Janisset Rivero
(Camagüey, Cuba 1969). Salió de Cuba exiliada y residió en Venezuela licenciándose en Comunicaciones y Publicidad por el Instituto Universitario de Nuevas Profesiones en Caracas, y más tarde en Español por la Universidad Internacional de la Florida (FIU) en Miami. En el año 2003 termina sus estudios de maestría sobre literatura hispanoamericana en FIU.
Es miembro fundador del Directorio Democrático Cubano. Ha representado al Directorio ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, y el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Además es coautora de los informes “Pasos a la libertad” (1997-2008) y “Situación de los derechos humanos en Cuba” (2003-Presente). Asimismo ayudó en la preparación del informe “La tortura en Cuba” (2007).
Dirige el programa radial “Barrio adentro”. También es co-presentadora del programa radial “Valores humanos.
Fue instrumental en la preparación y publicación de la novela “Una tumba sin nombre”, del escritor argentino Fernando Gril en el 2009. Y colaboró en la preparación de los poemarios de los prisioneros políticos cubanos Regis Iglesias Ramírez (2004) y Néstor Rodríguez Lobaina (2006); así como el libro testimonial del prisionero político cubano, Jorge Luis García Pérez “Antúnez” (2000).
Trabajó como editora de la Revista Ideal. Fue organizadora de la peña de lectura e intercambio entre poetas “Poesía desobediente” (2013).
Ha publicado poemas, ensayos y artículos en periódicos y revistas de Venezuela, Puerto Rico y Estados Unidos. Es autora de los poemarios publicados “Ausente” (Aduana Vieja, 2008) y “Testigos de la noche” (Editorial Ultramar, 2014).
Tristeza
La noche es larga y honda
como una queja, y el hombre
está aferrado a su tristeza.
La vida tiene, a veces,
la frescura de un beso; y otras
una pregunta insondable y abierta…
Y la noche deshoja sus velos apagados,
como lanzas hirientes recaen sobre su pecho.
El pecho de la pena, del recuerdo,
del beso que se acaba…
El hombre se levanta desnudo,
con sus manos abiertas, suplicantes….
La tristeza acomoda su grito despiadado
y ensancha su desvelo.
Sombra
Tender la mano
hacia la sombra donde habitas;
tender la mano abierta y vacía
como un amanecer,
y extenderla,
hasta romper el grito de la noche,
la distancia aparente
entre dos soledades cardinales.
Tender la mano hacia tus pasos
y tocar el camino, levemente,
como rozando el agua de un estanque…
y extenderla
hasta encontrar tu mano solitaria
al final de la sombra.
Desde aquí
Desde aquí miro la vida
de prisa sobre el tiempo;
cabalgando los días
suave y breve.
Desde aquí aquella luz
que brilla entre las nubes,
el viento y su caricia,
el arco iris de la lluvia y el sol
en su genuino abrazo.
Miro, siento
que pasa todo y nada;
que aun late con su cadencia fija
el alma que me habita,
la sangre que fluye incesante y plenaria.
Desde aquí también la muerte
y su secreto,
la sobriedad y el grito
de la muerte,
y la pregunta, siempre abierta,
del destino.
Desde aquí
mis ojos y la noche,
mi alma y la mañana,
mi sombra y el olvido.
Ella
Ella,
toda la humedad del rocío
en la mañana.
El brillo de los sueños
palpitantes y vivos
en sus pupilas nuevas.
Todo lo dulce
que agoniza en mi pecho.
Flor que amanece
entre mis manos.
Aurora,
los hilos transparentes
del verano.
Promesa inextinguible
que se alarga…
Su voz
mi canción predilecta;
su mirada
el pasto donde reposa el alma.
Sus manos
el camino abierto hacia lo eterno.
"ACTO DE FE" a Jorge Valls, in memoriam.
por Janisset Rivero
Acto de fe
a Jorge Valls, in memoriam
I
La primera vez que Gabriel supo de tanta miseria, la primera vez que estuvo en contacto con aquella realidad lejana, sólo conocida a través de las historias de la abuela, fue cuando la vio reflejada en los ojos rojizos y húmedos de un hombre solitario, varado en el mar; un hombre que huía. ¡De qué cosa terrible huía aquel hombre de ojos desesperados! Ese dolor en su mirada. ¿Por qué?
