en la que se expone sucintamente que un hombre lo compuso, dice así:
Lo que pienso
Lo guardaré para mí
Simplemente
No existen hombres
Que sientan como yo
Y el último (cuento CXXV) muestra el asombro de un hombre enfermo que ve cercana la hora de la muerte:
Que hay un camino
Que es necesario recorrer
Había oído decir
Pero no pensaba que eso fuera
De hoy para mañana
http://elbosquesilencioso.com/2013/03/13/cuentos-de-ise-ariwara-no-narihira/
Ariwara no Narihira: Cuentos de Ise
Por Francisco Laborde
Introducción
Los Ise Monogatari (o Cuentos de Ise), “obra relativamente modesta y de una factura todavía primitiva” (1), constituyen una de las fuentes literarias más célebres y antiguas del Japón. Escritos entre los Siglos IX y X, ejercieron una marcada influencia a través de su inclusión en casi todas las antologías de literatura japonesa antigua, y prefiguraron, en cierta forma, el famoso Genji Monogatari (traducido como Historia o Romance de Genji).
Se trata de 125 cuentos que agrupan, muchas veces en unas pocas líneas en prosa, unos 209 tankas (poemas de 5 versos con un total de 31 sílabas, ordenadas en 5-7-5-7-7). La prosa es utilizada para fijar el contexto, las circunstancias reales o fabulosas de la composición del poema. En prosa, Ariwara no Narihira utiliza la tercera persona, y la primera solamente al escribir poesía, con la consecuente y necesaria aparición de su yo poético.
Los cuentos no tienen entre sí una relación que permita apreciar la trama en capítulos de una novela. Sin embargo, existen elementos en común que, sin alcanzar el detalle de una biografía, nos permiten trazar los rasgos sentimentales del héroe de la obra, Ariwara no Narihira. Este distinguido personaje, nieto de un emperador, que nació en 825 y murió en 879, y que es el autor de la mayoría de los poemas (sólo unos 50 poemas pertenecerían a otro pincel), narra a lo largo de los Ise Monogatari las emociones que experimenta ante la ausencia de un ser querido -mujer, madre (cuento LXXXIV) o amigo-, el anhelo de una amante inaccesible o la contemplación de la naturaleza. Sabemos que, además de llevar adelante una notable carrera militar, entre sus contemporáneos Ariwara no Narihira “tuvo fama de ser un hombre elegante y refinado, y un poeta de calidad” (2)
Esa no es, sin embargo, la única fama que precede a Ariwara no Narihira. La mayoría de los comentaristas consideran al autor de los Ise Monogatari como el Don Juan de Oriente. La multitud de cuentos que refieren o un cortejo o una conquista son el sustento de la comparación. El propio poeta asume su condición enamoradiza. En el cuento LXI, cuando una voz detrás de un cortinado le achaca a Ariwara su condición de libertino y gran mujeriego, el poeta confiesa con total honestidad su naturaleza: ¿Cómo, aquel que cruza / El río de la tintura / Podría evitar / Que éste lo tiña? / ¿Y cómo no enamorarse? En el cuento LXIII, por último aquí en lo que a esta comparación respecta, el cronista manifiesta: Entonces el hombre se apiadó de ella y esa noche le hizo compañía. Es la ley del mundo que la gente piense en aquellos a quienes aman y no en los que no aman, pero ese hombre poseía un espíritu de tal manera conformado que no hacía diferencias entre los que amaba y los que no amaba. Es decir, que compartía cualquier lecho.
Jorge Luis Borges, que en su Biblioteca Personal publicó y prologó esta obra, descreía de esta supuesta semejanza: “Pese a las muchas aventuras eróticas que los cuentos refieren, esa comparación es errónea. Don Juan es un católico libertino que seduce a muchas mujeres y que transgrede temerariamente una ley que él sabe divina. Narihira es un hedonista en un mundo inocente y pagano, no perturbado aún por el Tao y por la recta observación del óctuple camino del Buddha. De este o del otro lado del bien y del mal, estas páginas clásicas del Japón ignoran lo moral o lo inmoral.” (3)
Según Borges, “el Japón es, entre tantas otras cosas, un país literario, un país donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a las letras.” (3) Un testimonio de ello son estos cuentos, entre los cuales a continuación seleccionamos, transcribimos y anotamos un puñado representativo.
