Manuel María de Arjona y de Cubas
(Osuna, provincia de Sevilla, 12 de junio de 1771 - Madrid, 25 de julio de 1820), poeta español del Neoclasicismo, perteneciente a la Escuela Sevillana, hermano del ministro togado de la Audiencia de Extremadura y corregidor de Madrid y superintendente de policía José Manuel de Arjona.
Hijo de Zoilo de Arjona y de Andrea de Cubas, de clase acomodada, estudió filosofía y derecho civil y canónico y fue colegial mayor de Santa María de Jesús, en Sevilla, de la que años después será rector; se ordenó sacerdote; doctoral de la Real capilla de San Fernando también en la misma ciudad y desde 1801 canónigo penitenciario de la catedral de Córdoba; aún en Osuna fundó ya una academia literaria, la Academia Silé, y participó en otras como la Horaciana (1788) de Sevilla, la de Buenas letras y la de Letras Humanas, ambas también en Sevilla; esta última contribuyó a fundarla en 1793. En 1789 se doctoró en Osuna. Ya doctoral de la Real Capilla de San Fernando, en 1797 acompañó al arzobispo de Sevilla, Antonio Despuig y Damato, en su viaje a Roma; allí el papa Pío VI le nombró su capellán secreto supernumerario, acaso por la composición del poema Las ruinas de Roma, publicado en 1808. Aunque escribió una memoria sobre el modo de celebrar Cortes en España ya vuelto a Córdoba, se afrancesó a medias en 1810 y promovió en noviembre de ese año la fundación de la Real Academia de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes de Córdoba y desarrolló la sección de literaria de la Sociedad Económica de Amigos del País. Los franceses leencomendaron unificar oos hospitales de Córdoba y extinguir la Inquisición, cuyos archivos clasificó y purgó. Por encargo de Mariano Luis de Urquijo y de Pedro Estala, dirigió el periódico josefino Correo Político y Militar de Córdoba, aunque por poco tiempo. En 1812 fue dentenido en Écija cuando se dirigía a Cádiz, encarcelado, confiscados sus bienes y conducido a Córdoba. En 1814 publicó un Manifiesto de autojustificación. En 1818 se trasladó a Madrid, donde fue secretario de la Academia Latina; pero Lozano de Torres le denunció y fue desterrado a Córdoba; vuelto a Madrid con el cambio constitucional, publicó unas Necesidades de España que deben remediarse en las próximas Cortes y allí falleció en 1820.
Obras
Sacerdote muy culto, su poesía sobresale por su corte horaciano y sobria expresión, bien distante de la habitual fastuosidad de la Escuela Sevillana. Tal se observa en casi todas sus ocas y canciones religiosas y profanas. Más que "Las ruinas de Roma", que es un extenso poema en silvas que suele citarse con preferencia, destacan otras composiciones como "La diosa del bosque", interesante por la novedad de la métrica y su musicalidad, y "A la memoria". Colaboró con Alberto Lista, José Marchena y José María Blanco White. Perteneció a la generación de escritores que, nacidos a finales del XVIII, escribieron el grueso de sus obras en el siglo XIX. Dejó manuscrita una Historia de la Iglesia Bética y algunas memorias sobre humanidades e historia.
Bibliografía del autor
A Albino
A Cicerón
Al amor
El autor a sí mismo
La diosa del bosque
Triste cosa es gemir entre cadenas
A la memoria.
Necesidades de España que deben remediarse en las próximas Cortes
A la Inmaculada Concepción
Al pueblo hebreo
A Cicerón
A la muerte de San Fernando.
A la decadencia de la gloria de Sevilla
España restaurada en Cádiz.
¡Oh si bajo estos árboles frondosos
se mostrase la célica hermosura
que vi algún día de inmortal dulzura
este bosque bañar!.
Del cielo tu benéfico descenso
sin duda ha sido, lúcida belleza;
deja, pues, diosa, que mi grato incienso
arda sobre tu altar.
Que no es amor mi tímido alborozo,
y me acobarda el rígido escarmiento
que ¡oh Piritoo! condenó tu intento,
y tu intento, Ixión.
Lejos de mi sacrílega osadía;
bástame que con plácido semblante
aceptes, diosa, en tus altares, pías,
mi ardiente adoración.
A ALBINO
Hallar piedad con llantos lastimeros
entre los hombres Arión intenta,
y le es más fácil que un delfín la sienta,
que no los despiadados marineros.
Pues rendido a sus trinos lisonjeros
benigno el pez al joven se presenta,
y en su espalda la noble carga ostenta
que arrojaron sus necios compañeros.
¡Ay, Albino! Conócelo algún día,
ni más el plectro con gemidos vanos
intente ya domar la turba impía.
No se vencen así pechos humanos:
busquemos en los tigres compañía,
y verás que nos son menos tiranos.
A CICERÓN
Pende en el foro, triunfo de un malvado,
la cabeza de aquel que la ruina
evitó a Roma, muerto catilina,
y padre de la patria fue aclamado.
La ve el pueblo en los Rostros conturbado,
y un mudo horror los ánimos domina;
en los Rostros, do aquella voz divina
fue de la libertad muro sagrado.
¡O Cicerón! si tantos beneficios
paga tu ingrata patria de esta suerte,
¿cómo espera magnánimos patricios?
Mas ¿qué importa el morir? Témante ¡o muerte!
los viles siervos del poder y vicios,
pero el sabio ¿qué tiene que temerte?
AL AMOR
Sufre las nieves, sin temor al frío,
el labrador que ocioso no pudiera
de la dorada mies cubrir su era
a la llegada del ardiente estío.
No recela el furor del Noto impío,
ni la saña del Ponto considera
el mercader que en la ocasión espera
descanso lisonjero, aunque tardío.
Mujer, hijos y hogar deja y cubierto
el soldado de sangre, en suelo extraño
el honor de su afán contempla cierto.
Solo yo, crudo amor, busco mi daño,
sin esperar más fruto, honor ni puesto
que un costoso y estéril desengaño.
EL AUTOR A SÍ MISMO
Cansada nunca de tu vano intento,
corres, barquilla, el piélago espumoso,
y tu piloto sufre, temeroso,
del Aquilón el ímpetu violento.
Neptuno te presenta, fraudulento,
mansas las iras de su reino undoso,
cuitada! porque dejes tu reposo,
y luego llores del instable viento.
Al mar no vuelvas, mísera barquilla;
acógete, por fin, escarmentada,
al ocio dulce de la quieta orilla.
Que si a nave real, de horror cargada,
Neptuno la orgullosa frente humilla,
¡ay!, tú serás por burla destrozada.
TRISTE COSA ES GEMIR
Triste cosa es gemir entre cadenas,
sufriendo a un dueño bárbaro y tirano,
triste cosa surcar el océano
cuando quebranta mástiles y antenas;
triste el pisar las líbicas arenas,
y el patrio nido recordar lejano,
y aún es más triste suspirar en vano
sembrando el aire de perdidas penas.
Mas ni dura prisión ni ola espantosa,
ni destierro en el Níger encendido,
ni sin fin esperanza fatigosa,
es, ¡oh cielos!, el mal de mi temido;
la pena más atroz, más horrorosa,
es de veras amar sin ser creído.
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