José Gualberto Padilla
Escritor y patriota puertorriqueño, conocido también por el sobrenombre de El Caribe, nacido en San Juan el 12 de julio de 1829 y fallecido en Vega Baja en 1896, notable autor de obras satíricas y uno de los poetas más representativos del estilo neoclasicista decimonónico en su país, con influencias románticas.
Completó sus estudios primarios en la localidad puertorriqueña de Añasco y se trasladó a España donde realizó la educación secundaria y la carrera de Medicina en la Universidad de Barcelona. Con dieciocho años fundó la revista La Esperanza (1847), medio en el que comenzó a destacar como autor periodístico. En 1858 regresó a su isla natal y ejerció la profesión médica en varios pueblos del distrito de Arecibo, sin abandonar su actividad en la prensa con destacadas colaboraciones en El Derecho, la publicación más prestigiosa de la época.
En 1867 alcanzaron gran resonancia unos versos satíricos firmados por Padilla con el seudónimo de El Caribe, que atacaban al director de la revista El Duende, el español Vicente Fontán, y al año siguiente su participación en el levantamiento independentista del Grito de Lares le condujo a la cárcel. Publicó otra serie de poemas satíricos en 1874 bajo el título Para un Palacio, un Caribe, en clara referencia al escritor Manuel del Palacio y Simó, con quien sostuvo una agria controversia por las críticas del aludido hacia las costumbres puertorriqueñas, y volvió a esgrimir un estilo agresivo en las obras Contra el periodismo personal y Contra los escritores anónimos del libelo.
Poco antes de morir comenzó a escribir un Canto a Puerto Rico, poema del que sólo pudo acabar la introducción, la dedicatoria y cinco octavas reales. Además de las citadas, destacaron en su obra el poema neoclásico La Pitahaya o Apólogo; En la muerte de Corchado; Por nuestros muertos; A la muerte de Alejandro Tapia y Adiós. Como autor comprometido con la realidad de su país, contribuyó junto a otros escritores de la época, como Gautier Benítez y Santiago Vidarte, a difundir la poesía patriótica. En 1913, su hija Trinidad recogió en dos libros, Rosas de pasión y En el combate, toda su producción lírica y en la década de 1950 el Ateneo Puertorriqueño le dedicó uno de sus Cuadernos de poesía.
Fué un excelente médico, y hombre muy versado en las ciencias Físico Naturales; pero brilló más aún como poeta de mucho ingenio, de versificación magistral y de puro y castizo lenguaje castellano.
Nació en San Juan, el día 12 de Julio de 1829. Era todavía muy niño cuando su familia se trasladó al pueblo de Añasco, en donde Padilla adquirió la instrucción primaria. Sus padres le enviaron después á Santiago de Galicia, y allí obtuvo el grado de Bachiller y estudió los primeros años de la Facultad de Medicina. Por entonces tuvieron sus padres algún atraso en sus intereses, y Padilla tomó la resolución heróica de buscar él mismo recursos para seguir estudiando hasta terminar su carrera. Trasladó su matrícula á la Universidad de Barcelona, se colocó de redactor en un periódico de esta última ciudad, y así pudo obtener los medios necesarios para llegar al término de sus estudios en dicha Universidad.
Regresó á Puerto Rico en 1857, y ejerció su profesión científica en Arecibo. Años después trasladó su residencia á Vega Baja, en donde contrajo matrimonio, y allí vivió muchos años, dividiendo su actividad entre su profesión de médico y sus faenas de agricultor.
Pero en los breves remansos que formaban acá y allá estas dos corrientes de su vida, entregábase el Dr. Padilla con especial deleite al cultivo de la poesía.
Las tareas del periodismo, á las que se había dedicado por necesidad durante los últimos años de su vida estudiantil, despertaron en él aficiones y aptitudes muy sobresalientes. Estudiaba con entusiasmo y cariño los grandes poetas clásicos españoles, y adquirió con su trato una dicción tan clara y armoniosa, y un estilo de tan puro sabor clásico, que la crítica le califica justamente como uno de los mejores hablistas que ha tenido hasta hoy en América la lengua castellana.
