Quintín Ochoa Romero
(Holguín 1952) Poeta y narrador. Ha obtenido Premio de Literatura de la Provincia de Holguín en poesía 1987, Premio de la Ciudad de Holguín 1992 en literatura para niños y Misael Valentino 1996 de la Casa de la Obra Pía en poesía para niños. Ha publicado en el sello Ediciones Holguín los títulos Sobre un giro de espejos (premio de la provincia en el género de poesía, 1987), Voces de tu imagen (1992), Cofre de estrellas (premio de la ciudad en literatura para niños y jóvenes, 1992), El retorno de Pio (2002) y el poemario Carceleros del Tiempo (2009). En la editorial españolas El Barco ebrio ha publicado Cuando yo sea grande quiero ser un niño (2013). Poemas suyos han aparecido en diferentes publicaciones nacionales y extranjeras.
Ciudad Amurallada
El mundo ha perdido músculos y vértebras;
solo te dejan andar por sus portales
sobre un piso de losas divergentes.
Ya no es que el desespero inflame las iglesias;
ahora tendremos que romper la vida erosionada
o cultivar en una plaza de humo.
Aquí los hombres vierten tu semblante,
imponen su reír y no se ocultan.
Es la última fuga antes que se te pierdan
los pies en el conflicto.
Es tu último sueño
la forma de habitar lo que no existe.
Se han vuelto las paredes oscuras
para apoyar las manos,
ordenaron las lámparas con todos sus temores.
Este recinto ha quedado inmenso.
En el navegarás y volverás a ser
el que no aguarda nunca por su suerte.
Como las calles son dos pieles de leopardo,
contra las ligaduras de tus dedos
el barrio suena a nuez,
brota el cansancio, y un pájaro de sangre se detiene…
No has de gritar, hoy aprendiste a vivir en las palabras
que saben a madera y crujen.
El tiempo vuelve a ser un recipiente
para echar arena quebrando la influencia de los pechos:
cuando eras niño tuviste la ciudad entre tus manos,
pero de tanto acariciarla
quedaron las nieblas de sus casas
y los pañales mansos
para exigirle al mundo por tu ausencia.
Volverá el mediodía a consultarte.
Los ancianos que hiciste,
con la estrella más alta han de perderte;
solo el espejo de la intransigencia
levantará de golpe tu semblante
para que el padre emerja de tus músculos.
No podrás observar la última crecida:
serán muchos los pueblos,
muchas historias en las bocas de los hombres.
No hundirán sus anzuelos multitudes
y habrá vino en la mesa.
Te agobia la mentira,
las palomas que los magos ocultan:
estas tierras cargadas de montañas
han levantado un techo
para que el sol no escape de sus redes.
Prodigio del silencio
Padre no está en su casa,
ayer mismo partió llevándose gran parte del invierno.
Yo le entregué el verano,
pero él quiso solamente su parte del invierno.
Nube adentro se fue.
Ya el sol se había apagado para entonces,
y el viento sacudía la arboleda con sus alas de búho.
Había voces, relámpagos y gritos,
y una antigua oración que no recuerdo.
Las aguas se agolpaban en mi rostro,
y sus ojos estaban quebrantados,
y sus manos buscaron a mis manos,
y yo entre tanto frío le di abrigo,
pero él quiso solamente llevarse los juguetes.
Padre no está en su casa,
y la mesa es inmensa como el fuego,
amplio roncar del dominó,
serena como el plato que bosteza su calor.
Dicen que fue a cazar una mañana
de escasos ventanales,
pues lo vieron partir con su escopeta.
Que tal vez el amor lo contradijo,
la fiebre del engaño….
cualquier cosa que digan
es humo desprendido de la llama.
Lo cierto es que la mesa todavía espera su regreso.
Después de esto partieron los hermanos,
hierba en el pico de un gorrión
hacia un sitio distante.
Tú los miraste,
Padre,
desde un lugar oculto los miraste,
y leíste sus rostros surcados por el frío
de la tarde,
frío del sudor y las cenizas.
Tu pusiste tu puño sobre el índice
y oíste sus plegarias a lo lejos.
Era noche de abonos,
tiempo de que las plantas crecieran con la lluvia,
y sin embargo, el mar precipitaba,
y el sol estremecía los arbustos
en medio del ardor de los discursos.
Tu viste la sonrisa de las fotos,
ya para siempre,
como eterno es el canto de los pájaros,
pero nada dijiste
por temor a que el mundo te mintiera,
por temor a que el hombre fuera lluvia,
por temor a que todo terminara.
Ecosistema
La primavera ha vuelto tendida como un Monstruo;
ha dolido su parto en tu costado
para encontrar la cavidad del tórax.
