María Auxiliadora Balladares
(Guayaquil, Ecuador, 1980)
Es investigadora y profesora de Literatura. Trabaja la obra poética de escritores latinoamericanos de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. Estudia los conceptos de materialidad, corporalidad y lo "común" en la filosofía y la literatura contemporáneas. Ha publicado un libro de cuentos: Las vergüenzas (Quito, 2013). Tiene un poemario inédito: Animal. Su libro Todos creados en un abrir y cerrar de ojos. El claroscuro en la obra poética de Blanca Varela se publicará en los próximos meses. Mantiene el blog www.ladiestraylasiniestra.blogspot.com.
la isla
es la primera vez que se clava
en mi boca
un anzuelo
es perversa esta herramienta
me clava
pero no me destroza
la emoción del hombre al sacarme del agua
hace que me atragante con aire
alcanzo a ver
en este elemento
que todo lo deforma
un cuchillo al pie de la criatura
el hombre sabe lo que hace
con el cuchillo corta
la parte más blanda de mi carne
una tajada larga y gruesa de mi costado
la mujer que lo acompaña
aprende a mutilarme
ella traga mi carne rojiza
mientras mis ojos se fijan en sus piernas
desde las tablas del islote
donde me ha echado el hombre
que introduce en su boca
de mi cuerpo
otro pedazo
al verlos comer
una sensibilidad que no conocía
despierta
siento un dolor breve
intenso
en la carne que el hombre ha desprendido
puedo decir con certeza
que me duele
cuando me mastican
el hombre me toma entre sus manos
corta el hilo que me ata a la caña
y me echa de vuelta al agua
con el anzuelo aún clavado en la boca
y un trozo de mi carne entre sus dientes
mi cola por instinto se mueve
de un lado a otro
y me sumerjo
a esperar que me llegue
de nuevo la muerte
Cangrejos
─ Vamos a dejar los cangrejos en la arena. Esa botella infame no es casa de un cangrejo, menos de seis. Vamos, de la mano te llevo. Te puedes despedir de cada uno de ellos; por sus nombres puedes llamarlos, por sus nombres. Yo sé que no son de aquí, pero aquí pueden hacer una casa nueva, tener hijos, acomodarse en las rocas cuando llegue la tarde.
Y acaso acordarse de ti cuando llegue la tarde. Yo sé que les das de comer, pero ellos, antes de ti, sabían cómo encontrar alimento.
Me da miedo que se olviden de distinguir los pasos de la gente, del reventar de las olas.
Me da miedo que piensen que este plástico es el cielo y que sus patas tomen la costumbre de resbalarse en lugar de clavarse bien y de punta. Tú sabes cuánto miedo da. Prefiero que se nublen mis ojos, espero que se nublen mis ojos.
─ ¿Has visto cómo les ha costado irse? ¿Has visto cómo?
desahucio
Mira si abres las cortinas
esta oscuridad calurosa
acuosa
endemoniada
se mete por ahí
por donde creemos que todo está clausurado.
Mira si abres las ventanas
para que sople el viento de la tarde
para dejar de sudar así
como si tuviera miedo
de algo
de morir
de un daño.
Mira si te asomas
y me cuentas qué hay afuera
en la calle
si divisas algo extraño
algo que no hayamos visto ya
que nos desequilibre en sueños
que me dé una alegría
o arranque este calor infame de mi cuerpo.
Haragán
levanta la cara
no te canses
mírame
levanta la cara
esfuérzate
que allá
donde las fístulas
duermen
a mí me duele
a mí me duele
haragán
levanta la cara
no puedo caminar
me duele
la fístula duele
haragán
dulce fístula
ínsula úlcera
duele
ahí
en el lugar
del dolor
clavan todo
todo clavan
y yo veo a uno caer
haragán
uno caer
muerto
por la brisa
por la prisa
de tu arma
haragán
he only sings when he's sad
delicado
tu grito
delicado
tu sexo
delicado
tu almohadón
delicado
tu grito cuando tu sexo en tu almohadón
La calle (para Alicia)
La miro, desde el segundo piso,
cruzar la calle.
Va a la tienda.
La miro desde arriba porque es lo único que quiero hacer.
Ni comer, ni nada.
La veo, atenta, mirar desde la vereda.
Con la ropa de dormir, de casa, de patio,
de no salir a ningún lado.
Y ella deseando que no la mire nadie.
Y yo mirándola desde arriba,
cruzar la calle.
Me apoyo en la ventana,
como quien mira más de lo que puede ver.
Cansada de ver tanto,
ella demorada, con saco roto en las mangas.
Quisiera gritar desde arriba que tenga cuidado,
que yo no podría vivir sin ella,
que mire bien,
que me espere,
para tomarla de la mano y
cruzar la calle.
Pero no hago nada y ella está ya en la otra vereda,
deseando no encontrarse con nadie,
hacer las cosas rápido,
comprar, pagar, salir de la tienda.
Mi mirada la encuentra,
y la intuye y sabe del cuerpo debajo de esas ropas
de domingo, de cama, de antes del baño.
Yo no resistiría verla
cruzar, de nuevo, la calle.
Así que doy media vuelta y me escondo.
A esperar que pasen los minutos hasta que vuelva.
Me escondo en la mesa, en la cocina , en el agua.
Lejos de la ventana, acordándome que la gente
no sufre por mirar a otros
cruzar ninguna calle.