Ismael Rivera
Escritor, Editor, Redactor Creativo
Santiago, Chile
Licenciado en Letras y Lingüística de la Universidad Católica. Diplomado en Edición y Publicaciones UC. Soy socio, editor y redactor en Oxímoron, Agencia de edición, diseño y publicidad. Paralelamente, trabajo en la escritura de poesía y como editor de Revista Célula .
Ha publicado:
-Rincones, (Chancacazo Ediciones, 2010)
-Desbautízame, (Editorial Oxímoron, 2015)
RINCONES
Prólogo para Rincones de Ismael Rivera
Rafael Rubio
A veces me siento
una araña colgando
de un único hilo
en el viento aferrado
para no caer
otra vez
en la tristeza.
Definición y retrato de la araña.
La araña de rincón es un insecto de hábitos nocturnos, extremadamente tímido y proclive al aislamiento. Su inseguridad endémica –que la convierte en blanco predilecto de la voracidad de la araña tigre- es compensada por la letalidad de su veneno. Habita en lugares oscuros, en muros divisorios, libros, closet y entretechos. Sus telas –aparentemente desordenadas- son el azote de las moscas, quienes han aprendido –con el tiempo- a respetarlas. Su nombre latino (loxcosceles laeta) nos sugiere su afición por la alegría, oficio que no suele practicar en público. Al ser observada, traiciona su propia etimología, mostrándose como un animal más bien sombrío y poco proclive a la felicidad. Su aversión por los espacios abiertos la ha confinado entre cuatro paredes, cuyas hendiduras, manchas y relieves conoce como la punta de sus ocho patas, cada una de las cuales se ha especializado en uno de los cuatro rincones de su celda. Las cuatro patas restantes aguardan, con paciencia secreta, la muerte de las otras patas, para ejercer el oficio que les ha sido negado por el destino que rige el riguroso universo de las arañas: el merodeo y la contemplación. Se rumorea que existe una batalla campal al interior de la araña: una guerra civil declarada entre sus propias patas. A un lado: las patas activas, a quienes el Gran Arácnido dotó de voluntad. Al otro, las patas pasivas, relegadas a una función puramente decorativa. La araña de rincón –loxoseceles laeta, volinista del júbilo- es un campo de batalla, cuyo desenlace fatídico –propio de toda guerra que se precie de tal- es aplazado hábilmente por la reclusa, a través del antiguo ardid de Penélope, viuda de Ulises. No es otra la razón de su oficio riguroso: el tejido de sus redes –eficientemente desordenadas- retrasa eficazmente el paso del tiempo, demorándolo en enredos sucesivos que entorpecen y hacen imposible su transcurso. Que las moscas caigan en las redes es sólo un accidente necesario (la araña necesita alimentarse): un ardid para la distracción del Gran arácnido. Distracción de la que se aprovecha la reclusa, concentrada en un solo objetivo: aplazar el instante de la gran muerte, la destrucción de todos los rincones, la noche de la escoba final.
Retrato de la red.
Desde los rincones de la casa, le es reservada a la araña la observación distanciada de los desplazamientos nocturnos de sus habitantes. La contemplación de un vaso de vino sobre la mesa puede llevarla a reflexionar sobre su propia condición de ajenidad y vacío:
Pienso en los vasos vacíos
en lo ajeno que soy
en ese tu rincón.
En la casa del amor, la araña vive arrinconada. Algunas noches, abandona su escondrijo para refugiarse entre las sábanas de la cama de una de sus habitantes, por lo cual también se la conoce como la araña de las sábanas, la intrusa del sueño y el insomnio:
Y despierto desnudo
cansado y cagado
de frío sobre tu cama
El exceso le resulta un sentimiento ajeno, pero deseable, pues la reclusa ha leído a William Blake (con más exactitud: en sus días de araña de las bibliotecas, posó sus patas sobre el lomo de un libro enigmático: El matrimonio entre el cielo y el infierno). No le cabe, pues, ninguna duda de que el camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. Sospecha, además, que en ese palacio hay un trono de miel destinado –desde antes de la creación- a la mosca de las moscas: el gran moscón del aire. El Moscardón sin alas, cuyo cuerpo es un puro zumbido sin principio ni fin.
