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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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MARQUÉS DE SANTILLANA [14.767]

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Marqués de Santillana

Marqués de Santillana, nombre por el que es conocido Íñigo López de Mendoza, I marqués de Santillana, I conde del Real de Manzanares y señor de Hita y Buitrago (Carrión de los Condes, Palencia, 19 de agosto de 1398 - Guadalajara, 25 de marzo de 1458), fue un militar y poeta del Prerrenacimiento.

Casa natal del Marqués de Santillana en Carrión de los Condes (Palencia, Castilla y León).


Personaje clave en la sociedad y la literatura castellana durante el reinado de Juan II de Castilla, provenía de una familia noble vasca inclinada desde siempre a las letras: su abuelo, Pedro González de Mendoza, y su padre, el Almirante de Castilla Diego Hurtado de Mendoza, fueron también poetas y estuvo emparentado con grandes figuras literarias de su tiempo, como el Canciller Pedro López de Ayala, Fernán Pérez de Guzmán o Gómez Manrique.

También sus hijos continuaron esta labor literaria y de mecenazgo cultural, sobre todo el gran Cardenal Pedro González de Mendoza. Su madre fue la riquísima Señora de la Casa de la Vega, Leonor Lasso de la Vega, la cual estuvo casada en primeras nupcias con Juan Téllez de Castilla, II Señor de Aguilar de Campoo e hijo del Infante Tello de Castilla.
Su padre falleció teniendo él cinco años, lo que motivó que su madre, Leonor, tuviera que actuar con gran habilidad para conservar su herencia. Parte de su infancia la pasó en casa de Mencía de Cisneros, su abuela. Posteriormente, se formó con su tío, el arcediano Gutierre, que más tarde sería Arzobispo de Toledo.

Muy joven, Íñigo se casó en Salamanca en 1412 con Catalina Suárez de Figueroa, hija del fallecido Maestre de Santiago, Lorenzo I Suárez de Figueroa, con lo cual su patrimonio aumentó en mucho, transformándole en uno de los nobles más poderosos de su tiempo.

Marchó al poco a Aragón, junto al séquito de Fernando de Antequera, y allí fue copero del nuevo rey Alfonso V de Aragón, donde sin duda conoció la obra de poetas en provenzal y catalán que menciona en su Proemio. Literariamente se formó en la corte aragonesa, accediendo a los clásicos del humanismo (Virgilio, Dante Alighieri...) y de la poesía trovadoresca al lado de Enrique de Villena; en Barcelona trabó relación con Jordi de Sant Jordi, copero, y Ausiàs March,5 halconero real. En Aragón hizo estrecha amistad también con los Infantes de Aragón, en cuyo partido militaría hasta 1429. Allí, por último nació en septiembre de 1417 su primogénito, Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa, futuro duque del Infantado.

Regresó a Castilla al tiempo de la jura del rey Juan II de Castilla y participó en las luchas de poder entre Enrique de Aragón y Álvaro de Luna, en el bando del primero. Estuvo junto a él en el golpe de Tordesillas y en el cerco del castillo de La Puebla de Montalbán, en diciembre de 1420.

Tras la prisión de don Enrique, regresó a sus posesiones de Hita y Guadalajara. En 1428 nació en Guadalajara su sexto hijo, el que sería Cardenal Mendoza.

Como político, procuró a partir de 1422 inmiscuirse lo menos posible en los asuntos de Estado y mantener a lo largo de su vida la fidelidad al rey Juan II. Ello le llevó a enemistarse primero con los infantes de Aragón en 1429, al no apoyar su invasión de Castilla en el verano de aquel año; y más tarde, a partir de 1431, se enemistaría con el privado real Álvaro de Luna; aunque no por ello volvería a militar en el bando de los aragonesistas.

En la primera batalla de Olmedo (1445) estuvo en las filas del ejército real, por lo cual el Rey le concedió el título de Marqués de Santillana y el condado suprascrito. Ya el año anterior, 1444, había recibido la confirmación real del privilegio a su favor de los derechos que la Corona tenía en las Asturias de Santillana.

Don Íñigo contribuyó claramente a la caída de don Álvaro de Luna (1453) y contra él escribió su Doctrinal de privados; a partir de entonces comienza a retirarse de la política activa. Su última gran aparición se produce en la campaña contra el reino nazarí de Granada de 1455, ya bajo el reinado de Enrique IV de Castilla. Ese mismo año muere su mujer, doña Catalina de Figueroa, y el Marqués se recluye en su palacio de Guadalajara para pasar en paz y estudio los últimos años de su vida. El 8 de mayo de 1455 hizo testamento, estando en Guadalajara.

Hombre de gran cultura, llegó a reunir una importante biblioteca, que después pasó a ser la famosa biblioteca de Osuna, y se rodeó de brillantes humanistas que le tenían al tanto de las novedades literarias italianas, como por ejemplo Juan de Mena o su secretario y criado, Diego de Burgos, quien compuso a su muerte un muy erudito poema, el Triunfo del Marqués.

Don Iñigo López de Mendoza es el progenitor y cabeza de la poderosa casa ducal del Infantado, Grandes de España.

Falleció en su palacio de Guadalajara el 25 de marzo de 1458

Descendencia



Escudo de armas de las casa de Mendoza en la casa natal del Marqués de Santillana en Carrión de los Condes (Palencia, Castilla y León).

Diego Hurtado de Mendoza y Suárez de Figueroa, Duque del Infantado.
Pedro Lasso de Mendoza, señor del valle del Lozoya.
Íñigo López de Mendoza y Figueroa, Conde de Tendilla.
Mencía de Mendoza,6 esposa de Pedro Fernández de Velasco y Manrique de Lara, Conde de Haro. Enterrada junto a su marido en la Capilla del Condestable, en la Catedral de Burgos.
Lorenzo Suárez de Mendoza y Figueroa, Conde de la Coruña.
Pedro González de Mendoza.
Juan Hurtado de Mendoza, señor de Colmenar, El Cardoso y El Vado.
María de Mendoza, esposa de Pero Afán de Ribera, Conde de los Molares.
Leonor de la Vega y Mendoza, esposa de Gastón de la Cerda Sarmiento, Conde de Medinaceli.
Pedro Hurtado de Mendoza, señor de Tamajón.

Obra




Coplas de El infierno de los enamorados en un manuscrito del siglo xv.

Fue, además, uno de los primeros historiadores de la literatura española y le preocuparon cuestiones de poética, como demuestra el prólogo que puso a sus obras, el Proemio e carta al condestable don Pedro de Portugal. Toda su obra puede inscribirse dentro de la Escuela alegórico-dantesca; fue sin duda alguna el más ferviente admirador que tuvo Dante Alighieri en España, y también asimiló lo que pudo del humanismo de Petrarca y de Giovanni Boccaccio.

Es especialmente recordado por sus serranillas, poemitas de arte menor que tratan del encuentro entre un caballero y una campesina, a imitación de las pastorelas francesas, pero inspiradas en una tradición popular autóctona propia. Fue el primer autor que escribió sonetos en castellano, estrofa de origen italiano mal conocida aún en Castilla: los 42 sonetos fechos al itálico modo. Su obra maestra dentro del estilo alegórico-dantesco es la Comedieta de Ponza, donde describe la batalla naval homónima en coplas reales. Escribió además poemas alegóricos y doctrinales (dezires) y lírica cancioneril, y recopiló una de las primeras colecciones paremiológicas en castellano, los Refranes que dicen las viejas tras el fuego.

A partir del estudio que de su obra hizo Lapesa (1957), se puede distinguir:

Poesía
Lírica menor, de la que destacan las Serranillas y las Canciones y decires líricos.
Sonetos
Decires narrativos, entre los que destacan el Triunphete de Amor, El infierno de los enamorados y la Comedieta de Ponça.
Poesía moral, política y religiosa, de la que la obra más conocida posiblemente sea el Bías contra Fortuna.
Prosa
Escritos morales y políticos, como la Lamentaçión de Spaña.
Escritos literarios: el Proemio o Proemio e carta al condestable don Pedro de Portugal
Escritos exegéticos: Glosas a los Proverbios.
Recopilaciones: Refranes que dicen las viejas tras el fuego.






Al alba venid, buen amigo...

Al alba venid, buen amigo,
al alba venid.

Amigo el que yo más quería,
venid al alba del día.

Amigo el que yo más amaba,
venid a la luz del alba,

Venid a la luz del día,
non trayáis compañía.

Venid a la luz del día,
non traigáis gran compañía







Bésame y abrázame...

Bésame y abrázame,
marido mío,
y daros hé en la mañana
camisón limpio.

Yo nunca vi hombre
vivo estar tan muerto,
ni hacer el dormido
estando despierto.
Andad, marido, alerta,
y tened brío,
y daros hé en la mañana
camisón limpio.









Cuando yo so delante aquella donna...

Cuando yo so delante aquella donna, 
a cuyo mando me sojuzgó Amor, 
cuido ser uno de los que en Tabor 
vieron la grand claror que se razona, 

o aquella sea fija de Latona, 
segúnd su aspecto e grande resplandor: 
así que punto yo non he vigor 
de mirar fijo su deal persona. 

El su grato favor dulce, amoroso, 
es una maravilla çiertamente, 
en modo nuevo de humanidad: 

el andar suyo es con tal reposo, 
honesto e manso, e su continente, 
que libre, vivo en cautividad.







La moza de la finojosa


I

Moza tan fermosa 
non vi en la frontera, 
como una vaquera 
de la Finojosa.


II

Faciendo la vía 
del Calatraveño 
a Santa María, 
vencido del sueño, 

por tierra fragosa 
perdí la carrera, 
do vi la vaquera 
de la Finojosa.


III

En un verde prado 
de rosas e flores, 
guardando ganado 
con otros pastores, 

la vi tan graciosa 
que apenas creyera 
que fuese vaquera 
de la Finojosa. 


IV

Non creo las rosas 
de la primavera 
sean tan fermosas 
nin de tal manera, 

fablando sin glosa, 
si antes supiera 
de aquella vaquera 
de la Finojosa. 


V

Non tanto mirara 
su mucha beldat, 
porque me dejara 
en mi libertad;

mas dixe: «Donosa 
(por saber quién era), 
¿dónde es la vaquera 
de la Finojosa?...» 


VI

Bien como riendo, 
dixo: «Bien vengades; 
que ya bien entiendo 
lo que demandades: 

non es deseosa 
de amar, nin lo espera, 
aquessa vaquera 
de la Finojosa.»





La niña gritillos dar...

La niña gritillos dar
non es de maravillar

Mucho grita la cuitada
con la voz desmesurada,
por se ver asalteada;
non es de maravillar.

Amor puro la venció,
que a muchos engañó;
si por él se descibió
non es de maravillar.

Temprano quiso saber
el trabajo y el placer
que el amor nos haz haber;
non es de maravillar.

A los diez años complidos
fueron della conocidos
todos sus cinco sentidos;
non es de maravillar.

A los quince, ¿que fará?
Esto notar se debrá
por quien la praticará;
non es de maravillar.





Lejos de vos y cerca de cuidado...

Lejos de vos y cerca de cuidado, 
pobre de gozo y rico de tristeza, 
fallido de reposo y abastado 
de mortal pena, congoja y braveza,

desnudo de esperanza y abrigado  
de inmensa cuita y visto de aspereza, 
a mi vida me fuye, mal mi grado, 
la muerte me persigue sin pereza.

Ni son bastantes a satisfacer 
la sed ardiente de mi gran deseo  
Tajo al presente, ni me socorrer

la enferma Guadïana, ni lo creo. 
Sólo Guadalquivir tene poder 
de me guarir y sólo aquél deseo.







Otro decir


1

Cuando la fortuna quiso,
señora, que vos amase,
ordenó que yo acabase
como el triste de Narciso:

non de mí mesmo pagado,
mas de vuestra catadura,
fermosa, neta criatura,
por quien vivo e soy penado.


2

Quando bien he trabajado,
me fallo fondo en el valle:
no sé si fable ni calle...
¡tanto soy desesperado!

Deseo non desear,
e querría non querer:
de mi pesar he plazer,
y de mi gozo pesar.


3

Lloro e río en un momento
e soy contento e quexoso;
ardid me fallo e medroso:
tales disformezas siento

por vos, dona valerosa,
en cuyo aspecto contenplo
casa de Venus, e tenplo,
donde su ymagen reposa.


4

Aurora de gentil mayo,
puerto de la mi salud,
perfección de la virtud
e del sol candor e rayo;

pues que matar me queredes
e tanto lo desseades,
bástevos ya que podades,
si por vengança lo avedes.


5

¿Quién vió tal feroçidat
en angélica figura?
Nin en tanta fermosura
indómita crueldat?

Los contrarios se ayuntaron,
cuytado, por mal de mí.
Tiempo ¿dónde te perdí,
que así me galardonaron?


6

Succesora de Lucina,
mi prisión e libertad,
langor mío e sanidad,
mi dolençia e medicina;

pensad que muriendo bivo,
e biviendo muero e peno:
de la vida soy ageno,
e de muerte non esquivo.


7

¡O, si fuesen oradores
mis sospiros e fablasen,
porque vos notificasen
los infinitos dolores

que mi triste coraçón
padesce por vos amar,
mi folgura, mi pessar,
mi cobro e mi perdición!


8

Cual del cisne es ya mi canto,
e mi carta la de Dido:
coraçón desfavorido,
causa de mi grand quebranto,

pues ya de la triste vida
non avedes conpasión,
honorad la deffunssión
de mi muerte dolorida.

¡Guay de quien así conbida,
e de mi tiempo perdido!
Pues non vos sea en olvido
esta canción por finida.







Por una gentil floresta...

Por una gentil floresta
de lindas flores e rosas,
vide tres damas fermosas
que de amores han requesta.

Yo, con voluntad muy presta
me llegué a conoscellas.
Començó la una dellas
esta canción tan honesta:

Aguardan a mí:
nunca tales guardas vi.

Por mirar su fermosura
destas tres gentiles damas,
yo cobríme con las ramas,
metíme so la verdura.

La otra con gran tristura
començó de sospirar
[e] dezir este cantar
con muy honesta mesura:

La niña que los amores ha
sola, ¿cómo dormirá?

Por no les fazer turbança
non quise yr más adelante
a las que con ordenança
cantaban tan consonante.

La otra con buen semblante
dixo: "Señoras de estado,
pues las dos aveys cantado,
a mí conviene que cante:

Dexadlo al villano pene:
véngueme Dios dele."

Desque huvieron cantado
estas señoras que digo,
yo salí desconsolado,
como hombre sin abrigo.

Ellas dixeron: "Amigo,
non soys vos el que buscamos,
mas cantad, pues que cantamos."
Dixe este cantar antiguo:

Sospirando va la niña
e non por mí,
que yo bien ge lo entendí.




Recuérdate de mi vida...

Recuérdate de mi vida,
pues que viste
mi partir e despedida
ser tan triste.

Recuérdate que padesco
e padescí
las penas que non meresco,
desque oí
la respuesta non devida
que me diste,
por la cual mi despedida
fue tan triste.

Pero non cuides, señora,
que por esto
te fue nin te sea agora
menos presto,
que de llaga non fengida
me feriste,
assí que mi despedida
fue tan triste.







Serranilla de Bores


I

Moçuela de Bores,
allá do la Lama,
púsome' en amores.


II

Cuydé de olvidado
amor me tenía,
como quien s'avía
grand tiempo dexado

de tales dolores,
que más que la llama
queman amadores.


III

Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara placiente,
fresca como rosa,

de tales colores
cual nunca vi dama
nin otra, señores.


IV

Por lo qual:  «Señora
- dije -, en verdad
la vuestra beldat
saldrá desde agora
dentre estos alcores,
pues meresçe fama
de grandes loores .»


V

Dixo:  «Caballero,
tiradvos afuera:
dejad la vaquera
pasar al otero;
ça dos labradores
me piden de Frama,
entrambos pastores.»


VI

-«Señora, pastor
seré si queredes:
mandarme podedes,
como a servidor:

mayores dulzores
será a mí la brama
que oyr ruiseñores.»


VII

Así concluymos
el nuestro proçesso
sin fasçer excesso,
e nos avenimos.

E fueron las flores
de cabe Espinama
los encubridores.



Soy garridilla e pierdo sazón...

Soy garridilla e pierdo sazón
por malmaridada;
tengo marido en mi corazón
que a mí agrada.

Ha que soy suya bien cinco o seis años,
que nunca de él hube camisa nin paños
azotes, palmadas y muchos susaños
y mal gobernada.

No quiere que quiera ni quiere querer,
ni quiere que vea ni quiere veer;
mas diz el villano que cuando él se aduerme
que esté desvelada.

Estó de su miedo la noche despierta;
de día no oso ponerme a la puerta;
así que, mezquina, viviendo soy muerta
y no soterrada.

Desde el día negro que le conocí,
con cuantos servicios y honras que le fiz,
amarga me vea si nunca le vi
la cara pagada.

Así Dios me preste la vida y salud
que nunca un besillo me dio con virtud
en todos los días de mi juventud
que fui desposada.

Que bien que mal, sufro mis tristes pasiones,
aunque me tienten diez mil tentaciones;
mas ya no les puedo sufrir quemazones
a suegra y cuñada.

Mas si yo quisiere trocar mal por mal,
mancebos muy lindos de muy gran caudal
me darán pellote, mantillo y brial
por enamorada.

Con toda mi cuita, con toda mi hiel, 
cuando yo veo mancebo novel, 
más peno amarga y hago por él
que Roldán por su espada.




Ya cantan los gallos...

Ya cantan los gallos,
buen amor, y vete,
cata que amaneçe,
-Que canten los gallos,
yo, ¿cómo me iría,

pues tengo en mis braços
la que yo más quería?
Antes moriría
que de aquí me fuese,
aunque amaneçiese.

-Dexa tal porfía,
mi dulçe amador,
que viene el albor,
esclareçe el día;
pues el alegría
por poco feneçe,
cata que amaneçe.

-¿Qué mejor vitoria
darme puede amor,
que el bien y la gloria
me llame al albor?
¡Dichoso amador
quien no se partiese
aunque amaneçiese!

-¿Piensas, mi señor,
que so yo contenta?
¡Dios sabe el dolor
que se m' acrecienta!
Pues la tal afrenta
a mí se m'ofreçe,
vete, c ' amaneçe.




Yo me iba, mi madre...

Yo me iba, mi madre,
a villa Reale,
errara yo el camino
en fuerte lugare.

Siete días anduve,
que no comí pane,
cebada mi mula,
carne el gavilán.
Entre la Zarzuela
y Darazután,
alzara los ojos
hacia do el sol sale.
Picara mi mula,
fuime para allá;
perros del ganado
sálenme a ladrar;
vide una serrana
del bello donaire.
-Llegaos, caballero,
vergüenza no hayades:
mi padre y mi madre
han ido al lugar;
mi caro Minguillo
es ido por pan,
ni vendrá esta noche
ni mañana a yantar;
comeréis la leche
mientras el queso se hace.
Haremos la cama
junto al retamal;
haremos un hijo,
llamarse ha Pascual,
o será Arzobispo,
Papa o Cardenal,
o será porquerizo
de villa Real.
-¡Bien, por vida mía,
debéis de burlar!






EVE VIOLETA GAUNA PIRAGINE [14.768] Poeta de Argentina

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EVE VIOLETA GAUNA PIRAGINE

(Corrientes, Argentina, 1969)

- Seudónimo: Eve V.Gauna Piragine / Vientos Violeta
- Año, lugar y país de nacimiento: 1969 en Corrientes, Argentina
- Lugar y país de residencia: Corrientes, Argentina
- Profesión: Escritora y difusora cultural
- Actividades y Premios: escritora, poeta y difusora cultural, parte de su obra ha sido traducida al italiano, al inglés y al catalán. 
Premios de la SVAI (Sociedad Venezolana de Arte Internacional), premios de la UHE (Union HispanoMundial de Escritores), premio Absenta 2011 (España), premio Retales Literarios 2014 (España).
Ha participado en distintas revistas culturales y en las antologías poéticas en defensa de los derechos de la mujer y en contra de los feminicidios: 
MUJERES EN LA HISTORIA, MUJERES EN LA HISTORIA II (Dedicado a una mujer saharaui)
MIL Y UN POEMAS ILUSTRADOS SAHARAU III,POEMAS CIUDAD DE JUAREZ III
Poeta de la Liga Latinoamericana de Artistas.
Actualmente pertenece a la Literary Agency DIAGRAPH (Belgium). 

WEB:    http://evegaunapiragine.blogspot.com.es/



MUERTES MUDAS

Algo se rompió en silencio 
sin emitir sonido, sin crujir.
Y ese silencio perfecto
fue gris de ceniza muerta
blanco de hueso roto
rojo de sangre condenada
cansada de fluir por el cuerpo
amarillo como luz tenue
de lampadario de iglesia
transparente como lágrima 
derramada sobre el polvo
de una tristeza vieja
profundo como el mirar
de unos ojos aterrados de ver.
vacío como un cementerio
poblado de madrugadas
olvidado como una tumba
donde las palabras yacen 
cuando ya no se quiere oír.
Algo se rompió en silencio 
y fue un silencio cándido
inmaculado, piadoso.
Una lápida sin nombre ni rostro  
con aroma a música muda.
Nadie escuchó cuando me rompí.





LA ÚLTIMA LIBERTAD

Hoy he renunciado 
a todas las luchas
para ser una voz errante
huérfana de batallas.
Abandono un mundo
que me abandonó hace tiempo
donde fui solo pasos 
mendigando caminos.
He comprendido
que fuera de mi
no hay donde llegar,
que las paredes mienten encierro
porque la libertad 
no se mide en metros,
y que el universo entero
puede ser una brutal cárcel.




DUDAS CERTERAS

Ya no sé si te soñé 
o me soñabas
en esas confesas noches 
de invierno
desesperadamente largas
alimentando
momentos convictos
entre fríos suicidas
al filo de las madrugadas.
Te siento oculto
en cierto anhelo
dormido en lo profundo,
desnudo hasta los huesos.
Ahora que lo pienso 
tal vez nada fue real
y solo compartimos
el espacio tibio de un sueño
entre las dudas 
del parpadeo 
de un par de sábanas.
Ahora que recuerdo
no sé si existías
o tú me inventabas
cuando necesitabas un beso
o cuando yo besaba.
Ahora que lo pienso
que poco importa 
sí te soñé o me soñabas.






AUTOGEOGRAFÍA

Estoy donde siempre
desde antes de ser memoria
entre un tumulto de almas
azotándome el cuerpo
contra una geografía genética
accidentada y confusa
que me entregó a destinos 
de los que no se regresa.
Que me cubrió de montañas inescalables
cuyas cimas arañan los cielos
desangrándolos en océanos profundos 
llenos de endriagos 
que se embelesan en las miradas perdidas
enamorándose de los pies descalzos
de los suicidas cuando caminan aguas adentro.
Que me sumergió en este desierto febril
tiritante de locuras secas que jadean
y me parten los labios a golpes
de viento, arena y sed.
Que desbalancea mi andar en su torpeza
de puntas y sin gracia 
ni talento, a ojos cerrados
por el filo tajeante de mi propio abismo
habitado de miedos y por las criaturas 
vaporosas que los engendran.
Y me van delimitando estos domingos despiadados 
sin mesas ni misas, enfermizos, inútiles
tan detestables como besos 
brotando desde el fondo
de la garganta de la Fosa de las Marianas.





MENTIRAS MUDAS

Ella duerme un cansancio
acunado en el útero
de la memoria.
Mece entre las manos
sus ojos sonámbulos
y les canta cenizas
que amordazan las horas.
Ella es libre encerrada
por las jaulas de la noche.
El sol le calcinó el corazón.
Y miente cuando devora 
palabras evitando que nazcan.
Siempre miento.






PANDORA MUNDO

Yo veo un mundo poblado de mundos
despoblados de mi.
No puedo habitarlos ni en sueños.
Me asfixian con sus manos
rompen mis huesos
me desgarran el corazón 
la carne y los echan al fuego
para alimentarse.
Desean como trofeo mi cabeza
en alguna pared
arrancarme los dientes
y colgarlos en sus cuellos
despellejarme la piel
para hacer abalorios
y lucirlos de adorno.
Yo veo un mundo poblado de mundos
pero ellos, salvajes  animales
 no ven los mundos que pueblan en mi.






ARCANOS

En las sombras nocturnas
a veces percibo
palabras difusas
recortándose en formas,
un rayo de luna
sagaz acostumbra 
destellarse en el filo
de unos labios ausentes
y los besos cortantes
me rozan y hieren
tajeando la muerte
de la desmemoria.
Yo convoco esa boca
sin conocerla
en ella susurran
deseos dolientes
aterrados de encierro
habitan en sí mismos
suspiros nacidos
sin bien y sin mal.
La arreciante alborada
todo lo esfuma
la luz desmiente 
mis pasiones oscuras
entre amantes sin rostros
hijos de las sombras
paridos en abismos
y enterrados vivos
donde nadie nunca
puede llegar.




EL MURO

Y de repente 
se corporizó la verdad 
vertical y absoluta
como un silencio
en este muro infranqueable
colosal y duro
donde las pocas palabras 
que nos quedaron
por pronunciar
se estrellaron contra él
y regresaron 
como el eco burlón del tiempo 
y sus circunstancias.
Este muro emergente
entre nosotros
es un monstruo de cristal
a través del cual
ya no nos vemos 
como éramos
ni como nos recordábamos
y mucho menos
como soñábamos vernos
en el futuro.
Este muro es el ojo
implacable de la realidad.
No esa realidad
a la que estábamos 
tan acostumbrados
que se nos grabó inalterable
y la recreábamos a diario
de memoria sin pensar
casi como un rito cotidiano.
Sino la verdadera realidad
la que fue cambiando
y preferimos ignorar
para no enterarnos
que nosotros
dejábamos de a poco
de ser los mismos.
Mientras, este muro crecía
hasta que se convirtió 
en un gran cíclope que impide
que sigamos momificando
los restos del amor.





LA DESLEALTAD DEL TIEMPO

En éste ocaso
de herida abierta
que comienza
a derramarse en noche, 
donde alivio mis días,
mis delirios, mis fatigas,
he vuelto a encontrar 
tus ojos oscuros,
profundos,
infinitamente negros. 
Tan míos a veces,
tan de nadie otras,
tan del viento siempre.
He vuelto a embriagarme
en la fragancia vívida
de tu piel
marcada de tiempo
y he vuelto a perderme
en la dispersa luz
que canta "es amor aún"
mientras las sombras
claman "ya es tarde".
Y el alma mansa
se entrega y calla
a la inexistente
inmortalidad del instante.



JORGE ARTURO VENEGAS CASTAING [14.794]

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JORGE ARTURO VENEGAS CASTAING

(1961-2010)
Jorge Arturo Venegas Castaing, nació Lourdes de Montes de Oca el día 21 de julio del año 1961 y murió recientemente, en San Vicente de Moravia, víctima de un cáncer,  el 15 de abril del año 2010. Sus padres son costarricenses.
Dirigió e integró el Colectivo Kassandra: 1990 y  su sueño fue la revista del mismo nombre donde publicara cantidad de poemas y artículos y Alambique. Esencialmente fue poeta.

Trabajó en la Universidad Estatal a Distancia.


Poeta desgarrado y bohemio, solitario y profundo, profundamente humano. 

LO QUE HA PUBLICADO JORGE ARTURO VENEGAS CASTAING


NOVELA

1. La hoguera verde: 1998
2. Las aventuras de Liu Yuan, capitán de ultramar: 2004

CUENTO

1. Los correos del Diablo: 1999

POESÍA

1. Se alquila esta ventana: 1988
2. Un paraguas llamado Adrián: 1989
3. El blues del aprendiz: 1992
4. Perrumbre: 1994
5. V poemario colectivo: 2000
6. De un solo dado: 2001
7. La casa del tejedor: 2001
8. El país de los ausentes: 2002
9. Dosal gráfica y poesía: 2002
10. La horda del yo. Tríptico: 2005
11. El pájaro del sol: 2010 (canciones, dibujos, poemas y cuentos infantiles)


La primera novela que publicó la llamó La hoguera verde y salió a la luz en el año 1998. No la he encontrado.

La segunda novela la llamó Las aventuras de Liu Yuan, el capitán de ultramar, y la publicó en el año 2004.1

Novela maravillosa, ubicable en el Realismo Mágico, contemporánea. Pertenece al paradigma de la novela polifónica. Se enmarca en las novelas de aventuras más por la forma que por lo narrado. Se asiste a la formación y génesis del mundo desde una visión mítica donde la creación sucede al mismo tiempo que se crea.

Es una novela del ver, del meditar y no del hacer. Éste no cabe en la imaginación desbordante del discurso pero si se analiza con detalle se cae en la cuenta que lo inventado se distingue de lo real más en la forma y los accidentes que en las esencias. Una lista limitada puede servir de ejemplo: un tigre blanco, mujeres haladas, lobos azules, hombres dragones, objetos vivos, estratos sociales similares a los vigentes: reyes, guerreros, guardianes, poderosos y desposeídos, cuevas, fuego, caza, siembra, recolectores, etc. Por más bebidas maravillosas (semilla del agua) y comidas especiales, los seres siguen dependiendo de ellas. El origen proviene de las galaxias y llega hasta el polvo.

