MANUEL MARÍA SAMA
Nació en Mayagüez, Puerto Rico, el día 22 de Mayo de 1850, y allí recibió la instrucción primaria.
Cuando Sama crecía, era Mayagüez una de las poblaciones más literarias de Puerto Rico. Su proximidad á Santo Domingo, en donde había ya en aquel tiempo propensión á las revueltas políticas, hacía que afluyeran allí los personajes desterrados ó emigrados temporalmente de aquella República, y entre ellos solían venir publicistas, poetas y profesores de enseñanza, que contribuían á mantener y propagar entre los mayagüezanos el amor á las letras.
Empezó á florecer allí hacia el año 65, cuando Sama tenía quince años, una juventud literaria inteligente y no exenta de entusiasmo. Freyre, Bonilla, José María Monge, Bonocio Tió, y algunos más, publicaban en un periódico local artículos y poesías, y Brau empezaba á manifestar su afición á las letras desde el cercano pueblo de Cabo Rojo.
Sama entró desde muy joven en el movimiento literario que le rodeaba. Poseía un temperamento poético exquisito y una gran delicadeza de sentimiento. Por la pureza de sus afectos y la elegancia y aliño de su dicción, parecía un espíritu femenino en cuerpo varonil. No gustaba de la sátira ni de riñas literarias, ni tampoco era aficionado á las luchas políticas, aunque fué siempre un consecuente liberal. Agitaba solamente las ideas generosas sin contradecir á nadie, y le entusiasmaban los actos de cultura y las cosas bellas. Fué siempre un cooperador decidido de las acciones nobles y benéficas.
En unión de su buen amigo Monge, publicó la notable colección de Poetas Puertorriqueños; escribió un buen número de composiciones poéticas, muy estimables por su dulzura y elegancia; escribió y publicó un drama sentimental, titulado Inocente y Culpable, de escenas emocionantes y de hermosos versos; una disquisición histórica sobre el viaje de Cristóbal Colón á Puerto Rico, y una loa en verso relativa al descubrimiento de América. Obra suya fué también una interesante Bibliografía Portorriqueña, laureada en certamen público del Ateneo.
Fomentó una familia muy en armonía con su propio carácter dulce y con sus gustos delicados, y vivía en perpetuo idilio.
Hacia la edad de cincuenta años se sintió enfermo, y vivió una temporada con su familia en las amenas alturas de Aibonito. Más tarde se trasladó á San Juan, en donde fué electo presidente del Ateneo, cargo que desempeñó con inteligencia, actividad y buen éxito.
Vivió siempre de su trabajo personal, fué muy estimado entre los hombres de letras, y entre lo más culto y distinguido de la sociedad portorriqueña.
Falleció en Miramar, San Juan, el día 5 de Abril del presente año.
La siguiente poesía suya es una de las más celebradas por su ternura y sentimiento, y una de las que da más aproximada idea de su estilo y de su complexión literaria:
DESDE EL MAR
Á mi madre
¡Madre!, deidad tutelar
de mi purísimo amor,
oye el humilde cantar
que da a las brisas del mar
el errante trovador.
Oye del dulce instrumento
las plácidas barcarolas
que, en alas del sentimiento,
mezcla a las notas del viento
y el murmullo de las holas.
Para cantarte, lugar
digno me ofreció mi anhelo;
lejos de mi patrio hogar,
asunto me brinda el mar
y cubre mi frente el cielo.
Aquí la mente adormida
despierta, y sube hasta Dios;
aquí el amor nos convida;
aquí, madre de mi vida,
debemos hablar los dos.
Hoy que mi tierra adorada
se pierde en el horizonte,
y en vano ansiosa mirada
busca la cumbre elevada
del más elevado monte.
Hoy que en brazos del dolor
miro con el corazón deshecho,
y te llamo en derredor...
comprendo todo tu amor
que guardo dentro del pecho.
¿Y cómo madre, no amarte,
y eterno culto rendirte,
y templo en el alma alzarte,
y como a Dios adorarte,
y como a Dios bendecirte,
Si eres tu el ángel divino
que cubres de hermosas flores
las zarzas de mi camino,
tú el astro de mi destino,
tú el amor de mis amores?
¡Ah! Si en mi pecho encendiste
de la patria el fuego santo,
tú la inspiración me diste,
y amorosa recibiste
de mi lira el primer canto.
Tú el honor me hiciste amar,
la caridad ejercer,
y la virtud despertar...
¡Tú me enseñaste a rezar,
tú me enseñaste a querer!
¡Mil y mil veces bendita,
sea la madre dulce y tierna,
que deja en el alma escrita
una ventura infinita
con una esperanza eterna!
La que de mortal herida
con besos el dolor calma,
y gozosa y sonreída,
nos da la mitad de su vida
y la virtud despertar...
¡Bendita la que atesora
bienes de eterna belleza,
que luz de los cielos dora,
y que por nosotros llora,
y que por nosotros reza!
¡Ah madre!, a nada en mi anhelo,
puedo mi amor comparar:
miro el mar... al eter vuelo...
y es más inmenso que el cielo,
y mas profundo que el mar.
Amor, que luz deja en pos
como la noche rocío;
tan grande, que sólo dos
podemos guardarlo: Dios,
y un corazón como el mío.
No importa que suerte impía
de tus brazos seductores
me arrebate, madre mía;
siempre serás mi poesía
y el amor de mis amores.
Siempre las plácidas brisas,
del hijo que adoras tanto
y que hoy ¡triste! no divisas,
te llevarán las sonrisas
y el perfume de su llanto.
Y si la mar irritada,
rompiendo el alma en pedazos,
me ofrece tumba ignorada,
sin contemplar tu mirada,
sin reclinarme en tus brazos;
No por el bien que yo adoro
abrigues, madre, temor,
enjuga el amargo lloro,
que yo salvaré el tesoro
de mi purísimo amor.