DOUGLAS TÉLLEZ
Douglas Téllez Berríos nació en León, Nicaragua en 1971. Durante sus estudios de Ingeniería participó activamente en el ámbito artístico universitario. Obtuvo tres veces el premio Alma Mater en las ramas de poesía y narrativa en el IX y X Festival Artístico Interuniversitario. Colaboró en los boletines SIGNO y XILOTEOLT. En el 2002 el Centro Nicaragüense de Escritores publicó su obra primagenia Inscripciones en una pipa sagrada. Ha publicado en suplementos literarios y participado en talleres literarios impartidos por el poeta Ivan Uriarte. En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto sus obras en Helsinborg (Suecia) y en galerias nacionales como Claroscuro (Granada) y el Centro Cultural Chino-Nicaragüense.
Douglas Téllez la primera voz singular aparecida a inicios de este siglo y sino que lo desmientan sus poemas (Delenda est, Nosotros ya conoceremos Nueva York y Fiestas patrias), aparecidos en Inscripciones en una pipa sagrada para los muros del Empire State y otros poemas (2003): voz apocalíptica del mundo moderno. Douglas Téllez. Poeta leonés, en tránsito perpetuo entre Nicaragua y Alemania.
Confesión de una distinguida
señorita de la atravesada o la calzada
A quien debe usted tremenda pinta
y tamaña gracia, bien podría confundirse
con una señorita de la calzada o la atravesada.
De donde desciende esa selecta estirpe
de bastardos.
En su sonrisa descubro el descaro y la malicia
del pirata inglés.
Y esos ojos y ese andar, ni dudar de
reputada dama andaluza.
No se hable más de sus ancestros.
Hasta el ojo más profano reconoce cuándo una muchacha
de su alcurnia viene de la calzada o la atravesada.
Y no del arrabal donde los puercos remueven
las lombrices que engordan en las heces.
Como usted con prodigioso encanto dice
“y allá a quien le dé corroncha que se rasque”.
EL RETORNO DE ODISEO
¿Valdrá la pena emprender
ese largo viaje de regreso a la vieja morada?
Tirar al mar el frágil barco de papel, con sus rotas velas
y padecer el insomnio de la incertidumbre.
Sin saber si la botella con el mensaje, que anuncia mi regreso,
ha sido arrastrada por las olas hasta la orilla de la costa /
anhelada.
A mi regreso, quizás hostil me ladre el perro
y no reconozca en mí a su viejo compañero de caza.
Quizás mi madre medio ciega me confunda con algún forastero.
Suele pasar cuando se ha vivido largos años fuera de casa.
Dalila
Como un puño vació esta
el pecho de Dalila.
Esta chica nunca supo de perdón.
Siempre soñando las aldabas
de la noche, conspirando en los pasillos.
Afi lando la tijera.
Amamantando a su victima.
Tierna y letal a las melenas
de la fi era.
¡Ay de ti Sansón
palos y cuernos te esperan!.
Inscripciones en una pipa sagrada
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Uno nunca termina de saber qué es la poesía. Ni siquiera leyendo las Cumbres del Idioma de Rodolfo M. Ragucci. Se me viene a la mente ese enorme ejemplar impreso en Buenos Aires en 1963, por una simple razón: si de nuestra lengua se trata, el trabajo de Ragucci, a pesar de su carácter antológico, es una obra de lectura obligatoria, no sólo por la arteria histórica del libro, sino porque sirve de antorcha para recorrer sin tropiezos los túneles de nuestro pasado u origen poético. Juglares, poesía popular, poesía culta, poesía lírica, poesía épica. Desde el Mester de Juglaría, esos primeros poetas de la España del siglo XII, esos poetas errantes, ambulantes, viajeros al son de la vihuela, siempre en la lengua del vulgo cantando versos propios o ajenos para ganarse la vida, pasando por la eras clásicas, seudoclásicas, de resurgimiento y de hoy, hasta un grupo excluido de versos de Netzahualcóyotl de Tezcuco o del Inca Pachacútec. Ni aún así termino de comprender qué es la poesía. Ni leyendo las variopintas y a veces aburridas definiciones librescas de la doctrina literaria, ni sometiendo al examen etimológico la palabra poesía.
Tal vez pueda experimentar la poesía mientras leo ese hermoso soneto de Rimbaud, Reve pour le hiver (Sueño para el invierno) o los primeros versos del Canto a mí mismo, de Whitman. Tal vez pueda experimentar la poesía al escuchar a un bardo declamar la perfecta, la primera estrofa del Perfil de Manolo Cuadra:
Yo soy triste como un policía
de esos que florecen en las esquinas,
con un frío glacial en el estómago
y una gran nostalgia en las pupilas.
