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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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ALBERTO LISTA [17.899]

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Alberto Lista

Alberto Rodríguez de Lista y Aragón (Sevilla, 15 de octubre de 1775 - Sevilla, 5 de octubre de 1848), matemático, poeta, periodista y crítico literario español.


Hijo de Francisco Rodríguez de Lista y de Paula Aragón, propietarios de una fábrica de telares de seda en el barrio sevillano de Triana, fue un niño superdotado hábil en matemáticas y humanidades; estudió en la Universidad de Sevilla Filosofía y Teología y además Matemáticas, materia en la que a los trece años de edad fue sustituto en la cátedra que sostenía la Sociedad Económica de Sevilla; desde 1796 enseñó esta materia en el Real Colegio de San Telmo de la capital hispalense.

Fue ordenado sacerdote en 1803; colaboró como poeta en El Correo Literario y Económico de Sevilla (1803-1808) y le influyeron fuertemente las ideas filantrópicas del enciclopedismo, por lo que fue un entusiasta panegirista del Conde de Floridablanca; si bien cantó entusiásticamente La victoria de Bailén y redactó la Gaceta del Gobierno que dirigía Capmany y El Espectador Sevillano, abrazó la causa josefina dedicando, según Chaves, cantos al mariscal Soult y transformándose en su progandista, y hasta escribió discursos y arengas para el ejército extranjero. Pero cambió de ideología, al fundar con Matute la Gaceta Ministerial de Sevilla (1808-1809) y obtuvo una media ración de la Catedral hispalense.

A consecuencia de todo esto tuvo que exiliarse por afrancesado al acabar la Guerra de la Independencia; regresó a España en 1817; estuvo en Pamplona y en Bilbao y al fin se afincó en Madrid con el triunfo de la revolución de Rafael del Riego. Allí colaboró en el Periódico del Ministerio de Gobernación de la Península (1823) y fundó con otros dos afrancesados, Sebastián de Miñano y Hermosilla, la revista El Censor (1820-1822), la de contenido más intelectual de su época, y más tarde El Imparcial (1821-1822), y además el privado Colegio Libre de San Mateo; para sus alumnos compuso e imprimió la Colección de trozos escogidos y el Tratado de matemáticas puras y mixtas, pero, acusado de enseñar doctrinas contrarias a la religión y al orden, se cerró el centro (posteriormente pasaría a realizar sus actividades la Academia del Mirto) y se le obligó a expatriarse a la caída del Trienio Liberal.

Estuvo en Bayona al frente de la Gaceta de Bayona. En 1827 volvió; permaneció algún tiempo en San Sebastián como redactor de La Estafeta de San Sebastián (1830-1831). Con la muerte de Fernando VII volvió definitivamente a Madrid en 1833 para dirigir la Gaceta de Madrid hasta julio de 1837, en cuya redacción tuvo a sus órdenes a Hartzenbusch, Cándido Nocedal, Salvá, Eugenio de Ochoa, Pérez Anaya, Francisco de Paula Madrazo, Navarrete y algunos otros, y se le ofreció el obispado de Astorga, pero lo rechazó; dirigió además La Estrella, periódico a favor de la causa de Isabel II y Cea Bermúdez, y en 1836 ocupó una cátedra en el Ateneo de Madrid y explicó matemáticas en la Universidad Central; luego marchó a Cádiz y allí se dedicó a la enseñanza en el Colegio San Felipe Neri de Cádiz y colaboró en El Tiempo (1839-1840) de Cádiz:

Luego fue a Sevilla y enseñó en la Academia de Bellas Artes y en la Universidad de Sevilla. Presidió allí la Academia de Buenas de Letras y fue nombrado canónigo de la catedral hispalense al fin. Entre otros discípulos tuvo a José de Espronceda, Antonio Cavanilles, Patricio de la Escosura, José María Tenorio Herrera, Luis de Usoz, Juan Bautista Alonso, López Pelegrín, Mariano José de Larra, Eugenio de Ochoa, Pezuela, Mariano Roca de Togores y Ventura de la Vega. Ingresó en 1847 en la Real Academia de la Historia con un discurso sobre el Carácter del Feudalismo en España en el que negaba su existencia.

