Ángela Valle
Ángela Valle (nació en Comayagüela, el 7 de enero de 1927, falleció el 9 de mayo de 2003, Tegucigalpa), fue escritora, periodista y ensayista hondureña. En 1967 se la otorgó el Primer Premio Nacional de Poesía Juan Ramón Molina.
Sus padres fueron el señor Bernardo Valle Hernández y la señora Ana Leonor Cerrato Salgado. Sus tíos paternos, Rafael Heliodoro Valle y Hermenegildo Valle Hernández. Su padrino espiritual fue el escritor Luis Andrés Zuñiga.
Ángela, fue bautizada con el nombre de Etna María de los Ángeles Valle Cerrato. Pero en su juventud, y en honor a su abuela paterna (doña Ángela Hernández), adoptó el nombre de Ángela para presentarse ante el mundo intelectual con el seudónimo de Ángela Valle. Desde entonces, Ángela Valle escribió con su propia mano una página importante para la literatura hondureña y latinoamericana, asimismo, dio un aporte fundamental a la literatura hecha por mujeres.
Cargos
Redactora en Diario El Día, Honduras
Colaboradora de El Cronista, Honduras
Colaboradora en Diario La Prensa (Honduras).
Obras publicadas
Arpegios
Azahares
Inicial
La Celda Impropia
Las Flores de Mayo
Lúnulas (Premio Nacional de Poesía "Juan Ramón Molina")
Más allá de la Cruz
Nombre para un Soneto
Pajarera de Luz (obra elegíaca en memoria del ballet infantil costarricense, que en 1965 sufrió un fatal accidente en Honduras. Fallecieron 33 de las 50 personas que se conducían en el autobús.
Plaqueta de la Ausencia
Sirte
REVUELO
Mira que tu llegada
Me ha aturdido los pájaros del alma…
Que tu sola mirada
Causó revuelo a mis aves enlutadas…
Mi aletear insólito
Se ha dejado escuchar con tu presencia.
Mira que temblorosas
Buscan el nido y lloran al no hallarte.
Debes saber que han huido
Sacudidas por vientos inauditos
Las golondrinas de mis sueños, lejos
Desde que tu has venido.
Ven, encierra una a una
Con amorosa mano las bandadas
Que asustadizas vuelan
Y por la tarde de la vida anidan
Bajo tu alero, amor, y para siempre.
MEMORIA SAGRADA
Bendita sea tu madre. Nueve lunas
Llevo despacio a quien yo tanto beso.
Bendita porque Ens. Retuvo preso
Por un lapso precioso a quien hoy quiero.
De su paso cargado supo el alba
Y la noche de su agobiado sueño.
Ella fue de tu amor la mejor agua
Y yo soy con mi amor tu derrotero.
De la dulce mujer que te abrigara
Y diera sus pezones bien henchidos
A tu boca pueril, ansiosa y pura.
Yo amo el dulce recuerdo y la impoluta
Visión que su figura en ti ha erigido
Como una mariposa de alas blancas.
AFICIÓN
Sobre algún engramado de mi tierra
Hay una oncena popular jugando.
Uno de ellos es mio. Yo lo amo
Con todo lo mejor que mi alma encierra.
El, con su torso de apolínea estampa,
Hace girar veloz balón al viento,
Entrecierra los ojos con un gesto
Peculiar y muy propio. Yo lo quiero.
Ese es mi querer. El que detiene
La pelota sobre la portería.
Su cabello es rebelde. Flota inquieto.
Su agilidad se impone. Va y viene.
Yo estoy enamorada del portero,
El mas apuesto, el de los ojos verdes…
TUS MANOS PROLETARIAS
Tus manos adoradas que me han vuelto casta,
Llena de la pureza de las alas mas diáfanas,
Aromada del albo blancor que entre las sabanas
Se esconde y reposa silente en las almohadas.
Manos, morenas tuyas que afanosas trabajan
Y diseñan las líneas del mortero en las casas
Y dibujan los marcos de luz en las ventanas.
Esas manos tan fuertes que así me enamoran
Son las que sostendrán nuestros hijos mañana
Cuando por tus caricias en mi, más tarde nazcan
LAS CALLES SON LAS MISMAS
Las calles son las mismas, iguales los andenes,
Las paredes prosiguen su rutina, de guardia,
Sólo es diferente
El amor que se escapa de mi.
