Teodosio Vesteiro Torres
Teodosio Vesteiro Torres (Vigo, 11 de junio de 1847 — Madrid, 12 de junio de 1876) fue un periodista, escritor y profesor de música español.
Sus padres fueron Juan María Vesteiro Barbeito, oficial de infantería, natural de Lugo, y Antonia Torres Fernández, natural de La Coruña. Ingresó en el Seminario de Tuy en 1860, donde ocupó una cátedra de Humanidades y fue bibliotecario, clasificando y ordenando los más de 6.000 libros allí existentes. Comenzó a escribir en el Boletín Eclesiástico del Obispado de Tuy. Fue vicepresidente de la sociedad La Juventud Católica del Miño, redactor de La Juventud Católica de Tuy y director de la orquesta de la Catedral de Santa María de Tuy. En 1871 abandonó los estudios eclesiásticos y se trasladó a Madrid donde trabajo como profesor de música, residiendo en casa de sus primos Lorenzo Quintero y Emilia Calé y Torres.
Colaboró en El Heraldo Gallego (Orense), Revista Galaica (Ferrol), La Concordia y La Caridad-El Desengaño (Vigo). En 1875 fundó en Madrid la asociación La Galicia Literaria, de la que, años después, tomó su nombre la publicación Galicia Literaria. Escribió en español y la mayoría de sus obras siguen la temática y corriente galleguista.
Después de destruir sus trabajos de juventud, se suicidó en el Museo del Prado disparándose un tiro con un revólver en la madrugada del 12 de junio de 1876. Dejó dos cartas de despedida: una a Manuel Curros Enríquez y otra a Valentín Lamas Carvajal.
Reconocimientos
Después de su muerte, en la publicación O Tio Marcos d'a Portela, se incluyó un librito de veinte páginas titulado, Coroa de morte 'o inspirado escritor é doce poeta gallego Teodosio Vesteiro Torres; también el El Heraldo Gallego publicó en 1877 el libro Corona fúnebre á la memoria del inspirado escritor y poeta gallego Teodosio Vesteiro Torres, donde colaboraron Valentín Lamas Carvajal; José M. Hermida; Emilia Calé Torres de Quintero; Eduardo Álvarez Pertierra; A. J. Pereira; Emilia Pardo Bazán; Alfredo Vicenti; José Tresguerras y Melo; Pastora Guerrero; José María Montes; Nicolás Taboada Fernández; Juan Neira Cancela y Rafael Bugallal. El concejo de Vigo le dedicó un parque (Poeta Vesteiro Torres) en el barrio de Coia.
El personaje de Teodosió Vesteiro, como fantasma del Museo del Prado, aparece en la novela El Maestro del Prado y las pinturas proféticas (Planeta, 2013) de Javier Sierra Albert.
Obras
Flores para la soledad, seis melodías para canto e piano, 1871.
Versos, 1874.
Galería de Gallegos Ilustres, 5 tomos: Poetas de la Edad Media, Guerreros, Marinos, Príncipes y Diplomáticos y Artistas, 1874.
Rimas de D. Rodrigo de Moscoso y Osorio, vizconde de Altamira. Siglos XV a XVI, 1875.
Póstumas
Monografías de Vigo, 1878.
Galería de Gallegos Ilustres. Apéndice, 1879.
Páginas sueltas, 1892, publicado por Emilia Calé.
Poesías, 1896, na Biblioteca Gallega de Martínez Salazar.
Recuerdos de Galicia, 1896, con prólogo de V. Novo y García.
EN LA PASCUA DE LA NAVIDAD
Ya luce sobre el suelo
de redención la autora,
ya suena feliz hora
de la salud de Sión;
hosanna clame el orbe,
hosanna las alturas,
hosanna las criaturas
hosanna y bendición!
Si esclavo fue el humano
de triste yugo acerbo,
al humanarse el Verbo
rompe ese yugo vil;
y el mundo alborozado
henchido de contento
eleva al firmamento
de gracias himnos mil.
Nació el divino infante,
y acógelo gozosa
la humanidad dichosa,
cual prenda de su amor,
y tiernos los mortales
le rinden sus loores
le cantan sus fervores
le aclaman su Señor.
