Jorge Valls Arango
(La Habana, Cuba, 1933-Miami, EE. UU., 2015). Estudió filosofía en la Universidad de La Habana donde se convirtió en líder del movimiento estudiantil que derrocó a Batista. En 1964 el régimen de Castro le encarceló por motivos políticos. Liberado en 1984 tras una campaña internacional. Ganó varios premios internacionales por sus escritos en la prisión, incluido el Grand Prix en el Festival Internacional de Poesía de Rotterdam celebrado en 1983. Publicó en poesía: Donde estoy no hay luz y está enrejado (Playor, España, 1984) y A la paloma nocturna desde mis soledades (Editorial SIBI, 1984); en narrativa, el testimonio: Veinte años y cuarenta días: Mi vida en una prisión cubana (Editorial Hypermedia, 2015).
El escritor y ex preso político cubano Jorge Valls Arango falleció en un hospicio de Miami a los 82 años. Conocido por su cabellera cana y su hablar pausado, Valls pasó 20 años en las cárceles castristas y fue uno de los llamados presos políticos “plantados”, porque no quisieron participar en los métodos de reeducación impuestos por el gobierno; se negaron también a hacer trabajos forzados y a usar el uniforme que llevaban los presos comunes.
Desde muy joven comenzó su actividad revolucionaria contra el régimen de Batista como miembro del Directorio Revolucionario Estudiantil, cuando era estudiante de Filosofía en la Universidad de La Habana. Por ello sufrió prisión.
A la llegada del régimen de Castro tuvo desencuentros desde el principio con el sistema porque no quiso ser miembro del ejército y defendió además a compañeros de acusaciones injustas, como es el caso de Marcos Rodríguez “Marquitos”, a quien se le acusó de ser el delator que llevó a la Masacre de Humboldt 7, ocurrida en 1957. En 1964 fue encarcelado y no fue liberado hasta 1984, gracias a una campaña internacional. Sus experiencias como prisionero político se narran en Veinte años y 40 días, mi vida en una prisión cubana, un testimonio y denuncia publicado este año por la editorial Hypermedia, que lo envió a la isla.
Valls recibió numerosos reconocimientos por su obra poética, entre ellos el Gran Prix en el Festival Internacional de Poesía de Rotterdam en 1983.
“Donde estoy no hay luz” y otros poemas
Donde estoy no hay luz
y está enrejado.
Inmediatamente después
hay un espacio iluminado.
Por lo tanto, debe existir la luz.
Sin embargo,
más allá, hay una sombra más densa aún…
Ya no hay ahorcados:
todos están ardiendo
¿Estarían hechos de kerosene por dentro?
Y siguen conversando,
moviéndose de aquí para allá,
de allá para acá,
interminablemente.
Algunos duermen.
Alguien está afuera.
En algún lugar hay sol.
Inevitablemente existe el sol.
Yo ya no puedo salir:
iré a dormirme.
Inevitablemente volveré a despertarme.
Y así sucesivamente.
La kerosene inagotablemente está quemando.
Diciembre, 1969.
Yo decía esa palabra para crearla en el aire,
para extraerla de mi necesidad sangrienta.
Y temblaba de carne miserable
inútilmente torpe para el lirio.
Un susurro de cuento me alumbraba
por las orejas la región del pálpito
y apretaba en mis mandíbulas
un sonido inefable de dulzuras extrañas.
No fueron ni mis tuétanos,
ni mi simple saliva,
ni mi cabeza por cien redes enmallada,
ni esa sierpe de estiércol que me escupe
flemas infectas en los ojos,
sino lo que es
tan antes de explicarse;
y en ello va el perdón
de todo lo que soy irremediable.
16 de julio de 1967.
Escena de un joven al que va a matar
—Dime pronto tu crimen
para inscribirte en la lista de los mutilados.
—Tengo veinte años.
—Ya todos los pecados viejos se han gastado;
en verdad que tienes el nuevo pecado.
—Tengo veinte años.
He bailado por cobres y por motores.
He sido con mi sangre
el eco de todas las palabras.
Brinqué entre los fustazos;
salté en las metralletas;
grité por las calzadas,
y me vestí con una piel de mico
que puso de moda en los escaparates.
Me estaba desangrando.
Me salía la angustia del gaznate
como una lombriz sin cola interminable.
Con mis ojos buscaba los panales silvestres,
y me entregaban con emulsión de muertos.
Supliqué amor,
y me echaron una lasca de carne en la cara.
Y todos hablaban por todas partes.
El piso, las paredes, aún los techos
estaban llenos de escupitajos ácidos.
—Nadie te preguntó tu descargo.
Bien podrías haber obedecido.
—Me golpeaba la aorta
una médula espesa y afiebrada.
Quería huir no sabía ni a dónde.
El cielo era un snob de propagandas:
la tierra era un fangal ensangrentado;
el aire… bióxido de carbón.
No dejaron más que un hueco abierto.
Un reloj reventado.
Un puñal imantado…
y un poco de meprobamato.
—Es horrible. Con lo que hemos hecho por él.
Tiene todos los rasgos…
es un caso perdido.
—Oídlo, oídlo, todos los sordos del mundo;
oídlo todas las piedras y los árboles del bosque;
oídlo, arcángeles del aire,
oídlo y hacedlo oír a quien no desdiga.
