Juan Nicasio Gallego
Juan Nicasio Gallego Fernández (Zamora, 14 de diciembre de 1777- Madrid, 9 de enero de 1853) fue un poeta español de la Ilustración. Tuvo una gran importancia en la transición del Neoclasicismo al Romanticismo.
Fue el primogénito de Felipe Gallego y Francisca Hernández del Crespo, de origen noble; sus contemporáneos lo describen alto y corpulento, asmático, cordial y campechano, ingenioso, amante de las tertulias y de vez en cuando irónico. Tuvo una formación clásica en latín y humanidades con buenos maestros desde el principio, como por ejemplo Manuel Peláez, catedrático de los Reales Estudios de Zamora. Posteriormente estudió en la Universidad de Salamanca y, con una beca, en la Universidad de Osma, para doctorarse al fin en Filosofía y Derecho Civil y Canónico (1800). En 1804 fue ordenado sacerdote y en mayo de 1805 opositó con éxito a una capellanía real en Madrid; en octubre Carlos IV lo distinguió con el nombramiento de director espiritual de los pajes del Palacio Real; por entonces empezó a publicar sus poemas en el Memorial Literario. En Madrid estableció gran amistad con Meléndez Valdés y otros ingenios prerrománticos: Nicasio Álvarez de Cienfuegos y Manuel José Quintana. El histórico día Dos de Mayo, Juan Nicasio se encontraba dedicado a su Capellanía en Palacio, y escribó su oda Influencia del entusiasmo público en las artes. Se trasladó a Sevilla y después a Cádiz; recibió entonces algunas prebendas, como la de racionero de la catedral de Murcia, y fue designado diputado constituyente (como procurador suplente) por Zamora y trabajó en la comisión encargada de clasificar los informes relacionados a la convocatoria de las Cortes de Cádiz para la que había sido designado y en la redacción del proyecto de ley de libertad de imprenta. Allí vivió en febril actividad, integrando hasta ocho comisiones e interviniendo en la discusión de 71 asuntos, hasta el regreso del rey Fernando VII, quien lo persiguió por ser liberal; estuvo pues encarcelado año y medio y pasó cuatro años confinado; primero, en la Cartuja de Jerez; afectada su salud, fue trasladado, a petición propia, al Monasterio de la Luz en Moguer y de allí al Convento de Loreto en Sevilla. Tras la gesta de Rafael del Riego fue liberado en 1820. Fue arcediano de Valencia y canónigo de Sevilla, tradujo a Alessandro Manzoni y cultivó la crítica literaria. También desempeñó los cargos de juez eclesiástico y fue designado senador del reino y académico de la Lengua y de la de Bellas Artes de San Fernando. Murió en Madrid en 1852, a consecuencia de una caída que había tenido el año anterior.
Domingo del Monte hizo una edición de sus Versos (Filadelfia: Imprenta del Mensagero, 1829) que incluía sonetos, dos elegías, entre ellas "Al 2 de mayo", dos traducciones del falso bardo céltico Ossián y su tragedia en verso Óscar.
A Bernardina el día que cumplió catorce años
Dorando alegre en la oriental ribera
frescos racimos que el otoño cría,
otra vez torna el apacible día
que abrió tus ojos a la luz primera.
¡Oh si tan grande mi ventura fuera
que en él gozar te viese, Dina mía,
esa edad de inocencia y alegría
triscando como sílfide ligera!
Si de tu vida en el risueño oriente
el dulce nombre de tu madre bella
formar te oí con labio balbuciente,
¿por qué me ha de negar infausta estrella
te mire ufano en tu verdor naciente,
y en gracias tantas competir con ella?
A Corina ausente
Mi solo y dulce amor, Corina hermosa,
anhelada mitad del alma mía,
de cuyos bellos ojos nace el día
puro como en abril purpúrea rosa:
El alma que sin ti jamás reposa,
sin ti, su única gloria y su alegría,
en un gemido el para bien te envía,
pues Febo dio su vuelta presurosa.
