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CARLOS BARELLA IRIARTE [11.981]

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Carlos Barella Iriarte

Carlos Barella Iriarte (Santiago de Chile, 1892-1966). Poeta y dramaturgo.



LOS VIEJOS 

Cuando se quedan solos, ¿qué pensarán los viejos? 
Los pobres viejecitos que vienen de tan lejos 
por los caminos llenos de abandono y tristeza. 
¡Qué encorvados los hombros! ¡qué blanca la cabeza! 
Vienen tristes, sombríos; los engañó el destino, 
los asaltó la angustia; ah! qué largo el camino, 
qué camino máslargo, y tener que seguir 
rendidos de cansancio, enfermos de sufrir. 
Andando por las sendas con paso lento y tardo, 
los hombros agobiados por el pesado fardo 
de los años, parecen decir con la mirada 
el frío del sendero y el mal de la jornada. 
Los pobres viejecitos con qué tristeza miran .... 
Miran como a través de lágrimas, suspiran 
y con las manos juntas y los ojos clavados, 
acaso en un recuerdo que torna en indecisas 
vaguedades de ensueño, se quedan extasiados, 
y por sus labios pasan llorando las sonrisas. 
Los ojos de los viejos! Apagados de olvido, 
sueñan con las miradas de algún muerto querido. 
Ojos que las pasadas alegrías añoran 
y se tornan risueños, pobres ojos que lloran 
cuando pasa entre calles desvalidas de flores, 
como una virgen blanca, como una sombra incierta, 
aquella a quien amaran con todos los amores, 
la pobre niña débil, la dulce novia muerta. 
Y acaso más lejanos, más tristes todavía, 
como dulcificados por la melancolía 
y la muerte y el tiempo, los grandes ojos buenos, 
los ojos de la madre, esfumados, serenos, 
que sugiriendo ensueños retornan a mirar 
las cosas de la vida como para alumbrar 
al hijo que está viejo, al viejo sin cariño, 
que vive entre la sombra, que muere como un niño. 
Los ojos de los viejos llenos de evocaciones 
acopian los arcanos de infinitas visiones; 
cansados de la vida se van cerrando a ella 
con una dulcedumbre de crepúsculo y flor 
para abrirse, dormidos, entre lampos de estrella 
a las contemplaciones del azul interior, 
en donde se destacan lejanos e indecisos 
bajo una luna de oro radiantes paraísos. 

Los pobres viejecitos que todo lo han sufrido 
a un golpe de la suerte gimiendo habrán caído, 
y solos, con la horrenda soledad del fracaso, 
dolientemente solos, sin tener un regazo 
donde hundirse a llorar en las horas fatales; 
sin tener unos senos, piadosos cabezales 
para la frente triste que acongojó la suerte, 
cuántas veces soñaron en la noche callada, 
cuántas veces soñaron llorando con la muerte, 
la gran consoladora, la pálida enlutada! 
Y así, almas cansadas de la existencia, en guerra 
con el dolor, siguieron su paso por la tierra 
cayendo un día, al otro levantando, perdidos 
en medio del camino, fatalmente impelidos, 
por las huracanadas ráfagas de la suerte, 
por senderos de angustia al valle de la muerte, 
como si los guiara un misterioso sino. 
Almas desengañadas, fueron en el camino: 
oración, las humildes; las tristes, desencanto, 
blasfemias, las rebeldes, y las débiles, llanto.. 
Como son viejecitos tienen la certidumbre 
de que han de morir pronto; sienten la pesadumbre 
de la vejez; por eso se llenan de una extraña 
melancolía, advierten que un resplandor los baña 
cuando cierran los ojos. La hora se aproxima 
y pronto han de ascender a la invisible cima; 
pero sufren; sollozan. Bien saben que no es buena 
la vida, sin embargo ¡dejarla! da una pena .... 
No ver ni el sol ni el campo, abandonarlo todo, 
dejar todos los seres que se quieren, las cosas 
familiares ¡morirse! perderse en el recodo 
último de la vida, trasponer las borrosas 
riberas de la muerte, y ser entre la bruma 
un sueño que termina y un alma que se esfuma!

El crepúsculo borda bellas ráfagas de oro. 
Se colora de lilas el brumoso horizonte 
y la tarde se alhaja con el regio tesoro 
de un desbande de estrellas; en el llano y el monte, 
en el bosque y el prado, la emoción se silencia; 
hace el sauce dormido una gran reverencia 
y se plagia en la limpia soledad del bancal, 
donde cantan las ranas a la tarde estival. 
¡Oh, qué paz más intensa! A esta hora los viejos, 
a esta hora en que todo se entristece y se apaga, 
y la iglesia y los montes se van viendo más lejos, 
a esta hora tan honda, tan sugestiva y vaga .... 
¿qué pensarán los viejos? 

Sentados a la puerta
de la casa sencilla o andando lentamente 
por el jardín florido o la florida huerta; 
los ojos muy cansados, muy pálida la frente, 
los viejecitos piensan. La tarde silenciosa 
se recoge, dormida de claridades muere 
con un rumor de hojas que sabe a miserere .... 
Melancólicamente una esquila solloza 
y por las soledades de los senderos-rosa 
que tranquilos se duermen, el Ángelus se aleja,

y pasa por los valles lo mismo que una queja. 
Y vuelven los gañanes y balan los corderos; 
se van desdibujando los campos y senderos, 
y ya es de noche; lejos, entre la fronda brilla 
en una casa pobre una lumbre amarilla. 

Los viejos, ¿han llorado? ¿han dormido? ¡quién sabe! 
Se quedaron solitos meditando. "Qué suave 
la voz del abuelito" -canta la voz de un niño; 
"Papá, ¿por qué estás triste?" preguntan con cariño; 
y ellos nada responden, se quedan silenciosos, 
en la lámpara fijan sús ojos dolorosos, 
y en un éxtasis vago permanecen perplejos, 
con el alma dormida y los ojos muy lejos. 
¿Qué pensarán los viejos, qué pensarán los viejos 
cuando se quedan solos?. . . . 

Viejecitos del alma, 
yo no vengo a turbar torpemente la calma 
de vosotros ¡tesoro de excelsitud! yo llego 
y traigo a flor de labio un cantar que es un ruego; 
yo traigo hasta el silencio de vuestras soledades, 
mi cantar que resume todas las humildades, 
y todas las dulzuras; poeta, antes que nada, 
tengo el alma de sol y de amor hechizada, 
y porque os amo mucho, hasta vosotros vengo 
a daros este poco de ilusión que mantengo 
viva en mí. Si mañana, otros soles me doran 
el alma, si no puedo llorar con los que lloran, 
mis versos os dirán que no os pongo en olvido. 
Por eso hoy por vosotros piadosamente pido, 
por vosotros los buenos, los tristes:

"Padre Nuestro
libra de la amargura, de todo mal siniestro 
a los viejos que tanto han luchado y sufrido, 
y guíalos, Señor, por un sendero ungido 
de rosas, un sendero que los lleve de aquí 
en alas de un ensueño de dulzura y de amor, 
sendas de paz y gloria y de perdón, Señor. 
Que bien caigan tus iras sobre los pecadores ....
pero ellos que no pecan! que son los resplandores 
últimos que se extinguen, las almas que a ti llevan 
su tesoro de amor ¡todo lo que les diste! 
Pero ellos que no sufran. Verlos sufrir ¡qué triste! 
Pero ellos que no sufran ¡ellos que hacen el bien 
con mirar solamente! ¡que no tengan dolores! 
¡Sálvelos tu grandeza y tu bondad! Amén." 

Traed flores, más flores, traed flores, doncellas, 
despojad los rosales de las rosas más bellas,
y traedlas, traedlas en silencio ¡Murieron! 
¡Ya descansan los viejos! .... ¡Ah! ¡qué pena! se fueron 
en el mes de la lluvia, de la niebla y el frío, 
en el mes de la lluvia, en un día sombrío 
entre nubes borrosas y gemidos del viento, 
¡en el mes de la lluvia! En la iglesia cercana 
sollozó todo el día, sollozó la campana. 
¡Y era un día de lluvia! .... Traed flores, doncellas, 
despojad los rosales de las rosas más bellas. 

iOh, dolor de la vida! .... ¡oh, dolor de la vida! 
Tan larga la jornada, tan triste la partida. 
Desde niños sufriendo, hasta viejos llorando, 
¡solos por los senderos de la mala fortuna! 
siempre buscando algo y siempre sollozando..  
¡Y pensar en los niños que duermen en la cuna! .... 
Larvas de la tristeza en capullos de armiño, 
irán envejeciendo, ¡oh, almitas de niño! 
Todos sois de la angustia y en un tumulto santo, 
todos vais a la vida bautizados con llanto. 
¡Oh, Tristeza, son tuyos, son tuyos los que yacen 
durmiendo para siempre, tuyos los que vinieren 
a la Vida!

Lloremos por los niños que nacen,
oremos por el alma de los viejos que mueren.... 






Amanecer
Autor: Carlos Barella Iriarte
Santiago de Chile: Prensa Latinoamericana, 1958

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1960-06-24. AUTOR: ANÓNIMO
Desde los tiempos en que la voz de Juvencio Valle irrumpió en la poesía chilena trayendo frescos perfumes de la arboleda, nada tan vecino a la naturaleza como este libro de Carlos Iriarte (Prensa Latinoamericana, S. A.). Es verdad que el autor carece generalmente de la forma, y que alinea versos sin ninguno de los encantos habituales del arte de versificar; pero ello no obstaculiza totalmente nuestra comunión con la entraña de su poesía. “Este amor de montañas que yo tengo, este amor de cosas naturales”, es la confesión que sirve de llave maestra para penetrar en el paisaje que el poeta va a glosar. Alguna vez el tono es ligeramente exaltado, como en “Transfiguración”:



“Montaña, corazón metálico,
puño de la tierra, roca ardiente,
cumbre enrarecida que desciende,
hecha canto de plata,
hasta la verde y dilatada planta”.




Pero lo más habitual en Iriarte será el tono menor, el rasgo fino del paisaje, y en seguida, en otra porción de su libro, el canto al amor y a las cosas de la intimidad conyugal, como “Ven a bailar conmigo”, que tiene ciertamente ritmo de danza, que acepta algunos intentos de rima asonante y que es, en fin, una excelente aproximación a la gran poesía que del autor podemos esperar. Otra forma de ella asoma, también, en “Los poetas”, donde Iriarte señala cuán ajeno a los verdaderos sentimientos del hombre es el juego de “los poetas de la muerte / vestidos de sepultureros”, entretenidos en cosas triviales, como aquella “luna de hojalata” que es, dentro del conjunto, un buen hallazgo.

Todo esto está, sin embargo, más balbuceado que dicho, y le hace falta el concurso del arte para elevarse del nivel informe en que yace hasta la plenitud de la obra lograda. Son, en suma, los materiales de que habrá de hacer uso el poeta cuando, olvidando la facilidad del menester poético del día, opte por la dura senda en la cual conquistaron títulos para la inmortalidad Lamartine y Vigny.



Campanas silenciosas
Autor: Carlos Barella Iriarte
Valparaíso, Chile: Impr. Faura, 1913

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1914-03-02. AUTOR: OMER EMETH

Este libro es un campanario o si se prefiere, un “carillón”, y puesto que, según reza el título, están “silenciosas” sus campanas, conviene que nosotros los lectores las toquemos. Así moviendo sus “lenguas de bronce” conoceremos el metal de su voz.

Seamos, pues, campaneros. ¿Qué dicen estas campanas?

No son tan habladoras como los “carillones” de “Bruges-la Morte”: solo dos notas oye quien las tañe: una dice Amor y la otra, dolor. Bien pudo el autor inscribir en la portada de su libro, a modo de epígrafe, el título latino que Barrés diera a su “Mort de Venise”: “Amori et Dolori Sacrum”.

El señor Barella es, por propia confesión:




“Trovador sombrío
que canta sus males
y arrastra su hastío
por los arrebules”.



En “una dulce balada” intitulada “Versos para la buena madrecita” dice:



“He vivido tanto
mi vida interior
que tristeza y llanto volviese mi amor
las contemplaciones
dieron a mis versos
dejos de oraciones,
mis sueños dispersos,
mis penas calladas,
mi atormentamiento:
flores deshojadas
que arrastra el viento
me dejaron triste,
madrecita mía;
tú que comprendiste
mi melancolía
besa con cariño
la frente serena
de tu pobre niño
que canta con pena
la dulce balada
de un atardecer
en la desolada
tarde de su ser”.




He ahí la nota “dolor”, que es la más armoniosa del libro, y la que, en mi opinión, “domina” en este carillón desoladamente triste.

No conozco al autor y solo por lo que dice en uno de sus versos, sé que su edad bordea los veinte años.

¿No es curioso (y penoso a la vez) oírle declarar que “ha vivido tanto”?

Puede ser, al fin y al cabo, que en tan precoz hastío no se refleje más realidad que la soñada por el poeta, pero, en el mejor de los casos, semejante tristeza (a los veinte años) de mal agüero.

Sabemos (y William James lo ha demostrado) que los sentimientos soñados tienden a realizarse y que el pensar artificial no tarda en volverse habitual y real. Y así acaso […], llenos de vida y talento, presencian antes de tiempo la “desolada tarde de su ser”…

Por suerte la cuenta que hice de estas campanas salió errada.

Hay una tercera, pequeñita pero de plateada y penetrante voz, que dice: Vida humilde.


“Nada pomposo persigo
Ni fortuna, ni esplendor:
Para mi cuerpo un abrigo.
para mi alma un amor.

Una casita serena,”
un jardín con muchas flores
y una mujer noble y buena
que comprenda mis dolores…

En las noches junto a ella
bajo el blancor de la luna
soñar, soñar con la bella
poesía de una cuna

Vivir así pobremente
sin gloria, sin ilusión;
pero serena la frente
pero alegre el corazón…

Vivir sin ansia, sin prisa,
para hacer la vida buena,
tener siempre una sonrisa
para el dolor y la pena…”




Prefiero esta campana a cuantas puedan figurar en el campanario. Es más “natural” y humana que sus compañeras, su voz es la de la naturaleza que quiere vivir, y del hombre sano de cuerpo y alma que busca la felicidad.

En suma, para mí esta campana auque demasiado “silenciosa”, (pues solo habla una vez), es la que más poético recuerdo dejará en mi memoria.

Por las dos baladas del fin y por el “Homenaje” a la memoria de Emma Bobillier, daría yo el resto del libro, aún sacrificando algunos versos de buen metal que a trechos ha encontrado.



Por el camino más triste
Autor: Carlos Barella Iriarte
Valparaíso, Chile: Impr. Lillo, 1919

CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1919-12-16. AUTOR: ANÓNIMO

Si hay entre los poetas jóvenes de nuestra patria uno que haya obtenido un triunfo definitivo, que haya encontrado en todos los corazones la fraternal acogida de la más absoluta comprensión, este ha sido sin duda Carlos Barella, cuando hace años dio a la estampa de su libro “Campanas Silenciosas”.

Y a fe que nada era más justificado que ese emocionado coro de loores. Pocos poetas pueden mostrar como Barella en cada uno de los estudios que a su obra se refieren, sobre las doctas apreciaciones del crítico, las fraternales palabras del hombre conmovido. Porque al hablar de los versos de este poeta olvidamos la literatura, el análisis, la técnica para solo enternecernos acordes con su música melancólica.

“Campanas Silenciosas” es un canto a la sordina muy dulce, muy dulce y muy triste. Podrá haber ahí rimas triviales, estrofas ingenuas, ¡pero tiene todo tal acento de sinceridad, de ternura, de emoción verdadera!

Y desde entonces, desde 1913, el poeta callaba; apenas si de tarde en tarde “Sucesos” traía algo suyo que conservaba siempre el mismo sello de dolorosa sinceridad. Recuerdo una “Balada”:



“¡Cantar! La vida es grave,
la poesía es una fuente fatal.
Hablamos del mañana y decimos ¡Quién sabe!
Y se piensa en el lecho blanco de un hospital…”



Los literatos seguramente sonreían… ¿Barella? No dará más… se ha estancado… Las mismas frases estúpidas de siempre, huecas, hinchadas, para juzgar al que no grita, al que no se proclama genio o por lo menos “gran poeta”, y no endilga a diario, en cualquier revistilla de tres al cuarto, sus atormentadas, sus vulgarotas filosofías.

Y he aquí que sin bombo, sin reclame, nos da ahora Barella “Por el camino más triste”:



“Por ser así como soy,
virgen, mira como voy,
con mi angustia indefinible,
paso a paso, paso a paso,
bajo el temblor del ocaso,
por el camino más triste…”



¿Lo veis? Es el mismo, el mismo que antaño decía:



“No tener una amada
melancólica y buena
que comprenda la pena
de mi alma angustiada
no tener una amada!”



El mismo… Ahora ha vivido mucho, ha tenido muchas amadas, unas se han muerto, otras se han ido y alguna sigue con el poeta por el camino más triste. Y él dice todo esto. Es un corazón que no tiene a menos cantar a las muchachitas que ha querido y a los rincones donde ha soñado, y así es más poeta y es capaz de escribir el “Elogio sentimental a la mujer”:



“Yo las amo en la vida como ellas son. Las quiero
con la desencantada tristeza de que un día
sin decirnos adiós cambiaran de sendero
llevándose en los labios nuestra pobre alegría”.



¡Es un sentimental, un romántico! No el último porque siempre los habrá. ¿No os acordáis que el maestro lo dijo? “¿Quién “que es” no es romántico?” Y aunque algunos tengan la poesía romántica por poesía inferior, nosotros sabemos que es la poesía inmortal.

Carlos Barella hablará así, dulcemente, sentimentalmente porque es todo corazón:



“Tristeza, tristeza,
te encontré en el alma
de una mujer bella
toda mi alegría
se marchó con ella”.




Así, sencillamente, sin rimas doradas, sin adjetivaciones sonoras, como hablan los grandes poetas.

Y siguiendo por el camino nos hallamos con los “Motivos de tristeza”, con “Los viejos”, con “In Memoriam”, con tantas otras poesías bellísimas hasta “El poema de las tres mujeres”, hondo, definitivo. Son las tres mujeres que con mayor fuerza que las muchas otras amadas “sobreviven al tiempo, a la tristeza, al tedio, a la distancia”. Una fue la “iniciadora”, la otra “la mártir romántica y suicida” a quien el poeta dedica esta magnífica estrofa:



“Suicida vencedora del tiempo y de la muerte
tu sombra se adelanta a maldecir mi suerte
y aunque sobre tu sombrea mi tristeza diluya
su luz, y aunque esa luz sobre ti se derrame
será como un fantasma brutal la sombra tuya
sentada frente a frente de la mujer que me ame”.


Y la tercera fue “La excelsa, la todopoderosa” que:


“Pasó como los ríos, pasó como las naves,
pasó como la sombra de los atardeceres;
se fue como se van los niños y las aves
nunca dicen adiós al irse las mujeres”.



Y termina el libro con algunos juicios críticos entre los cuales hallamos estas palabras de Víctor Domingo Silva que queremos repetir para aquellos que hablen de influencias y de superficialidad en este poeta y en esta poesía:

“¡Malandrines! Yo os diera a vosotros la sensibilidad honda, la percepción de mártir, la inefable dulzura espiritual de este silencioso compañero y, después, os preguntaría qué pensabais de hombres como vosotros, que os mordéis como el alacrán la propia cola”.

Firmado como: Gustavo Colinne






Mis amigos
Autor: Carlos Barella Iriarte
Santiago de Chile: Zig-Zag, 1937

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1937-09-05. AUTOR: ANÓNIMO

Con franciscana y prudente sencillez, el señor Barella ha escogido sus amigos entre los más simples animales de Dios, y a ellos canta en este volumen tan breve como pulcro. Aparece estampado con rico despliegue de colorido, que realiza el valor de las ilustraciones, por la Empresa Editora Zig-Zag, y afecta la forma de los cuadernos de poesías y cuentos infantiles que son clásicas ya en nuestros recuerdos de la infancia. ¡Y qué decir del contenido poético sino que es admirable! El poeta se ha vestido de blanco para hacer más diáfana la expresión, ha aniñado sus sentido y su inteligencia, ha hecho apelación a lo mejor que tiene el espíritu del hombre cuando se aplica a la tarea de evocar la vida rústica y animal. Versos como los de “El Canario”, donde se mezclan las notas irónica y sentimental:



“Dicen que el canario
se tragó una flauta;
dicen que por eso,
cuando llora, canta.

A veces suspira
por una canaria;
dicen que por eso,
cuando llora, canta”.


Durante toda la poesía contenida en estos poemitas escritos con gracia leve e infantil. El romance, en el caso de “La tortuga”, de “La abeja”, etc., es la forma preferida del autor, y corrobora la impresión de sencillez que ha querido verter en todos los instantes de su inspiración.
Toca el señor Barella en su libro una especialidad que hasta ahora no había sido cultivada por nuestros poetas, y con ello abre una pista nueva donde hay emoción y gracia y de la cual es fácil extraer enseñanzas durables. Decimos enseñanzas en el más amplio sentido de la palabra, porque el autor ha buscado antes la pura impresión poética que el ejemplo que adoctrina; pero la belleza también educa. Poderosa es en efecto la evocación del picaflor:



“Juguete de luces,
trompito de sol,
colgando del cielo,
bailando en la flor”.




Y llena de gracia la relación que establece entre dos humildes animales, al hacer el elogio de la luciérnaga:




“De día pasa durmiendo,
encogidita en su cama,
la hormiga la quiere poco
porque la encuentra haragana”.



¿y quién se atrevería a negar que estas notas discretas de poesía, cuajadas de sorpresivas asociaciones de ideas y de imágenes visuales opulentas, están destinadas sobre todo al niño para mostrarle, como si dijéramos por dentro, el espectáculo del mundo?

Los dibujos, debido al pincel de don Lorenzo Villalón y admirablemente preservados en la impresión con todos sus valores plásticos, completan muy bien el cuadro poético que ha trazado el señor Barella. Sus “criaturas de la naturaleza” han sido tocadas de gracia nueva y de inédito encanto al pasar por su corazón. Día llegará en que los niños de Chile, cuando sepan de memoria estos lindos versos que les están destinados, le den el premio que merece por su labor de poeta honrado, modesto y sincero.

Firmado como: L. A. O.




LUCIANO MORGAD [11.982]

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Luciano Morgad 

(En Santiago de Chile, Mayo 26 de 1893  -  ¿?) 

