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Channel: POETAS SIGLO XXI - ANTOLOGIA MUNDIAL + 20.000 POETAS: Editor: Fernando Sabido Sánchez #Poesía
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VALERIA CANELAS [17.940] Poeta de Bolivia

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Valeria Canelas 

(La Paz, Bolivia 1984). Licenciada en Historia y Máster en Literatura Hispanoamericana. Participó en la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, donde vive hace once años. Poemas suyos han aparecido en la antología Cambio Climático. Panorama de la joven poesía boliviana, recientemente traducida al francés, así como en las revistas Vacaciones en Polonia, El ojo de Adrián y Nayagua. Su libro inédito Maquinería fue finalista del premio Gerardo Diego de poesía para autores nóveles de la Diputación de Soria en el 2010. Su blog es: edithoster.blogspot.com.


HUELLAS

vértebra tras vértebra
el mal se ha vuelto sólido hueso
materia susceptible de ser vida 

el mal como un hogar inconstante envenenado
por las súplicas de los que no
sabemos permanecer en lo distante

la huella que arde abre el cuerpo
la sangre antigua manando en toda
dulce instancia

nombre tras nombre
el océano se ha fundido con mi rostro
enfermo de deseo y podredumbre

no habrá órgano que constante
la belleza y su desperdicio



Mas-karada

Entre el otro y yo
el cuerpo
hace presencia.

Mi cuerpo
se conjuga
como el único verbo
que contiene
todos los sentidos.

El cuerpo dice miedo
y hace imagen
dice dolor
y hace tacto
dice vejez
y hace tiempo.

Camino hacia la palabra
en busca de un aliento
contrario
al cuerpo.

Me pierdo en la primera persona
porque el cuerpo
hace muralla.

El cuerpo en tercera persona
aspira a significar un yo
en la obligada apropiación:
decir mi cuerpo.

No hay aliento
fuera del cuerpo
mi voz
también pertenece.

Detrás de la muralla
lo escrito como
el único cuerpo 
posible en el que decir
yo soy otro.



Mueca

Como si escribir 
fuera el único
lugar preciso.

Precisamente
aquello 
de lo que se huye.

Todo estaba
en una mueca 
descarnada.

Desposeída
la mueca 
imposibilidad
de palabra.

Todo estaba 
con la precisión
asfixiante
de lo no dicho.

Decir miedo
para presentar la piedra
la extracción
de la materia sólida
que habita.

Cuerpo fantasma
en el que habitar
la mueca.

Hallarla
precisamente
en los límites
del cuerpo.

Todo estaba
menos el movimiento
necesario
para nombrar 
la mueca.

infelicidad
desencanto
desasosiego

Y sin embargo
todo inconcluso
todo materia sólida
inexpugnable.

Materia sólida 
el fantasma
que no sabe
hacerse cuerpo.

Ritmo incoherente
sin aviso
extrae piedras
materia sólida
el silencio.




NUDOS

El ímpetu cambia de dirección en el último instante,
entonces la piedad se vuelve necesaria.
Necesariamente falsa, aturdida, desordenada,
casa amoblada con todos los gestos patéticos de estos vínculos.

Un intento de conversación que franquee nuestros muros familiares, nuestras costumbres
inamovibles y, a veces, creo que la libertad sería posible si
estos muertos no fueran nuestros.
Pero hace tiempo que dormimos rodeados de sus cenizas
y, ya ves, suele suceder que ellos se mezclan con el polvo y son la alergia.

Nuestros muertos que se disfrazan con nuestras palabras
con esos monosílabos inservibles que llevamos años repitiendo:
sí, no, bien, mal, no sé…

A veces sucede que nuestra biografía se sostiene únicamente en murmullos
envenenados por una continuidad innecesaria.
Y, pregunto, si todo se acabara aquí?
Si dejáramos de una vez por todas  que nos habite este océano de culpas de las que nadie piensa hacerse cargo, aún cuando las lágrimas hacen pensar que, en el fondo, todos somos culpables.

Nos nacieron los vínculos enfermos
y nosotros habitamos en los síntomas, cansadas marionetas de las suposiciones:
suponemos querernos
suponemos ser familia
suponemos recordar cuando lo cierto es que el pasado es otra más de las islas que nos contienen, mirándonos uno a otro, desconocidos y ajenos, completamente extranjeros.

Yo no dejo de repetirme: en cualquier parte siempre que sea lejos.

Siempre que la palabra distancia y familia formen parte de un sistema que funcione correctamente en un perfecto equilibrio.
Un equilibrio distorsionado  y mezquino pero necesario para poder
congelar la rabia que me producen los monosílabos que, no puedo negarlo, son también los colonizadores de mi lengua materna en la que siempre he sido extranjera.

Y no es sólo un asunto de pertenencia,
es lo real que no se ajusta a los límites de lo esperado y lo excede.

Lo real distorsionando las palabras necesarias y alejándonos cada vez más
pero nuestras murallas tienen grietas por las que, de vez en cuando, se filtran la piedad y la ternura tan estúpidamente similares a la lástima:
¿eso es todo lo que nos queda? ¿la mendicidad de los afectos?




El primer miedo

Tengo cuatro años y el fin del mundo 
está cerca siempre
ha estado dentro
de la casa
pero sólo ahora
empiezo a reconocerlo:
en los muebles viejos
en las revistas con palabras
Blancas y Rojas
que brillan y son el único
destello de lo real
que ha dejado
de pertenecernos.

(cuatro fantasmas
rotos del presente)

Somos cuatro
seres de ojos
inútiles
desafiando los límites
del cariño con tacto
metálico
anulamos las correspondencias.

Me tumbo sobre la silla y dejo
que cuelgue
la cabeza:
mi cabello se derrumba
como una lluvia de insectos.