De un miserable albergue
en tristes soledades
nació el Dios de bondades,
del Universo el Rey;
y de humildad tan alta
la fuerza es infinita,
que las cadenas quita
a su afligida grey.
¡No más dolor aciago!
de hoy reine la bonanza,
que el sol de la esperanza
brilló por nuestro bien!
cantemos dicha tanta,
cantemos tal victoria,
cantemos nuestra gloria,
la gloria de Salén”
Teodosio Vesteiro Torres
Publicado no xornal tudense “Juventud Católica de Tuy: revista religiosa, científico-literaria” editado na nosa cidade entre 1870/71.
TUY
A Telmo Rotea y Osorio
Orillas del Miño, el río del oro, alza sus negros torreones, verdaderos monumentos de la edad media, una de las más antiguas ciudades de Galicia.
Su ilustre abolengo brilla en los cuarteles de su escudo. Subían los nobles hijos del Arya á la cumbre del monte sagrado la noche del plenilunio, para ejercer sus misteriosos ritos. La memoria de los aborígenes fué perpetuada en los balsones de Tuy con la luna y tres estrellas en campo azul.
Pocos pueblos conservarán más impresas las huellas de las razas dominadoras. El tipo griego, el romano, el normando se adivinan en los campesinos de la comarca; pero ninguno tan marcadamente como el celta, sobre todo en sus hermosas mujeres.
La costumbres célticas se traslucen en las diversiones populares. Encendían nuestros abuelos sus luminarias en el solsticio de verano: la generación presente danza en torno de las hogueras por Sam Juan. Saludábanse aquéllos con el alegre aguein – Ah (el trigo germina), grito de esperanza y venturas; todo faltaría hoy, antes que el aguinaldo tradicional, en los patriarcales hogares de Tuy.
Erradas lecturas en lapidarios y cronicones, han hecho graios de gravios; y de ahí pudo originarse la creencia, harto extendida, de que Tuy fué colonia griega. Quién la supone fundada por Diomedes, quién por su hijo Tideo; no creemos nosotros rebajarla dándole más antigua existencia, y esplicando su nombre actual por el vocablo céltico Tuid, que significa pueblo.
Así se llamó en los siglos medios. Los cronistas latinizaron Tuda; y en el supuesto de la venida del príncipe troyano, fácilmente se creyó Tuda, Tude, Tide, Tydes, (que de todas maneras se dice), nombre memorativo de Tideo.
Ni tal mito poético es admisible, cuando el mismo Virgilio pinta á Eneas rodeado de las sombras de los capitanes muertos en Tebas, y entre ellos cita á nuestro fabuloso héroe: Hic illi occurrit Tideus.
Tuy es triste y sombrío. El casco de la población es pequeño, su centro está cruzado por calles angostas y tortuosas, cuya soledad angustia.
Los arrabales, brazos que parten de la misma ciudad, paralelos al río, son más alegres, y su edificación más elegante y moderna.
La campiña es deliciosa, Sólo viéndola, puede comprenderse la amenidad de aquella extensa y fértil vega del oro, surcada por el Louro, que se desliza entre arboledas hasta morir en el Miño.
Huertas de naranjos y limoneros hermosean los contornos, cuyas praderas, siempre verdes, brotan espontáneas las modestas escabiosas y las preciadas camelias del Japón.
En las tardes de Mayo embriagan las orillas del río, adornadas por bosques de sauce y enebro, en cuyos senos se ocultan nenúfares y madreselvas.
Los vecinos campos de Portugal, ideales de Salvator Rosa, forman la perspectiva Sur de aquel edén de flores; inmensos pinares cubren las cimas del Norte; corren al Este las azules linfas que besan voluptuosas dos patrias hermanas; y el sol se oculta tras los gigantescos peñones del monte Aloya, centro de panoramas inimitables, y urna de las grandezas del pasado.
