María Enciso
Poeta española.
María Dolores Pérez Enciso , nace en Almería el 31 de marzo de 1908. A los quince años comienza a estudiar magisterio en la Escuela Normal de Almería, finalizando la carrera en Barcelona en 1927.
En Barcelona frecuenta la tertulia de la Residencia de Estudiantes de Ríos Rosas, donde conoce a Gabriela Mistral.
Comprometida con los problemas de su tiempo, durante la República se afilia al Partido Comunista y en la guerra civil ejerce como delegada de la República supervisando los acogimientos de niños españoles en Bélgica.
Al ser invadida Bélgica por los nazis, se traslada a Francia y de aquí a Inglaterra para posteriormente exiliarse a América, donde trabaja como redactora de distintas publicaciones colombianas: el semanario “Sábado” , “El Tiempo” y “la Revista de las Indias”. En Cuba, reside unos meses y trabaja en el “Diario de la Marina”. Se va a vivir a México y de nuevo comienza su trabajo literario compaginándolo con trabajos de periodismo «rosa», la revista popular "Paquita del Jueves". También colabora con el revolucionario "El Nacional", en el suplemento semanal.
María Enciso fallece en esta ciudad a los 41 años, tras una operación de apendicitis.
Entre sus obras destacan: “Treinta estampas de la guerra” (1941), “Cristal de las horas” (1942) libro que dedica a su madre, “ De mar a mar” (1946) y “Raíz al viento” (1947). El pasado año, con motivo de su centenario, se ha estrenado el musical La silueta del tiempo, sobre María Enciso y los valores de la democracia, compuesto por Francisco Javier López Rodríguez.
Dolores vivió su exilio siempre con la nostalgia por su país, por su madre que quedó sola en Almería. Nostalgia que se siente al leer:
¿Por quién doblará,
mientras se oye a lo lejos
la voz del mar?
De cal y agua
más blanca todavía
yo te soñaba
Al aire la vela blanca,
lejos la caliente arena,
una noche en alta mar
en un barquito de vela
Pa cantar el fandanguillo
que dé pena y alegría,
es preciso haber nacío
en un barrio de Almería
Tengo una manuela nueva
con cuatro jacas castañas
y el novio más salaíllo
que calienta el sol de España.
¡Almeriense y morenillo!
ÚNICO POEMA
Mar sin nombre y sin orillas,
soñé con un mar inmenso,
que era infinito y arcano
como el espacio de los tiempos.
Daba máquina a sus olas,
vieja madre de la vida,
la muerte, y ellas cesaban
a la vez que renacían.
¡Cuánto hacer y morir
dentro la muerte inmortal!
Jugando a cunas y tumbas
estaba la Soledad.
De pronto un pájaro errante
cruzó la extensión marina;
¿Cojeé? ¿Cojeé?, repitiendo
su quejosa marcha iba.
Sepultóse en lontananza
goteando ¿Cojeé? ¿Cojeé?
desperté, y sobre las olas
me eché a volar otra vez.
Tú me dueles España. Y este dolor profundo,
lleva tu clara huella, perfecta, definida.
Clavada está mi planta en tu arenosa orilla,
y mis manos se abren sobre tu tierra áspera,
y mi sangre en tu sangre, diluye su agonía,
y estoy en carne viva sobre tu cruz tendida.
MADRE AMÉRICA
Como una palma que desvela el aire
perfil del alba, que la noche cierra,
verde sobre el azul de un mar inmenso,
ardiente orilla, te contemplo América.
Seno de luz, tu entraña generosa,
tus senderos de sol, tu abierta tierra,
y los ríos arterias de tu vida,
para un mundo que el mar dejó en tus playas,
voz quebrada en la angustia de la guerra.
Señalando al espacio, tus montañas,
las sierras grises donde el cóndor vela,
en el hondo silencio de la noche,
en la eterna presencia de la niebla.
Caballos galopando en tus llanuras,
bajo el frío metal de las estrellas.
Valvas opalescentes, madrugadas,
emergen de su luz, marinas perlas.
La vieja Europa, tiembla en sus cimientos,
sólo por dos esquinas amparada.
La blanca estepa de la Rusia roja,
la de hazañas heroicas perdurables,
pueblo que cubre de sangrantes rosas
la delgada silueta de la nieve,
y frente a un mundo en ruinas,
Inglaterra, de grises soledades.
Sólo tú siembras vientos de esperanza
en tu mudo recinto de corales.
Yo hablo tu propio idioma, madre América,
en lengua de tu pueblo he de cantarte,
cálido acento de cansadas sienes,
reclinadas en regazo suave,
los párpados clavados en los ojos,
agujas de dolor, cristal del aire.
Por la vida futura que forjamos,
has hecho tuyas nuestras soledades,
la amarga soledad del hombre libre,
que ha visto atrás su mundo derrumbarse.
Cuando miro lejanos limoneros,
cuando sueño en mis campos de olivares,
cuando veo, en mi sueño, las orillas
de aquellos tibios, azulados mares,
vuelvo mis ojos con dolor de ausencia,
sobre el verde oscilar de tus maizales,
y son jazmines de tus noches claras,
tan blancos como aquellos azahares.
El delgado cimbrear de tus palmeras,
el fuerte olor salobre de tus mares,
toda la maravilla de tus noches,
cercadas por las selvas tropicales,
me dicen día a día que he vivido,
que en mis venas circulaba tibia sangre,
mi corazón, sobre tu abierta tierra,
y junto a él, abismos insondables,
ríos que van cantando, en sus orillas,
el moreno temblar de los manglares,
y una raza que sueña melancólica
su silencio, de siglos imborrables.
Cuando la muerte pasa sobre el mundo,
yo oigo el cantar de tus cañaverales,
y el cántico del mar, en mis oídos,
de sonoros acentos puebla el aire.
Espadas de dolor, delgadas voces,
en muerte y agonía traspasadas,
de otro lado del mar las traen los vientos,
sobre tus claras noches estrelladas.
Lleva la luz, cercos de oscura sombra,
enlutados parecen tus paisajes,
y las voces de angustia y muerte, lentas,
en fría soledad, recoge el aire.
Siempre será tu nombre, Madre América,
sobre la espuma de remotos siglos.
Tu nombre por caminos desandados,
que el mar los lleva a tu destino unidos.
En la inasible soledad del sueño
al nombrarte, percibo tus latidos,
como un blando latir de corazones,
juntos, en la penumbra del olvido.