Isabel Ángela Prieto González Bango (1 de marzo de 1833, Alcázar de San Juan, Ciudad Real, España — 28 de septiembre de 1876, Hamburgo, Alemania), mejor conocida como Isabel Prieto de Landázuri, fue una poetisa y dramaturga española, de nacionalidad mexicana, considerada como «una de las primeras mujeres en ingresar al canon literario de México en el siglo XIX», ya que en este país fue donde llevó a cabo la mayor parte de su legado literario.
Existen desacuerdos en cuanto al lugar de nacimiento de Isabel Prieto de Landázari; si bien la mayoría de las fuentes considera que nació en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, España en 1833, algunos escritores como el español Julio Cejador y Frauca determinaron que en realidad nació en la Ciudad de México. Inclusive, hay otras fuentes que aseguran que nació en 1828 en territorio español. Era hija del panameño Sotero Prieto Olasagarre (en ese entonces, Panamá estaba bajo el dominio español) y la española Isabel González Bango de la Puebla, siendo la mayor de once hermanos.
A sus cuatro años de edad, su familia se mudó a México en donde Isabel se dedicó a estudiar. Ahí aprendió varios idiomas que le permitieron desempeñarse como traductora de obras literarias notables. Tiempo después, viajó a Guadalajara, Jalisco, lugar en el cual desarrolló la mayor parte de sus obras literarias. Se sabe que colaboró con el escritor francés radicado en México Alfredo Bablot en el periódico El Federalista. En 1864, ante la Intervención Francesa en México, se trasladó a la ciudad estadounidense de San Francisco, California. Un año después, en 1865, regresó a México y contrajo matrimonio con su primo Pedro Landázuri Diez, un político notable de esa época, se fue a vivir al barrio de Tacubaya en la Ciudad de México.
En 1874, su esposo asumió el cargo de cónsul de México en Hamburgo así que Isabel se mudó con él y su hijo Jorge (Blanca enfermó y falleció en Veracruz al esperar el barco que los llevaría a Hamburgo; el tercero nació en 1875, una vez que ya se hallaba en Alemania) a territorio alemán. Murió en 1876 a causa de un infarto cerebral.
Poéticas de Isabel: familia, amistad, Dios y patria
Por Ma. Esther Gómez Loza
Universidad de Guadalajara, Mexico
Por Ma. Esther Gómez Loza
Universidad de Guadalajara, Mexico
Las poesías líricas de Isabel Prieto de Landázuri, como ya se había dicho, fueron recolectadas y publicadas por don José María Vigil siete años después de la muerte de la autora en un volumen que tituló Obras poéticas, el año de 1883. Isabel dedicó composiciones a sus padres, hermanas, amigos, esposo e hijos. En todas éstas se advierte la finura de sus impresiones. Pero, las que evidencian la agudeza de su sentir, son las que le inspiraron sus hijos. Queremos señalar que todos los fragmentos de poemas que veremos, serán tomados de la obra anteriormente señalada, por tal motivo tan sólo anotaremos el nombre de las composiciones así como la página o páginas en donde se encuentran. También respetaremos
la presentación y ortografía de los mismos en la fecha en que fueron publicados. Cabe mencionar que consideraremos sobre todo, la óptica del ensayista francés Georges Mounin, quien subraya la pertinencia de describir la situación que evoca el poema. En los siguientes versos, veremos la fraternal devoción de Isabel por dos de sus hermanas:
A mi querida hermana Julia
Pura cual la luz del cielo,
Fresca cual la fresca rosa,
Más risueña y más graciosa
Que un blando sueño de amor;
¿Qué pudiera yo decirte
De tu fiesta el grato día,
Cuando eres hermana mía
Ángel, ilusión y flor?
Julio 30 de 1861, (p. 75)
A mi amada hermana Clarisa
Cual talismán que en la fortuna varia,
Del dolor te defienda decidido,
Mi corazón te ofrece enternecido,
Esta humilde y modesta trinitaria.
De rocío una gota solitaria
Como gota de un llanto contenido,
Temblorosa en su cáliz se ha escondido...
Es la voz de mi férvida plegaria.
En esta hora solemne de tu vida,
Que ella te exprese, hermana, lo que siento
De contrarios afectos combatida;
Y recuerdo eternal de este momento,
Doquier, ¡ay! Que la suerte nos divida,
Te lleve de tu hermana un pensamiento.