Las mismas las personas que nos rodean,
Iguales las horas y los días,
Y tan solo es distinto el saber que te amo.
Igual es mi ropaje y tu afán proletario
Al de todas las gentes que nos miraron siempre
Solo que hoy, el amor sobredora las cosas.
Y nos hace sentirnos como a dos escogidos,
Silenciosos al vernos, con las almas ardientes,
Abrasados de un fuego sin ascuas, que sonroja.
EL ARTESÓN
Ahora va el artesón. Pronto la casa
Tendrá tendidas vigas y culatas.
Ostentara orgullosa las soleras
Y abrigara bajo el alero pájaros.
Mi abuelo, proletario como tu, colocaba
Artesones. El supo del peso de las tablas,
Suspendió con sus bíceps fornidos las cumbreras
Y clavo con sus manos numerosas maderas...
Tú, mi amor, pones techos, abrigas los hogares
Eres, pues, en la magia del trabajo el masa alto,
Coronador de sueños y afanes con lo que haces.
Yo te quiero. Proclamo mi amor por ti en la tierra
como si enarbolara el mas noble estandarte
Que casa noble alguna ostentar pretendiera.
TU, ¿ERES EL OTRO?
¿Tú eres el otro? No. eres tú mismo.
A quien mi sangre no ha esperado en vano.
Y el mediodía de mi vida quiso
Hacerte sol lumínico en mi mano.
Tu eres el soñado hoy, y mañana.
El surco soy para tu amable grano.
El polen eres tú que se agiganta
Para sembrarse en mi, yo no se cuando…
¿Quién dice que eres el otro?
PRESENTACIÓN
¿En donde está mi amor? ¿Dónde trabaja?
Es el que va formando la argamasa:
La cal blanquísima, la arena, el agua
Se conjugan al golpe de su pala…
Es quien va ordenando a la plomada
Seguir la línea fiel, la guardarraya,
Aquel que adosa piedras y ladrillos
Y hace ángulos perfectos con la escuadra.
La gota que al nivel siempre hace falta
Se balancea bajo su mano, inquieta,
Y el va trazando horizontal perfecta…
Ese es mi amor, humilde y proletario.
El hace casas lindas como nidos
Y yo soy su mujer, su compañera…
HISTORIA NUESTRA
Tu eras un niño aún, yo te ignoraba.
Las calles ciudadanas te miraron
Crecer vendiendo diarios. La mañana
En tu vida no fue una sonrisa.
Tus pies se apresuraban diariamente
Y tus manos supieron del conteo
De las monedas de todas las gentes.
La ciudad absorbía tu voceo.
El frío tajante de noviembre abría
Tus carnes infantiles, poco a poco,
Con su sadismo innato y tú, inocente,
Soportabas la angustia y sonreías.
Tú eras niño aún. Yo te ignoraba.
Tú vendías los diarios con mis versos.
Como quien dice, tú vendías mis sueños
Y mi goteante sangre, sin saberlo.
Tú aprendiste en la escuela de la vida
Lo que jamás nos enseñan los libros
Y guardaste en tu alma ese tesoro
Del sentir que te habita y te hace bueno.
Té eras pequeño entonces. Yo escribía…
Escribía y soñaba y te esperaba
Sin saber que eras tú. Entre las espinas
Fui dejando el ropaje de mis cuitas.
Y hoy te llegas a mi fuerte y sincero,
Con tu mirar lumínico me encierras,
En un halo de dicha a ti me llevas,
Me traes la sonrisa, el sol, los sueños…
OH, PATRIA ESQUIVA
Con amorosa mano palpo tu cuerpo,
Oh, dulce Patria esquiva,
Tu estas amorosamente recostada
Sobre mi corazón y aviva tu amor
Mi canto solitario.
Patria esquiva. Dulce tierra nativa
Aromadora de mi lar. Dulcísimo.
Deja que te acaricie sobre el musgo
Y contemple tu forma contra el cielo
Única, agreste aun, oh Patria esquiva.
Te llamo entre la triste muchedumbre
Madrugadora, atroz, semisalvaje,
Hermanada al dolor y a la tortilla…
Entre el maizal
Y la peonada que el patrón humilla.
Te proclamo en la luz de las palabras,
En el trajín de tu gente sencilla
En los libros abiertos y en las aulas.
LAS CASAS DONDE YO HE VIVIDO
Las calles son las mismas, iguales los andenes,
Las paredes prosiguen su rutina, de guardia,
Sólo es diferente
El amor que se escapa de mi.
