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ELENA CLEMENTELLI [17.515] Poeta de Italia

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Elena Clementelli Walter Mauro



ELENA CLEMENTELLI 

(1923).
Poetisa, filóloga e hispanista italiana, nacida en Roma en 1923. Autora de una sobria e intensa producción poética que, ajena al experimentalismo radical y hermético de las principales tendencias literarias que estuvieron de moda en su tiempo (fundamentalmente, el neovanguardismo de la década de los sesenta), progresa con firme y decidida independencia a través de su propia y desengañada visión del mundo actual. Está considerada como una de las voces más originales y sugerentes de la poesía italiana contemporánea escrita por mujeres.

Su acusada vocación humanística, patente en ella desde muy temprana edad, la llevó a cursar estudios superiores de Letras en su Roma natal, donde se licenció especializada en Literatura Hispánica para doctorarse, poco después, con una tesis sobre uno de los mitos más universales de la cultura española: el de Don Juan. A partir de entonces, su densa y fecunda trayectoria profesional como filóloga está inseparablemente ligada a la cultura de la Península Ibérica. Así, tras ampliar sus estudios hispanistas en el Instituto Español de Lengua y Literatura de Roma, obtuvo una beca que le permitió trasladarse a España y afincarse durante algún tiempo en la ciudad de Segovia, donde perfeccionó su conocimiento de la lengua española (idioma que domina a la perfección, hasta el extremo de haberlo utilizado para escribir algunos de sus poemas originales) y amplió sus estudios literarios. 

Estos estudios pronto la distinguieron como una de las grandes hispanistas especializadas en los autores de la Generación del 98. Entre ellos, fue Antonio Machado (1875-1939) quien mereció mayor atención por parte de Elena Clementelli, y no sólo desde una perspectiva estrictamente académica, ya que los versos del gran poeta sevillano dejaron también una honda repercusión en la propia obra creativa de la erudita humanista. Pero, además, los vínculos de la poetisa romana con las letras hispánicas tienen otros puntos de unión tan relevantes como la obra de Blas de Otero (1916-1979), cuya traducción a la lengua de Leopardi y difusión por toda la Península Itálica ha corrido a cargo de la propia Elena Clementelli. Asimismo, son frecuentes en sus escritos literarios las descripciones de paisajes hispanos, los poemas dedicados a autores españoles -v. gr., a Rafael Alberti (1902-1999)-, e, incluso -como ya se ha apuntado en líneas precedentes-, las composiciones escritas íntegramente en castellano. Tenemos, así, por ejemplo, la que reproduce el crítico Emilio Coco en una interesante muestra antológica de la poesía italiana contemporánea (vid., infra, "Bibliografía"): 


Ángel María no ha muerto en sus tierras de oro. 
Viento amarillo, arenas del desierto 
en la sangre soplando 
ofuscan su mirada 
y el alma sueña con naranjas y cúpulas, 
ideal cercanía 
de lo real que se alejó y se asoma 
ahora con más luz a la esperanza 
de que todo sea juego, azar, disfraz 
de la alegría como agonía, 
anhelo de vivir con ansia de morir.


En líneas generales, la producción poética de la escritora romana desprecia los modelos formales y temáticos de la lírica italiana de su época para adentrarse con audacia y valentía en su propia percepción del mundo, al que contempla desde un plano existencial escéptico donde la desilusión y el desengaño se convierten en los únicos guías posibles para recorrer, a lo largo de los siglos, la dimensión trágica de la vida y el desamparo al que parece condenado el ser humano. No obstante, al fondo de esta angustia existencial que acompaña a los versos de Elena Clementelli queda siempre abierto un pequeño resquicio a la esperanza, plasmado en el ferviente anhelo de la poetisa de encontrar (tal vez en otro mundo, o otra dimensión desconocida de la conciencia) alguna respuesta válida a los enigmas y las vicisitudes de la existencia. Parece obvio que, para ahondar en todos estos contenidos, la escritora romana tenga que explotar una y otra vez los temas universales que son recurrentes en el discurso poético de todos los tiempos, como el dolor, la soledad, el desamparo, la confusión y la muerte (así, v. gr., en el poema "La cucaracha", donde pueden leerse versos de tanta serena desolación como éstos: 


