SALVADOR BRAU
Salvador Brau (Cabo Rojo, Puerto Rico, 11 de enero de 1842 - San Juan, 5 de noviembre de 1912) fue un escritor, político e historiador puertorriqueño.
Luego de recibir su educación elemental, empezó a trabajar como dependiente y auxiliar de escritorio de una firma comercial, quedando a la muerte de su padre como jefe de una familia de cinco hermanos a los cuales debía mantener. Sin embargo y a pesar de sus grandes dificultades económicas el joven siguió desarrollando su intelecto, dedicándose a la lectura en sus momentos libres. Es así que obtiene una educación autodidacta y ya a los 16 años escribía versos y dirigía una sociedad teatral.
Con sus amigos fundó en Cabo Rojo el «Círculo Popular de Enseñanza Mutua», donde se daban clases de idiomas y materias de carácter científico. A los 23 años Salvador Brau era secretario de la Junta de Instrucción de su pueblo y colaboraba en la prensa de San Juan. En 1873, bajo el Gobierno de la Primera República Española, era Síndico del Consejo Municipal.
Su primer drama Héroe y Mártir, inspirado en la historia de los Comuneros de Castilla, se estrena en Cabo Rojo en 1871 y luego se representa en Mayagüez y otros pueblos de la isla. El éxito de la obra le induce a escribir dos obras adicionales: De La Superficie al Fondo y La Vuelta al Hogar. En adición sus poesías están recopiladas en el poemario Hojas Caídas publicadas en las postrimerías de su vida.
En 1865 contrae nupcias con Encarnación Zuzurregui y en 1880 se traslada hacia San Juan con su familia para ejercer el cargo de Cajero de la Tesorería. Al mismo tiempo colaboraba en la prensa de la capital y es más tarde jefe de redacción de El Agente, donde sus campañas liberales le indisponen con el Gobernador quien lo cesa de su cargo. Adquiere entonces El Clamor del País desde el cual prosigue difundiendo sus ideas de avanzada. En 1889 es elegido Diputado Provincial por Mayagüez y se le reelige como Secretario General del Partido Autonomista. Por motivo de las cercanías del Cuarto Centenario del Descubrimiento, Brau se traslada a España en 1894, comisionado por la Diputación Provincial para hacer investigaciones sobre Puerto Rico en el Archivo de Indias en Sevilla.
Regresa en 1897 y el Gobierno Autonómico lo nombra Jefe da las Oficinas de Aduana. Desde 1903 hasta su muerte desempeñó el cargo oficial de Historiador de Puerto Rico.
Trabajos
Sus libros constituyen un importante aporte al estudio de la historia de Puerto Rico:
Puerto Rico y su historia (1892)
La colonización de Puerto Rico (1903)
Historia de Puerto Rico (1904)
La fundación de Ponce (1909)
Este poeta, autor dramático, historiador y periodista eminente, nació en el pueblo de Cabo Rojo el día 11 de Enero de 1842. Era su padre natural de Cataluña, y su madre pertenecía á una familia venezolana, de las que emigraron á Puerto Rico durante la guerra de la independencia de aquel país.
Cursó en Cabo Rojo la instrucción primaria y tuvo la fortuna de que fuera su maestro don Ramón Marín, educador inteligente, y entusiasta publicista más tarde, que figura en la presente Antología. El talento de Salvador fué despertándose con las acertadas lecciones del maestro, y hacía ya versos y componía discursos á los 16 años.
No era muy holgada la situación económica de sus padres, y Salvador se dedicó al comercio en calidad de dependiente y auxiliar del escritorio, al terminar su instrucción elemental.
La lectura asidua en las horas de descanso y el estímulo de los pocos que entonces triunfaban aquí en el arte literario, fueron influyendo en la mente de Brau, y fomentando en él anhelos de triunfo. Poco más de veinte años contaría cuando emprendió la composición de un drama basado en la revolución de los Comuneros de Castilla, en tiempo del Emperador Carlos V. Terminada esta obra, se hicieron de ella varias representaciones en el teatro de Cabo Rojo, en el de Mayagüez y en algunos otros de la isla, y el joven autor recibió entonces su primer bautismo de aplausos. La obra estaba bien versificada, y estaban escritas con vigor dramático las principales escenas. Si no era un triunfo definitivo, era el indicio de que aquel joven podía dar días de gloria á las letras de su país.