Después de confidenciar artísticamente con este pequeño héroe de Carlyle, de escuchar su palabra ardorosa que se defendía de ataques invisibles de los profanos y mediocres, de recoger sus escrúpulos y temores de verse emparedado en alguna posición inconveniente en nuestra obra, nos legó sus poemas con una VOZ repleta de animación espiritual, de religioso misticismo, que temblaba serenamente como las manos honrosas que se alargan para hacer una buena acción. 
Sobre nuestra alma caían sus palabras como una lluvia desconocida y deseada, armónica y acariciante;  soliviantaron nuestros ánimos, transfiguraron las mezquinas y diarias pasiones y remozaron el corazón ciudadano, saturandolo de atmósferas saludables arrancadas de aquel otro viejo corazón del universo con sus soles alegres, sus fieras y ágiles montañas, ilusionadas lejanías y saturados campos. 
Sus estrofas, libres de todo yuqo y movidas por un poder dinámico de trascendental y sobria emoción, nos muestran semi-veladamente la extraña floración de un psiquismo didascálico destinado a reconstruir la ruina humana y "hacer de cada hombre un dios y poner en cada corazón un sol". 
Esta índole de poesía, encarnada en Luciano Morgad, es el único ejemplo que existe tal vez en nuestra literatura. Walt Whitman en Norte América y más tarde los "unanimistas", en Francia, encabezados por Jules Romains, trataron de someter el arte a un régimen psicofísico. 
A la liberación absoluta de la forma añadían la persecución de un alto ideal individual, un amor desesperado por la Naturaleza divinizada bajo su planta y sobre SUS cabellos, un anhelo de rebelión material contra los prejuicios sociales y la ciencia estrecha de los libros, un orgullo inquebrantable en el propio yo y un amor sin límites para todos y una esperanza secreta en el valer de cada uno de los pequeños dioses que nos rodean, móviles o inmutables. 
La poesía de Morgad es una mezcla del "humanismo" de Fernando Gregh, del "naturismo" de Saint Georges de Bouhélier y del "integralismo" de Adolphe Lacuzon de que nos hablan Diez Canedo y Fernando Fortun.

Sus símbolos colocan a la idea en una altura qne nos produce la infinita emoción de las nubes azules y lejanas, y en un hondor que nos causa vértigos y escalofríos. Arrastran a la imaginación a los mismos recintos que explora el poeta y nos llenan los ojos con la visión que asoma a los suyos. Sugieren enormemente los poemas de su libro inédito El viajero solitario (primera encarnación), son momentos íntimos, angustiosos, de toda un alma desolada, y excéptica a veces, pero siempre con un anhelo de vivir y remontarse, y con un calor whitmaniano en los músculos y en el corazón. 
Dentro de nuestro Parnaso, L. Morgad es original, pero de una originalidad cínica y concreta, que no vemos ni en Pedro Prado ni en Max Jara ni en Ernesto Guzmán. 
No ha influido en él la lectura de obras importadas del viejo mundo ni de estas tierras. 
Sus ojos se han aguzado frente a su alma y el universo. Auscultando la vida en torno suyo, ha observado cómo "el mutismo de todas las cosas parecía estallar en sollozos"; cómo éstas le llamaban con sus voces inauditas y alargando sus manos con ademán de súplica. Y ha sentido "el canto salvaje de la palma de su espíritu en su intensa llanura sedienta" y su corazón danzando de gozo o estremecido de pena. Ha visto su propia tristeza resbalándose en silencio junto al cuerpo agobiado y mudo, y la sombra de la montaña descendiendo COMO un fantasma sobre el río. 
Concentrado en sí mismo y lleno de las visiones exteriores, ha vivido una poesía fuerte, rítmica y personal como pocas. En la deformidad física de sus versos encontramos la amorfa armonía de los árboles.
El poeta, obedeciendo a un ritmo propio, interior y espontáneo, sin despreciar la métrica oficial, nos presenta una escala de notas nuevas, musicales y pungentes. 
Su poesía va brotando como una agua mansa de su espíritu y llega purísima a la superficie del verso que no sufre agitaciones ni movimientos rebuscados y conscientes como para destruir compuertas legales y asombrar con rebeldías de mujer caprichosa y egoista. De aquí que sus poemas sean desaliñados pero líricos, de un lirismo enfermo, vacilante, que marcha a una completa regeneración. 
Y como Luciano Morgad es un poeta altruista, original y sincero y de trascendentales actividades psicológicas puestas al servicio de lo divino y de lo humano, debemos considerarlo como un pequeño héroe de Carlyle, tanto más cuanto que su obra espiritual se encuadra íntimamente con las siguientes palabras del viejo y humanista filósofo inglés: «Héroe es el que vive dentro.de la esfera íntima de las cosas, en lo verdadero, en lo divino, en lo eterno, que existe siempre, invisible a los más, bajo lo efimero y trivial; su sér está en eso; él lo hace público por obra o de palabra o como mejor venga declararse al mundo. Su vida es un pedazo del sempiterno corazón de la misma Naturaleza .... ¡Hé aquí el mejor símil de Luciano Morgad, poeta y hombre. 



UNA PALMA GIGANTE

Una palma gigante, motivo único 
en la melancólica, vibrante esplanada, 
como un sueño, como un pensamiento mío, fúlgido, 
en la interna desolación aún ilusionada. 

(Palma gigante.. 
ensueño profundo, 
estéril, fecundo, 
loco, loco, loco). 

En horas movidas o serenas 
lanza la palma su canto. 

Oh! el canto salvaje de la palma en la esplanada, 
como un alarido de vida, 
como un alarido de muerte. 
Oh! el canto de mis pensamientos 
en mi interna llanura sedienta. 

........................................


Al fondo, una lejanía dorada, 
y una palma gigante, motivo único 
en la melancólica, vibrante esplanada. 






EN EL PARQUE 

En el parque, bajo los árboles. 
Alguien saluda cerca de mí. Contesto. 
El hombre con su alegría de sapo. 

Le digo: 
Como yo, tienes un corazón. 
Sin embargo.. . . Y tienes alegrías y tristezas, como yo. 
Sin embargo, eres tan distinto de mí. 
Y yo sé que tú puedes ser mi igual. 
Ejercicio! Alas! Alas! 
Yo te digo: en cada hombre hay una posibilidad 






UN PIANO CON SUS NOTAS

(A la virgen que sabe sostener la lámpara 
del fervor en su testa coronada de ensueños. 
Oh! amable animadora.. .) 

Un piano, un piano, con sus notas de bronce y de cristal, 
y sus tonos graves, lentos, de angustia y cansancio en el vivir: 

Ansioso el teclado espera los lirios, ágiles y sabios. 
¡Por qué no la agitan tus manos, Alma?

Amada! Amada! ¿Qué se han hecho tus manos que no cantan? 
Muda la fuente de las elegías y los alborozos .... 

Amada! ¿Qué miran tus ojos suaves que no encuentran? 
(Palpita en ellos dormida el alma infinita de los pianos). 

Oh! cantos de alegría, ácuidos, vibrantes de ilusión. 
.... Y los ojos, los ojos, enormes, suaves, humildes, 

En la calle solitaria la nota soñada rasga el silencio .... 
que interrogan: ¿Señor?

............................................

Un piano, un piano, con sus notas de bronce y de cristal, 
y sus tonos graves, lentos, de angustia y cansancio en el vivir.  





CAMINO MUDO, SOLO

Camino mudo, sólo, bajo el cielo cálido.. 
 Camino, lento, fatigado de mí mismo. 

En la anchurosa calle aromada de jazmín 
he encontrado mi propia tristeza. 
¿Por qué? 
Mi corazón de solitario se estremece 
al contacto de su profunda pena henchida. 

Pienso en la distante, hoy incomparable, 
armoniosa juventud arbórea 
que ahoga mi sed inmitigable. 

Qué de lejanías en sus cabellos! ...
Cuántos sueños en sus manos breves! ....  

Camino, mudo, sólo, bajo el cielo cálido ...., 
Sueño .... Mi corazón de solitario se estremece 
al contacto de su profunda pena henchida. 






HACE HELADO, INERTE

Hace helado, inerte, bajo el cielo tan azul ... 
tan azul que roba una lágrima. 

Insatisfecho de vastas saciedades 
estoy solo en la estancia 
junto al balcón. 
Cada cosa me mira, inmóvil, muda, 
y alarga las manos en ademán suplicante. 

Florece el deseo en rubíes sangrientos 
y la alegría se esboza 
y el dolor se acentúa. 

El horizonte se ensancha.. 

Desde allá lejos las cumbres nevadas me llaman 
y mi corazón solloza, mi corazón solloza. 

Ah! pobre corazón que te nutres de imposibles . 
Darme, darme todo, 
en cada cosa ser yo y sentirme ella ... 
Pobre corazón que te nutres de imposibles .... 
Oh! qué, quién sabrá calmar mi sed? 

Desde allá lejos las cumbres nevadas me llaman 
y mi corazón solloza, mi corazón solloza 





¿LOCO? LOCO DE DIVINAS ANSIAS

 ¿Loco? Loco de divinas ansias 
huí de los jardines en flor 
y fuí a la gran ciudad, aladas las plantas, 
pleno, desbordante de amor. 

Y cada cosa fué para mí un placer, 
cada cosa fué para mí un dolor.

La santa alegría de lo posible 
ungió mis sienes ardientes y fervorosas. 

Las luces, las sombras, las líneas, el ademán, 
tuvieron el encanto del abrir de muchas rosas. 

La tristeza honda de lo realizado 
rompió la euritmia de mis sedientos labios. 

A la bendita ilusión que da consuelo 
la vi abrir sus alas en pavoroso vuelo. 

Huí de la gran ciudad estremecida 
y me refugié en los campos saturados. 

Oh! cada cosa fué para mí un placer 
cada cosa fué para mí un dolor. 





CATARINA COSTA [11.983]

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Catarina Costa

Catarina Costa nació en Coimbra, Portugal en 1985. Poemas suyos han aparecido en la revista Oficina de Poesía. En 2007 obtuvo el Premio Guilherme de Faria por su libro Marcas de Urze, que en breve será publicado por la editorial Cosmorama, de Oporto.

Catarina Costa nasceu em Coimbra em 1985. Estudou Psicologia. Publicou poemas em algumas revistas entre as quais a Oficina de Poesia e a Sibila. Em 2007 ganhou o Prémio de Poesia Guilherme de Faria, do qual resultou a publicação do livro Marcas de urze na Editora Cosmorama.
  




a veces el Castillo es misericordioso –
por las alegorías de la multitud abre alas al enterrador
que cataloga los nombres retraídos en las tablas
lo deja entrar en las trasterías
donde se deletrea la epístola
y se retoma la mazurca
a veces las puertas se abren de par en par
a quien busca un testamento que forre los pasajes
hay que ser benévolo con los que lanzan sésamo
en las horas finales
dar un sello de bonanza
a esos seres que aguardan con sus cartuchos
pero algunos divagan a la entrada
y bajo los carimbos ya en coágulos
despeñan la nostalgia contra el blasón de los antepasados –
esquizofrenia pura
aristocracia polaca







también tú viajante de comercio te sientas
en la explanada junto a notables extranjeros
que por un instante se sirven
del paisaje más frívolo
ahí te confundes con ellos en la tentativa
de pensar la melancolía de la gran ciudad
con directrices volcadas para dentro
y sólo una línea al este
será sin embargo el bosque quien te invada
no por nostálgicos fragmentos
sino por disyunción –
de un lado nemerosa memoria
del otro la cordillera








no tienes miedo Dodó
con tu aire tosco y burlesco
te aproximas a los colonos
que fingen diseminar la galantería
también tu finges tener alas de pájaro
o aletas de bicho prodigioso
tu gracia es este fingimiento
en algarabías portuguesas te bautizan:
Doido
pero qué insigne tu nombre de catálogo:
Columbiforme
no tienes miedo Dodó
sobre la fiera primitiva
prevés el zoo en la soledad
apareces de bastón junto a Alice
pero nadie te vestirá para el final
sabio ilustre
o personaje ilustrado
no conocerás las grandes ferias de Europa
te extinguen Dodo
y el miedo retumba por el plumaje
tus patas vulgares
de un cuerpo inepto al vuelo
palmillan la danza de las abejas
tu pico afable
tartamudea la falla de los genes
basta con tus penas Dodó
han habido exterminios más graves







es excesivamente nuestro
lo que transportamos en las cuevas
en una especie de apego a las barcas –

el destierro como única posibilidad
de poseer las cosas

se posterga la llegada
para atravesar el testamento –

no existe última voluntad
a pesar de conflagrado lo remanescente
ante ciertos umbrales

los hornos son superfluos






se piensa la frontera
como red interna de las tapias
divisoria sin libertaciones sumarias
se extiende contra la banalidad de los gestos
de una y otra parte de las granjas

se recuerda más allá de mnemónicas
aprendidas en el mantenimiento de los arrabales
en los suburbios los inquilinos ignoran
si el alambre de púas es previo o posterior a las murallas

-Traducción, Pedro Marqués de Armas.







do fundo do abismo eu chamo-te Elohim - diz ela
enquanto mentalmente tilintam as cordas

é um chamamento que amiúde se repercute
numa masmorra
ou cama de hospital

mas desta vez as cordas são pressionadas
até ao nó da forca – fazem ranger
o único caule ainda em aprumo

não sabemos quem ela foi –
também nós aquando no fundo
chamámos e ouvimos as cordas
porém só nas antecâmaras
em vagos substratos

não fomos atendidos

e certamente ela também não











JORGE CARRIGAN [11.984]

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Jorge Carrigan

Nació en La Habana, CUBA en 1953. Estudió dramaturgia y dirección teatral en la Escuela Nacional de Arte en Cuba, y participó en una decena de Talleres Literarios y de Dramaturgia, entre los que se destacan el Taller Rolando Ferrer, conducido por Gerardo Fulleda, el Taller Bertolt Brecht, bajo la dirección de Fredy Artiles y el Taller de Creación Escénica. 

Durante treinta años ha mantenido una labor continua como escritor. Es autor de una docena de piezas de teatro, trabajo al que ha dedicado la mayor parte de su tiempo, además de escribir poesía y narrativa. Desde 1994 reside en Canadá donde fundó una compañía de teatro con la cual trabajó durante dos años y ha continuado su faena literaria. 

En 1999 apareció su libro de narraciones y poemas Cascabeles en la Punta y en 2002 apareció la antología Teatro de Segunda Mano, que recoge las piezas teatrales escritas en colaboración con otros escritores. En 2003 impartió un taller de escritura dramática a través de Internet en el que participaron estudiantes de España y Canadá. En 2009 publicó algunas de sus piezas de teatro más recientes en una Colección Mínima de Ediciones Versio.

Su novela Bailar con la más fea ha salido a la luz en junio de 2010 y en julio de este mismo año la Editorial Sociedarte, de República Dominicana ha publicado Teatro Desnudo, recopilación de sus tres piezas de teatro más recientes. 

Trabajos suyos han aparecido en numerosas antologías y revistas. Trabaja, además como traductor.





De rinocerontes

Soy un percance
la creación mis ojos
detrás de lo indiviso
lo siniestro
obsesión vertical que contraría
maquinación concéntrica
contubernio de luz
frondosidades.

La estrella que me toca
la injuria
espécimen de ajena condición
cruza el fatuo bregar de las distancias
franqueo la soledad
anulo sutilezas
perífrasis
materia templada
a la que falta un semejante
vidrio que enciende sin ser astro de luz
espacio
sumidero.

Libro
el inconveniente que arruina mi dibujo
pesadilla de asombro
frontal
siempre frontal
¿por qué frontal?.

No hay de qué preocuparse
algún rinoceronte
va a infinitar los templos







Fuero interno

La luz de esa mujer que se desviste
reprocha el sortilegio
la juerga de los iluminados
hierática avenencia de retratoantiguo
que se empeña en mostrar la misma escena.

En lo recóndito permanece la gracia de sus manos
la virtud de su boca al no reír
aunque sonría
el misterio de alguna canción
y la razón de estrella que adereza su lengua
en el discreto idioma del encanto.

Las palabras de un cántico
que nunca entonaremos

crujen a confesión
a siesta y a cañada







Percepción

Me acerco sin notarlo
no es que no te frecuente
me he colado en tus grutas
tus grietas y aberturas me conocen
he asistido a tu profundidad
advierto tus escollos y tus ondulaciones
podría encontrar en ti ecos y resonancias
un mar tranquilo
un pozo iluminado
estaría dispuesto a declarar
en el dialecto mínimo del coito
que eres el lapso de las lápidas
atajo que conduce a todas las orillas
vuelo franco de las simulaciones
pero el minuto próximo descifra
que
de existir
serías
garbo y distancia
furor inmóvil
Subterfugio






Oficio Perpetuo

Gozaba la rutina de encajar favores

sobre el mostrador cándido
justo entre la emoción y el aguacero

ropajes desplegados
pulcros
de intensidad flameante

ilusión de sus hijos
herederos de asuetos
y de celebraciones.
La mansa reflexión de los ramajes

el repetido toque
no es igual.
Ahora perturba el tiempo
tamborileantes son los dedos

desolado el taburete que se abruma
estar de píe sobre sus cuatro patas

no es oficio perpetuo

Un latir subterráneo
expiración sentida

que colma el exorcismo de las aves

ronda en torno al complicado código
prohibido a los labios.
Quien percibió
en tiempos de la vida

el desfile ante un vetusto signo

cabeza cuello y tronco del teorema

quien lo miró como se mira el cielo
habrá visto al artero flotante
que escupía desprecios
desde la ingravidez de su tribuna

hábito de atravesar limosnas

tablero inmaculado que ojea las efemérides

fechas de hierro cuando no de plomo

el lema oscuro.

Recuerda al animal variable en su remanso

disperso hipocondríaco
quemándose en un sol insuficiente

mil débitos mugrientos le pesan en la espalda.

No hay salida del ruedo
y varias bestias saltan a la vez
del lunetario
el que gane se llevará la tarde.







Hoy te vas

Llegas
te escurres

por el despeñadero de mi apremio
la luna ya no queda
en el mismo lugar

a la vera del ruido

los jugos multiplican en tu vientre

tus pies descalzos que cruzan sobre mi
vertiginosos

escapan de una demora extraña.
Te asesto el primer beso

sobre la comisura del encanto

y palpo más al sur

un sonido
un arroyo que se desborda en ti
no es necesario andar con disimulo
en este azar

el alma

no late

ni escarmienta.
Colocas algún gesto sobre el lecho del cielo

te tragas todo el aire

tus piernas se entrelazan

a mis piernas

la intrepidez reptil y el instinto
te elevan

desde el fango vicioso

del que emerge

la oración que tú y yo
sabemos de memoria.
Gemidos inaudibles

claman junto a mi empeño

Hoy te vas pero mañana no

hoy vacilas

pero luego habrá canto
y vagido
cutícula

presencia
motín de las paredes

certidumbre impasible.







V

Agraciado invernal vuela aquel pájaro

disimula su piel de asombro
hay miradas diurnas

sobre el ardiente bloque
de amenazantes alas

tela púrpura
crimen al detalle

paciencia que hace correr los ríos,

nuca que viste el mismo cuello
mientras de noche vuelan otros pájaros.


La utopía se muda en aflicción.

hoy no es quien era
si hay razón de reír será mañana
dicen

hoy triunfará el irascible
cultivador de lapsos y epopeyas




MERMER BLAKESLEE [11.985]

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Photo by Rose Mackiewicz



Mermer Blakeslee 

(EE.UU.)
Mermer Blakeslee lleva muchas vidas, como escritora, poeta, esquiadora, maestra y jardinera. Ha publicado tres novelas, Same Blood (Houghton Mifflin, 1989), In Dark Water (Ballantine, 1998), and When You Live by a River (Narrative Library, 2012). 

Las raíces de Mermer están en la poesía y, aunque sus poemas se han mantenido sobre todo como una obsesión privada, dos fueron finalistas en concursos de poesía anuales.

Mermer comenzó a esquiar a la edad de tres años en Windham Mountain, Nueva York y luego pasó a Burke Mtn. Academia en Vermont donde compitió a nivel nacional. Comenzó a dar clases de esquí en 1979 y en 1987, se convirtió en un examinador para el esquí con instructores profesionales de América (PSIA) para capacitar y certificar a los profesores de esquí en todo el Oriente. 






Cómo enterramos a los muertos

¿cómo enterramos a los muertos
apilados en el patio contra
el marco de nuestra ventana? apenas puedo ver
más allá del último cuerpo aventado aquí por otra bomba
de racimo-
cada cuarenta minutos, cada veinte, cada diez, cada cinco,
cada cuatro cada tres cada dos
cada minuto-
ya no puedo ver el jardín
qué hacemos con todos estos niños
tumbados enfrente de nuestra cocina
hasta que cada una de sus muertes sea llamada muerte
hasta que cada uno de nosotros sepa a quiénes hemos matado
¿qué edad tiene ella?-¿cuatro, ocho, trece?
¿veintidós? ¿apretaba sus manos
de una cierta forma? ¿estaba a punto de hacer una pregunta?
su cara alguna vez de campo recién labrado
donde nos hubiéramos demorado de haber podido
dejando salir de nuestros ojos semillas
nacidas de nuestra mirada
pero ahora
podemos enunciar repetir enunciar repetir

matar, muerte, matar, muerte

deteniéndonos en cada palabra como cada una merece,
repitiéndolas en nuestro sueño,
con nuestro aliento, alto y claro, en televisión
hasta que nuestras palabras se hagan arena sangre mordaz
de nuestras manos
alzadas hacia el viento elevándose
mira ahora lo que queda de su cara, el suelo desgarrado y arrasado-
el de ella, luego el de él, también el de él, y el de ella de nuevo-repite
deprisa
arena al menos para cubrir su ligero
cuerpo alguna vez radiante


Traducción del inglés: Leonardo Rodríguez.






Visitation

The day's almost gone by 
and no one has arrived to say:
Here is where you touch the world 
and here are the words to feel its heat.
Meanwhile, two horses wait 
at the gate, stamping their feet.
By the side of the barn in plain sight 
loops of barbed wire rust into dirt.
The old apple grows horizontally 
across the stream, as if already a log.
Whatever it is I see in this late afternoon light 
my mother longs for from her grave.
You are of the world, she says, 
admonishing me.






how do we bury the dead

how do we bury the dead 
stacking up on the patio against our picture window? I can barely see 
over the last body blown here by another cluster bomb— 
every forty minutes, every twenty every ten every five every two every one— 
I can no longer see into the garden
what do we do with all these children 
lying here outside our kitchen
until each of their deaths has been named a death 
until each of us knows who it is we have killed 
how young she is—eight? thirteen? twenty-two? did she often 
hold her hands that way? was she about to ask a question?
her face once a freshly-turned field 
but now
enunciate repeat 
kill, death, kill, death 
pausing after each as each deserves, 
in our sleep, on TV 
till our words become sand stinging blood from our palms 
raised to the rising wind
look now what is left of her face, the torn, barren ground— 
hers, then his, too— repeat
hurry
sand to cover at least her slight 
once radiant body




The Man on the Backhoe

He lifts with a lever the tractor up off its wheels 
and onto its stabilizers, turned out and planted like feet.
Together, they are braced and steady now 
for the large boom of the backhoe to swing
over the hole and her, his dog of seventeen years. 
His right arm moves back and forth and the bucket
hits flat and hard against the returned dirt. 
Like a strange, unnamed animal, it stamps
the dirt down, down, till no air's left, 
and the earth it knew before is level again.

( Heliotrope , 2004)









ARMANDO AÑEL [11.986]

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Armando Añel 

(La Habana, Cuba 1966). Escritor y editor cubano. Entre los años 1998 y 2000 se desempeñó como periodista independiente en Cuba, siendo cofundador y vicepresidente del aún activo Grupo de Trabajo Decoro. Tras recibir el premio de ensayo anual de la fundación alemana Friedrich Naumann en la primavera de 2000, viajó a Europa, donde residió en España e Inglaterra hasta radicarse en Miami, Estados Unidos, en el verano de 2004.