Vuelan los años ¡ay! y sin estruendo
fugaz los sigue juventud florida,
su mágica ilusión con ella huyendo.
¡Feliz quien goza el sol de su querida!
¡Y triste aquel, que en soledad gimiendo,
ausente pasa el mayo de la vida!
A Corina en sus días
Id, mis suspiros, id sobre el ligero
plácido ambiente que el abril derrama;
id a los campos fértiles do brama
en ancho cauce el orgulloso Duero.
Id de Corina al pie sin que el severo
ceño temáis del cano Guadarrama,
pues el ardor volcánico os inflama
que en mí incendió la hermosa por quien muero.
Saludadla por mí; su alegre día
gozad ufanos, y el cruel tormento
recordadle del triste que os envía;
y en pago me traed del mal que siento
un ¡ay! que exhale a la memoria mía
empapado en el ámbar de su aliento.
A Judas
Cuando el horror de su traición impía
del falso Apóstol obcecó la mente,
y del árbol fatídico pendiente
con rudas contorsiones se mecía,
complacido en su mísera agonía
mirábale el demonio frente a frente,
hasta que al fin, del término impaciente,
de entrambos pies con ímpetu le asía.
Mas ya que vio cesar del descompuesto
rostro la agitación convulsa y fiera,
señal segura de su fin funesto,
con infernal sonrisa lisonjera
los labios puso en el deforme gesto,
y el beso le volvió que a Cristo diera.
Mis deseos a la Excma. Sra. Condesa de Toreno
en el día de sus bodas
Siempre, bella Pilar, siempre risueño
luzca a tus ojos el solemne día
que de tus gracias su ventura fía
quien se envanece de llamarte dueño.
Cien veces mayo ofrézcate halagüeño
las flores, que sin él tu aliento cría:
corra tu edad en plácida alegría
como un sabroso y bonancible sueño.
De amables niños, lisonjero adorno
de matrona feliz, fórmete en breve
séquito digno turba bulliciosa,
que al agruparse de su padre en torno,
entre blandas caricias le renueve
rasgos y hechizos de su madre hermosa.
A la memoria de Garcilaso
Río, ¿do está de Laso la divina
musa que un tiempo suspiraba amores;
la que tu verde sien ciñó de flores
y suspendió tu linfa cristalina?
A tu margen la alondra matutina
modula al son del agua sus loores,
y el dulce lamentar de dos pastores
resuena grato en la imperial colina.
Zagales de Aranjuez, que en lastimera
voz recordáis su muerte cada día,
vosotros los del Tajo en su ribera,
dejad ¡ay! que la humilde musa mía
de flores a su cítara ligera
y tierno llanto a su ceniza fría.
A la muerte del Anti-Quijote
En un sucio rincón doliente ya
el bien acuchillado Anti-Quijó
aborto del ingenio más idió
de cuantos a Madrid han apestá.
Gime el mísero padre su desgrá
y llora, y grita, y dice que es famó,
pero no es de extrañar que cielo hermó
a su negro polluelo llame el grá.
No llores, Setabiense, por el hí,
pues salvarás la vida por fortú
en ungüentos y drogas de botí,
que si alcanzara el tiempo del buen cú
que hizo en la Mancha el célebre escrutí
no se librara el tiste de hacer hú.
A la reina Isabel en el pleno ejercicio de su voluntad
Cual viene en pos de nebuloso invierno
brotando rosas la estación florida,
y la campiña yerta y aterida
revive al soplo de favonio tierno,
así de España al liberal gobierno,
débil un tiempo, sin vigor, sin vida,
brío y lustre darás, reina querida,
y harás su dicha y tu renombre eterno.
Lanzado en fin al báratro profundo,
no verterá en mi patria su veneno
de la anarquía el monstruo furibundo.