Sí. Después de una estrofa así se me nubla la mente o mejor dicho se me emblanquece, y me turba y paradójicamente me tranquiliza una sensación, una paz extraña, como el vuelo nítido de un águila. Incluso puedo experimentar un cóctel de reposo, desahogo, liberación, nostalgia, lágrimas. Entonces, es en ese momento cuando pienso que no sé qué es la poesía y que nunca voy a terminar de saberlo, y que no me interesa saberlo. En vez de sentir curiosidad por saber racionalmente qué es la poesía, me da curiosidad experimentar con otro tipo de poemas o versos, me da por mantenerme a la caza de una o más líneas y volver a sentir lo mismo, o si tengo suerte, superar lo sentido y registrar un vuelo más excitante que el del águila.
Y a propósito de plumas agitadas, es aquí donde quiero empezar, precisamente con un batir de alas, con el vuelo seguro del primer poemario de Douglas Téllez, Inscripciones en una pipa sagrada, para los muros del Empire State y otros poemas. Poemario publicado hace ya unos años, tal vez cuatro o cinco, y que recién terminé de leer.
El acero de Toledo, el primer poema del libro, me parece la autodefinición del poeta: Yo no soy esto, soy aquello, yo hablo, yo digo y bajo esas condiciones espero que me lean. Téllez define su oficio y se ubica, o al menos eso pretende, en la línea rebelde de la poesía. Para muestra los siguientes versos:
Jamás me arrodillo ante las severas formalidades de los
gramáticos de púrpuras togas doctorales. Soy un ortógrafo
sin límites. Yo no hablo Ezpañol, ni creo que en Toledo
se forjen las mejores ezpadaz del mundo.
Entonces, a través de las legendarias espadas de Toledo, como símbolo colonial, es posible cuestionar y disentir de toda una tradición idiomática e histórica. Se trata del latinoamericano en la reafirmación de lo que cree que es su identidad, en la contraposición de “ese otro castellano”, de ese nuevo castellano al viejo idioma que nos “conquistó” hace ya varios siglos.
En Manzanas de California, poema dramático de una intensidad lírica espeluznante, el poeta alude a la difícil vida del emigrante latino en los Estados Unidos. Hay una parte que confieso me impresionó sobremanera, y tiene que ver con la forma poética que el autor utilizó, juzguen ustedes:
Tus manos de musgo ya no buscan la sed
de la tierra, se divierten aplastando
policromáticas lucecitas y puliendo líquidos cristales.
No puedo evitar ver a través de estos versos al nicaragüense uniformado de servidumbre con jabón, agua y esponjas limpiando una y otra vez los cristales de McDonalds en la madrugada. Y la situación se agrava con el dato escondido del poema, que no es necesario para apreciar su belleza, pero que sí impresiona a quienes conocen al protagonista de los versos: Allan Pallais, quien es también un poeta.
A partir del poema Delenda Est..., el contenido se vuelve más político o sociopolítico. Estamos en Nueva York. Es o fue once de septiembre y arden las Torres Gemelas. También estamos en Roma, la poderosa y despiadada Roma, envidiando la prosperidad de la bella Cartago. Creo que fue en tercer año de secundaria que vimos las guerras púnicas. Las tres guerras promovidas por Roma para destruir Cartago. “Delenda est Cartago” o Cartago debe ser destruida era la frase preferida de Catón, un censor romano, y según cuenta la historia, el político concluía sus discursos pronunciando siempre esas tres palabras: Delenda est Cartago. Y Cartago fue destruida. Para el poeta Téllez la historia podría ser cíclica, ya que en este poema, Roma es Estados Unidos y Cartago es Afganistán o el Medio Oriente en general. El bello Medio Oriente rico en petróleo:
Delenda est... susurran las prostitutas
de Manhattan y los sonámbulos maratonistas
del Central Park.
Delenda est... arde el cielo de Brooklyn y el Bronx
otra vez el alto cielo de Nueva York.
Hay dos poemas, “Los hijos de la usura” y “Nosotros ya no conoceremos Nueva York”, en donde Douglas Téllez plantea la venganza como otro móvil del genocidio cometido por los gringos. Luego del infame justiciamiento del World Trade Center, Bush habló de un programa de ataque al que bautizó como “Justicia Infinita”. Veamos los versos:
Saltan de felicidad cuando los misiles justicieros
describen siniestras parábolas en el cielo de Kabul
No hay lágrimas de cocodrilos en sus ojos, sólo risas
disfrutando la Venganza Infinita.