Dió después otras dos obras á la escena, desde Cabo Rojo,[237] tituladas De la superficie al fondo y La vuelta al hogar, drama este último de profunda emoción y de escenas vigorosas é interesantes; pero era ya muy estrecho el círculo de aquel pequeño pueblo de la costa para la creciente capacidad literaria de Salvador Brau, y varios amigos suyos le indujeron á trasladarse á San Juan, facilitándole el camino.
Y aquí, en la capital de la isla, llegó á su plenitud el talento literario y político del joven caborrojeño. Ingresó en el periodismo de combate, fué redactor de El Agente, de El Clamor del País, y de El Asimilista; colaboró en El Buscapié y en la Revista Puertorriqueña, y en todas estas publicaciones dejó impresa la garra de león de su dialéctica formidable, y de su vigor mental de pensador y de polemista. Luchó siempre en favor de las reformas liberales de su país, demostrando su amor á España, á la que se sentía unido por los lazos de la sangre, del idioma y de la tradición.
Publicó también algunos estudios sociales, libros y folletos, como Las clases jornaleras, premiado en un certamen del Ateneo; La campesina, La herencia devota, y un hermoso ensayo de novela rural, titulado La pecadora.
Llevóle de nuevo al teatro su afición á la poesía dramática, y produjo entonces su mejor obra de este género, Los horrores del triunfo, una de las más bellas y valientes dramatizaciones de las sangrientas vísperas sicilianas.
Dió luego una serie de conferencias sobre historia de Puerto Rico, en las que demostró notable aptitud para los estudios de crítica histórica, y que más tarde reunió en un volumen titulado Puerto Rico y su Historia.
Hacia el año 1894 la Diputación Provincial de Puerto Rico, ganosa de contribuir al acopio de materiales autorizados y verídicos para depurar y continuar la historia de su país, comisionó á Salvador Brau para que investigara con este objeto los archivos españoles llamados de Indias, donde existe la riqueza mayor de datos históricos sobre Puerto Rico. Dando cumplimiento á esta comisión permaneció Brau[238] en la capital de Andalucía cuatro años, escogiendo y copiando preciosos manuscritos, hasta que las reformas autonómicas convirtieron la Diputación Provincial en Cámara Insular Legislativa.
Esta permanencia de Brau en aquella rica fuente de historia americana y en aquel fecundo ambiente literario, dióle á su talento una firme orientación hacia la cual había demostrado ya frecuentes inclinaciones. La investigación y la crítica histórica fueron desde entonces sus ocupaciones preferentes.
En 1903, siendo administrador de la Aduana de San Juan, publicó una Historia de Puerto Rico para las escuelas que, compendiada y sencilla, como para uso de niños, es todavía la mejor que hasta ahora se ha escrito acerca de este país. Tres años después publicó la Historia de los cincuenta primeros años de la conquista y la colonización de Puerto Rico, patrocinada por el Casino Español de San Juan, y cuando se hallaba ya muy enfermo y paralítico, publicó en un volumen sus poesías líricas con el título de Hojas Caídas, en el que figuran sus hermosos poemas Patria y Mi camposanto, laureados y juzgados con gran elogio por famosos literatos de España.
Las Cámaras Legislativas de Puerto Rico le nombraron Cronista oficial, con una modesta asignación, que le sirvió para mantenerse, ya valetudinario, en los últimos años de su vida, y falleció el día cinco de Noviembre de 1912.
Su obra como periodista fué noble, magistral y valiente; como poeta dramático figura á la cabeza de los que hasta hoy han cultivado este género en el país; como poeta lírico era correcto, grave, de inspiración robusta y enérgica, por lo que se dijo de él que era la cuerda de bronce de la lira portorriqueña, y como historiador fué justo, severo, muy diligente y escrupuloso en la investigación de la verdad.
Dejó sin publicar una voluminosa compilación de documentos interesantes para la historia de Puerto Rico.
Sus amigos y admiradores tratan de erigir un monumento[239] que honre y perpetúe la memoria de este ingenio meritísimo ante las generaciones venideras.
¡PATRIA!
Las leyes de las sociedades humanas sólo pueden establecerse ajustándolas á la Naturaleza.
