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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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MODESTO SAN GIL HENRÍQUEZ [18.293]

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Modesto San Gil Henríquez 

(La Palma, Canarias, 1922)

Reside en Cuba desde 1928. Estudió en los seminarios El Cobre, de Santiago de Cuba, y San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, durante las décadas del treinta y del cuarenta del pasado siglo, etapa en la que publicó sus primeros poemas en las páginas del periódico El Mundo. Es miembro de la Unión de Escritores Canarios. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros: Elegía del solitario (Madrid, 1995), El profeta y los cuervos (Ciego de Ávila, 2001; Ed. Benchomo, Tenerife, Islas Canarias, 2009), Versos descalzos (Ciego de Ávila, 2001), Salmo a la deriva (Ciego de Ávila, 2002), Roca de oro (Ciego de Ávila, 2010). Sus textos han aparecido en revistas cubanas y extranjeras, así como entrevistas concedidas a diversos medios de comunicación. Su obra ha recibido diversos reconocimientos nacionales. La Editorial Unión acaba de publicar una antología de su obra, preparada y prologada por el poeta y crítico avileño Francis Sánchez, bajo el título Lejos, después del mar. 


Carmelo González entrega el premio 'Bardino Canario' a Modesto San Gil Henríquez.

Modesto San Gil Henríquez, el último poeta canario vivo en Cuba.

El incendio de su casa destruyó su obra poética y lo poco que tenía para subsistir, pero como buen labrador, reinicia su obra literaria posteriormente.

Por Juan Calero Rodríguez 



Me hiere el andar aciago
de la raíz desprendida,
me duele la eterna herida
de la ausencia de mi drago. 

Nació en la Villa de Mazo en 1922 y con seis años, su familia se traslada a Cuba desarrollándose en un ambiente campesino de emigrados canarios. De niño fue tan buen estudiante, que los curas aconsejaron a sus padres que comenzara la carrera eclesiástica. Se preparó concienzudamente su entrada en el Seminario de El Cobre, en Santiago y luego continúo en el Seminario San Carlos, en La Habana donde se especializó en latín y griego y comenzó filosofía. Se graduó en Filosofía en 1941 y cuando debía comenzar teología, le proponen hacerlo en Roma, pero se convence de que su vocación sacerdotal no es tan fuerte y decide abandonar el seminario.

Durante algún tiempo se gana la vida como maestro, luego como profesor de idiomas y pasa sus últimos años de vida laboral trabajando en los ferrocarriles, obteniendo la plaza fija en 1952. En 1957 ingresa en el Movimiento 26 de Julio y en 1958 arde su vivienda en una acción del propio Movimiento del 26 de Julio dirigido por el comandante Camilo Cienfuegos; aún así continuó en dicho grupo insurreccional. En el incendio se destruyó su obra poética y lo poco que tenían para subsistir, él, su mujer y los nueve hijos varones. 


Cuántas veces, aire mago
de mi Teide, en ti me pierdo
y en guanches momentos muerdo
pedazos de mi memoria. 


Como buen labrador, reinicia su obra literaria posteriormente. La desgracia no dejó de rondar la familia: muere uno de sus hijos en la guerra de Angola y otro se suicida.

No fue hasta la década de los noventa del siglo XX, cuando comienza a publicar con asiduidad en revistas, tanto cubanas, como Imago, Videncia y Enfoque; canarias, como La Graja, y de otros países como Estados Unidos y México.  Tiene diez libros publicados: Río, Alfa y Omega (1994) Ediciones Ávila, Ciego de Ávila; Elegía del solitario (1996) La Diáspora. Gobierno de Canarias; El profeta y los cuervos (2000) Ediciones Ávila, Ciego de Ávila; Versos descalzos (2001) Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, y Salmo a la deriva (2002) Ediciones Ávila, Ciego de Ávila. También aparece en varias antologías publicadas en Cuba y en el exterior: Poetas actuales de Ciego de Ávila (2000); Anuario de poesía UNEAC 2001 (2001); Poetas cósmicos cubanos (2000) México; Antología Décima cubana actual (2001) EE.UU.

