ALEJANDRO VON-DÜBEN
Alejandro von-Düben nació en Guadalajara, México. Creció en Chapala y actualmente radica en Ciudad Guzmán. Es estudiante de la carrera en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur. Ha asistido a talleres de escritura creativa impartidos por escritores como Hugo Gutiérrez Vega, Juan Gelman y Guillermo Samperio. Textos suyos han sido publicados a nivel estatal y nacional en La Gaceta de la U. de G., el suplemento de cultura de La Jornada, en las revistas Papalotzi, Meretrices, Monolito, entre otras. Ha conseguido diversas menciones honoríficas a nivel estatal tanto en cuento como en poesía. Fue ganador de los juegos florales de Zapotlán El Grande en el 2014, los juegos florales nacionales de Lagos de Moreno en el 2015 y del concurso de cuento “Alfredo Velasco Cisneros” también en el año 2015.
(Una habitación oscura)
Morirás, dijo ella, en una habitación oscura
de un departamento en renta, solo, triste
como perro apaleado, rabiosamente solo,
con el cuerpo torturado por el frío y la rutina,
con las manos llenas de cenizas de cigarro
y de dolor por caricias nunca concedidas,
tras muchos años de haber estado viviendo
como un moribundo o acaso muriendo
como si la vida, después de todo,
nunca se te hubiese dado.
(Una cama destendida)
En el principio era la carne / y la carne era un cuerpo de mujer
encarnado a mi cuerpo / sobre una cama gradualmente destendida
sobre sábanas moviéndose arriba y abajo / como un Sísifo de las olas
mientras nos arrastrábamos a marea alta
y nos hundíamos hasta hacernos uno
mar derramado en la nada / ausencia que duraba un suspiro
porque llegaba una muerte pequeña / partiendo nuestro cuerpo en dos
carne desencarnada y al olvido / olor a carne quemada
y momento de prender la luz y el cigarro
y llenarse de aire soledad vacío
y entonces lo siento cariño
lo nuestro ha terminado
en el principio sólo era la carne / la edad la primavera que arde
el sexo opuesto el sexo inhiesto / el sexo sex geschlecht
en muchas lenguas ocasiones posiciones /con distintos cuerpos nombres
Lulú Ana Liliana / mujeres de agua salada de dulce remanso de curvas de río
con peces en las bocas en las entrañas / con la piel líquida
Beatriz Penélope Helena Serena / húmedas como el verano
anunciándose como lluvia / deslizándose hondamente
en la cama destendida los cuerpos tendidos las piernas abiertas
consumándonos como ángeles tentados por el infierno / detrás de cualquier caricia
consumiéndonos el fuego azotándose / contra la piel la cara la mirada caliente
implacables ojos de sol quemándome / quemándome
hasta los huesos la ceniza y el olvido
en el principio era la carne / y en la carne estaba la muerte
y la muerte era cada mujer fulminándome
hasta la llegada de Marcela / el recuerdo de la vida que me dio Marcela
en la habitación en la cama en silencio / mujer que era una y muchas
carne hecha verbo y costilla de nadie / mujer llena de gracia
cuando me tocaba con las manos tibias como declaraciones de amor
cuando me besaba con su boca evocando besos / que caían a bocajarro
en cada uno de mis poros respirándola / como respira la lluvia la vida vegetal
hasta dejar mi cuerpo húmedo en su cuerpo
hasta dejar la cama la habitación el día en vilo de la eternidad
hasta dejarme entre el alma y la sangre
hasta dejarme
ahora es la noche tendida en la cama destendida y sola
donde mi cuerpo como una sombra de carne y hueso
se hunde en ella como lo haría en boca o en sexo femenino
se hunde en ella como lo haría en cualquier
abismo.
(Una lámpara apagada)
el único retrato tuyo que tengo ahora es esta oscuridad
José Carlos Becerra
Mamá era un conjunto de cuatro letras, una palabra como amor
esbozándose cada que nos miraba con sus ojitos de luciérnaga
abriendo de tajo la luz, abrazándonos contra la noche,
abrasándonos contra el frío con su mirada de donde brotaban
mundos de ternura, sueños frágiles como mariposas
que pronto caían y eran aplastadas por nuestros pasos mal encaminados.