Cuento I
Notas preliminares. Los primeros seis cuentos tratan sobre las tempranas y peligrosas aventuras amorosas de este Don Juan japonés. El cuento que continúa aclara que el protagonista, pichón de Voyeur, había adoptado el tocado viril -“se cortaba el pelo largo que usaban los niños, se les hacía un rodete y se los cubría con un cubrecabeza masculino” (4)-, o sea, que tiene más o menos la edad de quince años. También encontramos una acción que se repetirá a lo largo de los Ise Monogatari: ir de caza, a solas o acompañado, por supervivencia o de manera competitiva, sobrios o borrachos. La caza puede ser mencionada al pasar, como una actividad a la que se abocaban mientras sucede otra cosa, como en el cuento LXXXII, o bien ser el centro de la escena. Los cuentos LXIX y CXIV son relatos cuyo contexto es una cacería con halcón. En el cuento que continúa aparecen malvas. La malva es una flor de un morado pálido, rosáceo, y naturalmente también una planta, de cuyas raíces se extrae un tinte violáceo. Como método de tintura se aplica la planta directamente sobre la tela, un procedimiento que “constituía la especialidad del distrito de Shinobu, en la provincia de Michinoku” (5). El cuento contiene, además de un poema propio, la transcripción de un poema de Minamoto no Tôru (822-895), en el que evidentemente se inspiró el precoz Ariwara no Narihira.
Una vez, un hombre que había adoptado el tocado viril, fue a cazar en las tierras que poseía en la aldea de Kasuga, cercana a la capital, Nara. En esa aldea vivían dos hermanas jóvenes y bonitas. El hombre las contempló a través de una abertura del cercado. Como [ese descubrimiento] era imprevisto en esa vieja aldea [de su infancia], su corazón quedó turbado. Cortó un trozo de su veste de caza y en él escribió un poema. La tela de su traje estaba estampada de helechos.
Del malva de los helechos
De la landa de Kasuga
Pintada es mi veste de caza.
Sus tallos se entrelazan al extremo
Tal los sentimientos que me turban.
Así era el poema que les envió sin tardanza. Ellas debieron hallarlo muy apropiado, pues recordaba el célebre:
¿Por quién, entonces,
Cual impresos helechos
De Shinobu en Michinoku,
Mi corazón se agita?
No es mía la culpa.
Los hombres de otros tiempos poseían esta elegancia preciosa.
Cuento IV
Notas preliminares. Los Ise Monogatari son cuentos cortesanos. La acción del cuento IV, que continúa, transcurre en un palacio con “pabellones (taiya) al este y al oeste del Palacio [de Gojô], para alojamiento de las damas del séquito y el personal de servicio. La emperatriz viuda (…) era Nobuco o Nobuko, esposa del emperador Nimmyô (…) Nobuko murió en 871” (6). Como literatura cortesana, es la excepción retratar a gente humilde, modesta, como se llama a la gente común, no aristocrática. Si la interlocutora del príncipe es una “provinciana”, el texto se encarga de aclararlo para justificar, con ello, la sencillez de los versos que ésta le envía, y respecto de los cuales el poema de Ariwara no Narihira sirve como respuesta. En ciertos cuentos es más patente esta separación de clases: cuando el príncipe se enamora de una mujer al servicio de los padres, ellos deciden despedirla (cuento XL), y en el cuento XCIII se lee un poema sobre la inconveniencia de enamorarse de personas de otro nivel social: Cada uno debe amar / conforme a su condición / Un amor discordante / Entre grandes y humildes / Sólo produce dolor.
Una vez, en Gojô del Este, una persona se alojaba en el pabellón del Oeste del palacio de la emperatriz viuda. Aunque sin ver en eso el fin esencial de su vida, un hombre la frecuentaba asiduamente. Hacia el día décimo de la primera luna, ella desapareció repentinamente. El hombre supo dónde paraba, pero como ése era un lugar que no podía frecuentar, vivía sumido en penosos pensamientos. En la primera luna del año siguiente, cuando los ciruelos se hallaban en plena floración, el hombre volvió a Gojô para recobrar los queridos recuerdos del año anterior. Miraba de pie, miraba sentado, pero nada se parecía a lo que había sido. Mientras lloraba ardientes lágrimas, se tendió sobre las tablas bastas hasta que la luna se ocultó tras el horizonte y, mientras rememoraba el pasado, compuso [este poema]:
La luna no es la misma
La primavera no es ya
La primavera de ayer.