Ha obtenido varios premios de poesía como el Premio de Poesía Benito Pérez Galdós, de la Asociación Canaria de Cuba. También un premio literario lleva su nombre, en Ciego de Ávila. 


No hay reproche a mi destino,
si de brezo y faya vengo,
que tengo dos islas, tengo
de azúcar morena el alma,
pero traigo de La Palma
el vino de mi abolengo.


ELEGÍA DEL SOLITARIO

Canto I

Descalzo sobre cactos,
piel al sol,
los dientes y las uñas
desnudan huesos.
Los ojos buscan
el rastro de la entraña.

No está en su puesto la primera piedra,
ni el picacho dormita con sus auras,
no dan paz al sueño los rumores de lluvia,
que todos han salido a ver al hombre sin palabras,
con fardo al hombro
de trovas vírgenes
y un misterio magnífico en la frente
de andar predestinado.
Viene del antro de los ruidos necios,
carcajadas sin risas,
de músicas absurdas
donde el silencio calla, pensativo,
al margen de la histeria.

Bravos mundos atrás quedó el abrazo,
la canción de aquel tiempo,
el diálogo,
la paz.
Las hojas,
el eco y los suspiros
cayeron uno a uno.

¡Cuánto andar de manos con los vítores,
pasear con la fortuna,
ver la gloria,
sus días,
sentir pasos,
contar latidos
al calor de unas sedas;
cuánto palpar palacios breves
y volver a la concha cavilando!

Dócil, callada,
después de tanto mundo, viene a verlo
aquella tarde agónica
de los abrazos lentos y mudas despedidas.
No hay nadie aquí,
se ha vuelto a marchar solo.

Llama a las puertas próximas
y han ido lejos,
busca amigas palabras
y no entienden.

Las hierbas sí lo escuchan
y le ofrecen espigas, mas no saben
del tímido traspié,
cuánto la miel es dulce y cómo se hinchan 
las veredas al viento.

La multitud pregunta
qué es soñar las historias locas, tristes.
¡Qué lástima!,
no saben que los sueños ven la tierra.




Canto II

Velas,
alas,
gaviotas,
lagartos
se entienden.
Arrecifes,
nidos íntimos,
nubes de paso
se ven y siguen.
Alfombras tenues,
sal para la vida,
sol para las hojas
en comunión se juntan al paisaje.
Cuchillos de coral,
furia de olas heridas,
los dientes de borrasca en los cantiles
se embisten y se rasgan.
No hay palabras de dos,
en las algas sin nombre no hay saludos,
ni manos que se busquen,
solo se besan
si hay sol en sus raíces,
siempre se hieren
si hay sombras en su bosque.

Un poema, ermitaño
del páramo silente, doma versos
y anda en busca
de otros versos sin dueño que lo escuchen.
Un penitente arrastra, piedra a piedra,
su sed hacia el oasis.




Canto III

Chasca,
retruena,
tumbo,
retumbo,
ráfagas de espuma,
morros espantados,
musgos, truenos y silbos
en las bocas medrosas del silencio,
son la absurda catástrofe
de huraña tempestad en cada roca,
la tensa incertidumbre
bajo el último golpe del salitre.
Todo, arrasado,
va muriendo,
y triste,
solo,
se embarca en la resaca.
Temblores ateridos
de nidales hambrientos andan juntos,
alas sin vuelo lloran juntas,
helecho y caracol se esconden juntos,
pero no hay gaviotas
ni sal,
ni sol,
ni siquiera el lamento de lágrimas iguales
que venga a acompañar al solitario.




