Adel Pereira
Nació en Sagua la Grande, Cuba, en 1973.
Poeta «raso» y artista visual. Poemas suyos aparecen en diversas publicaciones. «La letra del escriba», «El caimán barbudo», La Habana, Cuba. «Ariel», revista cultural de Cienfuegos, Cuba. «Opción», revista literaria de la ITAM, México. «Ordint la trama», Sabadell, Barcelona; y en la antología de poetas cubanos «Los parques» (Ediciones Mecenas y Reina del mar editores), Cuba, 2001.
Tiene publicado «Homilía del fuego» (Reina del mar editores), Cuba, 2001 con el que obtuvo el premio a la beca de creación literaria «El girasol sediento», «Poeta sentado en el ombligo del mundo», premio José Ma. Valverde de Poesía, Barcelona, 2005 y Elogio a la ceguera (Paralelo, 2015) es una demostración del compromiso del autor con la experimentación visual en la poesía..
Ha participado en diferentes eventos literarios y realizado varias exposiciones de poesía visual y experimental.
Su actividad creativa gira, indaga, vuela, se desbarranca y renace en torno a la poesía. Su credo (como todo poeta fundamentalista): la poesía es Materia, y además de lengua, tiene dientes y muerde.
«MICRO Y VISUAL
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aquí tendido SIN otras ropas
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Texto de presentación de «Elogio a la ceguera», de Adel Pereira
Por Munir (Madrid 1989)
Antes de empezar a aburrirlos, voy a explicar brevemente qué es Elogio a la ceguera, para que entiendan lo que voy a contar. Como verán en los libros que se están pasando de mano en mano, se puede decir que estamos ante un poemario que se divide en seis partes más un exergo y un epílogo. El poemario lleva adherida una lupa: un instrumento necesario para poder leerlo a no ser que uno sea piloto de cazas o que lleve las gafas muy mal graduadas. Esto es así porque la primera parte –«Al lente de un salmo aparente»– y la última –«Vocalidades horizontales y verticales»– combinan los tamaños de letra 13 y 4 para crear una impresión gráfica en primera instancia, y producir un significado en segunda, cuando el lector que no es piloto de caza y sí lleva las gafas bien graduadas acerca la lupita y se inclina para ver qué es lo que dicen los poemas de este libro. Pienso en ello como pienso en los mapas. Los miramos desde arriba y nos apropiamos de la imagen de un territorio; eso sería una visión de estado. Pero luego recorremos esos territorios desde adentro, ignorando la existencia de cualquier mapa, de cualquier demarcación o cualquier frontera; eso es seguir la tierra, y sería la visión del nómada. Adel nos obliga a mirar el mapa y después a recorrer el territorio con la mirada. Además, Elogio a la ceguera juega con 16 tipografías. Esto proporciona al lector una experiencia de lectura íntima y minuciosa, y al maquetador, que soy yo, y al autor, que es Adel, un intercambio de un mínimo de sesenta correos electrónicos y mucho dolor de cabeza.
Elogio a la ceguera es, en cierto modo, el último libro de Ediciones Paralelo. Hasta ahora hemos tenido tres colecciones: una de poesía, una de relato y otra de novela. Tras una dura asamblea, decidimos que así no íbamos a ninguna parte, y que tal vez para no ir a ninguna parte era mejor hacerlo de otra manera: ir a ninguna parte en línea recta, en lugar de haciendo eses. Nos refundamos: nos dimos cuenta de que los géneros literarios son invisibles, como la economía y como el sentido común, y por lo tanto muy peligrosos. Nos dimos cuenta de que habíamos seguido nuestra intuición más elemental al estructural Ediciones Paralelo en función de criterios de género, y nosotras y nosotros nos jactamos de luchar sin cuartel contra nuestra intuición. Buscamos otro criterio, y nuestras tres colecciones ahora son La máquina de guerra, para textos de orden más reivindicativo, Samurai, para experimentos con el lenguaje, y Caballo de Troya, para aquellos más canónicos —todo esto es una gran simplificación. En realidad, ya no evaluamos textos sino propuestas; pero basta de hablar de nosotras y volvamos a hablar de Adel. Si quieren saber más (si quieren entender de qué va este rompecabezas, o desean enviarnos una propuesta) visiten nuestra página web y lean la sección Qué somos.
Si les he contado esto es porque Elogio a la ceguera es el libro que mejor podía funcionar como resorte, como rito de paso de lo que éramos a lo que somos: Elogio a la ceguera encaja a la perfección en dos de nuestras nuevas colecciones. Casi lo olvido: en nuestro nuevo sistema, un libro puede pertenecer a la vez a una, dos, o a nuestras tres colecciones. Admitimos el solapamiento e incluso lo promovemos. Si no me equivoco, explicarles por qué Elogio a la ceguera pertenecería a Samurai y a La máquina de guerra puede ser una buena presentación del libro.
