Rose McLarney
(Franklin, Carolina del Norte, EE.UU.)
Reside en Opelika
Homenaje
Una vez Jerónimo Matute montó su caballo
hasta el bar, pidió una bebida y se la tragó
sin apearse. Muchas tardes
su caballo entraba en casa mientras mi madre
servía la cena y él gritaba: ¡Mejor a tiempo que invitado!
Casi cada mañana, al amanecer
galopaba hacia el mar, enlucía con arena
el vello gris de su pecho, se arrancaba el parche de su ojo
blanco y ciego y gritaba con todas sus fuerzas. Hoy
ha muerto. Pero ¿no es cierto que en el continente
donde una vez le conocí tal color se oscurece
bajo una colocasia, sorbe caña de azúcar, golpea
fichas de dominó sobre un barril de aceite resonante?
El juego sigue, el ron en la habitación trasera,
esa vida-
la de los hurras de Matute o los monos aulladores
que me despertaban de mi sueño infantil. Es su
pérdida, su simpatía por el otro. Eso es lo que lloro,
al despertarme con sólo café negro, toda esta mañana silenciosa.
CONSERVADORES
Nosotros otorgamos a los artefactos galería, cristal, candados,
los manejamos con guantes de algodón blancos
para preservarlos del cambio. Aunque ya estén
corroídos, decoloridos, algo rotos,
pensamos que nuestro tiempo aún puede detenerse.
Es lo que mejor hacemos, formular un gran deseo,
apaciguar reliquias: los vientos que soportas
son de un tiempo anterior al nuestro. El daño
hecho es un daño del pasado.
Sólo en los museos profesamos ahora
tal devoción profunda, oteando las cabezas
de la multitud que se inclina ante el objeto de su reverencia.
El hombre histórico merece nuestros corazones;
su comportamiento ha sido determinado.
(Sabemos que en el período silvícola
había arte, ceremonias, cultivos).
No nos defraudará. ¿Y nosotros?
De la forma de una flecha deducimos
qué cazaba. De un hacha de cobre exótico,
con quién comerciaba. Si los conservadores
estudian algún día las esquirlas de nuestros tarros
encontrarán, más que roturas, caricias
modelando nuestros cuerpos en barro.
CONSERVATORS
We give artifacts galleries, glass, locks,
handle them wearing white cotton gloves,
to protect them from change. Though already
they are corroded, discolored, cracked,
we believe our time can be stilled.
So we are at our best, making a great wish,
reassuring relics: The blows you withstood
were before our time. The damage
to be done, done in the past.
Only in museums do we now display
such hushed devotion, browsing crowds’
heads bowed towards the revered.
The historical man deserves our hearts;
his way of behaving has been determined.
(In the Woodland Period, we know
there was art, ceremony, cultivation.)
He will not disappoint. And us?
From the shape of an arrow, we learn
what was hunted. From the ax of exotic copper,
with whom there was trade. If conservators
are someday to consider the shards of our pots,
may they find, more than fractures, caresses
patterning our bodies of clay.
ARCADIA
Quise dejar atrás
cuanto pudiera hacerme arder
para evadirme de la urgencia
del cambio, para acallarme a mí misma
en el campo. Vivo apartada
en la quietud y paso las tardes
en búsquedas silenciosas, estudiando
historia. Lo que he aprendido
es que la casa que elegí
por su descuidada madera crujiente
se construyó después de que una mujer
prendiera fuego a su primera casa,
desesperada por tener algo
nuevo. Es a la casa de su
deseo, a sus azaleas en llamas
alrededor, creciendo cada vez más cerca,
adonde he venido a simplificar
mis deseos. Vadeo el arroyo,
recojo del agua fragmentos
de porcelana con los bordes chamuscados.
ARCADIA
I tried to leave behind
everything that could make me
burn, to evade the urges
of change, by shutting myself up
in the country. I live apart,
I stay in and spend evenings
on quiet pursuits, studying
history. What I’ve learned
is that the old house I chose
for its worn, creaking wood
was built after a woman
torched her first home,
that desperate for something
new. It’s to the house of her
wanting, her flame azaleas
all around, growing in closer,
where I have come to simplify
my desires. I wade in the creek,
collecting from the water, pieces
of china, edges charred.
de Its Day Being Gone, Penguin Books, 2014
Traducción de Martín López-Vega