Canto IV

Siembro puño y semilla,
si he de comer arroz,
las uñas, tierra abajo,
si he de beber.
Pongo el viento a silbar
al filo de las hojas,
si quiero música.
Doy recados de amor a la ventisca,
si he de temblar,
al verdegal, si quiero
sus íntimos aromas,
al aroma, si paz,
a los cuentos de antaño,
si quiero compañeros.
La codorniz no siembra,
nunca vi mariposa alzar las alas
para podar espinas.
Se baña el pez,
toma sol el maizal y el celo vuela:
responden,
viven,
todos buenos.

Fruto y flor
se citan y se engendran.
Reclamos y perfumes
salen de viaje a bodas
y el milagro del polen se hincha y cuaja.

Mas yo, mártir de la novia palabra, 
lanzo mi luz y juzgan: ¡subversiva!, 
digo mi voz y acusan: ¡es su voz!

¡Qué topo tribunal,
cuánto sabor a tanto andar con hambre!




Canto V

Romántico señor,
toma polvo y granizo de tu frente,
que los beban tus cuerdas y hagan versos
para canciones altas.
Tierra del Fuego, sopla,
que el pampeño se pierde si no zumbas.
Guardián del gran silencio,
llega al norte, que el ombú está solo.
¿Adónde vas, llanero,
después de tanto llano?
¿a qué esa calma,
como si hubieras de dejar tus huesos
a las hienas?
Vuelve a casa,
pregunta a las estrellas dónde estás.
Mira al sur, Huascarán,
que un caballero avanza a lomos de los Andes
con América al hombro.

Aconcagua, tus nubes
llueven rayos incaicos cuando esculpen
los rostros sin respuesta,
la indígena tristeza del silencio.
América, no llores cuando callan,
haz que se hablen.

Simón, tus soles pasan Magdalena abajo,
no dejes que se hundan.
Bandama, Teide, vean
cómo duele la diáspora del hombre,
sus doloras sin voz;
cuántas noches, tan lejos, mueren juntas.
Allá va, Santa Elena,
la soledad del corso,
aquí van los rostros taciturnos;
pasa sin escolta
la caravana frágil;
navega en balsa rústica
la inmensidad en fuga, costa a costa.




Canto VI

Llora un hombre,
como la tierra, tiembla.
Solo una piedra flota,
sobre la piedra, Atlante
muere de soledad, después del miedo.

Solo una araña vive,
seca y única.
Teje para la vida, en vano teje,
si Krakatoa ha muerto.

Abominable hombre de las nieves,
¿con quién hablas, si no tienes con quién?

Sobre unas hierbas sangra
toda la angustia:
Getsemaní, del hombre sin consuelo.
Vellocino de gris, sandalias sin camino
y un cayado sin puño, entre cenizas,
es el duelo de Abraham, que llora a Sara.

¿En qué cerro, Moab, espera el tiempo 
del general Moisés?

Pone un hombre los pies sobre la hierba seca
y nacen flores,
yo pongo el corazón
y me brotan zarzales.

¡Ay, recuerdos, mis huéspedes,
cuántos regresos, cuántos!
Vine a ser,
quise estar,
y hoy no sé qué habrá sido de las risas
de mis primeros pasos.

Desde que el puente ha muerto,
no hay paso al oro limpio de una mano
que diga: estoy contigo, acércate a mi pulso,
ven a verme.
Desde que el verbo roto
volvió a casa sombrío,
llegaron los fantasmas, uno a uno,
con sus ojos inmensos,
cerraron las ventanas suavemente, 
y así solos nos echamos a andar.




Canto VII

Hace siglos que guardan las quebradas
las violetas más vírgenes del Teide,
Kilimanjaro pastorea sus flores,
Fuji Yama sus luces:
se unen, viven.
Esas serias iguanas de los cayos
se reúnen al sol.
El poeta los ve,
les canta un poco
y se esconde a soñarlos.

Es hora de dormir,
la luna ha visto dos lápidas llorar
sus lágrimas hermanas,
dos huérfanos pichones
pían, se responden;
dos almas perseguidas se refugian
en los labios de un beso.