Cultivó la poesía lírica en casi todos los tonos, y deja modelos excelentes en el satírico, en el apologético, en el elegíaco y en el descriptivo. Su obra culminante hubiera sido el poema Puerto Rico, del cual sólo dejó escritos la dedicatoria y la introducción, que son admirables, y sesenta y cinco octavas reales del primer canto, de una belleza y corrección dignas de grandes alabanzas. Debe leerse con atención esa obra, para apreciar debidamente los méritos del Dr. Padilla como hablista y versificador.
Le dió extraordinaria popularidad en Puerto Rico al Dr. Padilla una polémica en verso que sostuvo, en defensa de sus paisanos, con el poeta español Manuel del Palacio, y en la que lució aquél gallardamente su vena satírica. Empleaba con frecuencia el pseudónimo de El Caribe en sus versos de combate, á los que debió principalmente su fama.
Era de arrogante figura, de carácter altivo, pero de noble corazón y de trato exquisito, generoso y jovial.
En la primera de las dos composiciones que se insertan á continuación se revelan algunos rasgos de la altivez de carácter del autor, dulcificados por las finezas de la educación y la galantería. La segunda fué escrita en elogio de un artesano humildísimo, que enseñaba gratis en su tiempo las primeras letras á cuantos niños lograba llevar á su taller, obedeciendo á impulsos de una generosa y humanitaria vocación.
LA FLOR SILVESTRE
Á la señora de un gobernador.
Dadme, Señora, dadme una hoja
Del áureo libro donde se ven
El blanco lirio, la dalia roja,
Que á vuestro paso galán arroja
Pródigo el hijo de Borinquén.
Dejad, os ruego, dejad que en ella
Mi tosca mano grabe también
Una amapola, que inculta y bella
Sobre los campos carmín destella
Y adorna el suelo de Borinquén.
Á la lisonja mi humor esquivo,
No brinda flores que aroma den:
Yo en mis jardines no las cultivo;
Que soy, Señora, franco y altivo,
Como buen hijo de Borinquén.
Yo al ofreceros la flor silvestre,
Que el prado alegra con otras cien,
Quiero que ufana su gala muestre,
Quiero que brille la flor campestre
Junto á esas otras de Borinquén.
Quizá os aleje de estos lugares
De la fortuna feliz vaivén:
Quizá mañana crucéis los mares,
Llevando en ramos á otros hogares
Las cultas flores de Borinquén.
Por eso quiero que si algún día
Os hablan ellas de nuestro Edén,
Si allá os lo pinta su lozanía,
Miréis entonces esta flor mía,
Imagen pura de Borinquén.
Si en su corola no véis primores,
Si su ancho seno no aroma bien,
Podrá deciros con sus colores
Cómo, Señora, cómo da flores
El fértil campo de Borinquén.
No por agreste, por inodora
Sufra la pobre vuestro desdén:
Muestra expresiva de inculta flora,
Tomadla, os ruego, tomad, Señora,
La flor silvestre de Borinquén.
EL MAESTRO RAFAEL
Pobre y humilde artesano
De oscuro y modesto nombre,
Hubo en Borinquen un hombre
Caritativo y cristiano:
Con la dádiva en la mano
Y en el corazón la calma,
Ciñó por única palma
La pura y dulce alegría
Con que sus dones hacía
Para provecho del alma.
Es una historia de ayer,
Que está viva en la memoria;
Aun recuerdan esa historia
Los que nos dieron el ser:
Ellos que pudieron ver
Que el modesto menestral,
En combate desigual
Con el tiempo y la ignorancia,
Á la pobre y tierna infancia
Daba el pan intelectual.
Sacerdote de la idea,
De la ilustración obrero,
Tuvo el noble tabaquero
La fe que redime y crea:
En la fecunda tarea
Á que dió su vida fiel,
Conquistó como laurel
De la tumba que lo abriga,
Que hoy el nombre se bendiga
Del maestro Rafael.
Y cuando el naciente sol,
Que á iluminarnos empieza.
Brille en toda su grandeza
En el cenit español,
Á su candente arrebol
Otra edad verá lucir
Con letras de oro y zafir
Grabado en el mármol duro,
Ese nombre, ayer oscuro,
Glorioso en el porvenir.
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