Comencemos por Samurai. La colección Samurai toma su nombre de una cita de otro gran escritor latinoamericano que vivió en Girona y también en Barcelona. Roberto Bolaño escribía que «la literatura se parece mucho a la pelea de los samuráis, pero un samurái no pelea contra otro samurái: pelea contra un monstruo. Generalmente sabe, además, que va a ser derrotado. Tener el valor, sabiendo previamente que vas a ser derrotado, y salir a pelear: eso es la literatura». Del modo en que nosotras entendemos la cita de Bolaño, entonces, la colección Samurai debe acercarse a propuestas literarias que cumplan tres características. A saber: ser valientes en algún sentido, tener ganas de pelear, y ser suicidas o casi suicidas. Por eso, reservamos la colección Samurai para aquellas propuestas que asumieran un riesgo en el terreno de lo formal; a saber: propuestas valientes porque indagan en lo desconocido, con ganas de pelear porque se enfrentan a lo establecido, y suicidas o casi suicidas porque es casi imposible que al final resulten ser rentables. Nadie dudará, entonces, de que Elogio a la ceguera es una propuesta (propuesta para ustedes, los lectores) samurai.
En 1931 Vicente Huidobro publicaba su Altazor, todo un golpe en el tablero literario latinoamericano, que cambiaría para siempre el lugar de las piezas, su valor, sus colores, e incluso el nombre del juego. Me atreveré, sin embargo, a afirmar que escribir una poesía tan lúdica como aquella no constituía ninguna clase de revolución. Muchos de ustedes ya habrán pensado en los famosos caligramas de Apollinaire, claro, pero podemos remontarnos mucho más atrás y citar los caligramas árabes, dibujos hechos con las letras del alifato con los que muchos consiguieron sortear la prohibición islámica de representar personas y animales –porque sólo Allah tiene derecho a crear vida y –claro– para ponérselo difícil a los idólatras–. En rigor, cualquier manifestación del arte de la caligrafía árabe sería una forma de caligrama, ya que en la mayoría de los casos se utilizó para decorar –no pocas veces espacios públicos– y muchas veces resulta ilegible, o repite sentencias de sobra conocidas por quien las lee. El autor de un famoso cuento de Borges quiso desgastar una moneda a fuerza de pensarla; del mismo modo, el contenido de aquellas sentencias habría sido desgastado a fuerza de repetirlo, y sólo quedarían sus formas. No puede dejar de sorprender que las culturas orientales hayan utilizado las letras como elementos decorativos, mientras que en occidente no se tiene ningún registro arqueológico de esa práctica (no, al menos, de forma generalizada). Quizá en este lado del mundo el significado goce de un respeto que tal vez no merece, y que sólo es eclipsado por el significante en destellos culturales como el graffiti, el trabalenguas o, por supuesto, la poesía de vanguardia.
Ejemplo caligrama árabe
Claro que hay más. En los conjuros, por ejemplo, lo que se dice no es tan importante como el acto performativo del momento de enunciación. En este poema Quevedo –en cuya calle, no por casualidad, vive Adel– se ríe de Góngora, y no podemos decir que aquí el contenido se imponga a la forma. Leo sólo dos cuartetos:
¿Qué captas, noturnal, en tus canciones,
Góngora bobo, con crepusculallas,
si cuando anhelas más garcivolallas,
las reptilizas más y subterpones?
Microcósmote Dios de inquiridiones,
y quieres te investiguen por medallas
como priscos, estigmas o antiguallas,
por desitinerar vates tirones.
Alguien podría aducir que el poema busca ironizar sobre un estilo del que descree, y yo no tendría nada que responder. Este otro poema de Lope de Vega, sin embargo, ha sido citado no pocas veces, y pareciera que en él el poeta madrileño ya estuviera figurándose una Latinoamérica futura donde nuestro español se liberaría de sus cadenas.
Piraguamonte, piragua,
piragua, jevizarizagua.
Bío, Bío,
mi tambo le tengo en el río.
Yo me era niña pequeña,
y enviáronme un domingo
a mariscar por la playa
del río del Bío Bío;
cestillo al brazo llevaba
de plata y oro tejido.
Bío, Bío,
que mi tambo le tengo en el río.
Piraguamonte, piragua
piragua, jevizarizagua.
Bío, Bío,
que mi tambo le tengo en el río.
La serie de ejemplos es infinita. Por ejemplo, podemos pensar en aquellos nobles japoneses que escribían en caracteres chinos sus poemas y luego los leían en japonés para ver qué decían, o en el canto infantil que muchos, como yo, habréis entonado alguna vez mientras saltabais a la comba: «una dola / tela catola / quina quinete / estaba la reina / en su gabinete…».