Bernardino De Saint-Pierre.
¡Bien lo recuerdo, sí, que en mi memoria,
cuanto agravio mayor la edad agrega
más viva alienta mi infantil historia!
Así como en la ruina solariega
Así como en la ruina solariega
arraiga más tenaz la parietaria
á medida que el muro se disgrega.
Transida como débil procelaria,
el alma busca puerto sosegado
donde calmar la agitación voltaria,
y del nido en el soto abandonado
al respirar de nuevo la terneza,
palpita el corazón vigorizado.
Cuando á merced de lánguida tristeza,
en labor incansable, el pensamiento,
revive de aquel nido la belleza,
del labio paternal el puro acento
paréceme que vibra en mis oídos
como los ayes hondos de un lamento.
—"¡Patria!—escucho decir á esos gemidos—
"Siento helarse la sangre de mis venas,
"de tu sol sin los rayos bendecidos."
"¡Patria, que el alma con tu nombre llenas,
"dame que vuelva á tu región hermosa
"á cavar mi sepulcro en tus arenas!"
Y, á compás de esa queja dolorosa,
el llanto resbalaba en su mejilla
salpicando mi frente candorosa.
Movido el sentimiento á maravilla,
—¿Qué es Patria, padre, que llorar te hace?
del labio inquiere la expresión sencilla:
y un suspiro y un beso, en dulce enlace,
aun siguen repitiendo en mi conciencia:
—"¡Hijo, Patria es la tierra en que se nace—!"
_
La flor primaveral de mi inocencia
estivo rayo marchitó inclemente,
y me llamó al combate la existencia.
Entusiasta ambición quema mi frente;
la libertad mis sueños engalana;
bríndame la razón su luz potente.
Amor de Patria mi sentir afana.
Patria reclamo; y una voz severa,
mostrándome en ceñuda barbacana
el oro y gules de triunfal señera,
—"¿Patria buscas?—me dice—Es el derecho,
y su símbolo guarda esa bandera."
Al recuerdo filial deja maltrecho
de la docente fórmula el mandato,
y el áspid de la duda muerde el pecho.
De la enseñanza la expresión acato;
mas si es la Patria el pabellón glorioso,
¿por qué de la nostalgia el hielo ingrato,
trayendo á la memoria el lar dichoso,
al noble ser que me infundió la vida
arrancaba un quejido fatigoso?
¿Por qué volver el ánima afligida
al espejismo de nativa aldea,
ya del regreso la ilusión perdida,
si esa bandera que en el aire ondea
todo el perfume de la Patria vierte,
y es Patria igual la tierra que sombrea?
¿Á qué rendir, medroso, el pecho fuerte
del anciano colono sin ventura,
la visión espantable de la muerte
que ofrece tierra extraña á su envoltura,
si ha de amparar la Patria los despojos
cubriendo el pabellón la sepultura?
¡Cuanto de luz más ávidos antojos
agitan el cerebro en lucha interna,
más crecen del problema los enojos!
¿Pudo acaso mentir la voz paterna...?
¿Patria es la tierra donde nace el hombre,
ó el régimen no más que le gobierna...?
_
¡Necio...! ¿No quieres que el error te asombre
—murmura en el espacio nuevo acento—
y así reduces la extensión de un nombre?
¿Por qué atar á una roca el pensamiento,
si al dar vida el Creador á la criatura
le trazó todo el orbe por asiento?
¡Sublime tradición...! No en noche obscura
se ocultó su destello, revelado
de materna piedad por la dulzura.
¡Padre...! ¡el soplo vital de lo creado!
¡Humana raza...! ¡fraternal familia!
¡Patria...! ¡el planeta con sudor regado!
Mas si en esa trilogía se concilia
del humano consorcio el mecanismo,
¿cómo el coraje sanguinoso auxilia
la aspiración fatal del egoísmo,
que en fragmentos la tierra subdivide
y abre para arrojarlos hondo abismo?
Si la extensión de Patria el globo mide,
¿por qué al estruendo del clarín de guerra
que, en nombre del honor, ¡Venganza! pide,
por el imperio de un girón de tierra
odio y saña despliegan los humanos
como los tigres que la Hircania encierra?
¡Derecho...! ¡Humanidad! Conceptos vanos
no entrañan esos nombres luminosos,
de la historia social en los arcanos.