Los sueños no.
Caminan sobre arena,
semilla urgente de retos y de heridas,
viven
y pasan por la tierra enamorados,
de isla en isla, tan lejos de sus pies.

No los sueños.
Con un grito se buscan
y en la pared del eco se destrozan.
Antorchas sobre nieves,
se les quema la voz, y dando tumbos,
se vuelven a su celda.

¿Quién se acerca, quién toma de su brazo
las supremas caricias,
quién las ansias del tímido otear?

No los sueños.
Los llevo en la mochila, son mi viático,
los llamo por sus nombres, todos míos
y les pido que griten.
No se oyen sus secretos,
nadie escucha los cuentos de sus viajes.
Del tesoro sin llave saco un ramo.
Los más íntimos
se los enseño al sol.
Él dice que sus manchas
son poemas sepultos de oro breve,
las arcas del secreto,
pan y alcoba de todos los errantes.
Allí la luz descansa, allí la sombra
secuestra al solitario.

Ya atardece, nosotros, cabizbajos, 
nos volvemos adentro.




Canto VIII

Caballero silente,
pavesa de hombre,
toma la gota que te ofrece
la palma del oasis.
Vuelve a ser,
siquiera mientras pasas la cañada
rumbo al ancestro,
para que el viento añoso
te haga ser por un día el mismo tú.

Mira, jinete sin espuelas,
las crines del potrero, cómo flotan,
qué elegantes se baten
al compás de los cascos altaneros.
Si puedes sonreír,
conversa a poca voz con esas olas
más viejas que tu raza,
y te dirán
dónde hallar mano amiga,
dónde encuentros,
un corazón igual,
la música invisible:
dónde la estirpe,
soñar,
la vuelta,
quererse,
casas anchas,
marchas arriba,
galopantes triunfos
y la sal de un saludo
con sabor a amistad en cada grano.

Espérame un momento, pasajero,
mientras te hago un buen sitio.
Mira allá, tras los años,
sobre el mar de las islas.
No son garzas, pañuelos ni promesas,
son las viejas espumas
con su carga de antiguos nacimientos.
¿Ves cómo danzan,
cómo riman los coros Inocentes?,
eso fuiste.

¿Adonde miras, héroe?
Tú te quedas, las manos se te escapan.
¿Un solo corazón puede con tanto?




Canto IX

Más al sol, todo el mar, muy tarde, lejos,
son golpes sobre el yunque.
¿Qué importa que la lluvia
refresque un tanto los tallos moribundos,
si la raíz no tiene,
si la rama ha perdido
la piel en sus andadas?

No se escuchan las décimas de luces 
abrazarse a las coplas ancestrales, 
ni hay el silbo de almenas y picachos 
de las islas del mar.

Ya se han ido los trinos y sus alas,
los pámpanos se agostan
y hoy queda en el paisaje un sol poniente,
las cavernas repletas de deseos
y una magna asamblea de hombres mudos,
sin rastros ni esperanzas.

Voy despacio,
¿para qué la prisa,
si en el erial ya es tarde?;
callado,
¿para qué gritar a tanto sordo
las voces que no entienden?;
sereno y tranquilo:
no hay por qué salvar puentes
que no saben de viajes.
Voy sin rumbo,
¿quién lo tiene, si el rumbo son los pasos?,
sin más tesoro
que mis lemas invictos,
sin más gloria que mis horas de arena;
a campo raso,
frente al áspid, las garras y el tormento.

Los atados aplauden 
al ídolo elocuente, 
le dan sus días, 
y de espaldas al sol, 
mastican las pedreras.

Dientes de odio
muerden las aguas limpias 
y el látigo se empapa 
del manantial hendido.

El caminante, a solas, va a la cumbre, 
las máscaras al foso.