La tela de la reclusa no reviste de mayores complicaciones formales. Para cazar una mosca –reflexiona la araña- no se necesita un tapiz de seda bizantina. Su trenzado es sencillo. No obstante, le permite atrapar las preciadas moscas de cotidianeidad, también conocida con el nombre de mosca del asombro: insecto actualmente en peligro de extinción.
Un retrato de
Schiele me devuelve
por un momento
el aire perdido
en la erección
ignorada
de esta mañana.
El arte –del que la reclusa tiene conocimiento, pues ha pernoctado muchas veces detrás de los retratos y cuadros que cuelgan en las paredes de la celda- la hace olvidar su condición oscura. Algunos la han visto devorar –secretamente- su propia red. Según dicen, lo hace para reabastecerse de energía, pues es sabido que la seda que la constituye es –a la vez que la sustancia de su arte- su fuente de vigor. Una vez, revitalizada, la reclusa retoma la labor de su tejido, lo cual es una insoluble paradoja.
En la casa de la poesía, la araña vive sola. Pero algún día –piensa- caerá en su red la luz: la presa predilecta de las reclusas.
Soy
Soy la niebla desnuda de tu cuerpo
emano de tus poros mientras
das vuelta en tu cama que
por primera vez se hace
inmensa.
Soy luz que brilla y
encandila a través
de tus ojos y tu boca
semiabierta.
Ese sueño abrasador
que te despierta: la lejanía
que te sofoca por lo dentro
que la llevas. El delirio
de grandeza tras la
última fumada del
cigarro.
¿Somos?
Nos encontramos y nos perdemos
nadando en charcos de cenizas de vino
revolcándonos en costras de cigarrillos
oliendo poemas añejos
que dicen lo mismo
de siempre
de hoy
del sin embargo.
Las palabras se beben
etéreas y queman.
¿Y entonces?
Se consume tu garganta
pesan tus pasos
se vacía tu vaso
estalla mi copa.
Bailamos la mentira y el absurdo
la complicidad: ironía y cinismo.
La frase para el bronce
queda en blanco
como tus ojos, buscando, observando, expectante...
Dos días después
Un auto se lleva
partículas de primavera
podrida.
Las lavandas llevan
tiempo secas en
tu mesa.
Rayita
Inyectado de
verde mi
soberbia renace
como nunca
negra y furiosa.
Melancoholizado
de tu cuerpo
esta blanca
noche no te
oye
porque los
polvos se han
disuelto en
caldo de
cabeza.
Empapo de
semen tus
líneas.
Dime cómo
se siente la
mezcla viscosa
pegada en tus fosas
cuando tus palabras ya no
son capaces de
sostener tu mandíbula
desencajada
deja de vestirte
con excusas
ya no existe
el eco.
Noche en tres flash
I
Desvisto botellas
con manos partidas
intentando desatar
gritos, desgarrar
acordes dilatados
en tus pupilas ciegas.
II
Cansado laberinto.
Arena entre las uñas
cristales rojos caen
soportando mi risa.
III
El suelo se estrella
contra el sonido.
Colores de silencio.
*
Mis párpados perdieron
su fuerza impotentes
no logran evitar
que esa sola lágrima
caiga.
Curanipe
Mi calor se consumió
en el cigarro que fumé
hoy entre la arena
y el viento.
Vuelta
Hay noches a ratos
días reflejos en los
cuales el espejo
insiste en devolver
esos (tus) ojos
ofreciéndome su rabia
acumulada.
Zorzal
Picoteo lo inevitable
días dados
por tu silencio
terroso
frágiles fragmentos
de lombriz en
la presión del cartílago
y la carne.
Cuestión de puntuación
Hasta dónde llegamos
rasgando nos
intentando a pesar
del tiempo
ser un punto
final
cuando es en vano
cerrar los ojos
y evitar lo que somos:
puntos suspensivos.
Prólogo de Desbautízame de Ismael Rivera. Editorial Oxímoron, 2015
Juan Morel R.
Han parido en un lugar del Edén
el génesis de este rojo apocalipsis.
Dicen las bíblicas religiones, que antes de nacer ya estamos condenados. Aún en el vientre, sin forma precisa todavía, los que habitan el mundo ya no tan placentero del afuera, deciden por nosotros y comienzan a nombrarnos.
