MANUEL FERNÁNDEZ JUNCOS
Manuel Fernández Juncos (11 de diciembre de 1846 – 18 de agosto de 1928) fue un poeta, periodista y pedagogo español de ideología conservadora, residente en Puerto Rico, que escribió la letra de La Borinqueña, el himno nacional de Puerto Rico.
Juncos nació en Tresmonte, un lugar ubicado en Ribadesella, Principado de Asturias, España. A los once años emigró a Puerto Rico, donde permaneció el resto de su vida, sin otra instrucción que la que a tan tierna edad había podido recibir en su pueblo. Establecido en Ponce, trabaja para ganarse el sustento, y aún siente mucho mayor interés en instruirse. Lee mucho y estudia idiomas, pero habiendo contraído la fiebre amarilla, tiene que interrumpirlo todo y pasar a reponerse a un poblado de montaña al que la epidemia no había llegado. En ese ambiente rural su espíritu observador se llenará de imágenes que pronto le permitirán revelarse como excelente escritor costumbrista.
El destronamiento de Isabel II le hace confiar en que el futuro deparará a aquella isla una forma de administración autonomista, más eficaz para el país y más conveniente para España, y a esta idea, que nada tenía de independista, se entregó de por vida.
En principio, Fernández Juncos escribió para El Progreso, un periódico fundado por José Julián Acosta. También escribió para Porvenir y El Clamor del País. Fundó un periódico llamado El Buscapié, en 1875, semanario jocoserio, ameno, ingenioso y original, que vivió floreciente hasta que Puerto Rico se perdió para España y que fue muy leído en esa época. El semanario estimuló la lectura en su país, y fueron tantas las colaboraciones que se le ofrecían, que Fernández Juncos creyó llegado el momento de fundar una publicaciín ilustrada, de mayor empeño y ésta fue la Revista Puertorriqueña, juzgada por Menéndez Pelayo como una de las mejores publicaciones literarias americanas.
Fundó también la Institución de Enseñanza Popular y la Biblioteca Municipal de San Juan; colaboró muy activamente en el establecimiento de la Cruz Roja; sacó varias veces de sus crisis al Ateneo Puertorriqueño; presidió el Partido Autonomista Histórico y la Liga de Republicanos Españoles; fue presidente de la Sociedad de Escritores y Artistas de Puerto Rico y diputado provincial por el distrito de San Juan.
Como escritor, Juncos estudió y escribió sobre las raíces de los puertorriqueños. Algunas de sus obras más conocidas son Tipos y Caracteres, Libro Cuarto de Lectura, y Canciones Escolares (que co-escribió con Virgilio Dávila y Braulio Dueño Colon).
Fernández Juncos se unió al Partido Autonomista, que había sido fundado por Roman Baldorioty de Castro, convirtiéndose en el secretario. Tiempo después, cuando Puerto Rico obtuvo la autonomía respecto de España, 1897, Juncos fue electo primer Secretario de Estado. También fue encargado de la secretaría de Hacienda, de una hacienda que estaba al borde de la bancarrota, pero que él, con su ingenio y su prestigio, supo sacar a flote, lo que ha permitido calificarle también como hacendista ilustre. De todos modos, en menos de un año Puerto Rico fue invadida por Estados Unidos durante la Guerra Hispano-Estadounidense y el gobierno abolido. Al cambiar la soberanía en 1898 se tornó en favorecedor del gobierno colonial estadounidense. Debido a que la letra original del Himno Nacional de Puerto Rico era de corte independentista y anti-español, escribió una versión no-controvertida de la letra en 1903. La misma es considerada sumamente mediocre pero, debido a controversias políticas, ha sido adoptada como el himno oficial bajo el gobierno actual.
Al adueñarse los norteamericanos de Puerto Rico, Fernández Juncos dejó de publicar El Buscapié, y sabiendo que con ello perdía todo cargo oficial y toda influencia política sobre aquella isla en la que llevaba viviendo más de cuarenta años, se inscribió en el Consulado para conservar la nacionalidad española. Su ambición entonces fue salvar el castellano de su suplantación por el inglés, y como en español no había textos escolares adaptados a las exigencias de las leyes norteamericanas, se esforzó en prepararlos, logrando en esta patriótica empresa, que nunca dejaría de la mano, el mismo éxito que en todas sus otras actividades literarias.
De esa constancia en la defensa del idioma habla este párrafo de una carta, que el 12 de julio de 1910 escribe a su «gran paisano», Fermín Canella: «En una colección que preparo de producciones cortas y excelentes de autores castellanos modernos, para lectura y estudio de lenguaje en las Altas Escuelas de Cuba y Puerto Rico, quisiera reproducir El gallo de Sócrates, de Clarín, y poner su retrato al frente de los apuntes biográficos y críticos que han de preceder a la obra de cada autor.-Le suplico a usted que obtenga de la Sra. Viuda o herederos del ilustre Alas el permiso para aquella reproducción y uno de los retratos más parecidos a él».