Teodosio Vesteiro Torres
Lejana memoria de Teodosio Vesteiro Torres
Por María Fontán
Muy poco, o nada, dirá hoy a muchos —estudiosos y especialistas aparte— el nombre de Teodosio Vesteiro Torres. Sin embargo en él alentó la promesa cierta de un poeta auténtico de fino lirismo, promesa que se truncó trágicamente, en Madrid, por el suicidio de Vesteiro, el 12 de junio de 1876, cuando era aún muy joven. Entonces, un grupo de escritores amigos suyos quiso rendir homenaje a su memoria con una Corona poética que apareció impresa en 1879. En ella colaboraron con sus versos Emilia Pardo Bazán, Emilia Calé, Francisco Añón, Ventura Ruiz Aguilera, Benito Vicetto, Alfredo Vicenti, Andrés Muruais y otros varios escritores cuya suerte literaria posterior ha sido muy diversa, desde la triunfal de la autora de Los pazos de Ulloa hasta la humilde permanencia únicamente en las páginas de una enciclopedia.
El libro de homenaje, cuyo título completo es Corona fúnebre a la memoria del malogrado poeta gallego Teodosio Vesteiro Torres, contiene en sus páginas iniciales un extenso Ensayo necrológico-biográfico, muy elogioso, escrito por uno de los grandes poetas gallegos, Manuel Curros Enríquez. Al final del volumen, a continuación de las ofrendas poéticas, se reproduce la carta que el novelista Pedro Antonio de Alarcón publicó sobre Vesteiro Torres en la revista La Ilustración Española y Americana, así como las respuestas que suscitó de otros autores, como Victorino Novo, Curros, Vicenti y Muruais. En palabras de los dos primeros —Novo y Curros—, la Corona publicada es:
[...] una colección de poesías dedicadas a la memoria de un poeta; un sencillo ramo de flores que, colocadas sobre una tumba, tumba que nadie saludaría si nosotros abriésemos las puertas del olvido, exhalan desde ella sus modestos perfumes, como una eterna plegaria que, perdiéndose en el cielo, hará descender sobre un puñado de miserable polvo la misericordia de un Dios todo perdón y amor para sus criaturas.
El poema de Emilia Pardo Bazán, uno de los mejores suyos, realiza una noble, apasionada defensa de la figura del poeta muerto en un instante de trágica desesperación (¿quién puede saber la última verdad de un suicida?):
Aunque empañaron tu memoria al paso,
como el cristal de un vaso,
los fallos implacables de la gente,
y al verte zozobrar sin luz ni puerto
hoy te maldice muerto
quien vivo te olvidaba indiferente
[...]
¡Silencio y oración! Grave es la muerte:
el más puro y más fuerte,
más respeta el dolor, oscuro abismo,
y solo y descubriendo la cabeza,
ante la losa reza
que huella con desdén el egoísmo.
VESTEIRO TORRES, MÁS DE UN SIGLO ENTERRADO Y OLVIDADO EN UN CEMENTERIO DE MADRID
La tumba de Teodosio Vesteiro Torres permanece intacta, pero dolorosamente olvidada en el cementerio de la Sacramental de San Justo, de Madrid. Es una sepultura de 1ª clase que aún ostenta el nº 622.
En este pasado mes de noviembre *(1986), su sepultura, desgastada y casi ilegible por las múltiples personas que la pisaron durante más de un siglo, destacaba por su desamparo y soledad entre las flores que cubrían las sepulturas del citado cementerio. No obstante, todavía se lee sobre el mármol blanco la identificación del desdichado poeta.
Aunque aquel hombre que, pese a su infortunio creyó en Dios, no tiene en su tumba el consuelo de una cruz, y eso hace pensar que evidentemente se le negó al desgraciado suicida. Tan solo encabeza la losa el cuño circular que utilizaba la Sociedad Literaria, prueba irrefutable de que sus compañeros le fueron fieles hasta última hora, seguido de su identificación, que dice así:
“Aquí yace don Teodosio Vesteiro Torres. Individuo de número de la Sociedad de Escritores y Artes Especiales. Falleció el día 12 de Junio de 1876, a la edad de 29 años. R.I.P.”
Tragedia y enigma del poeta
Tanto en el Registro Civil, como en la Sacramental de San Justo, consta el apellido Vesteiro con B, y lo más curioso es que se afirma que era natural de Vigo (Orense). Lo cual demuestra la poca geografía que conocían los funcionarios de entonces.
