Sei Shōnagon, dibujo de Kikuchi Yōsai.
Sei Shōnagon
Sei Shōnagon (清少納言?) (c. 968 - entre 1000 y 10251 ), fue una escritora japonesa que vivió en el siglo X, durante la Era Heian, conocida por su diario 'Makura no Sōshi' ("El libro de la almohada").
Su vida es poco conocida. Se discute cuál era su nombre real, aunque la opinión más extendida es que se llamó Kiyohara Akiko. Su sobrenombre está formado por la combinación de un título protocolario ("Shōnagon", tercer subsecretario de Estado) y un apellido familiar ("Sei" es la pronunciación china del carácter con que se escribe la primera parte del apellido de la autora, "Kiyohara", que significa "campo puro").
Era hija del poeta Kiyohara no Motosuke. Gracias a la destacada situación de su padre, logró convertirse en dama de compañía de la emperatriz consorte Fujiwara no Sadako, esposa predilecta del emperador Ichijō.2 Presumiblemente se casó o convivió con Tachibana no Norimitsu, con el que tuvo un hijo, Tachibana no Norinaga. También se desposó con Fujiwara no Muneyo y de esta unión tuvo una hija, Koma no Myobu. [cita requerida] Por otra parte, se le atribuyeron numerosos amantes.
A la muerte de la emperatriz consorte, Sei Shonagon permaneció entre siete y diez años aún en la corte y, posteriormente, se ordenó religiosa. Hay varias mentiras circulando sobre su vida, por ejemplo, de la antigua edición de Wikipedia;
La leyenda popular afirma que se cayó desde un barranco, aunque según una conversación que copio Dama Shigei Sha entre Murasaki Shikibu y Narimasa, Sei murió en el parto de su tercer hijo, fruto de la violación de alguno de sus tres violadores (amigo del Emperador Ichijo, Kiyosaki no Yutome o el desconocido poeta chino)
Esta información no es tan solo falsa, sino que también denota que quién lo hizo ha leído el diario de la dama ( El libro de la almohada), ya que si nombra a personajes como Dama Shigei Sha y Narimasa, pero Kiyosaki no Yutome jamás ha sido nombrado en su diario, ni hay información alguna de él.
También, en la antigua edición se hablaba de posibles abusos en vida a Sei, cosa que es mentira. Según la antigua edición de Wikipedia: Según se puede interpretar en su diario, fue abusada por un amigo del Emperador Ichijo, quedando gravemente herida ( desgarro vulvar). También existe la hipótesis, fomentada por Dama Ukon no Naishi, de que fuese abusada por Kiyosaki no Yutome( encontrado en un diario en reconstrucción por su antigüedad) y un poeta de origen chino, referido como " El amante de los bambúes"
De nuevo, es mentira, y confirma la teoría de que quién lo editó leyó su diario, pues es cierto que el Emperador Ichijo como tal existió, y Dama Ukon no Naishi es un personaje nombrado en su diario. Además, " El amante de los bambúes", a quién el antiguo editor asocia con el inexistente poeta chino, es en realidad Wang Hui-chih (388), según se menciona en el libro de relatos Chin Shu, a quién Shōnagon alude en la página 187 de su diario.
Dije: "Oh, así que se trata de este caballero" ( Wang Hui-Chih se refería al bambú como "este caballero", de allí su apodo de "El amante de los bambúes). Por ende, Kiyosaki no Yutome no existió, y el poeta chino del que la antigua edición hablaba tampoco.
Hasta el final de su vida vivió errante, manteniéndose gracias a las limosnas, entre la isla de Shikoku y los alrededores de la capital.
Sei Shōnagon, en el Hyakunin Isshu.
Su obra más importante, Makura no Sōshi ("El libro de la almohada"), era su diario personal, el cual era costumbre que se guardara bajo la cabecera de la cama (de ahí el nombre). El libro de la almohada está compuesto por una serie de listas en las que la autora enumera elementos de la realidad cotidiana, como por ejemplo, cosas que emocionan, cosas que producen una sensación de suciedad, cosas que no pueden compararse, etc. Jorge Luis Borges seleccionó, anotó y tradujo esta obra con ayuda de María Kodama.
Además del Makura no Sōshi, compuso la colección de poemas Sei Shonagon-shu. Es, también, una de las poetisas que parecen en el Ogura Hyakunin Isshu, juego de cartas tradicional en el que son fundamentales la memoria y los conocimientos poéticos de los participantes.