El maestro que enseña  y el discípulo que aprende son una escena vieja y las letras sagradas también. Basta recordar el Pancha tantra. Toda religión ha sido creada, salvo excepciones muy calificadas para lograr el poder sobre los otros y la riqueza material, aunque se disfrace de intereses espirituales. Tanto en la novela como en la vida social real las relaciones de los seres son verticales, no de iguales sino de inferiores y superiores, de poder, que terminan en la cúspide. A pesar de que el poder debería descansar en el conocimiento, la sabiduría, la realidad dicta otra máxima: el poder es propiedad exclusiva del mediocre, del ignorante (por lo general).

En la página 85 el  personaje vio un mundo atroz, el nuestro, ahora, y en un párrafo lo describe con certeza y tristeza. Pobres y ricos, violencia, muerte, destrucción, guerras estúpidas (todas lo son) destrucción de la naturaleza, carencia de agua y comida, del aire y de la tierra, de la dignidad de morir. Es un mundo de esclavos, de ciegos con vista, un mundo de cadáveres caminantes.

La novela continúa con viajes diversos de Liu Yuan y los hombres y mujeres pájaro en la región del hielo, los encuentros con Pluma Roja, La mujer Estrella, Lao, convertido en Escorpión, las esferas de protección, hasta llegar a la muerte de los guerreros, la Triada que evoca una especie de triunvirato espiritual, la coronación jocosa de Aotus y el ataque de los Güigüines y la salvación a través de la culebra escalera y el fin del corazón del frío. Se ven otras especies de seres mixtos, habitantes de esos parajes. En realidad no pasa nada en ningún nivel, a no ser excentricidades hiperbólicas y absurdas que ni explican nada ni conducen a otro lugar que no sea una especie de feudo personal, inducido por tribus y clanes de seres estrafalarios, más parecidos a  objetos deformes con poderes sobrenaturales. Lo mismo cabría decir de los sistemas de comunicación primitivos, más cercanos al ruido que a la comunicación. Así el discurso narrativo se convierte en laberinto de acertijos con atisbos seudofilosóficos y símbolos míticos más cercanos a disfraces de lo existente que creaciones originales.

El final de la novela no escapa a la misma tónica. Es la pretensión del encontrarse así mismo en el otro, en la circunstancia, en la búsqueda misma.




alrededor de la casa de mi infancia
siembran puñales

*

en la casa de mi infancia se celebra el rezo del niño
bajo un sol de aguardiente

su cuerpo es un maizal picado de naranjos

yo lo recorro con el corazón partido al medio
como una papaya de luz

a cada paso las cosas me hablan
ignoro lo que dicen pero me regocijo
como un atardecer entre bambúes






TIEMPOS MODERNOS

sabés
viejo charlot
hoy no me bajaré de la cama
aunque afuera se escuchara el estruendo
de algo que se cae
algo como el mundo

(El blues del aprendiz)





PERRUMBRE Editores Alambique, San José, Costa Rica, 1994.
Colección CIGARRA



EL EXPLORADOR

I

me busco como un niño de sal
           mujer
entre tus piernas
y las hormigas que mueven el mundo
soy una jauría de sueños peleándose
por una migaja de pájaros
me busco en los que orinan en la calle
nido de gallos tuertos
pero nunca entre las putas
           no resistiría
belleza tan brutal
           soy mi propia minoría





II

a letty

el sol
no es de sol

                la lluvia es una mujer
                que jadea

mi corazón
la mano de una mujer
desnuda

                     mi voz se otoña
                     y cae

un gato de hojarasca
bajo el aguacero

                       poemas que recojo
                       con este rastrillo de piel




III

escribo
como decir escucho




IV

le pone alas grandes de fuego las agita
y ríe su corazón un puñado de pétalos marchitos
               dioses desconocidos
pero al volar lo deja ciego
en medio de un atardecer en el mar





V

un sitio
alguien me escribe




EL DOMADOR


I

no el látigo
sino la lengua emplumada
no la silla
sino un zapato roto
no las manos enguantadas
ni el bigote arrollado
sino tijeras de piel
no bestias ni aros
sino pájaros de lluvia
y un papel quemándose por rostro
no el domador
sino un hombre un garabato
que amo y lo amaron
la carpa era un paraguas desdentado







II

no para guardar un nombre
que sobrevivirá al ingrato olvido
de la raza humana
Luis Rogelio Nogueras


guardo tu nombre entre amores posibles
para la victoria privada
de mi humanidad
guardo mi nombre de los espeleólogos
de la derrota
pero no de mi hija carolina
ni de todos los hijos del planeta
ni de ninguna piedra del campo
guardo
una muchacha de negro
para que sobreviva al olvido de la raza humana
su nombre y el mío
guardo
la piel como un suicida






III

tus pájaros se me acurrucan
y no puedo tocarlos que se nieblan
una telaraña abrocha tu lluvia
a este bar hundido
nadie me sobrevive
solo el cigarro entre los labios
me empapa un olor a vos
 que no me sé
soy un bocado de perros
que la noche engulle




IV

todo está bien
el girasol es girasol
la calle calle
el cuerpo navega entre miradas
el autobús se tarda
pero te veo
en la repentina ventanilla que siempre va donde no voy
entonces
el girasol es un mordisco en manos de algún ciego
la calle una lápida sobre mi frente
mi cuerpo un mapa de mi que no conozco
y el autobús un túnel sin regreso





HISTORIA


I

a jorge boccanera


debimos hallar un viejo invierno
para reunirnos las manos en el borde
de la piel
—dice mientras busca una moneda de oro en las entrañas—
lecheros del sol
reparten las palabras crudas
—y el enamorado se palpa los bolsillos
buscando una lengua de plata—
no pudimos caminar bajo el murmullo pájara
de cristal del aguacero
nos encontramos y perdimos de mis manos
a tu silencio
—dice asomándose a su garganta—
debimos citarnos en la almohada
reunirnos los labios en la punta de un invierno
 —ella levanta las cejas
 pone a hervir las palabras—
el de la historia se marcha en un murmullo
 de las manos
 a su canto
 luego al mundo
lecheros del día reparten
las gargantas calientes






II

te encuentra y te dice ¿qué hubo viejo?
¿qué se cuenta?
su sombra es un niño de neblina
que corre a media calle
ah los amigos los amigos
digo yo como quien iza
una bandera rota
improvisamos un bar
la mesera
es un beso de vino
mi saca del pecho
una orquesta gigante
moré canta
la tongelele baila
como si se acabara el mundo
saca la mesa de al lado donde nos mira
susurra
una mujer mas bien atroz
y me dice al oído
que no se entere nadie
andamos disfrazados de nosotros mismos

ah el vino
dice mi amigo y yo
como quien alza una mujer rota
la de la mesa de al lado
la que mira y susurra
la mujer atroz




EL INCENDIARIO

a ciertas horas
enciende enciende fósforos
los arroja
a la boca manos tetas de la noche
así juega hasta que de pronto crece
se preocupa asusta
no por la fl aca cajetilla
sino por el chamuscado mirar
de la gran bella
no lo quiere —piensa— lo persigue
prende y prende pájaros lenguas
de su silencio
los arroja
migas
a su boca manos de sus manos
que no pueden ya tanta ceniza roja de pájaro
y en la noche de su niño que juega
a los fosforitos de la vida
se echa a volar





EL JARDINERO

leía a quasimodo y a campana
en el corazón de la noche hay
siempre una llaga roja languideciente
a montale y a ungaretti
mi corazón es el país mas devastado
mientras
la lluvia
sobre la roja techumbre de mi patria
un jardinero
exguarda civil exjornalero
sobre el pasto del jardín
de mi memoria
escupía su mano aporreaba el machete
como una lengua rota
contra el silencio del mundo
un jardinero de teja
frente a los poetas de italia
sin otra cosa que sus manos
y una sonrisa mojándole la cara amigo
son seiscientos pesos
amigo
—me dijo al terminar
y en su estómago corrieron
caballos de ceniza—
cierro los ojos
caigo
de mi mano
como un puñado de arena
sobre la roja
techumbre del alma





FOTOGRAFIAS EN EL PARQUE

un hombre
         saco
            gris
de telarañas
tiene un caballo bajo el brazo
se peina los huesos frente a la vidriera
recuerda
un niño galopa bajo pájaros de mermelada
una niña no entiende
por qué el animal no se camina ni habla
ni mueve la colita
otro niño con los bolsillos muertos a la piel
dirá que es mejor la escoba
para dar vueltas en el carrusel de la luna
el hombre se marcha
crepita por la acera carga
un caballo en llamas bajo el brazo





VECINDARIOS

esa mujer que te pide la plancha
no te pide la plancha sino una madre al rojo vivo
esa mujer que te quiere
para una lámpara no te pide una lámpara
te urge la noche y un guiño de luz
por dónde verla mientras te lame la espalda
esa mujer que clama se está llamando
la que te nombra no te llama
se huye
se está ahogando en el fondo
de una silla vacía





EL ARQUITECTO

me levanto como un perro sin las manos
de un niño me voy para el trabajo
de camino
quizás una mujer me ofrezca sus pechos de naranja
un hijo me regale un soldadito rojo
como las nubes de mi valle
quizás me atropelle un autobús o me escriba un poema
pero si no hay con quien celebrar
no habrá pasado nada no pasará nunca nada
seré como el arquitecto de las manos
llenas de planos piedras argamasa
obreros en busca de un pedazo de hueso
donde edifi car la sangre





ESTEBAN Y LA TIERRA DEL SUEÑO

dizque perdimos las certezas
y nos escupimos por alcantarillas de piel
que la historia se fue entre el lavadero
y ni siquiera tenemos precio en la subasta
dizque la poesía se llenó de telarañas
y es una loca de ancianas mejillas rojas
pero desato el abrazo de mi amigo
y me quedo en las uñas afi lando los besos
después de muertos cargarse al hombro y caminar
botar del pecho al cristo de la sangre derrotada
y devoto de la espina
ser
una cuchara de huesos
para la mañana de azúcar




POEMAS DEL SUICIDA MARAVILLOSO

VIII
cuando muera quiero una tumba verde
y ver caer la tarde
como una hostia
en el silencio de la sangre

(Perrumbre)







NORBERTO SALINAS [14.795] Poeta de Costa Rica

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Norberto Salinas 

Nació en San José, Costa Rica, 1957. Estudió Filología en la Universidad de Costa Rica. Participó en la Brigada Leonel Rugama durante la guerra de liberación de Nicaragua. Organizó junto al poeta Rodolfo Dada los mercados de Managua de 1979 a 1981. Miembro fundador del Taller de los Lunes y de la Editorial Lunes. Presidente de la Asociación Casa de Poesía, la cual organiza el Festival Internacional de Poesía de Costa Rica. Dirige el Taller de poesía de Hatillo, al sur de San José. Ha publicado: Luna en bebedero, 1990; Mascarón de proa, 2004; Selección de poemas, 2005 (antología). Aparece en algunas antologías de la poesía costarricense y centroamericana. Dirige el proyecto Literatura Digital.




LA MILPA

"Todo pisoteado y vendido
Así no más
por unos cuantos traidores".

Iván Montenegro
sueña una milpa
después del triunfo de La Revolución
sueña sus flores
sus granos de luz

Nos dirigimos al campamento de Cusuco
desde Los Chiles
Adelante trepa y zigzaguea el barro
en un pick-up cargado de compas
el Comandante Garcillón
Nos acompaña Elvira la maestra
y el boxeador Tortuguita también panameño
Vamos cantando y a veces sólo un poco de nostalgia
Días antes Oscar Benavides
recordaba a Leonel Rugama
enseñando ecuaciones a los chavalos
y el poema que más le gustaba de Vallejo
lo sabía de memoria
“El momento más importante de mi vida
todavía no ha llegado”

Es el día de tus quinceaños Verónica
-fue tan difícil cambiar tus zapatillas transparentes
por unas botas 34-
mientras nos hablabas de tu madre en Managua
Te paralizaste con los disparos contó después Emmett
-uno de los tres sobrevivientes de Nueva Guinea-
Y así entre tus trenzas y tu adolescencia
ojos inmensos y bellísimos

Cuarenta cincuenta mil Ivanes y Oscares y Verónicas
y soñadores internacionalistas
y después del triunfo otros tantos
en el más grande poema de amor enterrado en las trincheras del norte y del sur
en Nicaragua.





CERCA DEL ÉUFRATES Y EL TIGRIS

El beso quedó sin tu padre

La casa sin paredes
El cielo: serpentinas azul sobre gris

La noche es un yaxe oxidado en el corredor
una manivela de bicicleta retorcida

Hace sólo una hora
el bulto de escuela al pie de la cama

El fuego te hizo las trenzas

Nadie te cerró los ojos

Me acerco a los hierros retorcidos
Sus mentiras caen 
al pie del vapor de tu pijama

¿Dónde pongo este pedazo de peineta?
tus zapatitos chamuscados

Ya no cantarás el himno en la escuela

Había una niña
Cerca del Éufrates y el Tigris Bajo la almohada
dejó sus pulseras más queridas.






NOTICIAS DE LA SELVA

I

A la danta del Río Pizote
Si cayeran los campanarios
sería un gran escándalo

Sin la carrera irreverente de la danta
abriendo la noche a las bromelias

sin sus ojos
¿sabremos dónde están los nuestros?


II

En el saco del cazador los pequeños tucanes

los rostros pelones y ciegos
sus nidos al pie del surá

Como niños que duermen en aceras
y sueñan que el mundo tiene corazón

son unos temblores solísimos.


III 

Al último oso-caballo

Escucho resoplar
al habitante más antiguo

Qué importa lo que intenta decirnos
ahora que tumban el caoba
las heliconias bajo los astros desenfocados
los parajes donde tienden estelas las dantas

La noche lanza su aguacero sobre la cabellera de palos

Se apagan sus gritos como el vaho de un sueño.





EL ÚLTIMO CORTEZA AMARILLA IMPERIAL

Con machete hicimos el trillo hasta llegar junto al dios nativo de cuarenta metros. No hace mucho inundaba la selva de campanas doradas. Por la noche llovió en Dos Ríos de Upala como un tren conducido por un niño. Aún contemplaba desde el corredor la montaña cuando el estruendo. Tiempo después caminé su enorme lomo desnudo.

Bajo el sol de septiembre siete retoños se levantaban.





FELICIANA ENRÍQUEZ DE GUZMÁN [14.812]

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Feliciana Enríquez de Guzmán

Feliciana Enríquez de Guzmán (Sevilla, 1569 - 1644), original dramaturga y poetisa española del Siglo de Oro.

Poco se conoce sobre esta autora. Las cláusulas de su testamento dejan adivinar una personalidad fuerte, piadosa y atenta a los más necesitados. Quizá sea falsa la historia, que recogió Lope de Vega en la silva 3.ª de su Laurel de Apolo, en que se hace alusión a las aventuras de una tal doña Feliciana que estudió en Salamanca disfrazada de hombre y en su tercer año se enamoró de un estudiante (quizá su segundo marido), logró graduarse en teología y astrología y, descubierta, tuvo que declarar su sexo y volver a Sevilla, lo que parece casi uno de los argumentos con mujer travestida del propio Lope, quien no simpatizaba con las ideas dramáticas de la autora, pero sí con la dama en persona, como solía:

Mintiendo su nombre
y transformada en hombre, 
oyó Filosofía 
y, por curiosidad, Astrología [...]  
Y, de aquella científica academia 
mereció los laureles con que premia, 
no de otra suerte que a Platón divino
aquella celebrada Mantinea 
que en forma de varón a Grecia vino [...] 
tan bizarro galán y gentil hombre, 
que, con notable gracia entretenía 
damas que, con amores y desvelos 
a unas daba favores y a otras celos 
haciendo que muriesen en la fuente 
que de Narciso, por su error, se nombra 
enamoradas de su propia sombra.


Sin embargo el hecho está autentificado por un discípulo de Lope, Tirso de Molina –Gabriel Téllez-, quien aludió a él en El amor médico: 

"¿Siempre han de estar las mujeres  
sin pasar la raya estrecha  
de la aguja y la almohadilla?  
Celebre alguna Sevilla 
que en las ciencias aprovecha"; 

el argumento de esta pieza es paralelo y hace estudiar a la protagonista en Coímbra, no en Salamanca. Es más, este avatar de doña Feliciana habría inspirado, al parecer, el argumento de la pieza de Antonio Mira de Amescua La Fénix de Salamanca, cuya protagonista, vestida de hombre, había burlado las prohibiciones de la época que impedían seguir estudios universitarios a las mujeres. El caso es que, tras varios fracasos sentimentales, se casó dos veces, la primera con Cristóbal Ponce de Solís y Farfán, fundador de una capellanía de la que su mujer fue patrona, y la segunda en 1619 con un famoso abogado, Francisco de León Garavito, que al parecer la hizo feliz y de quien en 1630 ya era viuda.

Obra

Imprimió su Tragicomedia de los jardines y campos sabeos, primera y segunda parte, con diez coros y cuatro entreactos (Coímbra: Jácome Carvalho, 1624, la primera parte; Lisboa: Pedro Crasbeeck, 1624, la segunda; hay reimpresiones posteriores), dedicada a sus dos hermanas monjas en el convento de Santa Inés de Sevilla. Su prólogo, en verso suelto, teoriza sobre el teatro y es importante porque se opone radicalmente al Arte nuevo de hacer comedias (1609) de Lope de Vega y, según observa don Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de las ideas estéticas en España, cap. X, al contrario que los otros neoclásicos españoles del siglo XVI "dio tanta importancia a la unidad de lugar como a la de tiempo"; también critica las comedias de su época en una Carta ejecutoria con que concluye la tragicomedia, cuyo argumento es el propio de un libro de caballerías. Lo más original son los entreactos en prosa, titulados Las gracias mohosas, en que prefigura el feísmo expresionista de Valle-Inclán haciendo desfilar ridículos pretendientes a unas damas no menos ridículas. Otras comedias suyas no se han hallado, aunque se sabe que escribió además una pieza titulada Las doncellas de Símancas. Como poetisa es muy diestra y bien inspirada, de suerte que mereció por ello los elogios del propio Lope de Vega. Por cierto que en su comedia incluye un complejísimo Laberinto que contiene un homenaje cifrado a su segundo marido. Se han recogido, entre otros poemas, unas décimas que incluyó en una obra de su segundo marido, Información en Derecho por la puríssima y limpíssima Concepción de la Virgen María (1625), el soneto Las Bodas de Maya y Clarisel, la ya mencionada Censura de las antiguas comedias españolas en verso suelto y el precioso madrigal El sueño de Gelita.




Madrigal

Dijo el Amor, sentado a las orillas
de un arroyuelo puro, manso y lento:
"Silencio, florecillas,
no retocéis con el lascivo viento;
que duerme Galatea, y si despierta,
tened por cosa cierta
que no habéis de ser flores
en viendo sus colores,
ni yo de hoy más Amor, si ella me mira".
¡Tan dulces flechas de sus ojos tira!







Romance amoroso

A lágrimas y a silencios
reducida, Elisio, el alma,
modo le falta a la queja,
de referirse mis ansias.

No tiene la voz acento,
no encuentra el labio palabras;
todo la pena lo oprime,
todo el dolor lo embaraza.

La causa, ¡ay de mí!, es tan triste,
es tan fuerte la desgracia,
que no mata padecida
porque mate imaginada.

Los suspiros desde el pecho
tiernísimamente exhalan
fuego, que a los ojos míos
comunica en vivas llamas.

Estos de mis sentimientos
verás y extremos declaran;
atiende, Elisio, a mis ojos,
pregúntales lo que pasa.

Mas el corazón te envían,
no saben decirte nada;
no es mucho que aquesta vez
le falten lenguas al agua.

Mi afecto, amigo, te explique
la desdicha más extraña,
que si ha de volver al pecho
no importa del pecho salga.

No para buscarme alivios,
para negociarme lástimas
dispensa mi mal conmigo;
que en razones mal formadas

yo propio, ¡Ay, cielo!, te informe;
valor y aliento me falta,
que expiró, ¡terrible lance!,
la generalmente amada.






A las bodas de Maya y Clarisel

En los campos elisios Himeneo,
Juno y Venus las bodas celebraban
de dos esposos, y las coronaban
de arrayán y del árbol de Timbreo.
Caliope y Euterpe al son que Orfeo,
Elio y Talía en arpas acordaban,
sus tálamos felices festejaban
de uno y otro llegados al deseo.
“De descanso, diciendo, largos años
les de el divino amor, y la discordia
de su puerta no pase los umbrales;
entre brocados y purpúreos años
Maya y su Clarisel, siempre leales,
gocen de felicísima concordia.



JUAN DE TASSIS Y PERALTA [14.813]

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Juan de Tassis y Peralta

II Conde de Villamediana, (Lisboa, 1582 - Madrid, 21 de agosto de 1622), poeta español del Barroco, adscrito por lo general al culteranismo, si bien siguió esta estética de modo muy personal.

Fue hijo de María de Peralta Muñatones, y de Juan de Tassis y Acuña ( I conde de Villamediana), Correo Mayor del reino que gracias a su labor como organizador del servicio de postas había recibido el título de nobleza en 1603. Villamediana vivió en el ambiente palatino desde su infancia, recibiendo una excelente educación del humanista Luis Tribaldos de Toledo y de Bartolomé Jiménez Patón, quien dedicó su Mercurius Trimegistus a su pupilo. Gracias a sus dos tutores, gozó de una excelente formación en letras y de un profundo conocimiento de los clásicos y compuso algunos poemas en excelente latín humanístico. Pasó por la universidad, pero no realizó ninguna carrera. Cuando Felipe III fue al Reino de Valencia para celebrar su matrimonio con Doña Margarita de Austria, Juan le acompañó y se distinguió tanto que el Rey le nombró gentilhombre de su casa. En palacio conoció a Magdalena de Guzmán y Mendoza, de gran influencia en la Corte como viuda de Martín Cortés de Monroy, II Marqués del Valle de Guajaca (Oaxaca), y futura aya del hijo que iba a tener la reina. Pese a la diferencia de edad mantuvieron una relación sentimental que terminó mal. Un soneto anónimo que circuló por Madrid decía que no se portó muy bien con ella e incluso la llegó a abofetear en mitad de la representación de una comedia, delante de todo el mundo, por lo que se dice que Magdalena siempre le amó y le odió al mismo tiempo.

Trasladada la Corte a Valladolid, donde permaneció cinco años, contrajo matrimonio en 1601 con Doña Ana de Mendoza y de la Cerda, descendiente del famoso Marqués de Santillana, de la que tuvo varios hijos, todos malogrados. Al morir su padre, en 1607, asumió el título y el cargo de correo mayor del reino. Pero por su talante agresivo, temerario y mujeriego adquirió pronto una reputación de libertino, amante del lujo, de las piedras preciosas, los naipes y los caballos, y llevó una vida desordenada de jugador, alcanzando una reputación de adversario temible sobre el tapete por su gran inteligencia. Sin embargo, estos excesos le valieron dos destierros, aparte de por haber arruinado a varios caballeros importantes, también por sus fortísimas sátiras, en las que zahería sin piedad alguna las miserias de casi todos los Grandes de España, ya que como perteneciente al mismo estamento que ellos conocía bien sus defectos y flaquezas, y sabía por dónde atacarlos y hacer daño.

El primero de sus destierros le llevó a Italia, donde estuvo entre 1611 y 1617 con el conde de Lemos, nombrado virrey de Nápoles. Ya vuelto a España, atacó en varias sátiras la corrupción alcanzada bajo el valimiento del duque de Lerma y Rodrigo Calderón de Aranda durante los últimos años del reinado de Felipe III, de forma que estos lograron del rey que le desterrara otra vez de la corte en 1618, aunque esta vez a Andalucía, de donde regresó al poco al fallecer el rey, favorecido como fue por el nuevo valido, el Conde Duque de Olivares.

Tuvo numerosas amantes, con las cuales llegó a veces a las manos públicamente, como en una ocasión durante el estreno de una comedia, y no se paró ante amoríos peligrosos como con una de las cortesanas del rey, una tal Marfisa, quizá doña Francisca de Tavara, bellísima joven portuguesa, dama de la reina y amante del rey. La leyenda afirma también que incendió premeditadamente el coliseo de Aranjuez mientras, durante las fiestas de celebración del aniversario del rey Felipe IV, se estrenaba ante la reina, el 8 de abril de 1622, una obra suya, La gloria de Niquea, inspirada en un episodio del Amadís de Grecia, para poder salvarla en brazos, ya que estaba enamorado de ella y aun tocarla siquiera estaba penado con la muerte. Existe también la leyenda de que se presentó a un baile con una capa cubierta de reales de oro, con lo que aludía a su suerte en el juego, y con la leyenda "Son mis amores reales", lo que era un triple sentido con la palabra reales muy peligroso para la época; con este título y sobre este episodio escribirá en el siglo XX un drama Joaquín Dicenta. Otra leyenda es la del origen de la expresión "Picar muy alto", que se cree se debió a las habilidades como picador del conde que, al ser alabadas por la reina, el rey respondió: "Pica bien, pero pica muy alto", con evidente doble sentido, debido a sus escarceos con la reina. Narciso Alonso Cortés, además, descubrió en el Archivo de Simancas un memorial que implicaba a Villamediana en un célebre proceso por sodomía concluido el 5 de diciembre de 1622 con la muerte en la hoguera de cinco mozos, justicia que, según las Noticias de Madrid, «hizo mucho ruido en la corte», atribuyendo a esta causa la muerte del conde, que otros explican por sus sátiras, por el despilfarro de la fortuna familiar o por lances amorosos y adulterios, en los que hubiera podido verse involucrado el mismo monarca. Consciente de su carácter temerario y atrevido, un sombrío pesimismo aparece en la mayoría de las composiciones del conde, quien escribió aquellos versos celebérrimos:

Sépase, pues ya no puedo
levantarme ni caer
que al menos puedo tener
perdido a Fortuna el miedo

Los autores del crimen nunca fueron hallados; el momento escogido fue cuando iba en un coche con el conde de Haro por la calle Mayor de Madrid; el móvil fue, quizá, evitar el escándalo del proceso por el pecado nefando, por lo que el crimen habría quedado impune y se mandó guardar silencio sobre él. Pero el hecho causó sensación, y todos los poetas famosos se aprestaron a escribir epicedios en verso sobre el conde, empezando por su amigo Luis de Góngora, quien atribuyó al rey la orden, continuando por Juan Ruiz de Alarcón, que lo acusó de maldiciente, y terminando por Francisco de Quevedo, quien, pese a ser enemigo suyo, escribió "que pide venganza cierta / una salvación en duda". El proceso por el pecado nefando abierto por el Consejo de Castilla no se ha localizado. Por las Noticias de Madrid consta la muerte en la hoguera de un bufón llamado Mendocilla, al que siguieron un mozo de cámara del conde de Villamediana y otro criado del conde, un esclavillo mulato y «don Gaspar de Ferraras», paje del duque de Alba. Algunos otros, según la documentación aportada por Alonso Cortés, huyeron, entre ellos un Silvestre Nata Adorno, correo de a caballo de su Majestad, que había marchado a Nápoles con el duque de Alba, que el 20 de septiembre de 1623 solicitaba se le diese traslado «de su culpa y sentencia» en el citado pleito. La respuesta de su instructor es la que implica directamente a Villamediana. En ella el licenciado Fernando Ramírez Fariña solicitaba nuevas instrucciones al Consejo al que advertía que la culpa de Silvestre Adorno y [...] los indicios que contra él ay nacen de lo que está provado contra el Conde de Villamediana, y Su M.d le mandó por ser ya el Conde Muerto y no ynfamarle guardasse secreto de lo que huviese contra él en el proceso, y si da la culpa deste es fuerça que benga en ella mucha de la del Conde.

El poeta y dramaturgo Don Antonio Hurtado de Mendoza pintó su carácter en un romance a su muerte:


Ya sabéis que era Don Juan / dado al juego y los placeres; / amábanle las mujeres / por discreto y por galán. / Valiente como Roldán / y más mordaz que valiente... / más pulido que Medoro / y en el vestir sin segundo, / causaban asombro al mundo / sus trajes bordados de oro... / Muy diestro en rejonear, / muy amigo de reñir, / muy ganoso de servir, / muy desprendido en el dar. / Tal fama llegó a alcanzar / en toda la Corte entera, / que no hubo dentro ni fuera / grande que le contrastara, / mujer que no le adorara, / hombre que no le temiera


El asesinato inspiró en el XIX varios romances históricos del duque de Rivas y también algún drama romántico, como También los muertos se vengan de Patricio de la Escosura (1838), la novela de Ceferino Suárez Bravo El cetro y el puñal (1851) y algunos relatos breves así como un cuadro de historia de Manuel Castellano en 1868, ahora en el Museo del Prado. En el siglo XX, cabe señalar el drama en verso de Joaquín Dicenta Alonso Son mis amores reales (1925), que obtuvo el premio de la Real Academia Española, y varias novelas: Decidnos: ¿quién mató al Conde? de Nestor Luján, Capa y espada de Fernando Fernán Gómez (2001) y El pintor de Flandes de Rosa Ribas (2006).

Tras su muerte, sus cargos pasaron a su primo Íñigo Vélez de Guevara y Tassis, conde de Oñate, hijo de Pedro Vélez de Guevara y María de Tassis.

