Mariana López
Mariana López nació en Buenos Aires en 1981. Es artista visual y poeta. En 1998 estudió pintura con Sergio Bazán, a través de una Beca de Antorchas. Estudió Artes y Letras en la UBA. Poesía con Arturo Carrera. Expuso de manera individual y colectiva en Buenos Aires, Rosario, Nueva York, San Pablo y Frankfurt. Participó de la edición 2011 de la Beca Kuitca.Poemas suyos fueron incluidos en el volumen Dysfyction II (Frankfurt, 2014) organizado por Mark Von Schlegell. Velorio y Velódromo es su primer libro publicado, Ediciones Vox, 2015)
Velorio y Velódromo de Mariana López
Ediciones VOX 2015/40 páginas
Ilustración de tapa: Carlos Herrera
Una nena prepara su muñeca para hacer un largo viaje. La peina, la viste con sus mejores ropas, improvisa un cinturón con un lazo, le calza unos zapatitos de plástico. Guarda otros vestidos y accesorios en una valija chica. Al momento de partir, deja la muñeca en la casa, abandonada para siempre.
En esta foto estoy disfrazada de bailarina, al lado está mi hermana. De chica quería ser bailarina pero en vez de bailar me la pasaba dibujando bailarinas y terminé siendo pintora. Mi hermana, que en ese momento quería ser princesa, ahora es música. En el pelo tenemos unas florcitas de tela que se compraban en la mercería, y nos encantaban.
el enano de Velázquez
Pero me levanto de la siesta y lo veo todo diferente.
Tengo la sensación de que el mundo está pintado.
El mundo no es real.
El mundo es hiperreal.
Chequeo mi correo en la computadora y las letras parecen hechas a mano, pero tratando de disimular, de copiar la tipografía impresa; algunas hasta tienen la tinta medio corrida. Mi ventana no es de vidrio transparente, es un lienzo donde está retratado mi jardín con su planta de oreja de elefante. Tomo una cucharita para revolver el café y puedo ver con claridad las pinceladas, cómo se arma el reflejo,
sensación,
mundo,
vidrio, lienzo,
jardín,
cucharita,
pincelada.
Japón, máquina, pulpo, langostino,
Corrientes, Dorrego,
Holanda, entrevista, pesadilla
Galerista, Japón, mundial
Florencia.
El miedo al abrir con la mano el ojo de mi padre mientras duerme la siesta.
1
A veces le digo algo a alguien y escucho el ruido de un trapo que se rompe.
Coincide con alguna frase, como ser: “ayer, al final, les conté de tu enfermedad”.
Entonces escucho el ruido de un trapo que se rompe.
Cuando me peleo con alguien no siento olor a quemado, ni se me pone la cara colorada, pero sí escucho el ruido de un trapo que se rompe.
Hay algo que me va a salir de adentro de la oreja.
Veo mi futuro reflejado en el picaporte de la puerta:
voy a estar leyendo en un bar, pelada.
Para evitarlo tengo que volcar en la cama tendida:
jugo de naranja,
tierra.
En la mesa del bar se cae una maceta,
queda la forma cilíndrica.
Apreté fuerte la tierra, me acordé de mi padre. Todavía latía, o era un terremoto muy suave, de grado bajo, como el que hubo esa vez que decidí no llamarte, y vos tampoco me llamaste, y no nos vimos más.
Cuando vuelan los pájaros arman la forma de otro animal:
seis gorriones arman un rinoceronte y
ocho gorriones arman un león y
mis pulmones son estuches de guitarra.
Es bailarín y tiene cáncer,
me lo contó en la primera cita.
Fue la primera cita más extraña de mi vida,
porque había de esas lucecitas que son como una nieve en los boliches.
Yo quería comprarme un colectivo
y atropellarlo para no tener más problemas.
El tiempo estaba suspendido como una nieve.
Un cáncer inoperable. Fuimos a un bar que ya conocíamos, que tenía todos los bancos de madera: llevamos un destornillador para tallar nuestras iniciales en todas partes. No nos habíamos besado todavía y ya estábamos tallando nuestros nombres en todas partes.
En la estación de las alergias hay que cambiarlo.
En le estación de la sandía hay que cambiarlo.
Cuando el murciélago hiberna hay que cambiarlo.
No hay un sentido,
sólo ese gesto que hacen las telas cuando
las traspasa el viento, que
no es ni un sí ni un no.
Vio a dos mendigos que dormían juntos en un colchón en la calle,
cada uno orientado hacia un lado como la figura de un naipe.
En la estación que en sentido figurado representa la vejez
como la caída, el ocaso,
esa transición entre la vida y la muerte,
hay que cambiarlo.
Entonces pensó “cuando me diagnostiquen las verrugas
me voy a vivir con ellos”.
2
A él sólo le importa mi cara.
Mete mi nariz en su boca,
mete su nariz en mi boca.
Del resto de mi cuerpo, nada.
Hay una fina línea de luz que se ve debajo de la puerta como un párpado.
Estoy sentada esperando a que salgas de la tomografía,
pendiente de lo que sucede al otro lado de la puerta: los pasos, los golpes,
el ruido del tomógrafo
es una pintura.
3
Preguntaste por mi árbol de quinotos
que da frutos
en invierno.
En los cuadros de Vermeer siempre hay una luz de día muy fuerte que viene de una ventana lateral. A pesar de esa luz, a las mujeres, que representa en sus tareas domésticas, se las ve aisladas, como encerradas. Vermeer borra todos los indicios que pudieran decir algo sobre la vida de quienes pinta. Este despojo les da más claridad a sus cuadros, pero también los vuelve más opacos. Su desconocimiento acerca del futuro o el pasado de las mujeres habla del presente, y es motivo suficiente para representarlo.
Ayer me fui a dormir angustiada. Tengo problemas y no los puedo resolver. Tengo la llave para resolverlos pero por momentos la tentación es muy grande, es como un molde oscuro en el que uno se aprisiona, y cabe perfectamente, acurrucado.
Mi sufrimiento es muy grande pero no se corresponde con la realidad.
Escuchaba a ese hombre en la calle gritando:
“Por favor, señora, ayúdeme, ayúdeme, señora, tengo frío.”
Eran las cuatro de la mañana cuando me despertó.
Los gritos parecían venir desde dentro de mi cabeza.
Había gente por la calle, seguramente les gritaba a ellos.
Debía ser alguien enfermo, que había llegado a un punto crítico, y pedía ayuda como un animal. Pedía no desde la conciencia, sino desde la pura necesidad, desde el instinto de sobrevivir.
“No me quiero morir, por favor, señora, ayúdeme”
.