Aunque imitéis el canto
aunque imitéis el canto
del gallo a media noche,
no podréis engañar al centinela,
y nadie abrirá en Osaka
la barrera del Monte del Encuentro
Sei Shônagon, incluido en Cien poetas, cien poemas. Hyakunin Isshu (Antología de poesía clásica japonesa) (Ediciones Hiperión, Madrid, 2004, trad. de José María Bermejo y Teresa Herrero).
Sei Shônagon, era un apodo, su nombre lo desconocemos, era hija del poeta Motosuke y se desempeñaba como dama de la corte de la emperatriz Sadako, se casó varias veces y cuando la emperatriz murió, permaneció entre siete y diez años aún en la corte y, posteriormente, se ordenó religiosa budista. Hasta el final de su vida vivió errante, manteniéndose gracias a las limosnas.
Bajo el título de "El libro de la almohada" -"Makura no soshi"-, escrito en el año 996, Sei Shonagon retrató la vida palaciega, mediante distintos géneros literarios, en anotaciones y pequeños cuentos que ilustran sobre la sensibilidad japonesa. Breves reflexiones sobre aspectos de su vida que escribía unas pocas líneas cada día, al final de la jornada, justo antes de dormir.
Su obra, como género literario - zuihitso o “miscelánea” - tuvo amplia raigambre posterior en Japón. Encontramos allí numerosas impresiones personales y poéticas, referidas especialmente al cambio de estación y a todo tipo de apreciaciones estéticas.
En sus escritos es muy potente la presencia de la naturaleza, Su texto está plagado de anotaciones sobre la floración, el tiempo, la belleza o rareza del entorno natural. También sobre las mutaciones inesperadas y repentinas de esa naturaleza que observa, de las que aprende, y que pone en relación con sus estados anímicos y con su propio yo.
"En el tercer día del tercer mes, me agrada ver el sol que brilla sereno en el cielo de primavera, afirma en un momento dado. Es entonces cuando florecen los duraznos. ¡Qué espectáculo nos brindan!".
Por otra parte, la vista del amante se reseña en el libro con una habitualidad que nada tiene que envidiar a la pasión francesa por los escarceos amorosos. No en vano Sei Shonagon apunta: "Cuando trato de imaginar cómo puede ser la vida de esas mujeres que se quedan en casa, atendiendo fielmente a sus maridos, sin vísperas de nada, y que a pesar de todo se creen felices, me lleno de desprecio".
Dada su experiencia en asuntos galantes, la autora hace algunas reflexiones muy jugosas:
"En verdad, el amor que se siente por un hombre depende en buena parte de sus despedidas. Cuando salta de la cama, va de un lado para otro, se ajusta la faja del pantalón, levanta las mangas de su capa de corte, o de su traje de caza, se mete sus pertenencias entre su ropa y asegura su faja exterior, una ya empieza a odiarlo".
"El libro de la almohada" abunda en listados de cosas "agradables" o "elegantes" o "inconvenientes", y trasluce lo importante que era en la Corte el conocimiento de poemas chinos, sobre cuya correcta memorización se llegan a realizar encarnizados concursos.
Lo más brillante del libro es la narración de los supuestos retos que el Emperador de China hizo al Emperador de Japón. En cierta ocasión, mandó un leño redondo, lustroso y hermosamente trabajado, de unos dos pies de largo y preguntó: ¿Cuál es la base y cuál es la parte superior? Como no era posible saberlo a simple vista, se consultó a un anciano. Éste recomendó ponerlo en la corriente de un río, de modo que la parte que quedara río abajo, la más ligera, sería la superior.
Además del Makura no Sōshi, compuso la colección de poemas Sei Shonagon-shu. Es, también, una de las poetisas del Ogura Hyakunin Isshu, juego de cartas tradicional en el que son fundamentales la memoria y los conocimientos poéticos de los participantes.
Jorge Luis Borges seleccionó, anotó y tradujo la obra con ayuda de María Kodama.
Octavio Paz, admirado ante la belleza y la transparencia de su prosa, descubre en ella un mundo milagrosamente suspendido en sí mismo, cercano y remoto a un tiempo, como encerrado en una esfera de cristal.
Anochece
Anochece y apenas puedo seguir escribiendo. Sin embargo, me gustaría dejar terminadas mis notas por completo, haciendo un último esfuerzo.
Escribí estos apuntes sobre todo lo que vi y sentí, en mi habitación, pensando que no iban a ser conocidas por nadie. Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso peligrosas a otros; por eso he tenido cuidado en no divulgarlas. Pero ahora me doy cuenta de que, así como inevitablemente brotan las lágrimas, según dice el poema, del mismo modo estas notas dejarán de pertenecerme.