Hijos, no tenemos mucho pero nos tenemos,
nos decía después de un divorcio, arrancándose el grito con la sonrisa,
queriendo calmar la furia de los días que la arrastraban sola
porque nosotros no conocíamos la soledad,
no sabíamos en qué consistía esto de ir muriendo,
porque nosotros únicamente le jalábamos las barbas al tiempo
y nuestro oficio era la infancia, mientras mamá sentía la pobreza como el infierno
donde metía las manos para calentarnos con la más pura de las llamas
hasta que una esperanza apareciera con forma de hombre y padre,
hasta sentirse desgastada por tanto aire que corría sin sentido
cada mañana con sus noches encima, cada noche con sus niños encima
pidiéndonos que dulcemente la besáramos
para saber si así se podía endulzar un poco su tanta angustia.
Hoy sé que de algún modo mamá deseaba que el tiempo
como un río de pájaros nos llevara al fondo del cielo
porque no soportaba la gravedad de tenernos en tierra,
porque sentía por el destino el mismo odio de una mujer mal amada,
pero su dolor siempre lo escondió bajo la carne
y mucho fue lo que cavó en su piel
que toda soledad llenó su cuerpo de vacío
hasta que por ese abismo abierto se le fue tanto la luz como la vida.
Hoy mamá no es más que una lámpara apagada
en un rincón cercano a la noche.
(Un cenicero de hueso)
Si de ausencias hay que hablar
la de papá tendría menor peso y mayor edad que cualquiera
podría decir que desde niña se hacía sombra en el niño que fui alguna vez
que desde mi pecho crecía como crece un árbol desenraizándose
hasta quedar sujeta a nada
porque nada era lo que podía esperar de esa ausencia sin imagen
rostro de papá sin rostro se me hizo en la cara de hijo
dicen tan idéntico a él que no he sabido quién soy desde entonces
que no lo he querido saber desangrándome de su sangre
con shots de aguardiente quemándome la voz que habla desde él
arrancándome cada día la viva carne suya
para quedarme con no más que un cenicero de hueso
único recuerdo que de él puedo conservar
y del cual hablar no vale la pena
porque sería como buscar un héroe
en el lugar donde sólo quedan cenizas.
(Un ovillo rojo)
Fue en una noche muy diferente a ésta
cuando Marcela en broma lo puso entre mis manos y me dijo
te entrego mi corazón
es un ovillo rojo como el hilo que nos une
el hilito de sangre que un día hicimos brotar de nuestros dedos
después de haber jugado contra la muerte
de haber jurado una vida juntos tomándonos del meñique ensangrentado
creyendo que la felicidad existía en un solo cuerpo que fue el nuestro
en un tiempo donde en las calles escuchábamos de fondo y a cada paso
música de Django igual que en las películas de Allen
o donde cuando no caminábamos
volábamos como personajes de cuadros de Chagall o de versos de Girondo
algo que en realidad no sucedía así porque no éramos arte ni poesía
aunque ahora así lo parezca porque Marcela se hizo ausencia en lugar de cuerpo
alma desnuda que se encarnaba en mí en la cama en la carne
deshaciéndonos de amor haciéndonos
cuando se avivaba en la fiebre enamorada cada grado de nuestra piel cada llama
con las manos quemándonos en caricias
besándonos hasta sentir gotitas de fuego en las lenguas que ardían
con palabras consumidas
consumándose el silencio de quienes se aman en el acto
sin hablarlo sin pensarlo siquiera sin razonar lo que podría suceder
porque entre Marcela y el adiós había un dios de rodillas
hilos invisibles se hilaban de nuestros meñiques
y no había distancia entre los ovillos anudados en nuestro pecho
parecía que un destino causalmente nos unía
sin saber que en realidad formábamos parte de un juego de azar
que tarde o temprano terminaría como cualquier triste poema escrito al viento
con el aliento disperso en las estaciones gastadas cada día cada vida
con dos corazones deshilachados porque uno se fue sin decir que se iba
y el otro se arrancó de raíz enraizándose en la hora de la herida que se hila ahora
cuando de tanto extrañar sus besos tengo los labios partidos de frío
y la noche se abre entre los muslos de Marcela como una guerra sin tregua
y la luz es la oscuridad de sus ojos cerrados soñando con qué
un largo hilo de sangre derramada es al final este ovillo
después de que Marcela me regalara una muerte
que aún me permite respirar coger reír como cualquier ser vivo
pero con los pies hundidos en la tierra.