En el siguiente poema se reitera y en mayúsculas:
VENGANZA INFINITA claman los ofendidos patriarcas
del hurto y la usura, desde sus templos de mármol.
Egoísmo infinito, envidia infinita, arrogancia infinita, el poeta con su dedo apunta pero también siente la tristeza colectiva, la rabia sosegada, la resignación, la impotencia, el dolor.
Luego está el poema que da el título al libro: Inscripciones en una pipa sagrada..., dividido en cinco trozos. Leamos: Nubarrón rojo los Awaunageesuck, es obligación del lector consultar esta significativa palabra. Yo la encontré curiosamente en una página de los Testigos de Jehová. Cito literalmente:
“¿Cómo nos llamábamos antes de que llegara Colón? (...) Cuando se traduce la palabra con la que nos designábamos, y aún nos designamos, en cada una de las tribus, sin saber la que habían escogido las demás, siempre viene a significar lo mismo. En nuestra lengua (narragansett) decíamos “ninuog”, que quiere decir “la gente”, (en navajo, diné) “los seres humanos”. Así es como nos llamábamos. De modo que cuando llegaron los colonizadores (europeos), nosotros sabíamos quiénes éramos, pero ignorábamos quiénes eran ellos. Por eso los llamamos awaunageesuck, “los extraños”, pues ellos eran los extranjeros, ellos eran los desconocidos, mientras que nosotros nos conocíamos todos. Y nosotros éramos los seres humanos”.
Son palabras de Roble Alto, de la tribu Narragansett. Desde ese momento se aprecia con claridad el poema y el nubarrón rojo se convierte en un nubarrón de sangre. Desde ese momento podemos sentir el dolor indio, el dolor causado por los colonos ingleses y allegados.
En la segunda parte del poema encontramos a Tatanka Iyotanka, o Toro Sentado en español. Se trata nada más y nada menos que del héroe de los Sioux, de los Apalaches y de los Cheyennes. Toro Sentado es un valiente guerrillero, poeta y figura clave de la resistencia indígena en Norteamérica. Douglas Téllez celebra con nostalgia y orgullo el veinticinco de junio de 1876, cuando Toro Sentado y su ejército pusieron a los gringos en su lugar con la batalla que inmortalizaría el coraje indígena. La batalla de Little Big Horn, en donde murieron doce escuadrones y cinco compañías de estadounidenses, quienes ni siquiera con las armas último modelo de la época y bajo el mando del famoso Coronel George Armstrong Custer, pudieron con el valor y el poder de Toro Sentado y sus hombres. Cuenta la historia que las palabras de apertura a este memorable combate fueron: “¡Hoy es un buen día para combatir, es un buen día para morir: corazones fuertes, corazones bravos, al frente!”, gritó uno de los indígenas. El poeta Téllez también recuerda con tristeza el final de Toro Sentado siendo parte del show del salvaje oeste de Buffalo Bill, y después su lamentable muerte a manos de los blancos. Así, el poema de cinco estancias de Téllez mezcla historia con dolor, muerte y política, y discriminación, nostalgia, coraje y crítica:
No me pregunte qué fue de la pradera
donde ebrio de felicidad saltaba el búfalo
Nada del ayer existe...
sólo viejas cintas cinematográficas
donde siempre eres el malo.
A medida que avanzan las páginas del libro, el lector se encontrará con otro Douglas Téllez, en unas pícaro, en otras humorista o melancólico. Definitivamente hay más de que hablar sobre este poemario, espero que otro lector se entusiasme y encuentre aquello que mis ojos no pudieron encontrar, pero sobre todo espero que lo disfrute.
Inscripciones en una pipa sagrada... no es el típico poemario fru fru (esta última es expresión de Lemebel), no son los poemas rebuscados de un poeta incomprendido, es más bien el poemario de un hombre que comprende su época y su historia, que poco habla de sí y sus complejos (aunque nada malo fuese si lo hiciera), es un poemario que habla para sí y para nosotros del mundo y sus desaciertos. Los poemas de Douglas Téllez no están conformes con sí mismos, por eso nos apuntan sin miedo. Téllez es un poeta de cuero duro, afectado por la historia universal, y su poesía es y no es un por qué perdido en el insomnio. Por eso insisto, uno nunca termina de saber qué es la poesía.