En el crucero los tripulantes ayudaron al rescate. Ese mismo día Gabriel juró que haría algo. Se lo juró muy adentro, y por la noche le pidió a Dios que lo ayudara.
Tú estás loco, muchacho. Deja eso. Tú no sabes lo que pasa en la isla. Y… ¿tú qué sabes, qué estás haciendo? Mira, Gabriel, hay cosas muy feas detrás de todo esto…
Todos querían ahora responder a sus preguntas y persuadirlo, además, de no hacer nada. Pero él sabía, sabía muy bien qué hacer.
II
La noche está muy clara y en el malecón baten las olas despacio. Hay fresco en esta noche. Gabriel mira hacia el norte. ¿Dónde está mi destino?, piensa. Aquí hay tanto que no vale nada. Sin embargo, hay tantas otras cosas que valen la pena. Mira a su alrededor, otros jóvenes allí sentados con la misma tristeza en el rostro. Mi vida… ¿qué ha sido mi vida en esta isla gris? Esa gente persiguiéndome todo el tiempo. Y esta miseria, tanta miseria. Sobreviviendo. ¿Qué ha sido de mi vida en esta isla verde? Pensó en la madre ya con pelo blanco, todavía atareada buscando qué darle de comer a la familia, resolviendo. Se acordó de su novia, una muchacha simple que estudia y sueña cosas bonitas, y que a veces llora. Sintió una fuerza en el pecho, una impotencia irresistible. Tengo que hacer algo. Algo hay que hacer para cambiar este maldito país. Y se paró en el muro, respiró aire de mar profundamente. Tengo que hacer algo por mí, porque no quiero ahogarme en ese Estrecho ni tampoco vivir de esta manera. Hacer algo por todos, en definitiva todos necesitamos cambiar esto de alguna manera. Recordó aquella familia entera que se lanzó al mar. Nadie sobrevivió, nadie. Dicen que los empujaron con chorros de agua cuando descubrieron que escapaban. ¡Matarlos así! Esta gente no tiene madre, son unos insensibles. Lo tienen todo y no quieren ceder ni un pedacito. Miró de nuevo al horizonte. La noche se hacía más hermosa, y decidió caminar hasta la casa, en definitiva, a esa hora no había quien encontrara transporte público.
III
Volar. Sentido extremo del espacio. Libertad. Volar, atravesar nubes, acercarse al universo allá afuera. Acercarse a Dios. Volar más allá de las estrellas. ¡Qué sobresalto! Gabriel lleva el control de la pequeña avioneta. Por primera vez está volando para salvar vidas. Su vuelo es casi al ras del mar, pero él se siente por las nubes. ¡Mira! Veo algo allá, le dice el copiloto. Es un grupo de cuatro. El corazón se da un vuelco. En los últimos días han llegado miles a las costas del norte. Huyen. Traen la misma angustia reflejada en el rostro. Esa angustia terrible que Gabriel jamás había imaginado. Agua, alimentos y luz echan al mar para ayudar a los desamparados hasta que un guardacostas los rescate. Gabriel sobrevuela a una altura prudencial la breve embarcación. Vienen sobre gomas y palos. Atraviesan ese mar inmenso. Esta gente tiene hambre de paz. Gabriel siente que le duele algo por dentro. Esta gente tiene hambre, mucha hambre de paz. La primera misión continúa. Le parece mentira haberlos salvado.
El tiempo corre lento entre los dos azules. El sol brilla casi con rabia. Su luz atraviesa el cristal de la avioneta y le llena la mirada.
IV
¿Por qué no acaba de ocultarse el sol? Este calor insoportable. Esta cola interminable. La gente aquí parece zombie. ¿Es que no se dan cuenta de tanta porquería? ¿Qué quieren para sus vidas? ¿Qué han logrado?