Obra literaria

Una primera colección de sus Obras apareció en Zaragoza en 1629. Comprende poemas de asunto mitológico (Fábula de Faetón, largo poema de hacia 1617 compuesto en octavas reales del que Vicente Mariner tradujo doscientas veintiocho al latín en hexámetros; Fábula de Apolo y Dafne, Fábula de Venus y Adonis) que reflejan una clara influencia de Góngora; la comedia La gloria de Niquea (1622), basada en el Amadís de Grecia, y más de doscientos sonetos, epigramas y redondillas de tema amoroso, satírico, religioso y patriótico, en las que cultiva un particular conceptismo, mientras que reserva su también original culteranismo para los poemas en arte mayor. Una segunda edición fueron las Obras de don Juan de Tarsis Conde de Villamediana, y correo mayor de Su Magestad. Recogidas por el licenciado Dionisio Hipólito de los Valles. Madrid, por Maria de Quiñones a costa de Pedro Coello, 1635.

Villamediana se sabía condenado a morir joven y en su poesía aparece este sentimiento fatalista plasmado a través del mito ovidiano de Faetón, en que también es posible observar un cierto complejo edípico respecto a su padre.

Son sus temas poéticos predilectos el silencio, el desengaño, la temeridad, el mito de Faetón y todos los relacionados con el fuego. Se muestra especialmente introspectivo en las redondillas y suele acumular los pronombres personales en señal de desequilibrado narcisismo. Su lenguaje poético, esencialmente culterano, introduce cultismos nuevos que no aparecen en las obras de Luis de Góngora, que era amigo suyo. Escribió especialmente sonetos de diversos temas morales, amorosos y especialmente satíricos; algunos de los mejores son los dedicados a su destierro, como "Silencio, en tu sepulcro deposito...", que ha pasado a todas las antologías de poesía barroca:

Silencio, en tu sepulcro deposito
ronca voz, pluma ciega y triste mano,
para que mi dolor no cante en vano
al viento dado y en la arena escrito.
Tumba y muerte de olvido solicito,
aunque de avisos más que de años cano,
donde hoy más que a la razón me allano,
y al tiempo le daré cuanto me quito.
Limitaré deseos y esperanzas,
y en el orbe de un claro desengaño
márgenes pondré breves a mi vida,
para que no me venzan asechanzas
de quien intenta procurar mi daño
y ocasionó tan próvida huida.


También dedicó algunos esfuerzos a la traducción libre o parafrástica de dos autores: el italiano Gianbattista Marino y el portugués Camoens. Del primero tradujo los 552 versos de la Fábula de Europa, que se convirtieron en 732 más 58 de la dedicatoria. Del segundo cuatro o cinco sonetos. La vida y obra de Juan de Tassis ha sido estudiada por Emilio Cotarelo, Juan Manuel Rozas, Luis Rosales y otros autores.




DÉCIMAS

1

A una doncella que dejó de serlo por interés

Un jacinto se quebró,
dicen que tendrá remedio,
que se quebró por el medio
y con oro se soldó.
A fe que lo que costó
precio a mi cuenta es bastante,
mas empeñado un amante
pecho de metales abre,
que sangre en diamante labre
más en virgo que en diamante.


2

Solicita un amante con su dama la suspirada posesión de su deseo

Francelisa, cuyos ojos
arrojan tanto rigor
que pueden al mismo amor
rendir por finos despojos:
Hoy todo lleno de enojos
te hace presente mi pecho,
que en el volcán tan derecho
de mis amantes fatigas
con lo mismo que me obligas
me estimulas a un despecho.


3

Rodriguillo, juro cierto
que me pesa de hablar
porque no digan que es dar
lanzadas en moro muerto.
Pero en campo tan abierto
hasta los mudos obliga
a que, aunque por señas, diga
cada cual lo que sintiere;
y si diere y a quien diere,
San Pedro se la bendiga.

María de Sandalín
en Amberes te parió,
matrona que en Dios creyó
y en su fe como un rocín;
de su maestro Calvín
te dio en leche la doctrina,
y no es cosa peregrina
si un hijo mal enseñado
por los pasos que han andado
por esos mismos camina.

Padre no le confesabas,
ni fue tan buena tu madre
que se le conozca padre,
y así en Flandes le buscabas.
El de acá de las Aldabas,
siendo como no se olía
-¡oh, prudente!- resistía
haciendo al silencio escudo,
en el tiempo que cornudo
tu diligencia le hacía.

Cuantos te han conocido
se están haciendo mil cruces
de ver que, echado de bruces,
hayas tan alto subido;
aunque si es bien advertido,
no es negocio de primor
de pícaro ser señor
en poder y más poder,
porque, si es para caer,
cuanto más alto es peor.

Honrarse fue desatino,
y esa insignia colorada
había de ser naranjada
o de algún aliente sino;
en tu ambición te imagino
mirando al mundo allá abajo,
dando higas al trabajo
y ocasión a todas gentes
para admirar los oyentes
de un Marqués en estropajo.

Y siendo así, es caso llano
que tú y esotro monazo
andabais al venenazo
con todo el linaje humano,
que médico o cirujano
de vida muy prolongada
con papel y sin espada
dio tan mortales heridas,
pues que quitastes más vidas
que una peste moderada.

Cesen ya tus devaneos
y derriba, dando ejemplo,
las columnas de tu templo,
y mueran los filisteos;
cumple los justos deseos
del castellano león,
y si la reformación
por las glorias comienza,
al color de vergüenza
le vendrá su San Antón.

Adiós, título de viento,
caballero pegadizo,
quintaesencia del hechizo,
que hechiza el entendimiento;
haz luego tu testamento,
manda al Rey hacienda tanta,
al verdugo la garganta,
y por últimos despojos
el cuerpo a leña y manojos,
que así tu gloria se canta.


4

A una doncella que se hizo preñada y decía que estaba opilada de comer leche

Si estoy despierto, no sueño;
exceso de leche fue
la dolencia de la que
se ocasionó de un ordeño;
no lo pasa en aguileño,
que a la indiciada fatiga
da otra causa y hay quien diga
(aunque el disimulo es harto)
que los dolores son parto
y la leche de barriga.


5

Mi amante desasosiego
tan tiernos tormentos pasa
que comprende que se abrasa
y advierte que eres tú el fuego.
Ciego de adorarte, y ciego
de no gozarte, me das
con riguroso compás
los favores menos buenos,
y no es justo que en lo menos
te olvides de lo que es más.


6

Bien sé que eres soberana,
bien sé tu gran majestad,
bien sé que eres la deidad
que rayos de Sol emana;
bien sé que todo se humana,
señora, a tus pies, bien sé
que soy sólo esclavo, y que
puede mi amor destruirme;
pero si advierto morirme
de amor, señora, ¿qué haré?


7

Nada me llega a faltar
para noble amante, pues
mi amor tan valiente es
que al Sol se atreve a llegar.
Y pues me llegáis a dar
las primicias de mi amor,
no me neguéis la mayor,
para que de esta manera,
aun en el caso que muera,
muera lleno de favor.


8

Como es tal el amor mío,
y de un extremo tan nuevo,
algunas veces me atrevo
y otras muchas desconfío;
pero pues ya mi albedrío
en vos está tan hallado,
y altivamente ha volado
a tan superior esfera,
dejad, señora, siquiera
tome de Amor un bocado.


9

Y si acaso de mi acento
se enojase vuestro oído,
con esto habré conseguido
el daño y el escarmiento;
que es eminente mi intento
y, ardua, su empresa es constante;
mas me llamáis vuestro amante,
y fuera grande injusticia
que mi ignorancia o malicia
faltare a serlo un instante.


10

Morir por vos será gloria,
vivir sin vos será infierno,
con cuyo mal tan eterno
me atormenta mi memoria.
Y pues se halla esta victoria
a nuestra sentencia unida,
dadla tan compadecida
que, llegando al Sol mi suerte,
ni aun la muerte con ser muerte
pueda atreverse a mi vida.




SONETOS

1

A una señora que se facilitaba por dinero

Éntrale el basto siempre a la doncella
cuando de oros el hombre no ha fallado,
espadas su manjar es descartado
porque lo quiere así la madre della.

La malilla, aunque deje de tenella,
no perderá, tanto es lo que le ha entrado;
y si quiere elegir, porque ha robado,
él es la copa y la malilla es ella.

Quien entrare a jugar, quien hombre fuere,
si de oros a triunfar no se dispone,
nunca ganar aquesta polla espere.

Carta de más, dinero no repone
en esta mano, antes quien la diere,
su basto encima a la malilla pone.


2

Mentir amor, saber fingir desmayo,
donaire me parece que es garduño
y el tener los embustes en el puño,
entera se la dejo al galán bayo.

Virgo mentido que le parta un rayo,
pero al favor librado en un aruño,
mas si yo un cuerno vengador empuño,
fértil venganza me promete mayo.

Sube castillo y sóplele escalera,
que en buen toril se mete el engañado
donde todas son unas y corchetes;

y goce nombre eterno de embustera,
que a quien su evangelio ha profanado
hará los evangelios alcahuetes.


3

Ganchos no pocos sobre un San Benito,
el timbre son debido destas puertas,
a todas horas por dinero abiertas
como su dueña abierta de apetito.

Corzo venal por ella en no finito
ama, pues con derecho nunca tuerta
bragueta pide vida y lengua muerta
por honra del cabrón y del cabrito.

Bolsa que suene y boca que no diga,
y bragueta incansable es mal partido
para un dudoso y putativo padre;

logrará bendiciones de bragueta
cuerno corregidor no corregido
de putas hijas y de puta madre.


4

El almirante de Castilla tenía una dama que llamaban la «Almirantilla» y que era común


De media noche pasa y no te aguardo,
señor, porque poniendo centinelas
al Almirante ven alzando velas
y verga en alto tu bajel gallardo.

Contras las lluvias tiende por resguardo
de a dos piernas las bien breadas telas,
cuando tú, cual piloto, te desvelas
y echas mano al timón en nada tardo.

Amaina, amigo, amaina, por tu vida,
que si engolfarte en esos mares fraguas,
con peligro estarás y yo con miedo;

que esa negra Almiranta está rompida,
y hace por tantas partes tantas aguas
que ha menester la bomba a cada credo.


5

A una pendencia de dos hombres poco valientes

Doña Morueli, moza despejada,
de libre lengua y de sagaz denuedo,
riñó con doña Andrea de Laredo,
mujer tan necia cuanto mal mirada.

Fue la ocasión de poco más que nada,
y la pendencia mucho más que miedo,
por cuya causa, el limpio acero quedo,
hubo empellón, mentís y bofetada.

Buena pendencia para referida,
riñeron la malicia y la inocencia
y pudieron entre ambas desgreñarse;

aunque mucho mejor para comida,
que siendo de gallinas la pendencia
mejor puede comerse que contarse.


6

Ya que de ti carezco, dueña mía,
a quien el Sol es corta, oscura esfera,
mi pensamiento y mi ansia verdadera
en víctima te ofrece el albedrío.

Ausente de ti estoy, y el desvarío
de mi amor hace piense que no es fiera
la ausencia, pues contigo persevera
el goce de tu amor en que confío.

Pienso a veces te tengo ante mi vista;
otras, que hago contigo dulces lazos
para lograr mejor mi fiel conquista;

otras, que para hablarte hay embarazos;
otras, que de tu amor soy cronista;
y otras, que gozo el Sol entre mis brazos.


7

A un amigo benemérito mal premiado

Fabio, ni te lamento desdichado,
ni me aflige el clamor de tu justicia,
que repartiendo premios la malicia
en el justo es honor no ser premiado.

Si la ignorancia memoria ha dado
con letras de oro escrito a la codicia,
qué aguarda el sabio; deba a la injusticia
el gusto de vivir desengañado.

Fuerza es que te venza el desconsuelo,
si pasas a impaciente de quejoso,
no, Fabio, más valiente es tu prudencia.

Piensas que en algo se descuida el cielo,
juzgas que aquí el castigo no es forzoso,
sabes cuán poco dura una violencia.


8

A don Asensio Gallo, deán de Plasencia, confirmándole un discurso que ha hecho de la Providencia

Fabio, habiendo leído este cuidado,
de v[uestra] pluma en rasgo tan hermoso,
sin tocar las soberbias de invidioso
os ofrecí atenciones de admirado.

Y viéndole en las voces afeado,
en la lec[c]ión divina prodigioso,
en el estilo grave y sentencioso,
incautamente dije apasionado:

«Sin la púrpura, Fabio, quién oprime
sus méritos, si duerme la memoria
de la primera causa en tal violencia».

Mas volviendo a leerle corregíme,
callé, aprendí, cantando en una gloria
triunfos a la divina Providencia.


9

A una dama hermosísima que se quemó en el incendio de una casa

En viva nieve delicada y pura
mostró su enemistad el fuego aleve,
sin duda tuvo celos desta nieve
porque también quemaba su blancura.

Ya de Troya la infausta desventura
de la llama voraz es rigor leve,
si a una ciudad hermosa allí se atreve,
aquí consume un mundo de hermosura.

Tus brasas, oh sacrílego elemento,
a Clori hicieran Fénix peregrina
que en la común piedad renace ufana;

pero qué cierto es que con tu aliento
no vencieras materia tan divina
a no ayudarte la miseria humana.


10

A un beso de una dama

Divina boca de dulzores llena,
dichoso el labio que te besa y toca,
que no hay en cuantas hay tan dulce boca,
ni para aprisionarme tal cadena.

No el sabroso panal de la colmena
a tanto gusto y suavidad provoca,
que está el dulzor en ti y el suyo apoca
el ámbar, el clavel, el azucena.

Mas dentro de la miel está escondido
el aguijón crüel con que me hieres,
y nadie de la vida [ve] este signo;

boca tierna y pecho empedernido,
no, ni jamás en todas las mujeres
boca tan blanda y corazón tan di[g]no.





OCTAVAS

1

A una fiesta de toros

Oh tú, ladrón cornífero de Europa,
hermosa ninfa que desengañada
pasaste por el mar con viento en popa
sobre tu espalda, sin mojarse nada,
dame de consonantes una tropa
para cantar la fiesta celebrada
de unos toros que vi, y el mundo escuche
mi voz, dulce rumor de sacabuche.

Hiciéronse tablados y ventanas
en un yermo lugar de cierta aldea
por festejar las presunciones vanas
de un gran señor que no diré quién sea.
Hubo señores de Corte y cortesanas,
con otra no muy poca tararea
de toscas labradoras y de payos,
gentiles hombres, pajes y lacayos.

Si queréis escucharme, estad atentos,
que va de relación: Ya sale un toro,
hijo del diablo y padre de los vientos,
cara de hereje, que le aguarde un moro;
no se para la bestia en cumplimientos
ni le hace turbar silbo sonoro;
casi no hay tomador que se le escurra,
que a todos les va dando linda zurra.

Otro toro, el color de monicongo,
que corría ligero y sin fatiga,
a dos rocines les vació el mondongo
y fueron como perro con vejiga;
a un mozo un tropezón se dio en el hongo
que llaman el envés de la barriga,
y, sin embargarle los calzones,
quedó como quien hace cirribones.

Salió un aventurero Don Quijote
en un caballo magro como arenque
a dar zancada a un moro mazacote
que pudieran dar con un rebenque;
quiso clavarle el hierro en el cogote,
no hizo, rodó junto a un palenque,
y llevó dos cornadas de barato,
no lo hiciera peor Poncio Pilato.

Salió después un sastrecillo zurdo,
bizco de piernas y medio tuerto y romo,
y como era el toro lerdo y burdo,
una garnacha le clavó en el lomo.
Por San Crispín bendito que me aturdo
de que hiciese tal suerte, y no sé cómo
su injuria el toro no dejó vengada,
que un zurdo bien merece una cornada.

Salió otro buey, y a un negro de Mandinga,
buñuelo de nariz, gira el hocico,
el cuerno le zampó como jeringa,
perdónanos ansí mano físico;
«mal haya el picarón que no te pringa»,
dijo un chisgaravís cara de mico,
«negro borracho», otro estornudóle,
y un gitano dos priscos disparóle.

El buen gitano, que era como un gato
al embestir y escurrir la bola,
jugando anduvo con el toro un rato,
y a veces le tiraba por la cola
-pudiérale mecer con un zapato-,
y hubo en la plaza tanta rabaola
por ventanas, tablados y barreras
que todos parecían verduleras.

Éstos son los sucesos memorables
de los toros que hubo en Boceguillas,
escritos por Beltrán en admirables
octavas, no en giciales redondillas.
¡Oh sacro Apolo, queden perdurables
en cuanto hubiere capas y capillas,
en cuanto hubiere ermitas de dios Baco,
y no falten cofrades del abaco.


2

Mucho me pesa Don Rodrigo, hermano,
de veros apear de caballero;
¿adónde está el aplauso cortesano?
Aunque con mil resabios de escudero,
mejor os estuviérades villano
y escapáredes de cuartos un caldero:
del hado fue profética amenaza
pendencia con Verdugo y en la plaza.





EPITAFIOS

1

Epitafio al mismo D. Rodrigo Calderón

Huésped, sustenta esta losa
quien nos gobernó el vivir
y nos enseñó a morir,
estrella tan imperiosa;
y la muerte, temerosa,
con haberle preparado
la fortuna y derribado
con tan grande valor, le vio,
que nunca se le atrevió
hasta que le tuvo atado.


2

Al rey Felipe IV

Siete virtudes que el cielo
divididas repartió
a tres Filipos las dio
para general consuelo:
fe y prudencia al abuelo;
la caridad y templanza
el piadoso padre alcanza;
y el que feliz siglo empieza,
tal justicia y fortaleza
que hace común la esperanza.


3

Al sepulcro de D. Felipe III

Queréis saber, pasajero,
lo que este túmulo encierra;
hoy poca y humilde tierra,
ayer todo el mundo entero;
éste es Felipe Tercero,
que no sabré decir yo
lo bueno que le sobró,
sino sólo deste modo,
que para tenerlo todo,
tener menos le faltó.







REDONDILLAS

1

Del conde de Villamediana

Del nuevo efe[c]to q[ue] siento
no me acierto a defender,
ni llego a comprehender
si es miedo o atrevimiento.


2

A D. Jorge de Tovar

Hoy que me falta el amparo,
o que ya no lo procuro,
¿cómo puede hablar oscuro
hombre que se queja claro?

No dudéis que ya sois yerno,
virtud que tanto os alegra,
porque duda vuestra suegra
si sois recato o recuerno.


3

A don Fernando Carrillo, presidente del Consejo de Indias

Pues agua subes, Carrillo,
hoy del favor al placer;
si no la quieres verter,
no la subas por carrillo.

El carrillo que te digo,
aunque te ayude a subilla,
ya cuanto quieras asilla,
dará en el pozo contigo;

que sus tretas más usadas
son al próspero adular,
pero si le ve rodar
le dará mil carrilladas.

Los turbados y amarillos
persigue y quiere sangrar,
siendo tan diestro en pillar
que masca con dos carrillos.

Sin que nada le avergüence,
a quien se postra persigue,
porque ni tiene ni sigue
más ley que viva quien vence.

Nada me inquieta ni ahoga
deste Carrillo el rigor,
y aun pareciera mejor
tal Carrillo en una soga.

Si quieres ver su retrato,
su trato al rostro semeja,
que es gracia en él más añeja
el ser aleve e ingrato.

Carrillo, no bebas gota
sacada con tal carrillo,
que querrá luego escribillo
y tiene muy mala nota.


4

Bien el himno repartisteis,
señoras que nos cantáis,
pues el ser madre tomáis,
y el virgo a los frailes disteis.


5

A la caída de Vergel. (Habla el toro)

Decid, guarda del toril,
¿por qué mostrast[e]is pasión,
siendo igual la obligación
al toro que al alguacil?


6

Al mismo Rodrigo Calderón. Redondillas

Aquí de un hombre el poder
yace mejorado en suerte;
perdió el ser y fue su muerte
tal que cobró mayor ser.

Caminante, ¿dónde vas?
No estén de tu nombre ajenos:
si fue más para ser menos,
fue menos para ser más.

Hoy de fortuna el desdén
dio aquí una muerte inmortal
a quien el bien hizo mal
y a quien el mal hizo bien.


7

A tres privados

Defecerunt sicut fumus
Aliaga y el Burgalés;
Calderón contritus est,
et nos liberati sumus.


8

A una dama viuda y hermosa que hacía vanidad de ser galanteada en cualquier acto público, y la vio sola en un
balcón en las fiestas de Alcalá


Papo solo y sin segundo
y en las fiestas de Alcalá:
o el mundo se acaba ya,
o no hay pijas en el mundo.


9

A un obispo fray a quien achacaban que conocía a dos sobrinas suyas

Don fray Sagitario armado,
muy bien conozco tus mañas,
y que pescas con dos cañas
y entrabas en cuarto grado.


10

Dichos agudos de repente por el conde a una mujer

Aquese pecho, Isabel
es tan helado y tan crudo,
que, como se ve desnudo,
amor teme entrar en él.






GLOSAS

1

A una mujer que ponía los cuernos al conde

Letra:

Lágrimas de embuste
más me endurecen,
pues regados con ellas
mis cuernos crecen.

Glosa:

Niña del negro cabello
y de muchos corazones,
lloras los cuernos que pones,
aquí te caigan en ello.

Quieres que vuelva mi cuello
al yugo de tus engaños,
cuando me avisan mis daños
y desengaños me ofrecen,
que con lágrimas falsas
mis cuernos crecen.

Viví un tiempo enamorado,
mas ya sin culpa o castigo,
cuanto escribo y cuanto digo
es efecto recatado;
que un cuerno ratificado
con embustes, y de su dueño,
dará que sentir a un leño,
que lágrimas no merecen
cuando riegan cuerno,
mis cuernos crecen.


2

Un nuevo jinete vi
del tribu de Zabulón,
no sabe de garrochón,
de lanza y esponja sí.

Cuando al monarca español
recibe alegre Castilla,
en su poderosa silla
cuya águila pudo al sol,
ser la octava maravilla
a la plaza que atendí,
según su ser, a Dios vi,
que era la esfera corintia,
no me engañando la pinta
un nuevo jinete vi.

Nunca en África lidió
contra moros de Alá veces,
ni cual Aníbal perdió
el ojo cuando se vio
sobre los Alpes franceses;
mas del torrente cedrón,
vino después de Nerón
por el incendio descrito,
y es según se ha hallado escrito
del tribu de Zabulón.

Éste, pues, desvanecido,
porque el tiempo le prestó,
desque con pluma se vio,
quiso ser tan atrevido
que su propio ser negó;
y subido en un frisón,
sin verse como pavón,
quiso dar su pavonada,
y aunque ha entrado estocada,
no sabe de garrachón.

De la ganancia y usura
sabe tanto que me espanto,
como no ha robado cuanto
el sol descubrir procura,
que la tierra encubre tanto;
pero no ha faltado allí
el natural de rabí
que luego no le dijese
que en garrochón no entendiese
de lanza y de esponja sí.







ROMANCES

1

Villamediana a una dama en El Escorial

En este sitio frailesco
donde es escuela de ardor,
más es menester, señora,
remedio que tentación;
porque se levanta un hombre
-no es mentira, voto a Dios-
más rebelde que un peñasco,
más erguido que un pendón.


2

Romance satírico a la cazuela de la comedia

En la cazuela del mundo
todos somos pepitoria,
mas en la de la comedia
lo son las mujeres solas.
Más sin gusto el cocinero
le tiene las tardes todas:
quien lo ha probado lo dice,
quien no lo sabe, no lo oiga.

Porque si aquí son enteras,
son las cabezas las mozas,
y las viejas las costillas,
nada carne y todo costras;

las flacas son los alones,
mucho hueso en carne poca,
y en su sudor derretidas
son la manteca las gordas.

Los pescuezos desvaídos
son las muy largas y angostas;
la pimienta las taimadas,
y las mollejas las bobas;

las feas que se aderezan
son especias que sazonan,
por sí solas desabridas
y aderezadas, gustosas.

La sangre cuajada son
todas las necias hermosas,
y en ser un manjar del limbo
-ni bien pena, ni bien gloria-
las afeitadas son salsa
adonde cualquiera moja.

Con perejiles las unas
y con mostazas las todas,
en el portero apretador,
para dar fin a la historia,
es el cucharón de palo
porque las revuelve a todas.


3

Francelisa, la más bella
ninfa que pisó cristal,
y sobre coturnos de oro
lleva su tributo al mar,

doliente y correspondida
de Amarilis en el mal,
ella sabe por qué llora
y cuán llorosa estará.

Primas son y las primeras
flores que dio Portugal:
una, formación de estrellas;
otra, de rayos no más;

lo que rubrica la perla,
la siempre luz orïental,
tensa imagen del Aurora
y sol que amanece ya.

Rojos anima claveles
en los dos labios que más
bella afrenta de las perlas
el Amor supo celar.

De sí mismo dé sus flechas,
pues las que al arco da
hebras son finas que Clori
apenas sabe envidiar.

El aliento que respira
quintaesencia es del azahar;
abriles y mayos pisa
con su animado cristal.

Si con dos luceros mira
-que aun no se dejan mirar-,
qué no rinde, qué no vence,
y qué no conquistará.

Presa tiene a Francelisa,
y ella en sus brazos está;
el peligro de sus brazos
de mi muerte lo sabrá.

Con rayos el sol
a cuya lumbre jamás
habrá libre corazón,
habrá exenta libertad.

Dulces son de Amor cadenas,
y aun dellas no liberal,
en la mezcla de los ojos
donde es dulce el espirar.

Cuanto dice y cuanto hace
es peligroso ademán,
el buen aire es su retrato,
si se puede retratar.

La que en su norte es estrella
y no de lumbre polar,
sino de la luz más fija
que venera nuestra edad;

es la suya en pocos años
muchos siglos de beldad,
hermosura con veneno
y peligro que adorar.

Que se le huye y que vive
y que se deja alcanzar,
que no envidie el escarmiento,
que no desprecie el afán.

Por ella llora Amarilis,
por ella llorando están
cuantos saben entender,
cuantos supieren mirar.

Francelisa, agradecida,
o teniendo que pagar,
con su hermosísima prima
dio celos y aun quizá más;

pues para sacar de Amor
misterio que oculto está,
hoy le faltará el deseo
y mañana le sobrará.

Discursos son de la envidia
en la culpa de un mordaz,
Francelisa y Amarilis
magna conjunción es ya.


4

Más de una ley tiene Amor
hecha por el que no guarda,
y de glorias que promete
breve plazo desengaña.

La que tenebrosa noche
pasó prometida clara
muchos me prestó luceros
para ver luz que me falta.

Cuántas el no fijo norte
me hizo ver luminarias,
tenebrosas para mí,
puesto el sol de mi esperanza;

en cuyas dudosas sombras,
no injusta queja acompaña
de la deidad más dormida
el ansia más desvelada.

Así pasé de un olvido
noche en mal que tarde pasa,
prestando papel el viento
a quejas que al viento daba.

Una prometida puerta,
con mil lágrimas bañada,
resistió de mis suspiros
y de mis ansias la llama.


5

A un borracho

Entró a hacer la razón
Gil Toribio en la taberna,
y en vez de hacer la razón
Toribio quedó sin ella.

Era el divino Toribio
un ángel en la pureza,
y en ser de espíritu puro
es divino por esencia.

Cual ángel cayó Toribio,
que, aunque de vino, humos eran,
y así luego lo derriban
humos contra la cabeza.

Así que cayó Toribio,
ya por demonio se cuenta;
y es el Toribio tan diablo
que hasta las paredes tienta.

Los ojos tiene enramados
Toribio, y es cosa cierta
que el ramo de los ojos dice
que hay allá dentro taberna.

De seda estaba vestido
-que hay monas que visten seda-,
y aunque se quedó vestido,
no hay duda que en cueros queda.

Sus ojos vasos de vidrio
por de fuera vino enseñan,
y aunque estén encarnizados,
más cuero que carne muestran.

Un mal le dejó de gota
jarro que sin gota queda,
que otros renquean por gota
y él por azumbres renquea.

Y como en cueros nació
y en cueros morir espera,
para más conformidad
en cueros vivir desea.

Siempre tuvo alma devota,
siempre a lo que Dios enseña
humilde su pecho inclina,
la medida lo gobierna.

Aborreció el agua en vida,
y en la muerte es cosa cierta
que para morir en paz
se reconcilió con ella.








ÁNGEL GANIVET [14.832]

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Ángel Ganivet

Ángel Ganivet García (Granada, 13 de diciembre de 1865 - Riga, Letonia, 29 de noviembre de 1898), escritor y diplomático español.

Se le considera, por su incertidumbre vital y por su angustia espiritual, precursor simbólico de la Generación del 98, proyectando su lucha interior en su visión de España en su obra Idearium español, donde interpreta a España como Virgen dolorosa rodeada de la cultura positivista y escéptica del siglo XIX.

Nacido en una familia de clase media, su padre murió cuando él tenía nueve años. A la edad de diez años, una fractura le lleva a punto de perder una pierna; poniendo en riesgo su vida, se niega a la amputación y, tras años de rehabilitación, consigue no quedarse cojo.

Con retraso por esa convalecencia, inicia sus estudios cursando entre 1880 y 1890 el bachillerato y las carreras de Derecho y Filosofía y Letras, consiguiendo siempre notas de sobresaliente.

En 1888 empieza el doctorado en Madrid; se doctora, con sobresaliente y premio extraordinario, con La importancia de la lengua sánscrita, tras no serle aceptada otra tesis titulada España filosófica contemporánea.

Se presenta a las oposiciones al Cuerpo de Archivos, Bibliotecas y Museos, que gana, y es destinado a la biblioteca del Ministerio de Fomento en Madrid, España.

Se integra poco a poco en el mundo literario madrileño, asistiendo al Ateneo y a diversas tertulias literarias. Inicia una relación de amistad con Miguel de Unamuno en 1891, cuando estudian juntos para las oposiciones a cátedra de griego (que Unamuno conseguiría por Salamanca y Ganivet perdería por Granada).