Mayo 17 de 1866. (p. 103)
¿Por qué eligió Isabel una humildísima planta de jardín para dirigirse a su hermana? ¿Por la belleza única de sus flores? ¿Por la efímera existencia de éstas? La poeta ya es una señora casada. El contenido del soneto demuestra la diferencia psicológica entre la Isabel anterior y la mujer con los deberes del nuevo estado. Es evidente que es un día decisivo en la vida de su hermana Clarisa. ¿Matrimonio? Parece que sí. Hay en Isabel un deseo infinito porque su hermana no sufra. Claramente le manifiesta la ambivalencia de sus sentimientos, tan justificables en las hermanas ya casadas. Por un lado, la dicha de saber que su hermana se realizará como mujer, y por otro, el temor de que sufra.
Isabel dedicó varios poemas a sus amigos. Entre ellos a don José María Vigil, Esther Tapia de Castellanos. A Juan B. Híjar y Haro, poeta y médico, quien compartió con Pedro Landázuri y Pablo Jesús Villaseñor, la vicepresidencia del comité de La Alianza Literaria, le dedicó los siguientes versos:
(...) ¡Pura y santa amistad! Yo la bendigo,
Ella es en el desierto verde palma,
Puerto do se halla en el dolor abrigo,
Bálsamo dulce que las penas calma...
¡Oh! Tú sabes muy bien, mi buen amigo,
Que el amigo es el médico del alma.
(p.109)
El corazón del médico de cuerpos, era tan susceptible como el de Isabel al dolor físico y al moral. Empero, a ninguno de sus amigos les ofreció composiciones como al poeta guanajuatense conocido como El Tirteo de la Libertad. ¿Conocería personalmente la escritora a Juan Valle? Veamos ahora fragmentos del siguiente poema:
A MI EXCELENTE HERMANO JUAN VALLE
Hermano, es nuestra hora predilecta,
Derrama el sol su resplandor postrero,
Hace caer el viento pasagero
Las hojas que el otoño marchitó.
(...) En el cielo purísimo de Octubre
Alza la luna su serena frente,
Y atraviesa su luz blanca y doliente
El oscuro follaje del vergel.
(...) El azulado velo de la noche
Va envolviendo la tierra lentamente,
Y esmaltan este cielo transparente
Estrellas mil con blando resplandor.
(...)¡Cuántos cuadros distintos se presentan
En este sitio amado á mi memoria!
Página tierna y triste de mi historia,
Todo lo encuentra el corazón aquí.
(...) Entregada al encanto doloroso
De una dulce, letal melancolía,
Se goza cual la tuya el alma mía
Del campo en la tranquila soledad.
(...)Y en esta hora suave que pintara
Con tal dulzura tu sentido acento,
Ofrece cariñoso un pensamiento
A tu tierna amistad mi corazón.
13 de octubre de 1861 (pp.93-95)
Tan sólo a este poeta y a su esposo, Isabel les hizo composiciones así. Veamos cómodescribe la autora su contexto en el poema La paz:
Entre sangre y escombros y ruina,
Tropezando con míseros despojos,
Triste, cubriendo los llorosos ojos,
Se adelanta una blanca peregrina;
Al paso sin embargo que camina,
Brotan flores ahogando los abrojos,
Y un sol de fuego de reflejos rojos
Toma una luz purísima y divina.
Al llegar a mi patria los umbrales,
Viéndose recibida con anhelo:
‘En gozo eterno trocaré tus males
Dijo elevando su semblante al cielo;
Verteré sobre México a raudales
Con mi llanto de amor, dicha y consuelo’
Guadalajara, septiembre 14 de 1861 (p. 92)
En el primer cuarteto la autora plantea la situación que vivía nuestro país cuando ella escribió el poema. El adjetivo blanco, símbolo de la paz, pero peregrina, que en este caso funciona como sustantivo, indica lo transitorio o efímero de la tranquilidad social de aquella época. La lucha interna entre conservadores y liberales redujo al país a míseros despojos.