Nacemos, y la palabra que nos nombra nos espera desde afuera. Nacemos, e inmediatamente caemos en las manos del nombre, en las manos del doctor y del cura, en las manos del registro civil que ya tiene un código reservado para nosotros.
El nombre es lo dado. El nombre del abuelo, el nombre del actor o del artista, el nombre del personaje bíblico o histórico. El nombre nos instala en el mundo de los nombrados, de los registrados, de los que asignados a un número, pasan a formar parte de la historia.
Pero hay un momento antes del nombre, antes de las palabras que nos ordenan y nos sitúan: primero está la niebla.
Trasunta la niebla la madre del odio
cubriendo los gritos con llanto piedra
despoja de ropas la cama cansada
llamando a las puertas, marcando las calles
que el niño ya silba en tu vientre y te espera
Aparecemos desde la confusión, desde el caos, y el nombre da la primera forma a lo que no tenía forma, untándonos en sacramentos, bautizando nuestro cuerpo en nombre de prohibiciones.
Ya nacido, se asume la tradición, el nombre y el origen, como si fuera necesario para vivir en este mundo entregado por la madre, porque hay que decirle un nombre a los amigos, porque es imperativo jugar en la extensión del vientre que ahora es el ojo vigilante y el abrazo, donde lo que antes fue cordón umbilical ahora es la madre que grita y nos llama por el nombre en el que fuimos bautizados: “Ismael! Ismael! Ismael!”.
No es problema el nombre, ni es problema la enseñanza religiosa ni los rezos nocturnos; oraciones al aire, palabras, deseos y reflexiones infantiles arrojadas a la nada, murmuradas en silencio a orillas de la cama, con la intención de proyectarse hasta los sentidos del supuesto lector y oyente universal. No es problema Dios, ni tradición alguna, porque todavía todo es juego, porque todavía no conocemos las palabras ni los nombres, pero algo en un punto espera hasta quebrarse.
El recipiente que nos sostenía se fisura, y entre las grietas que aparecen como ojos, podemos ver el mundo del afuera, ese mundo que intimida y al mismo tiempo nos atrae con una gravitación desconocida.
Arreglar la grieta es la confirmación del encierro. Desbautizarse es abrirla y salir hacia afuera, hacia ese afuera donde tendremos que decir y usar nuestro nombre, aun cuando ya no sabremos quiénes somos realmente.
El bautizo que creíamos un pacto eterno con aquel a quien rezábamos, es ahora cuestionado: es el nombre el que es cuestionado, es la pregunta por lo uno y lo evitable.
Bautízame vida no miedo ni frío
Ni oro ni rezo ni menos plegaria.
Vamos. Hemos salido del río en que fuimos sumergidos para que no pasara nada. Volvemos a lo confuso, a la niebla, a la rabia, somos ahora errantes en busca de un nuevo sacramento, alguna forma de bautizo que nos devuelva la visión pura con que veremos el mundo al que nos enfrentamos, ese mundo que ya no está protegido ni sesgado por cordeles sacros, ese mundo que se le muestra a los desbautizados, esa ciudad dividida por injusticias en las que hasta los perros saben de qué lado está justicia.
Desbautizarse no es una mera negación, no es sólo la rebeldía ante la marca o el linaje. Pese a ser una declaración de principios por oposición, no es una negación, sino todo lo contrario. Es la afirmación del origen, la aceptación resignada y sin rencor de la vida, de la vida en la que hemos sido bautizados como vida, la vida que no vale la pena quitarse, pues, como dice el poeta recordando al Cioran de Del inconveniente de haber nacido: “no merece la pena matarse: siempre lo hace uno demasiado tarde”.
Desbautizarse es saber quién es uno, o al menos quién no es uno, que es la forma en que se definen las unidades. Desbautizarse es saber desde dónde, es la conciencia de coordenadas en el espacio y en el tiempo, en la Geografía y en la Historia, es la conciencia del lugar desde donde se escribe, donde antes se lanzaban oraciones fantasmales a deidades todavía más fantasmales, palabras llenas de frío y de miedo, oraciones en función de rezo y de plegaria.