En 1892 conoce a Amelia Roldán Llanos, de la que se enamora aunque no terminan casándose por razones desconocidas. De su relación, nacen dos hijos: Natalia, que muere al poco de nacer, y Ángel Tristán.

En mayo de ese mismo año, Ganivet gana con el número uno unas oposiciones al cuerpo consular y es nombrado vicecónsul en Amberes, tomando posesión en julio; pasará cuatro años en la ciudad belga. Durante ese tiempo, se desarrolla intelectualmente: lee, aprende idiomas, aprende a tocar el piano y empieza a escribir. Por otro lado, su relación con Amelia se deteriora.

En 1895 es ascendido a cónsul y destinado a Helsingfors (actual Helsinki). En los algo más de dos años que pasa en Finlandia produce la mayor parte de su obra literaria. Su estancia termina cuando el cuerpo diplomático suprime el consulado por escasa actividad comercial.

Toma posesión del consulado de Riga en 1898. Allí, fruto de una crisis espiritual, sin su mujer, solo, tras las pérdidas de las últimas colonias de España y entristecido por la grave situación de su nación, cae en una profunda depresión que lo llevará a suicidarse tirándose al Río Dvina de Riga desde un barco (tras haber sido salvado en una primera intentona).



Pensamiento

Su fama la debe sobre todo a su Idearium español, un libro que, a pesar de su poca extensión, ocupa un puesto de honor en el pensamiento español moderno. La Enciclopedia Larousse lo califica como "obra capital de una gran profundidad filosófica".
En el mismo momento en que España está al borde de la agonía y asiste a la derrota del desastre del 98, Ganivet se atreve a reivindicar nuestra cultura y nuestra manera de ser. Vuelve la mirada hacia atrás y arremete contra todo lo que ha desviado de lo que España hubiera podido ser: una Grecia cristiana.

La cosmovisión ganivetiana es radicalmente espiritual. La misma espiritualidad subyace en su visión de España. De ahí que lamente el giro expansionista de los primeros Austrias. "Apenas constituida en Nación, nuestro espíritu se sale del cauce que le estaba marcado y se derrama por todo el mundo en busca de glorias externas y vanas, quedando la Nación convertida en un cuartel de reserva, en un hospital de inválidos, en un semillero de mendigos". Alma irénica, rechaza la violencia como instrumento emancipatorio y siente una actitud de respeto hacia las clases humildes; de ahí que afirme que "Las inteligencias más humildes comprenden las ideas más elevadas".


Obras

España filosófica contemporánea (1889); ensayo.
La conquista del reino Maya por el último conquistador Pío Cid (1896); novela.
Granada la bella (1896); prosa.
Cartas finlandesas (1896); prosa.
Los trabajos del infatigable creador Pío Cid (1898); novela.
Hombres del norte (1898); ensayo.
El escultor de su alma (1898); teatro.
Idearium español (1898); ensayo.
Porvenir de España (1898); ensayo.



Aun, si me fueras fiel

Aun, si me fueras fiel,
me quedas tú en el mundo, sombra amada.
Muere el amor, mas queda su perfume.
Voló el amor mentido,
más tú me lo recuerdas sin cesar...
La veo día y noche.
En mi espíritu alumbra
el encanto inefable
de su mirada de secretos llena.
Arde en mis secos labios
el beso de unos labios que me inflaman,
que me toca invisible,
y cerca de mi cuerpo hay otro cuerpo.
mis manos, amoroso,
extiendo para asirla
y matarla de amor entre mis brazos,
y el cuerpo veloz huye,
¡Y sólo te hallo a ti, mujer de aire!



Vivir

Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!

Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara...;
más yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.



La venus de nieve

Los albos copos que al caer se mecen
en el aire, por fuerzas agitados
de misterioso amor, arrebatados
giran y en torbellino desparecen.

Los ámbitos se cierran y oscurecen
y escuchan los oídos angustiados
en las tinieblas gritos apagados
que, llegando hasta el alma, la estremecen.

La voz de la creación por el caos vuela
y algo divino nace: blanca forma,
fantástico ideal va contorneándose,

que en mujer sobrehumana se transforma...
y mientras yo la invoco, ella, alejándose,
con su mirada el corazón me hiela.



Su fino rostro

Su fino rostro en luz azul bañado
de sus grandes pupilas luminosas,
se recata en las ondas caprichosas
del mar de sus cabellos encrespados.

Su mirar dulce, suave, está velado
por plácidas visiones amorosas,
y un rumor leve de ansias misteriosas
en su boca entreabierta ha aleteado.

Su talle esbelto, airoso se cimbrea:
ora se yergue altivo, dominante,
ora se mece en lánguido vaivén,

cuando le arrulla la feliz idea
de abrir su pecho a un corazón amante
y decirle: estoy sola y triste, ven.









MIJALIS KATSARÓS [14.833] Poeta de Grecia

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Mijalis Katsarós 

(1919-1998)
Nació en 1918, en Kiparissia, en el sur del Peloponeso. Falleció en 1998. Realizó estudios en una escuela técnica de aviación y durante la Guerra de Italia (1940-1941) sirvió como sargento de vuelo. Trabajó como jefe de prensa del Departamento de Propaganda del Ejército y al mismo tiempo como conductor de varios programas del Sistema Nacional de Radiodifusión de Atenas. Fue despedido por la dictadura de los coroneles (1967-1974) y entonces se dedicó a la pintura, la escultura y la cerámica. Solo, o con amigos y colegas, fundó y editó varias revistas literarias. Es autor de once libros de poesía, su obra ha sido traducida al inglés, francés, alemán, español y ruso, y varios compositores han puesto música a sus poemas. 



El siguiente poema  está tomado de Mijalis Katsarós, Antología de poemas, Atenas, Ediciones Kaktos, 1979.


Os esperaré

Os esperaré hasta la terrible media noche
indiferente–
no tengo ya nada más qué certificar.
Guardias malignos acechan
mi fin
entre camisas hechas pedazos
y legiones.
Esperaré indiferente vuestra noche
sonriendo con frialdad por los días gloriosos.
Detrás de vuestro jardín de papel
detrás de vuestro rostro de papel
yo sorprenderé a las multitudes
mío el viento
vanos ruidos y tambores oficiales
vanos discursos.

No os descuidéis
Traed agua con vosotros
En nuestro futuro hay mucha sequía.

Versión de Francisco Torres Córdova



A la luz de los acontecimientos actuales, presentamos un poema del autor griego Mijalis Katsarós (1919-1998), en versión de Virginia López Recio. 



[RESISTE]


Resiste
a quien construye una casa pequeña
y dice: «Aquí estoy bien».

Resiste a quien vuelve de nuevo a la casa
y dice: «Gracias a Dios».

Resiste
el tapiz persa de los edificios,
al hombre de baja talla de la oficina,
a la empresa de importación y exportación,
a la educación estatal,
al impuesto,
incluso a mí que te hablo.

Resiste
a quien saluda desde la tribuna horas
interminables en los desfiles,
a esa señora estéril que reparte
estampas de santos, incienso y mirra,
incluso a mí que te hablo.

Resiste otra vez a todos los que se llaman grandes,
al presidente del Tribunal de Apelación. Resiste
a la música, a los tambores y a los desfiles de bandas,
a todos los congresos superiores en que parlotean,
toman café congresistas, consejeros,
a todos los que escriben discursos sobre su época
junto a su estufa de invierno,
a las adulaciones, a las bendiciones, a las muchas reverencias
de oficinistas y cobardes ante sus sabios jefes.

Resiste a los servicios de relaciones exteriores y pasaportes,
a las terribles banderas de los estados y a la diplomacia,
a las fábricas de materiales bélicos,
a los que llaman lirismo a las hermosas palabras,
a los cantos de guerra,
a las dulces canciones con trenos,
a los espectadores,
al viento,
a todos los indiferentes y a los sabios,
a los otros que aparentan ser amigos nuestros,
incluso a mí, resiste incluso a mí que te hablo.


Entonces, podremos acceder seguros a la Libertad.




KOSTAS STERIÓPOULOS [14.834] Poeta de Grecia

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Kostas Steriópoulos

(Atenas, 1920), estudió literatura en la Universidad de Atenas (1954) y obtuvo el doctorado en la Universidad de Salónica (1972). Durante la Guerra civil (1946-1949) sirvió durante tres años como criptógrafo en Tracia y Macedonia. Maestro de Literatura e Historia del arte, fue nombrado lector en Literatura griega moderna en la Universidad de Atenas, puesto que perdió durante la dictadura de los coroneles (1967-1974). Sin embargo, a la caída de la dictadura, fue nombrado profesor de literatura neohelénica en la Universidad de Ioánnina. Autor de nueve libros de poesía, obtuvo el Segundo Premio Estatal de Poesía en 1960 y su obra ha sido traducida al sueco, polaco, rumano y búlgaro. 




Jardines bajo la lluvia

Discretamente dejásteis abierta vuestra puerta,
vuestra puerta de madera, jardines, para que entre la soledad.
Primavera, pero parece otoño
que muy temprano anocheció. Cielo nublado.
Escalones llenos de hierba. Fuentes de mármol.
Flores bajo el cielo pesado
que tristes se mueven despacio.

(Tarde tranquila, para ensoñaciones;
pasando bajo las frondas, acariciando los troncos,
para que hablemos de viejas primaveras, de recuerdos muertos.)

Y luego, cuando empieza fresca
en los surtidores gota a gota el agua
–círculos que se alejan buscando su música en lo pasado–
y luego, en alguna parte desaparecido, cuando empieza, un ángel triste

se erguirá para rezar
junto con las frondas y los troncos
que se reflejan de rodillas.

(No es estremecimiento de un tacto amoroso;
es viento que palpa asustado los pinos,
es el agua que susurra, la antigua amiga: la tristeza.)

Discretamente dejásteis abierta vuestra puerta,
para que entre la noche con la soledad.
Y a través fríos bustos
y bajo el cielo nublado,
fraternalmente caminando con la lluvia,
que hablen de viejos amores, de recuerdos muertos.

Versión de Francisco Torres Córdova





El peligro de la noche

Nadie sabe qué esconden tantas casas silenciosas,
inmóviles como estatuas,
cuando empieza a caer la noche
y en los jardines muere la primavera.
Casas silenciosas como estatuas
y estatuas cerradas como casas.

Las habitan almas,
se escucha que se mueven fantasmas
y el aire trae un olor a rosas muertas.

Rostros que brillan en la luz
o que pasando adivinas en la oscuridad,
y dejan una conmoción profunda.

No quieres más, no puedes.

Noche venenosa, sin fondo,
llena de destellos y fosforescencias.
Con exhalaciones de flores y hierbas,
sonambulismos y murmullos de hojas.

El peligro no es el peligro.

Versión de Francisco Torres Córdova




NURIA AMAT [14.839]

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Nuria Amat 

Nació en Barcelona en 1950. Su infancia transcurrió en el barrio acomodado de Pedralbes pero quedó marcada por la pérdida de su madre que murió cuando Nuria tenía tres años. Es licenciada en Filosofía y Letras, y doctora en Ciencias de la Información. Ha sido introductora de los estudios en Ciencias y Tecnologías de la Documentación y profesora en la Escuela de Biblioteconomía de la Universidad de Barcelona.

En 1975, tras matricularse en Filosofía, Pedagogía y al fin Filología Hispánica, se casó con el que había sido su profesor, el colombiano Oscar Collazos, con el que se fue a realizar un viaje por toda América latina que sería fundamental para la escritora. El matrimonio se trasladó a Berlín donde decidieron separarse al mismo tiempo Nuria quedó embarazada de su hija Laia.

Mario Muchnik se convertiría en su primer editor, y su primer éxito se produjo con la novela La intimidad, y en esta época siguió con sus múltiples viajes a América latina. Tuvo otra hija, Bruna.

Sus novelas y colecciones de relatos la han consagrado como una de las grandes (y silenciosas) narradoras en lengua española. Ha cultivado igualmente ensayo, poesía, periodismo y teatro. Ha vivido temporadas en Colombia, México, Berlín, París y Estados Unidos.

En 2001 El país del alma fue finalista del Premio Rómulo Gallegos de novela y Reina de América obtuvo el Premio Ciudad de Barcelona 2002 fue nominada al prestigioso Premio Literario IMPAC 2007


BIBLIOGRAFÍA

Narrativa:

El ladrón de libros, 1988
Amor Breve, 1990. 
Monstruos, 1991
Todos somos Kafka, 1993
Viajar es muy díficil, 1995
La intimidad, 1997.
El país del alma, 1999
El siglo de las mujeres, 2000
Reina de América, 2001
El país del alma, 2002
Reina de América, 2003
Todos somos Kafka, 2004
Deja que la vida llueva sobre mí, 2007
Amor i guerra, 2011

Poesía:

Pan de boda, 1979
Amor infiel, 2004
Poemas impuros, 2008

Ensayo:

De la información al saber, 1990
El libro mudo, 1994
Letra herida, 1998
Juan Rulfo, 2003.

Teatro:

Pat’s Room. Estreno en Sala Beckett. Barcelona. Septiembre 1997

PREMIOS

Premio Ciudad de Barcelona (2002)
Premi Ramon LLull (2011)






Poemas impuros - Ediciones Bruguera



Callado amor,
que operas en mis labios
finges serpentinas,
de nieve son las sorpresas de tu cuerpo,
tienes la boca pegada con escarcha,
hielo, el volumen de tu aliento,
oyes sirenas en sílabas flemáticas,
tu ojo succiona reservas de sepulcro,
amanso humo,
mi fuego arde en tus mejillas,
y tú eres frío.

*

Angustia es un hilo del cerebro
colgado del vacío de la vida,
bombilla desnuda que ilumina
la nada necesaria.

*

Te comportas como el moscardón furioso,
revoloteando inútil contra el cristal de la ventana abierta,
tan obstinado por escapar de mí te muestras,
que en tu ceguera loca
no eres capaz de oler
la codiciada libertad,
en la gran rendija que hoy te abro.

*

Cuando río,
temo que una desgracia infame
esté yo a punto de invocar
con mi ruidosa risa,
cierro la boca, entonces,
y suspiro:
bienvenida la tristeza,
digo,
siempre tan cumplida y pesarosa.

*

Atormentado amante,
¿cuánto tiempo te llevará saber cómo soy?
y, en ese caso,
¿cuánto tiempo te quedarás?

*

Hablas 
como si Dios
no supiera
que guardas un diente de oro
en la punta de la lengua,
y en el centro de la verga,
un dietario.

*

No haré un castillo con mis penas
murallas de bronce tan perfectas
no espolean mi flojera.
Las marcas de estos nervios
malhablados son mis letras,
desgracias, en suma, milimétricas,
en humo y ceniza se conviertan,
nube altiva,
la única noticia que tengo de mi misma,
llámala cementerio.

*

Te daré mis manos 
si me amas, 
y si no,
quédate con las uñas mordidas 
de mis dedos.

*

Besos escritos 
teje la araña
en la tela de la página.
No vayas a quererme así de sola,
en el lecho de una hoja,
ni anuncia ni sugiere,
delata terror a ser besada.

Besos escritos retahíla
cantarina el desafecto,
o el amor viciado,
que antecede al nombre,
los deja flotar en el limpio escaparate,
como dulces sueños 
que jamás tocarán mi boca.


Poemas impuros- Nuria Amat
Barcelona, Bruguera, 2008

«Experiencia
es el pasado
resumido en una frase
clara y perfecta
como un eco.»

Quien ha escrito estos poemas, autora considerada entre los escritores menos ortodoxos y estéticamente más libres de la actual literatura en lengua española, es, ante todo, una alquimista del verbo. Radical en el tratamiento del amor y del desamor, del cruel pasar del tiempo por el alma y por el cuerpo; en su obra pasión, belleza y dolor estallan merced al poderío del lenguaje.

Lectura de poemas por Mayte Martín, presentación junto con Peter Bush, traductor y la editora Ana María Moix.

SEGÚN LA CRÍTICA

«Este poemario es todo un desafío dentro de la tradición poética española. Sólo hay que pensar en el título del libro, Poemas impuros, que recuerda los poemas puros de Juan Ramón Jiménez. Pero los poemas “de amarga mujer iluminada” de Nuria Amat están a años luz de la sensibilidad afectiva del Diario de un poeta recién casado. Poemas impuros son varias voces de mujeres en diálogo con padres, madres y maridos, sus amantes y con las amantes de sus esposos, un universo original de heterónimos que indagan en su alma con cruel bisturí: escenas dramáticas, aforismos, conversaciones de sobremesa y de post-coito. La poesía de la poeta maldita del siglo veintiuno.»
Peter Bush, traductor de Reina de América

«¿En qué sentido son impuros estos poemas que con energía tan pura me hablan de eros, del envejecimiento y del lenguaje, planteándome un interrogante al que, según se me advierte, no debo intentar responder? No lo sé. Pero sí sé que las palabras de Nuria Amat me fascinan tanto que las interiorizo para traducirlas a mi propia lengua.»
Carol Maier, traductora de María Zambrano y Rosa Chacel

«El presente libro es una obra notable, en verdad excepcional. Se trata de una colección consagrada, en un grado absoluto y obsesivo, al tema amoroso. La pasión erótica es examinada con tanta intensidad como minuciosidad. La sensación de que estos poemas, generalmente breves, son parte de un diario íntimo se acentúa porque carecen de título: son como fragmentos de un discurso amoroso, de una angustiosa reflexión cuyo flujo no tiene principio ni fin. […] Esa morbidez, esa exasperación, esa zozobra visceral crean un clima que nos recuerda la poesía de Alfonsina Storni (en sus libros maduros), Alejandra Pizarnik, Emily Dickinson o Blanca Varela, voces que comunican la tortura recóndita de la pasión amorosa.»

José Miguel Oviedo, ABCD. Las artes y las letras


«Todo palpita vitalidad descreída en estos poemas directos y sabios, con los que Amat (definitivamente) deja de ser prosista a secas.»

Luis Antonio de Villena, El Periódico de Cataluña


RAFAEL ARGULLOL [14.840]

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Rafael Argullol

Rafael Argullol (Barcelona, 1949) Escritor, filósofo, poeta, bloguero y profesor de estética de la Universidad Pompeu Fabra, de Barcelona, donde dirige el Institut Universitari de Cultura. Es autor de veinticinco obras y ganó en 1993 el Premio Nadal por su primera novela, La razón del mal. En 2002, obtuvo el premio de ensayo del Fondo de Cultura Económica por Una educación sensorial. Escribe habitualmente en El País.

Obras

Ensayos

El Quattrocento (1982)
La atracción del abismo (1983; Acantilado, 2006)
El héroe y el Único (1984; Acantilado, 2008)
Tres miradas sobre el arte (1985)
Leopardi. Infelicidad y titanismo (1986)
Territorio del nómada (1987)
El fin del mundo como obra de arte (1990; Acantilado, 2007)
Sabiduría de la ilusión (1994)
El cansancio de Occidente (1992), con Eugenio Trías
Aventura. Una filosofía nómada (2000; Acantilado, 2008)
Una educación sensorial (2002; Acantilado, 2012)
Del Ganges al Mediterráneo (2003), con Vidya Nivas Misra
Enciclopedia del crepúsculo (Acantilado, 2005)
Visión desde el fondo del mar (Acantilado, 2010)
Una educación sensorial (Acantilado, 2012)
Maldita perfección (Acantilado, 2013)

Novelas

Lampedusa (1981; Acantilado, 2008)
El asalto del cielo (1986)
Desciende, río invisible (1989; Acantilado, 2009)
La razón del mal (1993; Acantilado, 2014). Premio Nadal 1993
Transeuropa (1998)
Davalú o el dolor (2001)

Poesía

Disturbios del conocimiento (1980)
Duelo en el Valle de la Muerte (1986)
El afilador de cuchillos (1999; Acantilado, 1999)

Otros géneros

El cazador de instantes (1996; Acantilado, 2007)
El puente de fuego (2003)
Breviario de la aurora (Acantilado, 2006)







Aparece dentro de la colección Littera Poesía el libro Poema de la Serpiente, de Rafael Argullol. Este conjunto de poemas fueron escritos para acompañar un montaje que de La flauta Mágica de Mozart realizó en 2003 La fura dels Baus bajo la dirección musical de Marc Minkowski. Los textos, que adornaron entonces aquella teatralización, poseen una autonomía como todo poético y los fragmentos que componen el poemario son, en realidad, un único poema.
Desde Littera Libros estamos muy satisfechos con esta nueva edición que incorpora a la nómina de nuestros autores a Rafael Argullol, un escritor con una trayectoria literaria sobresaliente y de amplia difusión.



Hemos adorado el fuego
y nos hemos purificado
con el agua sagrada.
Hemos bailado alrededor de la hoguera
para poder preguntar
y nos hemos deslizado por el río
en busca de respuestas.
Entre río y hoguera
ha transcurrido nuestra historia
de miedo y esperanza.
En esta frágil tierra incierta
hemos cavado tumbas
y concebido dioses,
hemos construido y destruido ciudades
con furia redoblada,
siempre con esperanza y miedo,
la fórmula de nuestra alma.
Pero a veces huímos
del país encarcelado por fronteras
dejando atrás el fuego del sacrificio
y el agua conjuradora.
En esa travesía
nos despojamos del miedo
y también de la esperanza
que el propio miedo engendra.
Entonces dejamos de sentirnos
la miserable media palabra
que desesperadamente
busca la otra mitad
a través de tumbas, guerras y dioses,
de grandes ideas y brutales realizaciones.
Entonces se nos hace palpable
lo que buscamos en secreto:
la caricia amiga,
la sonrisa amante,
la voz que envuelve el mundo,
la música del cuerpo,
el infinito descansando dócilmente
en la morada de un día feliz.
Ahí están todas las preguntas
y todas las respuestas.




Alegato de Rafael Argullol contra la codicia

Poema que Rafael Argullol ha escrito en homenaje al farmacéutico jubilado Dimitris Christulas, que se suicidó frente al Parlamento griego en Atenas el 4 de abril, 2012.



Tras subir lentamente las escaleras,
arrastrado por la apretada multitud de pasajeros,
sale por la boca del metro de Syntagma,
justo delante del Parlamento, en el momento mismo
en que el reloj señala las nueve en punto.
A esta hora la muchedumbre llena la plaza,
y Dimitris Christulas, desconcertado
por el movimiento que observa a su alrededor,
busca refugio detrás de un árbol.
Enseguida saca el revólver
del bolsillo derecho de su americana
para dirigirlo a su sien.
Cuando su dedo índice roza el gatillo
se da cuenta de que su escondite no es perfecto.
Le observan, en efecto, una mujer empeñada
en arreglar una rueda del cochecito de su hijo;
y un vendedor ambulante de Senegal
que acaba de extender en la acera
una manta para los falsos bolsos de marcas caras;
y un muchacho montado en una bicicleta,
quien es el más cercano a Christulas
y el único que escucha sus palabras:
"no quiero dejar deudas a mi hija".
De inmediato se produce el silencio,
el silencio sobre Syntagma, sobre Atenas, sobre el mundo.
Al día siguiente, escandalizados, los noticieros
informan de la muerte de Dimitris Christulas.
Dan detalles: se había trasladado en el metro
desde su barrio de Ambelokipi hasta Syntagma.
Era un farmacéutico jubilado de 77 años,
y la tarde anterior le había pagado al casero
el importe del último alquiler de su piso.
En el bolsillo izquierdo de su americana
tenía, redactada cuidadosamente, una nota
con los motivos de su acción: era —según afirmaba—
demasiado viejo para empuñar un kalasnishkov y rebelarse,
como aconsejaba que hicieran los jóvenes,
y se negaba a buscar en la basura,
en contenedores y papeleras,
el alimento al que creía tener derecho
después de decenas de años de trabajo.
Los noticieros se extienden en estadísticas
sobre la difícil vida de los ancianos
y el terrible azote que cae sobre Grecia,
con la propagación de la epidemia de suicidios;
entretanto, muchos atenienses rodean el árbol
de la plaza Syntagma con flores y cirios.
Pero volvamos al silencio que se apodera del escenario
mientras Christulas percibe en la yema de su dedo
el extraño frío del gatillo. Ese silencio tenso,
abrumador, cargado de presagios,
más estruendoso que cualquier ruido.
Nadie puede escapar a ese silencio
porque está alojado en la boca del estómago,
en el hígado, en el pulmón, en la víscera más íntima.
Yo, os aseguro, no consigo arrancarlo de mí mismo
cuando veo a los Christulas
que no han tenido el arrojo de Christulas,
hurgar en los contenedores y papeleras de mi barrio,
la cara azorada, los ojos evasivos,
en ceremonias repetidas bajo el estigma de la deshonra.
Los nuevos mendigos, a diferencia de los antiguos,
—curtidos en la tarea, supervivientes de hierro—
se sumergen torpemente en la basura,
vacilantes, inexpertos, al borde del pánico,
como si estuvieran inmersos en una pesadilla
de la que ya no lograrán despertar.
Los hay a cientos por el centro de la ciudad,
con sus mejillas afeitadas, sus corbatas
y sus dignos trajes raídos, al principio.
Luego, a medida en que pasan los días,
desaparecen las corbatas, brotan las barbas
y los pantalones, ya sin raya, se exhiben sucios y arrugados.
El nuevo mendigo ya compite con el viejo mendigo
en el áspero dominio de la calle:
"un euro para comer, amigo";
"un euro para comer, hermano".
Algunos nada dicen mientras representan
en la obra el papel que nunca imaginaron.
Un anciano, en mi calle,
—un anciano de no menos de 90 años—,
vestido con un elegante abrigo negro,
con gesto digno deja el sombrero también negro
a sus pies, para las monedas,
y empieza a tocar con un oboe una pieza de Mozart.
Siempre es la misma,
una única pieza en su repertorio,
y la toca rematadamente mal;
y cuando alguien acerca la mano a su sombrero
para soltar una moneda, se sonroja
antes de saludar militarmente.
Otro, cerca de él, canta
—con mayor habilidad—
unas cuantas arias de ópera;
otro, ya enajenado,
hace ademán de bailar entre los turistas;
otro, quieto, muy quieto,
sentado en una sillita plegable
—de esas de pescador de caña—
mira con ojos despavoridos a la gente que pasa.
Y es difícil no sentir el silencio aniquilante
que rodea a la hermandad del asfalto,
el mismo silencio, el mismo
que se agolpa en la plaza Syntagma
cuando Dimitris Christulas
acerca la pistola a su cabeza.
Ese es asimismo el silencio
en el que se enroscan
las extrañas palabras del hombre
que tengo delante —un viejo, como todos,
aunque todos son viejos, ese tipo de hombres.
Busca también él algo en la papelera
y luego, de repente, señala con el dedo
a un edificio que está a su frente:
la sede de la Bolsa, neoclásica,
anodina, cerrada a cal y canto,
pues hoy es domingo, y las finanzas
también descansan en el Día del Señor.
Es un hombre encorvado, de aspecto tímido,
que me recuerda a mi padre
—a como era mi padre en sus últimos años,
bastante más bajo que en mi infancia.
Compro el periódico en el quiosco
situado frente a la Bolsa,
sin perder de vista el dedo que señala.
Hasta que veo que el dedo se hace puño
y el hombre amenaza al invisible adversario
que acecha detrás mío. Exclama:
"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!"
Lo dice con vehemencia pero sin gritar,
en voz muy baja, casi un murmullo,
como hacía también, airado, mi padre, en raras ocasiones.
"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Pasa junto a mi y se acerca
a la puerta acristalada de la Bolsa.
Algunos transeúntes se quedan observándolo
mientras sigue levantando el puño contra el edificio
y su imagen se agiganta en la distorsión del cristal.
Súbitamente el planeta deja de girar.
El sol del mediodía
clava en tierra los pasos y los gestos
—la ciudad, los paseantes, el puño amenazador—,
y otra vez estalla el silencio
que envuelve el último ademán de Christulas
allá en Syntagma, en el corazón de Atenas.
"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Detrás de la gran fachada de cristal
—como si fuera la gigantesca bola de un mago—
puedo contemplarlos claramente,
juntos, en el nervioso tropel de la compraventa,
y uno a uno, el depredador dispuesto
al asalto final sobre la presa.
"¡Los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
En el espejo deformante
todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,
pues, por cobardía o miedo,
renunciamos al deber de explicar que el hombre
era el único animal que se había preguntado
por lo que había tras la línea del horizonte,
y nos rendimos a lo más cruel y sangriento,
el único animal que atesora con avaricia
mucho más de lo que pueda necesitar en una vida,
y a costa de destruir la vida de los otros.
Todos somos codiciosos o cómplices de la codicia,
porque hemos permitido que un ser implacable,
nacido en la cloaca de la peor pasión,
se apoderara de la entera condición humana
y dictara sus brutales leyes al universo.
De modo que el codicioso,
bárbaro adorador del ídolo de oro,
avanza a cara descubierta, libre de toda atadura,
saqueador de la belleza, dueño del mundo.
Somos, pues, culpables.
Nuestro delito ha sido dejar
que el depredador que hay en nosotros
expulsara a todo lo noble y digno
que estábamos obligados a preservar
para seguir siendo considerados seres humanos.
Hemos dejado que se nos robaran
hasta las palabras, y ahora nuestro lenguaje
ya es el lenguaje del mercado, del beneficio,
del tráfico de almas,
sin ningún lugar para la compasión.
Nos hemos ofrecido en sacrificio
para ser carne de una rapiña sin límites
y nuestros restos yacen, esparcidos,
alrededor del altar.
Y falta ya muy poco
para que también la libertad
nos sea arrebatada
por el amor a la codicia,
que parece ya el único amor permitido.
O eso es lo que cree
ese hombre que amenaza sin ira a un edificio
—ese hombre que me recuerda a mi padre anciano—
mientras entona una acusación a los espectros:
"¡los codiciosos!, ¡los codiciosos!".
Y eso mismo es lo que cree
Dimitris Christulas, la mano apretada en la culata,
al observar la plaza Syntagma, centro de Atenas,
situada tan sólo a unos quilómetros
del corazón antiguo, la Acrópolis,
donde hace exactamente 2.454 años
se representó por primera vez Antígona,
y el hombre cantó a lo más elevado de sí mismo:
"Muchas cosas hay portentosas,
pero ninguna tan portentosa como el hombre"
proclama, en el teatro, el coro de ancianos.
Dimitris Christulas dispara.
Al caer se lleva consigo un retazo
del azulísimo cielo de Grecia.