Fue corresponsal en Londres de la revista madrileña Arte y Naturaleza, y en España, editor del diario digital Encuentro en la Red y la revista Perfiles del Siglo XXI. En Miami, ha sido editor en español de las revistas Islas y Herencia Cultural Cubana. Literatura y artículos suyos aparecen regularmente en publicaciones de Estados Unidos, Latinoamérica y Europa. Ha publicado los libros Erótica (cuento, La Habana, 1996) y Escuela de vida (biografía, Miami, 2006), y la plaquette de poesía Éxodo (La Habana, 1995).






Kilómetro Cero

A solas con la sociedad
yo tenía un reloj, una pantaloneta, unos cigarros
aquella espada que jamás vendí
cerca de veintinueve poemarios

tenía una licuadora
una pista de circo, una plaza con árboles
una libreta de racionamiento

a solas con la sociedad
a la sombra de mujeres sudorosas
de escaleras que daban al vacío
de faroles pálidos, de enjambres de moscas
yo tenía una bicicleta

tenía unas gafas plásticas
una laptop para extender el diálogo crítico
una angustia estéril, perniciosa
sobre chancletas de cuero roído

a solas con la sociedad
sobre el kilómetro cero
escapando en todas direcciones
solo ni conmigo mismo







Iceberg

hay problemas con el hielo
serios problemas con el hielo
nos lo había advertido aquel cardiólogo
aquel tipo, aquella circunstancia habituada a padecer
problemas con el hielo:
puede haber problemas con el hielo

hubo, hay, habrá problemas con el hielo
tampoco hay espacio suficiente
ni agua suficiente
ni suficiente conductividad
no hay nadie que se sacrifique alimentando el hielo
mirando crecer el hielo

quien no pone de su parte no nada contra nada
ni siquiera a favor de la corriente
mas según la teoría el hielo es sobre todo
una presencia latente
cortante en la punta de algo que remotamente
es la coronación del hielo

y la nieve fluyendo a través
de los telediarios
y el sumbido de la sed en las dunas, los acantilados, las gavetas
las fosas comunes, las balsas de los náufragos
y el sopor de unos ojos que me buscan y tropiezan
y tropiezan y se apartan y tropiezan
y finalmente me encuentran y tropiezan
en la noche en que la noche es el aroma
la somnolencia de un perfume

en la noche en que no hay hielo y mucha yerba
en que no hay yerba y mucho humo





El Juego

Curioso cuando menos. He estado repitiendo a Nietzsche a través de Benoist (a Nietzsche y a otros muchos antes que él). Esto a propósito de los juegos de rol y su transpolación a la vida misma.

Eterno retorno. Ojo con eso.

“Nietzsche –asegura Alain de Benoist–, proponía actuar con la misma seriedad que el niño en sus juegos, es decir, considerar las cosas serias como un juego”.

Dado que esto no es serio. No puede serlo. La madurez del hombre no sólo consiste en encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño, sino en asumir el juego de la vida como una constante inamovible. La vida es juego. Repetirlo hasta entenderlo hasta digerirlo hasta respirarlo. Hasta vivirlo.

Jugar, jugar.

Ella carece de armadura y juega a la orilla del mar. Juega conmigo. Celebramos juntos. Un castillo de arena sucede a otro castillo de arena a medida que las olas los arrastran consigo, como el deseo al pensamiento.

Ella sin armadura dado que nada, absolutamente nada, la protegerá de mi inocencia, de su inocencia. Dado que somos niños, levantamos castillos muertos a la orilla del mar, sucesivamente diluidos en el mar. De esto se trata la vida.

El juego termina. Comienza el juego.






Fecundidad de los contrarios

que en las noches pueda escuchar
el rumor de la humedad sobre las piedras
el acoso de la grieta en las paredes
la determinación de las hormigas

que en la penumbra pueda distinguir
la voz del sapo de la voz del toro
el estruendo de la gota china
el pavor de la sobreabundancia

que haya paz
que haya guerra
que la fecundidad de los contrarios 
ponga las cosas en su sitio







Una vez más el iceberg

en medio de los desatinos
un montón de hielo, sombra petrificada
un gaznatón de hielo, un puñetazo
vapor de agua que se enciende
y se adormece y se licúa

la extenuación de estar de pie pidiendo el último
en esa plataforma de nieve
como un guante, un gaznatón, una pedrada
como la niña
sin los dedos de las manos
como la ilustración frente a la niña
incapaz de pasar página

en medio de las lamentaciones
una montaña de hielo, una tribuna blanca
sin banderas ni ovaciones ni estremecimientos
sólo el pasado, sólo la paradoja de seguir creciendo
desde abajo, más abajo
hacia abajo

MANUEL PODESTÁ [11.995]

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Manuel Podestá

Manuel Podestá nació en La Paz, Entre Ríos,  Argentina, en 1984. Vive en Paraná desde 2002. En 2010 juntó con tres amigos inventó la editorial Ese es otro que bien baila, donde publicaron unos quince títulos de poetas jóvenes de distintas provincias del país. En 2012, junto a Julián Bejarano, creó la editorial Gigante. En diciembre de 2009 publicó su primer libro de poemas, Uruguayita (Eloísa Cartonera). En 2010, Valiant (Ese es otro que bien baila). En 2011, Superclásico (relatos, Ese es otro que bien baila). En el 2012, El día perfecto de la tierra será el último de todos (Gigante). Otros títulos publicados: Imperio (La propia Cartonera, 2012), Los menos experimentados (Julieta Cartonera, Toulousse, 2012). Participó de dos o tres antologías. Este año la editorial Gigante tiene proyectada la publicación de la colección Los Ovnis, integrada por cinco plaquetas: Acá están todos, Algunas cosas sobre la confusión, Chaco For Ever, Qué hermosura y Parker.



Cómo se sostienen

Hoy no hice otra cosa que escuchar en la radio,
una serie de temas de baja calidad. 
Ayer se rompieron los dos calefactores de la casa. 
Uno arreglé yo. Al otro lo solucionó mi hermano.
Dos tornillos puestos al costado del metal
que contiene y expulsa regularmente 
las llamas por la pieza. 
El aprovecha y me explica algo del oxígeno,
un mecanismo que no logro comprender. 
Ayer vi imágenes de esas pelotas redondas
ubicadas en los suburbios de la galaxia. 
No logro entender cómo se sostienen
en la oscuridad del espacio.
No logro comprender muchas cosas.
No alcanzo a entender muchas reglas.
Que la inteligencia humana se haya desarrollado
me parece algo incomprensible, casi ridículo.






Un hermoso ovni

Los incendios nocturnos
atraen a las naves estelares.
Tirado dentro de la carpa
mi único y hermoso paisaje 
es ese tono rosado 
que prende y apaga
en la oscuridad del espacio.
Mañana voy a planificar 
nuevas ideas
para mejorar todo esto. 
Me encantaría robarme un libro.
Pero no me animo.







Un partido de tenis

Afuera comenzaron a quemar los pastizales.
Hace semanas que no cae agua.
Esa quema puede tomar 
la estructura de un incendio
y traer algunos peligros para la zona. 
Situación que mucho no nos importa.
Con mi papá miramos un partido de tenis.
Él hace movimientos con los brazos
como de volea o como de revés.
Se emociona cuando sucede un drop. 
Siempre sabe cuando la pelota es buena o es mala.
Él tenía un estilo.






Una canoa naranja y gris

Después de remar durante dos horas por el río,
de pasar por arriba de las piedras negras
sumergidas en el agua turquesa,
de esquivar un par de remolinos pequeños,
llegamos al puerto donde los niños
jugaban sobre la arena sucia,
sus padres pescaban sobre la costa,
los más experimentados sobre el muelle 
a pesar de la crecida.
Por la noche, rojos por el resplandor del sol,
desperté quejándome,
no tanto por las quemaduras,
más que nada por los dolores en las muñecas.
Me diste una pastilla y eso calmó mi mal estar;
debería agradecértelo aunque haya pasado tanto tiempo.
Remar pegados a las costas nos costó el doble:
no sabíamos que ir por el lecho facilitaba las cosas.
Mi única seguridad durante el trayecto
fue el temor de morir a una edad donde viajar
y charlar le da sentido a nuestro tiempo. 






Una tempestad de shores en mi mente

Me pregunto cuántos millones de planetas
y civilizaciones se destruyeron
mientras veo pasar hermosas entrerrianas con shores. 
Esas chicas deberían saber que: 
las galaxias se mueven en la oscuridad cósmica;
las mismas leyes físicas se aplican en todo el universo;
los años luz no miden tiempo, sino grandes distancias;
las galaxias nacen, viven y mueren como ratas.
Estamos tirados sobre la arena de Valizas 
pensando en la galaxia de Andrómeda, 
ubicada a dos millones de años luz de casa,
una inmensa tempestad de estrellas, gas y polvo. 
Te mostraría bien cerca el movimiento de un púlsar 
girando dos veces por segundo.
Un púlsar es un sol en la oscuridad interespacial, 
es como un gran faro que alumbra 
a las naves intergalácticas en sus aburridos viajes a la Tierra. 





YO ERA EL ENZO

Me acuerdo cuando me creía que era el Enzo. 
En los partiditos del polideportivo 
yo volaba por los aires como el uruguayo 
y miraba al cielo, como él, gritando los goles. 
Cómo él, paraba de pecho la pelota y observaba alrededor 
procurando pasarla al jugador más cercano. 
Aunque a veces, confieso, 
buscaba el ángulo más lejano del arquero, 
sólo pa que se revuelque. 
Todos sabían que a mi me gustaba el Enzo. 
Me acuerdo cuando me compré 
la camiseta original de riverpleit. 
A los partiditos del poli yo la llevaba 
y más me parecía al Príncipe. 
Veía sus goles por televisión 
para ver cómo le hablaba a la pelota 
y para escuchar qué les decía a todos con su cuerpo. 
Festejaban los árbitros 
cuando el Flaco metía tremendos goles 
y gritaban ¡uruguayo, uruguayo! los hinchas de la banda. 
Todas las noches, escuchando los relatos de Víctor Hugo, 
me dormía con lágrimas soñando ser Francescoli. 





AMOR

Para hacer una tarta de manzanas,
hay que inventar el universo.
Los átomos son espacios vacíos.
La materia se compone,
principalmente,
de nada.





EL CAMINO DEL RÍO

Un poema escrito en los márgenes de un diario.
El pésimo tarareo de una melodía conocida.
Las vías y el tren de nuestras miradas
en una clase de la facultad.
La promesa de un viaje imposible.
Las lágrimas por un golpe bajo
en una peli.
El juego de cosquillas, nuestras risas.
Eso era el amor: el caminito del río,
el agua besando tus pies.



GORDON E. McNEER [11.996]

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Gordon E. McNeer 

(Florida, EE.UU.   1943). De ascendencia mexicano–estadounidense, su madre nació en México en el año de la Revolución. Ha sido profesor en diferentes universidades de Estados Unidos como las de Princeton, Florida, Agnes Scott o North Georgia, además de director de Estudios en el Extranjero para la Universidad de North Georgia, en la que actualmente ejerce como profesor. Ha traducido a importantes poetas españoles como José Hierro, Premio Cervantes de Literatura. Tras décadas de escritura de poemas recibiendo muy diferentes influencias tanto de la música como de la lírica en sus diferentes manifestaciones, este es su primer libro de poemas publicado.




Mira lo que has hecho, que acaba de ser publicado en España por Valparaíso Ediciones, es un libro que Gordon E. McNeer ha tardado cuatro décadas en concluir. Sus poemas se adentran en toda una vida con una gran profundidad y lirismo.

En palabras de Benjamín Prado, Mira lo que has hecho es “un libro inolvidable” escrito por “el más español de los poetas americanos”. La traducción es obra de la poeta Raquel Lanseros.

Aquí ofrecemos una muestra con dos de sus poemas.







CAMINANDO HACIA LAKE ALFRED

Para Amy

Era una mañana calurosa de julio.
Mi abuelo y yo
íbamos caminando hacia Lake Alfred.
“¿Cómo te llamas?”, le pregunté.
“John”, dijo. “¿Y tú?”
“Creo que me van a llamar Gordon”.
“No eres de por aquí”,
dijo. “No, pero lo seré”.
“¿Qué es eso?”, pregunté. “Eso”,
dijo, “es un campo de naranjos”. “Entonces,
¿qué son todas esas cosas blancas?”, pregunté.
“Dinero”, respondió. El aroma del
dinero estaba en el aire. Era dulce
y me recordaba al jazmín. “El dinero
no crece en los árboles”, le recordé.
“Tú mismo lo dijiste”. El sol calentaba
cada vez más. Me trajo a la memoria todos
aquellos caminos polvorientos en México. “Algún día
te alegrarás de que te recuerde”. “Crucemos
ese puente cuando lleguemos
a la otra orilla”, dijo él.





JESÚS Y LOS PINGÜINOS

Me preguntas de qué escribo…
Bien podría ser yo Jesús comiendo
un panecillo y escuchando a los pingüinos
recitar el Credo de Nicea.

Te vi y mi piel se volvió
un mapa de carreteras se volvió un río se volvió
el suave brillo de Rembrandt o los sátiros locos
de Picasso. Los borrachos en el metro
veneran el chicle que masticas. Hay
mangos y dulce hierba
y té verde en tus ojos húmedos.
Hay una cíngara en la oscuridad
que lleva tu nombre.

Recorta el corazón de este poema y
déjalo bajar por tu garganta en silencio.
Te hablará en cada cosa que veas.
Por ti, barrería mi porche
y plantaría un jardín. Por ti, yo dejaría
una luz encendida en la oscuridad.






KAREL LEYVA FERRER [11.997]

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KAREL LEYVA FERRER 

(Santiago de Cuba, 1975). Residente desde niño en la Ciudad de La Habana. Licenciado en Enfermería y graduado de la primera promoción del Curso-Taller Historia y Práctica de la Creación Poética (2004). Especialista de Literatura en la Casa de la Poesía de la Oficina del Historiador de Ciudad de La Habana. Su actividad como promotor cultural se extiende por varios años, no solamente en Cuba: Ha visitado Perú e Italia, en programas de difusión de la cultura experimental cubana contemporánea. Por su obra en versos ha recibido diversos reconocimientos, entre ellos el Premio Internacional de Poesía Nosside Caribe y el Premio Regino Pedroso. Textos suyos aparecen en diversas antologías y publicaciones periódicas, y tiene publicado el poemario Cambio de marea. Es vicepresidente del Grupo Ala Décima y el más joven integrante de esa agrupación.




El huésped

Aquí habita la novia
la ha visto el vecindario
y han puesto en su historial
               fichas
                         discretos parlamentos
una memoria a prueba de optimismo.
quien pasa por su puerta
apenas se percibe como extraño

Ayer mientras mordía una manzana
en antagónica  postura con las horas de sol
encontró un surco diminuto
un rastro vivo al centro de la poma
Ya nada  es lo esperado
dijo tranquila
y prosiguió su rito
ahora con saña




Náuticas y otras acotaciones 
del viajero 

 Karel A. Leyva Ferrer




Gracias a los hilos 
este regreso 
algo cansado de tantos minotauros 
y acertijos poblando la cabeza 
Una mujer me dijo 
duerme poco 
ponte los cotos nunca en la deriva 
y decídete a amar todas las gotas 
como el que nada tiene 
La cruz del sur anuncia los cambios de marea 
la podredumbre que drena otro esqueleto 
otro inasible punto de partida 
las velas negras 
son las únicas que quedan 
mientras la noche sea duradera 
mi padre vivirá 



II 

Madero fui 
sustancias hebras 
en alguna selva mis raíces duermen todavía 
A pesar de todo madero fui 
y en la hojarasca mi voz vi multiplicada 
sé de los verdores del dolor del invierno 
de las sombras tranquilas 
de antiguos pájaros el vuelo 
Madero fui no más 
Sustancias 
hebras 




ÁGAPE INCONEXO 

Dobla el periódico 
lo vuelve un catalejo 
toda la luz de golpe 
se disfraza 

Ha comenzado el ciclo de la rosa 
                                gema 
                                     cristal 
                                             recuerdos 
                                                       blanco y negro 

Parado frente al ojo está el deseo 
el modo de invocar 
la mano abierta 
ya danza el voyerista 
su osamenta repite una fricción sobre lo terso 
ágape inconexo del que acecha 

Dobla el papel 
acorta la distancia 
Llega la luz 
el cuerpo se le escapa 



III 

Hay un juego del mar 
donde te nombro 
donde apago mi sed 
sobre el abismo 
donde rompes mi voz 
donde soy istmo 
que se vuelve a anunciar 
sobre tu hombro 
hay un juego del viento 
y los escombros 
donde luego del mar 
está uno mismo



IV 

No deslunes con rabia en mi corteza 
si soy el vigilante 
si he puesto mis cien manos suavemente 
en la aspereza 
de otro sueño moldeado a contraluz 
bajo el candor 
del pájaro agorero a tenor 
de la cruz 
y los zapatos viejos del otoño 
Te he besado 
y no estaba en lo negro de tus ojos 
el albatros bisoño 
de los puertos ni la copa del hado 
ni el hoplita que salva mis despojos





Anclado estoy mi deidad 
es tu vientre 
la pitonisa turgente 
la oquedad 
donde me anuncio Simbad 
de las mieles 
fustigador de rabeles 
hedonista 
sin más vuelo alquimista 
de las pieles 
irredentas con que alfombras 
mi espigón 
Aguardo en otra estación 
a las sombras 
en esta solo tú nombras 
tú dispones 
mi albedrío hecho jirones 
Salvadora 
anclado estoy en tu flora 
no abandones 
esta nave 
la cruz no existe si en pos 
de ser dos 
dispongo proa y se sabe 
no le cabe 
un Pilatos a la sien 
no habrá quién 
nos dictamine varados 
en los dados 
que inventaron el Edén. 




VI 

Todos los piratas 
deben morir a manos del otoño 
no es bueno andar buscando 
las islas del escape 
A veces son tan ciertas 
que no hay vuelta al redil 
y uno se pierde entonces la sorpresa 
de nadie nos vio saldar las cuentas 

Es todo por honor 

Los piratas son buenos para el beso 
para el susto virginal de las armadas 

No hay tristeza mayor 
que un buen pirata 
envejecido y torpe 
al que nadie le teme 
ni lo aclaman en sus retos las muchachas




VII 

Dos niñas en la arena 
una siembra su bata diminuta 
otra el gesto de adiós 
y la palabra en duelo con el agua 
Tomadas de la mano 
exhiben 
el castillo desecho 
juran un nunca más 
deshilan su noviazgo 
con el delfín turquí 
Las líneas del azar 
dicen que el puerto 
las ve volver a veces a hurtadillas 
dos niñas sobre el borde de un recuerdo 






VIII 

Ninfas 
calla frente a la espuma el caramillo 
Nereo las esconde 
desconoce que mis trampas 
son el azar y el vino 
con que palpo sus últimos desprecios 
Pequeñas 
el viejo Pan zozobra 
 almizcle o sahumerio les ofrece



HERENCIAS 

En todos los caminos está Roma 
la sobriedad la lepra la cicuta 
la falacia mayor la frase enjuta 
donde el sueño numérico se asoma 

En todos los caminos está Roma 
la culpa repetida de la fruta 
el juego donde tímida debuta 
la piel del gladiador que se desploma 

Hay algo de juglar en cada piedra 
de vórtice de ancora de estroma 
de sórdido pasaje donde medra 

el ojo inescrutable de la broma 
que oculta para siempre tras la hiedra 
su escuálido destino su genoma 




IX 

En el muelle 
con las manos atadas por el grito 
un suicida 
Desde el puente de mando 
con los ojos salvados por la sombra 
el vigía contesta su llamado 
es un dialogo afín entre proscritos 
la barcaza está ahí 
nunca ha partido 
más allá de los sueños del suicida. 





El mar es la distancia entre dos puertos 
inquieta zubia orlada de veleros 
que surcan nuevamente los senderos 
en busca de su presa cual podencos 

Atados a famélicos maderos 
los náufragos oscilan hacen ciertos 
los rostros marginados del ajenjo 
la pálida caricia del estero 

Parados frente al mar vemos al dedo 
tornarse un ilusorio parlamento 
al barco en la ciudad a los silencios 
en el común hojearse ante el espejo 
Somos los argonautas solo eso 
pendientes de la gloria y el regreso 



MILTON MEDELLÍN [11.998]

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Milton Medellín  

San Luís Potosí, S.L.P (México).  1979. Poeta y Traductor.  Licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma  de  Tlaxcala en México. Ha publicado en las revistas subterráneas Nadie me piensa con barba, Quiero con el cerdo y Tensión Crítica; en la revista cultural  local  La balsa del náufrago,  en la revista universitaria Uni 10 de la UAT, en Alforja Revista de Poesía  y en Revista Electrónica Círculo  de  Poesía. Ha cursado los talleres de José Vicente Anaya, Mario Bojórquez y  Eduardo Langagne, un curso de Poesía Mística Española con la Mtra. Roxana  Elvridge-Thomas y un Seminario de Filosofía de la Religión con el Dr. Ricardo Avilés Espejel.  Ha sido catedrático en las materias de Filosofía de la Religión, Metafísica, Pensamiento Filosófico, Filosofía  Contemporánea, Filosofía de la Historia y  Autorrealización  en la Universidad Autónoma de Tlaxcala y también fue docente en la Preparatoria Iberoamericana de Tlaxcala (México). Fue merecedor en  el 2007 del Premio Estatal de Poesía Dolores Castro con el libro No cesará el desvelo.

Actualmente  es coordinador editorial de la Revista Electrónica de Filosofía Metaxy (http://metaxy-uat.blogspot.com), trabaja en traducciones de John Keats, Thomas Merton y Tagore, y  estudia el posgrado en Lengua y Literatura Romance en la Universidad de Cincinnati, en Ohio.






SEMILLA EN EL DESTIERRO

En dónde quedarán aquellos días
que le dieron sentido a tu presencia.
En dónde la memoria de este tiempo
que presumiste humano,
aquél movimiento de lo eterno
que respetó el transcurso de todas tus pasiones.


Todo lo que has buscado y proferido
será un anticipado abandono
en la mente de todos tus hermanos,
alma comunicada en el vacío,
sólo el silencio es real en esta hoguera
que consume tu esfuerzo de existencia.

Y serás
casi polvo de carne
cuyo rostro se descubre derrumbado,
oscuridad a un tiempo,
en el presentimiento de la luz.

Eternidad sin nombre
serás,
el testimonio,
de aquél amor que todo lo sostiene.




Con No cesará el desvelo (Instituto Tlaxcalteca de Cultura, 2010), Milton Medellín (San Luis Potosí, 1979) obtuvo el Premio Estatal Dolores Castro 2007. A continuación una muestra de sus poemas.



Proemio*

No cesará el desvelo.
No arderá el corazón sus bendiciones.
No procreará la sangre palabra alguna de apaciguamiento.
No crecerá el rosal sin sus espinas.
No mirarás a Dios en la penumbra,
ni erigirás tus cósmicas visiones
en el firmamento de los árboles.
No pasearás tranquilo
y entrelazado al viento
hasta que tú:
poeta
encuentres el amor de cuenta nueva
en los ojos de su nombre.