Se condujo siempre con actitud política acomodaticia y oportunista, pero cuando le dejaban expresarse libremente se mostraba radicalmente liberal. Aunque tuvo como modelos a escritores clásicos del siglo XVI y del Neoclasicismo, en su obra ya se anuncia un Romanticismo que llegaría poco después por la gran importancia que dio a lo personal e íntimo en sus composiciones. En su obra pedagógica puede observarse la contradicción entre su profesión eclesiástica y sus tendencias masónicas. Sus poesías no se volvieron a publicar hasta 1927; poseen un valor muy superior al que le suelen asignar los que no las han leído. Han escrito sobre él Juretschke, Fernández Espino, Antonio Ferrer del Río, Pérez Anaya y Manuel Chaves entre otros.



Cargos que ocupó


En 1788, con trece años ocupó la cátedra de matemáticas de la Sociedad de Amigos del País

En 1789 fue Bachiller de Filosofía
En 1795 fue Bachiller de Teología en Sevilla
En 1798 Cátedra de Matemáticas en el colegio de San Diego de Sevilla
En 1808 Cátedra de Retórica y Poética en la Universidad de Sevilla. Cargo que abandona en 1813 por afrancesado.
Como clérigo fue canónigo de la Catedral de Sevilla y profesor del Real Colegio de San Telmo


Obras


Elogio del Serenísimo Señor Don José Moñino, Conde de Floridablanca, Presidente de la Suprema Junta Central gubernativa de los Reynos de España e Indias, Sevilla, Imprenta Real, 1809.

Tratado elemental de Geometría. Aplicación del Álgebra a la Geometría y Trigonometría rectilíneas. Bilbao: Antonio Apraiz, 1819.
Reflexiones imparciales sobre la Inquisición, Madrid, 1820.
Colección de trozos escogidos de los mejores hablistas castellanos, en verso y prosa: hecha para el uso de la Casa de Educación, sita en la calle de San Mateo de la Corte (2 vols.), antología de textos de literatura clásica española en verso y prosa.
Poesías, Madrid, 1822.
Resumen analítico de la Historia Universal del Conde de Segur, 1838, resumen y traducción de Louis-Philippe de Ségur Histoire universelle, ampliado por Lista hasta la época actual.
Lecciones de literatura dramática española explicadas en el Ateneo Científico, Literario y Artístico (Madrid, 1839)
Artículos críticos y literarios, Palama, 1840.
Ensayos literarios y críticos (Sevilla, 1844, 2 vols., con prólogo de José Joaquín de Mora).


Bibliografía


Manuel Chaves, Don Alberto Rodríguez de Lista. Conferencia ilustrada con documentos y cartas inéditas acerca de su vida y de sus obras. Sevilla, 1912.

Corona poética: dedicada por la Academia de buenos letras de esta ciudad al Sr. D. Alberto Lista y Aragon; precedida de su biografía. Sevilla, 1849.
Hans Juretschke: Vida, obra y pensamiento de Alberto Lista. Madrid: Escuela de Historia Moderna, 1951.
Hans Juretschke: Reflexiones en torno al bicentenario de Alberto Lista: conferencia. Madrid: Fundación Univ. Española, 1977.
María del Carmen García Tejera: Conceptos y teorías literarias españolas del siglo XIX: Alberto Lista. Cádiz: Servicio de Publicaciones, Universidad de Cádiz, 1989.
José Matías Gil González: Vida y personalidad de Alberto Lista. Sevilla: Ayuntamiento de Sevilla, Servicio de Publ, 1994. ISBN 84-86810-48-5.
VV. AA., Diccionario Biográfico del Trienio liberal, Madrid: El Museo Universal, 1992.



A Delia

Si vi tus ojos, Delia, y no abrasaron 
mi corazón en amorosa llama; 
si en tus labios, que el abril inflama 
de ardiente rosa, y no me enajenaron; 

si vi el seno gentil, do se anidaron 
las gracias; do el carmín, que Venus ama, 
sobre luciente nieve se derrama, 
e inocentes mis ojos lo miraron; 

no es culpa, no, de tu beldad divina, 
culpa es del infortunio que ha robado 
la ilusión deliciosa al pecho mío. 

Mas si en el tuyo la bondad domina, 
más querrás la amistad que un desgraciado 
que de un dichoso el tierno desvarío. 



A Elisa

En vano, Elisa, describir intento 
el dulce afecto que tu nombre inspira; 
y aunque Apolo me dé su acorde lira, 
lo que pienso diré, no lo que siento. 

