Supuesta foto de Ern Malley (jacketmagazine.com)
Ern Malley
Ern Malley, el poeta que nunca existió
Curioso el caso de Ern Malley, el poeta que nunca existió y del que dos aficionados escribieron 17 poemas para colárselos a un pope literario en Australia, que los recibió como una obra magna. Artículo de Alber Vázquez.
«Harris, sentado tras la mesa de su despacho, era un hombre que desde muy joven se había hecho con una reputación importante dentro del ambiente literario australiano. Partidario del modernismo, del surrealismo y de media docena más de estupideces terminadas en ismo, encontró la horma de su zapato cuando McAuley y Stewart se sacaron de la manga un escritor, Ern Malley, para, acto seguido, matarlo sin demasiados escrúpulos. Hicieron que pareciera un accidente. Para que no quedaran pruebas. Luego, escribieron diecisiete poemas (toda su obra) y se los enviaron a Harris bajo el título de The Darkening Ecliptic.
En realidad, el envío lo hacía la hermana de Malley, obviamente también inventada. Que a ver qué le parecía lo de su hermano. Que tenía las cuartillas por casa y que no sabía qué hacer con ellas. Que si valían algo.»
Marcos Taracido
Ern Malley es uno de los poetas más leídos y reconocidos en Australia. Sus poemas son tan familiares allá como en México el inicio de “Piedra de sol” o los fogonazos adjetivos de López Velarde. Forma parte del canon vanguardista del continente isla y su figura es motivo de novelas y obras de teatro, de reflexiones en torno a la naturaleza del poema y de interrogaciones sobre el modus operandi del mundo de la cultura. “He leído en libros que el arte no es fácil, pero nadie me avisó que la mente repite en su ignorancia la visión de otros. Yo sigo siendo el cisne negro de la intrusión en aguas extranjeras”, escribió Malley. “El cisne negro de la intrusión” es una imagen de indudable peso poético y su inmersión en aguas prohibidas representa con fuerza imaginativa el impulso vital de cualquier poeta al internarse en las aguas extrañas de la aventura que es escribir un poema. Sin embargo Ern Malley nunca existió. Fue inventado en los años cuarenta por dos poetas conservadores y envidiosos para burlarse de un tercero, más modernizante, que cayó redondo y lo incluyó entusiasmado en su revista, “Los Pingüinos Rabiosos”, para regocijo de los burladores y escarnio del vanguardista. Lo que nunca imaginaron los defraudadores es que sus poemas resultaran convincentes, que su fraude tuviera un sentido más profundo que la ridiculización y que su poeta se erigiera en ejemplo de cómo se pinta una autoridad. Sus poemas a dos manos y tercero en discordia se convirtieron en muestra fiel de los oscuros caminos que sigue la poesía para afincarse en los individuos, independientemente de su supuesto amo. La veracidad de su invento fue mucho mayor que la suya propia, y los poemas falseados terminaron por ser más ciertos, en una corriente que despreciaban, que los suyos propios, autorizados por su firma, voluntad e individualización. Pretendían imponer una impostación para regresar las aguas del verso a su cauce natural, y se vieron anegados por los mil manantiales con los que el lenguaje poético riega sus inicuas verdades y burla voluntades. “El cisne negro de la intrusión” irrumpe siempre, irónico e involuntario, para desenterrar los gusanillos de los versos y dejarlos allí, ajenos para siempre a las voluntades, pruritos y principios de sus autores y expuestos al uso común, irreverente y utilitario, de los lectores.
Pedro Serrano
La cultura como exposición
“Ciénagas, pantanos, préstamos y otras
áreas de aguas estancadas sirven
como lugares para la reproducción...” ¡Ahora
que te he encontrado, mi Anopheles!
(Hay un propósito para los circunspectos)
¡Ven, bailaremos suaves contradanzas,
una pálida polca o un aullante contoneo
sobre estas empapadas, hundidas tierras de procreación!
Seremos espectros y espirales de papel
que atascarán los planes del ayuntamiento.
¡Cultura de verdad! Albert, trae mi pistola.
Se me conoce en las salas de lectura
como fatigador de volúmenes de cuero
repleto de escándalos en la corte. (Mi señor
tenía su mano sobre aquel globo nevado
el seno siniestro de mi señora Lucy...) Los presentes
me han visto mientras mascaba
números atrasados de gacetas florentinas
(¿No sabíais, mi Lucía, que aquél
quien vista elegantemente a una monja
muere con el twankydillo erguido?...)