Fragmento para piano

a Arturo Gutiérrez Plaza

En un viejo y desvencijado piano,
en su cansado acorde
-la de siempre, canción de la miseria-
grita su corazón la incorpórea sustancia de la muerte,
el sueño de esos muertos luminosos
que lo acompañaron desde siempre por la vida.
No hay en sus teclas
más que la escasa firmeza de un arroyo quebrado,
la raigambre de un árbol que se desangra
el piano que emite sus últimos acordes
cortándose las cuerdas.







Prerrogativa

a Ramón J. Ayala

Del poeta
es la sutil condenación,
la sangre podrida por el tiempo,
hambre de días oscuros donde no se distingue la mirada.
La ausencia y el encuentro,
el dolor de descubrirse vinculado con todo lo que vive.
¿Cuántas veces no se ha roto el instante
y se encuentra la fisura que conduce
a la muerte… y dormimos amando,
despertamos al mundo aborreciendo los días?
¿Cuántas veces no somos desdichados
porque del amor no conocemos
más que las miserables letras del que escribe?
Se han roto en mil pedazos los espejos,
hemos mendigado la mirada compasiva por las calles,
hemos sido abandonados exhaustos
en la oscuridad de la metáfora
y no sabemos quiénes somos
ni quién da una limosna a los mendigos.
Todo lo que tenemos es locura.






Así sea

Dios mío
por favor introduce mis sentidos a tu carne.
Hunde mi cuerpo en el misterio de tu energía estentórea.
Da a mis ojos
la ceguera con que la razón quiebra su bastón imponente.
Reduce a cenizas mi esperanza
pues sólo en tu concordia moriré como un bendito.
Dios
que en todas las cosas
vibras
como átomo de la semejanza,
no me dejes morir en la tentación de abandonar la noche
y líbrame de todo lo que enturbie
tu terrible
y bondadosa presencia.






Epílogo

Fire, walk with me.

Los únicos senderos de tu vida
son aquellos a través de los cuales llora tu sangre.
Bebí del azar por simple gusto
y el infierno me atrapó por diez años:
palabras y palabras inútiles,
corazones vendidos,
prostitutas del saber
haciéndole competencia al diablo.
Pero entonces vi el rostro de Dios
y arranqué media parte de mi cerebro
por misericordia,
para aprender de la bondad y el mundo.
Caminé despacio encontrándome a tientas con la vida,
y pensé que una joven mujer puede ser la verdad.
Seguí de cerca el rastro de todas las estrellas
temiendo caer como el filósofo en un pozo enlodado.
Colaboré de lejos con la miseria inútil de mis prójimos
dejando secar mis raíces al sol y sin decencia.
He aquí que he acumulado a casi media vida,
litros del alcohol sin tregua,
benditas humaredas de nostalgia,
cuentos de amor perdido,
muchas ganas de adorar al Señor sin ser cristiano
y descargas impacientes de pasión y locura.
De lo que no me atrevo a hablar es de lo triste
que se encuentra la vida.
La mía, la de todos, la del crudo subsuelo en el destino.
Poseo el don profético de la melancolía,
despierto y la mirada se me llena de alma,
de lágrimas,
de proscritos amores,
y por más que deseo emprender el vuelo
engañando a los astutos y los fuertes,
siempre lo único que queda
es esta hermosa perra maldita inmaculada añoranza.
Sin embargo,
el fuego siempre vive oculto en nuestros mitos,
y siempre se ha de grabar en la piedra
con el aliento de nuestra sangre.
Así se construye la poesía.
Y así la historia.



*Del libro No cesará el desvelo. Instituto Tlaxcalteca de Cultura 2010. Premio Estatal Dolores Castro. 2007




ESTEPHANI GRANDA LAMADRID [11.999]

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Estephani Granda Lamadrid 

(Puebla, MÉXICO  1985) Diseñadora gráfica y estudiante de Lingüística y Literaturas Hispánicas (UNAM). Casa de Navajas (VersodestierrO, 2009) es su primer libro y en breve aparecerá Silencios de agua, en el Instituto Mexiquense de Cultura. Obtiene mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía El Laberinto 2007, segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Enrique González Rojo 2008 (Ciudad Ecatepec) con el libro Icarianos y el tercer lugar en el II Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero 2008 organizado por VersodestierrO. Fue incluida en la Antología Descifrar el Laberinto 2007.


Presentamos tres poemas y damos noticia de la aparición de “Silencios de agua”, poemario de Estephani Granda Lamadrid, publicado en el Instituto Mexiquense de Cultura. Obtuvo mención honorífica en el Concurso Nacional de Poesía El Laberinto 2007, segundo lugar en el Concurso Nacional de Poesía Enrique González Rojo 2008.




Silencios de Agua, (IMC 2009)



1

Hacia dentro
todo es mar



2

Abro la bitácora de los días
y en ella enmarco de un maremoto los sonidos
años como hormigas que me bañan
mientras alguien dice que te llame
que tu nombre mana de mi cuerpo
que un afluente de agua calma tu sed

me arrodillo frente a la luz
y abro mis labios que perdonan tu ceguera

mis garras de hembra

la luz me ilumina plena en la derrota
y conozco tu nombre
conozco tu gente        

quiero ungir tus pies con mis cabellos
quiero una luz que penetre mi pecho
acostarme entre tus viejos aromas hasta que mi voz se levante profunda y amorosa
y que un mar se forme con nosotros
y estas montañas que miran ingenuas aprendan tu nombre vertido en tu frente

Pero cómo llamarte ahora desde el olvido en que reposas

Inquebrantable es el hilo que nos ahorca

Y hay barcos que arden con la lluvia de agosto
hermanos que se lanzan desde la arena porque no se encuentran
y se arrancan los ojos también

y el tiempo del corazón

Y arden solos

Solos se queman el nombre buscando agua en nuestro cuerpo

Solos en el frío que ahuyenta a los difuntos deambulan           

Cuánto dolor en el aire

Qué dolor se quema lento
qué abanico de huesos y de polvo se pierden en esta tarde

No saben llamarse a sí mismos

Qué mentira habrán de contar tus hijos para callar a la anciana que seré
qué alimento de sangre mezclarán
qué polvos
qué podridas flores
qué mutismo levantará los hombros

y yo
que amo tus ojos ciegos
levanto el silencio de las calles
sueño que voy ensartando Islas pequeñas
donde hago un collar de tiempo lento
de talle amargo




33

Oh amada culpa         qué hermosa te levantas sobre mi cuerpo

qué suave eres entre mi carne
amabilísima en contra mía

Tú conmueves de algún modo mis ojos de animal
enciendes con tu beso la ráfaga del deseo         

frasquito de rosas frescas                                 

Amada culpa              en ti nacen mis deseos
estremezco cuando un brazo negro me adormece el corazón

Amargo mis huesos frente a la hoguera
quito de mis labios el agua de la lluvia
ando y fluyo con lentitud         

Entre mi cuerpo y tu cuerpo              entre tus pechos dulces
entre tu nombre inexplicable hay una luz oculta tras las sábanas

Abre tu cuerpo           amadísima culpa
entrégate plena como lluvia en mi cabello
como remanso de hierbas suaves
olor del perdón entre las piernas

Me hiere un ardor                   está anclando su punta en mi espalda

Tristeo un rato sobre mis brazos                                                             

Enfrías de un silbido mi lengua                                                  

Frente al agua de la destrucción que se lleva lo olvidado enternezco
en la hora del olvido exijo una tabla para quedarme
en el destierro y en el olvido estoy llamándote por tu nombre
amadísima culpa       

El aliento de la tarde afloja sus líquidos para llenarse de ti




40

El agua del deseo está inundando a nuestro Padre
el agua ha encontrado reposo sobre piedras frías           

He aquí las que rompen altares caducos de amor
resonantes plegarias resquebrajadas de silencio

El agua del deseo está ahogando a nuestro Padre
el canto oscuro de la lumbre resana frías paredes         

He aquí la colisión del deseo que brama
la temperatura del amor extendida sobre piel inasible

He aquí a mi Padre tocando la puerta
doblado por la muerte que no le desea

He aquí                       Padre
el fruto de tu vientre





En octubre de 2013 la poeta Estephani Granda Lamadrid (Puebla, 1985) ganó el Premio Filosofía y Letras de la BUAP con la serie “Catastro [Poemas en desbandada]“. Presentamos aquí los poemas ganadores. Es poeta y diseñadora gráfica. Ha publicado los poemarios Casa de navajas (VersodestierrO, 2009) y Silencios de agua (IMC, 2009). Fue parte de la coordinación del Torneo de Poesía (2009/2010) y editora de RING, Semanario Deportivo de Poesía.



Catastro

 [cuerpo en desbandada]



Prólogo

No recuerdo el sitio exacto que hace falta Ni el cálido lugar que se precisa Cuál es el punto justo para contemplar la orografía de un cuerpo La tintura adecuada El temblor La espesura El silencio




Tu mano me construía dentro de palabras Parvadas escritas [no para mí] son estas palabras que declaro mías: Simples Llanas Límpidas Reconozco ahora mi nombre incrustado en nuestras sombras tejidas sobre el asfalto: Uno contra el otro




Bajo la boca tibia de antes hay un ardiente ají que consume tu almíbar de mi lengua En un silencio que escalda la palabra Que te nombra hasta dejar un sol encendido en mis comisuras: Un incendio que desmorona



Miras estas páginas Y quizá soy yo el oscuro afluente que recorre tu mano en este momento Como la violenta hoja en blanco Te hablo de  convertir a la catástrofe en cosa aguda Como para desear el cuerpo destrozado Calcinando Para siempre la palabra d e s e o: El impreciso sentido de las cosas



Más que versos [donde tú me hablas de una ciudad donde naceré] me vuelvo sólida oscuridad Para no entender a la estructura lacustre que sostiene mis huesos y su andar de río arriba Esta es agua que trasmina Mientras duermo dentro Y afuera el silencio quiebra



Sigo hablando de la catástrofe que conoces En su grafía primera Cuando descendió sobre tu cuerpo la fuerza felina que dices ver en mí Reconozco tu labio en el mío vuelto oscura luz que inunda  Cicatriz sobre el hombro que un día fue profunda sombra Descubro entonces que te escondes de mí Te abstienes de mí  De mi cuerpo que se ha desarrollado conforme las letras que vertiste [no para mí]:



Esta es la mujer que esbozabas mientras otros hombres apenas advirtieron mis puntos cardinales Eras parvada negra [lo recuerdo] cuando un silencio entintaba el corazón


:


Soy la mujer que esbozabas en un verso que nunca tuvo mi nombre Me nombrabas Me llamaste línea continua sobre la hoja Corona Sueño Marzo El silencio que precede a la ciudad: un lugar donde naceré



Silencio me nombraste Como el cuerpo bellamente amado que se desmorona bajo tierra Ese es mi cuerpo: Bajo las raíces que inundan campos Calles Nombres que se formulan dentro de una boca que no es mía Boca que se quiebra Que se colapsa sobre su propio nombre



:


(Por todo lo que nos dolerá [Quiero decir: lo que nos duele] Conozco el nombre de tu cuerpo Aunque no palpes mi forma: Río fuerte Mujer cazadora Felina Piel Quemadura Aguaje Tinta roja Anómala estructura: [Quiero decir esto: lo que nos duele])


Busco Ya no tu nombre Busco tu cuerpo [aunque fragmentado] Dentro de este cuaderno que se desmorona Busco mi nombre: Escribes: “Me amarás y podré sostener en tus hombros mi plumaje de fuego” Sabes que esta piel estorba para mirarnos Tocarte las yemas de los dedos para conocer de tus ojos el color Sabes del poco tiempo para contemplar la destrucción [La catástrofe que nos hizo amantes]: Lo sabes Porque eres agua [como yo]



Hablo de la ciudad en que naceré y bajo tu nombre que me ha marcado No busco detener oleaje [Ese no es mi cuerpo] Aunque ahora mismo una parvada negra [palabras que no son para mí] brotan de mis ojos:

                         Llanto
                                         Corona
                                                            Verbo amado
                                                                                             Y el nombre de la ciudad donde naceré



Cómo describir la forma de tu sombra sobre mi cuerpo vencido Esta es boca y noche abierta Es página y punto Enciendes conmigo la hoguera Aunque el frío nos venza a diario [Pero cómo asegurar que no ha llegado hasta aquí con nosotros]


Te conozco: Agitado te toco con el filo de una palabra que enrojece la piel



:



Me conoces: Voy recorriendo este verso que no lleva tu nombre [porque es difícil pronunciar un mar profundo que emerge lumbre]


Definir dolor en las vísceras Punto Golpe
Definir la coordenada exacta Cómo entender esta palabra que se desarma frente a nosotros Cómo ensamblar las piezas Cómo detener el silencio Los espasmos El cuerpo



:



[¿Hay una época en que sea natural la deconstrucción del cuerpo?] Solo A veces Poseo la furia de un trueno sin luz: contiene toda mi estructura


Entrego libros y páginas irreconocibles Porque antes de la oscuridad era mi negrura líquida quien me sembró con dedos de aguja en paredes y maderas El agua siempre me conoció sola Heredó tu calor hasta hacerse humo 

                                                                                                                                                                    Cal y cenizas sobre mi cuerpo



Ella se arriesga a destruirlo todo [y entonces] Nos concierne la descomposición del cuerpo sobre la palabra La traición de la boca y de los labios enrojecidos Enfebrestados Contritos Derrotados Descender en el filo agudo de un nombre irreconocible Destruido Tiempo que niego Escribir de un cuerpo que ya ha sido Que ya ha estado Mientras yo apenas era coordinación Entre el amanecer y el aire que ha anclado un lienzo rojo En una piel ajada



Reconocer tu nombre dentro de mi cuerpo En una piel que ha sido obsequiada tantas veces Que se ha desteñido frente a quien huye y quien despierta Mostrar más que un nombre Un cuerpo El sabor de la venganza La traición de los cuerpos



La corrupción de la sangre: Una lluvia Tinta roja Marea que se impregna sobre los lienzos Sobre las formas [Otra condición de hacer De creer] De redimirse bajo la ducha Bajo un llanto imperceptible Incansable Ensanchar las caderas para recibir y para extender mi nombre Infinito Largo Duradero Inexacto


El silencio también es una forma de sonreír De enfrentarse al llanto A la podredumbre del tiempo A la corrupción de las hojas mientras se mantiene alejada la mano de la tinta La tristeza sólo es [lo escribiste] una coartada de sangre para defender el odio




Lo recuerdo

               :
                                          Yo también fui parido por la densa oscuridad de un sol

                                                                        :

                                                                         Otra forma de dolor ha sido esta sed

PEDRO MARQUÉS DE ARMAS [12.000]

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Pedro Marqués de Armas 

(La Habana, CUBA 1965). Poeta y ensayista. En 1989 se graduó de medicina por la universidad de La habana, especializándose luego en psiquiatría. Fue miembro del grupo de escritura alternativa Diáspora(s) y redactor de la revista independiente del mismo nombre. Autor de los poemarios "Los altos manicomios" (1993), "Cabezas" (2002) y "Cabeças e outros poemas" (Hedra, São Paulo, 2008) y del ensayo "Fascículos sobre Lezama" (1994). editó además la antología "Poesía cubana contemporânea. Dez poetas" (Antígona, Lisboa, 2008). Ha publicado diversos textos sobre las relaciones entre ciencia y poder, así como fragmentos de un estudio sobre el suicidio en Cuba.
Reside en Barcelona, España.




Claro de bosque (semiescrito)

Valle de los ingenios, 
mayo de 2000

las puertas se abren hacia
dentro y
con horror infinito 
hacia fuera los pensamientos
pienso
en una escritura intensidad
pero no es escritura la palabra exacta
(exacto es claro de bosque)
ni siquiera la que más se aproxima
ya que
ninguna palabra es tan intensa
para ser escrita
en el horror infinito de unos caracteres de tierra
el cerebro desenterrado
de esas tierras al margen y
sin embargo
en algún punto o claro de bosque
calculado
(en la cabeza)
aunque el término punto también inexacto
y aún, todavía las rayas excavan
cada uno de esos puntos dispersos
(pilar de lengua viva)
los caracteres se desprenden
al simple roce de las manos
así también la tierra
al borde de ciertos farallones o mantos de pizarra
ininterrumpidamente hacia
dentro y
con horror infinito
con (más) horror infinito hacia fuera luego
campos 
cabezas
molinillos organillos en Mandelstam,
Nietzsche (¡que crujen!)
y ahora
en la nunca espectral y absorbente cabeza de este Bernhard
con intensidad cada vez más creciente
más sin salida
hacia dentro y 
fuera
lo mismo hacia la intersección
entre una idea, clara
de suicidio (sostenida a lo largo
de una existencia todo ella entregada al suicidio)
y el acto
al abrirse la puerta en la sima
sismática
con fondo de hueso gris y libre
de todo resto de tejido humano
«allende los humanos» 
así en las minas al aire libre de Serra Pelada
400 kms al sur de Belén
donde los humanos
(moléculas rientes de negror corredizo)
han sustraído
en un corte sagital
la órbita de un ojo infinitamente horrible 
semiescritos 
emergen de la mina y
la tierra (pilar de lengua)
escala los bordes
reproducen el movimiento (ardoroso)
de la masa (de tierra)
que no va a ninguna parte
ningún pájaro atraviesa el aire libre
de estos yacimientos
el cielo ha perdido su convexidad característica
y, además
su oficioso y noble speculum
como si en estas minas de oro 
400 kms al sur de Belén
se hubiera operado ya
en la intersección
el corte sagital del cerebro
de manera
que
la cabeza y el ojo
el ojo y la cabeza y
así los campus (de ojos) y los campus (de cabezas)
expresen la superficie
(ya,
exclusivamente
extirpada)
o sólo es,
exclusivamente, 
el fondo de la mina
en uno y otro sentido no debemos ceder 
en la intensidad 
así Bernhard
con horror infinito 
ante el claro.








Después de hora y media a caballo, por fin: las ruinas del Kentucky, 
cafetal con «secaderos grandes de mampostería» punto nodal del 
trayecto. A tientas buscamos sus ramales y líneas divisorias, marcas 
que los colonos franceses llamaban caminos de colin. Pero el monte 
herboso se lo ha comido todo; óxido y hierba, hasta el viejo
molinillo organillo arrasado; cepos; bordes resecos; apretada 
manigua sin rastro humano.

Producción actual, de la zona: no pasa las 12 000 latas.

Del Kentucky: ni siquiera una tabla, alguna inscripción borrosa.

Pilones.

Miseria General...








aunque disimulado
por esa flor blanca
plumeria
que rendía su sombra
aunque disimulado
viste
en la techumbre de la nave
un hueco

y, alrededor
como dormida
la misma gente
(gente de 1844)
abriendo la tierra
con mandíbulas
reciamente
con el ángulo facial de Camper

y pensaste
un hueco
un hueco
un hueco
cuán profundo
aunque disimulado.





(Mandrágora)

En el borde interior de la frontera, que otros prefieren llamar callejón 
sin salida, B. se mató.

Claro que todas las fronteras son mentales, y en el caso de B. mejor 
sería hablar de dos.

De modo que B. se mató entre el borde interior y la cresta de un 
pensamiento que ya no se le desviaba.

Para catapultarse, tomó aquellas raicillas de un alcaloide que había 
clasificado, y, echándose sobre el camastro de trozos fusiformes, al 
fin encontró lo que buscaba: calle de una sola dirección en la que 
todos los números están borrados, y los blancos pedúnculos 
mentales se desvanecen en una materia de sueño.








ACERCA DE UN DOCUMENTO

qué había -preguntaste- entre
la casa de máquinas y el almacén
¿sólo brecha blanca? ¿sólo la cochera
y el rastro de cerdos? ¿sólo miasmas
poblaciones? en cualquier caso

entre las dos cuchillas del ingenio

qué había -preguntaste- y creo

que te respondí: cualquier
cantidad







2

(claraboya)

y sin embargo
sigue gente trepando
por la escala (que daba)
al vacío (o que dicen) que-
daba
junto al gancho mayor3
la poesía
tiene amarres
y riendas
cortas
amárrala
corto

con un yambo de cinco
pies

y arrástrala
a la casa
oscura del no

(esto si puedes)
la poesía tiene
su cosa




DAMIÁN VIÑUELA [12.001]

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DAMIÁN VIÑUELA

Damián Viñuela nació en La Habana, CUBA en 1966. Pertenece a la llamada “Generación de la Plaza de Armas”. Tiene publicados los poemarios “Turno en psiquiatría”, “Se ha vuelto loco el loco” y “Delirium o cosas” (“traducción de esa rara máquina que nombramos Estado”). Actualmente reside en la capital cubana.





ASÍ LAS COSAS

No vistes brechas
ni textos
en el pasto

Como no quieren otros
los bereberes ( por ejemplo)
ver brechas
ni textos
en el pasto

Y por que además sabes
que en tu cabecita deslucida
hay un exilio paridor que mana
un rojo reciente, el viento
y un ritual

Que te quedaste ciega
cierto
No hay paisaje real ni calmo
en la parcela de tu lengua mísera

Así las cosas, amor
Nadie ve la muerte
en cuerpo ajeno
y en el pasto
no se divisa el tiempo






SIN TÁCTICA DE GUERRA

Osip Mandelstam murió con la satisfacción de
cantarle las cuarenta a Stalin
(a esto lo llamaríamos
matar dos pájaros de un tiro)
Observemos entonces que
Mandelstam mata de cierta forma
metafísica
el golpe mágico de la tinta a la
ilusión política
el párpado
hurgando su táctica de guerra sin‑
táctica contra
ese aspecto supra‑alemán y
cortés de matar que tiene el
ka‑ma‑ra‑da Stalin cuando
dando puñetazos en su cerebrito
cucrykcucrykcucryk
(literalmente muerto)
mata la vaca que escapa
la vaca muuuuuuu
el muuuuuuu de la carne podrida
(vaquitas de Voronezh o Crimea) aunque
esa lenta muerte
la del pescuezo al simulacro
no establezca diferencias y
tomando medidas policiales al
ras‑tre‑ar rateramente
hasta el fondo
no
encuentre
nada

Este paradójico juego con la
muerte
el de Mandelstam
al sentir
un goce de dolor entre
el subconsciente
(historia antigua) y
una escritura antiapparatchik
la cual
el generalísimo Stalin comprendió
muy a tiempo y
al matar la vaca que
escapa ideológicamente en lo
obscuro pensó:
“cadáveres de vacas
= a
cadáveres syphiliticus”
así fue que
en los campus
a lo militar
unodos/ unodos
el éxodo luctuoso despertó
un interés poshistórico entre los
apparatchik y
un interés abstracto entre las
vacas que
al ordeñarlas en cubitos esmaltados
mueven sus rabos con
estilo lumpemproletario como
dijera el kommunistische
Marx y
ya no habrá remedio mas que la
muerte
cosa esta que
el excelentísimo señor Stalin intuyó y
al convertirse en
ilustre asesino de vacas se
convertía a su vez en
ilustre salvador de ”conceptos” que
con el tiempo fueron a
estancarse
en los retretes.