En 1907, el Ateneo Puertorriqueño había organizado una solemne coronación de Fernández Juncos como símbolo de fraternidad entre España y Puerto Rico, cuando en 1916, la Universidad de Puerto Rico le hizo Doctor honoris causa.
Además de su obra poética, se distinguió porque fundó un albergue para huérfanos el cual opera hasta la fecha, y la Cruz Roja en Puerto Rico.
Manuel Fernández Juncos murió el 18 de agosto de 1928 en San Juan, Puerto Rico. Después de su muerte, Ribadesella dio su nombre a una de sus calles y a una escuela graduada. El Ayuntamiento de San Juan, que ya le había nombrado hijo adoptivo en 1924, tampoco se quedó rezagado en este tipo de homenajes y puso su nombre a una de sus más flamantes avenidas. De los más de veinte títulos de volúmenes publicados por Fernández Juncos destacan: Cuentos y narraciones; Galería puertorriqueña: Tipos y caracteres; De Puerto Rico a Madrid; Los primeros pasos en castellano y La lengua castellana en Puerto Rico.
Sursum corda
No te apenes jamás de haber nacido
en una isla de extensión escasa;
que no se juzga al hombre por su casa;
ni a las aves cantoras por su nido.
Isla el Atica es, donde ha lucido
mejor del genio la fecunda brasa,
y las fronteras de la gloria, pasa
su renombre de "pueblo esclarecido".
Era pequeña y triste Palestina,
y en la más infeliz de sus regiones,
brilló del Redentor la Luz divina.
¡Alienta en el trabajo y las lecciones;
que no hay región aislada ni mezquina
cuando produce grandes corazones!
Gratitud de un niño
Por mi niñez venturosa
te rindo gracias, buen Dios,
y te quiero y te bendigo
por haber creado el Sol,
la lluvia que nos refresca,
la fuente, el ave y la flor.
Gracias te doy por mis padres,
y también gracias te doy
por la estrella de la tarde
de tan vivo resplandor,
como los ojos de un ángel
de tu celestial mansión.
Gracias te doy por los seres
que viven en mi derredor,
por la escuela , por los libros
en que aprendo la lección.
Y te doy gracias por todo
lo que ama mi corazón.
Bellas cosas
Bella Tierra en que pisamos,
bello Sol de disco espléndido,
bellos astros de luz pura,
bella estación de renuevo,
bellos pajaros cantores,
bellas rosas, lirios bellos,
bellas montañas altivas,
bellos arbustos modestos,
bellos árboles copiosos,
bello botón entreabierto,
bellos la mole y el átomo,
bello cuanto Dios ha hecho.
Alegre rayo de sol
Dios te dé muy buenos días,
alegre rayo de sol.
¿Cómo encendiste tan pronto
tu fuego deslumbrador?
Espantaste las estrellas,
y la luna se apagó,
acostar te vi ayer tarde.
¿Has dormido bien o no?
Nunca duermo. De la tierra
velando a los niños voy,
sin descansar un instante,
dándoles vida y calor.
Despierto a los pajaritos,
doy al mundo animación,
y envuelto en mis resplandores,
llevo la gracia de Dios.
UNA PEQUEÑA SEMILLA
Oculta en el corazón
de una pequeña semilla,
bajo la tierra una planta
en profunda paz dormía.
“¡Despierta!”, dijo el calor.
“¡Despierta!”, la lluvia fría.
La planta oyó la llamada,
quiso ver lo que ocurría,
se puso el vestido verde
y estiró el cuerpo hacia arriba.
De toda la planta que nace
esta es la historia sencilla.
La Borinqueña
Letra de - Manuel Fernández Juncos
La tierra de Borinquen
donde he nacido yo
es un jardín florido
de mágico primor.
Un cielo siempre nítido
le sirve de dosel
y dan arrullos plácidos
las olas a sus piés.
Cuando a sus playas llegó Colón
exclamó lleno de admiración, ¡Oh!
Esta es la linda tierra
que busco yo,
es Borinquen, la hija,
la hija del mar y el sol
del mar y el sol, del mar y el sol
del mar y el sol, del mar y el sol.