Canto X

Pienso en ti, huerta amada,
¿se han perdido tus montes,
la acequia fluye aún junto a la siembra?
¿Y mi techo, mi techo dónde está?
Desde la noche aquella no sé dónde.
¿Quién me escribe sus cartas,
quién me añora? No hay nadie.
¡Ay, silencio!, me brota de la feria
del carnaval pagano,
me agobian sus tambores
de satánicas danzas
y el oropel insano de sus luces.

En palacio de escorias vela el monstruo
su tesoro de ídolos.
Hay pies apenas,
brazos secos de tanto andar tendidos.
Los siglos de la herencia son seroja.
¡Cuánto vagar,
qué imprevistos recodos los del surco!

Resérvame, horizonte, algún remanso 
donde la dicha y yo podamos vernos. 
Quiero ungirme con ella, 
que me entregue sus horas grano a grano.

El pino tierno en alas del alisio, 
cuna, amores y mar cambió por vega
—pagó con la raíz—
y fue aroma en las islas, 
dispersión sin regreso.

Bajo un techo de lámparas ardientes,
hierro en mano
y un poco de coraje en la valija,
tomó playas al sol:
riberas de esperanza en junio verde,
latido vegetal bajo los pies.
Vino a tomar sus tierras: son del hombre.
Los tomeguines dicen
que su piar no es súplica,
son amos de su bosque y lo comparten.
Verdor de miel, si hay trópico en las tardes,
es la risa del mar,
si arena o selva, son campos de batalla,
si llano y río,
son cunas de las gentes.

De tanta patria el soñador es dueño.

El manantial asoma,
la eternidad conversa con él y con el tiempo.
Se escapan las cascadas a hacer ríos
y así mullen su lecho en los guijarros
de la cañada seca.

Crece la bruma con lágrimas de exilio,
vuelven la voz y el nudo
de aquella despedida.
Queda piel en el fondo,
los pasos mutilados,
la esperanza de ver de nuevo el puerto.

Bulla el volcán aquel en este llano, 
venga el brezo a besar la palma real, 
y habrá verdor en casa y sus recodos.

Traeré el mar cada día
mis súplicas ocultas,
y tú, Atlántico, dame de tus ondas
las que sepan de allá.




Canto XI

Guitarra mía, ven,
pulsa tus cuerdas, que tiemblen sobre mí,
y dame tu cintura.
Así,
conmigo.
No temas, solo quiero
que me digas tus cosas, yo las mías.
Así podré saber cuántas canciones
me vas a regalar. Yo las escribo,
tú las cantas, las oigo y todo es nuestro.

Tú y yo, tus lamentos y yo,
tú sobre mis piernas, tus trinos en mis brazos,
y así estaremos solos.
Solos seremos uno, solo uno.

No habrá la endecha que no sepas,
los romances luctuosos,
los arpegios dolidos que no entones,
No será tu voz desheredada,
ni huérfana la mía.

Caricia, prez u hosanna,
dime cuanto sepas de los errantes todos
que pasan, nos dan vivas y se pierden.
Se pierden, nos quedamos,
y volvemos al suelo tristes, solos.

Arroyo, no me niegues
que has bebido a la sombra.
Desde el mar subí al verte, salto a salto.
Allá no te conocen, ni en el río,
yo sí, también arroyo.
Yo, ansioso con mi sed, tú, vaso fresco
del jugo de la selva.
Tú me das manantial, yo cazo fuentes
y las pongo a tus pies,
tú refrescas mi sol, yo te devuelvo
mis gotas con las tuyas.

Son torres en la niebla: 
sopla el viento y se van... 
se van como los muertos.

Profeta, enfrenta el sol, asalta el cielo,
si ves a los poetas, da a sus mártires
jirones de tu luz,
para que todos vean
cómo buscas la sombra en las guaridas,
cómo a los ciegos, que salgan de sus noches
para verte pasar.

