Gayo Julio Fedro
Gayo Julio Fedro (en lat. Gaius Iulius Phaedrus) (ca. 15 a. C. – ca. 55 d. C.) fue un escritor de fábulas romanas.
Fedro fue un esclavo originario de Macedonia. Recibió la libertad de manos de Augusto y desarrolló su actividad literaria durante los reinados de Tiberio, Calígula y Claudio.
Publicaciones
Publicó en cinco libros su colección de fábulas latinas en verso. Muchos de los temas de estas composiciones están tomados de Esopo; otros, sin embargo, proceden de su experiencia personal o se inspiran en la sociedad de la época romana.
Rana rupta et bos (Fabula I, 24)
Como él mismo declara en el prólogo de su obra, la fábula fue inventada porque los esclavos, temerosos del castigo si osaban decir lo que sentían, enmascararon sus ideas expresándolas en forma de fábulas para evitar con bromas fingidas las reacciones violentas de sus señores.
Sea o no real esta afirmación, lo cierto es que en las 101 fábulas de Fedro que se han conservado se aprecia con claridad la intención didáctica y moralizante que introduce el breve relato, protagonizado preferentemente por animales. En ellas se desarrolla el concepto de protesta social, adaptándolo al contenido y a las costumbres de su época. Altivo y ambicioso, quiso conferir al apólogo moralista popular la elegancia y el garbo de la poesía.
Sin embargo, aunque Fedro confiesa que sólo se limita a representar de forma genérica la vida y las costumbres de los hombres de su tiempo (ipsam vitam et mores hominum ostendere), lo cierto es que las veladas alusiones críticas a personajes contemporáneos le valieron un proceso por parte de Sejano, el poderoso prefecto del pretorio y favorito del emperador Tiberio.
Sócrates
Muy corriente es el nombre de amigo, pero escasa la fidelidad.
Como se estuviese construyendo una casita Sócrates
(cuya muerte yo no desdeñaría con tal de alcanzar su fama
y aceptaría la envidia, si quedasen libres de ella mis cenizas),
un cualquiera del pueblo, como suele pasar, le preguntó:
«¿Cómo? ¿Tan pequeña vivienda te levantas tú, tan importante?»
«¡Ojalá», respondió, «pueda llenarla de amigos verdaderos!»
Fedro en Lib. III, incluido en Antología de la poesía latina (Alianza editorial, Madrid, 2010, selec. y trad. de Luis Alberto de Cuenca y Antonio Alvar).
FABULAS DE FEDRO
PRÓLOGO
He llevado a la perfección, poniendo en versos senarlos estas ficciones de las que Esopo fué el creador. Dos son las prendas que avaloran el libro: regocijar el ánimo y mostrar saludables consejos que enseñen a bien vivir. Si alguien quisiero motejarnos porque no sólo los animales, sino hasta los misms árboles hablan y discurren, no olvide que nuestro propósito tira y se encamina a dar esparcimiento al ánimo con meras invenciones de la fantasía.
Un piloto y un marinero.
Lamentábase uno de su negra fortuna, y Esopo imagina esta
fábula para consolarlo.
Estaba una nave a merced de los varios y encontrados, vientos de alterado mar, y la tripulación con las lágrimas, temor y congojas de cercana muerte; serenóse de súbito el furioso temporal; continuaron bogando con próspero viento, y al punto se vió a los pasajeros., henchidos de gozo, solazarse con inusitada alegría.
Mas el piloto, aleccionado con la experiencia del pasado peligro, dijo así. «Puesto qup en la tierra andan siempre asidos de la mano el placer y la pena, mostrémonos.tan prudentes antes de llegar al deseado puerto, que tanto las expansiones como las quejas sean siempre moderadas.»
En la prosperidad teme; en la adversidad espera.
Una vieja a un cántaro.
Yacía en tierra un cántaro vacío, y ya fuese por las heces del vino o ya por lo exquisito de su barro, es lo cierto que despedía suavísima fragancia. Viólo una vieja, y después de haberle olido, dijo así: « ¡ Oh suave licor ! ¿.En qué alabanzas no me desharé al ponderar lo que antes fuiste, mostrando todavía tales reliquias?»