POR QUÉ TE HACES

Se me paró cuando te vi desnuda
Pero quisiste hacerte la inteligente y hablar de Zsigmond Móricz, de Kafka y hasta de Dios
Entonces,
no pude pensar más en tu culito,
y me marche.





METATEXTO INICIADO EN EL JARDIN DE LA CAMPESINA

El 22 de febrero de 1883

en carta a
Fran Overbeck

N.

el filósofo

describía la angustia que le produjo
aquella dama de ascendencia Rusa

          -Lou von Salomé- en
            un juego patético
donde el que escribe
delira y goza:

/ mi error el año pasado, fue
abandonar la soledad /

Las soledades no se abandonan Nietzsche
porque producen el caos
el dolor enrarecido
las ruinas

En un lienzo de Alexandre Séon, Orfeo yace a orillas
del mar. Su mano izquierda sujeta la lira con que
amansaba las fieras y detenía el vuelo de los pájaros

Por otra parte, el gesto incoercible del brazo derecho
manifiesta, todo el dolor del mundo por la perdida de
su adorada Eurídice; es decir, involuntariamente, por
la pérdida de su soledad.

Y es que si Orfeo no hubiese amado a
Eurídice
no habría veneno en su alma
aflicción en su cuerpo
suicidio

Digo esto
en el mismo instante en que
Liz, la campesina
gimiendo en lontananza
manda a pastar a su amante libertino
no como buey
sino en los potreros de un Munch
para la época

Y esto se sabía
no por la insolente voz que anuncia
decadencias
ni —— por
pernoctar de ideas
en la que el cerebro
echando humito
quebrara
a prontitud

Se sabía, sí
porque la Isla será siempre la
Isla
y no la nórdica Ciudad de los inocentes

Es el trópico
        el limbo cubanoide
donde la tarja, sabes
             de un tajo

UHH!

y la cabeza rueda

            Pero ¿quién sabe?
si en el trasnochar de estas palabras que se
investigan minuciosamente
(que se estudian)
en los laboratorios enfermizos de nuestros
gulags
se escuchen los bramidos del dolor:

NOOO! NOOO! NOOO!

YAAA! YAAA!

BAS‑TA!

y nos dejen
cicatrizantes
las heridas
¿quién sabe?



CARLOS ACUÑA NUÑEZ [12.009]

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Carlos Acuña Núñez 

(Cauquenes, CHILE   1886-1963)
Nace en Cauquenes, VII Región, Carlos Acuña Núñez, a quien la poetisa y Premio Nobel de Literatura en 1945, Gabriela Mistral consagró como el más genuino voceador y representante de la literatura criolla. Autor de la colección de cuentos y novelas cortas "Capachito".




Vendimia

Florcita que se moría,
¡cuánto la quería yo!
En la vendimia olorosa
juntos íbamos los dos
y su mirada era dulce
como la uva del parrón.

Bajo las hojas, sus dedos,
del racimo en el negror,
eran tan blancos, tan blancos
si como el pan de Dios,
y, si rozaban los míos,
¡cómo temblaban, Señor!

Y cuando se reverdezcan
y ría otra vez el sol
bajo las hojas, ¿qué dedos
cogerás, vendimiador,
si hoy vendimia su manita
en la viña del Señor?




A flor de tierra
Autor: Carlos Acuña
1913

CRÍTICA APARECIDA EN LA UNIÓN EL DÍA 1913-09-01. AUTOR: ALBERTO MAURET CAAMAÑO
Publicamos algunos fragmentos del prólogo que preceda a las poesías líricas del libro que con el título que encabeza estas líneas ha publicado recientemente el joven escritor don Carlos Acuña Núñez.

El volumen trae, además, una sección de cuentos, en su mayoría criollo.



Prefacio

Precisamente, en la época del pomposo reinado del solo, en que la vida irrumpe en explosiones de color y de alegría, me leí, a la sombra de coposo árbol, estos versos “A flor de tierra”…silvestres y olorosos como la floración espontánea de los cerros.

En los versos de Acuña, sanos de cuerpo y alma, si se me permite la expresión, quiero decir, sin los exotismos y preciosidades de las literaturas a la moda y sin esas enfermizas reminiscencias de la compleja filosofía moderna, hay algo de la virilidad de nuestra raza, algo de los oxigenados soplos de la abrupta montaña; la malla de estas rimas, sin pedrerías ni hilos d oro, es desaliñada, a veces tosca, pero siempre con el gracioso desenfado de la clásica sencillez. Gautier, José Asunción Silva, Darío y otros, han pasado a ras de su espíritu, sin turbar sus cristalinas linfas; el lago tranquilo de su alma ha copiado el halo romántico de la luna, el sangriento fulgor de los copihues y la nudosa musculatura de nuestros aborígenes.

A veces, a su agreste laúd sube la humedad de las lágrimas y el vaho salobre de una pena; pero el sol, padre de la buena vida, evapora las lágrimas y la pena se disipa entre el rasgueo de la guitarra y el picante aroma del mosto…



“Júntate a mí; tengo frío…
¿Ves? Hay sol en la ventana…
Es que el frío que yo siento
es de las penas, es del alma.

Acércame el vino viejo
que pone joven la cara,
que presta brillo a los ojos
y adormece las nostalgias…
Bebe tú, primero; deja
la dulce huella dorada
de tus labios, en el borde
de la copa que me escancias…
Así…qué bueno es el vino,
cuando una fresca muchacha
pone su joven perfume
en el líquido que abrasa…”



Acuña ha escrito versos solicitado por una honda necesidad de vivir diáfano y puro; por la misma necesidad que sentimos, en el febril rodaje humano, de echarnos sobre el verde césped, mirar encenderse el lucero del crepúsculo y subir al cielo, como rústicas plegarias, el humo de la choza en pos azules…

Leyendo “A flor de tierra…”, no forja la ilusión de un viaje selva adentro, bajo la gloria del sol, oyendo a las líricas chicharras; aspirando a pleno pulmón el oxígeno de las cumbres…

Acuña es, en veces, un feliz pintor de escenas campesinas. Sus tipos, pendencieros y enamoradizos, son de hombría de bien, a la romántica usanza española; tan presto largan la copla dulzona como la puñalada…El poema que sigue es una visión vigorosa y audaz de la vida rústica, todo un cuadro aprisionado en el marco severo del soneto “El Poncho”:



“Lo tejieron las manos de mi chiquilla,
la misma que me tiene muerto de amores,
y, al sol, como una orada llena de flores,
cuando me lo echo al hombro, su trama brilla.

Cuando monte el mulato para la brilla,
el viento arremolina sus mil colores,
y, amarrado en el brazo, ni los mejores
me han probado la sangre con la cuchilla.

El me sirve de almohada en las noches duras,
cuando se duerme al raso en la cordillera
bajo el toldo sereno de las alturas.

Y cuando así lo pongo, yo me dijera
que mi poncho, al oído, tenue murmura:
“¡Piensa en la dulce niña que me tejiera!”




Este ingenio madrigal tiene el valor de las flores que se columpian en la pared de un precipicio y que la temeraria mano del enamorado, con riesgo de la vida, arranca para los cabellos sombríos de la novia desdeñosa:



“Perfumada del polen de las flores
errante del panal, llegó una abeja
y comenzó a aletear junto a mi rostro
con porfiada insistencia.
¿Qué buscara? –me dije. ¿qué dulzura
podrá ofrecerle mi eternal tristeza;
qué la amargura de cruzar la vida
arrastrando el grillete de las penas?
Me olvidaba de ti; de que aún tenía
de esa tu boca perfumada y fresca
el sabor de los besos, de los últimos…
¡Y comprendí a la abeja!”



En medio de la encantadora bonhomía de estos versos, hay una queja amarga que no alcanza a ser blasfemia, algo como el fermento de flores moribundas:



“La mano seca…
Tantas veces la estrecharon,
desnudos de fe sincera,
los amigos desleales
que hoy está la mano seca…

Mano que el manchego hidalgo
que mantearon en las ventas,
hubiera creído suya
al estrecharla en la diestra…

Y que en la vida secaron
deslealtades y vilezas:
¡pobre mano que ya nunca
hallará su hermana ingenua!”




Ah! Pero el poeta olvidó escribir que, junto con secar la mano el hielo de la ingratitud, van floreciendo en el corazón inefables ansias de infinito, donde no llega jamás el hálito acre de los hombres…

He aquí, en síntesis, mi opinión: sobre “A flor de tierra”, abrigo la confianza de que muchos lectores opinarán, al respecto, como yo.

Acuña, cuanto a poeta, es original; siente y observa por cuenta propia; los ripios importados no han ahogado las corolas de su vigorosa fronda lírica. Va por ruta no trillada; por donde echará a andar, “pastoreando sus ensueños”, el futuro cantor de nuestra raza.



Vaso de arcilla
Autor: Carlos Acuña
Santiago de Chile: Zig-Zag, 1917

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1917-11-26. AUTOR: OMER EMETH
¿Quién es, en cuanto poeta, Carlos Acuña? ¿Qué nombre lleva el “partido poético” cuyos registros ha firmado al publicar “Vaso de arcilla”? ¿Qué musa o musas le inspiran?

Estas preguntas vienen contestadas, más o menos exactamente, por autorizados amigos del señor Acuña, en el prefacio y en las “salutaciones líricas” que encabezan el presente libro.

“Yo conozco a Carlos Acuña”, dice allí el señor Eduardo Barrios, “es el primer intelectual de una antigua familia de hidalgos campesinos. Las herencias han superpuesto en él principalmente el amor de la tierra. Hoy, su espíritu moderno con poco se hastía de la vida ciudadana, […]: este es Carlos Acuña”.

¡Muy bien! la teorías de las herencias superpuestas (según la cual cada uno de nosotros es una especie de “gateau feuilleté” o pila de hojaldres que viene formándose desde los lejanos tiempos de Adán), esta teoría, digo, es, si no verdadera, al menos cómoda y “ben trovata”. Merced a ella, puede el crítico prever que los versos del señor Acuña, descendiente de tantos campesinos, y “primer intelectual” de una familia agrícola; se inspirarán en el amor a la tierra: serán en algún grado “geórgicos” y quizás “bucólicos” como los de Virgilio.

Así sucede, en efecto. Si hemos de creer las “salutaciones líricas” de los señores Daniel de la Vega, Jorge Hübner Bezanilla y Ángel Cruchaga Santa María, todo en “Vaso de arcilla” pertenece al campo.

Según el primero de los citados poetas, en este “Vaso de arcilla”, “descuidado y sincero”:



“destila el agua clara del último aguacero,
y esconden sus latidos
y sus versos sentidos
las tragedias agrestes,
los caminos perdidos
y los ojos celestes…”



El segundo en un buen soneto, nos declara que se respira en este libro “un aromo de huerto” [sic], y el tercero dice que hay allí “lágrimas y cielo”, “lágrimas y aristas de estrellas”, pero, hablando al poeta, añade:


“Un perfume silvestre en tu vaso conservas
traído por la brisa de algún bosque profundo.”


Con lo cual resulta, en parte siquiera, versificada nuestra previsión: el poeta, hijo de campesinos, será el cantor de la madre tierra: de los aguaceros, del suelo profundo y del huerto, de ese huerto sobre el cual escribe el señor Hübner tres versos que dejan en la memoria una imagen luminosa:

“Hay una enredadera sonriente de rosal

que oculta los cipreses, y en un banco desierto quedó prendido un claro pedazo de percal”.

Resuelto el problema en lo relativo a la materia, mejor digamos, a la arcilla poética de este “Vaso”, convendría examinar la cuestión [de] forma y escuela. Sobre esto, creo que ni el prefacio ni las “salutaciones” nos darán mucha luz.

Citaré aquí algunas frases del señor Barrios, las cuales constituyen una página curiosa, tanto por las ideas que el autor procura expresar en ellas cuanto por la forma con que las viste.

“Sabemos”, dice el señor Barrios, “que el alma de un hombre se manifiesta como la superposición de las almas de sus antepasados: hemos de convenir entonces en que sus experiencias, ya se hallen en estado de experiencias en instintos y facultades, han de producirse de igual suerte. Lo seguro es que a partir del proceso enunciado, vamos a tener personalidad, tono diferencial. Luego el hombre goza, sufre, se desequilibra, se hace ilógico, quiere volar; pues ya el poeta asoma. Un instinto le guía ya, una voz le advierte que algo hay que a la lógica excede, algo que el pensamiento ignora pero concibe, algo que el corazón no explica pero sabe, y si en este punto una “simpatía activa” nace y “aquello” se comunica a los corazones de notas cuya particularidad nadie puede analizar, sino recibir en ondas perturbadoras, ya el poeta habrá florecido, ya irradiará sobre nosotros”.

Hasta aquí nuestro autor. He de confesar francamente, que a esta página no viniese firmada jamás habría pensado yo en atribuirla al señor Barrios, cuyas obras anteriores al presente prefacio son de escritor inteligente, ingenioso y agudo, incapaz, en mi opinión, de contentarse con palabrería seudo-filosófica como la que acabo de copiar y cuya conclusión lógica merece ser la que Moliére pone en boca de “Sganarela” después de análogo razonamiento: “Et voilá pourquoi votre fille est muette…”

Según el señor Barrios, este sería el origen de la poesía del señor C. Acuña: ha gozado, ha sufrido, se ha desequilibrado, se ha hecho ilógico, ha querido volar… “Et voilá pourquoi… es poeta…”

Bien dicen que de poeta y loco todos tenemos un poco; pero creo que de este refrán o axioma, no puede inferirse que poeta y loco sean sinónimos en toda su comprensión.

Si el estudio de los grandes poemas no bastase para ilustrarnos sobre este punto, la historia de los poetas nos enseñaría que de estos, los más grandes, los que, precisamente, brillan en las más altas cumbres, se distinguieron por el maravilloso equilibrio de su mente. Ejemplo: Virgilio, Dante, Milton, Goethe, Víctor Hugo, etc.

De lo dicho por el señor Barrios puede y debe aceptarse lo primero. Para ser poeta, es menester haber gozado y, en consecuencia, haber sufrido; pero el desequilibrio mental, la falta de lógica, la manía voladora… no son elementos poéticos.

Si a la experiencia sentimental atesorada en el gozar y en el sufrir, se añaden por un lado el don de imaginar y de pensar, y por otro lado, el don de expresar rítmicamente las imágenes y pensamientos, se tiene todo lo necesario para constituir un poeta.

En el señor Acuña se realizan en grado apreciable las condiciones que acabamos de apuntar.

Podríamos entresacar de su obra un cierto número de versos para fundar en ellos este juicio. Pero en vez de hacer un ramillete con flores cogidas en páginas distintas, más vale, para el poeta que sirva de ramillete una composición citada íntegramente, la cual, si no nos engañamos, es la más representativa de su talento o si se quiere, de su personalidad poética. Es intitulada “Contra Ná…” y, como lo indica el título, viene escrita en lengua popular:



“Tan orgullosa conmigo
que te han de ver, Trinidá,
cuando sabes que no hay otro
que te pueda querer má
cuando sabes que no es vía
la vida que vos me das
con esos desprecios tuyos
agrios como agua salá.
Más, no me doy por vencío,
que le olvide es por no ejar
pídele al sol que no alumbre,
que no vuele al gavilán
y a los fragantes claveles
que ya no florezcan má,
pero que yo no te quiera…
¡Es contra ná!...

Me dijo mi maire ayer:
Te estás acabando, Juan,
Tenías sorbíos los sesos
Por culta de una arrastrá…
Y aunque mi maire lo ecía,
Casi no pude aguantar:
¡Arrastrá, la que es mi encanto
mi vía y todo mi afán
y liuda como la Virgen
y buena, mejor que el pan!
Y es por eso que a mi vieja
le tuve que contestar
besándola en los cabellos
blanquitos de nieve ya:
Dios sabe lo que yo te quiero
que no se puede querer má,
pero, madre, me robaron
el corazón y la paz;
y a la que tiene la culpa
nadie me la ha de quitar
de aquí donde yo la esconde
como santita de altar…
No me pidas lo imposible,
Madrecita… ¡es contra ná!”



Por estos versos sencillos, sinceros, humanísimos [sic], siéntome inclinado a olvidar todo el resto del libro donde abunda cierto verbalismo falto de base en la experiencia emocional y cuyo lenguaje es muy a menudo incorrecto, retorcido, artificial. Por ejemplo el poema intitulado “Espinos viejos”. ¿A qué idioma pertenecen los dos últimos versos de la siguiente estrofa?



“No hay espléndidos tintes en los ramajes
mas la savia hizo acero de aquella fibra
y a la bella fragancia de los encajes
de sus flores de seda nadie se libra”



Aquí “librarse” es el francés “se livrer”, el cual, en castellano se traduce por ¿entregarse? ¿Qué puede significar en español “librarse a la fragancia”?, y esos tres genitivos; de los encajes de sus flores de seda, ¿a qué idioma pertenecen?

Y ¿la “ubre” de la estrofa siguiente?


“Peregrino, ¿cruzaste en el […] Octubre
la vega florecida, las verdes lomas
en las que Primavera vació la ubre
del color, de la risa, de los aromas?”



Aquí diré como el señor Acuña: “Es contra ná!”… No puedo conformarme con la Vaca-Primavera ni con su ubre, con una ubre de contenido tan mezclado… ¡Es contra ná!... ¡y maldigo a octubre que trajo esa ubre!...

Con todo, más allá de aquella evocación vacuna, aparecen al final del poema, dos estrofas cuya hermosura me consuela.

Hablando a los espinos, díceles el poeta:



“Bellos árboles, fuertes sois como atletas
y sanos como rústicos sin aliños
escondéis la dulzura de los poetas
y el corazón suavísimo de los niños.
Corazón que florece en las primaveras
en mil fragantes copos que, desde lejos
son como encajes de oro por las laderas…
¡Cuánto os amo, dolientes espinos viejos!...




“Suena la orquesta, bebemos
y fumamos;
(sólo nosotros sabemos
las dulzuras que soñamos).”



“El veneno dorado a sus pupilas
presta un raro fulgor,
el brillo extraño de una joya antigua
luz de muerte y amor”


En la siguiente estrofa, paga tributo al mal gusto de moda:


“Peregrino, cruzaste en el dulce octubre,
la vega florecida, las verdes lomas
en las que Primavera vació las ubres
del color, de la risa, de los aromas?”


Hay una estrofa en la Balada de la Resedá, mal construida, sin sentido:


“Resedá, que no has sabido
la insolencia de las rosas,
ni sangre de los claveles,
ni oro de las tuberosas.”


¿Que no has sabido “sangre de los claveles”? Menos mal que con buena voluntad se entiende. En cambio, esta otra contiene un disparate:


“Asomado al abismo,
el panal he saqueado,
y hay en la miel pagana
Embriagueces y espantos.”


Me refiero a lo de “miel pagana”. La afición a fabricar metáforas bíblicas, traídas por los cabellos, se ve aquí:


“La tierra tiene venas
impalpables y bellas
que hacen temblar la hierba
y palpitar las ramas.
Las hojas desprendidas
perfuman mis sandalias
y mi paso es aéreo:
¡Cristo sobre las aguas!”



Entretanto, cuando el poeta se entrega a su propia inspiración, produce estos versos sencillos y hermosos:


“Vecinita, que te pasas
apoyada en el balcón
vecinita linda y rubia
cuya trenza es como lluvia
de hilos de oro de un telar que fuera el sol;
vecinita
tan bonita,
que yo he visto una mañana
asomada a la ventana
con tus ojos que añoraban los senderos del amor;
cómo envidio al que tú esperas
al que bañan de dulzura tus pupilas hechiceras
y perfuman las caricias y los mimos de tu voz
cómo envidio al que se aniega
en tus ojos soñadores;
al que escucha si te ruega,
y le das de tus amores,
en el vaso de tus labios virginales, el dulzor…”





Baladas criollas
Autor: Carlos Acuña
Santiago de Chile: Nascimento, 1940

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1941-02-02. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
El autor de este libro ha confesado tener predilección por el poeta Federico Mistral, especialmente en su obra “Mireya”. Estas “Baladas Criollas” vienen a confirmarnos el amor del poeta por las cosas de su tierra, por el perfume de sus campos y montañas de Maule, que inspiran la mayoría de las “Baladas Criollas”, verdaderas canciones de amor, de ternura aldeana que siempre concluyen en el requiebro de una copla que nos trae el recuerdo de los que vieron nuestros ojos allá en las serranías, bajo cielos estrellados vigilando la soledad de los caminos montañeses.

Carlos Acuña ha escrito cuentos, novelas y poemas criollos; “Capachito”, “Mingaco”, “Vaso de Arcilla” le habían otorgado ya un lugar predilecto en la literatura chilena. Ahora estas “Baladas Criollas” confirman su calidad de poeta; artista de la forma y de la emoción que sabe acordar su canción con la rústica añoranza de la vida rural; que sabe dar el tono y coger el color que hará vivir una escena que pinta el paisaje hermoso de esas tierras maulinas, embrujadas por la canción del río, llenas de fragancia montañesa, salobres con el aire del mar.

La obra poética de Carlos Acuña se ha definido en estas baladas que son como esos cardenales y pelargonios que cuelgan de los ranchos, cerca de la pequeña ventana pro donde asoma sus ojos vivarachos la muchachita campesina. El poeta ha encontrado su camino personal en esta interpretación de las cosas maulinas; a este respecto escribe Mariano Latorre en el Prólogo: “Nadie ha visto con mayor justeza la peculiaridad de los cerros costeños y el espíritu de sus costumbres actuales. Es el Maule mismo que se ha hecho literatura en los relatos en prosa y en los poemas, unidos entre sí como a la vega húmeda, paréntesis poética del cerro, se une la loma gris o el faldeo donde verdea el pámpano o se alza el índice de oro de la espiga y como el ala rastrera del tordo o de la tenca, el vuelo dominador del aguilucho o del jote”.

El poeta ha descubierto la veta maravillosa de esa tierra que ha cantado con acento no igualado Jorge González Bastías; Carlos Acuña ve la gracia de un árbol, la confidencia del Maule que pasa camino del mar, la sabrosa harina que se muele en las piedras de esa tierra para después ser ulpo que beben los hombres rudos entre sorbos de sed y palabras de amor para la buena moza que les ha hecho ese regalo.

Acuña ha escrito esta obra con una sencillez notable, más ahora cuando la poesía de tantos se viste solo de artificio; él ha ido a la intimidad misma del poema para desentrañarla en la gracia y ternura de la balada que por ser criollo tiene mucho de égloga.

Inicia el poeta sus baladas con una “Invocación a la tierra de la mocedad”, en la cual encontramos su temperamento poético derramos como agua de estero en deseo de riego, de caricia, de pasión amorosa. El poeta ama esa tierra legendaria para él como los cuentos que contaba la abuela en el umbral de los cinco años. Le dice:


“Me anegaré en tu perfume
con un ansia de llorar,
en ti hincaré mis rodillas
y mis manos se hincarán
por dichoso de mirarte
y de volverte a encontrar,
por abrazarte de nuevo,
tierra de mi mocedad…”


Añora ese viaje por sus senderos amigos; evoca los trigos y las flores del campo, y le dice:


“He de abrir mi alma y mis brazos
a la azul inmensidad
a las noches estrelladas,
al rebaño y al solar,
a las espigas de oro
y a las mieles del boldal”.