Desde el clamor del aire en los arbustos,
nunca ha fluido el polvo más firme entre las flores.
El hombre no se cansa,
es como el mangle en medio del oleaje,
y en medio de los mangles un oleaje.
Lluvia adentro es distinto:
forma el terreno un cúmulo de rocas
que resiste el empuje de los vientos
por ver al hombre atado;
más, el golpe de las aguas
hará que brote la impaciencia,
desplazándose al polvo
hasta alcanzar su ascenso en el oleaje.
Ellos se levantan sobre la oscura mesa del infarto,
para poner las leyes en tu nombre,
no importa que el incendio se propague
ni que todo el silencio se deshoje
si vuelves a caer
y consultas la vida en la redonda cara del dinero.
Aquí andarás disperso bajo la voz colgada en tu memoria.
Sabrás que cuando acaba la modestia
comienza la arrogancia,
como un muro en las calles,
la arrogancia,
y ya poco podrás contra la euforia
porque nada pudiste contra el tiempo.
El fuego,
que no entiende de él más que el chasquido,
levantará cenizas
como si fuera siempre igual su llama.
*****
Arena
Agua de mar que sube y se desprende,
moneda y grito asfixiante coro,
silbidos al caer,
campana sorda,
hueco que en su garganta nos recoge.
Mira el violeta prendido al humo negro,
el humo negro que baja, y baja y baja.
La tierra con el viento dispersa
y asciende el polvo en el naranja mudo.
Acá se apaga el sol y acaba el brindis,
casas encienden búfalos, chasquidos;
los pueblos son escombros en el fuego,
esperma en el vapor, sombras que suben.
Acá las piedras vuelan de las piedras,
con la sangre las calles se almidonan,
y la ceniza vuelve a ser ceniza,
y palpita el relámpago en la morgue,
y tus dedos se incrustan en tus dedos,
y no puedes gritar y te deshojas.
Mímica del número
Cuatro paredes te golpean la frente
bajo un mismo derrumbe.
Ya no guardas plomadas en tus ojos,
las escuadras y reglas han perdido
el impulso de los años.
Tu cara se perfila en las navajas:
te crees compuerta,
pequeño sol saliendo de su órbita,
pero vuelves a errar:
no retornan las páginas,
los mares se levantan contra cualquier pronóstico.
Ahora la madre espera
vociferando lunas en tu nombre;
la madre, que no ha dormido aún,
altas esferas cimbran en su oído.
Aquella es la mujer que te desdobla,
mírala, mas no la llames festín,
ella cambia de rostro a cada paso
huyéndole al desierto de tus ojos.
Ahora comienza el último alarido:
los dígitos se cruzan, saltan, duplican, pasan…
mis ojos se congregan.
Tomas el dado, lloran sus seis caras,
tú y Judas aparecen en la misma.
Frotas la noche entera entre tus palmas,
el núcleo de tu puño se desliza…
Abres la mano,
sueltas la vida sobre el puño,
y mueres.
El frío del cemento
Miguelito no vuelve,
se ha quedado en las alas del secuestro
sin trompos ni cabuyas.
Solo su risa en el recuerdo
ahora contradice los nombres de los días,
y tú no puedes ya decir quién eres
no de dónde se vierten los tentáculos;
sola, y para siempre sola…
Como recién cortados girasoles
tus manos saltan al vacío y claman
desde las mismas aguas que suenan imprecisas,
se agolpan en lo oscuro y vierten sus dominios.
Ábranse las paredes
donde se encuentre oculta la inocencia;
ábranse ya y pronto brote el polen,
que hay un bastón quemándote los dedos
mientras ruedan los niños calle arriba
bajo la soledad del equipaje.
Ahora las madres forman barricadas,
se reducen los barrios como embudos,
y el frío del cemento,
frialdad también del pueblo contenido,
se lleva los juguetes al aljibe.
Cartomancia
Dirías que el rey pudiera levantarse
en medio de las cartas
contra las estocadas del disgusto,
pero vuelven los oros y los bastos
abriendo las rendijas como a través de un circo.
Eres el jugador, el rey lo entiende.
Puedes mandarlo a ahorcar si te sonrojas,
sin embargo, te acosan sus palabras…
no es fácil convencerlo:
sabe alcanzar el día llevándose la noche
en tus oídos.
Te acostumbraste a compartir el viento
desde un espacio único,
no importa mendingar si albergas sus caricias.
Eres el jugador con punto y coma.
Otra vez el silencio se detiene
y te sudan las manos,
y se quiebran las tablas de la mesa,
porque en la vida,
amigo,
cuando los reyes olvidan a sus súbitos
hay que volver al suelo,
tomar la espada y conquistar el trono.