Solamente yo
No cambié.
Esos son los versos que escribió. Cuando asomó la aurora, llorando, llorando, se retiró.
Cuento IX
Notas preliminares. Un “acróstico” es una composición poética construida por versos cuyas letras iniciales, medias o finales forman un vocablo o una frase. En este cuento, los personajes, que llevan la comida típica del viajero: arroz frío, se entretienen realizando un acróstico sobre la palabra “lirio”. Siendo el original en japonés, los acrósticos, en sí mismos, son imposibles de reproducir en castellano o cualquier otro idioma. Este es el primero de muchos cuentos en los que los protagonistas se lanzan a componer versos por concurso o por mera distracción, sobrios o borrachos de Sake. Esto aboga la tesis de Borges de que Japón es “un país literario, un país donde el común de la gente profesa el hábito y el amor a las letras.” Los derbis poéticos aparecen a lo largo de todo el libro (cuentos LXXVII, LXXVIII, LXXXII, LXXXV). Dos últimas aclaraciones. Un yamabushi es un anacoreta, una persona que vive en lugar solitario, entregado enteramente a la contemplación. A él, al anacoreta, Ariwara no Narihira le da un poema que tiene otro aparente destinatario, en un gesto que lleva implícito la transitoriedad de todo lo que existe. El “gamo”, con el que se compara en este cuento al monte Fuji, es un rumiante de pelaje rojizo oscuro, salpicado de multitud de manchas pequeñas y de color blanco.
Había una vez un hombre. Sintiéndose inútil, no quiso seguir viviendo en la capital y partió para buscar en el Este una provincia donde pudiera habitar. Llevó con él uno o dos hombres que eran sus amigos de larga data. Como ninguno conocía el camino, se extraviaron. Llegaron a un lugar llamado de los Ocho Puentes, en la provincia de Mikawa. Ese lugar se llama así porque el río se separa en brazos como patas de araña, sobre los que se pasa por ocho puentes. En las vecindades de esa llanura pantanosa echaron pie a tierra y comieron su arroz frío. En esa comarca pantanosa, los lirios florecían espléndidamente. Los contemplaron, y uno de los compañeros dijo: sería entretenido componer un acróstico con las cinco sílabas de la palabra kikitsubata (lirio). Entonces ese hombre compuso este poema:
Como bella vestidura
Que al usársela se estima,
Así una mujer yo tengo.
De lejos en largo viaje,
En ella pienso con pena.
Cuando hubo recitado esos versos, todos lloraron tanto sobre su arroz seco que éste se remojó.
Cabalgando, siempre cabalgando, llegaron a la provincia de Suruga. Cuando arribaron al monte Utsu, el camino que seguían tornose muy sombrío y estrecho, obstruido por hiedras y arces. Se sentían melancólicos y se preguntaban con ansiedad qué les ocurriría. En ese momento encontraron un yamabushi. Este, al verlos, exclamó: “¿Cómo es que os encontráis en este camino?”. Ellos lo observaron. Era un hombre que conocían. [El hombre que había compuesto el acróstico] escribió una carta para su mujer en la capital y se la entregó [al asceta errante. Se leía en ella]:
En Suruga
Junto al monte Utsu,
Ni en la realidad
Ni en el sueño
Yo te encontré
Cuando vieron el Monte Fuji, aunque era el último día de la quinta luna, sobre el monte había caído nieve muy blanca. [Alguno de ellos compuso este poema]:
Un monte indiferente a la estación
Es el pico del Fuji.
¿En qué época cree estar
Para que la nieve al caer
De joven gamo la piel le otorgue?
Si se compara esa montaña con las de la capital, es como veinte [montes] Hiei apilados unos sobre los otros. Su forma es la de un cúmulo de sal al borde del mar.