Lo que ahora escribo (dice Fedro) declara cuál debió ser el vigor y elegancia de lo que escribí en mejores días.
De las cosas buenas, aun sus vestigios nos deleitan y cautivan.
Las dos perras.
Suelen envolver una asechanza las caricias de los malos, y para no caer en ella, nos conviene tener muy presente lo que diremos a continuación.
Una perra solicitó de otra permiso para echar en su choza la cría, favor que le fué otorgado sin dificultad alguna; pero es el caso que iba pasando el tiempo, y nunca llegaba el momento de abandonar la choza que tan generosamente se le había cedido, alegando, como razón de esta demora, que era preciso esperar a que los cachorrillos tuviesen fuerzas para andar por sí solos.
Como se le hiciesen nuevas instancias, pasado el último plazo que ella misma había fijado, contestó arrogantemente : «Me saldré de aquí, si tienes valor para luchar conmigo y con mi turba.»
Si dais entrada al malo en vuestra casa, os echará de ella.
Un cazador y un perro.
No teniendo éste nada de cobarde, se había hecho digno de las complacencias y agasajos de su amo, por el ardor que desplegaba en la lucha contra toda suerte de fieras, aun las más feroces; pero aquella naturaleza robusta y vigorosa comenzó a declinar, sin dura con el peso de los años. Echósele a reñir en tal sazón con un jabalí, y bien pronto hizo presa en una oreja; mas hubo de soltarla, por tener los dientes ya cariados.
Sentido de ello el cazador, increpaba al perro; y él, aunque viejo, respondió valientemente: «No me falta empuje, sino fuerzas. Alabábasme en otro tiempo por lo que valía; y ahora me desprecias, porque no soy ni aún sombra de lo que fui.»
Bien entiendes tu, Fíleto, a donde tiran y se encaminan estas cosas que yo escribo.
El tiempo todo lo acabe y consuma.
Dos calvos
Uno se encontró por casualidad en medio de la calle un peine; llegóselo otro, tan calvo como él, y dijo:
«A la parte, a la parte.» Mostrando el primero su hallazgo, añadió después. «Está visto, los dioses han querido favorecernos; mas por nuestra mala ventura hemos hallado, como se dice, carbones en lugar de un tesoro.»
El caballo y el jabalí
Todos los días el caballo salvaje saciaba su sed en un río poco profundo.
Allí también acudía un jabalí que, al remover el barro del fondo con la trompa y las patas, enturbiaba el agua.
El caballo le pidió que tuviera más cuidado, pero el jabalí se ofendió y lo trató de loco.
Terminaron mirándose con odio, como los peores enemigos.
Entonces el caballo salvaje, lleno de ira, fue a buscar al hombre y le pidió ayuda.
-Yo enfrentaré a esa bestia -dijo el hombre- pero debes permitirme montar sobre tu lomo.
El caballo estuvo de acuerdo y allá fueron, en busca del enemigo.
Lo encontraron cerca del bosque y, antes de que pudiera ocultarse en la espesura, el hombre lanzó su jabalina y le dio muerte.
Libre ya del jabalí, el caballo enfiló hacia el río para beber en sus aguas claras, seguro de que no volvería a ser molestado.
Pero el hombre no pensaba desmontar.
-Me alegro de haberte ayudado -le dijo-. No sólo maté a esa bestia, sino que capturé a un espléndido caballo.
Y, aunque el animal se resistió, lo obligó a hacer su voluntad y le puso rienda y montura.
Él, que siempre había sido libre como el viento, por primera vez en su vida tuvo que obedecer a un amo.
Aunque su suerte estaba echada, desde entonces se lamentó noche y día:
-¡Tonto de mí! ¡Las molestias que me causaba el jabalí no eran nada comparadas con esto! ¡Por magnificar un asunto sin importancia, terminé siendo esclavo!
A veces, con el afán de castigar el daño que nos hacen, nos aliamos con quien sólo tiene interés en dominarnos.
El lobo y la cabra.
Encontró un lobo a una cabra que pastaba a la orilla de un precipicio.
Como no podía llegar a donde estaba ella le dijo:
− Oye amiga, mejor baja pues ahí te puedes caer. Además, mira este prado donde estoy yo, está bien verde y
crecido.