A tu sombra, Isabel, aliente el bueno,
y a tu cetro feliz aclame el mundo
de la virtud imán, del vicio freno.
A la señorita María de la Concepción Ganoso
Aún en mi corazón, con fuego impreso,
y en mi atónito oído resonando,
dura el suspiro de tu acento blando,
más dulce que de amor el primer beso.
Al donoso ademán, al embeleso
de tu expresión y tus miradas, cuando
cantas el aire bético imitando,
¿quién, Corila gentil, no pierde el seso?
Bella, sensible, juguetona, esquiva,
me exalto, y río, y me estremezco, y lloro
al eco de tu voz tierna o festiva.
¡Feliz quien goce el mágico tesoro
de tantas gracias, y contigo viva,
y escuche de tu labio un: Yo te adoro.
Soneto improvisado en broma y de pies forzados
Ya no reina en las tablas Marco Antonio,
César, Yogurta ni el patrón de Plinio.
El trágico puñal perdió el dominio,
opio se emplea, arsénico, antimonio.
Cruces, horcas, fantasmas el telonio
te ofrece si haces de él fiel escrutinio:
de crímenes atroces vaticinio
es hoy la bendición del matrimonio.
El delirio, el furor se llaman genio;
ya Diana no es más que un plenilunio;
sólo se usa en el gálico Cilenio:
y en los teatros en diciembre o junio
tiemblan de horror los arcos del proscenio
de sólo presenciar tanto infortunio.
Parabién al rey Fernando por su enlace con la princesa de Nápoles María Cristina
Al clamor de la pública alegría
en que el pecho español su aliento apura,
de cuyos ecos a su cueva oscura
huye bramando la Discordia impía,
gozad ¡oh Rey! en tan dichoso día,
nuncio veraz de siglos de ventura,
la flor de gentileza y hermosura
que la bella Parténope os envía.
Nunca el vivo placer, Fernando augusto,
que en vuestra frente generosa brilla,
altere de fortuna el ceño adusto;
y a tan plácida unión deba Castilla
un príncipe feliz, clemente, justo,
a quien doblen dos mundos la rodilla.
Los hoyuelos de Lesbia
Cruzaba el hijo de la cipria diosa
solo y sin venda la floresta umbría
cuando, al pie de un rosal, vio que dormía
al blando son del mar mi Lesbia hermosa;
y al ver pasmado que su faz graciosa
los reflejos del alba repetía,
tanto se deslumbró que no sabía
si aquello era mejilla o era rosa.
Alargó el dedo el niño entre las flores
y en ambos lados le aplicó a la bella,
formando dos hoyuelos seductores.
¡Ay, que al verla reír, la dulce huella
del dedo del amor mata de amores!
¡Feliz el que su boca estampe en ella!
La primavera
Sacude abril su fértil cabellera
y el ancho suelo puéblase de flores;
el alba le saluda, y mil colores
en torno brillan de la clara esfera.
Anuncia alegre el soto y la pradera
la vuelta de la risa y los amores,
y arroyos, aves, selvas y pastores
cantan la deliciosa primavera.
Ríe el zagal; alégrase el ganado;
todo el placer de su presencia siente;
el bosque, el río, el páramo, el poblado,
mas yo, que estoy de mi Pradina ausente,
suspiro solo y de tristeza helado,
cual si bramara el ábrego inclemente.
Invocando a la Virgen por la salud de la reina
doña Cristina de Nápoles
Dulce consuelo del linaje humano,
madre excelsa de Dios, sacra Lucina,
humillado a tus pies la frente inclina
con ardiente fervor el pueblo hispano.
Si nunca vierte lágrima sen vano
el que se acoge a tu bondad divina,
vuelve, Señora, al lecho de Cristina
los bellos ojos, la piadosa mano.
Muévate de Fernando la agonía,
que en zozobra cruel pregunta, espera,
teme, se afana, alienta, desconfía.
