Raquel Ilonbé
Raquel Ilonbé, seudónimo de Raquel del Pozo Epita, (Corisco, Guinea Española, 1938 - 1992) fue una escritora ecuatoguineana nacida durante la época colonial española.
Raquel Ilonbé es una de las pocas plumas femeninas que ha cultivado la poesía en Guinea Ecuatorial.
Nació en la Isla de Corisco, entonces Guinea Española, en 1938 y falleció en Madrid en 1992. De madre guineana y padre español, se desplazó con sus padres a España, a la provincia de Burgos, antes de cumplir el primer año de vida. Estudia música y declamación en el Conservatorio de Madrid. Sólo volverá a Guinea Ecuatorial después de muchos años, tras haberse casado.
Su obra no recoge el exilio, como es el caso de otros autores guineoecuatorianos en la diáspora, y el tema no aparece en su obra, sino que se centra en la búsqueda de sus orígenes, su identidad y la añoranza por su África natal.
Otro rasgo que aparece en su obra, como proceso de adquisición de la voz, es la visibilización de su cuerpo, como si “se apropiara de él un ejercicio de romper el silencio y tomar la palabra, consciente de que el discurso es una de las formas de resistencia más importantes, frente a los discursos de poder y de que la mirada autónoma de la mujer es la única que puede descolonizar a la propia mujer”.
Su primera publicación fue la colección de poemas Ceiba (1978), escrita entre 1966 y 1978, entre Madrid y Bata. Inéditos son los poemarios Nerea, Ausencia, Amor y Olvido.
Por el poemario Ceiba (1978), la autora puede ser considerada la primera pluma femenina de la literatura guineoecuatoriana. Uno de los temas fundamentales de Ceiba es el amor, total protagonista de la segunda de las dos partes en que se divide el poemario. Pero el tratamiento de este tema no es homogéneo, sino que varía coincidiendo con la evolución temporal, a partir de la experiencia vital, lo que es fácilmente observable, ya que los poemas están ordenados cronológicamente, con composiciones en esta segunda parte que datan desde 1970 a 1977.
En primer lugar, encontramos un discurso sentimental de corte romántico, donde lo permisible y lo reprobable, lo bueno y lo malo, lo que es pecado o virtud, está seriamente regido por los valores de la sociedad tradicional africana y por las categorías del catolicismo, introducidas durante la colonización en Guinea y predominantes todavía en la España posfranquista en que vive Ilonbé. Así, leemos en el poema “Quién soy”: “de materia endeble fui formada, / costilla de hombre hecha de barro”; o en el titulado “Amigo mío”, dice de sí mismo el sujeto lírico: “He sido amiga que no habla”. Este primer concepto de amor es, sobre todo, ideal, un espacio para la ilusión, la imaginación desbordante, la entrega a un destino que rige las vidas y que busca el perfecto equilibrio del encuentro, como vemos en el poema “Amor”: “Los ojos sonrieron juntos/ la noche unió sus almas”.
Pero en un segundo momento, la expresión del amor no exige ya la recomposición y la fidelidad a unos modelos previos, sino la consideración de su propia experiencia, con sus laceraciones, contemplando un malestar primeramente social que se transforma en sufrimiento existencial. Esta nueva actitud se trasluce en composiciones como “No pude seguirte”, donde confiesa: “No pude seguirte, sentía cansancio”; o “Cobarde”:
No quiero que me recuerden
que fuiste mi compañía,
del hedor que echa tu frente
se infectaron las campiñas. […]
Cementerio de cuervos es tu cuerpo
que comieron cobardía
entre extraña sinfonía,
de morteros, cencerros
y coros de ratas muertas.
Esto lleva a la autora casi a gritar negando esa idea falsa del amor y, sobre todo, a liberarse:
En estos momentos
derribé los muros
que tenía dentro.
Salieron las ratas
vestidas de fiesta.
Raquel Ilombé tuvo la oportunidad de hacer viajes personales a Guinea Ecuatorial durante la dictadura de Francisco Macías Nguema sin ser inquietada. Y es cierto que en sus páginas aparece mucho España, la realidad donde creció, en concreto Burgos y Madrid, y así encontramos en sus versos: juncos, cipreses erguidos, escarpados picos, nieves perpetuas, dulces pastos, amapolas, espigas, lagunas, lagos, sauces y tilos; pero es curioso que cuando se pregunta por su identidad, por ejemplo en el poema titulado “Quién soy”, que aparece en Ceiba, se describe tomando diversos elementos de la naturaleza guineana, que en otro poema llama “La tierra mía”: “cimbreo de palmeras altas, mar en calma, olas, arenas doradas, bosques tupidos, árboles gigantes…”, o que escogiera un apellido guineoecuatoriano para crear su seudónimo, ya que, como ella misma cuenta en una entrevista en Diálogos con Guinea: “…yo a Guinea no había ido hasta que me casé. Pero, para mí, lo más fuerte no fue ver sino el encuentro con mi madre. Eso fue para mí una cosa fundamental. Y lo demás, pues, se me borró del mapa. Era demasiado fuerte porque en aquellas ocasiones, ya sabes, cuando te daban una educación española, pues, decían que tu madre se había muerto… que tal para cual…, bueno, para que tú no pensaras en ella. Yo nunca me lo creí cuando me lo dijeron y no sé por qué, o sea, son de estas cosas intuitivas”. (Ngom, Diálogos 56) Y desde ese primer reencuentro con sus raíces africanas, se ve empujada a volver, siempre, hasta el final de sus días. La vida y obra de Raquel Ilonbé encarna otra situación incluso más marginal dentro de la compleja definición de la identidad guineoecuatoriana: la de ser mestiza, por lo que los prejuicios y cierta incomprensión frente a su creación nos parecen injustos. Su yo está violentamente escindido, ni más ni menos que el de los exiliados, como se refleja en su poema “Tengo que decírtelo”:
… de blanco me visto de día
de negro me visto de noche. […]
Soy un hombre perdido
acento no tengo,
amargo se vuelve mi vino
porque no digiero.