Pero de nada de esto obtuve cultura hasta que
leí sobre mis muslos un pequeño panfleto
titulado: “La fricción como proceso social”.
¿Qué? Mira, mi Anopheles,
observa cómo es de grueso el piso del Cielo
incrustado con pátinas de etcétera....
Aguijonéalos, aguijonéalos, mi Anopheles.
Traducido por Santiago Acosta
http://detrasdeloserizos.blogspot.com.es/
Culture as Exhibit
Swamps, marshes, borrow-pits and other
Areas of stagnant water serve
As breeding-grounds... Now
Have I found you, my Anopheles!
(There is a meaning for the circumspect)
Come, we will dance sedate quadrilles,
A pallid polka or a yelping shimmy
Over the sunken sodden breeding-grounds!
We will be wraiths and wreaths of tissue-paper
To clog the Town Council in their plans.
Culture forsooth! Albert, get my gun.
I have been noted in the reading-rooms
As a borer of calf-bound volumes
Full of scandals at the Court. (Milord
Had his hand upon that snowy globe
Milady Lucy's sinister breast...) Attendants
Have peered me over while I chewed
Back-numbers of Florentine gazettes
(Knowst not, my Lucia, that he
Who has caparisoned a nun dies
With his twankydillo at the ready?...)
But in all of this I got no culture till
I read a little pamphlet on my thighs
Entitled: Friction as a Social Process.
What? Look, my Anopheles,
See how the floor of Heav'n is thick
Inlaid with patines of etcetera...
Sting them, sting them, my Anopheles.
Portrait of Ern Malley by Sidney Nolan
Dürer: Innsbruck, 1495
I had often, cowled in the slumberous heavy air,
Closed my inanimate lids to find it real,
As I knew it would be, the colourful spires
And painted roofs, the high snows glimpsed at the back,
All reversed in the quiet reflecting waters —
Not knowing then that Dürer perceived it too.
Now I find that once more I have shrunk
To an interloper, robber of dead men’s dream,
I had read in books that art is not easy
But no one warned that the mind repeats
In its ignorance the vision of others. I am still
the black swan of trespass on alien waters.
Night Piece
The swung torch scatters seeds
In the umbelliferous dark
And a frog makes guttural comment
On the naked and trespassing
Nymph of the lake.
The symbols were evident,
Though on park-gates
The iron birds looked disapproval
With rusty invidious beaks.
Among the water-lilies
A splash — white foam in the dark!
And you lay sobbing then
Upon my trembling intuitive arm.
Petit Testament
In the twenty-fifth year of my age
I find myself to be a dromedary
That has run short of water between
One oasis and the next mirage
And having despaired of ever
Making my obsessions intelligible
I am content at last to be
The sole clerk of my metamorphoses.
Begin here:
In the year 1943
I resigned to the living all collateral images
Reserving to myself a man’s
Inalienable right to be sad
At his own funeral.
(Here the peacock blinks the eyes
of his multipennate tail.)
In the same year
I said to my love (who is living)
Dear we shall never be that verb
Perched on the sole Arabian Tree
Not having learnt in our green age to forget
The sins that flow between the hands and feet
(Here the Tree weeps gum tears
Which are also real: I tell you
These things are real)
So I forced a parting
Scrubbing my few dingy words to brightness.
Where I have lived
The bed-bug sleeps in the seam, the cockroach
Inhabits the crack and the careful spider
Spins his aphorisms in the comer.
I have heard them shout in the streets
The chiliasms of the Socialist Reich
And in the magazines I have read
The Popular Front-to-Back.
But where I have lived
Spain weeps in the gutters of Footscray
Guernica is the ticking of the clock
The nightmare has become real, not as belief
But in the scrub-typhus of Mubo.
It is something to be at last speaking
Though in this No-Man’s-language appropriate
Only to No-Man’s-Land.
Set this down too:
I have pursued rhyme, image, and metre,
Known all the clefts in which the foot may stick,
Stumbled often, stammered,
But in time the fading voice grows wise
And seizing the co-ordinates of all existence
Traces the inevitable graph
And in conclusion:
There is a moment when the pelvis
Explodes like a grenade. I
Who have lived in the shadow that each act
Casts on the next act now emerge
As loyal as the thistle that in session
Puffs its full seed upon the indicative air.