Puede pintarse el invisible viento, 
la veloz llama que ante el trueno gira, 
del cielo el esplendor, del mar la ira; 
mas no alcanza al amor pincel ni acento. 

De la amistad la plácida sonrisa, 
y el puro fuego, que en las almas prende, 
ni al labio, ni a la cítara confío. 

Mas podrás conocerlo, bella Elisa, 
si ese tu hermoso corazón entiende 
la muda voz que le dirige el mío. 



A Filis

En vano, Filis bella, afectas ira, 
que es dulce siendo tuya, y más en vano 
nos insulta ese labio soberano 
do entre claveles la verdad respira. 

Un tierno pecho que por ti suspira 
esa linda esquivez adora en vano, 
y por ser tuyo se contenta insano 
si, no pudiendo amor, desdén te inspira. 

No esperes que ofendidos tus amores 
huyan de tu halagüeño menosprecio 
ni de sufrir se cansen tus rigores; 

aun más esclavos los tendrás que amores, 
pues vale más, oh Filis, tu desprecio 
que de mil hermosuras mil favores. 



A la amistad

La ilusión dulce de mi edad primera, 
del crudo desengaño la amargura, 
la sagrada amistad, la virtud pura 
canté con voz ya blanda, ya severa. 

No de Helicón la rama lisonjera 
mi humilde genio conquistar procura; 
memorias de mi mal y mi ventura, 
robar al triste olvido sólo espera. 

A nadie, sino a ti, querido Albino, 
debe mi tierno pecho y amoroso 
de sus afectos consagrar la historia. 

Tú a sentir me enseñaste, tú el divino 
canto y el pensamiento generoso: 
Tuyos mis versos son y esa es mi gloria.



Corona nupcial

Esta que aun lleva la encarnada espina, 
gloria de su vergel, purpúrea rosa, 
y esta blanca azucena y olorosa 
bañada de la lluvia matutina. 

Un pastorcillo a tu beldad divina 
ofrece, pobre don a nueva esposa; 
y no mal te dispone, Lesbia hermosa, 
cuando a adornar tu seno las destina. 

Del virgíneo carmín la rosa llena 
retrata tu candor, y en sus albores 
tu casta fe la cándida azucena; 

y ese mirto que enlaza las dos flores 
en felices esposos la cadena 
con que os ensalza el Dios de los amores.



Del amor

Alcino, quien los ásperos rigores 
de una ingrata beldad vencer procura, 
ni encantos a la tésela espesura, 
ni a la remota Colcos pida flores. 

Amar es el hechizo, que en amores 
la victoria y las dichas asegura, 
y somete el pudor y la hermosura, 
y corona al amante de favores. 

Mas si el vil seductor quiere que sea 
una impura pasión amor hermoso, 
no se admire de verla desdeñada. 

Que no es amante el que gozar desea, 
sino el que sacrifica generoso 
su bien y su placer al de su amada.



Dónde cogió el Amor

¿Dónde cogió el Amor, o de qué vena, 
el oro fino de su trenza hermosa? 
¿En qué espinas halló la tierna rosa 
del rostro, o en qué prados la azucena? 

¿Dónde las blancas perlas con que enfrena 
la voz suave, honesta y amorosa? 
¿Dónde la frente bella y espaciosa 
más que el primer albor pura y serena? 

¿De cuál esfera en la celeste cumbre 
eligió el dulce canto, que destila 
al pecho ansioso regalada calma? 

Y ¿de qué sol tomó la dulce lumbre 
de aquellos ojos que la paz tranquila 
para siempre arrojaron de mi alma?



La ausencia

Nace la aurora y el hermoso día 
brilla de rojas nubes coronado; 
en mi pecho, de penas abrumado, 
la sonrosada luz es noche umbría. 

De las aves la plácida armonía 
es para mí graznido malhadado, 
y estruendo ronco y son desconcertado 
el blando ruido de la fuente fría. 

Brotan rosas el soto y la ribera; 
para mí solo, triste y dolorido, 
espinas guarda el mayo floreciente. 

Que esta es, oh niño dios, tu ley primera; 
no hay mal para el amor correspondido, 
no hay bien que no sea mal para el ausente.


La duda

¿Si será de amistad, Filis hermosa, 
la grata llama que en el pecho siento; 
que como propio tu dolor lamento, 
y soy feliz, cuando eres venturosa? 