Poética de la infancia
Recordamos la infancia
Como un refugio para menos morir
José Ángel Valente
Decir que hace un buen día en Zapotlán sería decir una mentira
hoy llueve y entre mis huesos y el frío existe el mundo,
hoy mis ojos son una ventana que da a un domingo triste,
a esta mañana de principios de otoño,
gris como el cielo y el agua que cae sobre la ciudad y sus calles,
caminos que ya son ríos arrastrando consigo septiembre,
algunos nombres o vidas y recuerdos de la infancia,
cuando la lluvia no era nostalgia sino un pretexto para empaparme el alma,
o cuando en lugar de ventanas mis ojos eran un par de canicas
que brincaban de un lado a otro bajo la lluvia pero por encima de las nubes,
en ese entonces era posible visitar otros países
navegando los charcos del verano, sintiendo la brisa como un ciego frente al mar,
haciendo patitos hasta el horizonte o hasta la llegada de la noche,
cuando regresaba a casa y veía los días rompiéndose en la palma de mi mano
con una muerte bellísima por inexplicable que era.
Hoy en la lluvia los cuerpos se deshojaban igual que árboles viejos
y es como si sólo existiera esta soledad desbocada en el domingo triste
y en la memoria, en la nostalgia y en las horas que me duelen por todo el cuerpo,
tiempo destrozado como en una suite de jazz pero en silencio.
en la infancia no sucedía así: la música emergía en cualquier lugar e instante,
atravesaba cunas y cementerios brotando del aire y de mamá
que cantaba con un pajarito en el paladar o en las manos,
esas manos de mamá que eran cajitas musicales, refugio de palomas,
manos que con una caricia abrían de tajo la luz para bañarme en ella
cuando la oscuridad acudía a mi rostro nublado por un llanto pasajero,
recuerdo que a mamá le bastaba con sólo acariciar mi mejilla
y mirarme con sus ojos solares, dibujando un arcoíris inverso en mi boca,
una sonrisa, un gesto de alegría que tenía el hálito de una bala tirada al cielo,
haciendo que volviera el júbilo de la carne, mi inocencia de estar vivo y ser libre,
sí, a pesar de la escuela o de haber sido el menor en la familia
aunque no el único niño, también lo eran mi hermana y mis primos
con los que acostumbraba juntar sueños, amarrarlos a un hilito
y sacarlos a volar por el mundo para descubrir con ellos
ciudades recién inventadas, reinos de la infancia donde viví y morí
el día en que me gustó una niña por el olor a café de sus ojos americanos.
Ahora no soy más que una sombra desnuda,
los recuerdos caen como lluvia sepultándose entre gusanos de aire o de tierra,
busco algún sitio donde refugiarme, pero sólo encuentro un cuerpo cansado
junto a este poema que escribo para matar el tiempo
y que ahora termino y arranco –no como se arranca una flor,
sino como alguien que se extirpa el corazón rabiosamente enamorado-,
entonces, sin pensarlo, hago con el poema un barquito de papel y salgo de casa,
lo suelto bajo la lluvia, en el agua, en el río que es la calle y en el domingo triste
abordo este barquito ebrio que se arroja a los cuatro vientos de la poesía
para volver a la infancia o vivir en el intento.
2014. Ganador los Juegos Florales de Zapotlán el Grande, Alejandro von Düben por su poema “Poética de la infancia”
.