Al continuar siempre su ruta, llegaron a un gran río entre las provincias de Musashi y Shimôsa. Se lo llama río Sumida. Agrupados a la vera del agua, a la merced de sus penas, se lamentaban juntos por haber emprendido un viaje tan desmesuradamente largo. Entonces el barquero les gritó: “¡Subid rápido a la barca, el día cae ya!” Embarcaron y comenzaron el cruce. (…) En ese momento, un pájaro blanco con el pico y las patas rojas, del tamaño de una gallineta, revoloteaba sobre el agua atrapando peces. Como era un pájaro que ellos nunca había visto en la capital, no lo conocían. Le preguntaron al barquero: “¡Pero si es un pájaro de la capital!”, les respondió. Uno de ellos compuso este poema:
Si mereces ese nombre
Yo te preguntaría una cosa
“Pájaro de la Capital”
La persona que amo
¿Vive o no vive ya?
En la barca todos lloraban.
Cuento XI
Notas preliminares. Son varios, y muy hermosos, los poemas de amistad (cuentos XI, XLVI, XLVIII, LXVI, entre otros). Por ejemplo, dentro del intercambio epistolar que sigue a la partida de un amigo íntimo a las provincias, el cuento XLVI contiene estos versos fraternales: Que de mis ojos estéis lejos / ni siquiera lo imagino / puesto que el olvido / ni un instante roza mi espíritu / Vuestra imagen se halla siempre ante mí. Es común, por otra parte, que diversos cuentos traten sobre un mismo asunto. Son pequeños grupos de cuentos: un viaje al Este (cuentos VII a XI), una cierta mujer provinciana (cuentos XIX y XV), una concubina imperial cuyo fallecimiento provoca diversos derbis poéticos (cuentos LXXVIII y LXXIX), etc. Abordar un mismo tema desde distintos cuentos tiene, como efecto, que un mismo acontecimiento obtiene diversos prismas de observación. Aquí, dentro de un viaje al Este, el poeta anuncia, en un primer y evidente sentido, un pronto regreso a los amigos, aunque en su ambigüedad pueda estar refiriendo una primera aproximación, en los Ise Monogatari, a la creencia en la transmigración de las almas.
Una vez, un hombre que había partido hacia el Este compuso durante el viaje estos versos que envió a sus amigos:
No me olvidéis
Aunque haya partido tan lejos
Como las nubes.
Cuando en el cielo la luna acabe
Su recorrido, nos encontraremos.
Cuento XVII
Notas preliminares. En varios de los cuentos diversas mujeres le achacan al seductor Ariwara no Narihira su inconstancia en el amor: El rocío mañanero / al evaporarse puede / algunas gotas dejar / [pero] ¿quién podría confiar / en una relación con vos? (cuento L, en alusión a los amores que fueron y al sentimiento que persiste). Inconstancia que entristece a las amantes: Como cada noche / Que habéis dicho: yo vendré / Ha pasado / Mi confianza en vos he perdido / Mas amándoos [siempre] mi vida continúo (poema del cuento XXIII). O bien y directamente: A despecho de mi amor / No tengo confianza en vos(cuento XLVII). En este caso, ante un reproche, el poeta ensaya una respuesta que no dista del latino Carpe diem.
Un hombre que no había dado noticias suyas desde hacía mucho tiempo, llegó para ver los cerezos en flor. La dueña de casa:
De ser inconstantes
Tienen fama
Las flores de cerezo.
[Sin embargo] aguardaron
A quien poco se deja ver durante el año.
El hombre respondió:
Si hoy no hubiera venido,
Como nieve mañana
Estarían caídas.
Y aunque no se derriten
¿Quién cuál flores las miraría?