Las mismas las personas que nos rodean,
Iguales las horas y los días,
Y tan solo es distinto el saber que te amo.
Igual es mi ropaje y tu afán proletario
Al de todas las gentes que nos miraron siempre
Solo que hoy, el amor sobredora las cosas.
Y nos hace sentirnos como a dos escogidos,
Silenciosos al vernos, con las almas ardientes,
Abrasados de un fuego sin ascuas, que sonroja.
LA MUERTE DEL PICAPEDRERO
La mujer del picapedrero retorna ya del cementerio…
más encorvada todavía y vestida toda de negro,
cubierta desde la cabeza con lindo chal de terciopelo
que le dieron por caridad al ver su luto, en señal de duelo.
Cuando murió el marido anciano bajando una piedra del cerro
Algo se le rompió en el cuerpo, una hernia, un tumor o absceso;
¿y quién podría asegurarlo si no lo ha visto ningún medico?
Los hijos, hombres ya, los nietos, todas las nueras y bisnietos,
chicuelos éstos como otros muchos, ventrudos, menos carne que huesos,
hicieron grupo numeroso y fueron, tristes a traerlo…
Entonces, se llenó la casa de vecinos nuevos y viejos…
De señoras bien arregladas y muy compuestos caballeros.
de lavanderas y oficinistas, de estudiantes y obreros,
para rodear en el velorio a aquel inofensivo viejo…
Hasta el poeta recordó haberle hablado en algún momento
y envió, pues, a su mujer también, vestida de blanco y negro.
Yo estaba allí… La noche era de diciembre y ardían miríficos los luceros;
iba contigo, temblorosa, y muy unida a tu silencio.
Arriba, estaba el cielo clarísimo centelleante, como cubriéndonos,
y la casa de los dolientes en la propia falda del cerro…
Alguien había pensado de pronto en luz eléctrica para el muerto…
Otro surgió con una bandeja de pan y tazas de café negro…
Y en la esquina de la sala estaba tendido el picapedrero
en un cajón de pino humilde, sin vidrio, para no verle dentro.
Rodeado de flores hermosas, de parientes que lo sintieron
y comprendido por los vecinos ahora que ya estaba yerto,
él, un ciudadano humilde, pobre, tenaz, sencillo obrero,
que jamás pudo reunir bastante para techar su hogar con asbesto.
Su mujer, su fiel compañera, su viuda luce terciopelo,
Mas no porque lo haya comprado, porque por lastima se lo dieron.
Pasó este hombre por nuestra tierra y su salario no fue en aumento.
Cruzó la vida y su compañera sobrellevó pena y tormento.
¿Acaso hay pena más amarga que la de no tener sustento
y más tormento que no avanzar aunque se luche con denuedo?
La noche de diciembre es taba como anunciando un cielo nuevo,
Como ofreciéndonos esperanza a ti y a mi y a otros. Y fueron
Nuestras palabras cariñosas acaso el pésame mas sincero
Que se presentara a los dolientes, familia del picapedrero.
Crecen los árboles que siembra el hombre y se cunden de frutos nuevos.
Crecen los hijos, sueños del hombre, huesos nacidos de sus huesos.
Crece en su pecho la amargura de ver lo negro
de su destino, si sus afanes no corresponden a sus anhelos…
crece el dolor cruel hierba amarga y se posesiona del cuerpo
y hace presa de los que amamos, invencible, voraz, artero,
y el hombre insiste, como este muerto, y arranca grandes rocas del cerro…
pero no crecen en sus manos monedas para el sustento
ni ve crecer, con su trabajo, la grata sombra de su progreso…
Eso pensábamos…Ya otro día, cuando iban todos para el entierro,
vi que de pronto el carro fúnebre que llevaba al picapedrero
se detuvo bajo unos árboles. Me sorprendí de sólo verlo.
Y es que la mujer del poeta, no queriendo ir al cementerio,
Hizo alto a la procesión fúnebre, bajo con apresuramiento…
Nadie se opuso. Y yo pensaba: los pobres ¿no son también muertos?
¿Acaso un entierro humilde no merece también respeto?
Estos pobres, ¡Oh Nazareno! Los hijos de tus sufrimientos.
Editado por: Ricardo Flores Gonzalez
http://angelavalle.blogspot.com.es/
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