En el segundo cuarteto, al igual que en el anterior, las imágenes son muy plásticas, ya que los epítetos que utiliza, -llorosos ojos en el primero y reflejos rojos en éste- expresan cualidades perceptibles por los sentidos, es decir, son epítetos sensoriales. En este último cuarteto apreciamos realmente lo que sucede en los lugares a los cuales va llegado la paz, los sufrimientos se hacen a un lado porque el problema bélico se va alejando; por eso surgen las flores de la esperanza. Nos parece que “sol de fuego de reflejos rojos” simplemente es una metáfora de los campos de batalla que se transforma en una luz purísima y divina con el advenimiento de la paz. En los dos tercetos Isabel manifiesta que la blanca peregrina, transformaría los escombros y ruinas en eterno gozo, para el pueblo mexicano. Aspiración humana que refleja el amor que la autora sentía por la patria y sus semejantes. Sin embargo, la problemática siguió. Tiempo después, antes de que los franceses se apoderaran de la ciudad de Guadalajara, la familia Prieto González, al igual que Don José María, se trasladaron a la ciudad de San Francisco, California. A su regreso, en el año de 1865, Isabel contrajo matrimonio con Pedro Landázuri. Para Vigil, es en esta época, cuando la poeta entra de lleno al periodo más importante y serio de su existencia, ya que la maternidad le abrió horizontes, que ella, como ninguna otra supo describir. Así le cantó a su primogénito:
A mi hijo
¡Hijo! Prenda de amor santa y querida,
Encanto delicioso de mi vida,
Luz de mi corazón;
Déjame contemplarte en mi embeleso,
Acércate, mi bien dame otro beso...
¡Cuán dulces hijo son!
(...) Si ha sido muda para ti mi lira,
Es que el sublime afecto que me inspira
Inmenso, celestial,
Encuentra la palabra débil, fría...
¡Oh! No puede expresarse, vida mía,
El amor maternal.
¡Hijo!...¿En esa palabra no se encierra
La armonía más dulce de la tierra?
¡La del cielo también!
¡Hijo! A este nombre el corazón agita
Una emoción tan pura e infinita...
¡Ven a mis brazos, ven!
(...)Cuando tu padre sobre mí inclinado
Te contempla en mis brazos extasiado,
Y no vé más allá;
Mientras tú, sonriendo dulcemente,
Le diriges con labio balbuciente
Un armonioso ¡Pá!
Cuando tus brazos hacia él tendiendo,
Tus confusos acentos repitiendo
No le dejas partir,
Humedecerse su mirada veo,
Y una dicha tan pura en ella leo...
¡Hijo amar es vivir!
Duerme sobre mi seno reclinado,
Duerme mientras te arrullo, hijo adorado,
Con un canto de amor...
¿Te sonríes?...Sin duda entre tu sueño
Ves un ángel radioso y halagüeño,
Que te ofrece una flor.
No tiembles... Esa lágrima, hijo mío,
Que ha caído en tu frente, es el rocío
Puro del corazón;
No la arranca una pena imaginaria...
Esta lágrima al par que una plegaria
Es una bendición.
Septiembre 7 de 1876 (pp. 104-107)
Los fragmentos de este poema nos muestran el porque Don José María Vigil afirmó de manera contundente que la maternidad abrió a la poetisa horizontes ilimitados en la creación artística. Cautiva la descripción tan tierna que paso a paso va pintando las escenas de la vida familiar. Luego su hijo la inspiró así:
Antes de dormir, bien mío,
Cruza tus manitas blancas,
Y con tu voz de querube
Eleva a Dios tu plegaria.
La oración del inocente,
Serena e inmaculada
Sube más presto a los cielos
De su pureza en las alas.
(...) Vamos a orar, hijo mío,
Que ya a la oración te llama
El armonioso concierto
Que la natura levanta
Vamos a orar, Dios te escucha,
Rápida la noche avanza,
Y para llevarla al cielo,
Tu ángel tu oración aguarda.
-Madre, el niño le contesta,
Después de una corta pausa,
Mientras con sus dos bracitos
El materno cuello enlaza.
Tú quieres que con Dios hable
Y Dios a mí no me habla,
Y pues que no me responde,
Es que no oye mis palabras.
(...)Dios te habla siempre, alma mía,
Do quier su voz soberana,
A tu oración respondiendo
Se escucha elocuente y clara,
En el sol que te calienta,
En las sonrisas del alba,
En el aire que respiras,
En los goces de tu infancia,
En los besos cariñosos
Del padre que te idolatra,
Y en el amor infinito
Que mi corazón te guarda.
(...) Cuando te digo: hijo mío,
Sé bueno, al prójimo ama,
Socorre al necesitado,
Piadoso los males calma,
Dios por mi labio, alma mía,
Estos preceptos te manda,
Que por la voz de una madre
Dios siempre a los hijos habla...
(...) El rubio niño repite:
-Dios mío, yo te doy gracias,
Porque de ti todo bien
Y toda dicha dimanan,
Hazme bueno y obediente
Y perdóname mis faltas.