Cuento XXIX
Notas preliminares. Como en el cuento precedente (XXVII), en éste el poeta vuelve a detenerse en las flores del cerezo. En este caso, las mismas flores se articulan como metáfora del tedio que un amor constante provoca en el donjuanesco protagonista. Son varios los poemas que mencionan la flor del cerezo, uno de los elementos más típicos de los Ise Monogatari. En el cuento LXIII, ante un amor del pasado, el poeta escribe: ¿A dónde ha ido el perfume de las flores / de los cerezos de antaño? / He aquí que has devenido / como un tronco [de cerezo] / [de las flores] despojado. En el cuento LXXII, un derbi poético gira en torno a la flor del cerezo, conteniendo este hermoso poema sobre la creencia oriental en la impermanencia de todo lo que existe: Porque se dispersan / Las flores del cerezo / No son tan queridas; / En este efímero mundo / ¿Qué es lo que mucho dura? Ante una mujer de salud o constancia frágil, el poeta vuelve a utilizar esta especie vegetal y escribe: Las flores del cerezo / Tienen hoy / Este esplendor; / Difícil sería contar / Mañana a la noche con ellas (cuento XC). En el cuento CIX, un hombre que perdió a su mujer recibe estos versos de un amigo: Más [pronto] que una flor de cerezo / Vuestra mujer en la nada / Se ha sumergido / ¿Cuál de ellas, flor o mujer, creíais / la primera partiría? También los cuentos XCIV y XCVII mencionan flores de cerezo. En el cuento que continúa, la concubina a la que se hace referencia puede ser Takato, futura emperatriz Nijô, nombrada sobre todo en los primeros cuentos del libro. “Primeramente concubina, ella se convirtió en la segunda esposa del emperador Seiwa. Fue madre del emperador Yôsei. Recibió en 822 el título de emperatriz viuda y en 896 fue privada de sus dignidades en razón de su conducta reprochable. Murió en 910 a los sesenta y nueve años de edad.” (7) En el poema de este cuento el autor pareciera lamentarse por su naturaleza hedonista y su inconstancia en el amor.
Una vez invitado a una fiesta jubilar celebrada en la época de los cerezos en la casa de la concubina del príncipe heredero, alguien compuso estos versos:
No cansarme de las flores
Es un deseo que siempre
En un suspiro expresé.
Nunca fue tan intenso,
Empero, como esta noche.
Cuento LIV
Notas preliminares. Se torna evidente a lo largo del libro que Ariwara no Narihira, a diferencia del libertino Don Juan, sufre y llora a causa del amor. El cuento XXXIV contiene, por ejemplo, el siguiente poema: Cuando quiero hablar no puedo, / Cuando callo, mi pecho / Se agita en tumulto. / Así, mi corazón solitario / En esos días exhala su lamento. También en los cuentos XXV, XXVIII, XXX, XXXII, XXXV, en general breves, el poeta lamenta los amores lejanos o imposibles. El cuento XXXVIII identifica el amor con la espera: Gracias a vos / he comprendido [el ardiente deseo de la espera]. En el mundo / Esto es llamado / Amor. A lo que su interlocutora responde con esta elegante negativa: Como lo ignoraba / A todos / Pregunté / ¿Qué es, pues, / Eso que llaman amor? Llorar sobre las mangas del kimono, que queden así humedecidas, es un signo externo de esta tristeza, y un elemento común de la lírica amorosa y cortesana de los Ise Monogatari. Así el cuento XXVI: Pero mis mangas se han mojado como un puerto; o el cuento LVI: No son mis mangas / cabaña de hierbas / y sin embargo / cuando termina el día / sobre ellas el rocío; o el cuento XVI (único relato dedicado al amor constante) en su poema final: ¿Ha llegado el otoño? / ¿Es esto el rocío? / Lágrimas eran en realidad / De gratitud que había vertido; o el cuento LXXV: Mis mangas retuerzo, siempre / por mis lágrimas mojadas. / ¿La crueldad de las del mundo / será, entonces, [la fuente] / de las gotas que las mojan?; o el cuento CVII: Mis ojos miran a la lejanía, / como henchidos por torrenciales lluvias. / El río de mis lágrimas / Moja sólo mis mangas / Porque no puedo estar junto a vos. En el cuento que aquí comentamos, el llanto vuelve a ser comparado con el rocío, esta vez a causa de un amor prohibido.
Una vez un hombre envió estos versos a una mujer cruel
Por el camino que seguir no puedo
en mis sueños me arriesgo
¿Sobre mi manga
Será el rocío del cielo
Que se ha depositado?