Manuel Fernández Juncos: de Tresmonte a Puerto Rico
Fue ministro de Hacienda en el primer gobierno autonomista de la isla y a su labor se debe que el español no fuera desplazado por el inglés en los planes de estudios de su tierra de adopción
En Arriondas se toma una carretera poco conocida y frecuentada que, siguiendo la margen izquierda del río Sella, conduce al concejo de Ribadesella. Es una carretera de gran interés para los gastrónomos, ya que para tomarla desde el centro de la villa hay que torcer a mano derecha precisamente donde se encuentra «El Corral del Indiano», y por diversas revueltas y recovecos se sale a las laderas meridionales de la sierra del Sueve en Collía, un poco más abajo de «Casa Marcial»; los dos excelentes restaurantes avanzados, condecorados con estrellas de la Guía Michelín. Otra carretera que se toma en Torre y va por Linares sale a «Casa Marcial» más directamente. La carretera es estrecha y con curvas, como corresponde a una carretera de montaña, pero actúa en su favor que apenas tiene tráfico. En algunos tramos está reventada y crece hierba en las rajaduras. En el esplendor de la primavera, el paisaje es pura exuberancia de los variados matices del verde.
A partir de Arriondas el ferrocarril pasa a la margen izquierda del río, comunicando tres aldeas, Fuentes, Toranzo y Cuevas, las dos últimas incomunicadas por carretera. En la actualidad, un puente sobre el Sella, une Toranzo con la antigua carretera de Oviedo a Santander, pero la carretera que va a Cuevas por la Cuevona muere allí mismo, a pocos pasos de la estación. Fuentes, la primera de las aldeas, está sobre el río, a dos o tres kilómetros de Arriondas. La vegetación se extiende por las laderas y hacia el río. La tierra está poco habitada y la carretera asciende. En una ladera vemos una casa grande y varias casas apiñadas: en un murete delante de la capilla, una placa de cerámica recuerda al hijo más conocido de este lugar, el indiano Manuel Fernández Juncos. Tresmonte no es más que esto.
La carretera sigue subiendo entre pinares, produciéndose ese efecto maravilloso de los pinares al borde la carretera: uno está por encima de las copas de los pinos, y en ese momento, la carretera pasa a la otra vertiente y tenemos ante nosotros el mar: un mar blanco bajo sosegadas nubes grises que cubren enteramente el cielo.
La aldea siguiente por esta ladera es Noceu: una sucesión de caseríos mal apiñados. Siguiendo la carretera entramos en Cuevas atravesando la Cuevona: Es una cueva imponente, de altas bóvedas, catedralicia, con robustas y barrocas estalactitas y estalagmitas (un cartel a la entrada prohibe arrancarlas), aunque de corto recorrido. Al final de la Cuevona está Cuevas, un pueblo en verdad, bien bautizado. Tiene bar y estación de ferrocarril. En la fachada de la casa de al lado de la estación han pintado un madrileño de sainete manipulando un organillo, y la leyenda: «De Cuevas al cielo».
Tenía que ser magnífico ser jefe de estación en Cuevas a comienzos de siglo pasado: de novela. Digo que seguramente, en las largas jornadas invernales, al jefe de estación podía darle por escribir una novela.
En la actualidad, a Cuevas llega un número discreto de turistas. Vemos a dos matrimonios que observan con curiosidad la estación y que declaran, en la manera de andar y mirar, que son madrileños. Las mujeres van delante, muy alegres, y los hombres, de aspectos adusto, van detrás y miran con indiferencia. Seguramente están pasando el fin de semana en una casa rural y no sabían qué hacer. Tal vez son médicos.
Manuel Fernández Juncos, en Tresmonte, hace siglo y medio, sí sabía qué hacer: salir de allí cuanto antes. Había nacido el 11 de diciembre de 1846. Sus padres, Ramón Fernández González y María Juncos Pando, eran humildes campesinos: visto Tresmonte ahora imaginamos cómo sería en el siglo XIX. No obstante, el pequeño Fernández Juncos acudió a la escuela de Moro, «donde me habían hecho aprender, a palo limpio, los rudimentos más esenciales de la instrucción primaria». A pesar de ello, a su regreso a los lugares de su infancia en 1885, que relata en su libro «De Puerto Rico a Madrid», no le guarda el menor rencor al maestro que le había molido las costillas en aplicación del severo principio pedagógicos de «la letra con sangre entra», sino por el contrario, le compadece y admira: «¡Pobre maestrín (como allí se le llamaba comúnmente, no sé si aludiendo a la cortedad de su estatura o de su paga), yo te perdono los palos que me diste, y aún los doy por bien recibidos en gracia del bien inmenso que me has hecho enseñándome a leer y a escribir!», escribe. Son palabras nobles, que tienen poco que ver con la mentalidad de ahora, aunque en otros aspectos de su actividad pública y de su mentalidad se puede considerar a Manuel Fernández Juncos como un elemento progresista. Y destaca el sacrificio infatigable y pésimamente retribuido de aquel pobre hombre para sacar de un estado medio salvaje a unos muchachos díscolos y a la defensiva. «Ni sus obligaciones ni su fortuna le permiten salir de aquel pobre caserío, siquiera para enterarse de que ha cambiado ya algo el arte de la enseñanza -escribe-. En los días de labor no puede faltar en la escuela; en los festivos tiene que ayudar a misa, poner su alma con Dios, rayar las planas, cortar las plumas y exprimir agallas o cerezas negras para proveer de tinta a todos sus discípulos».