"He tenido que ahogarte,  
criatura repugnante 
que desde el tubo del agua 
habías arribado a la insidiosa orilla 
de mi limpio fregadero. 
Pero otras de tu especie 
seguirán tu rastro, como es su costumbre, 
en las próximas noches. 

[...]  

Tomarán la delantera 

[...] 

recorriendo las sendas de nuestras milenarias conquistas, 
desmoronadas por la irresistible invasión 
de grupos cada vez más compactos 
que nos echan, nos acosan, 
más allá de las habitaciones, 
más allá de las casas, 
más allá de las ciudades y las aldeas, 
más allá de la tierra firme, 
hasta el mar, 
el inestable resbaladizo mar 
de nuestro definitivo ahogar". 


Pero, al socaire de ese último y escondido resquicio para la esperanza que Clementelli deja abierto en sus versos, también hay lugar en éstos para el protagonismo temático del amor, contemplado por la poetisa romana en todas sus manifestaciones posibles: exaltado, sereno, impetuoso, reconfortante, etc. 


"Tus manos, amor.  
El ala de tus manos  
y mi cuerpo se hace aire ligero de primavera. 
El aliento de tus manos 
y mi cuerpo se hace arena tibia de sol. 

[...] 

La furia de tus manos en mis cabellos, 
la música de tus manos en mis labios, 
el silencio de tus manos extenuadas, hartas, lejanas. 

[...]".

Al margen de la ya apuntada influencia de Machado, en las composiciones poéticas de Elena Clementelli late también la impronta de algunas voces clásicas tan elocuentes y persuasivas como las de Catulo (87-54 a.C.) y Tibulo (ca. 57 a.C-ca. 17 d.C), que no eclipsan otras huellas notables de poetas más cercanos al tiempo de la autora, como Giovanni Pascoli (1855-1912) y el Premio Nobel Eugenio Montale (1896-1981). Todo ello queda bien patente en su breve pero densa bibliografía poética, conformada por Il mare dentro (Roma: Bestetti, 1957), Le ore mute (Citadella di Padova: Rebellato, 1959), Questa voce su noi (Parma: Guanda, 1962), La breve luce (Roma: Rizzoli, 1969), Così parlando onesto (Milán: Garzanti, 1977), L'educazione (Roma: Quaderni di Piazza Navona, 1980), Vasi a Samo (Foggia: Bastogi, 1983) e Il conto (Roma: Emipirià, 1998).


NO TE PEDÍA QUE FUERAS el rostro del amor,
de tí bebía solo la esperanza ávidamente.
Escuchar la música de los árboles,
sentir la caricia de la luz,
y el mundo, todo el mundo
joven junto a mí.

Pero ahora, porque ahora
que la felicidad ya no es un nombre,
que mi carne se ha abierto
toda una dulce herida
a la magia de tus manos leves
y mi cuerpo secreto florece
en el ardor de este verano nuevo,
¿por qué esta voz sobre nosotros,
despacio, insistente, repite adiós?

Traducción Emilio Coco.



Ernesto Che Guevara

"Soy mestizo", grida un pintor de paleta encendida,
"soy mestizo", me gritan los animales perseguidos,
"soy mestizo" claman los poetas peregrinos,
"soy mestizo", resume el hombre que me encuentra
en el diario dolor de cada esquina,
y hasta el enigma pétreo de la raza muerta
acariciando una virgen de madera dorada:
"Es mestizo este grotesco hijo de mis entrañas".