Cuento LXV
Notas preliminares: En varios poemas aparecen elementos o creencias religiosas del Japón del S. X. El cuento XLVII, sobre la inconstancia del amor del poeta, tiene estos versos de reproche escritos por la amada: De izquierda a derecha sois / Por tantas manos tirado / Como un ô-nusa al igual / A despecho de mi amor / No tengo confianza en vos. El elemento religioso es el ô-nusa: “una rama de Sasaki a la que se han atado cintas de tela o de papel. Se lo emplea como instrumento de purificación, en forma de harai-gushi, es decir, una vara de cerca de un metro provista de cintas de papel o tela. El sacerdote shintô manipula dicha vara, sacudiéndola a izquierda y derecha a modo de un matamoscas. Luego de haber cargado el ô-nusa con las impurezas del penitente, se lo arrojaba al río, que arrastraba todo hacia el mar.” (8) En el cuento que aquí se comenta, la muchacha a la que se hace referencia es la ya mencionada Takato. El emperador es Seiwa (quien reinó entre 859 y 876). Los colores prohibidos eran siete, y estaban reservados para el emperador y su familia. En este cuento de amor de juventud de Aniwara, más que en ningún otro, el amor se relaciona con elementos budista-shintoístas. Para librarse de un amor peligroso e imprudente, el poeta invoca a las divinidades shintô y budistas. Luego acude a los “maestros de adivinación (onyôji), funcionarios del onyôryô, la oficina de adivinación a cargo de la astrología, la interpretación de los presagios y las purificaciones rituales” (9). Las sacerdotisas asistentes (kannagi o miko) colaboraban con “los sacerdotes shintô en el servicio del templo, ejecutaban las danzas rituales y formulaban oráculos” (10). El río al que se hace referencia es el Kamogawa, que corre en Kyôto (Kamo = “que lava” (11)-: “en él se cargaba un muñeco, o cualquier otro objeto, con las impurezas de aquel que debía ser purificado y se lo arrojaba al río para que lo arrastrara. La mujer, por su parte, se lamenta estar atada a su joven amante “por el infortunado castigo de una vida anterior”, en clara alusión a las creencias budistas de Karma y transmigración. También el cuento XXXIX refiere claramente a la creencia oriental en la transmigración a propósito de la muerte de una princesa (Takaiko, hija de Junna, que “murió el 15 de la quinta luna de la era Jôwa -848- a la edad de diecinueve años –contados a la amanera japonesa) (12), en estos términos: ¡Qué tristeza! / Bien oigo los llantos. / Mas la extinción de esa luz / ¿Es la extinción definitiva? / No tengo yo la respuesta. La caprela, que vive entre las algas, es un “crustáceo pequeño que periódicamente cambia de caparazón, rompiendo el viejo” (13)
Había una vez una muchacha. El emperador se había prendado de ella, por lo que la tomó a su servicio. Ella estaba autorizada a usar los colores prohibidos. Era prima de la madre del emperador. Un hombre llamado Ariwara estaba de servicio en el palacio; era muy joven. Estableció con ella relaciones íntimas. Como [todavía –por su juventud-] le estaba permitido penetrar en los departamentos de las damas, se encontraba allí con la muchacha. Esta le dijo: “Es muy arriesgado. Nuestras vidas están en juego. Dejad [de venir]”.
Él le respondió:
El amor
Por la prudencia
Fue vencido.
Si veros me cuesta la vida
Que así sea.
Luego, y como ella se retiraba a su habitación, la siguió como de costumbre, sin preocuparse por ser visto. Sin saber qué hacer, ella se fue a casa de sus padres. El hombre se dijo: “¡Excelente solución!”. Y como se dedicó a frecuentar aquella casa, todo el mundo se enteró y se rió de eso. Para engañar al personal a cargo de la limpieza, cada mañana [al volver de sus visitas] se quitaba el calzado y lo arrojaba a un rincón, y luego se marchaba al palacio. Comprendiendo que corría el riesgo de perder su empleo, y que, de continuar comportándose de una manera tan inconveniente, su propia vida estaría al fin en juego, invocó a Buda y a las Divinidades. Decía: “¿Qué debo hacer? ¡Concededme la gracia de poner fin a esta sed de amor!”. Sin embargo, pensaba en ella cada vez más y la amaba por encima de toda prudencia, de manera que recurrió a maestros de adivinación y a sacerdotisas asistentes de los templos shintô. Se reunió [junto al río] llevando instrumentos de purificación para curar el amor. [Pero] cuanto más se lo purificaba, más era digno de piedad, pues más enamorado estaba:
La purificación
A la que me sometí
En el río que lava
Prometiendo dejar de amar
Los dioses no han aceptado.
