Sergio García Díaz
Escritor mexicano (México, D.F., 1962). Reside en Nezahualcóyotl. Ha colaborado en revistas y periódicos. Parte de su obra literaria comenzó a ser publicada en antologías de cuento y poesía (La semilla del árbol, Tú vivirás para siempre, Amar el mar). Su obra individual está conformada por Border Lane (Mixcoat, 2002), La pasión por las moscas (cuento, Fontamara, 2006), Dos entradas por un boleto (Jano, 2003), Sueños de un chamán (Coyoacán, 2003), Pétalos de mar (Praxis, 2003), Animales impuros (Fontamara, 2006), Alicia en mi espejo (poesía, Praxis, 2006) y Bajos fondos (Praxis, 2009) y Backstage II. México: Editorial Patético, 2014.
En 2015 publico 3 libros de poemas: Hotel (Las dos Fridas y Fridaura): Bachstage (Ediciones el Borde y Las Dos Fridas) y Salir de la caverna (Las Dos Fridas y Ediciones del Borde).
Hotel
Entrar a un hotel es una epifanía
un milagro que viene con el ciclo del cosmos
con la caída de las hojas en invierno
con la llegada de los aromas de la noche.
Entrar a un hotel con una mujer esbelta
es una cuestión divina
mojarse en la tina de baño,
enjabonarse en los jardines de Pravia
en los jardines de los aromas del amor
en los efluvios de los deseantes cuerpos
que salen de las pompas de la felicidad.
Entrar a un hotel es una hierofanta
que aumenta la luz de la piel de la mujer que nos acompaña
luz que guía el rumbo de los Reyes Magos hacía el pesebre del amor
luz que aumenta el vino, la sal y el pan
de los menesterosos del deseo fugaz que se eterniza en la memoria
de los amorosos de siempre.
Entrar a un hotel es un bautizo sagrado
que se manifiesta en las manos de los amantes del fuego
en los objetos sagrados que adornan a la fémina y al tigre
que muerde la intimidad
que anida en la oscuridad del recinto sagrado
donde los amantes se aman desnudando el pecado
abandonándose al sacrosanto deseo del cáliz.
Entrar al hotel es besar el cáliz de los labios
ir al celestial momento de los sabores de la fruta
ir en la fila para recibir el cuerpo y la sangre
de los amorosos noctámbulos
que nictálopes se miran en lo más oscuro
de la luz que irradian sus ojos
de semidioses en aquel momento en que culmina
el éxtasis de los cuerpos
que se sacralizan como objetos sagrados.
Entrar al hotel es un instante que se repite con el ocaso
cuando el sol ilumina de rojo marrón las nubes
cuando los cerros se visten de lila
cuando las calles de las ciudades se ventilan
cuando las manos amorosas se estiran
se aprietan, se sofocan y se sueltan
al encanto de Morfeo
cuando los cuerpos yacentes parecen
dos peces en reposo
al canto de los gallos
el ladrido de los perros
y la campana del carro de la basura
cuando las señoras fodongas limpian sus banquetas
limpian las jaulas de las aves
y salen a pasear a sus mascotas.
Salir de un hotel acompañado por una mujer
nos hace más puros
más humanos
más carne
más humo
más hombres del alba
más mujeres del alba
más comunes de nuestros iguales
aquellos que van corriendo al trabajo
aquellos que van por el mandado al mercado
aquellos que envidiosos nos miran
cómo enlazamos nuestras manos
cómo olemos a amor limpio
cómo nuestros ojos miran la ciudad
y pedimos en el puesto de mariscos un vuelve a la vida.
Mulata
La tuve un momento entre mis brazos
era una mulata de Acapulco
era una mujer de dientes nevados por la molienda
era una mujer felina de cara luminosamente oscura
que sonreía como madona amamantando.
Nos fuimos a un privado
me puso un condón con su carnosa boca
de almendra tostada
le agarré sus dos pechos que olían a trasiego de mar
y sabían a dulcísima guayaba rosa
me gustó su cuerpo entero.
Quedé yacente entre sus brazos
como bestia amorosa
herido
de recuerdo
de noches
vividas en el paraíso
acapulqueño
junto a aquella mulata
de sonrisa iluminada.
Quedé yacente como hombre al alba
en el reino de aquella mañana
en Acapulco.
