Claudia Prado
Claudia Prado nació en Puerto Madryn, Argentina, en 1972.
Estudió Letras y asistió al taller de poesía de Diana Bellessi.
Escribió los libros El interior de la ballena (Nusud 2000 – 3er premio del Fondo Nacional de las Artes); Viajar de noche (Limón 2008) y Aprendemos de los padres, un libro de collages y poemas, junto al artista plástico Víctor Florido (Rijkasakademie van Beeldende Kunsten, 2002).
Codirigió los documentales Oro nestas piedras, sobre el poeta Jorge Leonidas Escudero (2008) y El jardín secreto, sobre la poeta Diana Bellessi (2012).
Sus poemas fueron publicados en diarios, revistas y diversas antologías. Algunas de estas publicaciones son Antología de poesía de la Patagonia (Málaga, CEDMA, 2006); Poetas argentinas (1961-1980) (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2007); Desorbitados: poetas novísimos del sur de la Argentina (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2009), Penúltimos, 33 poetas de Argentina (México, UNAM, 2014).
En 2011, recibió una Beca para la Creación del Fondo Nacional de las Artes. En 2015, una beca del Queens Council on the Arts.
Entre el 2006 y el 2011, participó en la coordinación del taller de poesía del proyecto Yo no fui, en la cárcel de mujeres de Ezeiza.
Desde el 2003, coordina talleres de poesía y narrativa para adultos y adolescentes.
otras coordenadas
/ poemas
el mar
Tres rosas artificiales,
conservas de su país y en un estante
una hilera de matrioskas.
A la del medio alguien la giró
y nos da la espalda.
En Novonikolaevka los inviernos
son nevados, sin embargo
en su relato hay tierra suficiente
para que cada cual vea nacer
la primavera. Otros días
la música es de Ucrania
pero en esta siesta sin sol
desde el comedor de “El samovar”
solo se escucha el golpe
de platos contra platos
y de pronto un desorden de cubiertos
que en todas las cocinas
del mundo será idéntico.
Mamá me quería hacer dormir,
se había acostado conmigo.
Dormí, ya
dormí, me dijo, que hace rato
yo estoy soñando con el mar.
En el invierno de Novolikonaevka
estos mismos ojos tan abiertos:
Ma, no veo tu sueño.
nube
Hace varios kilómetros voy
con la mirada en la ventanilla
la mochila sobre la falda
y sobre la mochila un libro
todavía cerrado.
Pasan patios desprolijos
un limonero con frutas
como otras veces
el almacén “La Simbólica”
y el cartel del “Pool Clau”
en una pared de ladrillo.
Por costumbre miro, sin embargo
mi pensamiento anda lejos.
Las manos quietas
incómodas, sostienen el libro
como si fuesen ajenas.
En el asiento de al lado
un hombre canta corazón de madera
tu has jugado conmigo.
Pasamos el puente, un camión
la estación de servicio.
Hasta que al fin
se hace lugar una idea:
hay una nube
naranja y gris sobre los árboles
una nube pesadísima que empieza
en la iglesia de los mormones
y sigue más allá de la autopista.
En esta combi ezeiza–liniers
eso es la belleza.
El hombre cambia de canción
y yo pienso en llamarte.
Ojala pudiera
contarte en un mensaje breve
lo que veo esta vez
que no viniste.
Pero dejo las manos en el libro.
No sé por qué
si de tantos viajes juntas
alcanzaría con decir: nube naranja
y gris hacia la izquierda
y una canción que dice…
diminutivos
Bolsas, paquetes, señoras
señores, gallinas
comida, un perro y un nene
durmiendo
nosotros. Todo amontonado
yendo de un pueblo
al que sigue.
Adelante hay dos
que miran el paisaje
sombrero con sombrero.
El, con voz de niño o de anciano
le presenta cada animal, cada planta
como si la mujer hasta hoy
no hubiera salido del pueblo.
Apunta con el dedo
y va uniendo las cosas que pasan
con su diminutivo.
El silencio de ella, muy largo
me hace pensar que tal vez
conoce el camino
y se calla.
Semejante ternura
loca o senil, le merece respeto.
A mitad de la mañana
y la chatura del viaje
aparecen unas cuantas vicuñas.
Ahora el silencio
a él no le alcanza, se olvida
de la mujer, se da vuelta
y grita: ¡Amigo! ¡Mire!
¡Mire las vicuñitas!
A los del fondo les grita
pero nadie se siente interpelado
en este micro viejo.
La ternura del hombre
suena sola, destemplada
y al rato desaparece
entre los ruidos
de los otros pasajeros
y las piedras de la ruta
golpeando contra el chasis.
Sala de espera
¡Ah!, me dice. A éste
no se le entiende. Se ampara
en que la poesía es…
y no le sale la palabra
para explicar el disgusto.
Sentado en frente un chico
con auriculares y ortodoncia
fija la mirada en el vacío
y yo acierto: ¿polisémica?, digo.
¡Eso!, afirma mi amigo burlón
alguien que lo escuche pensaría
que sus poemas
hablan de una sola cosa.