Así dijo y luego partió. En cuanto al emperador, era un hombre de bello aspecto. Cuando la muchacha lo escuchaba invocar fervorosamente y con noble voz el nombre de Buda, lloraba amargamente. “¡Qué desgraciada soy al no poder servir a tal señor, impedida [como lo estoy] por el infortunado castigo de una vida anterior que me ata al amor de ese hombre!”. Y ella lloraba.
Cuando el emperador se enteró del asunto, exilió a aquel hombre, y la madre del emperador, prima de la muchacha, la expulsó a ésta [del palacio] y la encerró, para castigarla, en un depósito. Allí, gemía ella:
Como la caprela
Que vive entre las algas
Recogidas por el pescador
Ni un solo grito daré (fue mi culpa)
Y a nadie odiaré.
Mientras así lloraba la muchacha, el hombre volvía de su exilio todas las noches. Tocaba la flauta de manera muy agradable y cantaba con voz plena de emoción. La muchacha, encerrada en el depósito, lo escuchaba y pensaba: “¡Es él!”. Pero no se podían ver.
Así, me parece pensar
Igual que entonces.
¡Cuánta tristeza!
Puesto que no comprende
Que aunque yo exista, no existo.
Así pensaba la muchacha. Como no podía reunirse con ella, el hombre lo pasaba yendo y viniendo. Al volver [una noche] al lugar de su exilio, él cantó:
A pesar
De las idas y venidas
A las que me entrego en vano
Por el deseo de verla
Siempre retorno
Cuento CXVII
Notas preliminares. El cuento LXXII menciona a los “dioses omnipotentes”, que no hacen del amor algo prohibido, argumento con el que Ariwara no Narihira busca seducir a una mujer. Por su parte, el cuento LXXVI menciona a los “dioses del clan”. En este cuento, se hace referencia a los dioses que eran adorados en el templo de Sumiyoshi, cerca de la actual Osaka.
Un emperador fue a Sumiyoshi. Allí compuso este poema:
Incluso desde que yo los vi
Ha pasado mucho tiempo,
Mas estos bellos pinos
De la ribera de Sumiyoshi
¿Cuántas generaciones han visto?
Un gran dios, apareciéndosele, dijo [estos versos]:
¿No sabes acaso
Que estamos ligados
Estrechamente?
Desde viejas edades
Comencé a protegeros.
Cuento CXXV
Notas preliminares. Los últimos cuentos de los Ise Monogatari adoptan un tono más contemplativo, y puede que esta sea una de las razones que han llevado a los comentaristas a considerar que unos 50 poemas del libro no pertenecen a la pluma de Ariwara no Narihira. El cuento CXXIV, por ejemplo, es la excusa para un poema sobre la soledad del poeta en su sensibilidad: pues hombres que sientan como yo / no existen. En el cuento que aquí transcribimos, el último del libro y con el que cerramos esta breve antología, el poeta se enfrenta al fin de su propia existencia.
Una vez un hombre que se sentía enfermo tuvo la impresión de que estaba a punto de morir. Compuso este poema:
Que al final
Haya un camino que es obligado seguir
Ya lo había oído decir,
Pero lo que no pensaba era
Que para hoy o mañana fuera.
Palabras finales
La mirada abarcadora, otra vez, de Jorge Luis Borges: los Ise Monogatari “constituyen uno de los más antiguos ejemplos de la prosa japonesa y su tema central es la poesía lírica. La historia del Japón ha sido épica, pero, a diferencia de lo acontecido en otras naciones, en el principio de su poesía no está la espada. Desde el comienzo, los temas constantes han sido la naturaleza, los diversos colores de las estaciones y de los días, las venturas y desventuras del amor.”