Hoy Gabriel hizo un largo recorrido. Se reunió con antiguos amigos en una barriada en las afueras de la ciudad. Recordaron los tiempos de la secundaria. Rieron mucho, al menos. Después caminó por el centro de la ciudad. Pensó en los que tuvieron dignidad alguna vez y caminaron esas mismas calles gritando libertad. Pero era muy remoto. Demasiado remoto aquello en su imaginación. Entonces se fue a casa y de allí tuvo que ir a hacer la cola para el pedazo de pan.
La madre ya está vieja. “Hoy es un dia diferente”, murmuró con una ligera sonrisa mientras le despachaban al fin.
Anocheció y ahora camina lento por una calle oscura. El corazón le late fuerte pero ha decidido continuar la marcha. Trae una bolsa pequeña de papel junto al pan. La abre, agita un frasco de pintura. Tiene los ojos fijos en la pared y escribe con rapidez “ABAJO…!!!”
¡Coño! Lo hice. Al menos he dicho lo que siento. Acelera los pasos y se pierde entre la prisa y la oscuridad de la noche.
V
Mamá, estuvieron hoy aquí los muchachos que salvamos el sábado. Me contaron de la Isla. ¡Es increíble! ¿Cómo sobreviven? No entiendo.
Gabriel entra en su cuarto, se acuesta boca arriba en la cama. Piensa.
Le dijeron que allá quieren cambiar las cosas pero no saben cómo. Prefieren arriesgarse en el mar que seguir en esa incertidumbre. ¿Por qué no pueden cambiar aquello? Les preguntó, y se pregunta ahora. No saben bien qué es la libertad. El teléfono suena. Gabriel hoy no quiere ir a ningún lugar. Prefiere quedarse pensando en todo aquello. ¿Qué hacer? Sabe que no sólo hay que salvar las vidas de los que atraviesan el Estrecho. Este es un problema del alma. Se incorpora. Hay que salvarles el alma, ése es el rescate más difícil. Comprende. Y entonces recuerda la lectura del otro día en la misa del domingo. Acto de fe: eso es este camino. Así medita Gabriel mientras el sueño vence la reflexión.
VI
¿Qué es la libertad?… Pararte en una esquina y decir lo que piensas, dice la madre mientras se mece en el balance de la pequeña sala.
La madre recuerda los tiempos en los que se podía hablar. No le importa el vecino que pueda delatar su indiscreción. Y Gabriel la mira, atento, para poder imaginar cada palabra.
Esa mujer arrugada, de cabellos blanquísimos tiene un resquicio en su memoria que aún no ha sido eliminado por la gris y angustiosa realidad.
Allí vive, en su refugio, prendida del pasado. Ella puede recordar. Gabriel le hace preguntas. Quiere saber, al menos imaginar. Y… ¿por qué tuvo que cambiar todo? Algo debe haber ido mal.
Sí, pero no nos merecíamos esto. La madre suspira y sigue meciéndose. La salita tiene la pared despintada. Toda la isla esta así. Una isla descolorida, triste. La mente de Gabriel vuela mientras la madre continúa el lento relato. Desde que él tiene uso de razón sólo ha visto miseria.
Unos dicen que esto es lo mejor. ¿Es que ellos no piensan que pueda existir algo mejor? Vivir midiendo cada palabra, cada mirada.
Gabriel sale de casa y antes besa a la madre en la frente. Sabe de un amigo que tiene buenos libros de historia. Libros prohibidos. Quiere saber.
VII
Hace unos días visitó un grupo de jóvenes que estudian historia. Le dijeron que buscan sus raíces. Muchos de ellos, como Gabriel, han nacido fuera de la Isla, pero se sienten parte de ella. ¿Qué extraño? Eso le pasa a él, al menos una parte de sí tiene mucho de esa islita donde nacieron sus padres y abuelos. Está leyendo algunas cosas interesantes que comenta con el padre. Quisiera saber más, entender mejor.
Mientras, los vuelos continúan, ahora más esporádicos, pero sigue salvando vidas. Sensación indescriptible. ¡Es como tener la posibilidad de regalarle alegría a tanta gente!