También ahora, se tiene la seguridad de que el poeta no fue enterrado en el cementerio general del Sur, como se afirmó en otras ocasiones, sino que allí solamente estuvo depositado el cadáver durante más de veinticuatro horas, habiéndosele efectuado la autopsia en el pabellón del citado cementerio.
Evidentemente, la familia del poeta hizo cuanto fue posible para que la causa de su muerte no se especificara en las respectivas actas, ya que sólo se hace mención de que falleció en el Salón del Prado, a las tres de la madrugada de la citada fecha.
Celso Emilio Ferreiro le describe como “un visionario, atormentado por el tedio vital, enfermo de incurable saudade…”
Pero quizás tan sólo Curros Enríquez intuyó la verdadera causa de su muerte. Era quizás su más íntimo amigo, y a él, lo mismo que a Carvajal, les dejó unas cartas desconsoladoras, despidiéndose de ambos como si estuviese afectado de una mortal enfermedad, y manifestando una fe ciega en Dios, confesión no concordante con la actitud de un hombre resuelto a acabar con su propia vida.
Su breve existencia
Había nacido en la bella y antigua Ciudad de la Oliva, un 12 de junio de 1847, y exactamente veintinueve años después, él mismo daba fin a su vida.
Siendo muy joven, a los quince años, ingresó en el Seminario de Tuy, donde destacó por su inteligencia y grandes dotes personales.
Músico y notable escritor, lo mismo que poeta, en el Seminario se le valoró justamente y, sin cumplir los veintidós años, llegó a graduarse como doctor en Teología, adjudicándose la cátedra de Humanidades. No obstante, al llegar el decisivo momento de la ordenación renunció rotundamente a la carrera eclesiástica, con gran disgusto por parte de su madre, que moriría dos años después.
Trasladado a Madrid, fijó allí su residencia y fundó la Sociedad intelectual de “Galicia Literaria”, centro de reunión de todos los escritores gallegos de aquella época.
Esta sociedad estaba situada en la calle de la Estrella, nº 7, cuarto 3º, siendo la residencia de sus primos Emilia Calé y de su esposo Lorenzo Gómez Quintero. Durante más de un siglo se afirmó que ésta era también la residencia habitual de Teodosio Vesteiro, más por los documentos exhumados últimamente, se ha logrado confirmar que el joven poeta residía en la calle del Caballero de Gracia, nº 26, cuarto 2º.
La Sociedad Literaria tenía sus reuniones los días 10, 20 y 30 de cada mes, y el 10 de junio de 1876, que casualmente era sábado, Vesteiro se reunió en el piso de la calle de La Estrella con sus habituales compañeros.
Nadie advirtió nada desusado en su actitud, ni tan siquiera al despedirse. Pero transcurrió el domingo día 11, en el que el joven poeta se dedicó a destruir su importante obra literaria y musical, de la cual tan solo se salvaron los trabajos ya publicados o los que se encontraban en manos de amigos y familiares.
Finalmente a las primeras horas del día 12 se dirigió al Salón del Prado, y a las tres de la madrugada se disparó un tiro de revólver en la cabeza.
El entierro
Ciento nueve años después(*), yo he estado ante esta tumba. Sobre ella habían caído el sol y la nieve de tantos y tantos años, y, sin embargo, parecía aún gravitar la presencia de aquellos hombres también desaparecidos y que en aquella tarde de un 12 de junio se reunieran alrededor de los restos mortales del poeta desaparecido.
Parecía advertirse la presencia de Curros, que había perdido su habitual arrogancia, derrumbado por el dolor, los hermanos Muruais, Núñez Castro, Manuel de la Peña, Victorino Novo, Eduardo Verdes y… ¡Añón!, el Patriarca, como le llamaban todos, que se sentía desolado como ante la pérdida de un hijo.
Pero si los restos del poeta de Boel se perdieron irremisiblemente en la fosa común del cementerio general del Sur, de Madrid, siendo inútiles los laudables esfuerzos de la Real Academia Gallega para que reposasen definitivamente en Galicia, los de Vesteiro los tenemos todavía allí, tan lejos de la tierra en que nació, esperando como una postrera liberación que lo arranquen de la soledad del cementerio castellano.
02.Artº 32.Vesteiro Torres.02
Josefina López de Serantes
El Ideal Gallego, 3 de Enero de 1986(*)