Multiplica sus frutos provechosos
de la higuera de Adán la cepa erguida
que halló en un tallo gérmenes copiosos;
pero borrad las cuencas en que anida,
quitad la tierra donde el tallo crece:
si no arraiga la planta, ¿tendrá vida?
Al hombre el Hacedor el globo ofrece,
mas también dió al león la selva obscura,
y su grito el Moncayo no estremece.
Al ananás el trópico madura,
en el mar la madrépora vegeta,
tiñe el liquen los Alpes de verdura,
y, en la vital corriente del planeta,
cada zona su fuerza circunscribe
á la cósmica ley que la sujeta.
La humanidad el límite proscribe;
mas, por mucho que extienda su ramaje,
de un tronco el árbol médula recibe.
Bajo albergue de rústico atalaje
que el dulce rayo del amor caldea,
se agrupa con sus hijos el salvaje.
Cuanto el circuito del hogar rodea,
el bruto, el vegetal, la dura roca,
todo avasalla provechosa idea.
El brazo empeño colosal provoca,
ley augusta el combate santifica,
la voluntad obstáculos sofoca,
el dominio sus lindes amplifica,
y con la actividad del señorío
de tal modo el señor se identifica,
que llama suyos el volcán bravío
del mugidor torrente la cascada,
el confuso rumor del bosque umbrío,
ambiente, nube, flor embalsamada,
lujosa esplendidez del firmamento,
del sol la omnipotente llamarada,
y con el trueno de huracán violento
enlaza el beso plácido del hijo
y el afán de su propio pensamiento.
Así de Patria la noción, colijo
que germinó del hombre en la conciencia
á los embates de luchar prolijo.
Esa es la Patria: terrenal esencia
que infunde las primeras sensaciones
al dar jugo inicial á la existencia.
No de un predio la acotan los rincones,
que su potencia misteriosa aduna,
de raza con las viejas tradiciones,
los fantásticos sueños de la cuna,
y, á su nombre, en el ánimo encadena
la ciega veleidad de la fortuna,
ambición y poder, ventura y pena,
del amor el purísimo embeleso,
de la mente y el brazo la faena,
necesidad, evolución, progreso,
altar, familia, leyes, sepultura...
¡de la humana labor todo el proceso!
¡Así la Patria en la razón fulgura!
Guardada en opulento relicario,
culto recibe de filial ternura.
Si al solemne reposo del santuario
osa llegar, con mano arrasadora,
de usurpación el ímpetu nefario,
estalla el pecho en furia aterradora,
y como fiera que en letal demencia,
su prole por salvar, ruge y devora,
se exalta del patriota la vehemencia,
y oro y goces y sangre sacrifica
ante el ara de augusta independencia.
No el concepto preciado se duplica
de profusa oblación en el incienso:
con la tierra el derecho se complica,
como del cosmos en el giro inmenso,
el providente espíritu destella
del organismo físico en lo intenso.
Guarda el terruño el hierro que lo huella,
alientan en la flor tinte y perfume,
y es la atmósfera vida de la estrella.
_
¿Qué escucho murmurar...? ¿Que no resume
tierra y derecho, la excepción ingrata
que al suelo patrio la colonia asume?
Esa objeción que el círculo dilata,
muéveme á recordar la herida artera
que la nostalgia paternal desata.
Por eso niega mi razón austera
que de Patria el exacto simbolismo
se encierre en el blasón de una bandera.
Surca la nave proceloso abismo,
en el mástil llevando el oriflama
que fronteras señala al patriotismo:
en convulsión sañuda el ponto brama,
sacude el viento la gallarda entena,
surca el espacio sulfurosa llama,
y, al fin, halla el bajel tumba de arena.
La tempestad que la bandera abate,
el confín de la Patria no cercena;
Mas si, de guerra al bárbaro acicate,
del terruño un fragmento se desprende,
botín ó represalia de combate,
por más que, ileso el pabellón, extiende
en derredor su sombra bendecida,
rayos de indignación el pecho enciende,
al ver la Patria desmembrada, herida,
como raudo cóndor, que, el ala rota,
se precipita en fúnebre caída.
Puede el ardor febril que al hombre azota,
esa insignia que en timbres resplandece
triunfante desplegar en tierra ignota.