Una señora
desordena el revistero.
Nosotros no, leemos juntos
un libro que trajimos
y él me habla
como si yo también
estuviese en el negocio.
Nuestro programa es insólito:
vivimos a cientos de kilómetros
y hoy estamos conversando
en la sala del dentista.
Es que él es viejo
y a su edad sería de mal agüero
suspender el turno
que se esperó muchos días.
Hace años escribió
de los turnos de agua, el agua
de acequia para regar la viña.
Los últimos versos dicen
cuando cierran la compuerta
se te acaba el mundo
y al llegar el silencio él
casi siempre se ríe.
Como esos
que en una sobremesa
hacen música golpeando
botellitas de gaseosa
así, cuando está mi amigo
en el patio de su casa
o en la sala del dentista,
todo alrededor
empieza a girar, sonar
tener sentido.
lejos
De pronto en ese lugar de la siesta
allá por el tendal o el lavadero
donde a esta hora se mueve solo ella
canta. No habrán sido tantas veces.
Las palabras antiguas e infantiles
y la voz de mujer grande
un hilito casi hablado
que con la música apenas se sostiene.
Siempre nos dijo: Sordos
como una tapia.
En esta casa no sabemos cantar.
Trabaja
cuando la casa está en silencio
sacude una sábana
dobla, marca el pliegue
los gestos que repite son más viejos
que ese pedacito de canción.
No se podría decir que está contenta.
Es otra cosa.
Yo en medio de la noche en la que leo
pienso en ella –la voz pobre de tan tímida-.
Nunca oyó cantar a su madre, dice el libro.
Pero tiene una boca dulce.
Y siento un golpe, un hueco
el tiempo yéndose.
Estoy lejos.
Mi mamá a veces canta.
vehículos
En su casa habla portugués, en la calle
y el trabajo en una lengua
que seguro es más lejana. ¿Será por eso
que siendo tan distintos
estamos hace horas conversando?
La infancia de mi primo
fue en un hotel de ruta, el mismo
escenario que la mía. A veces
le cuesta encontrar una palabra
y empieza una oración que yo completo
con gente, objetos, materiales.
Me cuenta que estuvo de nuevo
hace unos meses:
cuando vi el piso de laja
sentí que podía arrodillarme y pasar el día
como entonces. Cargar un camioncito
hacerlo rodar
sobre las piedras desiguales.
Despacio, para que no se caiga nada.
Me lo imagino ahí agachado,
un hombre grande, repitiendo con su juego
el andar de los camiones
en la realidad paralela de la ruta.
Y pienso que también
hay algo de eso en esta tarde:
los dos ocupados
con la carga de recuerdos
como de chicos, cuando el tiempo
no importaba. Hablando rápido
cada vez con menos eses, usando
interjecciones comunes más al sur.
caramelos
¿Para vos qué es lo primero
Emiliano? ¿tu recuerdo más antiguo…?
Para mí es la abuela de negro
sentada en la galería que da al mar.
Sí, un vestido que llegaba casi al piso
y en el medio una hilera
de botones claros.
Caramelos escondidos
siempre en el bolsillo
y escondida también la botellita de anís.
Era muy vieja, la abuela. ¿Vieja
como nosotros? No tanto.
Acá, cerca de los 80
conversan los más jóvenes
de los cinco hermanos. Juntos
hacen equilibrio en el recuerdo
como si anduviesen
sobre un tronquito de esos
que se tiran para cruzar un charco.
valijas
Nos dejan dormir,
dan pasos silenciosos
a nuestro alrededor
preparando las valijas,
el trabajoso inicio
de un viaje familiar
o el regreso
después de haber cumplido.
Una vez más
se levantaron sin dudar
y ahora mueven cosas
en plena madrugada.
El diálogo incesante
amortiguado se detiene
cada tanto en un acuerdo,
corren un cierre traban
las presillas.
No pueden evitar
que se oiga el ruido
del nylon con que envuelven
frascos y zapatos
para que el resto
del equipaje no se ensucie.
Uno de nosotros se queja
y se da vuelta
ovillándose en el sueño,
pero enseguida
una voz dice
dormí
es temprano todavía.
Insomnio
Soy yo la que no duerme
no sé
dónde poner los brazos
ni cómo respirar.
Camino hasta la puerta,
escucho cómo cruje
la casa en el crepúsculo.
Quiero saber
si ya se levantaron
si descubrieron
en medio de la noche
el accidente, si ocurrió,
si tengo alguna culpa.
Oigo una puerta,
la llave de luz o una hornalla
que se enciende
antes del día.
Será mi padre
que no duerme de tan triste,
prepara alguna cosa
y la toma
bajo la luz amarillenta.
Pero salgo
y no encuentro a nadie
que se mueva,
esa luz en la casa
es la mañana.
el sueño
De nuevo en casa
una corriente hace girar
la lámpara
que proyecta en la pared
casitas infantiles
bordadas en hilo negro,
igual que antes
avanza
ese pueblo luminoso
con sus casas indistintas
como visto desde un viaje.
Ellos duermen
en la otra habitación,
sé que mamá
sostiene todavía
el diario entre las manos.