Y antes que me entregue al sueño,
Que ya mis ojos empaña,
Tu bendición, Dios piadoso,
Que del mal defiende y salva,
En los besos de mi madre
Sobre mi frente derrama.
Al terminar débilmente,
Estas últimas palabras
En los maternales brazos
Dormido el niño resbala.
El ángel custodio entonces
El blanco lienzo separa,
Y contemplando a la madre,
Que sobre el hijo inclinado,
Su dulce y tranquilo sueño
Con débil canto arrullaba,
Sobre el cariñoso grupo
Tendió las diáfanas alas;
Y de los labios del niño
Recogiendo la plegaria,
Cuyos últimos acentos
Aún indecisos vibraban,
Alzando el vuelo murmura
Con voz apacible y blanda;
-“Voy a llevar a los cielos
Tu oración inmaculada;
Pero me alejo tranquilo
Pues que tu madre te guarda”.
La plegaria, (pp.221-226)
El poema está integrado de ochenta versos de arte menor. Los anteriores son una muestra del carácter que la maternidad le inspiró a su producción artística. Atinadamente Vigil señaló que al fundirse en el corazón de la madre el ingenio de la poetisa se produjo una síntesis de tal magnitud que ya nadie pudo rivalizar en el cultivo de este tema: el sentimiento materno.
En este tierno y delicado diálogo entre una madre y su hijo en relación con el Creador, la escritora invita a su pequeño a que dirija al cielo su plegaria nocturna. Con palabras precisas ella le indica cómo debe orar; y con una psicología muy infantil, el niño le contesta que Dios no lo oye. El corazón de Isabel se refleja en las repuestas que le da. Al primogénito no le quedan dudas. Su madre satisface plenamente sus interrogantes: Dios está presente en el Sol, en el alba y en aire. Es decir, en lo que el niño puede apreciar a través de sus sentidos en la vida cotidiana. Los preceptos que normaron la existencia de Isabel, los transmite a su hijo.
La escena es contemplada por el ángel custodio del pequeño, el cual, al recoger la plegaria de éste para llevarla al cielo, se va muy tranquilo porque sabe que el otro ángel que lo substituye con el nombre de madre en el cuidado del niño en la Tierra, lo protegerá con el celo más grande del mundo.
Veamos una muestra más de la forma que la poeta educaba a su hijo:
La vuelta de las golondrinas
-Madre querida,
Madre del alma,
A la ventana ven del jardín;
Ven paso a paso,
No hagas ruido...
-¿Qué quieres, mi ángel, mi serafín?
-¡Si adivinaras
Lo que yo he visto!
Dí, madre mía, dime lo que es.
-¿Será esa rosa
Fresca y lozana
Que del follaje miro al través?
(...)-No, madre, mira,
Vuelve los ojos
A esa columna que oculta está
Tras fresco manto
De verde yedra...
¡Las golondrinas han vuelto ya!
(...)Cómo gorjean...
Madre, ¿Qué dicen?
-A Dios alaban cantando así,
Le dan las gracias
Del limpio cielo,
Del sol que encuentran de nuevo aquí.
(...) De nuevo miran
Su patria bella,
Su blanda cuna, su caro hogar,
Do entre las ramas,
De los jazmines
Su alba primera vieron brillar.
¡La patria! ¿Sabes,
Luz de mis ojos,
Lo que es la Patria? ¿Lo sabes bien?
-Sí, madre mía
Guadalajara
La que tú llamas florido edén.
-Hijo, la patria
Es el santuario
Do guarda intactas al corazón
Esas reliquias
De los recuerdos
Que siempre al alma tan dulces son.
Allí do vimos
La luz primera;
Do nuestra infancia feliz pasó.
Donde aún resuena
El tierno arrullo
Que nuestra cuna blanda meció.
Donde el follaje
Del cementerio
Sombra a sepulcros amados da;
Y en cada rosa
Que orna la piedra
Envuelta en llanto nuestra alma está.
-No llores, madre...
-Las golondrinas
Por eso vuelan, mi bien, aquí.
Esta es su patria...
-Si la dejaron, es que no la aman...
-No hables así.
(...) Buscando ansiosas
Auras más tibias,
Flores, verdura, luz y color.
Dejan su patria
Las dulces aves,
El nido dejan abrigador.
(...) Madre, si parten
Las golondrinas
Buscando ansiosas luz y calor,
Es que no tienen
Cual yo una madre.
