Ricardo Rojas Ayrala
Nació en Buenos Aires, en 1968. Poeta y narrador, obtuvo del Tercer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires, bienio 2000-2001. Fue, además, distinguido por la Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación de la Presidencia de la Nación Argentina, Promoción a la Edición de Literatura Argentina, en 2001. Fue finalista del concurso Internacional Poesía en tierra, organizado por el Centro de Cultura de España, en la Argentina, y la editorial Fondo de Cultura Económica, de México en 2003. Fue honrado con el Fondo Metropolitano de las Artes y las Ciencias, de la Ciudad de Buenos Aires. Resultó ganador del premio Le Mie Parole Altrui, en Italia, con traducción de la doctora Pamela Cologna, auspiciado por Giovane Holden Edizioni en 2007. Fue finalista del V Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora.
Obra:
Sin conchabo corazón, poesía, Editorial El Caldero, 1993
Fabulosas alimañas de la pampa, narrativa, Editorial El Caldero, Argentina, 1996
Hazañas y desventuras de Amulius y Numitor, 1999
Caligramas, poesía, Editorial La Bohemia, 2000
Miniaturas Quilmes, narrativa, Editorial La Bohemia, 2001
La lengua de Calibán, poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 2005
Obispos en la niebla, poesía, 2005, Editorial Tintanueva, México, y Editorial La Bohemia, Argentina
Sentieri Meridiani, Italia, 2010
Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles, poesía, Descierto, 2013
Un sauzal para Kikí de Cundinamarca, 2013
Las nubes (poesía, 2015).
POEMAS DEL LIBRO "LA LENGUA DE CALIBÁN"
"Las pasiones ocultas se alimentan de la vida de las personas, se esconden dentro de ellas, como los tifones se esconden tras las ciénagas, los montes y los bosques. Todo tipo de pasiones. Por eso en Inglaterra son sospechosos todos los que regresan del trópico."
"El último encuentro"
Sándor Márai
Deseo
Ahora, Clodia mía,
celebremos juntos
la llegada de las fresias,
que antes del alba
nos coronen las estrellas furiosas,
ésta primavera y ésta felicidad
son el camino más largo.
Horror vacui
Gagarin sabe que la tierra
no es más que una quimera de los hombres,
confinados a este mundo, tan confiados.
Hay algo allá afuera que da pavura,
¿eso será lo que realmente nos mide?
Tan diminutos
los magníficos emprendimientos humanos,
aún los mil seiscientos kilómetros
de la gran muralla china resultan,
en la altura,
un insignificante verme...
Gagarin sabe pero no cuenta,
nada dice,
nada,
apenas sopla su té
que sorbe con estudiada parsimonia.
Tibias porfías
El viento y Plinio:
en el medio de tal porfía castillos, médano,
cuentos y espejismos sospechosos de toda laya,
pájaros que no pueden ser imitados, sirenas, moros,
moscas, ruda soldadesca, molinos,
animales de fuego, toda la china inexplicable,
otros animales que son del mandarín,
un mentiroso llamado Marco Polo
y un espía conocido como Mr. Burton,
el adelantado Don Pedro de Mendoza,
el alba y la aurora, rezos incomprensibles,
infinitos negros con tambores y grilletes,
una montaña de té, las tres gracias,
la peste bubónica, dos monos caí, (...)
Ho Chi Minh, y la nada espesa.
Tantos años después:
piedra sobre piedra en el pellejo del hombre.
¿Con cuál argumento exacto,
más drogados, emperifollados y soberbios,
alguien pretende detener lo que sopla?
La gloria entre las nieves
Bajo cero llegaremos a ningún lado.
La enfermedad es no tener sueños.
El trineo surca el blanco,
raja la inmaculada impavidez de la nieve sólida,
los pasitos de los perros y sus jadeos
son la única canción que conmueve.
Sueña Amundsen llegando al polo sur:
la gloria es la moneda de mi rey .
de “Argumentos
Para disuadir a una jauría y otros usos civiles”
Editorial Descierto, Buenos Aires, 2013
Cantiga fervorosa
“... porque ninguna cosa puso la naturaleza en Dulcinea que no fuese
perfecta y bien acabada; y así, si tuviera cien lunares como el que dices,
en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes.”
Miguel de Cervantes Saavedra
Entre los que van a enamorarse,
princesa del Toboso,
hay algo terrible.
Como aquello que apenas presienten
los franceses,
al poner un pié en Roncesvalles,
para después pelear hasta morir.
Inmensidad sin calibre,
sin orden de allanamiento,
con otros prontuarios,
sin vómitos,
por ahora.
Definitivo.
Invisible, al ojo uno,
princesa del Toboso,
y al ojo dos.
Por algo será:
el silencio casi siempre
es mortandad.
¿Lograste entender?
Pulvericémonos los labios
princesa del Toboso,
a besos arrebatados,
furiosos.
Juntos, ah, Dulcinea,
finjámosnos locos.
El que calza una piedra
“De eso se trata, en la orilla
poseer
ser poseída.”