Se filtran los pasos y el silencio
pero en medio de la rutina
irrumpe el terror,
esa forma que siempre se despierta
en mi cabeza.

La casa está vacía
como si los habitantes
fueran sólo matices de la luz artificial
que he confundido
con presencias.

Estoy atrapada en mi equilibrio
y el mundo se rompe en silencio
y el miedo es algo parecido
a mis ojos de niña muerta
contemplando la palabra
quieta.

Alguien dice: parece que hay un movimiento
y yo pienso en gente corriendo,
pienso en los muebles rompiéndose,
en la Noche eterna de las apariciones,
en nunca más saber cómo permanecer quieta.

En escenas como ésta he perdido
la palabra
hogar
(silla
lámpara
luz artificial
luz que inunda mis arrebatos
desbordes de lo cotidiano).

Y la lluvia negra  de insectos
se parece al fin del mundo
creciendo una y otra vez
en mi cabeza,
interminables esbozos de
la nada que acabará
por comernos.




Pulsión y tiempo

Antes de la presencia el fantasma
luego, la ruina.

El estar se despliega en 
un laberinto de posibilidades que no llegan 
a concretar sombra.

Una pulsión vital que
se adhiere a los objetos 
y sucumbe ante sus margenes.

Me desplazo en las identificaciones
y ya no le temo al despojo,
a la palabra o al hueso
de lo real que hay en mi
y en todo lo que me habita y abandona.

Lo oscuro incide en lo real
y talla las formas del desprecio.

Me oculto de la palabra
en la palabra.

Cedo ante los objetos
que con su presencia 
me nombran.

Ajena en todo
y, sin embargo,
hay miedo y hay pertenencia.




Ciudad cuerpo

debajo de la escalera
los otros finales
debajo el camino
la tristeza
el tiempo
las manos se convierten en garras
en un intento de volver terrible
lo ordinario
garras de bestia vieja
cansada de tener fauces
rabia cansada de devorarse
me como por dentro
me como la historia de la mano
me como la pesadilla
la pausa es demasiado seca
demasiadas imágenes buscando el argumento
buscando una forma alternativa
que continúe lo que no me corresponde
atravieso historias ajenas
y súplicas
y lloro por las pérdidas
por la bestia vieja
por su hambre
por el tiempo bestia vieja
necesitada de despedidas
saturación de formas y de manos y de huesos
tristeza salada de mano vieja
el peso de la muerte
en mis recursos de infante
no hay espejos
huesos de las manos huecas
un hueco en el rostro
una manera de callarnos con imágenes
de amueblar el tedio
con las despedidas
inexpertos sueños huecos
el peso en la tristeza contenida
no hay herida
ni mensaje
golpes en lugar de voces
golpes en lugar de cuerpos
haciendo lugar en cada uno
de mis sentidos
golpes en el lugar de sentimientos
sin voces
un día las palabras dejarán de herirte
dejarás de citar
de amueblar el silencio con palabras
de buscar en el pasado la razón del tiempo
de desenterrar las palabras desconocidas
que te parieron
que te sostienen 
ahora
que te detienen frente a la pared
pared sin nombre
del otro en la pared
no habrá fantasmas
ni voces
ni huesos
y entonces no habrá nada
y las voces serán necesarias
y los fantasmas serán necesarios
y la pared real
será la intemperie 
y el silencio de la intemperie
y el cuerpo enmudeciendo
en la intemperie
la ciudad será el cuerpo
la enfermedad 
será el sistema
el único modo de circular
y desenterrar 
una a una las imágenes
y las voces desconocidas 
de las imágenes




Doble

como si ya sólo estuviera entregada al sentimiento
y el origen se volviera un sistema difuso de reapropiaciones
no resta nada 
sólo las imágenes vacías de un pasado
que de tan mío se volvió ajeno
extraño el origen y extraños mis propios movimientos
los nombres llamados
en la última habitación del desencanto
la figura del deseo se volvió extraña
desconocido el rumbo por el que vaga el recuerdo
extraño se volvió también el recuerdo
cansada de mantener viva la última promesa
no tuve tiempo de serle fiel al recuerdo
porque todo lo habían acaparado los fantasmas
los dobles
los movimientos que fueron míos y de este cuerpo
pero ya nunca serán míos ni de este cuerpo




Oliverio

Porque Girondo me enseñó a llorar
al tocar los muebles dormidos de la casa 
al cantar la melodía de las cañerías viejas
al masticar el rumor de lo cotidiano 
en los bares de cafés vespertinos
la ternura incomparable de la arrugas en las cosas viejas
la sabiduría de las cortinas desteñidas
llegué de su mano al incendio
sin pudor al adjetivo.



Proselitismo

Las caravanas políticas
concluían con un sándwich de atún
comido entre las montañas.

El sol del altiplano
quemaba la piel cubierta 
de banderas rosas.

La vuelta a casa era siempre
el regreso de una excursión
y yo quería quedarme
en cualquier punto del paisaje.

Volver a casa siempre
con la gorra en las rodillas
leyendo frases panfletarias
sosteniendo los bolis las tazas las poleras:
el marketing de calle
de la política latinoamericana.

Mi infancia transcurrió entre pancartas
y bandas militares
entre camionetas con megáfono en el techo
y salidas furtivas en la madrugada
para pegar carteles.

Mi compromiso político consistía en batir
el engrudo a fuego lento
y convencerme que su preparación
era parte de la alquimia
en ponerme la chamarra rosa
mientras mis dientes de leche emitían
el sonido del frío.

La palabra campaña
cobraba dimensiones insospechadas
cobraba sentido de excursión y primavera
de juegos de infancia 
y de identidad secreta.










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