Un día, el ministro del Centro entregó a la Emperatriz una pila de cuadernos. La Emperatriz me preguntó:"
¿Qué se podría escribir en ellos? El Emperador ya está redactando los Anales de Historia". Entonces yo le contesté: "Si fueran míos, los usaría como almohada". La Emperatriz me dijo: "Entonces, quédatelos", y me los dio.
Comencé a llenarlos con el relato de rarezas sobre hechos del pasado y toda clase de asuntos. Llené una enorme cantidad de hojas. En mis notas hay muchas cosas incomprensibles. Si hubiera elegido temas que las demás personas consideran interesantes o espléndidos, o si hubiera escrito poemas sobre árboles, plantas, pájaros o insectos, los otros podrían juzgar mis escritos, tendrían derecho a afirmar "conocemos sus sentimientos". En otras palabras, la crítica sería admisible.
Pero mis notas no son de esta clase. Escribí para mi propio entretenimiento, y apunté únicamente lo que sentía.
Nunca esperé recibir, sobre estos escritos casuales, comentarios tan importantes como los que se dedican a notables libros de nuestro tiempo. Me sorprendo cuando escucho cómo los lectores aseguran que se sienten apabullados ante mi trabajo. Pero es natural que actúen así: conozco la mentalidad de aquéllos que hablan bien de lo que detestan, y critican lo que les gusta. Por eso todavía lamento que hayan leído mi libro.
Sei Shonagon, con un lenguaje refinado, a veces cínico e incluso pueril, nos devuelve siempre un incisivo retrato del modo de vida y las costumbres japonesas de su tiempo. Abundan las enumeraciones de cosas:
Cosas que emocionan
Pichones de gorrión.
Pasar por un lugar donde juegan niños de pecho.
Ver un espejo extranjero con su luna manchada.
Una persona de alta condición detiene su carroza, y ordena a su sirviente que solicite una cita.
Encender un incienso muy bueno, y acostarme sola.
Lavarme el cabello, maquillarme y vestir ropas perfumadas.
En este caso me siento feliz y noble, aun cuando nadie me observe.
Una noche que espero a mi amante, al escuchar el ruido de la lluvia en mi puerta y el golpeteo del viento,
sin motivo y de repente me sobresalto.
Cosas odiosas
Tengo prisa y mi visitante me impide partir al quedarse charlando. Si es alguien sin importancia, me desembarazo de él diciendo: "Me hablará de eso la próxima vez", pero si es de esas visitas que merecen mi mayor cortesía, la situación se torna verdaderamente odiosa.
Encuentro un cabello pegado al suzuri (piedra en que se frota la barra de tinta, y se moja el pincel) en el que estoy frotando mi sumi (barra de tinta) o arena depositada en éste, la cual produce un ruido desagradable, chirriante.
Un hombre sin ningún encanto especial discute sobre toda suerte de temas al azar, como si lo supiera todo.
Odio el espectáculo de los hombres borrachos que gritan, se meten los dedos en la boca, se mesan las barbas, y pasan el vino a sus vecinos gritando "Toma otro poco, bebe". Y tiemblan, sacuden sus cabezas, desfiguran sus caras, y gesticulan como niños que cantaran "Vamos a ver al gobernador". Vi cómo personas bien nacidas se comportaban de este modo y me repugnó.
Envidiar, compadecerse de la propia suerte, hablar de los otros, mostrarse inquisitivos por los asuntos más triviales, ofenderse, insultar sin motivo, o en caso de haber estado sonsacando información sobre cierto hecho, divulgarla después del modo más detallado a otros, como si se hubiera sabido todo desde el principio. Odioso.
Alguien nos va a contar alguna novedad interesante, y un bebé empieza a llorar.
Una bandada de cuervos vuela en círculos con estridentes graznidos.
Un admirador llega en visita clandestina, el perro lo avista y ladra. Una desearía matar al animal.
He cometido la locura de invitar a un hombre a pasar la noche en un lugar poco conveniente, y comienza a roncar.
Un caballero nos visita en secreto, y si bien lleva un eboshi (sombrero de la época, levantado y angosto), recela que alguien pueda reconocerlo, tan aturdido está que al retirarse golpea contra algo con su sombrero.