(6 de abril de 2012)
Rafael Argullol







MARIO MÍGUEZ [14.841]

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Mario Míguez 

Nació en Madrid en 1962. 23 poemas fue su primer libro de poemas. Posteriormente, ha publicado Pasos (Pre-textos, 2006) y El cazador (Pre-Textos, 2008).






Ensucio todo hablando demasiado.
Cobarde charlatán, ruidoso hipócrita,
Solo de mis mentiras me quejo.
Qué duro me es callarme para lograr
Una palabra humilde y necesaria
Tras de la cual yo quede imperceptible.
Debo callar, permanecer callado.
Aunque lo sé de siempre, no lo cumplo:
Mi voz tengo que hacerla de silencio.





Noli me tangere

No me toques
si a mi trabajo, llegaste, a mi danza
en el huerto; porque tú me confundes.
Sigue incierta. Tu tacto es delicia
que no ha de sentir mi desnudo.

No me toques, que soy
esta tarde en nosotros: te miro
y doy tenue matiz a tu forma.
Mas tú no lo adviertes. Pretendes mostrar
en la piel algún ansia, una espera.

(23 poemas)






AGONIZANTES

Luchan por respirar otro aire nuevo
como si el aire nuestro de esta vida
no les valiese ya, fuese muy turbio,
enrarecido y denso, y los ahogase.
Luchan por acceder a otro aire limpio
distinto del de aquí, de una indecible
pureza que es mortal para la carne.
Y hacen gestos de esfuerzo, que parecen
impotentes, inútiles, absurdos:
dificultosamente empujan con el pecho
una puerta de bronce, y la entreabren;
tras ella está el espacio inconcebible
de ese aire que es luz pura y que es la muerte.
No bastan los pulmones. Todo el cuerpo
resulta insuficiente. Si embargo
su expiración postrera nunca es signo
de abandono o de fracaso: es la llegada.
Quedan quietos de golpe: al fin respiran.


Pasos es su segunda colección de versos. Anteriormente publicó el libro 23 poemas (Pre-Textos, 1998).




NO SOY YO

Golpearon su rostro hasta cansarse.
Cuánto odio descargado y con qué saña.
Estaba amoratado y deformado,
los ojos rotos, rotas las mejillas;
y sin embargo de su boca humilde
nadie escuchó ni súplicas ni quejas.

Después brotó la sangre.
De su frente
cayó sangre.
Muy lenta y silenciosa
fue resbalando la piadosa sangre
hasta ocultarle el rostro por completo.

Su sangre, como un velo que quisiera
con terrible pudor cubrir su muerte.







Mario Míguez, El cazador, Pre-Textos, Valencia, 2008.

En una reseña sobre no sé qué libro de Eloy Sánchez Rosillo, decía Jose Luis García Martín que había dos tipos de poeta, desde un punto de vista: aquellos que, por un raro don, nos brindan una emoción viva en la página –fruto quizá, pero no necesariamente, de una experiencia concreta–; y otros poetas que, habiendo sentido intensamente, se dedican a explicarlo en verso. Ejemplo de lo primero era –es– Sánchez Rosillo, y de lo segundo, según García Martín, lo era Antonio Colinas.

La diferencia entre la, por llamarlo de algún modo, "emoción viva en la página", y la "explicación", es sutil, es algo que apenas se puede explicar, sino sólo "ver", pero separa de forma tajante a unos poetas de otros. En este libro de Mario Míguez hay mucho fárrago, mucha explicación y argumentación –eso sí, midiendo y acentuando–, mucha articulación de ideas. Algunas veces con metáforas, otras con alegorías, otras de un modo directo. Se trata, al parecer, en muchas ocasiones de transmitirnos ciertas convicciones, sobre la muerte, sobre Dios, o sobre el amor filial, en versos endecasílabos o alejandrinos, y con multitud de imágenes. Y esto no funciona. Según Miguel d’Ors, hay ideas que si se ponen de un modo "no muy desmañado" en la página, ya de por sí son "poéticas". Discrepo del maestro d’Ors. O tal vez no: según qué pensemos acerca de lo que es o no desmañado. Lo importante es esa chispa, esa emoción e intensidad que surge en las palabras, ya sea en poemas largos o cortos, argumentales o irracionalistas. Y en El cazador, esa chispa aparece de tarde en tarde, y nunca en un poema completo, sino en algún fragmento. Y además, lo argumental a menudo no convence, pues hay saltos en el discurso que se dan por supuestos, como este: Nada bueno ha pasado. No. Y no obstante / eso mismo es lo bueno. Es un poema de queja, de tristeza por una vida estéril, pero de repente, en un quiebro, se nos dice que eso es bueno ¿por qué?: Porque debo / rechazar toda queja y, en silencio, / hacer de esos sonidos una música, / salvando del  vacío ese abandono. El lector se queda frío, y nada convencido, me parece, ante el terco voluntarismo que transmiten. En la página siguiente, un poema similar, con un problema similar: Pero no me he rendido. Sigo amando; / porque aquí, entre los muros de este mundo, / no hay otra salvación sino el hacerlo. Problema similar, pero no idéntico, pues la idea tiene cierta lógica, aunque esté presentada de una forma nada convincente. No hay más salvación que amar entre tanta ruina. De acuerdo, pero... ¿no se da cuenta el autor de la incómoda disemia de la expresión "hacerlo"?

De todos modos, en poemas breves como estos hay más solidez, como en el siguiente poema, "Forja", (con la imagen que utiliza C.S.Lewis en El problema del dolor, del artesano que nos esculpe a duros golpes), ya que estas imágenes no tienen ocasión de multiplicarse, o de estirarse en exceso, como ocurre con los poemas largos. Y algunos del libro son, o se hacen, largos. Pero justo ahí, entre los meandros de imágenes y alegorías, aparece algún luminoso fragmento: Pero también quería, / impaciente, voraz, intempestivo, / más cosas, otras cosas: deseaba / todo el mundo de luces / y penumbras y sombras / distintas y cambiantes de la tierra. Toda esa estrofa del poema "Arrepentimiento" es muy emocionante, y da el tono justo de la idea que se presenta, con entusiasmo. Luego utiliza la técnica del anticlimax, sólo que alargando demasiado el final y el argumento, para de nuevo hallar, en la última estrofa, estos estupendos versos: regálate en el brillo de las olas, / contempla cómo crece su fulgor delicado, / cómo ocupa lentísima la luz el horizonte.

En el poema que hemos citado, y también en otros, como "Dos distancias", se recoge la idea más valiosa, a nuestro entender, de este libro: la de que la luz pasada, más que ser pasada, es menos luminosa porque ahora sentimos menos, estamos más ciegos, más opacos, menos receptivos. La poesía se tiende como un puente hacia esa luz, y a veces lo logra. Otras no pasa de ser un testimonio del fracaso. Y en esta introspección, en esa observación de las propias reacciones ante el mundo, y su conciencia del mundo, tiene el autor algunas de sus debilidades como voz poética. ¿Es posible abrir un poema de este modo, y que no nos parezca ridículo?: Con profunda humildad abro una puerta / recogiéndome en mí, hacia dentro de mí.

Y en ese proceso introspectivo, aparecen las explicaciones categóricas, las ideas generales, que nos quieren ser presentadas como "dándose por supuestas": ¿Es que acaso no es digna cualquier vida? Esta idea, tan cierta, para ser poesía debe tener algo más que once sílabas y el acento en la sexta. Debe cobrar vida de algún modo. Y con este tipo de frases no lo logra. O en momentos en que el poeta, bienintencionado, se traiciona, y dice algo muy feo. Es el caso del poema en que habla de su padre postrado y enfermo, y de cómo él lo cuida. Está sobrado de explicaciones, de apología de su situación (los amigos recomendándole, sutiles, la eutanasia, y él resistiendo), y de repente, este verso: Lograr mi yo mejor es lo que busco. Estamos convencidos de que el autor, o el protagonista del poema –pues nada sabemos de la vida del autor–, cuando cuida al padre enfermo no piensa en su "yo" en absoluto, sino sólo en su padre. Pero la verbosidad explicativa, la argumentación, incluso el afán de dar una sana doctrina ante este mundo depravado, le traiciona. Y ahí muere la Poesía.

En resumen: en El cazador hay unos pocos versos hermosos, agazapados aquí y allá en la maleza de las largas alegorías, bíblicas o mitológicas o de propia invención. Versos que a veces se escapan justo antes de que los encontremos, por el ruido de los argumentos, por las largas pisadas de los poemas largos y farragosos, por las imágenes que se agotan en las largas carreras de esta cacería.

Jesús Beades






El cazador




"Yo no sé cuántos años
duró el día que voy a referiros,
pues mientras fui alumbrado por sus cambios de luces
yo lo ignoraba todo del tiempo y su medida:
yo amaba solamente"




INESPERADAMENTE

Si todo está callado, si en la noche
todo es quietud, si ha muerto todo ruido 
¿de dónde es esa música que escucho
inesperadamente en torno mío?
¿A algún hombre le fue dado cifrarla?
¿Y quién ha dado ser a esos sonidos
que ahora me rodean?
¿Lo cifrado
se vuelve indescifrable? Su sentido,
por inmenso, la mente no lo alcanza:
hay vibrando un misterio en cada ritmo.
¿Pasión, serenidad, al fin fundidas?
¿Cómo se unen caída y equilibrio?
¡Qué dulcemente hiere dando a un tiempo
la cumbre y el abismo en el oído!
¿El lugar no es ya el propio visitante
y guarda en él intacto lo perdido?
¿Quién me recibe en esta despedida?
¿Su mirada no estaba ya en mí mismo?...
Y de pronto el silencio.... La mente está perpleja.
Sólo el alma comprende qué ha ocurrido.






Reseña: Daniel Casado
Detrás de estos versos hay un poeta. No digo "uno bueno", digo un poeta. Le pondría la P mayúscula si no fuera un delito semejante atropello a la conciencia; digámoslo ya: Mario Míguez, de Madrid, cuarenta y seis tacos, tres libros. Este último, El cazador (Pre-Textos), tiene páginas donde la mano tiembla de emoción para cerrar el libro, el puto libro, una maravilla transpirada de una inocencia sabia (he aceptado mi medida: perdonad tan recurrente adjetivo) que pasa a examen su consciencia y la de cuantos nos rodean en ese oscuro universo de los afectos, ese espejo de sombras y recuerdos, de orgullo y de amor, de miedo, de ausencias... que todos llevamos prendido del lado interno de la solapa.

Hacedme caso, un poeta.




FRANCISCO PACHECO [14.856]

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Francisco Pacheco 

El licenciado Francisco Pacheco (Jerez de la Frontera, 1535 – Sevilla, 1599) fue un humanista y erudito, así como poeta y epigrafista en latín y en castellano, del Renacimiento español, autor de la mayor parte de los programas iconográficos de la Catedral de Sevilla durante el último cuarto del siglo XVI. A menudo es confundido con su sobrino del mismo nombre, el pintor Francisco Pacheco del Río, maestro y suegro de Diego Velázquez.

Nació en Jerez de la Frontera, de una familia humilde de inmigrantes procedentes del norte de España. Debió de trasladarse muy joven a Sevilla, en donde transcurriría toda su vida. Estudió Artes y Teología en el Colegio-Universidad de Santa María de Jesús, y en 1565, siendo ya licenciado, obtuvo una capellanía en la Capilla de San Pedro de la Catedral. En sus años de juventud participó activamente en los efervescentes ambientes poéticos de la ciudad, como reflejan dos mordaces obras suyas de esa época: su Macarronea (1565), y la Sátira contra la mala poesía (1569). A esos años debe de remontar su amistad con Fernando de Herrera y su círculo de poetas y humanistas (Francisco de Medina, Baltasar de Alcázar, Gonzalo Argote de Molina, etc.), que se plasmaría en las Obras de Garcilaso de la Vega con anotaciones de Fernando de Herrera (1580), volumen en el que participarían todos ellos.

Su habilidad como poeta y humanista le valió el patrocinio del prior Pedro Vélez de Guevara, canónigo doctoral de la Catedral, y le abrió las puertas a su ascenso social; así, en 1568 el Cabildo selecciona un epígrafe suyo como inscripción conmemorativa de la Giralda y lo elige para ordenar la magnífica Biblioteca Capitular, en 1570 colabora con Juan de Mal Lara en el programa iconográfico representado en Sevilla con motivo de la visita de Felipe II (Recibimiento que hizo la muy noble y muy leal ciudad de Sevilla a la C. R. M. del rey D. Felipe N. S [Sevilla 1570]), y en 1571 es nombrado capellán de la Capilla Real, institución dependiente de la Corona. De la mano de Vélez de Guevara entró además en el círculo de humanistas más selecto de la ciudad, integrado por varones como Benito Arias Montano, Luciano de Negrón o Francisco de Medina, con quienes entablaría profunda amistad.

En los años setenta, tras un grave tropiezo con el Cabildo eclesiástico, al ser acusado de sustraer libros de la Biblioteca Capitular y desposeído de la capellanía de San Pedro, se recluyó en la composición de la mayor parte de su poesía latina, en la que sobresalen sus Sermones sobre la libertad del espíritu (ca. 1573), teñidos de estoicismo y desengaño. Su actividad pública se limitó esos años a obras públicas emprendidas por el Ayuntamiento, como las inscripciones de la Alameda de Hércules (1574) y la “Puerta de la Carne (1577), hasta que a finales de la década recupera el favor del Cabildo, que a partir de entonces fía a su ingenio, uno tras otro, sus mejores programas iconográficos: el túmulo por la apertura de la nueva Capilla Real (1579), las Salas Capitulares (1579), la Custodia Mayor (1580-1988) y el fastuoso túmulo de Felipe II (1598). En los ochenta y noventa, de la mano del nuevo arzobispo, Rodrigo de Castro (1581-1600), alcanzó las más altas dignidades: administrador del Hospital del Cardenal (1583), canónigo (1592), capellán mayor de la Capilla Real (1597). En estos años se trajo consigo a Sevilla a su sobrino Francisco Pacheco (Sanlúcar de Barrameda, 1564 – Sevilla, 1644), a quien introdujo en su selecto círculo de humanistas, y realizó informes para la censura de libros por encargo de la Inquisición. Murió el 10 de octubre de 1599.

Celebridad

Los contemporáneos aclamaron a Pacheco por su calidad humana: Alonso Morgado (1587) destaca su “vida inculpable”; Arias Montano, cuando le dedica el comentario de uno de los Salmos de David (1605), resalta la imperturbabilidad y ecuanimidad de su ánimo, y su honradez; Espinosa de los Monteros (1635) lo llama “santo,” reputación que perdura en Nicolás Antonio (1670). Pero los elogios más apasionados son los que lo celebran como el más grande de los sabios de su tiempo en Sevilla: “todo cuanto se puede saber, sabe”, afirmaba Juan de Barahona y Padilla (†1589); “profundo ingenio con saber profundo, / luz y claro esplendor del sacro monte, / ejemplar de las ciencias sin segundo” lo llamaba Vicente Espinel (Diversas rimas, Madrid 1591); el también erudito, de la generación posterior, Porras de la Cámara, en un elogio manuscrito, proclamaba que “no hubo en su tiempo capacidad de ingenio que pudiese abarcar la del suyo, ni saber por mayor ni implícitamente lo que Francisco Pacheco explícita y perfectamente supo”. Sin embargo, su fama, debido a factores como su preferencia, como poeta, del latín, el carácter anónimo y con frecuencia efímero de sus creaciones iconográficas, y el estado inédito en que quedó casi toda su producción, comenzó a apagarse poco a poco, cayendo lentamente en el olvido, del que lo ha rescatado el reciente renacer de los estudios sobre el humanismo español.

Obra

Sus obras pueden clasificarse en cuatro apartados:

I. Tratados de erudición, obras eclesiásticas e informes.

-Catálogo de los Arzobispos de Sevilla y primado de las Españas (manuscrito).
-Officia propria Sanctorum Hispalensis Ecclesiae et Diocesis (Sevilla, ca. 1590 [?]; reimpresiones en Sevilla 1679, Amberes 1720, Sevilla 1751). Fijó la liturgia de los santos sevillanos hasta la actualidad. Incluye himnos originales a los santos Isidoro, Hermenegildo y Justa y Rufina.


II. Programas iconográficos.

-El del túmulo erigido en la Capilla Real nueva con ocasión de su apertura el 13 de junio de 1579.
-El de las Salas Capitulares de la Catedral de Sevilla (1579).
-El de la Custodia Mayor de la Catedral, labrada por Juan de Arfe entre 1580 y 1587.
-El del túmulo erigido en la Capilla Real en las exequias de la Reina Ana de Austria (1580).
-El del túmulo de Felipe II en la Catedral (1598).

III. Inscripciones. Aparte de las que integran sus programas iconográficos, Pacheco compuso las siguientes:

-El epígrafe conmemorativo de la Giralda, aún visible en su cara Norte.
-La existente al pie de la imagen de san Cristóbal en la Catedral de Sevilla, pintada en 1584 por Mateo Pérez de Alesio.
-Las de la Alameda de Hércules (1574).
-Las de la Puerta de la Carne de Sevilla (1577), demolida en 1864.

IV. Poemas. Pacheco compuso numerosos poemas latinos, la mayoría en hexámetros dactílicos, en metros líricos y en dísticos elegíacos, teniendo como modelos predominantes a Virgilio y Horacio. Tanto por su calidad técnica como por el poderoso espíritu que los anima han de contarse entre lo mejor de la poesía latina hispana. Casi todos quedaron inéditos. Destacan los siguientes:

-La Macarronea del licenciado Pacheco hecha el año de sesenta y cinco (636 versos endecasílabos macarrónicos). Es el relato burlesco de una aventura de tres frailes con tres prostitutas una noche de Navidad. Vierte críticas contra la Iglesia, contra instituciones de enseñanza y maestros, y contra los malos poetas.
-La Sátira apologética en defensa del divino Dueñas o Sátira contra la mala poesía (1569). Único poema conservado en castellano (706 endecasílabos en tercetos encadenados). Critica la proliferación de poetas en Sevilla, las modas literarias (novelas de caballerías, petrarquismo, bucolismo, romances moriscos), las injusticias sociales, la Iglesia.
-Los De constituenda animi libertate ad bene beateque uiuendum sermones duo (“Sermones sobre la instauración de la libertad del espíritu para vivir recta y felizmente”; ca. 1573). Son dos epístolas horacianas (717 hexámetros) de tono neoestoico. Critican amargamente los males del siglo (injusticias sociales, miseria, guerras, soberbia de los poderosos, falta de espiritualidad del alto clero) y proponen el retiro a la Peña de Aracena, a cultivar las letras, la erudición, la amistad y la espiritualidad.
-Del resto de poemas cabe destacar ocho composiciones petrarquistas en latín a una dama llamada Isabel, cuatro paráfrasis de salmos, el In Garsiae Lassi laudem genethliacon ("Genetlíaco en alabanza de Garcilaso") publicado como preliminar en las Anotaciones de Herrera, un poema épico In effigiem Io. Austrii (“A una efigie de Juan de Austria”) llamando a la lucha contra el Turco16 y un poema celebrativo de la llegada a Sevilla de unas reliquias de san Hermenegildo (ed. y estudio: Pozuelo 2011), así como otros poemas dirigidos a personajes del entorno como Fernando de Herrera, Pedro Vélez de Guevara, Luciano de Negrón o Jerónimo de Carranza.






FRANCISCO PACHECO DEL RÍO [14.857]

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Francisco Pacheco del Río 

(Sanlúcar de Barrameda, 1564 - Sevilla, 1644) Poeta y pintor manierista y tratadista de arte, conocido principalmente como maestro y suegro de Velázquez.

Hijo de Juan Pérez y de su mujer Leonor del Río, Francisco Pacheco nació en Sanlúcar de Barrameda y fue bautizado el 3 de noviembre de 1564. Antes de 1580 se trasladó a Sevilla, donde su tío el licenciado Francisco Pacheco era canónigo de la Catedral. Bien relacionado con los ambientes cultos de la ciudad e interesado en cuestiones artísticas, el licenciado Pacheco encabezaba una tertulia de cuyo mantenimiento iba a encargarse su sobrino a su muerte.

En Sevilla adoptó el apellido del tío y realizó su aprendizaje con el apenas conocido pintor sevillano Luis Fernández. En 1585 terminada su formación, arrendó una casa en la calle de los Limones, titulándose maestro pintor.

Contrajo matrimonio el 17 de enero de 1594 con María Ruiz de Páramo, esta fecha marcó el inicio del periodo de consolidación del pintor gaditano. Sus buenas relaciones con el clero, la aristocracia y el poder municipal le proporcionaron una amplia clientela. También participó activamente en la defensa de los derechos profesionales de su gremio en algunas ocasiones contra el establecimiento de impuestos y en otras contra artistas de otros gremios que ocupaban competencias propias de los pintores, como es el caso del conflicto que le enfrentó con Martínez Montañés. Participó en el túmulo levantado en Sevilla para la celebración de las honras fúnebres del rey Felipe II.

Con la entrada del siglo XVII, Pacheco se consolidó como el primer pintor de la ciudad de Sevilla, aunque pronto sería eclipsado por el pintor de origen flamenco Juan de Roelas que permanecería en la ciudad entre los años 1604 y 1616. En 1610 emprendió un viaje a Madrid que le llevaría hasta octubre de 1611 y en el que hay constancia de su visita a El Escorial y Toledo, donde trató con El Greco. En ese mismo año entró en su taller como aprendiz Diego Velázquez. En esta época, Pacheco acumuló cargos y títulos que incrementaron su estatus social, así recibió el título gremial de "veedor del oficio de la pintura" y el Tribunal de la Inquisición el de "veedor de pinturas sagradas" en 1618. Humanista culto, con conocimientos teológicos, reunió en torno suyo un círculo de poetas y eruditos, en una especie de academia neoplatónica, a la que asistían intelectuales prestigiosos de Sevilla como Pablo de Céspedes, donde se buscaban apoyos para ennoblecer el arte de la pintura: Ut pictura poesis (la pintura es como la poesía). El periodo de declive se inicia a partir de 1626 con el auge de Francisco de Zurbarán y Francisco Herrera el Viejo.

Escribió un Libro de los retratos, una colección incompleta de casi setenta retratos acompañados de pequeñas semblanzas biográficas al pie de los principales ingenios de su tertulia y de otras celebridades artísticas y literarias. Los originales se conservan repartidos entre el Museo Lázaro Galdiano de Madrid y la Biblioteca del Palacio Real y fue publicado íntegro por José María Asensio en 1886. En los últimos años de su vida se dedicó a redactar un tratado artístico que tituló Arte de la Pintura, concluido en 1641 y publicado póstumamente en 1649, que constituye uno de los mejores tratados artísticos del barroco español. Falleció en 1644 siendo enterrado el 27 de noviembre en la iglesia de San Miguel.

Su relación con Velázquez

El 17 de noviembre de 1611 Pacheco firmó el contrato por el que recibía como aprendiz a Velázquez, quien llevaba algunos meses en su casa. En 1618 consintió el matrimonio del joven pintor con su hija Juana Pacheco (Sevilla, 1 de junio de 1602 - Madrid, 10 de agosto de 1660), un hecho no inusual en la época, donde el maestro casaba a sus hijas con sus alumnos más aventajados. Hizo gestiones para que Velázquez viajase a Madrid y le introdujo ante el Conde-duque de Olivares, lo que daría un vuelco a su carrera.

Estilo y obra

Cristo servido por los ángeles en el desierto, (1615), óleo sobre lienzo, 268 x 418 cm, Castres, Museo Goya. Pintado para el refectorio de San Clemente el Real de Sevilla, en los objetos de bodegón sobre mesa podría advertirse la participación del joven Velázquez, en la que sería primera obra conservada de su carrera.
Admirador de Rafael, su obra se caracteriza por un manierismo de corte académico de influencia del arte italiano y flamenco. Sigue las formas de los grandes maestros, pero representa las figuras y ropajes con una dureza estática. No evolucionó demasiado, tal vez hacia el realismo y es valorado como buen dibujante y modesto pintor. Sin embargo, dada su dedicación al estudio, análisis y explicación del arte, Pacheco influyó mucho en la iconografía de la época.

Es muy singular su pintura hagiográfica, que ocupa el grueso de su producción, y aunque en menor medida pintó también retratos y más excepcionalmente motivos mitológicos, representados en la serie de pinturas al temple sobre lienzo que pintó en 1603 para uno de los techos de la Casa de Pilatos (Sevilla). Como historiador de arte, sus escritos son fundamentales no sólo en datos sobre tendencias, escuelas y artistas, sino también por la explicación puntual de técnicas pictóricas, especialmente por las normas sobre la policromía de esculturas.

Igualmente son de sumo interés los retratos que realizó a lápiz de los prohombres hispalenses, unos 160, que pasaron por su tertulia a lo largo de 54 años, cuyo cuaderno se encuentra en el Museo Lázaro Galdiano, de Madrid.

En el apéndice del tercero de los libros que componen El arte de la pintura, Pacheco precisa con exactitud la iconografía con la que se han de representar en pintura los asuntos religiosos más importantes para que reflejen de forma fiel el sentido de los textos sagrados. Esta actitud, muy del agrado del Santo Oficio, llevó a que le comisionaran para que vigilase la ortodoxia de las pinturas sagradas.

Tuvo trato con el Greco, de quien escribió que «lo que hizo bien, ninguno lo hizo mejor, y lo que hizo mal, ninguno lo hizo peor», y con Vicente Carducho y se carteó entre otros con el vallisoletano Diego Valentín Díaz, todos ellos artistas cultos. Al conceder la primacía al dibujo sobre el color, tuvo siempre como modelos a Miguel Ángel, Rafael y Alberto Durero, aunque no dejó en el Arte de la pintura de rendir homenaje a otros muchos maestros, entre ellos a Correggio.

Obras principales

Pictóricas

Conjunto de cuatro tablas que representan a San Juan evangelista en Patmos, el prendimiento, Martirio y Ascensión de este santo (1585-1589)
Cristo con la cruz a cuestas (1589)
Virgen de Belén (1590), Catedral de Granada
San Juan Bautista (1597), Iglesia de Santa María de las Nieves de Bogotá
San Andrés (1597), Iglesia de Santa María de las Nieves de Bogotá
San Antonio con el niño (1599), Iglesia de Nuestra Señora de los Dolores de las Hermanas de la Cruz de utrera
El Salvador con San Juan Bautista y San Juan evangelista (1599), Carabanchel
Serie de pinturas para el Convento de la Merced de Sevilla (1600-1611)
San Pedro Nolasco recibiendo la bula de Fundación
Aparición de la Virgen a San Ramón Nonato, Museo de Bellas Artes de Sevilla
San Pedro Nolasco embarcando para redimir cautivos, Museo de Bellas Artes de Sevilla
San Pedro Nolasco desembarcando con los cautivos redimidos, Museo Nacional de Arte de Cataluña
La última comunión de San Ramón Nonato, Bowes Museum de Bernard Castle
Retablo de la capilla del capitán García de Barrionuevo (1602), Iglesia de Santiago de Sevilla
Dibujo de San Jerónimo (1602), Galería Uffizi
Frescos del techo principal de la Casa de Pilatos (1604), en Sevilla
Conjunto de cuatro pinturas del retablo de San Juan Bautista en el desaparecido convento de la Pasión de Sevilla (1605), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Anunciación (1605), Museo de Bellas Artes de Córdoba
Retablo de la capilla de San Onofre (1606)
Cuadros para el retablo de la iglesia del Santo Ángel de Sevilla (1608), Museo del Prado de Madrid
Dibujo de la Adoración de los pastores (1607), Galería Uffizi
San Pedro y San Jerónimo (1601-1610), Iglesia de San Isidoro en Sevilla
Cristo crucificado (1611), Iglesia del Coronil
Juicio final (1611), robada por el Mariscal Soult en 1810 y vendida posteriormente en Francia
Pinturas para el retablo de San Alberto de la iglesia del Santo Ángel de Sevilla (1612)
Virgen del Rosario (1612), Iglesia de la Magdalena de Sevilla
Inmaculada (1612), Universidad de Navarra
Conjunto de seis tablas procedentes de la iglesia de San Esteban (1610-1620), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Conjunto de pinturas para el retablo del Convento de San Clemente en Sevilla (1613)
Santa Inés (1614-1615)
Cristo servido por los ángeles en el desierto (1616)
San Francisco (1617)
San Francisco ((1617)
La inmaculada con el retrato de Miguel Cid (1616-1617) Catedral de Sevilla
San Joaquín y Santa Ana arrodillados ante la puerta dorada (1617-1620), Academia de San Fernando de Madrid
El sueño de San José (1617-1620), Academia de San Fernando de Madrid
Santa Catalina (1617-1620), Iglesia de San Andrés de Sevilla
Dos tablas de La virgen y el Ángel de la anunciación (1620)
Inmaculada con el retrato de Vázquez de Leca (1621)
Inmaculada (1624), Iglesia de San Lorenzo, en Sevilla
Un caballero (1625) Museo de Williamstown, Estados Unidos
Los despososorios místicos de Santa Inés (1628), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Inmaculada (1630)
Retratos de Don Francisco Gutiérrez de Molina y su esposa Jerónima Zamudio (1630), Catedral de Sevilla
Pinturas para el retablo del desaparecido convento de la pasión de Sevilla (1631), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Una dama y un caballero jóvenes (1630-1632), Museo de Bellas Artes de Sevilla
Una dama y un caballero ancianos (1630-1632), Museo de Bellas Artes de Sevilla
San Fernando recibiendo las llaves de Sevilla (1634), Catedral de Sevilla
Cristo crucificado (1637)
San Miguel Arcángel (1637)
La flagelación (1638)

Literarias

Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, manuscrito incompleto compuesto en Sevilla entre 1599 y 16372 y publicado por vez primera por José María Asensio en 1886.
Arte de la pintura, su antigüedad y su grandeza (Sevilla: Simón Fajardo, 1649; hay tres ediciones posteriores, una decimonónica de Cruzada Villamil, la de Sánchez Cantón de 1946 y la de Bonaventura Bassegoda i Hugas de 1990).
«Sobre la circuncisión y el bautismo de Cristo», 1631, en Tratados de erudición de varios autores, BNM Ms. 1713, fols. 261r-265r.