Saboreamos después el mosto maulino que llena los lagares con su dulzura y fragancia:



“Mosto sabroso de la tierra maulina,
tú bautizaste la sangre de mis venas;
y supe que la liana abrasadora
de la primera dulce carne morena”.



Llega hasta nuestros oídos “la espuela firma, del tin-tin de plata”, pasa a toda carrera el caballo chileno, escuchamos el adiós “como un conjuro”… Su balada “Cantaba el pidén” es una de las más hermosas páginas de la obra, porque ella reúne toda la gracia sencilla de la canción; la tristeza de amor y la armonía del verso que se nos queda en el oído como el rumor de una fuente secreta que se ignora, pero cuya frescura y confidencia conocemos.

Con palabras desnudas de ostentación, sin grandilocuencia hueca, el poeta nos descubre la maravilla de su canto:



“Un ramo de albahacas llevaba a mi niña,
mi encanto, mi bien,
la tarde caía, balaba el ganado,
cantaba el pidén.
Allá, junto al rancho, la ropa tendida
cimbraba el cordel,
y los maceteros de su ventanita,
moviendo sus flores, decíanme: ¡Ven!
Crucé por la huerta cantando un requiebro,
llegué hasta el dintel:
no estaba como antes, abierto el postigo,
ni oí de sus labios el dulce: ¿Quién es?
Golpeé; respondieron; abrióse la puerta,
y un pálido rostro angustiado miré:
su madre me echaba los brazos al cuello,
y oí que decía llorando: ¡se fue con otro…!
-¿Con otro?
-Ya sabes… con él….
Sentí que se me iba la vida del cuerpo,
como que la tierra faltaba a mis pies,
y huí de la casa, llevando en el pecho
clavado un cuchillo sangriento y cruel.
Allá junto al rancho, la ropa tendida,
cimbraba el cordel,
y los maceteros de su ventanita
moviendo sus flores, no decían: ¡Ven!
Porque en la tristeza del atardecer
Todas esas cosas decían: ¡Se fue!
Decía la tarde, balaba el ganado,
cantaba el pidén…”



Tienen estas baladas de Carlos Acuña el aspecto de esos vasos de greda que se fabrican en las tierras del Maule, son rústicas y frescas; el verso no pierde la elegancia a pesar del motivo popular que lo inspira. En donde otros solo pondrían el acento vulgar de una frase consabida y pedestre, Carlos Acuña ha hecho relucir la ternura de su varonil sensibilidad que se hermana a la de esas gentes rudas que viven en muda contemplación de una belleza que no comprenden. Era preciso que un espíritu como el de Carlos Acuña descubriera ese poncho maulino, el milagro de la tierra que a pesar de su aridez es capaz de dar jugosos racimos, el grillo “más dichoso que tu poeta mozo”; Acuña sabe de lo suyo, de lo que le pertenece por derecho de cuna: sus ojos de niño crecieron en los paisajes que hoy cantan sus “Baladas Criollas”, milagros de gracia y sencillez.


CARLOS CASASSUS [12.010]

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Carlos Casassus

Carlos Casassus Noriega (Iquique, CHILE  1899 – Santiago, 1982). Poeta y narrador, profesor de castellano. A los 19 años publica su primer libro “Latidos” (1918); “Altamar”, con prólogo de Joaquín Edwards Bello, (1928); “Mi Atlántida” (1965); y “Océano de Dios” (1981).




“Los horizontes
llaman a los hombres
y frente al mar
se siente el desconsuelo
de no poder
estar
en todas partes,
en cada punto de la tierra
en cada barco del mar…”



Frente al Mar

Yo he sentido la pena de los puertos
desde los barcos que se alejan,
frente a los barcos que se dejan
con los brazos caídos de dolor,
con las pupilas pensativas
y solo…solo
con la tristeza de mi corazón.



Altamar
Autor: Carlos Casassus
Santiago de Chile: Nascimento, 1928

CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1928-12-30. AUTOR: ALONE
Bajito, delgado, crespo, con una cara de fealdad intensa, ligeramente diabólica, imagen de ciertos juguetes modernistas, atravesó la interminable oficina a largos pasos gimnásticos y plantándose delante del escritorio, pronunció estas que, entonces, creímos sílabas de un conjuro:

-¡Casassus!

Era el poeta de Valparaíso que venía a la conquista de Santiago. ¿Cuántos años hace? No son muchos. Y ya Casassus ha realizado su propósito; Santiago le pertenece por derecho de conquista; nadie que se respete puede ignorar su nombre y la que, al principio, en los labios de los necios, quiso ser sonrisa burlona por el desplante de este muchacho tan seguro de sí mismo, se ha cambiado luego en expresión de simpatía franca, de estimación verdadera, no sin cierta admiración en el fondo. Las personalidades vigorosas se imponen siempre, y Casassus, antiguo boxeador de peso pluma, conocedor de noches triunfales en el “ring”, posee un temperamento definido que domina. Cuenta que como orador ha obtenido también éxitos fantásticos y provocado delirios de entusiasmo. No lo dudamos. Tiene algo de irradiante difícil de hallar en gente de nuestra raza. Joaquín Edwards lo anota en una bonita frase: “…Valparaíso… le ha visto pasar con su cabeza de caracoles y el verso pronto en las puntas de su persona, como electricidad ingénita”. No se podría evocar de modo más íntimo la facilidad que caracteriza al poeta para declamar sus poesías donde se le presente una oreja receptora. Otro rasgo bien observado, pinta el carácter moral de Casassus: “Siempre ha tenido la noticia buena en su inagotable faltriquera”. A él no le oiremos nunca contar el pequeño eco maligno, la frasecita envenenada, ni veremos en su cara el gesto de desesperación cuando se habla bien de alguien; la poesía lo mantiene en una atmósfera de nobleza espiritual donde las miserias literarias se purifican.

Su libro, desde el título, nos aparta de la tierra: “Altamar”.

Es una especie de juego con los versos, una diversión libre, enérgica, donde las imágenes de olas y los hallazgos de expresión surgen fáciles y se apagan, de distancia en distancia, sin ritmo mecánico:


“…con ese movimiento de los barcos
de babor a estribor
de estribor a babor,
que nos hace evocar
el calor
del amor
y el ensueño de la cuna en el hogar…”


El mar le dice todo cuanto le canta el corazón y no necesita sino enderezar sus velas y lanzar sus redes para pescar canciones en el agua profunda, grave, ligera, inmóvil o encrespada por misteriosa agitación. Pasan los marineros “monjes de errante cautiverio”; pasan los viejos barcos y los barcos nuevos, todos con su símbolo en los mástiles iluminados; pasan y:


“allá en el mar,
en altamar,
las olas suben igual
que cuando pasaron todos
los navío que no están…”


A veces un pensamiento de melancolía surge de esa extensión tan fácil de cruzar y donde ni una sola huella queda nunca; pero el alma del poeta se levanta de nuevo, impulsada por el viento de la juventud, se yergue, espumante, optimista:

“¡Qué pensar en reveses ni vueltas del destino
cuando el alma es un canto de esperanza y amor!”

Varía el alma, como la onda, y tras el levantarse viene el decaer; el rumor del mar lo dice todo, la tristeza y la alegría; hay viejos barcos ancianos que añoran la travesía lejana en un rincón del puerto, porque:


“…la vida cambia tras de cada camino
y la huella es arruga
y la arruga es dolor…”


El ir y venir sin término despedaza interiormente, tira hacia allá y  hacia acá los deseos y revuelve las esperanzas, como una cabellera; a veces no sabemos dónde estamos al detenernos delante del mar:


“Los hombres que se van
también quisieran quedarse,
los hombres que se quedan
quisieran irse…”


La poesía de Casassus suele asemejarse a esos guijarros de las playas que las mareas han dejado lisos, en una forma elemental; pero no parecen banales, porque está sobre ellos el trabajo tumultuoso y enorme del agua, el misterio de las resacas y el contacto de grandes monstruos desconocidos.

Ahí está su nota, en la desnudez para entregar el pensamiento y el sentimiento. Cuando quiere complicarse, cae en la retórica común. Ejemplo, el Velamen, de la página 59, donde un corazón es ancla, un cuerpo es nave y unos brazos, el puerto buscado para entregar la nostalgia recogida sobre los mares. Todo compuesto visiblemente; y malo. “El Desconocido” (pág. 41), bien hecho, sugerente, recuerda tal vez demasiado al de Pezoa Véliz:


“Era un desconocido que llegó de muy lejos,
que nunca habló con nadie y que nada pidió,
que a veces suspiraba por un recuerdo viejo
y fumaba… y fumaba… hasta que se murió”.


El libro se compone de dos partes: “Los Poemas del Puerto”, sin duda, la mejor, y “Los Poemas del Dolor”, mucha prosa puesta en renglones cortos. Buscando lo mejor -¡supieran los autores qué afán, con qué ansiedad, a veces, buscan los críticos lo mejor!- dentro de esta segunda parte, hallamos unas estrofas fuertes sobre la vida:


“Voz de la tierra que sube
ya en brazos del huracán,
ya colgada de una nube,
ya en el alma de un volcán…

Fuego de sol derretido,
llanto de niño parido
como una gran maldición;
trueno que se hizo latido
al quedarse confundido
dentro de mi corazón…”


Antiguo énfasis bien concentrado y con empuje.

Pero, si queremos quedarnos con el acento típico de Casassus, con la flor y la espuma de su “Altamar”, volvamos a “Los Poemas del Puerto” y pongamos el oído a las voces del mar, por cuya superficie vaga esta alegre canción:


“El aire del mar que me trajo un cantar…
Oh! La inquietud de navegar
como un cantar
sobre la mar…
Con las olas juguetear
a subir
y bajar,
y hacer cabriolas
a solas,
como un cantar
sobre la mar…
Y rodar y rodar,
y subir y bajar,
y rodar y rodar
hecho un bello cantar
sobre el agua del mar…”


Que un músico tome estas estrofas y todas las mujeres, en las tardes de las playas, sentadas sobre la arena, las cantarán al compás de los golpes del agua…




El romance de las sirenas
Autor: Carlos Casassus
Santiago de Chile: Nascimento, 1938


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1939-02-05. AUTOR: ANÓNIMO
Carlos Casassus ha publicado bajo el signo de Nascimento su poema en verso “El Romance de las Sirenas”. Casassus es uno de nuestros poetas más laboriosos. La cita de Jung con que el prologuista de la obra, el conocido escritor Juan Marín inicia las palabras de presentación nos servirán para definir la figura misma del poeta. “Los poetas –escribe Jung- son seres capaces de interpretar el inconsciente colectivo y de captar las misteriosas corrientes al subsuelo, para expresarlas, según sus facultades individuales, en símbolos más o menos perfectos. El poema de Casassus está animado por la simbología del creador que remonta sobre la vida el destino y forja la propia existencia. Creemos que este nuevo libro de Cassassus obtendrá el éxito que se merece.

Firmado como Brand.





Mi Atlántida
Autor: Carlos Casassus
1965

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1968-02-11. AUTOR: HERNÁN DEL SOLAR
Las más valiosas pertenencias de un poeta son siempre íntimas, ocultas. Cuando las da a conocer orgullosa o modestamente, a todos nos asiste el derecho de juzgar si valía o no la pena mostrarlas. A veces son grandes, extensas, parecen no tener fin; pero a menudo caben en un dedal, no alcanzan a llenar un soneto destartalado.

Carlos Casassus nos da una gran sorpresa: sus dominios son nada menos que todo un continente. Estamos en la Atlántida. Son tierras sumergidas que pertenecen al poeta. Y no se piense en una absurda exageración. Ese continente hundido es el mundo poético personal que nos da a conocer con pródigo desinterés, con la alegre confianza que todo poeta pone en su obra.

La Atlántida es el tema desarrollado a través de veintiséis poemas internamente unidos por el mismo soplo forjador. El poeta cierra los ojos, en su libro, a las realidades y apariencias de los días actuales y, con decidida voluntad, corre hacia tiempos muy antiguos, hacia mitos que casi todos los hombres comunes tienen olvidados, y se sumerge en un sueño de que no quiere despertar, satisfecho de encontrar en él todos los materiales necesarios para la construcción de un poema. Esta dicha de vivir en su sueño, de poder defenderlo contra toda duda identificándose plenamente con él, la advertimos desde los primeros versos. Es un breve poema introductor titulado “En el jardín de las naranjas de oro”. De él parte la aventura, el viaje. El poeta se dirige a una mujer y le cuenta que hace treinta mil años, cuando era un joven nigromante de la Atlántida y se hallaba buscando bellos caminos para sus ilusiones, se puso a soñar con ella, a adorable mirada. La vio de repente y comenzó a acercarse. Iba por una senda llena de luna y de perfumes. El poeta recuerda muy bien la escena y dice:


“Tú eras como la fragancia de los azahares
bajo la orquestación azul de las tres lunas
y lentamente caminabas…
¿Recuerdas?
¡Qué triste para mí si así no fuera…!”


Este último verso muestra el pinchazo de la duda, nos acerca a la reacción que produce un desasosiego que, adueñándose de él, irá carcomiéndole, atándole a una tristeza que no será, precisamente, la poética, sino la enemiga de toda posible poesía, la tristeza que inhibe, que le arranca al poeta la pluma de las manos, que le arrebata el sueño y lo hace trizas, sin piedad alguna.

Pero el mal momento es fugaz. Tiembla un instante en el verso mencionado y desaparece en seguida. El sueño no se interrumpe. El joven nigromante se halla cada vez más hondamente enamorado. La mujer le pide que le hable del destino y, charlando, aproximándose más y más, sucede lo que nunca debe faltar en todos los buenos sueños. Dice el poeta:


“Cuando supiste que era nigromante
y era también un forastero atlante,
en el Jardín de las Naranjas de Oro,
me dejaste besar tu boca en flor…”


Al cabo de trece noches, apenas aparecida la Serpiente Alada, hubo una tremenda catástrofe. Se hundió la Atlántida. Pasó a ser un sueño de poetas, un oasis para los espíritus que, asomados al más allá, entran en delirios de la más varia fortuna.

De esto hace treinta mil años. El nigromante de entonces, sin que las edades le estorben la capacidad de soñar, sigue vivo en la Atlántida, no sumergida ya, sino alzada firmemente en este libro, y confiesa que no puede olvidar a la mujer de entonces.

Cruzado este pórtico, se entra en los veinticinco poemas restantes, que son otros tantos episodios en que aparecen Poseidonis, la ciudad sagrada, con sus innumerables sacerdotes, sus fiestas rituales, el bazar de los atlantes, con sus tesoros de oro, joyas y pedrerías, con los augustos soberanos Atlas y Ozimandías, y todos los hombres maravillosos y las cosas admirables que pueblan el mundo poético de Carlos Casassus, dueño de una Atlántida de verbal firmeza, de relampagueante configuración onírica y poemática.

Cuando terminamos, junto al poeta, de viajar al borde de las maravillas, los imposibles, las superrealidades, los misterios, los inefables territorios de la vieja Atlántida, nos detenemos a escuchar cómo Casassus invoca a los Espíritus Guías de la Atlántida, asegurándoles que ahora que se les conoce el pretérito, que se sabe lo que contó Platón, que se tiene cierta idea de lo que fue su civilización, es hora de que despierten, que se acerquen a nosotros, que nos oigan y nos amparen. Esta protección nos es absolutamente necesaria, porque los hombres se odian entre sí y odian también la existencia. El poeta quiere que la paz de los magníficos guías encienda los corazones humanos y lleguemos a odiar y maldecir las guerras.

Termina el poema así:


“Hoy yace el cadáver de la Atlántida
debajo de su propia cabellera
en el insondable mar de los Sargazos…”


Así pues, ubicada en el sueño la tumba de la Atlántida, ya no se trata de una mera leyenda que se desvanece, de un simple mito que se esfuma, se trata de un mundo poético que podemos señalar en la geografía y recorrer en los versos de un bardo.

El libro es, como a nadie le costará advertirlo, inesperado, insólito. Si los poetas por lo general, construyen su orbe poético colectando materiales sentimentales, vivencias ubicables en nuestro mundo de cada día, aquí tenemos a uno que se pone a vivir su sueño milenario, que se aparta de todo lirismo inmediato, y que entona con intención épica la canción de una existencia que fue suya hace treinta mil años y es suya ahora en el alma y en el verso.

Manuel Eduardo Hübner escribe el prólogo de esta obra. Es un exordio extensísimo en el que, con su nunca desmentida facundia, dice cuanto es posible decir acerca de Casassus, como hombre y como poeta, situándolo entre los nombres que no deben fugarse de nuestra memoria.



DAVID PERRY [12.011]

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David Perry

David Enrique Perry Barnes (Ovalle, 1896 – Santiago, 1969). Estudió leyes en la Universidad de Chile. Fue funcionario del Ministerio de Justicia, secretario y agregado de prensa del Departamento de Turismo. Publicó, entre otros libros: “Témpanos errantes”, “Tiempo inmóvil”, “Tejedor de la luz”.

Escribió crítica literaria en “Las Últimas Noticias”, “El Mercurio”, “El Diario Ilustrado”, “El siglo”, entre otros medios.



HIJO AUSENTE

Crepúsculo unvernal está esfumando
la Acrópolis de mármoles desnudos.
La madre sigue ante la cruz, llorando
el infinito que vivir no pudo.

Y es una imagen de la pena cuando,
a todo luna, el cementerio mudo
es un oasis perfumado y blando
en la violencia del camino rudo.

Llora la madre por la adversa suerte
y quiere abrir el túmulo con besos
y revivir las pláticas difuntas....

Y espera luego el sueño de la muerte
donde florecen fatigados huesos
y almas hermanas amanecen juntas.





Témpanos errantes
Autor: David Perry
Santiago de Chile: Impr. New York, 1915


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1915-10-25. AUTOR: OMER EMETH

¿Qué tienen de “témpanos” los versos del señor Perry? “Témpanos” serían para mí, poemas fríos, glaciales, álgidos, con los cuales el tropezar en medio del mar de la vida sería catástrofe…

Puede uno leer los versos del señor Perry sin tener suerte igual a la del “Titanic”.

No adivino, pues, la razón a que obedeció el poeta al dar a su libro un título tan enfriador…

La verdad es que si, por ahí, hay témpanos errantes que prometen durar lo que duran los hielos en primavera, hay también en este libro islas sólidamente ancladas y en cuyo suelo florece poesía.

Ejemplo: las “Madréporas”, cuya intensidad de vida es todo un símbolo.


“Entre güiros, medusas y cardúmenes,
en el fondo del antro submarino,
las oscuras madréporas se aduermen
perezosas, letárgicas. No alcanza
a sacudir su inerte somnolencia
la intuición inefable de los mundos
espléndidos de arriba…


Pero en la calma de una noche estiva…
...

un rayo pensativo de la luna


penetró con su flecha cristalina
el alcázar dormido de las aguas,
y conmovió en un beso azul y blando
el sueño secular de las madréporas.”

Y, despiertas, iniciaron estas su ascensión hacia la luz:

“Lentamente se fueron congregando
los laboriosos pólipos. La esbelta
columna fue ascendiendo…”

El mar, con el peso formidable de sus aguas, intenta aplastar a las madréporas y cautivarlas en sus abismos. Pero la lenta y esforzada columna continúa subiendo.

“Hasta que un día cálido y glorioso
como un beso augural, llegó a sus frentes
un rayo de sol. Y las madréporas
redoblaron su esfuerzo. Ya el espacio
va insinuando en el bloque trasparente
su verde claridad. Tan solo falta
un último empellón. Y la gran isla
se alza […] sobre el océano…”

Siento que la falta de espacio me prive de copiar toda esta pieza.

Por la muestra ve el lector la poesía y el simbolismo de estos hermosos versos.

A mis lectores, pero principalmente al joven poeta, séame lícito desearles que se realice en cada uno de ellos el símbolo de las “Madréporas”.

Estamos todos “en el fondo del antro submarino” revueltos con güiros, medusas y cardúmenes. (¡Oh, los cardúmenes y las medusas y los güiros que nos acompañan!).

Ahí estamos, a pique con millones de toneladas de agua oscura encima de nuestras cabezas.

¿llegará hasta el fondo del antro “un rayo pensativo de la luna”?

¿Surgiremos?, ¿ascenderemos? Y al subir, ¿permanecerán atadas a las rocas del fondo (o sea, a la tradición, a los antepasados, en una palabra, a la Patria) nuestras raíces mentales? O, desprendiéndonos de todo el pasado, ¿subiremos a la superficie para luego flotar allí a modo de témpanos errantes? ¿Seremos isla permanente poblada de palmeras? O, cual conviene a témpanos, ¿iremos derritiéndonos en la nada después de tropezar con islas y barcos en todos los mares?

De nosotros depende el ascenso, y la fijeza y el florecimiento…





HÉCTOR ARNALDO GUERRA [12.012]

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Héctor Arnaldo Guerra

Héctor Arnaldo Guerra (Copiapó, CHILE  1891 - ¿?).




Miseria

Es la visión de los humildes. Esos
desamparados que la vida arroja
como envoltura de mezquinos huesos
para que alguna cárcel los recoja.

Y luego nada. Junto a mí solloza
el pedazo de mármol. La tristeza
que lo animó como una mariposa
ha venido a posarse en mi cabeza….






Oro, Amor y Gloria

Y anda a lo largo de muchos caminos
Como peregrinos,
Hasta que se vuelven a ver otra vez
y cuentan sus historias, y el que
marchaba en pos del ideal, de luz y
de gloria, la cuenta también:
Como blancos pétalos de alguna flor rara
arrojé dispersos
mi versos,
para
que los detuviese
y los leyese
alguna traviesa
princesa
de rubios cabellos
e hiciera con ellos
un manto imperial
tal
ha sido mi historia
¿alcancé la gloria?
Yo creo que sí
y si no, donceles
que hablen los laureles
por mí.





Ema

Ni la Venus surgiendo de las hondas
podrá superarte en hermosura
Cuando dejabas que tus trenzas blondas
bajaran a besarte la cintura.

Cruzabas triunfadora los salones
entre nubes de encajes y de flores
bañada por las reverberaciones
de poderosos focos tembladores.

Tu mano blanca como flor de nieve
con matices de lirios y claveles
era un blanco jazmín sutil y leve
nacido entre un crepúsculo de pieles.




Lírico

Desde lejos el sol con sus fulgores
envía un beso al mar que inquieto arde
en una sinfonía de colores
bajo el pálio glorioso de la tarde.




De protesta

¡Sí! Porque en medio de esta enorme guerra
en que la humanidad se despedaza
el sentirse feliz sobre la tierra
es para el que se siente una amenaza.




Poesías líricas
Autor: Héctor Arnaldo Guerra
Santiago de Chile: Impr. New York, 1913

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1913-03-24. AUTOR: OMER EMETH

Grave problema ha de ser para un poeta elegir el título de su primer libro de versos.