Realmente odioso. Igualmente irritante es que al levantar la celosía que cuelga a la entrada de la habitación, la deje caer produciendo un fuerte ruido. Y tanto peor cuando es pesada y el estruendo es mayor. Descuidos como éstos no merecen perdón. Si se levantan con delicadeza las cortinas, al entrar o salir, no ha de producirse el más mínimo ruido. Pero, si nuestros movimientos son rudos, hasta las puertas de papel se torcerían y chirriarían. Hay que levantarlas apenas y empujarlas de modo que se deslicen silenciosamente.
Me he acostado y estoy por adormecerme, cuando se presenta un mosquito, con estridente zumbido. Y hasta me parece sentir la corriente que levanta con sus alas. Aún sabiendo que es un ser insignificante, lo encuentro detestable.
Un caballero que va solo en su carruaje para ir a una procesión o algún otro evento. ¿Qué clase de hombre es? Aun sin ser un individuo de rango muy alto, bien podría llevar a algunos muchachos ansiosos por asistir al mismo espectáculo. Pero no, se instala solo –pues puedo distinguir su silueta a través de las cortinas– con aire de ensimismamiento, y se reserva todas sus impresiones.
Un carruaje pasa rechinando. Me irrita pensar en sus ocupantes que no se percatan de eso. Si yo viajara en un carruaje ruidoso, detestaría no sólo el carruaje sino también a su dueño.
Estoy escuchando absorta un relato, y de pronto alguien se entromete intentando probar que es la única persona ingeniosa de la reunión. Aborrecible persona. Como lo son también quienes, niños o adultos, intentan adelantarse dando empujones.
Estoy contando una historia sobre los tiempos antiguos, y alguien me interrumpe para agregar un detalle que casualmente conoce, el cual da a entender que mi versión es inexacta. Abominable proceder.
Algunos niños han venido de visita a mi casa. Los mimo y les doy juguetes para que se distraigan. Los niños se acostumbran a este trato y comienzan a venir regularmente, y sin pedir permiso entran en mi habitación y desparraman mis accesorios y objetos. Detestable.
Cierto caballero a quien no deseamos ver nos visita en casa o en palacio, y simulamos dormir. Pero una sirvienta viene a avisarnos y para despertarnos nos sacude, con una mirada de reproche por nuestra pereza. Sumamente odioso.
Un novato se pone a la cabeza de un grupo, y con mirada vivaz, establece la norma e impone su parecer sobre todos. Aborrecible.
El hombre con quien estoy viviendo una aventura alaba a otra mujer. Incluso si se trata de una relación del pasado, es desagradable. Cuánto más si todavía la sigue viendo. Aunque a veces creo que no es tan desagradable.
Una persona que se desea salud a sí misma después de estornudar. En verdad abomino de todo aquel que estornuda, excepto si es el dueño de casa.
Las moscas también son odiosas. Cuando vuelan cerca de nuestras ropas, parecieran estar agitándolas.
El ladrido de los perros cuando es prolongado y a coro es de mal agüero y odioso.
Y cómo detesto a los maridos de las nodrizas. No tanto si la criatura que cuida es una niña, pues en este caso el hombre toma su distancia. Pero si es un varón, actúa como si fuera el padre, y sin permitir que el niño se aleje de su lado, insiste en controlarlo todo. Mira a los otros servidores de la casa como si fueran menos humanos, y si alguno intenta regañar al infante, lo desacredita ante el amo. A pesar de su conducta ignominiosa, nadie se atreve a acusarlo, de manera que camina a grandes zancadas por la casa, con un aire engreído y vanidoso, dando órdenes a todo el mundo.
Un hombre sin ningún encanto especial habla de modo afectado y adopta poses de elegante.
Cortesanas deseosas de estar al tanto de todo.
Muchas veces, sin motivo, alguien me desagrada, y tiempo después hace algo detestable.
Un amante que se retira en medio de la noche se vuelve para decirnos que olvidaba su abanico y papel.
"Los he puesto por algún lugar anoche", dice. Y, a pesar de la oscuridad total, camina a tientas por la habitación, golpeándose contra los muebles y rezongando. "Extraño. ¿Dónde diablos podrán estar?".
Hasta que por fin los encuentra. Se mete el papel en el pecho con crujido, y abre con brusquedad su abanico, aventándose con movimientos bruscos. Recién entonces se decide a partir. ¡Qué procederfalto de gracia! Odioso resulta un calificativo demasiado suave.
Igualmente insufrible es el hombre que, al irse en medio de la noche, se demora atando el cordón de su sombrero. Acción innecesaria, pues bien podría marcharse encasquetándose el sombrero sin amarrarlo.
¿Por qué pierde el tiempo arreglándose la capa? ¿Piensa acaso que alguien puede llegar a verlo a esas horas de la noche y criticarlo por no estar impecable?