POEMA

Nuestro poeta nació en Sanlúcar de Barrameda en mil quinientos sesenta y cuatro. Sobrino de un canónigo sevillano que le educo en las letras, estudió pintura, poniendo su propio taller en Sevilla.


A su taller llegaron muchísimos escritores de la época con los que trabó amistad como Cervantes, Lope de Vega, y un largo etcétera de ellos.
En su taller, Francisco Pacheco del Rio, tenía una tertulia literaria en la que normalmente asistían Jáuregui, Caro Villegas, Vicente Espinel y otros autores.
Hoy en día, cuando hablamos de él, lo relacionamos más con la pintura, al ser el maestro y suegro del gran Diego Velázquez; por otro lado sus obras de pintura son magistrales.



Pacheco nos ha dejado una buena obra poética, encajada en el renacimiento, con métricas italianas y quizás rozando algo el barroco.
Murió en Sevilla en mil seiscientos cincuenta y cuatro a la edad de noventa años, edad nada despreciable para la época.

Os dejo su soneto a Cristo


A CRISTO

Pudieron numerarse las señales
que en vuestra carne delicada y pura,
¡Oh imagen de la eterna hermosura!,
el reparo imprimió de nuestros males;

aunque fueron en si tantas y tales,
que el ingenio, no solo a la pintura,
vencen, y tu, ¡oh sagrada vestidura!,
a trasladar en ti su gloria vales.

Mas el amor que cela el rojo velo,
¿Quién lo podrá contar, si aun el efecto
la arte noble a formarlo no es bastante?

Fue sin principio, eterno será. ¡Oh cielo!
¿Cómo a tan grande amor no me sujeto?
¿Qué hago, ¡oh piedra!, en deuda semejante?



FRANCISCO DE RIOJA [14.858]

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Francisco de Rioja 

(Sevilla, 1583 - Madrid, 1659), poeta y erudito español del Barroco.
Se licenció en leyes, se ordenó y fue canónigo de la catedral de Sevilla; fue renombrado teólogo y jurista, y amigo y protegido del Conde de Sanlúcar y Duque de Olivares don Gaspar de Guzmán, a cuyo servicio entró desde 1624; a su caída le acompañó al destierro en Loeches primero, y después en Toro. Fallecido el Conde-Duque, se retiró a Sevilla cansado y desengañado de las fortunas de la Corte. El Cabildo sevillano le designó entonces agente suyo en Madrid (1654), con cuyo cometido tuvo que volver a residir en la capital, y allí murió el 28 de agosto de 1659.

Mantuvo relación literaria con Lope de Vega, Juan Pérez de Montalbán, Cervantes y muchos personajes de la aristocracia; fue bibliotecario de Felipe IV y cronista de Castilla. Era tío del religioso, historiador y traductor Juan Félix Girón.

Obra

Durante largo tiempo su fama le halagó suponiéndole autor de dos de los grandes monumentos de la lírica de su tiempo, la Canción a las ruinas de Itálica, que es en realidad de Rodrigo Caro, y la anónima Epístola moral a Fabio, que pertenece, según demostró Dámaso Alonso, al capitán Alonso Fernández de Andrada. Sin embargo fue un excelente poeta; si bien empezó en la línea poética de Fernando de Herrera, dejó arrinconados los grandes temas y prefirió la temática menor y el pulimento de la elegancia verbal y de la precisa y matizada adjetivación, selecta en el campo de las impresiones sensoriales. Si bien porta todos los motivos del habitual desengaño barroco, apenas los declara y los transforma en una clara melancolía. Amaba la naturaleza y se concentraba en alabar sus pequeñas y decadentes bellezas, como las flores; los poemas que dedicó a éstas son de los más hermosos y perfectos que acabó, adoptando para ello, en lo que fue un precursor de Góngora, la forma de la silva: A la rosa, Al clavel, A la arrebolera, Al jazmín... Dominan su predilección por los matices del rojo y el blanco. Su silva Al verano arranca horaciana, pero termina epicúreamente en una explosión de colorido.




Pues, ¡cuál parece el búcaro sangriento
de flores esparcido,
y el cristal veneciano,
a quien la agua, de helada,
la tersa frente le dejó empañada!





En el fondo late la filosofía del Estoicismo como consuelo a un pesimismo muy negro, apenas entreabierto:




No es más el luengo curso de los años
que un espacioso número de daños.




Por otra parte destacan también sus sonetos, de aire gongorino algunos, y moralizadores otros. Estos últimos son muy logrados, lo mismo que sus canciones morales A la constancia, A la riqueza, A la pobreza. Su predilección por la temática menor tiene que ver con el coetáneo gusto por el bodegón.
No se ocupó en reunir su obra poética, de forma que sus versos tuvieron que esperar al siglo XVIII para poder ser leídos en conjunto.
Según Adolfo de Castro escribió Aristarco o censura de la proclamación católica de los catalanes con ocasión de la guerra de 1640; el Ildefonso o tratado de la Purísima Concepción de Nuestra Señora; Carta sobre el título de la Cruz y estudios retóricos, como Avisos de las partes que ha de tener un predicador, aparte de censuras de libros y un escrito en defensa del caído Conde-duque.





A la rosa

Pura, encendida rosa,
émula de la llama
que sale con el día,
¿cómo naces tan llena de alegría
si sabes que la edad que te da el cielo
es apenas un breve y veloz vuelo,
y ni valdrán las puntas de tu rama,
ni púrpura hermosa
a detener un punto
la ejecución del hado premurosa?.
El mismo cerco alado
que estoy viendo rïente,
ya temo amortiguado,
presto despojo de la llama ardiente.
Para las hojas de tu crespo seno
te dio Amor de sus alas blandas plumas,
y oro de su cabello dio a tu frente.
¡Oh fiel imagen suya peregrina!.
Bañóte en su color sangre divina
de la deidad que dieron las espumas;
y esto, purpúrea flor, esto ¿no pudo
hacer menos violento el rayo agudo?.
Róbate en una hora,
róbate licencioso su ardimiento
el color y el aliento.
Tiendes aún no las alas abrasadas
y ya vuelan al suelo desmayadas.
Tan cerca, tan unida
está al morir tu vida,
que dudo si en sus lágrimas la Aurora
mustia, tu nacimiento o muerte llora.




A la muerte de Francisco de Medrano.

Pasa, Tirsis, cual sombra incierta y vana
este nuestro vivir, y como nieve

al tibio rayo, desmerece en breve

todo aplacible bien y gloria humana.

¡Mira cuánto en color, cuánto en lozana
juventud confiar el hombre debe

si así acabó Medrano! ¡Oh en vuelo leve

subido haya a la estancia soberana!

Siento su fin veloz, aunque no incierto;
triste imagino aquel que nos aguarda

solo; por no avenirte en pena, en lloro,

Tirsis, deja este mar; vuelve ya al puerto
la nave y busca el celestial tesoro;

que a nos, quizá, tan triste fin no tarda.




A Manlio.

Sabes cuán raro bien sigue a las horas
y que podrás apenas en el día

contar alguno, ¿y la tristeza mía

ya admiras y ya culpas y ya lloras?

Engáñaste si piensas que mejoras
o borras así el mal que el cielo envía;

¿No ves que al sol como a la sombra fría

siempre acompañan penas voladoras?

Juzgó, Manlio, tu mente que sin duda
el ánimo y el tiempo se mudara

si otro el lugar y si otro el aire fuera.

Mas, ¿qué hizo el que mares mil surcara
e incógnitas regiones anduviera?

Que el cielo, ¡ay!, y no el ánimo se muda.




A la pobreza 

Desde el infausto día 
que visité con lágrimas primeras, 
me tienes, ô pobreza, compañía; 
aunque tan buena, como dizen, fueras, 
por ser tanto de mí comunicada, 
me vinieras a ser menos preciada. 

Diré tus males sin que mucho ahonde 
en ellos, que es mui raro 
lo que por glorias tuyas contar puedes. 
Tal vez el que en su casa un monte asconde 

de Numidia i de Paro 
en arcos i paredes, 
cuando entre el blando lino se rodea, 
puesto de los cuidados en el fuego, 
sin conocerte alaba tu sossiego, 
i nunca, aunque lo alaba, lo dessea; 
llegas a ser de alguno, en fin, loada, 
mas de ninguno apenas desseada. 

¿Si eres tú de los males 
el que nos trata con mayor crüeza, 
cómo podrá ninguno codiciarte? 
Después que nació el oro, 
i con él la grandeza, 
murió tu ser, murió tu igual decoro, 
en otra edad divino: 
¿si por esso, pobreza, en toda parte 
con enfermo color andas contino? 

Con preciosos metales 
siempre veo levantado 
lo que tienes tú sola derribado. 
¿Qué ciudad populosa 
se sabe que por ti se aya fundado? 
¿Qué fuerça inespunable i espantosa 
por ti se a fabricado? 

El süave color, la hermosura 
sólo en tu ausencia con su lustre dura. 
Pintame la belleza 
mayor que imaginares, 
compuesta de jasmines i de grana: 
si con vestido tuyo la adornares, 
su lustre pierde i gracia soberana. 

Pues cuando el agro ivierno, 
hijo tuyo sin duda, 
que, como tú, también siempre desnuda, 
roba al bosque el verdor i lo despoja 
de su amarilla hoja, 
pobre por ti su frente, 
ni su sombra codicia más la gente, 
ni sus ramas las aves. 

I si yo vanamente no dicierno, 
¿cuándo armarse pudieron vastas naves 
donde se vio tu sombra?, 
¿cuándo exércitos gruessos? 
El número infelice de sucessos 
que por ti an avenido, ¿a quién no assombra? 
Hablen los nunca sepultados güessos 
que en las playas blanquean, 
de tantos que por falta de sustento 
al mar rindieron el vital aliento. 

¡Cuántos as ascondido 
en los anchos desiertos 
para que al mal seguro caminante 
asalten encubiertos! 
¡Ô, en cuántas partes se verá teñido 
el campo con la sangre de los muertos! 
No hay voz, aunque de hierro, que bastante 
sea a dezir los males que acarrean 
duras necessidades. 

Los pobres que habitan las ciudades, 
¿qué afrenta no padecen?: 
lo que por sus ingenios merecieron, 
ô pobreza, por ti lo desmerecen. 
¿Qué pobre hubo discreto? 
¿Cuándo tuvo amistades 
que aun con pequeño honor correspondieran? 
¿Cuándo con la pobreza algún respeto 
jamás se tuvo a las tendidas canas 
que tú de blanca nieve, edad, coloras? 

¡Ô mentes de la humilde gente vanas, 
no cuidéis, a despecho 
de vuestra pobre i mísera fortuna, 
levantaros al cerco de la luna! 
Mirad que cuantos hijos van saliendo 
del nunca en vano frequentado lecho, 
tantos esclavos, ¡ai!, os van creciendo 
que ocupéis en mesquina servidumbre, 
no sin tormento vuestro, no sin llanto. 

¿Qué vale, ô pobres, levantaros tanto? 
Mirad que es necio error, necia costumbre, 
soltar a la soberbia assí la rienda: 
que yo apenas, humilde i sin contienda, 
puedo contar en paz algunas oras 
de las que passo en el silencio oscuro, 
olvidado en pobreza i no seguro. 




JUAN DE ARGUIJO [14.859]

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JUAN DE ARGUIJO

Juan de Arguijo (Sevilla, 1567 - ibíd. 1623), poeta y músico español perteneciente al Siglo de Oro en la corriente estética barroca.

Hijo de familia acaudalada y caballero veinticuatro de su ciudad natal, fue nombrado procurador en las Cortes convocadas por Felipe III en 1598. Era además músico y diestro tañedor de vihuela, y se distinguió como mecenas de artistas y escritores. En su tertulia solía leer cuentos, que recogió el poeta sevillano Antonio Ortiz Melgarejo y editó Antonio Paz y Meliá en uno de los volúmenes de Sales españolas o agudezas del ingenio nacional (1902). En estas liberalidades y por su afición a la buena y disipada vida dilapidó bastante su patrimonio familiar y hubo de padecer bastantes estrecheces económicas en su vejez. En sus poemas suele aparecer bajo el sobrenombre poético de Arcicio. Reaccionó contra el culteranismo que sedujo a la mayoría de sus contemporáneos, pertenecientes también a la escuela sevillana, oponiendo a dicha estética el clasicismo y la erudición arqueológica, por lo que su poesía aparece a los criterios actuales demasiado culta y fría, si bien goza de una gran perfección formal y equlibrio, que lucen su virtud en sonetos perfectos como La constancia. En efecto, fue un gran sonetista, sobre todo sobre temas mitológicos, que eran los que prefería, aunque también compuso sonetos de tema moral como el anterior e históricos con el habitual desengaño y melancolía saturniana de los barrocos: A Baco, A Rómulo, A Troya, A Lucrecia, A Casandra, A Julio César, etc. Escribió cartas de gran valor literario y fue amigo y el mecenas sevillano de Lope de Vega, quien le dedicó sus Rimas y le imitó en algunos de los sonetos que contiene este libro de tema mitológico, histórico y grecolatino. De inspiración fundamentalmente clásica, académica y formal, seguidora del arte frente a la espontaneidad, pertenece a ese grupo de melancólicos poetas sevillanos que cantan a las ruinas, como Rodrigo Caro, que fue discípulo suyo. El equilibrio, la perfección formal, la temática clásica y la estética de Arguijo le constituyeron en el siglo XVIII como uno de los modelos de la literatura del Neoclasicismo junto a los escritores renacentistas del siglo XVI.






Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse, y que en un punto desparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena;

mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día,

y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?.







A BACO

A ti, de alegres vides coronado,
Baco, gran padre, domador de Oriente,
he de cantar; a ti que blandamente
tiemplas la fuerza del mayor cuidado

Ora castigues a Licurgo airado
o a Penteo en tus aras insolente,
ora te mire la festiva gente
en sus convites dulce y regalado,

O ya de tu Ariadna al alto asiento
subas ufano la inmortal corona,
ven fácil, ven humano al canto mío;

Que si no desmerezco el sacro aliento
mi voz penetrará la opuesta zona,
y el Tibre envidiará al hispalio río.




A FAETON

Pudo quitarte el nuevo atrevimiento,
bello hijo del Sol, la dulce vida;
la memoria no pudo, qu'extendida
dejó la fama de tan alto intento.

Glorioso aunque infelice pensamiento
desculpó la carrera mal regida;
y del paterno carro la caída
subió tu nombre a más ilustre asiento.

En tal demanda al mundo aseguraste
que de Apolo eras hijo, pues pudiste
alcanzar dél la empresa a que aspiraste.

Término ponga a su lamento triste
Climente, si la gloria ganaste
excede al bien que por osar perdiste.





A GANÍMEDES

No temas, o bellísimo troyano,
viendo que arrebatado en nuevo vuelo
con corvas uñas te levanta al cielo
la feroz ave por el aire vano.

¿Nunca has oído el nombre soberano
del alto Olimpo, la piedad y el celo
de Júpiter, que da la pluvia al suelo
y arma con rayos la tonante mano;

A cuyas sacras aras humillado
gruesos toros ofrece el Teucro en Ida,
implorando remedio a sus querellas?

El mismo soy. No al'águila eres dado
en despojo; mi amor te trae. Olvida
tu amada Troya y sube a las estrellas.





A JULIO CÉSAR

Del gran Pompeyo el enemigo fuerte

llega en oscura noche al pobre techo,
do Amiclas con seguro y libre pecho
ni teme daño ni recela muerte.

Ya que llamar segunda vez advierte,
rogado deja el mal compuesto lecho,
y en frágil barca el peligroso estrecho
rompe, presagio de siniestra suerte.

Brama furioso el mar sintiendo el peso
que sostiene, y al tímido piloto
César anima, y dice: «Rema amigo,

»Rema; no temas infeliz suceso
por más que te contrasten Euro y Noto;
la fortuna de César va contigo».




A JULIO CÉSAR MIRANDO LA CABEZA DE POMPEYO

Prepara ufano a César victorioso
el tirano de Menfis inclemente
la temida cabeza que al Oriente
tuvo al son de sus armas temeroso.

No pudo dar el corazón piadoso
enjutos ojos ni serena frente
al don funesto; mas gimió impaciente
de tal crueldad, y repitió lloroso;

«Tú, gran Pompeyo, en la fatal caída
serás ejemplo de la humana gloria
y cierto aviso de su fin incierto.

»¡Cuánto se debe a tu virtud crecida!
¡Cuán costosa en tu muerte es mi victoria!
Vivo te aborrecí, y te lloro muerto».




A LA MUDANZA DE LA FORTUNA

Yo vi del rojo sol la luz serena
turbarse, y que en un punto desaparece
su alegre faz, y en torno se oscurece
el cielo, con tiniebla de horror llena.

El Austro proceloso airado suena,
crece su furia, y la tormenta crece,
y en los hombros de Atlante se estremece
el alto Olimpo, y con espanto truena;

Mas luego vi romperse el negro velo
deshecho en agua, y a su luz primera
restituirse alegre el claro día,

Y de nuevo esplendor ornado el cielo
miré, y dije: ¿Quién sabe si le espera
igual mudanza a la fortuna mía?



A NARCISO

Crece el insano ardor, crece el engaño

del que en las aguas vio su imagen bella;
y él, sola causa en su mortal querella,
busca el remedio y acrecienta el daño.

Vuelve a verse en la fuente ¡caso extraño!:
del'agua sale el fuego; mas en ella
templarlo piensa, y la enemiga estrella
sus ojos cierra al fácil desengaño.

Fallecieron las fuerzas y el sentido
al ciego amante amado, que a su suerte
la costosa beldad cayó rendida.

Y ahora, en flor purpúrea convertido,
l'agua, que fue principio de su muerte,
hace que crezca, y prueba a darle vida.



A ULISES

El griego vencedor que tantos años
vio contra sí constante la fortuna;
el que pudo, sagaz, de la importuna
Circe vencer los mágicos engaños;

El que en nuevas regiones y en extraños
mares temer no supo vez alguna;
el que bajando a la infernal laguna
libre volvió de los eternos daños,

Los ojos cubre y cierra los oídos
de las Sirenas a la vista y canto
y se manda ligar a un mástil duro.

Y negando al objeto los sentidos,
la engañosa belleza y fuerte encanto
huyendo vence, y corta el mar seguro.




A UNA ESTATUA DE NIOBE, QUE LABRÓ
PRAXÍTELES, DE AUSONIO


Viví, y en dura piedra convertida,
labrada por la mano artificiosa
de Praxíteles, Niobe hermosa,
vuelvo segunda vez a tener vida.

A todo me dejó restituida,
mas no al sentido, l'arte poderosa;
que no le tuve yo, cuando furiosa
los altos dioses desprecié atrevida.

¡Ay triste! Cuán en vano me consuelo,
si ardiente llanto mana el mármol frío
sin que mi antigua pena el tiempo cure;

Pues ha querido el riguroso cielo,
porque fuese perpetuo el dolor mío,
que faltándome l'alma, el llanto dure.
















CRISTÓBAL BARRETO HEREDIA [14.860] Poeta de México

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CRISTÓBAL BARRETO HEREDIA 

(1980. Villa de Álvarez, Colima). Artísta multidisciplinario. Ha publicado (Poesía) Los Síntomas del Desconocimiento (Colección Exordium, Universidad de Colima, 2007); Manifiesto Mandrilista. (Colección Charangay, SCC, 2011). 
Ha sido antologado en Teatro de la Gruta VII (Tierra Adentro, 2007).





Si fuera un chango enorme con la bravura encajada en el esternón,
con el instinto en las tripas enredado.
Si fuera un orangután con alas y pudiera brincar de casa en casa
y ver a las viejitas lavarse los pelos con agua de la pila
                                                                                                         a jicarazos chas chas chas.
Si pudiera ver por las ventanas de los hombres a sus mujeres,
a las chichis de sus mujeres,
a sus chiquillos viendo la tele
a sus hijas adolescentes extraviadas en la belleza del Chat.
Si tuviera los pelos suficientes,
la suficiente nariz,
los brazos tan largos, los pies
y en los ojos los ojos de una bestia infantil
                                                                                                                   que no crecerá jamás.
Si todo esto me pasara y me crecieran las uñas y los colmillos
y pudiera tirarle de mangos a los policías
changuita mía,
macaca de mis piojitos,
de todas formas usaría sombrero,
de todas formas te traería una fruta o una flor o un versito changoso
                                                                                                                    en la noche.

De todas formas me pondría la camisa que me regalaste.

Si fuera gorila por el contrario te cargaría en la espalda,
te llevaría a ver las casas más pobres de la ciudad
y las más ricas
y nos reiríamos de ambas por igual
y asustaríamos a los niños pobres y a los niños ricos
y a los locos los veríamos desde la torre de catedral
y a los taxistas los veríamos besar travestis
y a los travestis violar rancheros.

Por eso perdí un día la costumbre de quitarme la barba,
pienso,
dejé de alejarme del primate

                y de su bestialidad.

Por eso dejé de comer en la mesa un día
y tiré todos los tenedores a la calle
y aunque después te enojaste y fui a recogerlos
y los volví a su lugar
y si me puse a bailar para hacerte reír
lo hice para dejarnos de humanidades
para siempre
ya
de una vez por todas.







Que alguien pesque a ese mandril.

Ese, el que se va escabullendo entre la multitud                                                                                         como si bailase,
el mandril que gira incontrolablemente.
Ese, el bailarín que rasca y se eleva,
el insaciable mandril.

Que alguien detenga su danza,
la armoniosa,
la bendita danza inacabable,
la eminente, la iracunda danza..

Sólo es un mandril que gira
inhumano e insolente.
Un mandril sobre un cubo traslúcido e impreciso,
una tela que se extiende tenue y alzada,
la vivaz manera en que los inconscientes
                                   o los locos se fugan, así nomás                                                                                 de la responsabilidad                                                                                                                            que les tocó.

Que le pesque alguien,
que no se dan cuenta que la perfección no existe,
es una ilusión que se desata ante nosotros,
una víbora,
es un mandril víbora,
un mandril víbora arriba de una hoja,
un mandril víbora arriba de una hoja hablando inglés,
una encarnación que se descarna.

Es un hombre vencido ese mandril.
Que le pesque alguien ya
y se haga con él un sombrero o una bufanda.

Es un baile que nos infecta,
es la ceguera.
Mandril iracundo, endemoniado, desprovisto;
incontable mandril.

Visto desde arriba es un caballo con esparaván
o es sólo un mandril…
el que baila
que alguien le pesque,
que alguien pesque a ese mandril.


LEONEL RODRÍGUEZ SANTAMARÍA [14.861] Poeta de México

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Leonel Rodríguez Santamaría

Nació el 28 de enero de 1978 en Culiacán (México). En 2003, su poemario Tu piel paciente mereció el Premio Interamericano de Poesía Navachiste para jóvenes creadores. Ese año publicó poemas en Oráculo, en la página electrónica pecadoscapitales.org y en revistas y suplementos de Sinaloa; también fue parte de las puestas en escena Desde un comienzo y, en 2004, Café Carnaval, acompañando a los músicos Cosme Álvarez, Óbal, Jaime López, Maru Enríquez y el Negro Espinoza. 
Ganador del Premio Clemencia Isaura de Poesía 2008 que otorga el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán.


I

Estoy sentado y pienso dar mi sombra por la calle que recuerdo.
El mar mundo de ritmos comunales ahoga mansamente en esta hora su roer,
afina un cauce limpio para darse al demuestro de nosotros
-los caminos se abren como brazos dentro de la comba que dice silencio-;
somos nosotros, descargados de sombra, semillas en la noche,
aquellos que miran venir las sinfonías diurnas a través de la ventana que los
junta.
Sentado y lleno de las voces, no estoy ahí donde me siento.

La estancia del mundo es sin contornos:
una carrera avasallante, impaciencia de las pieles por tocarse, la caída
sin cesar de las cosas por su peso;
en ellos que descuellan de su sombra un mundo real adquiere su certeza.

Nuestra casa es apretura que entrelaza espacio, árboles y hombres
-la respiración mira su ceder, alba voz que llega por el centro de tu cuerpo,
ojal de transparencia;
yo rodando sostenido por el peso que astilla un centro en mil astillas;
dividido soy un cruce de caminos.

El agua ruda, el agua que urde:
qué toca hurgando en la memoria roja,
qué busca en las palabras que callaron:
la intuición de una señal que escurre al sur de dónde, hacia lo bajo de quién
si lleno de mis voces, no estoy ahí donde me siento.

Cuál extremo del río que cruzo sin cruzar es bueno para despertar del todo.



II

La noche lanza su costado encima del recorte de los cerros:
hondos como espaldas, tímpanos de negro,
el viento arrastra sobre ellos los humores de la niebla.
El paisaje es paladar de tierra y agua.

La culebra húmeda del viento muerde la más honda transparencia.
Zumban las colmenas del reposo.

La calma despierta:
trueno y sombra son piernas que mueven y remueven las distancias:
lo lejano hila con los dedos de mi mano.
Las nubes pulsan luz dentro de su sueño acampanado
-el rayo es su badajo silencioso.
Su estruendo no es el ruido; a punto de caer es su mecerse,
de la suagua huele a estancia que se amplía,
su casi caigo es dulce, morada adivinanza que reúne al hombre con su noche.

Cascabeles que florecen son la espuma del momento.

La noche es indecible.
La cuna de mis ojos vierte su semilla,
planta su costado
a la sombra de la lluvia con su calma dura
en medio de eso negro que se oye y es vibrante duda...
La sonrisa que nace es su respuesta:
La ignorancia que es raíz es mi resguardo.



III

Cabe la lluvia en las distancias de mi cuerpo.
No cielo: demuestro de nosotros en cascada;
cabe la lluvia en cada gota, cauce que une, universo,
se abren las manos increadas, posibles, discutidas, desbordadas:

Despierta el hombre, embarazo de su sueño;
la mujer en la ventana canta música sin sombras,
el agua de su boca escande cabellera de su espalda,
desciende y es morada de la vista;
los ojos beben alimento de su canto.
Ante ellos amanece la ciudad pequeña como un parque,
minuciosa en los contornos de la música que ruge.

En su remanso encuentro mi sentido,
camino una calle nueva, sin fronteras,
cada paso nuevo umbral
cada paso nueva voz iluminando la penumbra
cada paso




Laberinto

Recuerdas. Caminamos entre el tartamudeo de las piedras,
tanto y tan tontamente.
Una fijeza imposible nos demoraba.

Había un silencio que se unía a tu cabeza como una soga seca, recuérdalo.

Mi sombra dio un paso adelante.

Camaleón que duerme entre los dientes, la lengua no se inmutó. Hablamos
con murmullos sordos, el azul del cielo lo esparcía todo.

En el nido de los muslos, el recorrido de la sangre
ensayaba la gravidez de la carne.

Con ojos amarillos, sonreímos graciosamente, temerosos de despertar
en la parte trémula de la muerte.


JUAN RODRÍGUEZ DEL PADRÓN [14.878]

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Juan Rodríguez del Padrón

Juan Rodríguez del Padrón o de la Cámara (Padrón; 1390 - San Antonio de Herbón; 1450), escritor español del Prerrenacimiento.

Fue de familia hidalga de sólida posición económica, gran reputación social y nació en la localidad gallega de Padrón, o de sus alrededores; el padre Fidel Fita pensaba que en Herbón, un pueblo cercano. Algunos de los miembros de su familia paterna estaban cercanos a la Orden Franciscana Reformada. Es difícil reconstruir su vida, puesto que de sus versos nació una leyenda personal que engendró incluso biografías apócrifas como cierta Vida del trovador Juan Rodríguez del Padrón que fue editada a comienzos del siglo XIX por Pedro José Pidal (Revista de Madrid, 2.ª serie, núm. 2 (noviembre de 1839) y de la que existen al menos dos copias manuscritas del siglo XVII; no se trata de una biografía real, sino de una novelización de su vida a partir de sus poemas.