¿O será amor? Tu imagen deliciosa 
grabada está en el alma, y el momento, 
que obligado la deja el pensamiento, 
me es ingrato el pensar, la vida odiosa. 

Amor es. Este ardor de verte, este 
inefable placer cuando te veo, 
¿quién sino el dulce amor puede inspirarlo? 

Mas ¡ay! es como tú puro y celeste; 
e ignorando los fuegos del deseo, 
halaga el corazón sin abrasarlo.



Al Sueño
El Himno del Desgraciado

«Que el grande y el pequeño
Somos iguales lo que dura el sueño.» —LOPE DE VEGA, Canción

Desciende a mí, consolador Morfeo,
Único dios que imploro,
Antes que muera el esplendor febeo
Sobre las playas del adusto moro.

Y en tu regazo el importuno día
Me encuentre aletargado,
Cuando triunfante de la niebla umbría
Asciende al trono del cenit dorado.

Pierda en la noche y pierda en la mañana
Tu calma silenciosa
Aquel feliz que en lecho de oro y grana
Estrecha al seno la adorada esposa.

Y el que halagado con los dulces dones
De Pluto y de Citeres,
Las que a la tarde fueron ilusiones,
A la aurora verá ciertos placeres.

No halle jamás la matutina estrella
En tus brazos rendido
Al que bebió en los labios de su bella
El suspiro de amor correspondido.

¡Ah! déjalos que gocen. Tu presencia
No turbe su contento;
Que es perpetua delicia su existencia
Y un siglo de placer cada momento.

Para ellos nace, el orbe colorando,
La sonrosada aurora,
Y el ave sus amores va cantando,
Y la copia de Abril derrama Flora.

Para ellos tiende su brillante velo
La noche sosegada,
Y de trémula luz esmalta el cielo,
Y da al amor la sombra deseada.

Si el tiempo del placer para el dichoso
Huye en veloz carreta,
Une con breve y plácido reposo
Las dichas que ha gozado a las que espera.

Mas ¡ay! a un alma del dolor guarida
Desciende ya propicio;
Cuanto me quites de la odiosa vida,
Me quitarás de mi inmortal suplicio.

¿De qué me sirve el súbito alborozo
Que a la aurora resuena,
Si al despertar el mundo para el gozo,
Sólo despierto yo para la pena?

¿De qué el ave canora, o la verdura
Del prado que florece,
Si mis ojos no miran su 'hermosura,
Y el universo para mí enmudece?

El ámbar de la vega, el blando ruido,
Con que el raudal se lanza,
¿Qué son ¡ay! para el triste que ha perdido,
Ultimo bien del hombre, la esperanza?

Girará en vano, cuando el sol se ausente,
La esfera luminosa;
En vano, de almas tiernas confidente,
Los campos bañará la luna hermosa.

Esa blanda tristeza que derrama
A un pecho enamorado,
Si su tranquila amortiguada llama
Resbala por las faldas del collado,

No es para un corazón de quien ha huido
La ilusión lisonjera,
Cuando pidió, del desengaño herido,
Su triste antorcha a la razón severa.

Corta el hilo a mi acerba desventura,
Oh tú, sueño piadoso;
Que aquellas horas que tu imperio dura
Se iguala el infeliz con el dichoso.

Ignorada de sí yazca mi mente,
Y muerto mi sentido;
Empapa el ramo, para herir mi frente,
En las tranquilas aguas del olvido.

De la tumba me iguale tu beleño
A la ceniza yerta,
Sólo ¡ay de mí! que del eterno sueño,
Mas felice que yo, nunca despierta.

Ni aviven mi existencia interrumpida
Fantasmas voladores,
Ni los sucesos de mi amarga vida
Con tus pinceles lánguidos colores.

No me acuerdes crüel de mi tormento
La triste imagen fiera;
Bástale su malicia al pensamiento,
Sin darle tú el puñal para que hiera.

Ni me halagues con pérfidos placeres,
Que volarán contigo;
Y el dolor de perderlos cuando huyeres
De atreverme a gozar será el castigo.

Deslízate callado, y encadena
Mi ardiente fantasía;
Que asaz libre será para la pena
Cuando me entregues a la luz del día.

Ven, termina la mísera querella
De un pecho acongojado.
¡Imagen de la muerte! después de ella
Eres el bien mayor del desgraciado.








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