Con la conquista la heredad acrece;
pero al efluvio de la tierra extraña
no el nativo abolengo palidece:
del héroe vigoriza la campaña
el beso de la Patria, perfumoso,
que laurel inmortal guarda á su hazaña.
Así ¡Patria!, en gemido doloroso,
clamar pudo el colono sin ventura
al amparo del lábaro glorioso.
Así puede de Patria la estructura,
que á la tierra natal une el derecho,
quebrantarse al poder de la natura.
_
No el dardo suspicaz vibre en acecho.
Nací colono; mas la sangre fiera
á que brindan mis venas cauce estrecho
la heredé con mi nombre y mi bandera.
Esa triple divisa hereditaria
herrumbre corrosiva no tolera.
Yo quiero que en mi tumba solitaria
la cruz, que al nombre maternal va unida,
recoja de mis hijos la plegaria,
formulada en la lengua esclarecida
que, de cultura al verbo prodigioso,
estremeció la América escondida.
Yo espero que mi fúnebre reposo
ampare con su sombra esa bandera
que dió á mi cuna pabellón hermoso,
y que, al soplo de brisa placentera,
muestra ufana el ibérico linaje
que el polvo de los siglos no vulnera.
Tributo á esos emblemas vasallaje.
Mas ¡Patria! he de llamar, en tanto viva,
con el vehemente paternal lenguaje,
á la encantada Boriquén nativa,
que encendió con su sol mis ilusiones,
que las cenizas de mi hogar cautiva,
que entraña en su vigor mis afecciones,
y con el jugo de mi carne muerta
ha de nutrir sus ásperos terrones.
Hijo del siglo, mi razón abierta
ofrezco á la sanción cosmopolita
que del progreso la virtud concierta.
¡Fraternidad universal! me grita
la ciencia en sus arranques soberanos.
¡La aurora avanza de esa luz bendita!
Pero mientras los ímpetus tiranos
de expoliación y odio no concedan
todo el globo por Patria á los humanos,
á mis labios dejad que, libres, puedan
Patria llamar á la región querida
donde en goces de amor las horas ruedan;
donde la paz fructífera se anida
bajo el regio dosel de los palmares,
en que repite el aura embebecida,
como intensa oración de los hogares,
del trabajo el exámetro estridente,
perfumado por lirios y azahares,
cortado por el ritmo persistente
de un mar que copia en su cristal sereno
el zafiro de un cielo trasparente.
_
¡Esa es mi Patria! De verdura lleno,
un risco que á la errátil golondrina
abrigo, amor y pan brinda en su seno.
¡Esa es mi Patria! Concha peregrina
que en su regazo recogió mi cuna
al instable vaivén de onda marina.
Enlazada mi suerte á su fortuna,
fué su amargo sufrir mi sufrimiento,
nuestra sed de justicia sólo una.
En su amor se templó mi sentimiento,
y al culto de su gloria y su grandeza
erigió mi razón un monumento.
Sí; yo anhelo que luzca su belleza:
no cual inverecunda cortesana
que arroja al lodazal su gentileza,
ni así como odalisca, flor liviana
de uno en otro serrallo trasmitida,
gaje ó juguete de opresión villana.
La quiero entre los pliegues guarecida
de esa insignia que trajo á sus riberas
el numen de cultura bendecida;
mas no aherrojada en cárceles severas,
ni herida por torpeza desdeñosa
ni desangrada por pasiones fieras.
La quiero ver, matrona vigorosa,
mostrando en el festín de sus mayores
de virtudes diadema primorosa;
uniendo su dolor á los dolores
que un ¡ay! arranquen al materno pecho;
al honor nacional rindiendo honores;
Libre, alzando su voz por su derecho,
en el íntimo pacto de familia,
de sus amantes hijos en provecho.
¡Así quiero á mi Patria! Así concilia
su lealtad, su reposo y su grandeza
la fe consoladora que me auxilia!
Así de Boriquén cedo á la alteza
toda la sangre que en mis venas corre,
todo el fuego que exalta mi cabeza.
Favor no busco ni ambición me acorre.
Ni laurel de la Patria es necesario;
que harta dicha obtendré, si me socorre
un rayo de su sol como sudario,
en su peña por tumba una hendidura,
y por salmo piadoso, funerario,
el himno redentor de su ventura.