Juan Ramón Santos
Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975), es escritor, autor de cuatro libros de relatos -'Cortometrajes', 'El círculo de Viena', 'Cuaderno escolar' y 'Palabras menores'-, de la novela "Biblia apócrifa de Aracia" y "El tesoro de la isla" y de los libros de poemas, Cicerone (La Luna de poniente, 2014) y Aire de Familia (La isla de Siltolá. 2016). Trabaja como promotor cultural y coordina con Nicanor Gil el Aula de Literatura "José Antonio Gabriel y Galán" de su ciudad natal, Plasencia.
Cicerone (La Luna de poniente, 2014)
La visita de unos amigos de fuera es siempre una ocasión extraordinaria para pasear por la ciudad, mostrar sus monumentos y hablar de su historia y sus costumbres, de su pasado, su presente y su futuro, pero también para mirarla con ojos extraños, limpios, renovados, y repasar de camino, recorriendo las calles, plazas y rincones que nos han visto crecer, la propia vida. Ésa es la pequeña excursión que propone Cicerone, un paseo demorado, a ritmo de flâneur, por los lugares de una ciudad pequeña, una reflexión sobre el paso del tiempo y la memoria, sobre la vida en la ciudad y la propia existencia, poema tras poema, nel mezzo del cammin di nostra vita.
La ciudad es mediana,
todos nos conocemos.
Mujeres que no acaban de ser guapas
y hombres que hablan de fútbol y del tiempo
abarrotan sus calles
no demasiado anchas
donde no siempre es fácil extraviarse.
La ciudad es tranquila,
de ordinario vivimos y morimos
sin hacer aspavientos,
porque el mundo sucede en otra parte.
MADUREZ
Con el paso del tiempo te das cuenta
de que muchas de aquellas
que tanto alguna vez te deslumbraron
no fueron nunca hermosas,
solo jóvenes,
y de que las mujeres, con los años,
terminan pareciéndose a sus madres,
lo mismo que los hombres
se convierten en copias de John Wayne,
viejos sheriffs de western decadente,
con pantalones de cintura alta
y un aire permanente de resaca
que arrastran su existencia por el pueblo,
entre el polvo y matojos vagabundos,
esperando a que llegue el forajido
que acierte entre sus ojos el ansiado
tiro de gracia.
MAL AGÜERO
Recuerdo aquellas tardes, en invierno,
cuando, al volver de clases de pintura,
cruzando esta plazuela me asaltaba
el siniestro alboroto de las grajas
que, ocultas allí arriba, entre tinieblas,
volando de pináculo en pináculo,
parecían reírse a carcajadas
de mi turbio futuro adolescente.
No sé si estas aves aún anidan
en el viejo tejado de la iglesia,
pues lo cierto es que evito atravesar
normalmente este espacio tan hermoso,
y no por miedo cinematográfico,
mas por puro temor a que los pájaros,
desde lo alto de su clarividencia,
se acuerden aún de mí y aún continúen
muriéndose de risa, los cabrones,
al ver lo que me queda por delante.
Aire de Familia (La isla de Siltolá. 2016).
Y ENTONCES FUE EL PRINCIPIO,
un estallido,
un big-bang celular
sin precedentes
que no alteró por ello lo más mínimo
la fatigada paz de los amantes,
que ignorantes dormían allá afuera,
inocentes, tomados de la mano,
desnudos, vulnerables,
ya inmortales.
Calçada do Combro
El tranvía perturba al rechinar
el sosiego temprano del domingo.
De la calzada asciende, mitigado,
el rumor de la gente y de los coches.
El mundo te reclama y tú te acercas
vacilante, agarrada a tu muñeco,
para asomarte muda, de soslayo,
a este blanco balcón sobre Lisboa,
que esta mañana luce en tus pupilas
con prístino fulgor, como si nadie
jamás la hubiera antes contemplado.
Que nunca te arrebate nadie el don
de hacer resucitar con la mirada
este universo viejo y desgastado.
*
Hay algo de mi padre en ese gesto,
acaso la manera de entornar
los ojos si sonríes, cuando duermes
frunces el ceño igual que hace tu abuela
y tienes al bailar una alegría
que es herencia del sur y de tu madre
(por no hablar de la cólera feroz
que sufres si te enojas y que es mía).
Son parecidos vagos, inasibles,
que es inútil medir, mas que te otorgan
un decidido aire de familia,
parecidos que al mismo tiempo prueban
de forma irrefutable que la vida
es eterna en su forma más terrestre.
*
Esta mañana blanca de septiembre
es tan limpio el silencio
y tan tierna tu piel
que quién querría llegar a parte alguna.
Por eso demoramos nuestros pasos
dejando que se queden rezagados
sobre los escalones,
sobre los adoquines,
sobre la negra pasta del asfalto,
pero a pesar de todo, y sin quererlo,
vamos dejando atrás
escaleras, callejas y avenidas,
pasos de cebra, plazas y postigos
y un sendero de tierra
salpicado de piedras
y por primera vez cruzamos juntos
la cancela de hierro que custodia
el patio abarrotado del colegio
y el bullicio de cientos de muchachos
que esperan impacientes la sirena
sin lograr mantener recta la fila.
Yo sujeto tus dedos con los míos
con más fuerza si cabe que hasta ahora
mientras tus ojos brillan excitados
y te sientes llamada por el mundo.
Te sueltas de mi mano.
Ya te has ido.
Libro de familia
POR ÁLVARO VALVERDE
Aire de familia se titula el segundo libro de poemas del narrador Juan Ramón Santos (Plasencia, 1975) y lo publica, en la fértil colección Tierra, La Isla de Siltolá. Ya que lo menciono, si no cuento mal, es el sexto placentino con libro en la fresca editorial sevillana, lo que no deja de ser curioso, más si tenemos en cuenta que cuatro de ellos son, como ese sello, jóvenes.
Volviendo a la obra de Santos, no hay trampa aquí. Estamos ante un libro transparente, escrito con la verdad por delante. Su rótulo lo anuncia. La dedicatoria lo sentencia. El autor relata, desde la concepción al nacimiento, pasando por el embarazo de Fátima, la llegada al mundo de Mafalda, dedicataria del volumen junto a su madre. No es tan simple como parece. Esto es poesía. Sentimientos, miedos, descubrimienos, decisiones, ilusiones van componiendo un espacio íntimo que, sin embargo, cualquiera puede habitar. Más si ha pasado por el trance.
No falta ese toque de humor, marca de la casa (desde el mismo título de la sección: "Preparación al parto"). Ni ese ritmo que la métrica bien ejecutada proporciona.
Tras un emocionante "Interludio", cuando la criatura ya está en brazos de sus padres, catorce poemas de catorce endecasílabos cada uno arman "Álbum de fotos", que, a las claras también, ilustra momentos significativos de los primeros meses y años de vida de esa niña que vino a romper la soledad de sus progenitores.
En el "Epílogo", el adiós: ese instante decisivo en que un padre o una madre (o los dos) deja por primera vez a su hija en el colegio.
Sorprende que una historia tan gastada, digamos, pueda dar para tanto en manos de un escritor con sensibilidad y con talento. Para que nada quede en sensiblería, repetición ni mera ocurrencia. Ese es el hallazgo de Juan Ramón Santos y el acierto de este libro tan sencillo como asombroso. Pura vida.
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