Por otra parte, hechos de su propia vida se encuentran mezclados con los de los personajes de su novela sentimental El siervo libre de amor; como a su paisano Macías el Enamorado, se le atribuyen muchos lances de amor.
Parece cierto que fue soldado del rey Juan II de Castilla y probablemente asistió al Concilio de Basilea en 1434 como secretario del cardenal Juan de Cervantes, un jurista eminente doctor en ambos derechos y amigo del viajero Pero Tafur, y en otras andanzas por Alemania del Cardenal. Anduvo muy enamorado de una dama, pero ella lo dejó por creerse traicionada; por ello, al parecer, el poeta se hizo franciscano en Jerusalén (1441), para lo cual hubo de renunciar a numerosos y cuantiosos beneficios eclesiásticos (había sido agraciado con un canonicato o prebendas en la Catedral de Santiago de Compostela, y con otros beneficios eclesiásticos simples en la misma diócesis, de los cuáles no había tomado posesión; también gozaba de las rentas de una canonjía y prebenda en la catedral de Tuy y de la octava parte de un beneficio simple de la Parroquia de Sta. María de Gualdo, diócesis de Lugo). Ingresó en el monasterio de su orden en San Antonio de Herbón, pueblo gallego muy cercano a la villa de su nacimiento, Padrón; existe la tradición de que de su viaje a Tierra Santa se trajo una palmera que creció en el convento hasta que un temporal se la llevó en 1953. Su paisano Ramón Otero Pedrayo escribió sobre su vida Las palmas del convento. Biografía novelada de Rodríguez del Padrón (1941). En su Bibliotheca Hispana Vetus, Nicolás Antonio resumió críticamente los datos hasta entonces conocidos sobre él:
Pasó su vida en la corte de Juan II, donde gran parte de ella se dedicó a la poesía amatoria por su gran habilidad en versificar, y vivir él mismo estos vanos amoríos humanos. Aterrado por la muerte violenta de Macías, gran amigo suyo, ocasionada por un ardiente amor que le enajenaba (Martín Jimena refiere en la de sus Anales de la Iglesia de Jaén para conocimiento de la posteridad que el cadáver de Macías fue sepultado en una capilla dedicada a Santa Catalina en el castillo de la villa de Arjonilla, en la provincia andaluza de Jaén, y que tiene este epitafio: Aquí jace Mazías el enamorado) Aterrado […] reflexionó sobre su forma de vivir y cambió su estado laical por la vida religiosa. Donó todos sus bienes a la orden franciscana para que edificara un convento en su ciudad natal, en donde pasó el resto de su vida de forma ejemplar y sobresalió entre sus colegas por sus muchas virtudes respondiendo a su conversión [cita luego a Gonzalo Argote de Molina y Lucas Wading]. Entre las muchas poesías debe citarse Infierno de amor. La obra titulada Cadira de honor, que significa, según creo, sede o cátedra de honor y escitada por Fernando Mejía en el cap. 45 del lib.i de su Nobiliario. También suele atribuírsele una obra genealógica titulada Compendio de Linages, aunque sospecho que es una obra de otro autor del mismo nombre. En el Cancionero editado en Sevilla, en la tipografía de Juan Cromberger, en el año MDXL, en el fol. 9, pág. 2 y fol. 10 se contienen las siguientes: ‘Sobre la gloria caduca del mundo’; A Jesucristo crucificado; A la virgen María que tiene entre sus brazos a Cristo descendido de la cruz’; en el fol. 64 ‘Los siete gozos de amor’; en el fol. 65 ‘El decálogo o diez mandamientos de amor’; en el fol. 154, pág. 2 ‘Canto de amor’. No se encuentran en él sin embargo las obras Compendio de linages, cadira de honor e Infierno de amor […] En un antiguo cancionero manuscrito en la Biblioteca del Escorial, existe una poesía de Juan Rodríguez del Padrón titulada Cantiga quando se fue a meter frayre a Jerusalen, en despedimiento de su Señora (1998 [1788]: X, VI, 244)

Obras

Su primera obra inaugura la ficción sentimental: el Siervo libre de amor (1439). Con un estilo latinizante propio de la prosa del siglo XV narra, en su primera parte, cómo la amada rechaza al amante por divulgar su pasión. El Entendimiento, personaje alegórico, aparta, en la segunda parte, al protagonista del suicidio y presenta la Estoria de dos amadores, Ardanlier y Liesa, asesinada por el rey Creos, padre de aquél, cuya muerte sigue a la de ésta. En una tercera parte el autor, solo y desesperado, encuentra una extraña nave que lo aguarda. La obra recuerda las Heroidas de Ovidio, que el propio autor adaptó traduciéndolas con el título de Bursario.

Su producción continúa en la Cadira de Honor (hacia 1440), un tratado moral que defiende la nobleza y virtud como antigüedad de linaje, y otra novela sentimental, el Triunfo de las donas (hacia 1445), que reúne más de cuarenta argumentos feministas escrita como signo del Prerrenacimiento contra la misoginia medievalizadora del Corbacho o reprobación del amor mundano de Alfonso Martínez de Toledo. Sin embargo a Juan Rodríguez del Padrón se le conoció sobre todo por sus poemas de arte menor, inscribibles dentro de la lírica cancioneril y el amor cortés de sesgo provenzalizante. En esta poesía hay encanto, gracia y cierta picardía de buen gusto.

Bibliografía del autor[

Obras Ed. Antonio Paz y Meliá. Madrid, 1884.
Obras, ed. de César Hernández Alonso. Madrid: Ed. Nacional, 1982.
Siervo libre de amor; edición introducción y notas de Antonio Prieto. Madrid: Castalia, 1976
Vicente Beltrán Pepió, "Los Gozos de amor de Juan Rodríguez del Padrón: edición crítica" en Studia in honoren Germán Orduna, 2001







                    Cancion 

            Ham, ham, huid que ravio, 
       Con ravia de vos non trave, 
       Por travar de quien agravio 
       Recibo tal y tan grave. 
        
           Si yo ravio por amar, 
       Esto no sabran de mi 
       Que del todo enmudecí, 
        Que no sé sino ladrar. 
       Ham, ham, huid que ravio 
       ¡O quien pudiese travar 
       De quien me haze ell agravio 
       Y tantos males passar! 
        
           Ladrando con mis cuidados, 
       Mil voces me viene a mientes 
       De lançar en mi los dïentes 
       Y me comer a bocados. 
        Ham, ham, huid, que ravio. 
        Aullad, pobres sentidos; 
        Pues os hacen tal agravio, 
        Dad más fuertes alaridos. 

                     Cabo 

            No cessando de raviar, 
        No digo si por amores, 
        No valen saludadores, 
        Ni las ondas de la mar. 
        Ham, ham, huid, que ravio. 
         Pues no cumple declarar 
        La causa de tal agravio; 
        El remedio es el callar. 

               Otra suya 

           Fuego del divino rayo, 
       Dolce flama sin ardor, 
       Esfuerço contra desmayo, 
       Remedio [1] contra dolor, 
       Alumbra tu servidor. 
           La falsa gloria del mundo 
       E vana prosperidat 
       Contemple; 
       Con pensamiento profundo 
       El centro de su maldat 
       Penetré. 
           Oiga quien es sabidor [2] 
       El planto de la serena, 
       La cual, temiendo la pena 
        [p. 408] De la tormenta [1] mayor, 
        Plañe en el tiempo mejor. 
           Asi yo, preso de espanto, 
       Que la divina virtud 
       Offendi, 
       Comienço mi triste planto 
       Fazer en mi juventud 
       Desde aqui; 
       Los desiertos penetrando, 
       Do con esquivo clamor 
       Pueda, mis culpas llorando, 
       Despedirme sin temor, 
       De falso plazer é honor. 

                     Fin 

           Adios, real esplandor 
       Que yo servi et loé 
       Con lealtat; 
       Adios, que todo el favor 
       E cuanto de amor fablé 
       Es vanidat. 
       Adios, los que bien amé; 
       Adios, mundo engañador; 
       Adios, donas que ensalcé 
       Famosas, dignas de loor, 
       ¡Orad por mi, pecador!

[Edición de A. Paz y Melia en Bibliófilos Españoles, 1884.]
[p. 407]. [1] . Cancionero de Stúñiga.— Consuelo.
[p. 407]. [2] . Ibid.        El canto de la serena 
                     Oya quien es sabidor 
                     La cual, etc.
[p. 408]. [1] . Cancionero. de Stúñiga.— Fortuna.






ENRIQUE DE VILLENA [14.879]

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Enrique de Villena

Enrique de Villena, Maestre de Calatrava (Torralba de Cuenca, 1384 - Madrid, 1434), también conocido como Enrique de Aragón y por el apodo El Astrólogo. Fue señor de la villa de Iniesta.

Nacido en 1384, fue hijo de Pedro de Aragón, condestable de Castilla y II marqués de Villena, y de Juana de Castilla, hija ilegítima de Enrique II de Castilla y Elvira Íñiguez, y nieto de Alfonso de Aragón y Foix, I marqués de Villena. Quedó huérfano a temprana edad cuando su padre murió en la Batalla de Aljubarrota (1385).

Aunque era el legitimo heredero del marquesado de Villena, no llegó a ser el III marqués por venta del señorío a Enrique III de Castilla para devolver sesenta mil doblas que tenían recibidas sus familiares de Enrique II de Castilla.

Quedándose a cargo su abuelo, vivió en su infancia en la corte de Enrique II, que lo crio, y luego en la de Enrique III. Era un hombre de profundos conocimientos y vasta erudición.

Su parentesco con los reyes de Castilla y de Aragón pudo influir en el matrimonio con María de Albornoz, señora de numerosas villas. Pero la pareja duró poco, quizá porque el rey Enrique III se interesó más de lo debido en la mujer y buscó la forma legal de romper el matrimonio, haciendo a Enrique Gran Maestre de Calatrava. En cualquier caso, la unión se anuló después de que Enrique de Villena se declarara impotente, renunciando al mismo tiempo el condado de Cangas y Tineo para que no lo heredase la orden. Su matrimonio como su nulidad fueron consecuencia de la conveniencia, ya que se conocen algunos escarceos con damas de la nobleza, y es reconocida como hija suya Isabel de Villena.

Enrique III, por intereses de la conona en acercar el poder de la orden a la corona, le nombró maestre de la Orden de Calatrava, elección que no agradó a la mayoría de los caballeros de la orden. Debido al carácter político de su nombramiento y a los cambios del momento, al final de 1406 muchos de los freires reunidos en Calatrava eligieron a Luis González de Guzmán, y muerto el monarca protector de Villena, todos negaron le negaron obediencia, anulando su elección el Císter, y eligiendo a su rival, Luis González de Guzmán quien, después de una competencia larga, ocupó su lugar en 1415.

Enrique de Villena estuvo en Zaragoza presente en la coronación de Fernando de Aragón en 1414, retirándose a Valencia hasta 1417 y, consciente de su ineptitud para la guerra o la vida política, se dedicará a la literatura. Murió de fiebre en Madrid en diciembre de 1434.

Su obra

Su obra abarcó numerosos temas, ya que en su vida cultivó variedad de ciencias desde la medicina, la teología, astronomía e incluso la poesía. Pero donde más destacó fue en la traducción de textos a diversas lenguas. Algunas de sus obras fueron destruidas, otras en cambio dudan su propia autenticidad. Fue personaje discutido en su tiempo e incluso después.

Su fama, más como mago que como literato, inspiró a Ruiz de Alarcón, Rojas Zorrilla, Larra, Quevedo y Hartzenbusch, quienes le convirtieron en personaje de alguna de sus obras.

...) que non se deteniendo en las sciencias notables e católicas, dexósse correr a algunas viles e raeces artes de adivinar e interpretar sueños y estornudos y señales, e otras cosas... que ni a Príncipe real, e menos a católico cristiano, convenían... Y porque entre las otras artes y scientias se dio mucho a la astrología, [616] algunos burlando decían que sabía mucho en el cielo e poco en la tierra.


El poeta del siglo XV Juan de Mena dejó escrito esto sobre Enrique en su "Laberinto de Fortuna":

Aquel claro padre, aquel dulce fuente,
Aquel que en el Castalo monte resuena,
Es Don Enrique Señor de Villena,
Honra de España, y del siglo presente.
O incluyo, Sabio, Autor muy sciente,
Otra, y aun otra vegada yo lloro,
Porque Castilla perdió tal tesoro,
No conocido delante la gente.
Perdió los tus libros, sin ser conocidos,
Y como en exequias te fueron ya luego,
Unos metidos al ávido fuego,
Y otros sin orden no bien repartidos.

Ya en el siglo XV, las ciencias ocultas se personificaron en D. Enrique de Aragón. Muchas de sus obras de «temas ocultos» fueron mandadas quemar al prelado Lope de Barrientos por el rey Juan II de Castilla.

En el siglo en que vivió Enrique de Villena apenas habría teólogo, que abriendo un libro donde hubiese algunas figuras geométricas, no las juzgase caracteres mágicos, y sin más examen le entregase al fuego. En efecto esto ha sucedido algunas veces. Acuérdome de haber leído en la Mothe le Vayer, que á los principios del siglo pasado, un francés, llamado Genest, viendo un manuscrito donde estaban explicados los Elementos de Euclides, por las figuras que tenía se imaginó que era de nigromancia, y al momento echó á correr despavorido, pensando que le acometían mil legiones de demonios, y fue tal el susto, que murió de él.

Obras escogidas del padre Fray Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, 1863, p. 317-8.

Según una conocida leyenda, el Marqués estudió artes nigrománticas con el mismísimo Diablo en la Cueva de Salamanca.

Literatura

Arte de trovar (1433), en la que introduce en castellano el arte poético de los provenzales.
Los doce trabajos de Hércules (1417).3 El libro se compone de una Carta (en la que cuenta el origen del tratado), un Prohemio (en el que da la estructura e intencionalidad del libro) y doce capítulos, cada uno de ellos dividido en cuatro partes: Hystoria nuda (cuenta el trabajo de Hércules tal y como lo narran los antiguos), Declaraçión (interpreta moralmente la historia), Verdad (explica la narración desde un punto de vista histórico o, al menos, lógico) y Aplicaçión (adjudica el trabajo a un estado social y deduce unos modelos de comportamiento).
El arte cisoria (1423), tratado gastronómico de carácter alegórico y didáctico. "Escripta en la mi villa de Torralva, lunes, seis días de septiembre, año del nasçimiento del nuestro Salvador Ihesuchristo de mill e cuatroçientos e veinte e tres años".

En astrología

Ángel Raziel (obra destruida en la hoguera).
Medicina
Libro de la Peste.
Tratado de la Alquimia.

Traducciones

Eneida, de Virgilio -la primera a una lengua romance-
La retórica nueva de Tulio, de Cicerón.
Divina Comedia, de Dante.
Desde 1420 compone una serie de tratados, generalmente epístolas, a diversos personajes, como son el Tratado de la lepra (h.1422), el Arte cisoria (1423), sobre el corte y presentación de manjares, el Tratado de la consolación (1424) y el Tratado de la fascinación o del aojamiento (1425).




La vida y escritos de D. Enrique de Villena (1384-1434) exigen un libro que no ha sido escrito aún. [1] Todo interesa en su persona, y hay todavía muchos enigmas que resolver en su historia. Su propio carácter aparece envuelto en nieblas y contradicciones; su sabiduría, grande a los ojos de unos, resulta para otros misteriosa y problemática. La mayor parte de sus libros han perecido, sin duda, pero aun los que quedan distan mucho de haber sido estudiados íntegramente ni de haber entregado a la curiosidad del erudito todo lo que realmente contienen de útil para la biografía de su autor y para el conocimiento de las ideas de su tiempo. Personaje flotante entre la historia y la leyenda, lo fabuloso importa en él tanto o más que lo verdadero. Ha llegado a la categoría de símbolo: es popular de todas veras: en su leyenda había el germen de un Fausto español, a quien sólo ha faltado un Goethe que le desenvolviese. El siglo XV personificó en él la inquieta curiosidad científica que vuelve las [p. 32] espaldas a Dios y al mundo, y entrega su alma al diablo para adquirir la posesión de las artes mágicas y non cumplideras de leer.

Su vida no justifica en rigor su leyenda, pero ofrece el más cómico y lamentable contraste entre la grandeza de sus estudios y aspiraciones y la flaqueza y poquedad de su carácter. No fué D. Enrique un hombre puramente intelectual, como ahora dicen, ni vivió absorto siempre en sus exóticas lucubraciones: al contrario, fué ambicioso, altanero, despilfarrador y un tanto epicúreo; pero el resorte de la acción constante y viril le faltó siempre; la molicie de su carácter, acrecentada por sus hábitos sedentarios y estudiosos y por la ingénita aversión que sentía a las artes de la guerra, le tornó incapaz de resistir las condiciones de la vida de su tiempo, le hizo caer rendido y maltrecho en la lucha, le convirtió en objeto de compasión desdeñosa, y acabó por condenarle, en el vigor de su edad, a la pobreza, al aislamiento y aun a cierto género de capitis diminutio o de menos valer dentro de la clase privilegiada a que pertenecía. No hubo cosa en que pusiese mano, que no le resultase mal: cualquiera diría que alguno de aquellos espíritus traviesos y burlones que él evocaba según la leyenda, se complacía en enredar los hilos de la trama de su vida, haciéndola degenerar en farsa grotesca. Nacido en las gradas de un trono, descendiente por línea paterna de la casa de Aragón y por línea materna de la de Castilla, hubiera debido ser rico y poderoso, y todo su tesoro, como tesoro de alquimista al cabo, se le convirtió en carbones. Nunca llegó a ser Marqués de Villena y Condestable de Castilla como su abuelo, ni siquiera a disfrutar del condado de Cangas de Tineo, aunque D. Enrique III nominalmente se le otorgase; ni a pesar de su desatinado empeño en llegar a Maestre de Calatrava, sin arredrarle el escándalo de un divorcio ni la infamia de una declaración de impotencia (doblemente vergonzosa por ser falsa y amañada), pasó su maestrazgo de cisma efímero, aunque bastante duración tuvo para arruinarle y deshonrarle perpetuamente. En 1414 todo se había ido ya en humo: marquesado, condado y maestrazgo; bien dice Fernán Pérez de Guzmán (digno sobrino del Canciller Ayala) que «este caballero, aunque fué tan grand letrado, supo muy poco en lo que le complía». Evidente y probada a los ojos de todos la ineptitud de D. Enrique para los «negocios [p. 33] curiales e ceviles», y aun para el buen regimiento de su casa y hacienda, nadie volvió a tomarle en serio, y sus únicos triunfos fueron ya de certamen literario. Cuando fué al reino de Aragón en la comitiva del Infante de Antequera, se convirtió en un presidente de juegos florales y organizador de justas y mascaradas poéticas en Zaragoza y Barcelona, y es de ver con qué candorosa satisfacción y cuán poseído de su papel nos cuenta en el Arte de trovar el ceremonial de aquellas fiestas de la Gaya Ciencia, remedo, todavía más pedantesco y degenerado, de las del Consistorio de Tolosa. El pasaje es largo y ha sido muy citado; pero es tan entretenido y de tanta curiosidad histórica, que no podemos menos de transcribirle aquí, como en su lugar propio:

«E llegado el día prefijado, congregávanse los mantenedores e trovadores en el palacio donde yo estaba; e dallí partíamos ordenadamente con los vergueros delant, e los libros del arte que traían, e el registro de los mantenedores. E llegados al dicho Capitol, que ya estaba aparejado e emparamentado de paños de pared alrededor e fecho un asiento de frente con gradas, en donde estaba don Enrique en medio e los mantenedores de cada parte, e a nuestros pies los escribanos del Consistorio, e los vergueros más baxo, e el suelo cubierto de tapicería e fechos dos circuitos de asientos donde estavan los Trovadores, e en medio un bastimento quadrado, tan alto como un altar, cobierto de paños de oro, e encima puestos los libros del Arte e la Joya; e a la man derecha estava la silla alta para el Rey, que las veces era presente, e otra mucha gente que se ende allegava.

E fecho silencio, levantávase el Maestro en Teología, que era uno de los mantenedores, e facía una presuposición con su tema e sus alegaciones e loores de la gaya sciencia, e de aquella materia que se avía de tractar en aquel consistorio, e tornávase a asentar. E luego uno de los vergueros decía que los trovadores allí congregados espandiesen e publicasen las obras que tenían fechas de la materia a ellos asinada; e luego levantávase cada uno, e leía la obra que tenía fecha en voz inteligible, e traíanlas escriptas en papeles damasquinos de diversos colores, con letras de oro e de plata e illuminaduras preciosas, lo mejor que cada uno podía, e desque todas eran publicadas, cada uno la presentava al escribano del Consistorio.

[p. 34] Teníanse después dos Consistorios, uno secreto e otro público. En el secreto facían todos juramento de juzgar derechamente, sin parcialidad alguna, según las reglas del arte, cuál era mejor de las obras allí examinadas e leídas puntualmente por el escrivano. Cada uno dellos apuntava los vicios en ella contenidos, e señalávanse en las márgenes de fuera. E todas asy requeridas, a la que era hallada sin vicios o a la que tenía menos era juzgada la Joya por votos del Consistorio.

En el público congregávanse los mantenedores e trovadores en el palacio: e D. Enrique partía dende con ellos, como está dicho, para el capítulo de los fraires predicadores, e colocados e fecho silencio, yo les facía una Presuposición loando las obras que ellos havian fecho, e declarando en especial qual dellas merescia la Joya, e aquella trahía ya el escrivano del Consistorio en pergamino, bien illuminada, e encima puesta la corona de oro, e firmávanlo D. Enrique al pie, e luego los mantenedores, e sellávanla el escribano con el sello pendiente del Consistorio, e trahia la Joya ante D. Enrique, e llamado el que fizo aquella obra, entregávale la Joya e la obra coronada por memoria, la qual era asentada en el Registro del Consistorio, dando autoridad e licencia para que se pudiese cantar e en público decir.

E, acabado esto, tornávamos dallí al Palacio en ordenanza, e yva entre dos Mantenedores el que ganó la Joya, e llevávale un mozo delante la Joya con ministriles e trompetas, e llegados a Palacio facíales dar confites e vino, e luego partían dende los mantenedores e trovadores con los ministriles e Joya, acompañando al que la ganó fasta su posada, e mostrávase aquel aventaje que Dios e natura ficieron entre los claros ingenios e los obscuros: e non se atrevían los idiotas.»

Fué aquella breve temporada de 1412 la única en que D. Enrique pudo saborear plenamente los infantiles placeres de la vana gloria literaria, tal como él la entendía y la entienden muchos. Entonces fué también cuando, para solemnizar la coronación de D. Fernando el Honesto en Zaragoza, compuso cierta representación o farsa alegórica, en que eran interlocutores la Justicia, la Verdad, la Paz y la Misericordia. [1]

[p. 35] Pero aquella aurora de favor fué tan rápida como el paso del Infante de Antequera por el trono de Aragón. Estaba escrito que las dichas del de Villena habían de ser siempre efímeras y fantasmagóricas, como cosa de brujería y tesoro de duendes. Apagáronse los ecos de las alegres músicas, enmudecieron juglares y ministriles, y en vez de las ruidosas cabalgatas, y de los carros alegóricos, y de los consistorios de la gaya ciencia, vióse reducido D. Enrique a las tristes soledades de su pobre señorío de Iniesta, o de la villa de Torralba, sin más recreación que el horno químico y el astrolabio, entreverados con el culto de la gastronomía. Allí escribió la mayor parte de sus obras, y allí comenzó a padecer en pies y manos el tormento de la gota, que antes de los cincuenta años le condujo al sepulcro, hallándose casualmente en Madrid, a 15 de Diciembre de 1434. Puede inferirse de la semblanza que de él trazó Fernán Pérez de Guzmán, que su desmedida inclinación a los placeres de la mesa y del amor no contribuyeron poco a acortar sus días, tan laboriosos, sin embargo, y fecundos en tantas obras diversas.

No son muchas, sin embargo, las que han llegado a nosotros, salvadas del expurgo que de sus libros hizo, por mandato del Rey D. Juan II, el obispo de Segovia, Fr. Lope Barrientos, reservando unos y condenando otros a las llamas. La historia de este auto de fe, en que el Rey parece haber tenido más culpa que Fr. Lope, al revés de lo que afirma el mentiroso relato del ingeniosísimo falsificador que en el siglo XVII forjó el Centón Epistolario, está consignada por el mismo Barrientos en su Tratado de las especies de adivinanza, donde, al tratar del famoso libro mágico del Ángel Raziel, escribe: «Este libro es aquel que después de la muerte de D. Enrique de Villena, tú, como rey christianísimo, mandaste a mí, tu siervo et fechura, que lo quemasse a vuelta de otros muchos, lo cual yo puse en ejecución en presencia de algunos tus servidores... e puesto que aquesto fué et es de loar, pero por otro respecto en alguna manera es bueno [p. 36] de guardar los dichos libros, tanto que estuviessen en guarda e poder de buenas personas fiables, tales que non usassen dellos, salvo que los guardassen al fin que en algund tiempo podrían aprovechar a los sabios.»

Queda, pues, reducida a sus justos límites la fábula de las «dos carretas cargadas de libros», de los cuales «fizo quemar más de ciento» Fr. Lope, sin verlos «más que el Rey de Marroecos», ni entenderlos más «que el Dean de Cidá-Rodrigo», con todas las demás circunstancias novelescas que en el apócrifo Centón se contienen y que divulgó y adobó a su modo la enciclopédica pluma del P. Feijóo, principal propagandista de esta conseja. Ni sabemos ni podemos adivinar cuántos eran los libros, ni mucho menos cuáles fueron los quemados, puesto que sólo del Raziel consta en términos expresos. Lo más seguro es atenerse a la Crónica de D. Juan II, la cual dice sencillamente que «Fr. Lope miró los libros e fizo quemar algunos, e los otros quedaron en su poder». Y ciertamente que si todos los que quemó eran por el estilo del Ángel Raziel, no es para llorada tan amargamente la pérdida. Véase el contenido del tal libro, según le compendia Barrientos:

«Después que Adam conosció su vejez e la brevedat de su vida, envió uno de sus fijos al parayso terrenal para que demandase al ángel guardador del parayso alguna cosa del árbol de la vida, para que, comiendo de aquello, reparase su flaquesa e impotencia. E yendo el fijo al ángel, segund le avia mandado Adam, dióle el ángel un ramo del árbol de la vida, el qual ramo plantó Adam e cresció tanto, que después se fiso dél la crus en que fué crucificado nuestro Salvador. E demás desto, disen los auctores desta sciencia reprobada, quel dicho ángel enseñó al fijo de Adam esta arte mágica, por la qual podiesse e sopiesse llamar los buenos ángeles para bien faser, e los malos para mal obrar. E de aquesta doctrina afirman que uvo nascimiento aquel libro que se llama Rasiel, por quanto llamavan así al ángel guardador del parayso que esta arte enseñó al dicho fijo de Adam...»

Que D. Enrique de Villena cultivase la ciencia verdadera y positiva, es cosa que de ningún modo puede dudarse, aunque ignoramos todavía cuáles fueron sus adelantos en ella. La generosa voz de Juan de Mena, sonando a través de las edades como [p. 37] protesta de la cultura castellana contra la destrucción de sus libros (fuese en grande o en mínima parte), bastaría para atestiguarlo:

           Aquel que tú vees estar contemplando 
       En el movimiento de tantas estrellas, 
       La fuerza, la orden, la forma daquellas, 
       Que mide los cursos de cómo e de quando; 
       E uvo noticia filosofando 
       Del movedor e los conmovidos; 
       De fuego, de rayos, de son de tronidos, 
       E supo las causas del mundo velando; 
       Aquel claro padre, aquel dulce fuente, 
           Aquel que en el Cástalo monte resuena, 
       Es D. Enrique, señor de Villena, 
       Onra de España e del siglo presente. 
       !O ínclyto sabio, auctor muy sciente! 
       Otra e aun otra vegada yo lloro 
       Porque Castilla perdió tal tesoro 
       Non conoscido delante la gente. 
           Perdió los tus libros sin ser conoscidos, 
       E como en exequias te fueron ya luego 
       Unos metidos al ávido fuego, 
       E otros sin orden no bien repartidos. 
       ..........................................

A mayor abundamiento, el libro de Astrología que recientemente ha aparecido y en la Biblioteca Nacional se custodia, y que si materialmente no es suyo, a lo menos está compaginado con su doctrina, podría confirmar el crédito de su saber matemático y astronómico, puesto que nada se encuentra en él que no pertenezca a la pura ciencia.

Pero la ciencia falsa y supersticiosa andaba en la Edad Media tan mezclada con la ciencia real y positiva, y era, por otra parte, el espíritu de D. Enrique (como en todos sus libros se manifiesta) tan nimiamente crédulo, tan puerilmente curioso, tan ávido de todo lo extraordinario y sobrenatural, y, por decirlo todo en una palabra, tan indisciplinado y vagabundo, que forzosamente habían de tener en él un adepto fervoroso todas las ciencias ocultas, en cuya estéril indagación consumió gran parte de sus vigilias. Convertirle en un mártir de la libertad científica, cuya desgracia única consistió en adelantarse a su tiempo, es un concepto falso [p. 38] y anacrónico que no puede menos de hacer reír a los que hayan leído, por ejemplo, el Tractado del aojamiento o fascinología. Tales lucubraciones debieron de parecer estrafalarias a sus mismos contemporáneos, entre quienes no faltaban espíritus escépticos y burlones. Él mismo se queja en su revesado estilo del poco caso que se hacía de sus libros: «Pocos fallo que de las mías se paguen obras». Y leído el Aojamiento, no hay modo de negar crédito al severo y juicioso Fernán Pérez de Guzmán, cuando reconociendo la loable aplicación de D. Enrique a otros estudios más racionales, deplora que no se contuviese en los límites de «las ciencias aprobadas y católicas», y se abatiese a raheces interpretaciones de sueños y estornudos y otras curiosidades vanas y sin provecho, que no convenían a un príncipe, y menos a un católico cristiano, por lo cual le tuvieron en poca estimación y reverencia los caballeros de su tiempo.