Pero basta ya de divagar. Volvamos a Adel, que les prometo que no voy a extenderme mucho más. Lo que yo venía a querer decir con todo lo anterior es que lo que hace que el texto de Adel sea valiente no es el texto en sí, no es el hecho de escribirlo ni de divertirse escribiéndolo, como podemos imaginar que Adel se divirtió: lo que hace que Elogio a la ceguera sea una propuesta samurai es lo mismo que hizo en su día que los gestos de Huidobro o Apollinaire fueran revolucionarios: el hecho de que se inserten, como parásitos, en un dispositivo de saber / poder como es el libro en la cultura occidental. Antes hemos visto que en esta parte del mundo el signo lingüístico se decanta más hacia el lado del significado que hacia el del significante: la moneda de Saussure siempre cae de cara. No extrañará a nadie, por lo tanto, que nuestra forma de entender el mundo se sostenga sobre un Libro, o mejor, sobre unos libros, sobre unos Βιβλία. El libro nos impone su forma sagrada y terrible: un libro es como un tatuaje –ya Platón utilizó la metáfora del cuerpo humano para hablar del texto–; una vez se inscribe en un cuerpo, no se puede borrar. Es, por eso, el medio perfecto para vehicular una religión y una cultura y llevarla hasta los confines del mundo; el transporte perfecto para esa forma de expansión que se ha venido a llamar imperialismo. Lo escrito permanece, es inmutable, y la eternidad es uno de los atributos de lo necesario: de Dios. Por eso el libro de Adel es valiente, y por eso también tiene ganas de pelear: porque escribe –frente a los «libros graves» en los que hundía la cabeza José Martí, otro cubano– «para ver», como en el póker: para ver qué ocurre, para ver si gana –aunque sepa que probablemente perderá–. Elogio a la ceguera no «está escrito» (مكتوب), sino que se está escribiendo, es un work in progress que se reescribe y se actualiza cada vez que unos ojos lo recorren. Hay más: el libro de Adel no sólo pelea con los textos canónicos, sino también con sus «padres» vanguardistas. La sexta y última parte de Elogio a la ceguera abre con una cita del último canto de Altazor, el opus magnum de Vicente Huidobro. Dice así:
Io ia
i i i o
Ai a i aia i
i i i o ia
Adel Pereira, en un gesto de genialidad que muchos poetas por venir querrán robarle y que algunos incluso le robarán, toma esos versos de Huidobro y les enmienda la plana; como si el chileno quisiera decir algo que no atinó a expresar, como si hubiera escrito las consonantes, pero tan pequeñas que nadie hasta Pereira había podido verlas, nuestro autor les añade a esas vocales las letras invisibles que les hacían falta: toma al padre de la vanguardia latinoamericana y le da una genial vuelta de tuerca.
Termino con Samurai. No es el texto de Elogio a la ceguera lo que sale al ring a batirse con quien haga falta, sino lo que nos propone a sus lectores, su propuesta; por eso es la perfecta transición del viejo Ediciones Paralelo al nuevo Ediciones Paralelo.
Ya he explicado por qué Elogio a la ceguera es un libro valiente, y también por qué es un libro con ganas de pelea con el lector. Explicaré en una línea por qué es un libro suicida. En general, en este momento, en la literatura española cualquier poemario que no lleve la firma de un titán como Luis García Montero o de un icono pop como Luna Miguel viene a ser un suicidio económico. Por si ser un libro de poesía fuera poco suicida, Elogio a la ceguera es, además, poesía visual y experimental. Y por si eso fuera poco, se vende con una lupa y plastificado por el mismo precio por el que se venden todos los libros de Paralelo: 10 euros. Adel Pereira es, como Bolaño, un samurai en toda regla.
Como soy medio verborrágico y me he extendido ya más de lo que quería, no voy a explicar por qué la propuesta de Elogio a la ceguera también pertenecería a nuestra Máquina de guerra. Tendrán que leerlo ustedes mismas y buscar qué hay en este libro que diagnostique cuáles son las grietas de nuestro sistema, y que se esfuerce por ahondar en ellas, por ensancharlas. Recuerdo el primer contacto que tuve con Adel y con Elogio a la ceguera. A Ediciones Paralelo llegó un email que proponía publicar un manuscrito que «tiene dos partes que deben ser leídas con lupa». Entendí que el autor de ese manuscrito estaba indicándome que había algo oculto en esos pasajes, que debíamos leerlos con atención. Lo primero que hice al abrir el PDF unas semanas después fue, como podrán imaginar, soltar una carcajada. Con el tiempo pude descubrir que otras partes sí deben ser leídas, esta vez metafóricamente, con lupa: son aquellas que hablan del Sistema y de las derivas de un cubano en España. No me dilato más: muchas gracias por escucharme.
http://munir.xyz/texto-de-presentacion-de-elogio-a-la-ceguera-de-adel-pereira/
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