Es que no tienen cual yo tu amor.
Ellas adoran
La primavera,
Van a buscarla lejos de aquí;
Mas yo la encuentro
Siempre en tus brazos...
Tu amor es madre, sol para mí.
Vuelan en tanto
Las golondrinas
Atravesando todo el vergel;
Y se detienen
Sobre el ramaje
Que al grupo forma verde dosel.
Y alzan su canto
Vivo y sonoro,
Con el que mezclan en blando son
Él su argentina
Risa inocente
Y ella un suspiro del corazón.
Tacubaya, febrero de 1872 (pp. 184-188)
La intención de la autora es obvia: inculcar en su hijo los principios que a ella le enseñaron en el hogar. El talento privilegiado que tenía Isabel le permitió aprovechar los acontecimientos cotidianos para educar a su primogénito.
Cuando Pedro Landázuri fue electo diputado por Jalisco al Congreso de la Unión –año de 1869- el matrimonio se trasladó a la capital de la República. Fue entonces, a decir de Armando de María y Campos cuando los señores Landázuri se instalaron en Tacubaya.
Él concurría al Congreso y ella escribía versos, los cuales le recitaban públicamente en la “Bohemia Literaria”, en la “Sociedad Netzahualcóyotl” y el “Liceo Hidalgo”. Contradiciendo la postura de Don Alfonso Reyes, quien afirmaba que los versos de Isabel eran “(...)para ser pensados, leídos en silencio, que no para ser recitados.”
La joven generación literaria que tiene a Ignacio M. Altamirano por capitán, mima y agasaja a Isabel.
En 1874 el esposo de la poetisa fue nombrado cónsul de la República de Hamburgo. Allá recibieron una gran noticia: La Alianza Literaria, revista de Guadalajara, nombró a la poeta socia de mérito. Al respecto, Armando de María y Campos presenta la carta con que Isabel agradeció la designación mencionada:
“Vivamente y con toda mi alma he agradecido a ustedes el nombramiento de socia de mérito, corresponsal de la Alianza, con que han tenido la amabilidad de honrarme; esa manifestación de que en mi patria, tan amada y tan sentida, hay personas que se acuerdan de mí, me ha enternecido profundamente. Y luego, esas hermosas composiciones que dejan entrever, al través de su sentimiento, su fluidez y su belleza, el radioso sol y limpio cielo de mi Guadalajara querida, me han hecho venir las lágrimas a los ojos; dulces ecos de la patria ausente han llegado armoniosos y embelesadores a mi corazón, que tanto suspira por ella”.
El estudio de don José María Vigil destaca el infatigable interés de la escritora por el estudio. Postrada en su lecho de muerte, víctima de un tumor en el pecho, Isabel presintió su próximo fin y tuvo un solo anhelo: reposar para siempre en tierra mexicana. Así lo manifiesta en las últimas estrofas de su poema “Tristeza”, que dedicó a su marido. En cada uno de estos versos se advierte la profunda nostalgia y la dolorosa preocupación que embargaba el alma de Isabel al intuir su muerte.
Tal vez cercana al fin de mi existencia,
Que en medio de agudísimos dolores
Ha ornado Dios con las benditas flores
Que solo los afectos pueden dar;
No quiero que este cielo nebuloso
De abrigo sirva á mi mansión postrera;
En esta tierra helada y extranjera
No quiero el sueño eterno reposar.
Quiero que me transporten algún día,
Aunque se encuentre por mi mal distante,
A ese rincón de tierra que anhelante
Do quiera el alma en sus ensueños ve.
Quiero dormir en el modesto asilo,
Bajo la misma funeraria losa
En que su sueño postrimer reposa
El padre que en la tierra idolatré.
Reyes, op. cit., p. 259.
De María y Campos, “El drama en la vida y en la obra de Isabel Prieto de Landázuri”. Un lirio entre zarzas. 1964, p. 24.
De María y Campos, “El drama en la vida y en la obra de Isabel Prieto de Landázuri”. Un lirio entre zarzas. 1964, p. 24.
“Tristeza” pp. 315-316
Cabe destacar la profunda inclinación que Isabel manifestó en sus versos por don Sotero.
Tras el deceso de la poeta, el mundo literario de nuestro país se llenó de dolor. Hay testimonios en la prensa. En el número 456 de Juan Panadero, don Alberto Santoscoy, ilustre jalisciense, le escribió sentidas quintillas.
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