Pocos te han visto, ni te dan sus copas
los gigantes en flor.
El pan, la sal y el techo del vecino
sonríen y se burlan,
no ven que ves, ni escuchan tus heraldos.

¡Un poco más, vidente, más camino, 
que ya crece el laurel en cuyas ramas 
se proclama tu nombre!




Canto XII

Vuela, aroma, 
tráeme un poco de selva. 
Cuidado con el viento, no te lleve, 
y dame de esa miel del cáliz virgen 
para gustarla juntos.

Mientras duerme el rocío
¿ves las alas coquetas cómo encienden
los rubores en flor,
cómo acrecen las albas
el temblor de las hojas inocentes?

Baja la voz, riachuelo,
que estamos de ritual
los colores y yo, las zarzas y el jacinto,
auscultando el latido de unas gotas.
Hace tiempo que vienen navegando
de hoja en hoja, mordidas por el miedo,
son hijas del cristal de una lágrima póstuma.

¿Ves fantasmas de espinas?,
son rosales, tan nuestros, son tan hondos
como pena sin alma.
No puedes tú escuchar las voces mudas
de sus tallos en penas,
ni te besan las hadas de sus rosas,

al regreso, cansadas.
Yo sí duermo con ellas
y sin ellas despierto, solitario.

¿Nunca has visto la tez del bosque en llamas
cómo clama por ti,
cómo es la piedra cubierta de cenizas
del rescoldo en ascuas?
¿Me puedes tú decir qué espanto
se bate en tus riberas,
asfixiadas del humo,
cuánto horror estalla en tus cañadas
al retumbo del trueno,
cuál rebato de bronces chamuscados
en cada grito huérfano?

Tú bajas los caminos,
yo los tengo en los pies, los subo a diario,
cauce arriba,
así empinados
como los riscos hueros de las nubes,
sombríos como los huesos rotos de la gesta.
Tú no vuelves jamás,
tú, siempre nuevo.
¿Y yo? Yo trillo el mismo polvo
desde la misma concha,
sobre la misma era.
Rondo aquí sin pareja y vuelvo y vuelvo
sin hallar cómo el don,
ni en qué estreno mi bien estalle en risa.
Tú corres y yo asciendo,
tú no sabes a dónde, yo sí sé.




Canto XIII

A escondidas de mí
salgo a ver entre máscaras las muecas
de los hombres vacíos.
No hay las manos unidas,
ni corros,
sí, infelices,
los poetas de piedra, tan lejanos
como las glorias de antes,
tan ausentes y solos
como las viejas muertes.
¿Dónde está el alma, dónde el tiempo
de esas míticas rocas?
¡Ah, máscaras sin hombre,
condenadas a hombre,
ojos sin iris, ajenos a su rostro!
Baja, mármol vacío, de tu limbo,
ve la angustia invisible
de no verse,
sentirse,
penetrante silencio,
cincel de soledad.
Ve los ayes sangrantes,
los gajos retorcidos
y el vaho visceral en cada huella.
No dejes que se ponga el sol de hoy
sin romper con la tierra,
¡vamos, anda!

Haz por llorar un día tanto, tanto 
como las rabias todas, 
ablanda muros, mátalos, sal fuera, 
y desde aquellas muertes nace libre.
Suelta conmigo los frenos de la celda, 
que los dioses se humillen al pantano 
donde beben los hombres.

Hay que matar desiertos, 
vengarse de las cuevas, poner luz 
en todas las prisiones.

¡Silencio, chusma,
que son horas olímpicas!
¡Y tú, hombre, levántate,
que vas a tener alma!
Tú entrarás al arcano
del terco soñador que se hace noches
y les roba los cielos.
Tú franquearás las puertas
magníficas del verbo.
Escucha ya los coros futuristas
rendirse a tus canciones
y la voz de las luces batir palmas
a los gritos de ¡gloria, Solitario!


Editado por: Maytée García
http://www.cubaliteraria.cu/articulo.php?idarticulo=18913&idseccion=71





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