Gaspar Orozco
(Ciudad Juárez, México 1971). Ha publicado los libros de poesía “Abrir Fuego”, el volumen colectivo “El Silencio de lo que Cae”, “Notas del País de Z” (edición bilingüe con traducciones de Mark Weiss), “Astrodiario”, “Plegarias para la Reina Mosca”, ‘Autocinema”, “Game of Mirrors” (proyecto digital con el artista de Brooklyn, Jairus, traducido al ingles y al chino). En 2010 co-dirigió el documental “Subterráneos”, realizado en Nueva York. Actualmente es director asociado del Instituto Jaime Lucero de Estudios Mexicanos de la City University of New York.
Gaspar Hernán Orozco Ríos desde muy joven inició su carrera como diplomático. Sus funciones como Cónsul de Comunidades del Consulado de México en Los Angeles han concluido, para dar paso a su nuevas responsabilidades en la Secretaría de Relaciones Exteriores en el D.F.
Diplomático, escritor, esposo y padre de dos niños son algunas de las facetas de Gaspar Hernán Orozco Ríos, quien durante tres años fue el Segundo Secretario del Consulado de México en Los Ángeles o Cónsul de Comunidades como lo conocen los integrantes de las comunidades que hacen vida en Los Ángeles.
Desde muy joven Gaspar Orozco empezó su carrera como diplomático representando a México en Nueva York durante nueve años y en Los Ángeles durante tres años. Orozco Ríos, graduado como Comunicador Social, ejerció durante dos años en el Diario de Juárez, incorporándose al servicio exterior mexicano en 1999.
A la fecha Gaspar Orozco, quien es oriundo de Chihuahua, ha publicado siete libros de poesía, el último –un ebook– a principios de este año “que lo hice en colaboración con un artista de Brooklyn y se llama ‘Game of Mirrors’ (Juego de Espejos). Los anteriores –continuó diciendo– me los publicó Conaculta y la Universidad Autónoma de Nuevo León.” Actualmente, además de sus labores como diplomático, publica una nueva obra titulada ‘El Libro de los Espejismos”.
¿Y si el poema no fuera más que un subtítulo que arde apenas un segundo y desaparece bajo el agua del tiempo?
Gaspar Orozco. En: Autocinema. Conaculta, México, 2011.
Poemas de Autocinema
Film visto en una cuenta de ámbar
Encontraré en el límite del bosque el árbol herido en el que tu flanco hará su aparición. Entre las palabras, encontraré la única, la que sólo a tu tiempo rojo pertenece. Viajas al fondo de tu sombra —ese país de un largo eclipse— y retornas con una historia de pájaros, de ausencia y de un nombre cifrado. La imposible belleza de una voz en la ciudad muerta. Y en mis palmas dejas caer la intensidad del verbo primero: como vértebras de relámpago esas palabras duras, afiladas, que al cerrar las manos desaparecen con gemido de mar y de acero. Al terminar de relatar tu historia, la isla te concede el resplandor y el silencio: su memoria verdadera.
*
Rudolf Koch, tipógrafo, medita tras escuchar
a un grupo de niños recitar el alfabeto
en la escuela de una ciudad que será destruida por la guerra
Porque en la letra están los dioses vivos. Y mi tarea es hacerlos sentir sin hacerlos visibles. Por mi mano han pasado raíces y sales, estrellas y peces. Mi mano durmió el sueño generoso de la tierra y germinó como el grano del sorgo. En la flor del árnica, el prisionero encontrará un sol para las dimensiones de sus dedos. Por eso, El pequeño libro de las flores no tiene final. Construyo alfabetos para evocar el silencio. Esta curva huele a la sangre de los bosques. Esta punta alumbra como la bala ciega del suicida. Madera, metal. Sólo para los dioses escribo en el aire, en el agua. Letra es prisma. Afortunado, mi escritura es la que aparece en los sueños.
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Otro
Atrás de la película, hay otra película. Atrás de los actores, se filtran los movimientos de otros actores. Adentro de esta ciudad, existe otra ciudad. Al fondo de la luz, otro resplandor parpadea. Bajo las palabras, se escuchan con claridad otras palabras, pronunciadas por otras voces. Más allá de la sombra, gotea otra penumbra. Atrás de la música, avanza en silencio otra música. Atrás de tus ojos, otros son los ojos que ven.