Le gustan los muchachos del grupo de estudio. Le ayudan a pensar en el futuro, en cuanto se pudiera hacer. Porque, ahora sí es claro en su mente, más que salvar las vidas de los que se lanzan al mar, hay que salvar las conciencias de los que permanecen. Y… ¿cómo hacerlo?
VIII
Consiguió una bicicleta vieja de un amigo del barrio que se la vendió barata. La bicicleta le va a servir para trasladarse con más efectividad. Ahora necesita que los libros que ha ido leyendo acerca del pasado y de las cosas en el exterior (¡cosas sorprendentes!) los lean otros como él que también quieren saber.
Pedalea con entusiasmo a pesar del calor y del estómago vacío. Pedalea con decisión, quiere llegar… ¿adónde? Quiere recoger otras informaciones y luego pasárselas a otros. Las semanas corren ligeras mientras se bebe los papeles que caen en sus manos. También ha comenzado a escuchar con más frecuencia la onda corta, en un radiecito que tiene hace ya años. Gabriel no sabe realmente cómo hacer para que cambien las cosas, pero piensa que anda por buen camino. Conoció a unos cuantos muchachos y muchachas que sienten como él. Ellos no quieren seguir viviendo entre tanta hipocresía. Gabriel cree en ellos. Dicen que quieren vivir donde haya más tolerancia a la diversidad. Quieren ser librepensadores. ¡Eso!, murmura Gabriel mientras sigue pedaleando, ¡eso soy, librepensador! Y el corazón casi le salta del pecho pensando en el futuro, “si es que triunfamos”, balbucea con temor.
IX
Los días están llenos de actividades. No sólo los vuelos, las clases de historia, ahora también Gabriel participa en la transmisión de un programa de radio y pronto irá en un viaje muy largo para hablarles a otros pueblos acerca de todos estos empeños. Está seguro, ¡el triunfo es nuestro! Se lo repite a un buen amigo y le brillan los ojos de ilusión. Ya casi no tiene tiempo de estar en casa. La madre y el padre disfrutan mucho con su presencia, cuando se sienta en el sofá grande a contarles algunas de estas cosas. Ellos no entienden bien, pero lo quieren mucho y lo apoyan en todo. A ellos no les parece que esas cosas puedan resolver el problema de la Isla. Ellos creen que es mejor tratar de olvidar, de hacer la caridad en la comunidad de la que ahora son parte. Gabriel no piensa igual, intuye que hay esperanza todavía.
X
Se han reunido en el fondo de la vieja casa, la dueña es una amiga, joven de espíritu y conocedora por su edad. Ella les presta la casa. Gabriel se siente como en familia. Están escribiendo un documento de denuncia, un trabajo acerca de los derechos violados y de la necesidad de un cambio en el país. El lenguaje es sereno, las ansias son enormes. Quieren transmitir lo que sucede de forma objetiva y que esto se conozca allá afuera, donde la gente al menos es escuchada. Tiene un salto en el estómago, pero sabe que deben escribir la verdad, y que quede, en definitiva, para la historia.
Está preparado. Lleva meses preparándose para esto porque es más importante decirlo que quedarse con eso adentro quemándole los días, avergonzándose de su debilidad. ¡Hay que decirlo, coño! ¡Que los sepa el mundo! Si no, nos vamos a podrir en esta oscuridad.
XI
Hoy el programa de radio será en vivo. Llamarán por teléfono a unos jóvenes del otro lado del mar. Ellos tienen un importante documento que dar a conocer. El muchacho de los controles los prepara. Gabriel está nervioso por la conversación, piensa que es mucho el riesgo que corren los de allá, pero también piensa que deben hacerlo, ese es el precio de su deber. Teme por ellos, pero los admira.
Antes de la llamada hacen una plegaria, piden por los que se arriesgan a hablar, le piden a Dios por el destino de su pueblo. Gabriel sabe que Dios está con ellos.