Hasta cuándo seguirás pontificando el temor
propagando la miseria en la sangre del hombre
infecta la vida, seca el fuego del ayllu
Acepta el origen, dice el desbautizado, acepta lo dado, acepta tu nombre, la tradición en que te situaron, pues no es sino desde ahí que has de vivir desbautizado.
El bautizo es en sí un desbautizo: el acto de sumergir al iniciado, esa forma extraña de arrancar del cuerpo o del alma el pecado original ante la supuesta necesidad de integrarse al camino de la salvación.
El desbautizo que ahora nos congrega, para el cual escribo estas palabras iniciales, es la conciencia del bautizo original, la aceptación del nombre bíblico que eligieron los padres, para negar desde ahí lo que debe ser negado y aceptar desde ahí lo que no puede sino aceptarse.
Desbautizarse es recuperar el pecado original, volver a la carne y olvidar el paraíso que nos fue negado. Aceptar el caos como espectador o como parte misma del caos: “el mundo se cae a pedazos y lo miras en primera fila”, canta la letra de una banda de punk que el poeta está escuchando, haciéndose camino entre la gente para llegar a la primera fila, mirar el caos, y soñar un pequeño orden que surge del estruendo y del aullido. Aparece entonces la poesía, el verso, la métrica, la oferta de un orden en que sentarse a descansar frente al caos.
El desbautizado sale del abrazo del bautizo, pero antes de volver a bautizarse, deambula a tientas por las calles, en el caos de lo innombrable, de lo que ya no tiene nombre, lo que nadie es capaz de explicarnos. No era orden lo que dijeron algún día que era orden.
En el caos del lenguaje, cuando las palabras pierden su significado común e instrumental, la poesía aparece como una forma de imponer el orden: la métrica, el verso, palabras cortadas por otras palabras. Un poco de orden en las manchas de la página.
Algo aparece en medio del apocalipsis, la duda ante los pasos de los que “viven sin vivir en el borde del silencio”¸ la pregunta que surge al ver el mundo, el “enjambre de niños/ jugando a ver un parque/ entre los años del polvo”.
Hay un olor a apocalipsis en los versos de este libro. Hay sospechas que cuestionan las regulaciones de la ciudad. Hay un vacío, algo que no tiene nombre, y no queda más que reír: “entre la risa voy vacío”. Algo va a ocurrir. Se huele. Se puede ver en las imágenes detenidas.
Cuando el cosmos se encienda agarrotado
de tanta inmovilidad forzada
Los versos hablan del caos, del curso de los ríos controlado, de los perros callejeros que olfatean la injusticia. Pero dentro de ese caos, dentro de la confusión y de la rabia desde donde nacen los versos, aparece la poesía como una nueva tradición en la cual bautizarse y confirmarse, una tradición desde la cual reducir, o simplemente descansar, el vacío y el caos que dejaron las tradiciones de las que el poeta se desbautiza.
Te digo y escúchame bien, reclamo
el dolor y la dicha perdida, la Fiesta
el goce del cuerpo en la tierra mojada
que el hombre replique la tierra en el cielo
El canto permite redimirse, reírse del vacío, gritarle a la Historia, sobrevivir lo caótico en el orden de la métrica y la poesía, jugar y festejar entre la confusión de un mundo al que le fue negado el paraíso. Hay en eso una salvación: “cuando dejemos las ciudades y la tierra vuelva a ser de tus manos”. Basta recordar el origen distraído de los ríos, porque es necesario recuperar el color para resistir festejando, carnavaleando, cantando y celebrando el sacramento caótico de la vida.
Hoy traemos colores y ladridos
hoy el carnaval es nuestro, de todos nuevamente
y nos unimos callejeros viejos canes
somos la jauría que creíste muerta de hambre
hambre hay
y eres la cena esperada.
Los versos salen a la calle, se organizan, acuden al carnaval para romper el silencio de las calles somnolientas y sometidas, el aburrimiento tedioso del silencio que hace ruido. Los versos se vuelven canción, se hacen públicos, y deciden pasar de la lectura al grito, de la tinta al canto, del escritorio a la calle, y recuperar así la fiesta en la palabra y el lenguaje.
Fisura
Trasunta la niebla la madre del odio
cubriendo los gritos con llanto piedra
despoja de ropas la cama cansada
llamando a las puertas, marcando las calles
que el niño ya silba en tu vientre y te espera.