Los Cuentos de Ise son, así, ricos en elementos naturales. Hay árboles, especialmente arces, que muestran “los mil tonos del rojo” hacia el “fin de la décima luna” (cuentos LXXXI y XCIV) o bien “tiñen al agua de escarlata” (cuento CVI). Hay también una higuera en la luna (cuento LXXIII). Y hay hiedras (cuento IX), algas (cuentos XXV, LXX, LXXV) y flores (cuentos XCVIII, CI), en especial lirios (cuentos IX y LII), glicinas (cuentos LXXX, CI) y crisantemos (cuentos LI y LXXXI), que “al llegar los primeros fríos (…) se teñían de rojo en las puntas. Ese cambio de color era muy apreciado” (14).
En la contemplación de la naturaleza aparecen, asimismo, los más diversos animales: caballos y gamos (cuento IX); gallos, infames gallos que separan a los amantes al amanecer: ¿Por qué / se ha puesto el gallo a cantar / cuando, reunido con vos en secreto / mi corazón está lleno de amor / y la noche es aún profunda? (cuentos XIV, XXII, LIII, XXVII); ranas que al croar lloran junto al poeta (cuento CVIII); halcones de caza; y hasta la insignificante caprela, que vive en las algas, es nombrada (cuentos LVII y LXV).
También los paisajes son moneda corriente. El Monte Fuji, indiferente a las estaciones en la blancura de su pico, es el rey de los montes (cuento IX). Las nubes (cuento LXVII) y la nieve (cuentos LXVII y LXXXV), en su blancura y dispersión, sirven al poeta para realizar múltiples metáforas. La luna invoca la presencia de la amada, o es testigo y medición del paso del tiempo: Cuando las lunas / se acumulan / devienen viejos los hombres (cuento LXXXVIII). En el cuento LXXVII encontramos esta fascinante descripción en prosa de una cascada: Cuando subieron, comprobaron que esa cascada salía de lo común. El frente de un risco de 60 metros de altura y 15 de ancho parecía envuelto en seda blanca. Del borde de la cascada sobresalían piedras semejantes a cojines redondeados. El agua que corría sobre esas piedras caía en gotas tan grandes como naranjas pequeñas o como castañas.
Como la naturaleza, también las “venturas y desventuras del amor” que menciona Jorge Luis Borges en su mirada abarcadora pueblan, por doquier, los Ise Monogatari. Desde el punto de vista del poeta amante (así, cuento CIII: La noche que pasamos juntos / Ha huido como un sueño / Si me adormezco [tratando de revivirlo] / Más fugitivo / Se torna el sueño) o bien desde la mirada de la mujer abandonada (como en el cuento CXIX, cuando “al contemplar los objetos que un hombre frívolo le había dejado como recuerdo” escribe: Lo que él llama recuerdos / Son ahora enemigos [para mí]. / Sin duda / Habría, sin ellos, / Momentos en que olvidara).
Vemos así que, en los Ise Monogatari, la naturaleza y el amor sirven al poeta como vehículo de sus emociones. Son las dos cuerdas de su lira, la materia principal de su experiencia. Como en Safo, Catulo o Qu Yuan, y a diferencia de lo que ocurre en las historias épicas o en el drama, donde la concatenación de hechos externos gana significancia, en el lirismo de estos cuentos preponderan el sentimiento, el ámbito privado que rodea toda confesión, la expresión subjetiva. Esa intimidad caracteriza, entonces, los orígenes literarios japoneses.
Notas
(1) Renondeau, G. “Prefacio”. En Ariwara no Narihira. Cuentos de Ise. Buenos Aires: Hyspamérica. Colección Jorge Luis Borges, 1985, p. 13.
(2) Renondeau, G. “Prefacio”, op. cit., p. 18.
(3) Borges, J. L., “Prólogo”, op. cit., p. 9.
(4) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 1, cuento I, p. 21.
(5) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 2, cuento I, p. 21.
(6) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 2, cuento IV, p. 25
(7) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 3, cuento III, p. 24
(8) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 1, cuento XLVII, p. 85.
(9) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 8, cuento LXV, p. 107.
(10) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 9, cuento LXV, p. 107.
(11) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 11, cuento LXV, p. 108.
(12) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 2, cuento XXXIX, p. 72
(13) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 1, Cuento LVII, p. 96
(14) Renondeau, G., op. cit., nota al pie 2, Cuento LXXXI, p. 131
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