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SEIJUN SUZUKI MIRA A TRAVÉS
DEL CAÑÓN DE UNA 45
“Cien ojos”, “Vientre de serpiente”, “Número Cero” son algunos de los nombres de los asesinos. El mundo guarda silencio ante la desaparición de un pétalo. Ignorábamos que el negro pudiera ser tantos colores a la vez. Bello y triste, como la fugaz memoria de una vida anterior. Al artista se le cae la cabeza de los hombros a cada momento. Pero no importa, porque al igual que él, éste río sonríe con dulzura. Un puntito rojo flota sobre cada hoja del bosque, cada guijarro del camino, cada sombra del templo. Reposa ahora sobre tu frente. Significa que es tu turno. Las armas se tornaron del color del granate en las manos de los asesinos. Las palabras se tornaron del color del espejo en la lengua de los poetas. Desde el fondo de los ojos de “Gato Callejero” se refleja un resplandor intolerable que lo consume todo a su paso. Yo lo llamo belleza.
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TODO POEMA ES UN ESCRITO PÓSTUMO…
Todo poema es un escrito póstumo
el que escribió esto ya está muerto
cada palabra es una paletada de tiempo sobre la anterior
no hay tiempo ni de fabricar a gritos una despedida
el cero es un pozo sin fondo
vivo en caída libre dentro de él
el poema es una piedra estrellándose contra el agua
aún no escucho nada
El silencio de lo que cae, 2000.
POEMAS DE “EL LIBRO DE LOS ESPEJISMOS”
Encontré el árbol, pero el árbol no ardió. Su llamarada no se veía a lo lejos. Su fuego no iluminaba la noche. No me guiaba más que a la sombra. En ese momento me di cuenta que el que se consumía era yo. De mis ojos nacía un resplandor que se vertía en el resto del cuerpo. Vi mis manos: ardían sin peso envueltas en llamas, como mojadas por un delgadísimo alcohol. Te llamé, pronuncié como pronuncié alguna vez tu nombre en una noche que aún no se ha acabado: mis palabras se elevaban y se perdían en el cielo nocturno como globos que devoraba el mismo fuego que los hacía ascender.
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Existe un retrato anamórfico de Carlos I de Inglaterra, realizado por una mano anónima en 1660. Si se levanta el cilindro reflejante que concentra y compone en su medida exacta el melancólico rostro del rey, queda una mancha distorsionada, la imagen en estado líquido. Pero hay algo más. En el centro de la pintura aparece un cráneo desnudo: un frío recordatorio de que, al final de la guerra civil, el monarca fue decapitado en el helado mediodía del 30 de enero de 1649, por dictamen de un parlamento manipulado por Oliver Cromwell. Cromwell, como dictador, murió en 1658. El día de su funeral, majestuoso, pero vacío, tan sólo los perros le lloraron, según el reporte de un testigo. Y sírvanos aún la memoria para recordar que el 30 de enero de 1661, justo 12 años después de la ejecución del rey, el cadáver de Cromwell fue exhumado, colgado y decapitado públicamente. Su cabeza se expuso en lo alto de un poste en Westminster Hall hasta 1685. Después siguió un largo camino en el que, convertida ya en un bulto de cuero negruzco, la cabeza llegó a ser exhibida como atracción de feria en 1779 a cualquiera que pagara el precio de 2 chelines y seis peniques.
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El que come hikurí come un espejo, una raíz de reflejo potentísimo, cuya nitidez llega a ser insoportable. Cada partícula del mundo está ahí proyectada: se estremece como el agua o el fuego, emite una radiación que corresponde a su lugar exacto en el alma. Y tú te estremeces también dentro ese temblor. Y tu cabeza y tus ojos y tu pecho y tus manos despiden lumbre que se enreda con los hilos de la tierra. Es mediodía pero en tus ojos es medianoche. Las piedras cantan con el aire. Alcanzas a ver desde lo alto de este cerro tu casa de la infancia. Y tú jugando alrededor con tu sombra. Comienza a caer una lluvia muy delgada. Cuando abras los ojos estarás lleno de cristales. Y el mundo será blanco.
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El relámpago en su huida abandona la ciudad que erigió en la tierra. Está deshabitada, pero eso sólo lo sabrás al recorrerla. Su frágil y dulce arquitectura es, sin embargo, engañosamente peligrosa. Es fácil quedarse atrapado entre sus muros, observando los infinitos cambios de sus arcos y columnas. Sobre todo, evitar el agua nocturna que se recoge en los estanques, las fuentes y los nichos: que la imagen del visitante nunca llegue a tocar su oscuro espejo.
Y sin embargo. el caminante deberá encontrar la luz que, tras toda desaparición, permanence.
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Claude de Lorraine garrapatea en el reverso de un grabado que muestra, tal vez, a Itaca:
La luz es de quien la sueña. Toda aguja apunta a Arcadia. Los dioses, los héroes, los ángeles todos son pequeños, muy pequeños frente a la distancia.
El único dios verdadero es el horizonte.
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