Tal vez el recuerdo de este maestro influyó sobre Fernández Juncos, para quien la educación fue la meta de su actividad al otro lado del Atlántico. A su modo se dedicó a la enseñanza, no con ademanes y palmeta de dómine, sino fundado y dirigiendo periódicos y revistas que contribuyeron en gran medida al surgimiento cultural de su tierra de adopción, la isla de Puerto Rico, a la que había emigrado desde Avilés en el velero «Eusebia», el año 1857, recién cumplidos los once años de edad.
Le habían reclamado unos familiares establecidos en Ponce, y durante los primeros años pudo alternar el trabajo como dependiente de comercio con los estudios de materias generales y de idiomas, que le ocupaban su tiempo libre. Afectado pro una epidemia de fiebre amarilla, es enviado a Adjuntas para reponerse, y durante la convalecencia lee todo lo que cae en sus manos. No había muchos libros en Puerto Rico por aquella época, pero tuvo la fortuna de que le atendiera un médico ilustrado, el doctor José Gualberto Padilla, que poseía una regular biblioteca. El joven enfermo lee vorazmente, y de leer pasó a escribir. Padilla era también algo escritor, colaboraba en los periódicos con el pseudónimo de El Caribe. Con su ayuda empieza colaborar en los periódicos «La Razón», de Mayaguez y en «El Derecho» de Ponce, dentro de una línea de liberalismo y republicanismo bastante radicales; y colabora también en los periódicos «La España Radical» y «Don Simplicio».
Por aquel tiempo abundaban las publicaciones periódicas tanto en Puerto Rico como en Cuba, por lo general de corta vida, aunque algunos periódicos llegaron a a tener una gran influencia no solo en las colonias, sino también en la metrópoli, como el «Diario de la Marina» de La Habana, dirigido por el asturiano Nicolás M. Rivero, y «El Buscapié», fundado y dirigido por Manuel Fernández Juncos el año 1877 y que, hasta su cierre en 1899, después de la independencia, sería un medio de expresión y difusión sumamente influyente en los terrenos de la política, la cultura y la sociedad. Nunca desatendió Fernández Juncos su interés por la educación y mayor civilidad de los isleños, tanto nativos como españoles, y las páginas de «El Buscapié», además de proporcionar la información que se espera de un periódico, eran también escuela y consultorio higienista, además de proporcionar a los lectores amena literatura y recreo. A la sombra de «El Buscapié» funda más adelante la «Revista Puertorriqueña», de carácter más cultural y especializado, que Menéndez Pelayo situó entre las mejores publicaciones literarias de las Américas españolas. Con corresponsales en Madrid y en París, contaba entre los colaboradores habituales con las firmas de Castelar, Pi y Margall, Juan Valera, Jacinto Octavio Picón, Rafael M. de Labra, etcétera. El propio Fernández Juncos era escritor reconocido y sus series de artículos sobre tipos y costumbres le sitúan como el fundador de la literatura costumbrista en Puerto Rico. También fue algo poeta, y además de miles de artículos, publicó más de una docena de libros, y, como escribe J. Mercado, «creó en el país el hábito de la lectura, que hasta entonces era privilegio de los hombres de cierta instrucción».
En los momentos difíciles que precedieron a la independencia de Puerto Rico fue presidente del partido Autonomista Histórico y ministro de Hacienda en el primer, y efímero, gobierno autonómico de la isla. Alcanzada la independencia, al titánico esfuerzo de Fernández Juncos se debe que se continúe hablando español, a punto de ser sustituido por el inglés a causa de los nuevos planes de estudio. Fernández Juncos consiguió que en un plazo angustiosamente corto los libros de textos españoles se adaptaran a la nueva situación. Su actividad a partir de 1898 fue de carácter cultural, social y asistencial: presidió la Sociedad de Escritores, el Ateneo de San Juan y la Cruz Roja. También dirigió la Biblioteca Insular hasta 1917. Sus últimos años fueron de reconocimiento y honores. Murió el 18 de agosto de 1928. Contra viento y marea, no renunció a la nacionalidad española.
El primer gabinete autónomos de Puerto Rico estaba compuesto por varios hombres famosos, incluyendo Bro. Manuel Fernández-Juncos (sentado a la derecha).
FUENTE: IGNACIO GRACIA NORIEGA