Tengo veinte años.
Veinte triturables años.
Veinte palomas asaetadas en el pecho,
veinte, ¡Ay! Veinte años.
—Incorregible,
Hay que fusilarlo.
1ro de noviembre de 1969.
(Lo fusilaron el 30 de octubre de 1969)
¿Cómo fue que mi soledad de tigre
se encontró con tu soledad de ardilla,
que mi soledad de nutria helada
se empató con tu soledad de duende?
¿Cómo fue que tu frecuente muerte
se hermanó con mi suerte diaria irrealizada?
Cuando nos sumergimos como dos piedras
hacia la luz de la noche,
y cuando las veletas locas
giraban vertiginosamente
produciendo no sé qué música celeste,
y clavábamos postes
importados del cielo
para marcar la estepa despiadada del mundo,
y se andaba
pisando el suelo apenas,
necesitando eternas rosas.
Diciembre 1969.
¿Servirán…?
¿Servirán estas cosas
que se hacen cuando de todo volvemos,
hasta del susurro;
cuando la mano regresa
de la caricia no dada?
Yo amo la espina que me encona el dedo
porque nació del tallo de la rosa.
Amo hasta esta miseria mía
tan en peligro de deslizarse
hasta la espuma donde le gritan los peces.
Yo amo este polvo
que se desgrana en mis dedos
como si untara en la cara del viento.
Amo el agua que baja
y el agua que se queda,
la modesta agua gris de los lavados.
(La penumbra jaspeada de alhelíes,
donde el rumor más débil hace canto).
Caen bajo las alas de las garzas
las desprendidas voces.
Un pájaro de pico cárdeno
Labra el rubí sangrante de mi carne.
3 de mayo de 1981.
Un día hijo…
Un día hijo, cuando ya estemos en el cielo,
cuando ya nada estorbe ni derribe
la poca luz que con amor alzamos,
cuando ya no pueda hacerte daño
marchitándote con mi propia agonía,
cuando nada nos sea extraño ni horrible
y lo miremos todo con la paz librada,
te dire que sentía lo que tú sentiste,
que se llagó mi planta con igual escollo,
porque éramos los dos la misma masa,
y suero idéntico de alcohol y estrellas
nos dilataba el grano.
Todo el cielo temblaba nuestras luces
y un infierno en las sombras se empozaba.
Toda la primavera azul, de añil florida,
irradiaba de nardos nuestro espacio,
y un seco invierno gris
los tallos subterráneos retorcía.
Teníamos los ojos deslumbrados de nieve
que solo los picachos,
como en sueños,
apenas si nuestros dedos tocaron.
Tuvimos sed de sol y de caminos,
y hambre de derramadas datileras.
Por las crestas de las ciudades en flor
hacíamos remolinear nuestro espíritu,
y no sé qué rebaños
de faunos y corderos
balando nos buscaba en el valle.
Nos inclinábamos a recoger todas las rosas
y en todas las espinas nos hincábamos.
Nuestro amor era un conejo pálido
siempre acosado por los perros
o estrangulado por las víboras.
Íbamos de la inopia al reino,
y la nuestra fue siempre una promesa.
Allá donde no existan cuchillos
para cortar las frágiles arterias,
ni nos corrompa el agua
una hez de alimañas muertas,
cuando al fin sea la pureza alcanzada,
nos contaremos sonriendo
los cuentos de nuestras muertes,
y a la luz indomeñable
andaremos por fin nuestros senderos.
6 de junio de 1981.
Mi rostro
Mi rostro es un muro.
Lo espolvoreo de talco, lo lavo;
lo dejo morir surcado de coleópteros.
Y sigue siendo un muro.
Mi rostro es una nada
hecha de la carencia de miradas,
del idioma incoherente
con el que nos despedazamos,
un humo, el vuelo de una mosca.
Mi rostro es una piedra.
Cuando mi rostro es de agua
las sonrisas me saludas como pájaros.
Pero el agua pasa
Y mi rostro es entonces de aire,
y sólo saben de él las hojas rotas…
que se caen al polvo.
Mi rostro es un hueco
y no puedo quitármelo.
17 de junio de 1981.
Germen
Te engendraré con el dolor de mis tuétanos.
Te nutriré con la exprimidura de mis vísceras.
Te sostendré con la rigidez de mis huesos.
Te pondré nombre
y te untaré los óleos de mis olivas en tu frente.
Aromaré con mi jazmín tu rostro,
y toda la plata pura de mis ríos
la verteré en tus cuencas.
Te hare de luna un sable para matar dragones
y con plumas del sol te hare el penacho.
Te llevarás mis ostras en tus conchas.
Con yerba blanda te pondré una almohada.
De mis cenizas se alzarán tus llamas,
y entre las hojas verdes del mirto
recogerás mi esencia.
Porque yo no soy yo, ni tú eres tú,
sino todo es Aquel que nos reúne
y al signo de sus lanzas nos convoca.
23 de junio de 1981.
De los poemarios Donde estoy no hay luz y está enrejado (Playor, España, 1984) y A la paloma nocturna desde mis soledades (Editorial SIBI, 1984).
http://conexos.org/2015/11/07/9694/