José María Torrijos.
Nació en Villanueva de los Infantes (Ciudad-Real), capital del Campo de Montiel, villa que Cervantes conoció mucho antes de que allí expirara Quevedo.
Cursó estudios de Filosofía y Teología en Salamanca y El Escorial, titulándose después en Filología Hispánica en la Universidad Complutense.
Ha publicado estudios y ediciones de Edgar Neville y de José López Rubio, además de colaborar en diversas revistas, congresos, cursos de verano y encuentros, dentro y fuera de España.
Ha sido Director del Colegio Mayor Universitario Elías Ahúja y es Coordinador de la Muestra de Teatro de los Colegios Mayores de Madrid.
Su primera obra de creación es Cuaderno musulmán (2002) y permanece inédito el libro Interior bodega.
AUTORRETRATO
Yo tengo una gavilla de sarmientos
por venas. Mi cadera es un lebrillo.
Soy veintisiete vértebras de anillo
y un tórax que celó enamoramientos.
Lucen el mar azul mis ojos. Vientos
oigo en sueños. El sol como un cuchillo
me apunta. Varias puertas con pestillo
encierran mi arsenal de sufrimientos.
Apasionadamente bebo el zumo
de la noche y un ángel me tutela
(siento su mano leve sobre el hombro).
Se adelgazan mis años como el humo,
mientras yo me transformo en ciudadela
despoblada, mansión en ruina, escombro.
VELETA
Giro sobre mí. Permanezco en la cumbre de tanta
vertical. Más arriba de los siglos, giro. Sobre caminos y
avenidas, giro. Por encima del odio, del amor y de la
muerte, giro. Desconozco la derecha, el número y el
septentrión. Tampoco sé quién soy. Tal vez un dios
menor me hizo, pero no le pertenezco. No soy sino del
aire.
ALGÚN DÍA
Algún día no podrás verme aunque quieras
si no me reconoces en el aire,
ni en el pez que te roza bajo el agua.
No acertarás a descubrirme entre el rescoldo
de tus siete chimeneas.
Tal vez yo sea entonces arcilla o cráter mudo.
Pero ahora estoy aquí,
mientras duermes con paz de nube,
sin soportar el peso de tu espalda,
cual arcángel caído.
Seguro que navegas ya por espirales profundas,
que desciendes por laberintos de cristal
o te deslizas sobre barandas tersas
y recorres galerías idénticas a las circunvoluciones del cerebro.
Seguro que pretendes hallar la caracola anónima
donde una vez guardaste, celosamente,
tu secreto más íntimo.
Yo sigo aquí,
insomne,
descolgado de tu alfombra,
tan digno como un buda junto a una alcantarilla.
Y porque no me oyes
-martillo, yunque, estribo sin afán de onda-,
puedo decirte una verdad muy simple:
regresa.