Si este, al ser bautizado recibe un nombre inocente como, por ejemplo, “Horas que pasan”, “Horas intensas” y otros de ese jaez (que pueden verse en los catálogos Lemerre), la responsabilidad del autor corre pocos riesgos. ¿Acaso podrán los críticos reprochar al poeta el no cumplir con las promesas de semejante título?

Llamarse “Horas que pasan” es una verdadera póliza de seguro para un libro de versos.

Porque “las horas pasan” siempre; con rapidez, si los versos son buenos; pesadamente, si son malos, pero al fin pasan.

No así cuando el título es claro, sencillo y directo, como el de este libro “¿Poesías líricas?”, dirá el crítico; luego afirma el autor que sus versos son poesía, y que su poesía es lírica. No es poco atrevimiento. Veamos si aquellos vocablos corresponden a la realidad.

Y hele ahí empeñado en buscar pruebas para demostrar que el libro así bautizado, carece de poesía y de lirismo.

Hay, pues, títulos peligrosos; pero sin querer con esto asegurar que el señor Guerra cumple con perfección las promesas del suyo, opino que en esta diminuta colección de versos hay poesía y que esa poesía es lírica.

Entre las muchas y muy diversas definiciones de la poesía, una conozco la cual parece aplicarse con suficiente exactitud a este libro. “Poesía, dice Courthope, es el arte de producir placer por la acertada expresión del pensamiento imaginativo y del sentimiento en lenguaje métrico”[1].

Ahora bien, de mí sé decir que, en conjunto, “Poesías Líricas” me produce placer, y que, al analizar la grata sensación experimentada por mí al leer algunas de sus páginas, descubro su origen en la exacta expresión métrica que el poeta sabe dar a sus “pensamientos imaginativos” y a sus sentimientos.

Léase, por ejemplo, la poesía intitulada: “Oíd esta historia”:



“Hablan tres donceles de apostura rara.
El primero dice: “Yo voy a la gloria”
El segundo, un mozo de acento sonoro,
replica: “la gloria es muy cara,
Yo voy hacia el oro.”
“El oro y la gloria,
pregunta el más joven de los tres,
¿qué son
si se las compara
con un corazón?”
Y tras esta breve disputa
se dan un abrazo y emprenden la ruta
que anhelan, los tres…
Y andan a lo largo de muchos caminos,
como peregrinos,
hasta que se vuelven a ver otra vez.” (Págs. 15-16).



Puede pronosticarse, sin dificultad, el éxito de cada uno de los tres donceles. El que fue tras del oro, lo alcanzó, pero su conciencia le dice que es un acaro y esto anula su placer.

Tras del amor perdió el otro sus mejores años; el tercero que fue “peregrino de luz y gloria” (un poeta) vuelve feliz.



“Como blancos pétalos de alguna flor rara
arrojé dispersos
mis versos
para
que los detuviese
y los leyese
alguna traviesa
princesa
de rubios cabellos
e hiciera con ellos
un manto imperial:
tal
ha sido mi historia.
¿Alcancé la gloria?
yo creo que sí
y si no, donceles,
que hablen los laureles
por mí”, (Pág. 17).



He ahí, si no me engaño, la mejor página de este libro. ¿Es “poesía”?

Como en estos achaques cada cual tiene sus cánones, mucho me temo que lo que para mí es poesía no lo sea para otros.

Pero, aunque el tema no haya sido desarrollado por el autor en toda su amplitud, no puede negarse que en esta historia haya, imaginación, pensamiento y lenguaje métrico, que son, según Courthope, los tres elementos constitutivos de la poesía y la triple causa del placer intelectual engendrado por esta.

Solo nos queda por averiguar si las poesías de H. A. Guerra merecen el calificativo de líricas.

Muy interesante y útil sería semejante averiguación si para ella dispusiéramos del espacio y tiempo necesarios.

Baste decir que si, como lo enseña Brunetiére[2], los grandes temas líricos son el Amor, la Naturaleza y la Muerte, no carecen de lirismo poesías como “Al pie de Miseria” y los nueve sonetos intitulados “Ema” que al parecer forman el corazón del libro.

Mientras leía los versos del joven poeta, acudían de vez en cuando a mi memoria un par de alejandrinos de V. Hugo.

En su oda al escultor David, dice:

“La forme, e grand sculpteur, c’est tout et ce n’etrien

C’est tout avec l’esprit, ce n’est rien sans L’idée…”

Versos son estos que, por encerrar una gran lección, me permito recomendar al señor Guerra. Si la forma, por muy hermosa que sea, es nada sin la idea, le preguntaré: ¿Qué opina usted de su poesía intitulada “El verso futuro”, donde tal vez hay “forma”, pero, ciertamente, no “idea”?

El verso futuro “será un meteoro”, “será el nuevo verbo de un nuevo poeta”, “será un ramillete de encantadoras flores”, “un jardín lozano lleno de claveles” y finalmente un “formidable ¡hossanna!”

Y nos quedamos en ayunas con ese hosana, esos claveles, ese ramillete, ese nuevo verbo y ese meteoro!

Pura verbalizad y verbosidad, mera forma sin fondo ni idea, he ahí el peligro a que están expuestos y en que muy a menudo caen los nuevos poetas y muchos, también, entre los viejos…


[1] Véase "Literature, its principles and problems", por Th. V. Hunt. New York, 1906. pág. 238.

[2] Véase su “Evolution de la Poésie Lyrique en France”. Tomo I. Lección III.





JUAN MANUEL RODRÍGUEZ [12.013]

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Juan Manuel Rodríguez

Juan Manuel Rodríguez (Valparaíso, CHILE  1884-1917). Poeta, obtuvo dos veces el Premio Juegos Florales de Valparaíso (1910 y 1911). Aparece en la antología Selva Lírica (Pág. 414).




A LA INGRATA

Vaga un silencio fúnebre en la estancia:
todo llora en los pliegues de la sombra;
¿de ti? .. , ¡sólo me queda una fragancia
y el rumor de tus pasos en la alfombra!

¡Todo está triste!... El piano sin rumores
parece bostezar todo su hastío;
muertas en el balcón tus lindas flores
y aquí, en mi amarga soledad, ¡qué frío!

¡Todo está triste, fúnebre, callado;
todo en jirones por tu loco empeño,
cuando miro tu lecho abandonado
me parece, mi bien, que ha sido un sueño!

¡Todo me habla de ti!, de tu arrebato;
mi cuarto en su abandono infunde miedo;
sobre un montón de cartas tu retrato,
lo quisiera romper.. , ¡pero no puedo!

¿Por qué, mi bien, te has ido? ... Aún lo ignoro,
¡sólo vislumbro entre flotantes tules,
el resplandor de tu cabello de oro
y tus ojos fantásticos y azules!

¡Y te has ido, mi bien! ., Tu fiebre loca
despedazó la flor de mi ternura.
Cuántas palabras crueles en tu boca!
y aquí en mi corazón cuánta amargura!

¡Y te has ido, mi bien!.. Cuando se apagan
del crepúsculo triste los reflejos,
cantos de amor en el misterio vagan
que me dicen llorando: ¡está muy lejos!

¡Muy lejos, por mi mal! En tu tristeza
vislumbrastes extraños espejismos,
en tu senda hallarás: ¡cuánta aspereza!,
en tu noche sin fin: ¡cuántos abismos!

¡Vas cantando al amor sin que te abrume
ningún pesar en tu capricho extraño;
muerta la flor, disipase el perfume;
todo placer termina en desengaño!

Sigue cantando siempre en tu camino,
tras el fantasma del placer que rueda;
¡tendrás para tus fiebres: mucho vino,
para tu cuerpo blanco: mucha seda!

Serás reina: ¡tu trono, el precipicio!
¡Sentirás en tus locos embelesos
sobre tu boca ajada por el vicio
esa mancha infamante de los besos!

Volverás, bien lo sé, cuando cansada
sientas crecer tu soledad aprisa
en tus ojos: ¡qué triste la mirada!,
en tus labios: ¡qué amarga la sonrisa!

Entonces verteré todo el veneno
de mi amargura en tus malditas galas,
¡pobre lirio marchito sobre el cieno!,
¡pobre paloma que manchó sus alas!

Y sentirás en tu nocturna calma,
rodando gota o gota, el llanto ardiente
¡qué soledad!, ¡qué frío habrá en tu alma!
¡y cuánta palidez sobre tu frente!

Vendrás de tu pasión, triste y cobarde,
a brindarme el despojo ajado y yerto,
y entonces te diré: ¡Ya todo es tarde!,
no tengo corazón: ¡tu amor ha muerto!





SURSUM

Lanza el reptil oculto su veneno
en la charca sin fin en que resbalas,
para pasar sin mancha sobre el cieno
despliega el abanico de tus alas.

¡No tiemhles!... ¡Desprecia el desaliento,
deseaha ese pesar que te consume;
troncha la flor la ráfaga de viento,
pero se impregna toda de perfume!

Sobre el cristal de tu conciencia bella
arrojan la calumnia, ¡todo en vano!
¡Cuando florece en el azul la estrella
se refleja más pura en el pantano!

No tiembles ante el roce de la escoria,
deja que el vulgo su furor desate:
¡para sentir el beso de la gloria
hay que templar el alma en el combate!

Y no temas la sangre de tu herida,
luoha serena con tu amarga suerte:
es combate tan breve el de la vida,
es un sueño tan largo el de la muerte.




Páginas sentimentales
Autor: Juan Manuel Rodríguez
1909

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1909-10-15. AUTOR: OMER EMETH

Con “Páginas Sentimentales” nos hallamos en presencia de la “cansada cuestión” del amor. Todo es allí ojos negros o azules que son flores y focos de luz, todo es suspiros y quejas, esperanzas y desalientos: lo de siempre… cuando solo quiere el poeta recorrer los viejos caminos y repetir las sólitas andanzas de la humanidad.

No sé, en verdad, cómo no se cansan de tanta uniformidad los poetas y cómo no les invade el hastío al verse reducidos, mal que les pese, a meros ecos de la eterna canción. Si de vez en cuando lanzaran una nota nueva… Mas no: todo es lo mismo, “Sicut erat in principio et nunc… et semper”:

“Brillan tus ojos serenos
Sobre tu rostro divino
Como dos negros brillantes
Sobre la nieve de un lirio” (pág. 33).

¡Cuántas veces habremos leído estos versos en castellano!... No quiero, por cierto, decir que su autor los haya plagiado, pero sostengo que ellos son refracción repetida quizás por millonésima vez, de una imagen ya ajada y vulgar.

Lo mismo diré de esta estrofa:

“Cuando la luna se asoma
al través de mi ventana
no sé por qué me recuerda
la palidez de tu cara” (pág. 23).

Juraría yo que he oído, si no leído esos versos, o al menos, que aluden a algo muy conocido y vulgar en estos mundos… A tan medianos resultados se llega cuando dejándose vencer de la propia facultad para versificar, se contenta el poeta con ser eco de lo que se rima y canta en la vecindad.

El señor J. M. Rodríguez podría, sin embargo, cosechar mejores frutos, pues tiene en manos la herramienta precisa, quiero decir, el verso, y posee siquiera una de las dotes esenciales del poeta.

Tiene el don de ver: la visualidad. Con este nombre desígnase una disposición mental, merced a la cual el poeta, obrando como lente fotográfico, percibe y archiva visiones claras y precisas que más tarde, combinándose sus imágenes y sus cuadros, brotarán de su pluma revestidas de todos los colores de la poesía.

Visiones de esta índole, breves y hermosas, hay algunas en este libro.

“Eras un lirio azul! Sobre tu herida
el dolor desfloró pálidas brumas;
pasaste sobre el barco de la vida
como un jirón de cándidas espumas” (pág. 19).

He ahí una imagen que puede inspirar a un pintor. Ahora qué diremos del siguiente:


“Campanero, campanero,
toca, toca las campanas;
todo ríe en el ambiente
con el sol de la mañana
que se asusten las palomas
que se escapen en bandadas,
que semejen sobre el cielo
rosas blancas deshojadas” (pág. 72).


Demuéstrase con estos versos que nuestro autor es “visual”… y que, para él, existe el mundo externo. Debiera, pues, cultivar ese don de ver y de pintar, dejando a otros menos favorecidos que él la gastada palabrería sentimental que lleva sin razón alguna el nombre de poesía.




ARTURO ALDUNATE PHILLIPS [12.026]

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Arturo Aldunate Phillips 

(Nació en Santiago de Chile, 9 de febrero de 1902 - murió, 24 de julio de 1985) fue un poeta, ingeniero civil, matemático e investigador chileno. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país en 1976.

Sus estudios comenzaron en París, Francia (kindergarten), como lo expresa en su presentación personal en su libro "Algo del hablar literario de Chile" (editorial Nascimento, Santiago de Chile 1984). Realizó la preparatoria y humanidades en el Instituto Nacional (1911-1918), para luego obtener el grado de Bachiller en Matemáticas en 1919 y su título de Ingeniero Civil en Enero de 1924.

A los 19 años escribe su primer libro, un poemario llamado Era un sirena escrito para su novia con quien se casaría un año más tarde. Tras la crítica de Alone, Arturo decide retirar el poemario de las librerías y quemarlo en el jardín de su casa. En 1921 entró a trabajar como empleado en las máquinas a la Compañía de Electricidad, Chilectra, donde llegó a ser presidente más tarde. En 1923 ingresó a la Central Electrotérmica Mapocho. En 1925 fue Ingeniero Ayudante del Gerente del Departamento de Luz y Fuerza También. Entre 1929 y 1931 estuvo en entrenamiento en 32 compañías eléctricas en EE.UU a cargo del Holding Electric Bond and Share.Fue Gerente Comercial de la Compañia Chilena de Electricidad, Chilectra, Gerente de Acción Social; Ayudante del Presidente; Director de la Empresa Nacional de Transportes Colectivos entre 1931 y 1941, creador y organizador de Ingeniería Eléctrica S.A.C, Ingelsac entre 1942 y 1946, Consejero de la Comisión de Cambios Internacionales, en representación de la Confederación de Producción y el Comercio; Gerente General y, Vicepresidente, de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), Director del Banco Panamericano de Fundición Libertad, la industria metalúrgica más antigua del país; de Cobre Cerrillos, fabricante de conductores eléctricos; de Empresa Nacional del Petróleo ENAP, en representación de la SOFOFA; de Petroquímica Chilena, en representación de ENAP; de Osvaldo Fuenzalida Propiedades; Vicepresidente de Radio Portales entre 1947 y 1970.

Realizó docencia a todo nivel, comenzando en la Escuela Nocturna Benjamín Franklin entre 1917 y 1920, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica de Chile, en la cátedra "Centrales, Líneas de Transmisión y Distribución Eléctricas" entre 1931 y 1936. En la Universidad de Chile, realizó la cátedra "Economía y Administración" para la Facultad de Economía y Comercio entre 1942 y 1946, mientras que en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la misma Universidad, realizó la cátedra "Administración Industrial" al año siguiente hasta 1970. "Introducción a las Ciencias Exactas" entre 1960 y 1970. Trabajó en la Academia Politécnica Militar, realizando las cátedras "Humanismo Científico" y "Cibernética" entre los años 1968 y 1978. Fue Director de la XVI Escuela Internacional de Temporada de Valparaíso (Universidad Técnica Federico Santa María, Universidad Técnica del Estado, Universidad de Chile, y Pontificia Universidad Católica de Valparaíso) en 1964.

Realizó programas de televisión en el entonces "Canal 9" de la Universidad de Chile: "Por las fronteras de la Astronomía" entre 1966 y 1967. También trabajó para el "Canal Nacional" TVN, con el programa "La conquista del Planeta Tierra" entre los años 1968 y 1971. Su trabajo en este ámbito le permitió hacer centenares de conferencias a lo largo y ancho del país y en extranjero, participando en congresos nacionales e internacionales en las áreas de Ingeniería, Ciencia y Literatura.

Fue una persona que abarcó diversas actividades, entre las cuales destaca recibir el grado de Teniente 2° de Reserva en la Escuela de Caballería con dedicación permanente en las competencias ecuestres de saltos entre 1922 y 1972. Fue socio del Santiago Paperchase Club (asociación de football) entre 1934 y 1954, al igual qu del Club de Polo y Equitación San Cristóbal desde 1954 hasta su muerte, logrando el título de socio honorario en 1974. Fue Presidente en tres periodos de la Federación de Deportes Ecuestres de Chile.

En su faceta literaria, fue miembro de la Academia Chilena de la Lengua (Individuo de Número) desde 1968 y de la Real Academia Española RAE desde 1971.

El Premio Nacional de Literatura le fue otorgado a Arturo Aldunate Phillips, en atención a una vida consagrada a la literatura y especialmente a la divulgación científica, cualidad que le permitió constituirse en creador de un género nuevo en Chile: el Ensayo científico, escrito con belleza literaria.

Premios literarios

1957, Premio Braden Copper Company del Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas ICARE.
1964, Premio Atenea de la Universidad de Concepción por su obra Los robots no tienen a Dios en el corazón.
1975, Premio Ricardo Latchaman del Pen Club de Chile.
1976, Premio Nacional de Literatura.
Otros premios[editar]
Premio Juan Donoso, del Instituto de Ingenieros de Chile IING.
Medalla Andrés Bello, de la Universidad de Chile.
Diplomas de Honor de la Asociación Cibernética del Uruguay.

Participación

Comisión Honoraria de Estudios Cibernéticos del Uruguay.
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.
National Aeronautic and Space Administration NASA
e una treitena de instituciones nacionales e internacionales.

Obras

Era una sirena, poesía, 1921.
El problema de las utilidades y la crisis económica actual, ensayo, 1934.
El nuevo arte poético y Pablo Neruda, ensayo, 1936.
Federico García Lorca a través de Margarita Xirgú, ensayo, 1937.
Matemática y poesía, ensayo, 1940.
Estados Unidos, gran aventura del hombre, ensayo, 1943.
Pablo Neruda: selección, compilación, 1943.
Un pueblo en busca de su destino, ensayo, 1947.
Al encuentro del hombre, ensayo, 1953.
Albert Einstein, el hombre y el filósofo, biografía, 1956.
Quinta dimensión, ensayo, 1958.
Los robots no tienen a Dios en el corazón, ensayo, 1963.
Por las fronteras de la cibernética, ensayo, 1964.
Una flecha en el aire y otros ensayos, 1965.
A horcajadas en la luz, ensayo, 1969.
Universo vivo, divulgación científica, 1970.
Hombres, máquinas y estrellas, 1972.
El amenazante año 2000, futurología, 1975.
Chile mira hacia las estrellas, divulgación astronómica, 1975.
Los caballos azules, sobre astronomía y otras ciencias, 1978.
Mi pequeña historia de Pablo Neruda, 1979.
Luz, sombra de Dios, acto de fe de un científico, 1982.
Algo del hablar literario de Chile", 1984.






“Oh! Si yo pudiera creer, qué gran consuelo
qué sublime explicación
qué clara explicación de mi misterio.
Pero no, no es posible…”





Era una sirena
Autor: Arturo Aldunate Phillip
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1921


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1921-10-09. AUTOR: CARLOS SILVA VILDÓSOLA
Todo libro de versos de jóvenes poetas me causa una inquietud y malestar. De ordinario los hallo malos, y me asalta la triste duda de si estaré envejeciendo, tanto que ya no seré capaz de sentir como los jóvenes, ni siquiera de entender sus imaginaciones.

Abrí con temor este volumen, doblando su cubierta donde una sirena se baña bajo un cielo siniestro. Encontré en el pórtico al ilustre poeta don Julio Vicuña Cifuentes, que en un prólogo elegante y amable me invitaba a entrar. Esto era tranquilizador. El poeta de esa “Cosecha de otoño”, que es la producción más primaveral de los últimos años, no podía ser padrino de cualquier ahijado.

Y dentro había unas dos docenas de composiciones poéticas, casi siempre de amor -¿de qué habían de ser si el autor anda por los bordes de los veinte años?- y a veces de inquietudes, de dudas, de ansias mal definidas, de estados de alma con los primeros rumores de las tormentas, de la pasión y de las luchas del entendimiento.

Arturo Aldunate Phillips puede estar tranquilo respecto de su pequeño libro de versos. Le harán críticas. Probablemente se las harán justas e injustas, de buena intención y rabiosas y enconadas. Ojalá se las hagan, porque lo que aquí hace falta es crítica. Pero no se me ocurre que haya quién se atreva a poner en duda la sinceridad profunda de su inspiración, y esto solo basta para que tenga derecho a ser llamado poeta.

Sus poesías amorosas son de una sinceridad que les da el encanto indefinible de una confidencia juvenil delicada, púdica y tierna, y las redime de los defectos de forma. Tras de esos versos se adivina, como lo dice el señor Vicuña Cifuentes, una amada real, que vive en un rincón de este mundo, que ha sido idealizada en la imaginación del poeta, pero que conserva su carácter y su individualidad. El poeta le dirige estrofas en que ha dado forma rítmica y envuelto en bellas imágenes su pasión, una pasión verdadera, realista, no una de esas pasiones de artificio y fingimiento en que de ordinario caen los poetas muy jóvenes.

Las composiciones tituladas “Recuerdo”, “Leyendo” y “Presagio”, son, a mi juicio, las que mejor muestran esa honradez sentimental del poeta, esa sinceridad honda, vertida en una forma más hermosa, más cuidada. Es la noche:

“resuenan extrañas las voces del miedo,
un grito muy triste semeja un lamento,
es que alguien se queja;
son largos silbidos, aullidos del viento…”

La soledad y melancolía del poeta se traducen en un deseo que poco a poco toma formas:

“Son ansias de ver a mi amada,
tenerla a mi lado y tomarle sus manos de cera,
y mirarme en sus ojos, estrellas de un cielo,
de un cielo muy bellos que llevo aquí dentro
y que ahora está a oscuras, sin luces ni estrellas”.

En la mayor parte de las composiciones, la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer es manifiesta, pero no hay imitación, sino la influencia sana, originada por analogía de temperamentos, por ese instinto que nos hace acercarnos al poeta en quien hallamos traducida nuestra propia alma y que ha escrito como nosotros desearíamos escribir.

En la última parte del libro hay algunos pequeños poemas en que el señor Aldunate da formas a la gran inquietud que se ha apoderado de la juventud de estos últimos decenios ante el problema espiritualista. El materialismo crudo, el positivismo absoluto del siglo XIX, han hecho una crisis definitiva. Desde 1900 (lo curioso es que la fecha podría fijarse así, casi exactamente), los espíritus más distinguidos buscan una creencia, quieren salir de la elegante duda poética que satisfizo a sus abuelos o del materialismo y negación de sus padres. Unos se arrojan en brazos de su tradición católica, otros van camino de la India a preguntarle a sus fakires lo que recuerdan todavía de la doctrina de las reencarnaciones; estos se quedan en los umbrales de un cristianismo vago y poético; aquellos interrogan a los espíritus que contestan por medio de las mesas; todos quieren saber algo de un mundo que no es el de la materia y que se resiste a las experiencias de laboratorio.

El autor de este pequeño libro de versos tiene esa inquietud y en una composición muy bella que titula “Ansia infinita”, muestra su anhelo de infinito, su necesidad de dar a su alma un Dios al cual no haya que adorar “en esos templos formados por los hombres”… ¡Oh!, ¿quién de entre los jóvenes que nacieron al clarear este siglo no reconocerá en esa bella poesía su propia inquietud?