Yo también soy mestizo en otro aspecto:
en la lucha en que se unen y repelen
las dos fuerzas que disputan mi intelecto,
las fuerzas che me llaman sintiendo de mis vísceras
el sabor extraño de fruto encajonado
antes de lograr su madurez del árbol.

Me vuelvo en el límite de la América hispana
a saborear un pasado que engloba el continente.
El recuerdo se desliza con suavidad indeleble
como el lejano tañer de una campana.



Ernesto Che Guevara 

"Sono meticcio", grida un pittore dalla tavolozza infuocata,
"sono meticcio", mi gridano gli animali perseguitati,
"sono meticcio", esclamano i poeti pellegrini,
"sono meticcio", riassume l'uomo che mi incontra
nel quotidiano dolore di ogni angolo,
e persino l'enigma di pietra della razza morta
accarezzando una vergine di legno dorato:
"È meticcio questo grottesco figlio delle mie viscere".

Io pure sono meticcio per un altro aspetto:
nella lotta in cui si uniscono e si respingono
le due forze che agitano il mio intelletto,
le forze che mi chiamano sentendo delle mie viscere
lo strano sapore di frutto racchiuso
prima di raggiungere la sua maturità dell'albero.

Mi giro al limite dell'America ispana
ad assaporare un passato che ingloba il continente.
Il ricordo scivola con dolcezza indelebile,
come un lontano suono di campana.

(Poesia tradotta da Elena Clementelli e Walter Mauro. Tratta da Poesie e scritti sulla letteratura e l'arte, Grandi Tascabili Economici Newton, Roma, 1999)



La fotografia

Forse sedici,
forse diciott'anni,
giovane,
così giovane
come non so pensarti.
I capelli foltissimi
alti sull'ampia fronte,
tutt'intorno alle tempie,
sulla nuca,
orgogliosa corona.
Lieve il profilo
appena un poco teso,
quasi imbronciato,
certo severo,
eretto sopra il collo
chiuso nel giro stretto
di taffetas e valenciennes.
Nitida la foto
fissata al cartoncino
dove chiara, in oro,
spicca la sigla dello studio.
Mi avvicino
per osservarti meglio
e scruto in quell'immagine fanciulla
il volto di mia madre.
I tratti alteri già tutto racchiudono
il dolore futuro,
oltre il trionfo breve della maternità
sognata come una vittoria,
vissuta come un martirio.
Già colme di carezze le tue mani,
gravi di lacrime i tuoi occhi.
Come fermarti,
come dirti resta su quella soglia,
non correrci incontro:
non siamo la medaglia
ma la croce.
Ti prego, mamma
non venire avanti,
lasciaci nel limbo
dei desideri abbandonati,
nell'assenza di te,
nel buio fondo di un' orfanità
che ti fa salva.
Quando tutto è compiuto,
non ho altro da
offrirti
che quest'ombra totale
questo nulla impossibile.
Ma tu accettalo
da chi ti è ignoto
perchè è un dono d'amore.
E non voltarti.
non voltarti a guardarmi.



Tutto tace...

Era il duetto delle ciliege
sulla terrazza protesa al tramonto,
tu ed io, alti sulla scogliera del Quercetano.
La tua morbida voce ambrata
rispondeva alla mia spigolosa.
Fritz padre, Suzel figlia.
Stampato il tuo sorriso su quel tramonto,
inciso sulla tua assenza
quel disegno perfetto delle labbra
che le mie non ripetono,
da altri genì tracciate.
Dodici maggio: vittorioso verde ; 
tra l'estremo sfrangersi delle acacie 
e il trionfale avanzare delle rose.
Ma per te già papaveri e ginestre .
occhieggiavano su prati e dirupi 
con l'invito di sempre alla tua gioia
che nel canto era sfida
allo stormire di rami e di uccelli.
Dodici maggio: ultimo saluto
all'aria, al mare, alla giovane terra.
Dodici maggio: ultimo sqrriso
sui pallidi tramonti dei miei giorni.




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