Al pasar
apago el velador, la despierto
para que se quite
los anteojos
pero ella dice no,
solo cerré
los ojos un ratito
y vuelve al diario
como si nada más
hubiese parpadeado.
1899- El vestido
2
Se movía en la cocina
dsifrutando a su manera
la mañana
y el cuerpo descansado.
Afuera
el sol caía puro y sin calor
sobre las piedras,
el pasto, los zanjones.
Cuando el fuego comenzó
a trepar por su vestido
no recordó
que estaba sola.
Casi nunca
comentan los detalles:
el humo
detrás suyo por la puerta,
ella corriendo por el campo.
Prefieren repetir
que los hombres
como siempre estaban lejos
y hablan de las graves
definitivas consecuencias
de un descuido.
Manzana
Al gato le gusta esa manzana mordida,
pero no sabe si comerla o pedirle unos mimos.
Ronronea y ofrece la cabeza y el lomo
esperando caricias de una fruta.
Si tu gato que es sabio confunde
dos gustos tan dispares, por qué yo
con esta cabeza menos clara
no voy a confunfir lo dulce en el sexo
con lo dulce en el amor, y por que
no voy a sacar conclusiones
extrañas de esa equivocación.
PIEDRITA
Busco piedras lisas
para vos en la orilla del lago,
las busco con la vista
y estiro la mano hasta alcanzarlas
a través de la distancia
engañosa del agua.
De a ratos parece
que voy a descubrir el secreto
de la erosión y el moldeado:
las que necesito son verdes o esas
rojas que fueron ladrillos
o estas blancas de arcilla porosa,
piedritas iguales
a las que había cerca de casa.
Aparecen solas,
simples en su cama de arena
o en un montón variado, el borde
trabado bajo una roca grande.
A veces una lleva a otra, el color
empieza a repetirse
y no puedo detenerme
si no las alzo a todas, hago
movimientos rápidos
porque los dedos no toleran
la temperatura del agua,
pero sólo cuando la giro al sol
puedo saber si ésta
que brilla en mi palma
es la que buscaba,
una piedra tan lisa, tan plana
que pueda volar
desde tu mano chiquita,
rebotar una, dos, cinco veces
y volver a perderse
en el fondo del lago.
PIEDRITAS 2
Sólo ese día hizo calor,
el primero, después
se terminó el verano.
El lago brillaba
y nos sentamos a tirar piedritas
y a imaginar una vida nueva
en la que bastaría
con girar la cara
para que nos diera el sol.
Vos elegías las tuyas
cuidadosamente
y las arrojabas
con ese movimiento preciso
que me lleva siempre
directo a tu infancia.
Entonces, las veíamos saltar
dos, tres, cinco veces,
livianas, casi sin quebrar
la superficie del agua.
Yo, en cambio,
habituada a mi torpeza
dejaba que las mías cayeran
no importa dónde
que golpearan
lo mismo el agua o la tierra
como quien habla solamente
para decir estoy acá.
APRENDEMOS DE LOS PADRES
Él te acaba de explicar:
el único secreto es ir siempre
a la misma velocidad.
No sé ahora, pero puedo asegurar
que a esa edad no sentías miedo,
a alguien como vos el miedo
le lleva años
y muchas reflexiones.
Cambios, frenos, luces
ya sabemos, el hombre
crea máquinas complejas,
las maneja
pero si sólo se trata
de llegar de un punto a otro
para qué entretenernos
en ostentar habilidades.
Entonces, papá,
¡a la misma velocidad
hasta la tumba! le decís
y no porque te gusten
las frases grandilocuentes
pero acaban
de pasar el cementerio.
Los dos se ríen, él sigue
LA SEQUÍA. Isabel
Dice que su hermana se enfurece
si escucha que a alguien
le gusta el campo.
¡Le gusta el campo! ¡que se joda!
Que se joda como ese año las vacas
mugiendo de hambre toda la noche
como la gallina degollada
antes de tiempo, como nosotras
como papá, Angel y yo
usando palos de palanca
para levantar los animales
que se joda como esos palos
como los brazos
doloridos, como la lengua seca
de las vacas y el pasto muerto
como las mulas llevando el agua
y esos años de trabajo perdidos.
Dice que entiende
el enojo de su hermana,
ella en cambio era muy chica,
su primer recuerdo
son los insectos zumbando
en la penumbra de la casa
y afuera la noche
interrumpida por la queja
de los animales.
VELOCIDAD .Eduardo
Cuando yo vi esa foto
fue volver en el tiempo a escribir con tiza
mi nombre en esa puerta de chapa:
“Corredor de autos, Eduardo Gatica”. No sé
cómo pueden seguir
treinta años más tarde esas palabras azules
en una chapa oxidada. La puerta
me acuerdo, daba a una caldera
de entrada prohibida, calor y negrura.
En esta parte del mundo, tan lejos de casa
la foto de mi nombre con tiza
abre una pregunta.
Yo contesto que sí, soy el mismo.
El nombre es idéntico, la velocidad
me gusta igual que de chico.
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