Y bien; la belleza de esta parte de la obra del Sr. Aldunate reside de nuevo en la sinceridad: aquello ha salido del fondo de su alma como un grito de angustia en la noche. Por suerte, lo que acaso él no ve todavía, los que ya vamos de regreso lo vemos con claridad perfecta: esa necesidad de creer, es la creencia, es la fe; basta un instante de honradez intelectual para pasar de ahí a la creencia positiva. En cuanto al Dios que el poeta anda buscando y que debe llenar ciertas condiciones prolijamente enumeradas en sus versos, es un antiguo conocido nuestro: es el Dios que debemos “adorar en espíritu y en verdad”, está en el Evangelio.

El señor Aldunate es ya un poeta porque tiene imaginación, porque se inspira noblemente, porque es sincero en la expresión de sus afectos. Cuando domine por completo el lenguaje, que a veces resulta pedestre porque es pobre, en contraste evidente con la elevación del concepto, será uno de nuestros buenos escritores. Tiene lo que no se puede adquirir a ningún precio; le falta lo que se adquiere con gran facilidad, con la práctica, con el trabajo y la voluntad.



CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1921-10-16. AUTOR: ALONE
Aquí pisamos terreno perfectamente conocido, acaso demasiado conocido. Se trata de la primera obra de un joven de veinte años que ha leído a Bécquer y no lo disimula. Los ecos de las “Rimas” resuenan a cada paso en sus estrofas y si el poeta andaluz hubiera escrito en otro idioma, diríamos por momentos que el señor Aldunate lo traduce bien.

Música triste como un gemido, notas que vienen del ser querido, largo lamento:

“como si el viento
silbara en noche de tempestad.
Algo lejano que no se olvida,
un amor puro, rayo de vida,
rumores vagos,
en unos lagos,
lagos de niebla donde no hay luz”.

Retrocedemos muchos años, perdemos de vista los atrevimientos de las nuevas tendencias, nos parecen un sueño el “futurismo”, el “creacionismo” y el “dadaísmo” escuchando esta canción romántica, sintiéndonos perdidos, no sin agrado nostálgico, en el bosque de la primera adolescencia, bajo los rayos del astro nocturno, entre las frondas murmuradoras, tras de “algo” desconocido que al fin resulta inevitablemente ser la amada.

Los jóvenes que llegan a la literatura producen un poco el efecto de los disfrazados. Pasan vestidos de arlequines o de monjes, de caballeros medioevales o de trovadores, ríen, lloran, aman, y dicen su palabra con una voz rara. Los oímos, los miramos con desconcierto. ¿Quiénes son? Aquí hay un color, allá un movimiento, acá una línea evocadora de tal o cual personaje; las generaciones antiguas les han tendido su capa y bajo ella se ocultan. ¿Quiénes son? ¿Adónde van? ¿Seguirán ascendiendo, escucharemos otras canciones de sus labios o se sentarán en silencio a la vera del camino? No lo sabemos. Están disfrazados.

Pueden ser muy sinceros y, sin duda alguna, este poeta, el señor Aldunate, lo es. Dicen lo que sienten y cómo lo sienten; pero la armadura del verso o de la prosa es una armadura viva a la que se necesita domar para que sirva en el combate. El espíritu de los viejos luchadores palpita todavía en ella y muchas veces creemos manejarla cuando en realidad somos conducidos por su fuerza, nos figuramos llevarla y es ella quien nos arrastra.

En “Era una Sirena”, “solo hay una cosa concreta –dice el prologuista-: el amor del poeta por la “amada”, una amada que desde luego presentimos real. Lo demás, tiene todavía, por dicha suya, la imprecisión de los anhelos juveniles”. ¿Una amada real? Sin duda para él. Para nosotros, ¡ay!, su figura se pierde entre las infinitas amadas de todos los poetas románticos; no le encontramos el acento, no le distinguimos el rostro, no logramos descubrirle el sello único que individualiza a los seres en el mundo, los hace vivir. En el concierto de reminiscencias que la envuelve, su voz está perdida. Y también la voz del poeta. ¿Es cierto que duda, ama, teme? Acaso; pero es más cierto aún que vacila e ignora su ruta personal. No todo, por desgracia, consiste en ser sincero; se necesita –y esto lo oímos de un viejo maestro- “tener de qué ser sincero…” y agrega el sentido común, poseer la fuerza y la destreza necesarias para romper el molde y sacarlo a la luz.

El señor Aldunate, demasiado joven, permanece todavía en estado de crisálida. No podemos juzgarlo. Hay que limitarse a decir de su libro, como de costumbre, que es una promesa.




CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1921-10-24. AUTOR: OMER EMETH
“Era una sirena”, dice Arturo Aldunate Phillips… Ese título no me parece adecuado, primero porque la sirena no era, sino que es, y segundo porque al fin y a la postre, ella no es “sirena”…

Ella es, si tal puede decirse, la protagonista de este libro, y si se me exigiese, podría yo, con versos del señor Aldunate Phillips esbozar aquí un retrato de Ella, muy hermoso, muy fiel, sin duda, pero en todo caso, muy diverso del que correspondería a una sirena.

Las sirenas vienen descritas de una vez para siempre en la Odisea y sabemos, por lo que cuenta Homero, que se valían de los encantos de su voz para hacer naufragar a los viajeros en los escollos, tras de los cuales vivían. Sabemos aún más: devoraban a sus víctimas. Eran literalmente antropófagas. Y, además, (ate esos cabos quien pueda) eran románticas como fueron, andando el tiempo, las contemporáneas de Lord Byron. ¿No nos cuenta Homero que, al verse desairadas por Ulises, esas encantadoras mujeres se tiraron al mar en un acceso de rabia? Suicidio fingido, puesto que eran semi-mujeres, es decir, semi-peces que no se ahogan en mucha agua.

Ella, en este libro, no es sirena. Atrae, ciertamente, al poeta que oye su melodiosa voz a toda hora y en todas partes, pero no le atrae para devorarle, sino para hacerlo feliz. En el horizonte, divísase bien claro el altar al pie del cual vemos un par de novios… ¿Por qué, pues, el poeta llamó Sirena y con un co-pretérito de indicativo la situó en el pasado?

Otro pleito; (¡hoy estoy por pelear!) el poeta dice en dos lindas estrofas que son como un prólogo:



“Mis versos, sois mi sangre, pedazos de mi vida,
salidos de mi pluma sin yo saber por qué.
¡Lleváis recuerdos míos, pasadas alegrías,
tristezas que he llorado, locuras que soñé!

Pero eso os dejo escritos como un recuerdo mío,
como una biografía que solo entiendo yo.
Pedazos de mi vida, mis versos tan queridos,
guardad bien el secreto que mi alma os confió”.



Desde luego: ¿cómo habrán de “guardar el secreto” esos versos que serán leídos por muchos linces? Y, además, ¿no es inverosímil que siendo este libro una biografía del autor, solo el autor pueda entenderlo?

Cuenta que, en la pasada guerra, los beligerantes inventaban, a porfía, las más endemoniadas claves, unas claves dignas de la misma Esfinge y que, con todo, cumplíase para cada una de ellas infaliblemente el axioma: “A bon chat, bon rat”. Todas fueron descifradas.

La del señor Aldunate Phillips la he descifrado yo, sin por eso creerme muy hábil.

Es una biografía clara como los ojos de Ella; es la biografía de todos los enamorados jóvenes; es la vieja canción, la canción de los siglos en que, bajo florituras propias de cada músico, corre la misma ola de armonía y vida que hace latir el corazón humano desde el principio del mundo. No es un secreto.

“¡Una biografía que solo entiendo yo!” ¡Qué exageración! La entenderán todos los que lean “Era una Sirena”, todos y todas y aquellos que no la entiendan o no simpaticen con Él y Ella, poco tendrán de inteligentes y humanos.

Este libro merece mis simpatías porque es joven y, porque a pesar de su pretendido “secreto”, es sincero en la expresión no solo del amor, sino también del ansia de buscar, más allá de lo pasajero y limitado, un Dios que dé a su amor un objeto infinito y eterno.


“Siento ansias de creer
de dar a mi alma un Dios para que pueda
curar su ansia insondable de infinito…”







AUGUSTO WINTER [12.027]

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Augusto Winter

(Tamaya, 1868 - Puerto Saavedra, 1927)
Augusto Winter Tapia fue un hijo de alemán y chilena, procedente de la localidad de Cerrillos de Tamaya ubicada a 25 km al norte de la ciudad chilena de Ovalle, en la región de Coquimbo. Llega adolescente a Santiago en la década de los 80 del siglo XIX, donde estudia técnico mecánico en la Escuela de Artes y Oficios conocida actualmente como Universidad de Santiago de Chile (USACH). La muerte de su padre lo hace volver a Tamaya, para retornar nuevamente a Santiago con un taller de tallados en vidrio, empresa en que no tiene buenos resultados.

En 1987, siguiendo el progreso que trae el ferrocarril a Temuco y la colonización del sur de Chile, llega a lo que llamaban región de la frontera, actual región de La Araucanía. Como no tiene éxito en la capital regional, se traslada primero a localidad de Puerto Domínguez realizando el oficio de herrero, para después arribar a la costera localidad de Puerto Saavedra, conocido como Bajo Imperial, donde se radicó definitivamente. Primero como mecánico de vapores y, para luego ganar prestigio ocupando cargos públicos como tesorero y secretario municipal.

Luego de empleado público como "secretario municipal", en el año 1915 promovió de creación de la primera biblioteca pública, la cual se convertiría la primera de la Araucanía, y que actualmente lleva su nombre. Es entonces que, a través de esta designación se despierta en el su vena poética, siendo un gran conocedor de la literatura universal, muy culto y letrado, además de profesar el Teosofismo. En ella recibe la presencia de otros poetas que, como él, fijarán en el futuro estas aguas y estas tierras en el contexto de la poesía universal: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Le visitaron allí también otros escritores como Eugenio Labarca, Alone, Francisco Donoso y Alfonso Escudero. Así también la joven Eliana Navarro sintió la poesía como su verdadera vocación desde la infancia, donde sus primeros poemas lo escribió inspirada por el paisaje de Cautín, donde ella vivía, e influenciada por Augusto Winter.

El Nobel Pablo Neruda lo recuerda así en sus recuerdos de adolescencia: ...en el desordenado río de los libros como un navegante solitario, mi avidez de lectura no descansaba de día ni de noche. En la costa, en el pequeño Puerto Saavedra, encontré una biblioteca municipal y un viejo poeta, don Augusto Winter, que se admiraba de mi voracidad literaria. "¿Ya lo leyó?", me decía, pasándome un nuevo Vargas Vila, un Ibsen, un Rocambole. Como un avestruz, yo me negaba a discriminar. Don Augusto Winter era el bibliotecario de la mejor biblioteca que he conocido. Tenía una estufa de aserrín en el centro, y yo me establecía allí como si me hubieran condenado a leerme en tres meses de verano todos los libros que se escribieron en los largos inviernos del mundo.

Gabriela Mistral, en su recorrido por la Araucanía que dio origen a su obra "Brava gente araucana", luego de un viaje en vapor por el río Imperial y llegando a Puerto Saavedra y el lago Budi, conoce y establece amistad con Augusto Winter.

Al decir del poeta Hugo Alíster: su breve pero intensa obra poética, es uno de los primeros discursos en Chile acerca del daño que el hombre provoca en su entorno y, por lo tanto, a sí mismo. Es, seguramente, el iniciador de la poesía ecológica en nuestra devastada tierra. Este sólo hecho amerita la recuperación de su memoria y de su obra.

La obra de Augusto Winter se aproxima a la corriente del romanticismo, siendo intimista, cargada de nostalgia, conmueve y de algún modo evoca un aspecto de la Frontera violenta de principios de siglo, en pleno proceso de colonización y chilenización de estas tierras mapuches. Es denominado el primer poeta ecológico (ambientalista) e indigenista (nativista) de Chile.

El mismo año de su muerte publicó "Poesías" (Temuco: Editorial Ceres, 1927), única libro que es un conjunto de poemas y que forma parte del espejo de la geografía ante la cual se extasió. Su obra sublime es La Fuga de los Cisnes, la cual es un homenaje a la vida silvestre y a las bellezas del Lago Budi. Tal vez, el poema La fuga de los cisnes es la metáfora de la fragilidad de la vida natural en oposición a la brutalidad de los recién llegados, el símbolo de la huida hacia el interior de la Araucanía profunda en sus misterios y todavía entonces protectora.

Falleció en 1927 a los 59 años en Puerto Saavedra de un angioma al pecho.






LA FUGA DE LOS CISNES 

Reina en el lago de los misterios tristeza suma:
los bellos cisnes de cuello negro terciopelo,
y de plumaje de seda blanca como la espuma,
se han ido lejos porque el hombre tiene recelo.

Aún no hace mucho que sus bandadas eran risueños
copos de nieve, que se mecían con suavidad
sobre las ondas, blancos y hermosos como los sueños
con que se puebla los amores de la bella edad.

Eran del lago la nota alegre, la nota clara,
que al panorama prestaba vida y animación;
ya fuera un grupo que en la ribera se acurrucara,
ya una pareja de enamorados en un rincón.

¡Cómo era bello cuando jugaban en la laguna
batiendo alas en los ardientes días de sol!
¡Cómo era hermoso cuando vertía la clara luna
sobre los cisnes adormecidos su resplandor!

El lago amaban donde vivían como señores
los nobles cisnes de regias alas; pero al sentir
cómo implacables los perseguían los cazadores,
buscaron tristes donde ignorados ir a vivir.

Y poco a poco se han alejado de los parajes
del Budi hermoso, que ellos servían a decorar,
yéndose en busca de solitarios lagos salvajes
donde sus nidos, sin sobresaltos, poder salvar.

Más, desde entonces fue su destino, destino aciago
ser el objeto de encarnizada persecución:
vióseles siempre de un lado a otro cruzar el lago,
huyendo tímidos de la presencia del cazador.

Y al fin, cansados los pobres cisnes de andar huyendo,
se reunieron en una triste tarde otoñal,
en la ensenada, donde solían dormirse oyendo
la cantinela de los suspiros del totoral.

Y allí acordaron, que era prudente tender el vuelo
hacia los sitios desconocidos del invasor;
yendo muy lejos, tal vez hallaran bajo otro cielo
lagos ocultos en un misterio más protector.

¡Y la bandada gimió de pena, sintiendo acaso
tantos amores, tantos recuerdos dejar en pos!
¡Batieron alas; vibró en el aire el frú-frú de raso
que parecía que era un sollozo de triste adiós!

Reina en el lago de los secretos tristeza suma,
porque hoy no vienen sobre sus linfas a retozar,
como otras veces, los nobles cisnes de blanca pluma
nota risueña que ya no alegra su soledad.

Si, por ventura, suelen algunos cisnes ausentes,
volver enfermos de la nostalgia, por contemplar
el lago amado de aguas tranquilas y transparentes,
lo hallan tan triste que, alzando el vuelo, no tornan más.



Poesías de A. Winter
Autor: Augusto Winter
Temuco, Chile: Ceres, 1927

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1927-12-04. AUTOR: FRANCISCO DONOSO
El bardo que cantó a los cisnes “que se han ido lejos porque del hombre tienen recelo”, también se ha ido.

Estaba enfermo ya de una nostalgia celeste, de una melancolía de hallarse ausente y huérfano en la vida. Una fuerza mística lo atraía hacia lo alto, hacia donde su madre había volado antes: y una de estas tardes, llamado por Dios, dejó la arcilla frágil de su cuerpo, la ceniza blanca de sus cabellos, los crepúsculos dolientes de sus ojos, y, en un suspiro, se alejó temblando.

Había publicado recientemente un libro de versos, el libro único, porque al fin la insinuación constante de sus amigos pudo más que su propia modestia. Era el poeta de los cisnes y, como ellos, murió cantando.

Hará seis años que, por primera vez, estreché su mano. Fue en Puerto Saavedra y una tarde de enero que, por entre nubes, se entretenía en dar pincelazos de sol sobre las casas de madera, sobre el estaño del río y las jorobas de las montañas.

Nos conocíamos solo por el eco lejano de la voz. Y yo pensaba que el romántico de “los bellos cisnes de cuello negro de terciopelo” sería un poeta joven, alto, pálido, con todos los atributos de esta estirpe, inclusos el corbatín y la melena.

Pero esa mano que estrechaba era una hoja marchita; esos hombros estaban agobiados por un fardo invisible y su cabello y su barba se cubrían de escarcha; no obstante, brillaban todavía encendidos carbones bajo el rescoldo de sus cejas.

Ese hombre pequeño era Winter, el patriarca de Puerto Saavedra, enamorado del Budi, de su lago, de sus selvas opulentas, de sus ríos anchos.

En su casa, cuyo ambiente se aromaba con la ternura de su madre anciana, tejimos una charla ingenua y sencilla con recuerdos literarios coloreados de anécdotas: los nombres de Amado Nervo, de Gabriela Mistral, permanecían a flor de labio.

Accediendo a mi curiosidad, me lee como en sordina algunos de sus poemas inéditos: “La Buena Visita”, “La Fuente Encantada”, “Las Luciérnagas”, que ahora he vuelto a leer gratamente en su libro.

Como un recuerdo de amistad, dejé en sus manos un poema místico que había publicado por aquel tiempo.

No tardaron en llegarme a Santiago unas páginas suyas, las que me dieron la clave de sus tristezas y de sus inquietudes. “Debo confesarle –me decía- que yo no soy creyente, sino un atormentado por la duda tenaz e invencible, a pesar de mi anhelo de creer, de tener una luz de verdad en las tinieblas de mi alma, y le envidio la fe y la unción religiosa con que Ud. ha hecho su poema”. Y luego, aludiendo a unas estrofas iniciales, continuaba: “Yo pertenezco al número de esas almas oscuras que cegó el pecado” y de esas “almas enfermas que venció el dolor; pero tengo ansias de ver y de sanar. ¡Quién sabe si Ud. podría ayudarme!”

Este paréntesis cordial fue un nuevo nudo de confianza y el inicio de una larga correspondencia filosófico-literaria.

Así, cuatro, cinco años… Exploradores, tenaces, marchábamos juntos por la selva intrincada; vimos a menudo la sierpe del sofisma, pero nunca el león de la soberbia; y poco a poco, venciendo obstáculos y desgarrando sombras, ganamos el sendero señalado por la cruz, a cuyo término fácilmente podría adivinarse la cumbre de las Bienaventuranzas.

Para él fue un largo camino -¡venía de tan lejos!- pero el consuelo de ir viendo la alborada de la fe que renacía, le daba mayores bríos y le hacía sentir en el alma la santa ambición de ascender.

La sencilla y honrada lectura del Evangelio, abandonando los prejuicios, era el antídoto eficaz para el veneno inoculado en su corazón por Renán, Voltaire y los racionalistas.

La muerte de su madre le arrastra irresistiblemente en pos de Jesucristo: ¡la plegaria encendida en la madre, ya ausente, obraba otra vez el milagro de Mónica! Ese dolor de las grandes desgracias que hace a menudo alzar los ojos y muestra otros cielos a través de las lágrimas, era el heraldo de esa paz anunciada para los hombres de buena voluntad.

Desde ese día comenzó para Augusto Winter la era mística del convertido. Los autores materialistas y racionalistas fueron reemplazados por la Biblia, Bougand, Lacodaire, Balmes, Kempis y filósofos católicos.

Llegaba para él el momento propicio: en el panorama de su vida veía ya descender la tarde y, con ella la hora de las reflexiones hondas en la paz del espíritu. Y en esa hora suya, diligente y de cordura, trabaja y también defiende y conquista, porque su fe ya no es pasiva, es la fe del cruzado. En una fiesta eucarística enarboló su bandera, la misma que entregó a todos los vientos en las últimas páginas de su libro.

Aunque originario del norte de La Serena, hacía ya treinta años que vivía en Puerto Saavedra y allá, lejos del mundo –o mejor, de lo mundano-, cerca del mar, de los lagos, de los ríos y las selvas ha visto sin duda vivientes símbolos de sus estados de alma, en el sordo rumor de las corrientes, en el azote de las tormentas y en el bochorno humeante de los “roces”.

Los ritmos, los colores, las imágenes de sus poemas, están tomados directamente de aquella región sureña que, bella y triste, evoca las epopeyas de nuestra raza aborigen. Los dolores de esa raza le conmueven; pero no es un poeta épico, sino puramente lírico: su leyenda “La Hija del Cacique” tiene los colores cárdenos de una tragedia íntima.

A través de sus ojos contemplativos, impresionan de diverso modo su alma los cisnes, los cóndores, los flamencos, las gualas, las luciérnagas -¡alas y luces! ¡Ah, lo que él buscaba siempre!- pero su nombre de poeta, su gloria lírica, vino en pos de aquella “Fuga de los Cisnes” que conocemos todos, poema el más representativo del temperamento de Winter, con toda su musicalidad y delicadeza.

En “Los Flamencos” hay versos delicados y sugestivos que nos recuerdan aquellas “Cigüeñas Blancas” del aristocrático y helénico Guillermo Valencia. Describe la aurora con tonalidades claras de frescura y luego advierte en el panorama que los flamencos:


“alzan el vuelo y, al volar, parece girón del manto
regio del Alba, que con el viento se ha desprendido:
el viejo roble guarda el recuerdo del dulce encanto
y… de los sueños color de rosa que ya se han ido!...”


En estas ondas claras, llenas de música, vemos toda la belleza de la imagen simple y, además… el reflejo del alma, viejo roble, que recuerda los sueños adolescentes que se fueron.

Winter, modesto y humilde, con sinceridad, no se creía poeta, el único que no lo creía; cuando habla de poesía la compara a un río o a una fuente, como en “Un Cuento” y en “La Fuente Encantada”, que brindan su tesoro purísimo: el agua. El no se creía poeta y, sin embargo, es agua prístina, refrescante, acariciadora, que a veces tiende su arco iris apacible, la que él brinda en sus versos sinceros y románticos, tan noblemente humildes y bellos como esos “helechos” selváticos que él canta.

Es verdad que sus poemas carecen de la estilización sutil, de la técnica, de la dinámica, del arte de la verbalización y adjetivación de la poesía moderna actual; pero en cambio hay sinceridad y espontánea frescura; y esto basta. “El arte no hace más que versos, solo el corazón es poeta”, ha dicho Chénier.

Winter ha escrito conforme a su ambiente y a su tiempo, y ha hecho bien; es poeta romántico porque el romanticismo estaba todavía en boga cuando él pulsó su lira.

Preparaba un nuevo volumen de versos, puramente místicos, y una obra en prosa dedicada más que a los corazones, a las almas. Pero el Señor, que ve lo más oculto de las intenciones, que vio la sinceridad de su conversión y el celo con que su siervo rescatado quería darle gloria, quiso anticiparle el premio: no en vano ha prometido el ciento por uno a los que le sirven.

Los labios del poeta se han cerrado para siempre repitiendo entre suspiros aquella plegaria que aprendió en su infancia y que había olvidado tanto tiempo: “¡Padre nuestro que estás en los cielos…!”






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