Del mismo modo, aunque el gran tema de su poemario Ceiba sea el amor, se hace eco también
de los problemas que sufre Guinea, porque no le son ajenos, tal como vemos, por ejemplo, en
su poema “Adiós, Guinea, adiós”:
Siento esa tierra,
la he pisado descalza,
la he tenido en mis manos
dejándome su marca.
He luchado, he vencido,
he creído, he perdido,
he llorado por nada,
me ha empapado la lluvia
mi piel y mis sandalias.
Por lo tanto, creemos que sí comparte con su generación el intento de crear el país usurpado por medio de la escritura: habitarlo de palabras. Así, no es caprichoso ni casual tampoco el nombre que da a su poemario: Ceiba, el del árbol nacional de Guinea Ecuatorial, está presente en su bandera y se considera un árbol sagrado de los dioses.
En 1981 publica Leyendas guineanas, una recopilación de ocho leyendas y cuentos tradicionales fang, bubi y ndowe. Para conseguir el material del libro, la autora recorrió los pueblos de la Guinea profunda en busca de ese caudal de cultura oral en vías de desaparición. Estos relatos se enmarcan dentro de esa intensa búsqueda de identidad y de raíces. Leyendas guineanas puede considerarse como el primer texto escrito de literatura infantil guineana.
Donato Ndongo define a Raquel del Pozo Epita, Raquel Ilonbé, como “la eterna niña mulata de madre corisqueña y padre español que siempre vivió en la añoranza de los húmedos calores de su infancia, de los que fue arrancada para ser trasplantada a la gélida sequedad de la meseta castellana. A su muerte, en 1992, nos dejó, además de Leyendas guineanas (1981), única recopilación de cuentos tradicionales adaptadas para el público infantil, un libro de poemas, Ceiba (1978): un continuo susurro, que se pierde suave y espumoso como las olas en la arena de las playas de Bata, y que se posa para siempre en nuestro oído como un mensaje integrador no sólo en la síntesis negro/blanco, africano/español, sino de las culturas de nuestro propio país” (Literatura Moderna Hispanófona en Guinea Ecuatorial)
(Apunte biográfico basado en textos de Mar Fernández y Nayra Hernández)
Obras
Ceiba (1978)
Nerea
Ausencia
Amor
Olvido
Leyendas guineanas (1981)
LOS RÍOS HABLAN (Ceiba 32)
Los juncos tapen mi cuerpo,
mis pies, mi cara,
que nadie vigile
que escucho en silencio el agua
de los ríos que me hablan.
El sonido de las piedras,
al rozarse con el agua,
son besos de tarde y luna,
y besos de madrugada.
Un día me dijo alguien
que los ríos nunca hablan,
que sólo siguen su curso
y sin palabras escapan.
Qué triste pasé aquel día
al escuchar sus palabras,
me fui corriendo hacia el río
para que él me explicara
por qué yo le oigo tan claro
y otros no le oyen nada.
¡ADIÓS, GUINEA, ADIÓS! (Ceiba 45)
Me fui cantando en solitario
una canción de amor y olvido,
las marcas de mis pies
dejé en la arena,
que las olas borraron poco a poco.
La última vez que viviría,
soledad, distancia,
la última vez que sentiría
húmedas las sábanas.
Siento esa tierra,
la he pisado descalza,
la he tenido en mis manos
dejándome su marca.
He luchado, he vencido,
he creído, he perdido,
he llorado por nada,
me ha empapado la lluvia
mi piel y mis sandalias.
He vivido la selva
de olores penetrantes,
he sido liana viva,
he contemplado absorta
la imagen de la ceiba,
he sentido la fuerza
del que ama en la distancia.
He soñado, he sufrido,
me ha envuelto la nostalgia.
He sonreído al día,
he sido compañera
de las tareas vacías.
La noche fue mi amante,
yo amor que nunca olvida.
COBARDE (Ceiba 52)
No quiero que me recuerden
que fuiste mi compañía,
del hedor que echa tu frente
se infectaron las campiñas. […]
Cementerio de cuervos es tu cuerpo
que comieron cobardía
entre extraña sinfonía,
de morteros, cencerros
y coros de ratas muertas.
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