Marta Miranda
Por los extremos del verano
una golondrina viaja.
Ajena a tí, Goliat,
el acromegálico bruto
y pendenciero.
Ajena a tí también, David,
el impecable ventajero
y ambidextro,
que es, luego,
capaz del arrepentimiento.
Al margen de tanta historia celestial...
Una mano calza una piedra:
Otoño a tu otoña.
¡Garibi hatao!
“Un libro abierto también es la noche.”
Marguerite Duras
Mil y una noches
velando.
Sin parpadear.
Ayunando.
Acompañando a los comerciantes de especias
con las manos.
Descifrando, en la oscuridad,
las mismas argucias y estratagemas
de los chacales.
Urgidos como monos sagrados.
Oyendo a los mercachifles montar en cólera
por veinticinco monedas.
Extraviados, entre turistas,
en los senderos de cualquier Alajabad.
Viendo volar por los aires,
por las heréticas bombas de los fanáticos,
algún templo sagrado.
Huyendo
de los incomprensibles hombres santos.
Vacuos como granos de arena
empujados por el viento.
Sin atisbar, ni una sola vez,
el vuelo del Guruda.
Bebimos sólo agua.
Hidrógeno dos, oxígeno.
Comimos hierbas amargas
y exóticos granos.
¡Garibi hatao! gritan, con amarga rabia,
los que realmente se mueren de hambre.
¿Kali, cintura de palmera,
ya somos sabios?
Abrigame, igual,
ya carezco de cualquier temor...
En la eternidad
no hay otras guaridas.
de “Un sauzal para Kikí de Cundinamarca”
Editorial Ponciano Arriaga, México, 2013.
Buenos Aires, veinte de diciembre
“Y no hay nadie sobre la ribera...
Nadie sobre la ribera, amigos...”
Juan L. Ortiz
Desde los escarabajos “envenenados” por la sangre nuestra,
con dudosa eficacia, por las riberas viejas que tanto amamos
y contra la calle vacía, marchábamos, con la partitura del oleaje.
Después la luz suburbana que se ausenta en sus uñas
campechanas, en sus miserias mínimas, en sus aguardentosos
efluvios de “wine bar”, en sus miserias máximas de fariseos,
en sus “Tintoretos” mentirosos, listos para la entrevista amnésica
de tv en directo, el fogonazo retemplado y la centella tonta.
Y en la calle, “¡Ay, mis enemigos!”, cenizas de sauces tortuosos
superficiales y quietos, ni uno solo, solo, solo.
Silenciosos. A “pie juntillas”, a unos “e-mail” equivocados, a
“unas morales” que te las regalo, sobre astrágalos biselados
por el escrúpulo más reacio a todo lo humano que se levanta,
que se alza, que leva, que arrasa, que desborda, que reclama.
¿Cuál ciudad errante en sus miasmas, hierve en sus filmes
más sentimentales, mientras, esta suerte de “presidentes
argentinos” se escapa en los helicópteros más previsibles
tras sus cobardes engranajes burgueses?
¿Qué cortada callada, muda? ¿Qué limbo de los patriarcas?
¿Qué última trompeta? ¿Que plazoleta rala, en estas traiciones,
y ausente ante nuestros treinta y ocho muertos “perpetuos”? ¿Qué
libro de “Nehemías”? ¿Qué fondo? ¿Qué fraternidad? ¿Qué mar?
¿Qué metralla? ¿Qué libertad como cáscara de la desigualdad?
¿Qué senda desfallecida, finita? ¿Qué costilla crecida al filo?
¿Antes o después de cuál toque de queda?
La pena, amor mío, es como el colibrí: ¡es de aquí! ¡es de aquí!
Las bajas ceremonias alzadas sobre el desencanto más cruel
de los fuegos siempre “apagados” y los toscos calderos vacíos.
Calderos fríos. Calderos oxidados. Calderos ardidos en sus
olvidos, en su pobre “merchandising” de fracasos y fracasos
y fracasos en ese sordo capitalismo que todo lo transforma
en mercancía. Todo lo que ve, todo lo que toca, todo lo que
rememora, todo lo que huye, todo lo que oye, todo lo que
huele, todo lo que etiqueta, todo lo que bota y todo lo que
anticipa. Cielo del puro deseo, antes de la forma y la no forma.
Escarabajos, escarabajos, dos o tres escarabajos, ahora rojos,
recién en la calle inundada de papeles: “nosotros
no olvidamos a nuestros mártires, no”.
¿Más arriba, esas banderas?
¿Mucho más?
de “Las Nubes”
Nube uno
No caminé en vano de tí al corazón de las nubes,
con paso enjuto y lento sollozar de sauce.
Dando trancazos como un ferroviario extraviado.
No dejé el espíritu, henchido, lejos de las sombras
y enmudecí de rara alegría ante el ocaso ya inaugurado,
mientras nos vamos arruinando entre spleen y spleen,
como bolcheviques borrachos, suicidas y nostálgicos.
No atesoré nunca, hasta ahora,
de esa clase de nubes en mi pecho.
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