Salir de la caverna
Para Claudia Barberena
No me canso de mirarte, menos de la espera
soy un junco que sueña
un cactus de corazón rojo y espinudo
chubasco cayendo tierno sobre los pétalos de una rosa
no me canso de la neblina
ya es sábado, alzo la oriflama
para que tus ojos a lo lejos la vea ondear
seguiré esperando hasta que salga el sol
amarillo, redondo, imperturbable
te miraré mirarte como una diosa
miraré un espejo para saber que soy un otros que espera
no me canso de verte en cada rastro dejado por el agua
camino con los ojos cerrados
escucho un río antes del llanto
es septiembre y el aire me empuja hacía tu cuerpo
la ciudad tiembla
es la rueda de otoño
tu mano me toca y beso tus dedos
no me canso de escribir poemas que se convierten en tus ojos
y verso en tu boca que se transmuta en luz violeta
me basta una vida para amarte
y dejar de repetir la suerte
giremos como átomos
al ritmo de este amor que pertenece al cosmos
desde aquí
desde la flama con que atravieso la oscuridad
Me gustan sus misterios
De gustarme, me gusta señorita
y lo digo y me nacen mariposas
y lo digo y me nacen dulces sueños
y lo digo y me enredo en bellos dedos
y lo digo y me siento desolado
De gustarme, me gustan sus misterios
y lo digo y me siento palafito
y lo digo y me veo una semilla
y lo digo y recreo su gran figura
como Venus de Milo con arcilla.
De quedarme, me quedo entre sus manos
para acariciar piel con piel su espalda
caminar pie con pie hasta su huerto
y así abandonar feliz triste karma.
De quedarme, me quedo en dulces sueños
y lo digo quedito y con delirio
y lo digo en silencio muy pegadito
lo digo y lo repito en su latido
quedarme me quedo calientito.
Malcom Lowry
Dicen que hay que imaginarnos a Lowry caminando por las calles perfectamente borracho
emputecidamente ebrio en una cantina cualquiera.
Por ejemplo El Farolito.
Dicen que podemos imaginarlo derrumbado
en una mesa de Los Recuerdos del Porvenir,
con una copa de mezcal temblando en sus dedos,
recordando a su mujer que se fue con su mejor amigo;
sentir el aroma de las buganvillas
mientras un par de sanates danzan en el pasto
buscando gusanos.
Dicen que hay que verlo en un tren rumbo a Oaxaca,
sobando el estómago de un niño enfermo,
gastando todo su tequila en salvar de las manos de la muerte a ese infante.
Y ahí sediento temblando de frío,
encontrarse con la mano de Virgilio.
Dicen que hay que verlo
cómo se lo lleva la chingada
mientras afuera
cae el sol sobre los volcanes.
Lao
Decidió
nada más porque sí,
quedarse en el útero de su madre
y nacer
arrojado
después de meditar como nueve veces,
nueve años en esa cueva llamada
mamá.
Decidió
ser eunuco
al estilo de un Plutarco chino
condenado a su karma
y viajar sobre un búfalo azul
para mirar
simplemente;
contemplar el mundo.
Decidió
nacer bebé a los 81 años,
con pelo cano,
dejarse viajar entre el ying
y el yang,
y decir: renunciemos a la astucia,
rechacemos el amor por la ganancia,
no habrá ladrones y brigantes.
Y decidió
escribir nada menos
que el Tao Te King,
un libro de cinco mil caracteres:
aforismos nada más que aforismos.
Y después desapareció
Los confusionistas esperan su regreso
Amor
Amor para qué, pura cogedera
sexo, carne. Carne hermosa
que escurra miel. Miel
bronca, carne más carne
hundidos hasta el tuétano
hasta desaparecer, hasta alcanzar la nada.
Carne más carne alambicada al instante
escanciada en nuestras bocas de humo calculado
carne más carne evanescente y tangible a un ritmo
carne más carne, caldosa sorbida como puchero
subida por encima del aire.
Amor en absoluto, pura cogedera
pura carne chocando, sudada hasta hacerse puré
carne pura carne, callosa carne chamuscada,
bella desde la vulva hasta los lunares
desde la alocada duda de estar amortajados
amoratados.
Amor para qué, pura cogedera:
nalgas, muslos, chiche, saliva, sudor, agua salada
dentelladas y más dentelladas,
lengüetazos y más lengüetazos
amor para qué, pura cogedera.
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