Fabián Darío Mosquera
(Golfo de Urabá, Colombia, 1983)
Periodista por la Universidad Católica Santiago de Guayaquil y Certificado en Teoría Crítica por el Instituto de Estudios Críticos 17, de México. Vivió por un tiempo en Barcelona, donde obtuvo una Maestría en Estudios Comparados de Literatura, Arte y Pensamiento por la Universidad Pompeu Fabra. En la prensa ecuatoriana fue cronista, crítico de cine y jefe de redacción; obtuvo en dos ocasiones el premio nacional de periodismo Jorge Mantilla Ortega y fue finalista del premio internacional de poesía Casa de las Américas (La Habana, 2013). Ha sido profesor secundario y universitario de Teoría Crítica, Mundo Contemporáneo y Lenguaje Cinematográfico. Actualmente es profesor de Arte y Sociedad en la Universidad de las Artes del Ecuador. En 2012 publicó junto al poeta y crítico uruguayo Eduardo Milán Motricidad Fina, diálogo sobre poesía y crítica cultural. Ha participado en encuentros literarios en Guayaquil, Quito, Lima, Santiago de Chile y La Habana; textos suyos, entre poemas, ensayos y trabajos periodísticos, aparecen en revistas, muestras y antologías de Guayaquil, Quito, Lima, México D.F. y Barcelona.
I
Migaja de archipiélago es el paladar de las mujeres Blandas / Tajantes / Blandas / Tajantes como un potro en fulgente altanería sobre cábalas de viento.
Me dicen quédate no zarpes quédate un rato –un ratito- más
y busco allí porque sé que en la veda del insomnio la memoria está eyaculando
buitres y campanas.
Campanas y buitres.
Y allí seguiré buscando / Ah Carajo Madre Oh Sister Morphine a veces Rezo por Vos
entre el sarro
de las pálidas preseas.
Pero no soy digno de que entres en mi casa.
Solo en aquel sueño de bronces licuados donde llevas como arpón de cetrería
un buitre al que llamaste como yo decidí llamarme al alba y bajo la fronda de tus muertos.
Bajo el ascua de una sed tan negra amor tan negra amor tan negra.
¿Recuerdas, Hermana Madre?
¿Recuerdas el grosero silabario de los días sobre el pastizal ardido como boca de viejo?
¿Recuerdas la calvicie de las playas?
¿Tú / Yo / El regateo / Los treinta denarios / La pátina deshojadora de zarzas que no habrán
jamás
de enrojecer?
Dime cómo no sembrar querella sobre estas mujeres cuando las horas son apenas superchería de búfalos de agua / que pastan en mis sienes / donde tú nunca has puesto un labio / donde tú nunca has puesto / donde tú nunca / donde tú / ¿Dónde?
Ahora viene a mí la vida conjurada:
Tumbado sobre el camastro yacía como una costra como una cordillera.
Tumbado sobre el camastro con una costra en la voz que centelleaba como una cordillera.
Y la puerta dividiste vapuleando a la noche -curtida
en su contracción fetal- con brutales
isobaras, tan solo
con palabras, esa fragua de viento cicatrizable.
¿Recuerdas amor, pulcra lisonja de los vientos en el rostro del que era cuando era?
A pastar bajaban los sollozos y los rezos.
Búfalos de agua los sollozos y los rezos.
Han pasado los años,
las estrías enjambrándose sobre la cáscara de las galápagos / Todo
un cartón bilioso pateado por el polvo / el verso embistiendo como mastín alebrestado / Trepidan
los valles clarea el arrecife, por donde la esperma desciende como palabra nupcial huyendo
de la podredumbre / Cuánto abrojo para llegar hasta aquí / Mira que los amigos auguraron
en mis salivaciones el chasquido del moscón que muere a mitad de su vuelo y cae a tierra /
El rojo
Sí el rojo venéreo de una pira ritual regurgitando a orillas del alba.
Pero cuánto abrojo entre las zarzas que no habrán jamás de enrojecer.