De su penar los plazos acelera,
y antes que su fulgor esconda el día
agita el viento la feliz bandera.
Cuando no hallaba ni aun en sueño vano
Cuando no hallaba ni aun en sueño vano
de mi triste prisión fácil salida,
por generoso impulso dirigida
tú me tendiste protectora mano.
Por ti recobro, ilustre Soberano
cuanto me puede hacer grata la vida.
Familia tierna, libertad perdida,
el sol de España, el suelo carpetano.
Que admiras hoy benévolo confío,
de mi tosco buril escaso fruto,
estos humildes rasgos que te envío,
mientras exento ya de pena y luto
por tanto alto favor el pecho mío
te da en su gratitud mejor tributo.
Cargado de mortal melancolía
Cargado de mortal melancolía,
de angustia el pecho y de memorias lleno,
otra vez torno a vuestro dulce seno,
campos alegres de la patria mía.
¡Cuán otros, ay, os vio mi fantasía,
cuando de pena y de temor ajeno,
en mí fijaba su mirar sereno
la infiel hermosa que me amaba un día!
Tú, que en tiempo mejor fuiste testigo
de mi ventura al rayo de la aurora,
sello de mi dolor, césped amigo;
pues si en mi corazón, que sangre llora,
esperanzas y amor llevé conmigo,
desengaños y amor te traigo ahora.
Al Duque de Rivas
Tú a quien afable concedió el destino,
digna ofrenda a tu ingenio soberano,
manejar del Aminta castellano
la dulce lira y el pincel divino.
Vibrando el plectro y animando el lino,
logra Saavedra, con dichosa mano,
vencen las glorias del cantor troyano,
robar las gracias del pintor de Urbino.
Lógralo, y logre yo, si más clemente
se muestra acaso la áspera fortuna
que hoy no me deja en blando son loarte,
tejer nuevas coronas en tu frente
ya esclarecida por tu ilustre cuna,
ya decorada del laurel de Marte.
A un barrilito de jerez que me regaló una señora
Jugo Divino, honor de Andalucía
y envidia del flamenco y del britano;
tú por quien el Olimpo soberano
torciera el gesto al néctar y ambrosía.
¡Cual me colmara el verte de alegría
(más que con Hebe Júpiter, ufano)
si a henchir mi copa con su blanca mano
se hallase aquí la hermosa que te envía!
El rubio Febo en sus collados tiene
puro cristal: mi labio lo rehúsa,
que a tan helados sorbos no se aviene.
Sé pues mi numen tú, y ella mi musa,
y al diablo doy los brindis de Hipocrene
y el chorro de Castalia y de Aretusa.
A mi Caramillo
Rómpase ya la mísera flautilla,
que entonando de amor tiernos cantares,
si no aplacó su voz soberbios mares,
supo alegrar los campos de Castilla.
En son festivo el Tormes a su orilla
sonar la oyó sin sustos ni pesares,
y hora escucha sus quejas Manzanares,
y el llanto ve correr por mi mejilla.
Mas si cantar de aquélla sólo sabe,
que ya no osa nombrar el labio mío,
la belleza gentil, los garzos ojos;
como mi dicha y mi esperanza, acabe
y envueltos con mis lágrimas el río
lance al Tajo profundo sus despojos.
A Lord Wellington
A par del grito universal que llena
de gozo y gratitud la esfera hispana,
y del manso, y ya libre, Guadiana
al caudaloso Támesis resuena;
tu gloria ¡oh Conde! a la región serena
de la inmortalidad sube, y ufana
se goza en ella la nación britana;
tiembla y se humilla el vándalo del Sena.
Sigue; y despierte el adormido polo
al golpe de su espada; en la pelea
te envidie Marte y te corone Apolo;
y si al triple pendón que al aire ondea
osa Alecto amagar, tu nombre solo
prenda de unión, como de triunfo, sea.