Pero la cabra le dijo:
− Bien sé que no me invitas a comer a mí, sino a ti mismo, siendo yo tu plato.
Conoce siempre a los malvados, para que no te atrapen con sus engaños.
El lobo y el caballo
Pasaba un lobo por un sembrado de cebada, pero como no era comida de su gusto, la dejó y siguió su camino.
Encontró al rato a un caballo y le llevó al campo, comentándole la gran cantidad de cebada que había hallado,
pero que en vez de comérsela él, mejor se la había dejado porque le agradaba más oír el ruido de sus dientes al
masticarla.
Pero el caballo le repuso:
− ¡Amigo, si los lobos comieran cebada, no hubieras preferido complacer a tus oídos sino a tu estómago!
A todo malvado, aunque parezca actuar como bueno, no debe de creérsele.
El lobo y el cordero
A un mismo riachuelo un lobo y un cordero habían llegado,
por la sed impulsados. En la parte de arriba estaba el lobo,
y bastante más abajo el cordero. Entonces, excitado por su voracidad,
el cazador un motivo de pelea introdujo;
“¿Por qué", dijo, "me enturbiaste el agua a mí, que estoy bebiendo?”
A su vez, el cordero, teniendo miedo:
“¿Cómo puedo, te pregunto, hacer eso de lo que te quejas, lobo?
El agua discurre de ti hacia mis sorbos".
Aquel, rechazado por la fuerza de la verdad,
"Seis meses antes" dijo "hablaste mal de mí".
Responde el cordero: "Ciertamente no había nacido".
" Tu propio padre,¡Por Hércules!" dijo aquél, "habló mal de mí";
y, agarrado de tal manera, lo descuartizó en una muerte injusta.
Esta fábula fue escrita a causa de aquellos hombres
que oprimen a los inocentes con causas ficticias.
Los perros hambrientos
Vieron unos perros hambrientos en el fondo de un arroyo unas pieles que estaban puestas para limpiarlas; pero
como debido al agua que se interponía no podían alcanzarlas decidieron beberse primero el agua para así
llegar fácilmente a las pieles.
Pero sucedió que de tanto beber y beber, reventaron antes de llegar a las pieles.
Ten siempre cuidado con los caminos rápidos, pues no siempre son los más seguros.
El lobo y la grulla
Como quedara clavado un hueso, al tragarlo, en la garganta de un lobo, vencido por el gran dolor empezó a seducir a todos con un premio para que le extrajeran aquel mal. Finalmente, fue persuadida por el juramento una grulla, que entregando la longitud de su cuello a la garganta hizo la peligrosa cirugía al lobo. Como por esto solicitara insistentemente el premio pactado, "Ingrata eres" dijo" porque sacaste incólume tu cabeza de mi boca y pides recompensa".
Quien premio por su servicio de los malvados desea, dos veces se equivoca:
primero, porque ayuda a indignos,
luego porque ya no puede escapar impunemente.
La zorra y el cuervo
Como de una ventana un cuervo un queso robado
quisiera comerse, sentándose en un alto árbol,
lo envidió una zorra, luego así empezó a hablar:
"¡Oh cómo es, cuervo, el brillo de tus plumas!
¡Qué gran belleza llevas en tu cuerpo y en tu rostro!
Si voz tuvieras, ningún ave superior habría".
Y aquél, mientras quiere también su voz mostrar,
de su boca abierta soltó el queso; rápidamente
la astuta zorra lo arrebató con sus ávidos dientes.
Sólo entonces gimió el cuervo, burlado por su estupidez.
Quienes se alegran al ser alabados por palabras engañosas,
sufren, tarde, castigos de vergonzosa penitencia.
La rana rota y el buey
En un prado, cierta vez, una rana vio a un buey,
y, tocada por la envidia de tanta grandeza,
su rugosa piel infló. Entonces a sus hijos
preguntó si era más grande que el buey.
Ellos dijeron que no. De nuevo tensó su piel
con mayor esfuerzo, y de similar modo preguntó
quién era mayor. Ellos dijeron: "el buey".
Nuevamente indignada, mientras quiere más fuertemente
inflarse, con su cuerpo roto yació.
El pobre, mientras quiere imitar al poderoso, perece.