Puede decirse que la leyenda de D. Enrique mágico empezó a formarse en vida suya, aunque con el transcurso de los tiempos fué desapareciendo o amenguándose la parte cómica que tanto daba en ojos a los contemporáneos, y creciendo el prestigio misterioso y siniestro, acrecentado, sin duda, por el recuerdo de la quema de sus libros. El desarrollo de esta leyenda puede dar asunto a uno de los más curiosos capítulos del folklore peninsular.

Pocos años después de la muerte del Señor de Iniesta, ya comenzaron a apoderarse de su nombre los alquimistas y otros iluminados o embaucadores, y a inventar libros apócrifos con su nombre o que se suponían hallados entre los de su famosa biblioteca. Uno de éstos fué el libro del Tesoro o del Candado, que por otra falsedad todavía mayor se quiso achacar a la gloriosa memoria de Alfonso el Sabio. Pero aun es más curiosa y significativa en este respecto la carta que se supone escrita por los veinte sabios cordobeses a D. Enrique de Villena. En tan estupendo documento [1] se le atribuyen, entre otras facultades maravillosas, la de embermejecer el sol con la piedra heliotropia, adivinar lo porvenir por medio de la chelonites, hacerse invisible con la [p. 39] ayuda de la hierba andrómena, hacer tronar y llover a su guisa con el baxillo de arambre, y congelar en forma esférica el aire, valiéndose para ello de la hierba yelopia. En la respuesta, D. Enrique refiere a sus discípulos un sueño alegórico, en que se le aparece Hermes Trimegisto, maestro universal de las ciencias, montado sobre un pavón, para comunicarle una pluma, una tabla con figuras geométricas, la llave de su encantado palacio, y, finalmente, el arqueta de las cuatro llaves, donde se encerraba el gran misterio alquímico.

A la sombra de estas patrañas simbólicas de los alquimistas, fué cobrando crédito la opinión vulgar que atribuía el saber de D. Enrique a pacto expreso o tácito con el demonio, llegando a penetrar en el siglo XVI en las obras de graves historiadores, tales como el cronista de las tres Órdenes militares Fr. Francisco de Rades y Andrada, quien reconociendo que el de Villena «fué grandísimo letrado en sciencias de humanidad, es a saber: en las artes liberales, astrología, astronomía, geometría, aritmética y otras semejantes», añade que «de la judiciaria y necromancia supo tanto, que se dizen y leen cosas maravillosas que hazía, con tanta admiración de las gentes, que juzgaron tener pacto con el demonio: compuso muchos libros destas sciencias, en las quales, aunque avía muchas cosas de gran ingenio y artificio útiles a la República, avía otras de mal exemplo y sospechosas de que su autor tenía el dicho pacto».

Pero las más fantásticas leyendas relativas a la magia de D. Enrique, no tomaron cuerpo hasta el siglo XVII. Me refiero a la conseja de la sombra perdida, con la cual engañó al diablo, burlándose del pacto que con él tenía hecho (asunto análogo al del lindo cuento de Chamisso, Pedro Schlemihl); y a la de su aprendizaje y enseñanza de las ciencias ocultas en la famosa cueva de San Ciprián de Salamanca, «nefandísimo gimnasio a modo de cripta», del cual todavía dice haber encontrado vestigios el bueno del P. Martín del Río. El teatro y la novela se apoderaron ávidamente de tales invenciones, y desde La Cueva de Salamanca, de Alarcón, Lo que quería ver el Marqués de Villena, de Rojas, y La Visita de los chistes, de Quevedo, hasta La Redoma encantada, de Hartzenbusch, y el ingenioso cuento de Bremón La hierba de fuego, D. Enrique ha sido protagonista obligado de comedias [p. 40] de magia y narraciones fantásticas, y prosigue en su redoma hecho jigote y picadillo, para renacer continuamente y servir de solaz a las futuras generaciones infantiles. Este es un género de inmortalidad literaria tan positivo como otro cualquiera, y probablemente se la debe D. Enrique a Fr. Lope Barrientos. Nadie lee hoy sus libros; pero para pasar por un grande hombre y un nigromante prodigioso, bastóle que un fraile quemase una parte de su biblioteca después de muerto.

De las obras suyas que nos restan, inéditas o impresas y nunca reunidas en colección, muy pocas se refieren a sus estudios favoritos, porque éstas hubieron de ser las que principalmente fueron destruídas. Prescindiendo del Tratado de Astrología, cuya autenticidad no está comprobada ni mucho menos, y que en su redacción actual pertenece indisputablemente a un Andrés Rodríguez que dice haber trabajado sobre manuscritos que D. Enrique envió al obispo D. Alonso de Cartagena, nos queda la extraña carta sobre el aojamiento o mal de ojo, publicada modernamente, aunque en forma harto incorrecta, por una copia de la colección Floranes. En los tratados de Fr. Lope Barrientos, de las especies de adevinanza, del caso et fortuna, del dormir et despertar et del soñar, se puede inducir mucho de lo que pensó y escribió D. Enrique sobre las artes mágicas et non complideras de leer: es más, creemos que dichos libros fueron compaginados a expensas de los suyos, aunque dándoles distinto o más bien opuesto sentido, para que fuesen como refutación tácita de ellos.

No añaden muchos quilates a la fama de D. Enrique, aunque prueben el mucho estudio que había hecho de las Sagradas Escrituras, de sus expositores y de los filósofos moralistas, la explicación de algunos versículos del salmo Quoniam videbo coelos tuos; el Tractado de la lepra y de como está en las vestiduras e paredes, compuesto a ruegos del famoso médico Maestre Alfonso de Cuenca; y la Consolatoria, en extremo retórica, pedantesca y archilatinizada, que dirigió a Juan Fernández de Valera, caballero de su casa, que había perdido la mayor parte de su familia en la peste de Cuenca de 1422.

Más consideración merecen y han obtenido de la crítica Los doze trabajos de Hércules y el Arte Cisoria, únicas obras importantes de D. Enrique que hasta ahora han logrado los honores [p. 41] de la imprenta. Sin ser libros de primer orden, son agradables de leer, especialmente el segundo, que contiene bastantes curiosidades de costumbres de la Edad Media, y es el más antiguo libro de cocina, urbanidad y etiqueta de la mesa que tenemos en nuestra lengua.

Ambas obras, a pesar del aparato didáctico con que el autor las presenta, pertenecen, en rigor, a la literatura recreativa más que a la científica, y Los trabajos de Hércules casi pueden considerarse como una tentativa de novela alegórico-mitológica: construcción curiosa, aunque endeble de un renacimiento poco maduro, con muchos vestigios medioevales. Este libro, uno de los más antiguos de D. Enrique, fué escrito primitivamente por él en lengua catalana a preces e instancia del virtuoso caballero Mosén Pero Pardo, y terminado en Valencia en Abril de 1417: la traducción castellana, único texto que hoy poseemos, hízola el autor mismo en septiembre de aquel año, «en la su villa de Torralva... a suplicación de Johan Ferrández de Valera el mozo, su criado... alongando en algunos pasos et en otros acortando, segunt lo requería la obra... por el trocamiento de las lenguas». Fué pues, D. Enrique, a lo menos en los primeros años de su vida literaria, escritor bilingüe, y, por decirlo así, mediador entre las literaturas de la España Oriental y de la Central; como cumplía a quien llevaba el apellido de la real casa de Aragón y se afanaba de ser descendiente directo del rey D. Jaime II. Esta representación, en que no se ha reparado bastante, a pesar de hechos tan significativos como la presidencia que D. Enrique tuvo del Consistorio de Barcelona y el carácter puramente provenzal de su Poética, es de los rasgos que engrandecen y realzan la fisonomía literaria del de Villena, mostrándole como uno de los más activos precursores de la futura unidad intelectual de la Península, ya preparada desde principios del siglo XV por relaciones de muy varia índole.

Es observación acertada del Sr. Benicio Navarro, discreto biógrafo y panegirista de D. Enrique de Villena, que el estilo en esta primera obra suya es mucho más fácil, suelto y ameno que el de sus libros posteriores, y dista mucho de llegar a los excesos de aquella ridícula y bárbara sintaxis con que más tarde se empeñó en descoyuntar nuestra lengua, por temeraria imitación del hipérbaton latino. La prosa de los Trabajos de Hércules [p. 42] conserva en efecto cierto sabor de siglo XIV, y prescindiendo de la armazón mitológica, en que se ve bien claro el paso a una escuela distinta, no difiere mucho, en cuanto al fondo didáctico y sentencioso, de los libros semimorales, seminovelescos de Raimundo Lulio y de D. Juan Manuel, tales como el Libro de los Estados o el del Caballero et del Escudero. Quería D. Enrique que su libro fuese «espejo actual a los gloriosos caballeros en armada caballería, moviendo el corazón de aquéllos a non dubdar los ásperos fechos de las armas et aprehender grandes et onrados partidos, enderezándose a sostener el bien común, por cuya rrasón caballería fué fallada: e non menos a la cavallería moral dará lumbre e presentará buenas costumbres, por sus señales desfaciendo la texedura de los vicios e dominando la ferocidat de los monstruosos actos, en tanto que la materia presente más es satira que tragica».

En estas últimas palabras puede verse alguna reminiscencia dantesca, así como la parte alegórica de la obra descubre al lector asiduo de la Divina Comedia, y aun de los Triunfos del Petrarca. «Será este tractado en doze capítulos partido, e puesto en cada uno dellos un trabajo de los del dicho Ércoles, por la manera que los ystoriales e poetas los han puesto; e después la exposición alegórica, e luego la verdat de aquella ystoria, según realmente contesció, e dende seguirse ha la aplicación moral a los estados del mundo, e por enxemplo al uno de aquellos trabajos.»

Siguiendo este plan, la destrucción de los Centauros simboliza la de los criminosos y malfechores, y da espejo e lumbre al estado de los príncipes; el león de Nemea representa la soberbia «enemiga de todas virtudes e buenas costumbres», y la maza con que Hércules le doma es la potestad eclesiástica de los prelados, más piadosa que el «cuchillo de justicia temporal». Las arpías de Fineo son la codicia, raíz de todos los males y peste del noble estado de los caballeros: las manzanas de oro simbolizan el don de la ciencia, en cuya persecución deben afanarse especialmente los religiosos: el Cancerbero vencido es símbolo del don de la paz, tan duro y trabajoso de conseguir, pero tan apetecible al buen ciudadano. El castigo del feroz Diomedes da enseñanza a los tratantes y mercaderes para que se guarden de ilícitas ganancias. La hidra de Lerna es ejemplo para los labradores, la historia de [p. 43] Archeloo para los menestrales: Anteo, hijo de la Tierra, es personificación de la brutalidad y de la ignorancia; el jabalí de Calidonia, de la sensualidad grosera, y, finalmente, el gran trabajo de sostener el cielo sobre los hombros, ¿qué otra cosa puede ser sino la práctica de las virtudes, que requieren hombros robustos para remontarse al cielo?

Algunas de las alegorías son, como se ve, ingeniosas, pero las más están traídas por los cabellos. El conjunto agrada, sin embargo, y puede compararse con una vieja colección de tapices en que estuviesen representados y moralizados los trabajos de Hércules. Fué de todas las obras de D. Enrique la que más veces se copió, y la primera que mereció los honores de la impresión a fines del mismo siglo XV. [1] Es fácil disfrutarla en la reproducción fotolitográfica que de ella ha hecho D. José Sancho Rayón.

Mucho más ameno, y más útil para la historia de las costumbres en la Edad Media, es el Tractado del arte de cortar del cuchillo, que ordenó D. Enrique a preces de Sancho de Jarava, y que ordinariamente se conoce con el título de Arte Cisoria. Dos códices, por lo menos, existen de él: uno, falto de una hoja, en la biblioteca de El Escorial, y otro, completo y no menos antiguo y estimable, en la mía particular. Dos son también las ediciones, ajustadas ambas, aunque no con la misma exactitud y rigor, al códice escurialense: la de 1766, publicada por la Real Biblioteca de San Lorenzo, y la muy esmerada y curiosísimamente ilustrada de D. Felipe Benicio Navarro, en Barcelona, 1879, una de las más lindas publicaciones de bibliófilo que en estos últimos años se han hecho.

Quien emprenda formalmente el estudio de la vida familiar y cortesana de los tiempos medios, no puede prescindir de éste y otros libros análogos. La historia no está solamente en las crónicas; y precisamente lo que las crónicas dejan en olvido, por ser notorio a los contemporáneos, es lo que para nosotros puede dar más sabor de realidad al relato histórico, contemplándole y realzándole con su propio y adecuado colorido. La fisonomía de una época no resulta solamente de los textos históricos: más viva está en los literarios y en los que pudiéramos decir técnicos. [p. 44] Más que con abstracciones y vaguedades de historia filosófica, se penetra el modo de vivir de nuestros padres en los siglos XIV y XV leyendo los cantares del Arcipreste de Hita, los libros de venación y cetrería, el de los dados, juegos et tablas, el Arte Cisoria, el Menor daño de la Medicina, de Chirino, el Corbacho, del Arcipreste de Talavera, y otros tales, cada uno de los cuales nos revela un aspecto de la vida con exactitud pasmosa. El gran cuadro social resultaría de la combinación de todos ellos; pero hasta ahora nadie le ha intentado, ni es fácil ejecutarlo, porque con ser tantos los testimonios, no bastan, ni con mucho, para disipar todas las oscuridades.

Aunque el libro de D. Enrique sea principalmente un tratado del arte de cortar o trinchar en las mesas de los reyes y grandes señores, viene a resultar, por natural conexión de los asuntos, un verdadero arte de cocina, el más antiguo que tenemos, anterior en más de medio siglo al famoso Libro de guisados, de Ruperto de Nola. Comienza D. Enrique por declarar «las condiciones e costumbres que pertenescen al cortador de cuchillo», exigiéndole «barba raída, uñas mondadas a menudo e bien lavado rostro e manos», encomendándole mucho que se guarde «de traer botas, mayormente nuevas, aforradura que huele mal al adobo», y que no se olvide de llevar «guarnidas sus manos de sortijas que tengan piedras o engastaduras valientes contra ponzoña e ayre infecto, asy como rubí, e diamante, e girgonza, e esmeralda, e coral, e olicornio, e serpentina, e besuhar, e pirofiles: la que se fase del corazón del ome muerto con veneno..., e siquier endurecida o lapidificada en fuego reverberante». No olvida, por de contado, las lúas o guantes de buen olor, que no han de ser de raposo ni de gato, sino «de cuero de gamo, ya traydas, e de paño de escarlata, fechas de aguja». Particularmente insiste en la limpieza y pulcritud de la boca y del aliento, para lo cual han de usarse «lignáloe y almástiga, corteses de cidra, fojas de limón e flores de romero», mondando y fregando los dientes «con coral molido, alum, clavos, canela y otras especias, revueltas y condidas con miel espumada».

Con la misma exquisita pulcritud y atildamiento enumera y describe «las diversas fechuras de los cuchillos» y demás instrumentos necesarios al cortador, tales como las brocas o tenedores, [p. 45] los pereros y los punganes», encomendando mucho que todos ellos se custodien en una arqueta con cerradura, «poniendo en el arca buenos olores, así como madera de savina, e de ciprés, e rama de romero..., porque toma dél buen olor e suave».

«En tanto que esto se fase, la vianda llega» (prosigue D. En rique). Y aquí comienza un monstruoso catálogo de «aves, animalias de cuatro pies, pescados, frutas y yerbas, que se comen por mantenimiento e plaser de sus sabores», sin pasar en silencio otras muchas y muy inauditas, que «se comen por melesina, así como la carne del ome para las quebraduras...., la carne del tasugo viejo por quitar el espanto e temor del corazón, la carne de milano por quitar la sarna, la carne de la abubilla para agusar el entendimiento, la carne del caballo para faser ome esforzado, la carne del león para ser el ome temido».

Allende de estas cosas simples hay «otras compuestas, ansí como empanadas, pasteles, quesos, albóndigas rellenas, el vientre del puerco adobado, la cabeza de puerco, tripas rellenas, morsillas, longanisas, sopas doradas, fojaldres, panes de figos e otras muchas que se cuentan en el arte del cosinar. Demás desto, turrones mielgados, obleas, letuarios, e tales cosas que la curiosidat de los príncipes et engenio de los epicurios falló e introduxo en uso de las gentes».

Conducidos por D. Enrique, penetramos en este nuevo banquete de Trimalchión, aprendiendo peregrinas cosas sobre el modo de presentar el pavón en las mesas regias: «la cola puesta en rueda, con mantellina al cuello, de paño de oro de tercenel, en el que las armas del rey son pintadas»; sobre el tajo del obispillo de las aves grandes; sobre la preparación de las perdices, en que con extraordinaria fruición se dilata; sobre los enciclopédicos manjares que llevaban los nombres de mirrauste, capirotada, pipotea, cabeza de turco, figuras e maldades; y aun sobre refinamientos tan sibaríticos y tan fantásticos como «el sacar el tuétano de carnero y el tostar y socarrar la espina de trucha gruesa, de suerte que, quitadas «con el gañivete pequeño las espinas quemadas, quede patente la médula o nervio que pasa los ñudos, el qual es de comer sabroso». Con tales noticias no queda muy bien parada la decantada sobriedad de nuestros antepasados, pues no hemos de creer que D. Enrique, hombre pobre y estudioso, aunque [p. 46] de aficiones un tanto sensuales, fuese una excepción en su tiempo, un nuevo Vitelio o un nuevo Apicio, sino que, por el contrario, debían de abundar en la corte de D. Juan II los aficionados como él a las turmas de carnero y aun a las de tierra, que ahora comúnmente llamamos trufas.

Se ha dicho que D. Enrique de Villena, considerado como escritor, no tiene ninguna cualidad relevante, y carece enteramente de color y de nervio. Verdad será, tratándose de otros libros; pero no de éste del Arte Cisoria, en que, salvo el afán de latinizar, hay páginas descriptivas que, por el primor y riqueza de los detalles, honran grandemente la lengua castellana del siglo XV. D. Enrique, que en otras materias es un compilador indigesto y farragoso, resultó escritor ameno y pintoresco tratando de cocina: trahit sua quemque voluptas. Y por Fernán Pérez de Guzmán sabemos que D. Enrique comió mucho. Hasta la cómica gravedad con que expone su doctrina, como si se tratase de la ciencia más ardua e importante, hace deleitable y sabrosa la lectura de tan peregrino libro.

El servicio más positivo que el de Villena parece haber prestado a la cultura nacional, en medio de tantas lucubraciones; absurdas o frívolas (aunque para nuestra curiosidad de hoy sean inestimables) fué traducir por primera vez al castellano el poema de Virgilio y el de Dante. La traducción de la Eneida, que tiene probablemente el gran mérito de ser la más antigua en ninguna lengua vulgar (puesto que antes sólo existían compendios, y D. Enrique se refiere a uno catalán y a otro italiano, que será, sin duda, el titulado Fatti d' Enea) ha llegado a nosotros íntegra, si bien dividida en tres distintos códices, de Madrid, de Sevilla y de París. Fué comenzada, según declaración del autor, en 28 de septiembre de 1427, y terminada un año y doce días después, en 10 de octubre de 1428; celeridad ciertamente inaudita, y que raya en lo maravilloso si damos crédito a todo lo que de sí propio nos refiere el traductor en la glosa 22: «mayormente mezclándose en ella muchos destorbos, assí de caminos como de otras ocupaciones en que le complía de entender... que durante este tiempo fiso la traslación de la Comedia de Dante, a preces de Íñigo López de Mendoza, e la Rhetórica de Tulio [p. 47] nueva [1] para algunos que en vulgar la querían aprender; e otras obras menores de epístolas e arengas e proposiciones e principios en la lengua Latina, de que fué rogado por diversas personas, tomando esto por solás, en compensación del trabajo que en la Eneyda pasaba, e por abtificar el entendimiento, e disponer el principal trabajo de la dicha Eneyda».

Esta traducción fué emprendida a ruegos del Rey de Navarra, entonces, y después de Aragón, D. Juan II, que «fasiéndose leer la Comedia de Dante, reparó en que alababa mucho a Virgilio, confesando que de la Eneyda avía tomado la doctrina para ella, e fiso buscar la dicha Eneyda, si la fallaría en romance, porque él non era bien instruido en la lengua latina... e fué movido el dicho rey de Navarra a enviar desir por su carta afincadamente a D. Enrique, que trasladase la Eneyda».

Prueba esta versión, aun hecha con tanto atropellamiento, que D. Enrique, para su tiempo, sabía bastante latín, aunque distase harto de ser humanista de profesión, como ya los había en Italia, y muy pronto iba a haberlos en España. Tradujo a libro abierto y sin pararse en barras, valiéndose del primer códice que halló a mano, y que seguramente no era muy bueno, pero por eso mismo es de maravillar que no sean todavía más frecuentes y más groseros sus errores. Lo insufrible en esta versión es el estilo, la hueca e hinchada prosa poética, llena de transposiciones extravagantes y descoyuntaduras de dicción, con que D. Enrique pretende remedar la pompa sonora del metro laino. Recuerda exactamente el apólogo de la rana ahuecando los carrillos para remedar al buey. Para que el estilo resulte todavía más abigarrado y pedantesco, tuvo el traductor la infeliz idea de intercalar en el texto mismo una porción de paréntesis y aclaraciones que le parecieron necesarias, y que le hacen caer a cada momento de los zancos en que temerariamente se había subido. Son las que él llama «expresiones subintellectas, siquier imprícitas o escuro-puestas, segund claramente verá el que ambas las lenguas latinas e vulgar supiere e oviere el original con esta [p. 48] treslación comparado. Esto fise porque sea más tractable e meior entendido e con menos estudio e trabajo».

Pero D. Enrique no daba grande importancia al trabajo de su traducción, con ser éste tan útil y loable. De lo que estaba satisfecho y enamorado, era de las pedantescas y enciclopédicas glosas con que la había abrumado, y que, aunque sean de todo punto inútiles para la inteligencia del texto virgiliano, son de gran importancia para el conocimiento de las ideas y educación científica de D. Enrique, de su erudición caudalosa y varia, sin duda, pero tan confusa, tan destartalada, tan desprovista de espíritu crítico y aun de buen seso.

A pesar de lo mucho que D. Enrique encarece a los futuros copistas de su Eneida que por ningún caso dejen de trasladar las glosas, y que rechacen como una mala tentación el prescindir de ellas, o los copistas no le obedecieron, o el mismo D. Enrique (y esto es más creíble) se cansó de glosar y de amontonar fárrago, puesto que las glosas conocidas recaen únicamente sobre los tres primeros libros. Todas, o alguna parte de ellas, se copiaron aparte y sin el texto, considerándolas, sin duda, como un centón o silva de diversas cuestiones, y así están en un códice del cabildo de Toledo y en otro que yo poseo.

De la traducción de la Divina Comedia nada sabemos fuera de la noticia que el mismo D. Enrique da en la ya transcrita glosa de la Eneida. En cuanto a la traducción anónima del primer canto del Infierno, contenida en un códice escurialense, acompañada de una larga glosa y de algunas observaciones muy curiosas sobre la escritura y pronunciación de la lengua italiana, nos inclinamos a creer, con el Sr. Amador de los Ríos, que ni por el estilo, que no es el bien conocido y característico de D. Enrique en su segunda manera; ni por la índole del trabajo, que parece de un pedagogo o maestro de lengua italiana; ni por la ausencia de todo proemio o dedicatoria a D. Íñigo López de Mendoza, a preces del cual se hizo la traducción del de Villena, según él propio declara; ni, finalmente, por la circunstancia de no pasar del primer canto, desistiendo el traductor formalmente de su empresa al terminarle, puede identificarse con la versión de D. Enrique, que hubo de ser completa, tuviese glosas o no. Ni parece nada inverosímil que de libro tan famoso y divulgado [p. 49] como el de Dante, que era por entonces en España una especie de breviario poético, se hiciesen simultáneamente varias traducciones, como lo prueba la catalana de Andreu Febrer, que es precisamente de este mismo año de 1428.

D. Enrique de Villena hizo versos, sin duda, pero no creemos que fuese muy fecundo ni muy aplaudido poeta. De otro modo, ¿cómo se explicaría el raro fenómeno de habernos quedado de él tantas y tan diversas obras en prosa, y no conservarse un sólo verso suyo en los innumerables cancioneros del siglo XV, que no ya a tanta medianía, sino a tanto poetastro y coplero insulso dieron franca hospitalidad? Porque recurrir aquí al expediente de la quema de los libros, me parece absurdo. Ni D. Juan II, trovador él mismo y grandísimo protector de la gaya ciencia, ni hombre tan culto como Fr. Lope Barrientos hubieran entregado a las llamas obras inofensivas y puramente poéticas, que eran las que más se apreciaban en aquella época. Lo más verosímil es que D. Enrique de Villena no hizo versos más que en su juventud, y éstos quizá en catalán más bien que en castellano, y luego abandonó definitivamente la poesía para dedicarse a otras erudiciones. Sólo así se explica su total ausencia del pobladísimo parnaso de los Cancioneros.

En cuanto a las dos coplas de las Fazañas de Ércoles, insertas en la Biblioteca que de sus propias obras formó D. José Pellicer de Salas y Tobar, basta leerlas para ver en ellas la mano de un falsario del siglo XVII, probablemente del mismo Pellicer, bien abonado para este género de fazañas.

Pero si no hay versos de D. Enrique, tenemos a lo menos los curiosísimos fragmentos de la Poética o Arte de Trovar, que dirigió a D. Íñigo López de Mendoza en 1433, salvados por Mayans en sus Orígenes de la lengua española. La pérdida del libro entero será para siempre lamentable. Al parecer, todavía existía en el siglo XVII, y le poseyó el gran D. Francisco de Quevedo, que se refiere a él en su prólogo a las Poesías de Fr. Luis de León. Las reliquias que hoy tenemos no bastan para adivinar el plan y contenido del tratado, pero sí para determinar su genuino carácter de imitación de las poéticas provenzales y catalanas, que comienzan en Ramón Vidal de Besalú, y de las cuales hace D. Enrique una especie de enumeración no exenta de [p. 50] errores cronológicos. [1] Considerado como preceptista, D. Enrique es un eco del Consistorio de Tolosa. Lo más interesante que esos fragmentos contienen, es el trozo histórico ya citado, en que se describe el aparato de las justas poéticas de Barcelona, y ciertas curiosísimas observaciones sobre la pronunciación y escritura de las letras, importantes por los fenómenos fonéticos de que nos dan testimonio, y doblemente venerables por ser, sin duda, el primer ensayo de una prosodia y de una ortografía castellanas. Allí aprendemos, verbigracia, que la ç se pronunciaba con los dientes apretados sisilando; que la c, puesta entre vocales se consideraba como de agro son, y que por templarla la sustituían con una t, pronunciándola como c con muelle son; que la h se aspiraba fuertemente (facía aspiración abundosa) en la oquedad del paladar, pero era muda en los nombres propios cuando la precedía una c; que la x en principio de dicción «retraía el son de s, pero le facía más lleno»; y otras curiosidades por el mismo orden, aunque desgraciadamente no nos dan toda la luz que quisiéramos, por lo incompleto de estos fragmentos y por las libertades que seguramente se permitió Mayans al imprimirlos. Así y todo, cada letra de este pequeño retazo merece ser pesada y considerada atentamente.

[p. 31]. [1] . Sabemos que pronto verá la luz pública un extenso estudio biográfico y crítico de don Enrique, debido a la docta pluma del joven y erudito investigador don Emilio Cotarelo.
[p. 34]. [1] . En el texto de la Crónica de Alvar García de Santa María, copiado por Ustarroz en sus adiciones a las Coronaciones de Blancas, no se dice que fuera don Enrique el autor de esta representación, como se viene repitiendo por todos sobre la fe de don Blas Nasarre, que quizá encontraría la noticia en alguna otra copia de la misma Crónica. Lo que allí se da a entender es que la representación estaba en catalán, y que el mismo cronista Alvar García la tornó en palabras castellanas.
[p. 38]. [1] . Publicado por don José Ramón de Luanco en su libro sobre La Alquimia en España.
[p. 43]. [1] . La primera es de 1483, Zamora, por Antón de Centenera.
[p. 47]. [1] . Así se llamaba en la Edad Media la Retórica a Herennio (tenida hoy por obra anterior a Cicerón, y probablemente de Cornificio) para distinguirla de los dos libros De Inventione, que llamaban la Retórica Vieja.
[p. 50]. [1] . Los autores que cita, además de Ramón Vidal, son: Jofre de Foxá, Berenguer de Troya, Guillermo Vedel de Mallorca y Fr. Ramón Cornet.

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Fuente Autor:
Menéndez y Pelayo, Marcelino, 1856-1912. Antología de poetas líricos castellanos. 

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