I have split the infinite. Beyond is anything.
Mi vida de farsante
Peter Carey
Trad. Javier Calvo. Mondadori. Barcelona, 2005. 276 páginas, 19’50 euros
Por JOSÉ ANTONIO GURPEGUI
Peter Carey. Foto: Pat Scala
No resulta exagerado afirmar que Peter Carey es el novelista australiano más importante de nuestros días. Pese a ello su nombre todavía no resulta muy familiar para los lectores españoles. Hace unos años se publicó su popular Illywalker (El sonámbulo) y no tengo noticia de ningún otro título de los siete en la nómina de este autor traducido en España; ni tan siquiera True History of Kelly Gang, su novela más laureada y probablemente la de mayor calidad.
No es Carey, precisamente, un autor “fácil” y prueba de ello es esta Mi vida de farsante, un claro exponente de su compleja narrativa. Como ocurriera con la historia del bandolero Ned Kelly, también Mi vida de farsante se cimienta en un hecho histórico, tal y como Carey recoge en la concluyente “Nota del autor”: la revista australiana “Angry Penguins” publicó en 1944 los poemas de un desconocido -y ficticio- Ern Malley con el que dos consumados antimodernistas pretendían ridiculizar los postulados poéticos de su tiempo. El asunto llegó incluso a los tribunales. Y si esta tardía “Nota del autor” sirve para contextualizar el argumento tampoco debemos pasar por alto la introductoria cita de Mary Shelley -“Contemplé al engendro, al desgraciado monstruo que yo había creado”-, pues en cierta forma sintetiza la medida del tema.
La narradora es Sarah Elizabeth Jane, quien en un ejercicio de retrospección narra su encuentro con Christopher Chubb. Nos encontramos en 1985, aunque la fecha es meramente referencial, pues la narración navega con absoluta libertad por el tiempo y el espacio dependiendo de la sub-historia que se esté narrando. Sarah es editora de una revista literaria, -“lo cierto es que los editores de revistas literarias viajan como vendedores de pinceles” (pág. 21)- deseosa de publicar, “descubrir”, un verdadero poeta digno de ocupar su plaza en el Olimpo de las letras. Un viejo poeta amigo de la familia, John Slater, quien probablemente fuera amante de su madre y responsable del suicidio de la progenitora, le menciona el nombre de Chubb, aunque no tarda en arrepentirse de ello: “Nunca tendría que haberte llamado la atención sobre esa sanguijuela” (pág. 43). Chubb relata a Sarah la historia de McCorkle, un ficticio poeta de su invención que como el Frankenstein de Mary Shelley terminó por superar a su propio creador. Sarah intentará que Chubb le entregue los poemas de McCorkle al tiempo que intentará solventar sus propios miedos, sus propios fantasmas, que tienen mucho que ver con el suicidio de su madre, -“de forma espectacularmente terrible”- (pág. 12), y también la muerte de su padre “en circunstancias no del todo felices” (pág. 14). Un proceso en el que llegará a “la desconcertante certeza de que todo lo que había dado por sentado sobre mi vida era falso. Me habían criado con una serie de secretos y falsos presupuestos que a todas luces me habían convertido en quien yo era” (pág. 139).
Ya se ha mencionado que la lectura no es sencilla, pues los continuos saltos temporales -de los cuarenta a los setenta- y espaciales -Londres, Malasia, Australia-, resultado de una estructura en la que una historia se embulle en otra y ésta en otra, requieren de un cuidado y atento proceso lector. Los aspectos formales propician la calificación de esta novela como posmodernista y metaficticia; e idéntica afirmación podemos formular respecto a la sustancia argumental, pues Mi vida de farsante explora, por encima de los componentes artísticos, las distintas caras, los distintos matices de la verdad. Pero ¿acaso existe la verdad; una única e incontestable verdad? Será el propio lector -y éste es uno de los valores de la obra- quien dilucide, quien juzgue, qué tiene de verdad la fascinante historia de Chubb, también la de Slater, y, cómo no, la de la propia Sarah, pues ni tan siquiera en su caso podemos tener cualquier tipo de certeza; no en vano “Lo último que quería decirme mi cerebro era la verdad” (pág. 267).
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