Mientras esperan la hora precisa para la llamada, Gabriel recuerda el fin de semana anterior cuando en los aviones cargaba, aparte de los suplementos acostumbrados que lanzaban al mar, pequeñas tiras de papel que hablaban de amor, de derechos, de libertad, el rescate de las conciencias había comenzado activamente para ese pueblo, y se sentía dichoso de poder hacerlo.
Al fin comunicaron. La joven que estaba realizando la llamada saludó y les hizo señas a los demás de que ya estaban en línea con el exterior. Era una muchacha la que les hablaba. Gabriel, con el documento en la mano, escuchó la voz hermana, del otro lado del mar. En el estudio quitaron el botón de la pausa y comenzó a grabar la voz, lejana pero firme. Gabriel estaba atento a cada palabra. Después de las primeras frases se escucharon dos golpes secos detrás de la voz. ¡La Seguridad!, gritó alguien en la distancia.
Gabriel soltó el auricular. Un ruido agudo cortó la comunicación. Gabriel no dijo nada. Miró a sus amigos, y apagaron los controles. En su mente evocó una y otra vez aquella voz tan familiar mientras manejaba de vuelta a casa.
XII
Lleva más de quince días en una celda estrecha sin tener noción de las horas. Ha pensado tanto en su viejita. Ojalá que haya podido sobrevivir a la preocupación. Ojalá que los vecinos la hayan ayudado a resolver la comida. Ha pensado también en ese sueño pujante de libertad. Ahora más evidente, más suyo.
Los inquisidores le preguntaron cosas torpes. Que para quién trabaja. Que quién estaba del otro lado del teléfono. ¡Qué ilusos! Como si eso fuera importante. ¿No se preguntan por qué él que nació rodeado de las mentiras que ellos cuentan, que no conoce más que un largo mar separándolo del mundo, por qué él es capaz de soñar con la libertad y presiente la vida en otros lugares y ha decidido cambiar las cosas? Ellos llenan de odio su rostro. ¿Cambiar las cosas? ¿Cambiar qué? Ya nosotros cambiamos lo que había que cambiar una vez, eres un tonto. Eso le dicen con prepotencia.
Gabriel sonríe, sabe que no está solo. Ahora es más libre que nunca. Ahora sabe lo que significa y lo que vale su sueño y sabe que otros muchos lo comparten.
XIII
Oraron, como de costumbre, en un pequeño círculo pilotos y copilotos antes de despegar. La tarde comenzaba hermosa. El sol llenaba el cielo azul brillante.
Gabriel subió a su avioneta. Ese día se había pronosticado que muchos intentarían nuevamente lanzarse al mar.
Levantó vuelo cerca del mediodía. Otra vez a ras del mar buscando sobrevivientes de esa isla que se hunde poco a poco.
La callada y húmeda celda le parecía un desierto inmenso. Sus ojos hundidos y rojizos estaban fijos en la pared. Le habían dicho que su mamá estaba muy viejita y cualquier día de estos un auto podía atropellarla: “Esas cosas pasan”, vaticinaban. No contestó.
El mar parecía un gran manto de espumas y olas. Llevaban una hora de búsqueda sin avistar aún a ningún sobreviviente.
Gabriel no dijo nada cuando hablaron de su madre. Eso quieren ellos, pensó. Quieren que me doblegue, que me asuste. Es un chantaje. Están equivocados otra vez.
Mientras volaba se dio cuenta que varios aviones de guerra andaban por la zona. Sintió su vuelo intimidatorio muy por encima de la pequeña avioneta. Pero él no tenía miedo, se sentía libre y tranquilo. Llevaba amor a esos necesitados, cumplía su deber. Miró el inmenso azul y una paz infinita le llenó por dentro. Y fue precisamente en ese instante cuando se deshizo su visión del horizonte.
Un golpe lleno de furia y odio le sacó de su letargo. “¡Ah! ¿Escribiendo consignas en las paredes de tu celda?
Una mancha larga de polvo y aceite fue cubriendo de gris las claras olas.
Gabriel sintió que una profunda energía lo colmaba. “¿Libertad gusano?, ¿quieres libertad?”
¡Libertad!! Gritó Gabriel con la última gota de su aliento.
*Relato publicado originalmente en Revista Conexos
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