Algo así como una estirpe en peso.
Algo así.
Conchas de su Madre nadie entiende nada
ni yo. El sol
no esconde aquel útero de negra tiza sobre mis hombros ni los de mis amigos.
Mis amigos en su bajío de cáñamo que palpita como un sexo. Búfalos
de agua mis amigos.
Estropeados y hermosos más bien como un pulpo marchito que aguarda por los mercaderes.
Con un naipe en la frente, todavía, mis amigos. Y ahora
vuelve a mí, vuelve a mí la vida conjurada:
Las seis menos cuarto sobre viejos platanales / Abejorros que reventaban en el parabrisas
como aortas ovilladas contra la vértebra sonámbula del viento / contra el galope de las mujeres
Blandas / Tajantes / Blandas / Tajantes “quédate no zarpes quédate un rato –un ratito- más”.
Mi padre que iba conduciendo, yo tendría diez o doce años, los plantíos a estribor, una ristra
de cantos caribes para atenuar el tedio / “mírame, quiéreme, bésame morenita” / Lo que yo
a veces quisiera -la verdad- es llamarte entre el sarro de las pálidas preseas.
A veces.
Y aún espero de tu embocadura de alabastro la Canción de Cuna que sea más o menos como esto:
Canción.
Fumando Samsara frente a un Cristo enconado, espero.
(capillita crayoleada en el asfalto. Oh Lord algunos de los lemas que de niño me largabas
los he prensado al cráneo como rémora de caspa). Tatuado
a la garúa, ese predicador que se demora demasiado en llegar al amén, aguardo. Puro
desmadejamiento. Oráculo crucial. Yonki doblado como el costillar de bueyes sobre la herbosa
placenta del río, aguardo
la Canción de Cuna la llaga del candil acercándose al andrajo sediento de fuego / Oh Sister Morphine que las horas al fin se agrieten con las dentelladas de una luz que por igual depreda y siembra:
¡
OM/VAJRA/FET
!
Ahora puedo hablarte de algo que a tientas me conmueve como el ciprés cuando tirita.
Deja que te cuente que desde la Edad de los Faisanes es que sus ojos trasiegan
gárgaras de plankton.
(Las pestañas soliviantadas, tobillos de una choza cernida por el aguacero).
Y el rostro libera un calor que huele a silencio en las dunas añiles.
(Fraile afiebrado la palabra y su huésped).
Es pequeña, como tú, pero fuma.
La espalda como un relincho a la hora de escanciar el Yo.
A la hora del trémulo estatuto.
(Piedra de agua; insinuado alacrán del color de la encía que lo azuza).
Pero mejor dejamos todo aquí porque este poema se parece demasiado al de tantos otros
que le hablaban a la madre sobre sus mujeres como si fueran a obtener algo. Mal/paridos Imbéciles.
(Perdón mamá).
Un zócalo de sal para una virgen coronada de buitres, pobres alimañas los escribas / Siempre
con su Taj Mahal de puño y lepra / Jactancia y tutelaje del sollozo / Te digo que nada de eso importa
a la hora de los albañales bajo la garúa, ese predicador que se demora demasiado en llegar al amén /
y dictamina:
“Al salmo respondemos: pero los besos acendrados nacerán
/ en la estibación de tus hijos”.
Yo soy el vertedero, vicio del gallinazo.
Pero los besos acendrados nacerán, en las estibaciones / en tus hijos airados como la escaldación
de los blancos
gasómetros
blancos.
Esta ciudad,
liendre en la barba de un sismo, te dijo calla y sé pobre pero Tu boca Tus hijos Tu zarza de Morfina
y Sarro que habrá al final de enrojecer…
Y en esa luz labradora aceptaré malgastarme como en un sexo como en un dios cauterizado
por el albedrío del relámpago.
Entonces
acendrada nacerá la sangre de un labio precipitado en sacramento;
y en procelosa cabellera cuyas trenzas son sudores que se burlan de la muerte.