Un buen amante se conducirá con elegancia tanto en la oscuridad como en cualquier otro momento. Se deslizará de la cama con una mirada de consternación. La mujer suplicándole: "Vete, amigo, está aclarando. Nadie debe verte aquí". El lanzará un hondo suspiro revelador de que la noche no ha sido suficientemente larga y que abandonar a su dama lo hace sufrir. Ya de pie, no se vestirá de inmediato, sino que acercándose a su amada, le susurrará todo lo que ha quedado sin decir durante la noche. Incluso ya vestido, se demorará ajustándose el cinturón con gestos lánguidos. Luego levantará la celosía y permanecerá con su dama de pie junto a la puerta, diciendo cuánto lamenta la llegada del día que los apartará, y huirá. Verlo partir en ese momento será para ella uno de sus más deliciosos recuerdos.
La elegancia de la despedida influye enormemente en el apego que tengamos por un caballero. Si salta de la cama, ronda por la habitación, se ajusta demasiado el cinto, se arremanga y se llena el pecho con sus pertenencias, asegurando enérgicamente su cinturón, comenzamos a odiarlo.
Cosas encantadoras
-Los objetos que se utilizan al jugar con muñecas de papel.
-Arrancar las hojas pequeñas de un loto que flota en el estanque.
-Las hojas de la malva pequeña son también deliciosas. Cualquier cosa, si es diminuta, resulta grata.
-El rostro de un niño dibujado en un melón.
-Un pequeño gorrión que viene saltando al imitar alguien el chillido de un ratón.
-También es delicioso cuando al atar a un gorrioncito con un hilo, sus padres le traen insectos o lombrices y se los entregan en el pico.
-Una niña a la que están cortando los cabellos como a una monja, de manera que los ojos quedan cubiertos, despeja su cara sin usar las manos, inclinando su cabeza a un costado pues quiere ver algo. Realmente encantador.
-Ver los tasukigake blancos y limpios de las niñas, ¡qué agradable sensación!
-Un paje de Palacio, todavía muy joven, camina con traje de ceremonia.
-Pollitos blancos con largas patas caminan de una manera graciosa; parecen vestidos con kimono demasiado cortos, pían muy fuerte, y van tras las personas o rodean a la gallina. Ver esto es sumamente grato.
-La flor de clavel silvestre.
Cosas sórdidas
El revés de un bordado.
El interior de la oreja de un gato.
Crías de ratón, todavía sin pelo, que salen retorciéndose de su guarida.
Las junturas de un abrigo de piel, que no han sido todavía cosidas.
La oscuridad en un lugar que da la sensación de no estar demasiado limpio.
Una mujer poco atractiva que cuida muchos niños.
Una mujer que enferma y permanece doliente durante largo tiempo. En el recuerdo de su amante, no especialmente devoto de ella, debe de parecer casi sórdida.
Personas que parecen sufrir
La nodriza que cuida a un bebé que llora de noche.
Un hombre que tiene relaciones con dos mujeres, y las ve disgustadas y mutuamente celosas.
Un exorcista, que tiene que habérselas con un espíritu obstinado, espera que sus encantamientos surtan efecto de inmediato, pero varias veces frustrado, debe perseverar, rogando que sus esfuerzos no acaben convirtiéndose en objeto de mofa.
Una mujer locamente amada por un hombre absurdamente celoso.
Los hombres poderosos que sirven en los primeros puestos, y cuya vida ha de ser tan placentera, nunca se ven tranquilos.
Las personas nerviosas.
En el último fragmento de sus escritos, dice:
"Aunque mis anotaciones son triviales y sin importancia, podían parecer malintencionadas e incluso peligrosas a otros, por eso he tenido cuidado en no divulgarlas”
El cineasta Peter Greenaway se inspiró en el Makura no Sōshi de Sei Shōnagon para la realización en versión libre de su película “The Pillow Book“, un film de carácter iniciático en el que Nagiko -narradora y protagonista- va contando su proceso de aprendizaje, simbolizado en el pasaje de ser soporte de escritura a convertirse ella misma en “pincel”; y que tiene, como etapas intermedias, el conocimiento del amor, de la muerte y de la venganza. Hacia la mitad de la película, se hace una cita del Makura no Sōshi que, en cierto modo, la resume: “Dos cosas no nos han de faltar: las delicias de la carne y las delicias de la literatura”
http://www.revistadeartes.com.ar/revistadeartes36/literatura_sei_shonagun.html
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